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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos!

Aviso de que este capítulo es intenso y el que sigue a este lo será aún más.

Espero que os guste.

 

Sherlock estaba precisamente en esa postura, aquella que solía adoptar siempre cuando pensaba profundamente en algo, con la mirada fija en algún punto más allá de la habitación. Podía pasarse así horas, sin hablar ni pestañear, pues la conciencia de Holmes no se encontraba en la salón de su casa, sino en algún rincón recóndito de su mente al que nadie salvo él mismo tenía acceso. Por eso no se dio cuenta de que John hacía casi dos horas que había entrado en la casa a pesar de que había pasado frente a él.

 

Después de tanto tiempo inmóvil reflexionando sentía los músculos agarrotados y levantarse fue un gran alivio para sus articulaciones. Cogió su violín y se acercó a la ventana, dispuesto a comenzar a tocar cuando algo le llamó la atención y le hizo detenerse con el arco del instrumento a punto de rozar las cuerdas.

 

De la habitación del fondo del pasillo llegaba como un susurro débil la voz de John, parecía que hablaba. No, hablar no, cantaba, se dio cuenta Sherlock cuando se acercó con cautela a la puerta entornada, podía ver desde ese lugar la espalda de John, que estaba quitándole el polvo que se había acumulado sobre la cuna y los juguetes que aún esperaban la llegada de Ella.

 

- "London Bridge is broken down,

Broken down, broken down,

London Bridge is broken down,

My fair lady.

 

Build it up with wood and clay,

Wood and clay, wood and clay,

Build it up with wood and clay,

My fair lady." - entonó Watson.

 

Sherlock se quedó maravillado. Era la primera vez que oía cantar a Watson y nunca se hubiera imaginado que lo hiciese tan bien. No era que tuviese la voz más singular y melodiosa que hubiese escuchado nunca, pero cantaba con tal energía y alegría que era imposible quedarse indiferente.

 

John habría repetido las estrofas de no ser porque se giró y se asustó al ver a Sherlock, quien dio también un salto cuando sus ojos se encontraron.

 

Holmes esperaba que John se enfadase y que lo echase de la habitación, en cambio le sorprendió riéndose con sinceridad y con las mejillas teñidas ligeramente por la vergüenza y a Sherlock no le pudo parecer más encantador.

 

- ¡Por Dios, Sherlock! Me has dado un susto de muerte.

 

- ¿Qué estabas cantando? - preguntó, sin poder evitar que a él también se le escapara una leve sonrisa.

 

- Es una canción infantil. Estaba intentando recordarla para poder cantársela a Ella, pero solamente me vienen esa parte. Realmente soy un desastre.

 

- Puede que la señora Hudson la conozca. Tal vez deberías preguntarle.

 

- Sí, tienes razón.

 

John fue hasta la puerta, pero se detuvo en ella y se giró de nuevo hacia Sherlock, su expresión ya no era alegre, sino compungida, llena de pena. 

 

- Sherlock, yo... - se detuvo y tuvo que respirar profundamente y carraspear para poder continuar hablando. - no te he pedido disculpas por lo que pasó.

 

- John, te dije que no era necesario.

 

- ¡Sí, sí que lo es! - dijo con la firmeza de una orden militar que no dejaba lugar a discusiones. - No solo te intenté estrangular sino que te hice el culpable de todo lo que pasó. 

 

El rostro de Sherlock se ensombreció.

 

- No te falta razón, John. Esto ocurrió porque Lawrence iba a por mi. El resto sois tan solo víctimas colaterales.

 

- ¡No seas idiota! ¡Mírame a los ojos! - dijo Watson mientras lo agarraba de las solapas de la chaqueta y lo obligaba a encorvarse para que sus rostros estuvieran a la misma altura. - Ese hombre es un psicópata y nada que hayas hecho justifica lo que nos está haciendo.

 

Ambos se quedaron muy quietos, perdidos en las pupilas del otro, callando, anhelando. Sherlock miró los labios de John, dos finas líneas de deseo, suaves y brillantes, y ansió sentirlos contra los suyos como no los había sentido desde hacía meses, una terrible eternidad.

 

Pero no era tiempo para dejarse llevar, Sherlock lo sabía y por eso contuvo sus ansias y se separó de él para volver a su investigación y John desapareció escaleras abajo.

 

Aquello había sido un tanto extraño, pensó Holmes tan solo durante un instante, pues John nunca dejaba de sorprenderlo, pero los humanos tenían la facultad de hacer cosas sin sentido. El mal del hombre, lo llamaba a veces Sherlock. 

 

Esa misma tarde ya tenía al sicario que había contratado Lawrence. Había dudado entre varios candidatos, pues guiarse por gran altura y peso no era un baremo muy revelador teniendo en cuenta la apariencia de la mayoría de hombres que se dedicaban a aquel turbio negocio, pero la clave se la había dado el lugar de trabajo de Lawrence. Sin duda no había ido muy lejos a buscar a su hombre. Conocía lo suficiente de él para saber que le resultaría más fiable un cliente con el que había mantenido contacto continuo, alguien con el que jugó y al que también seguramente manipuló. A Lawrence parecía que le gustaban mucho esas cosas, jugar con la mente de los demás, tomar el control y usarlos a su voluntad. Sherlock no se sorprendió cuando al interrogar al hombre este mostró un claro deseo hacia el señor Moore.

 

Había jugado bien sus cartas para conseguir lo que se proponía y como sabía que a pesar de tener a su merced al sicario los métodos de Holmes para hacerlo hablar eran muy amplios y variados, desde la persuasión amistosa a la tortura sin escrúpulos, se había cuidado mucho de no revelarle nada.

 

Sherlock no podía estar más enfadado y hubiera matado a aquel hombre si Mycroft se lo hubiese permitido. Había tenido que recurrir a su hermano para localizar al sicario y Mycroft se la había concedido sin siquiera una pizca de la habitual acidez con la que se trataban. Estaba demasiado preocupado como para bromear sobre algo tan serio.

 

Un día más había pasado y a pesar de tener más datos Sherlock se sentía cada vez más lejos de su hija. Sabía quién, sabía cómo y cuándo, pero no sabía dónde. Se le estaban agotando las ideas. No lo estaba haciendo bien, no estaba manteniendo la calma como siempre hacía.

 

Al llegar a casa se sorprendió al oler a quemado. John estaba disgustado, sentado en el sofá, mirando con el ceño a una humeante y chamuscada tarta de manzana desparramada por el suelo. A Sherlock le bastó un rápido vistazo para darse cuenta de que John se había quemado la yema de los dedos al intentar sacarla del horno y ponerla sobre la mesa del salón. La tarea ya de por sí parecía difícil con toda la superficie llena de papeles, y sobre la que además descansaba la preciosa máquina de escribir Crandall de Watson, pero desde luego se volvió imposible cuando John no utilizó guantes para coger la ardiente bandeja. De hecho, no dejaba de ser sorprendente que hubiese podido recorrer la mitad del camino antes de que ocurriese la tragedia.

 

- ¿Por qué has hecho algo como eso? - preguntó Sherlock extrañado.

 

- ¡No lo sé! - se quejó Watson mientras miraba sus dedos rojos. - Se estaba quemando y no me dio tiempo a pensar.

 

Holmes masculló fastidiado, quejándose de que la mente del común de los mortales fuese más lenta que sus propios impulsos, mientras iba a por el maletín de Watson. Nunca dejaba de preguntarse cómo habían sobrevivido los humanos durante miles de años estando tan mal diseñados. 

 

Sacó un frasco de aceite de lavanda y se lo echó sobre los dedos para masajear a continuación la zona. Sherlock fue brusco y presionaba la zona con más fuerza de la debida, haciendo que Watson soltase leves quejidos. El reloj pronto daría medianoche y eso significaba que los tres días que le había pedido a John no le habían bastado para resolver el caso.

 

No era la primera vez, por sorprendente que pudiera parecerle a los fans de sus novelas, que Holmes fracasaba y siempre era frustrante, pero ninguna de aquellas veces se podía comparar con la decepción y el dolor que sentía en ese momento y fue muy expresivo al respecto. Su cuerpo estaba tenso, su mandíbula visiblemente apretada y su ceño terriblemente fruncido. Los ojos ardían cual ascuas, lleno de rabia, y no se atrevía a mirar a John a los ojos.

 

- Adelante, John. ¡Dilo! He perdido.

 

Watson soltó sus manos y posó una de ellas en la mejilla de Sherlock. Él esperó un fuerte golpe, pero John sólo le dio una pequeña cachetada y deslizó su mano alrededor de su cuello, abrazándolo. Su rostro quedó oculto en el largo y níveo cuello del detective y se puso a llorar. A Sherlock se le partía el corazón solo de sentir la humedad contra su piel y el temblor de su pequeño y robusto cuerpo contra el suyo.

 

- ¿Puedo dormir a tu lado esta noche?

 

Una suave risa le sirvió a John como respuesta. Desde esa posición no podía ver el rostro de Holmes, pero sabía que también lloraba.

 

Al amanecer Sherlock despertó completamente solo en la cama con los brazos vacíos extendidos hacia la nada y fue sin duda una terrible sensación.

 

Al levantarse de la cama tropezó con algo que le hizo caerse con un fuerte estrépito al suelo junto con la tetera que había justo en el borde de la mesita de noche. Holmes maldijo dolorido.

 

- ¿Quién diablos ha dejado eso ahí? - masculló para después girarse y ver el causante de su resbalón. Había ido a parar debajo de la cama pero a Sherlock le bastó extender el brazo par sacar el precioso sonajero de plata con el mango de nácar y un cascabel al final.

 

Sherlock se sorprendió muchísimo al ver aquel objeto. Era su sonajero. Aún recordaba que incluso siendo ya un niño le relajaba mucho su sonido, un tintineo perfecto y armonioso. ¿Qué hacía allí?

 

Sus padres se lo habían traído el día del entierro de su supuesto hijo para que lo depositase en su tumba, pero él había decidido guardarlo en una caja en lo alto del armario, una decisión por la que después se sintió aliviado. 

 

Él no lo había movido de allí desde el día en el que lo dejó, y John no sabía ni de su existencia. Era posible que la señora Hudson lo encontrara en uno de sus arrebatos de orden de habitaciones, en los que únicamente respetaba el ceremonial desastre del salón. Tal vez ante la perspectiva de que Ella volviese pronto lo había sacado de su escondite para limpiarlo, pero eso no explicaba por qué estaba en el suelo.

 

Holmes frunció el ceño y miró al frente, hacia las ventanas. Las cortinas estaban abiertas de par en par y era un soleado día, a juzgar por la cantidad de luz que entraba. Se levantó de un salto, dejando el sonajero sobre la cama, y agarró las cortinas para cerrarlas de golpe.

 

- ¡John! - le llamó Sherlock y lo buscó por toda la casa con paso nervioso. Lo encontró en el salón, registrando los cajones.

 

A ojos de una persona poco experimentada podía parecer que la habitación estaba tan desordenada y abarrotada como siempre y ciertamente así era, pero Sherlock notó que Watson había estado moviendo cosas de sitio, buscando algo. Él se detuvo nada más verle y se irguió, quedándose muy quieto. Seguía llevando puesto el camisón, pero se había puesto el bigote postizo que Holmes tanto odiaba.

 

- ¿Qué demonios haces? - preguntó con acritud, molesto.

 

- ¿Podrías no meterte en mis asuntos? - respondió de igual modo Watson, lo que hizo que el moreno frunciese el ceño.

 

Sherlock iba a protestar cuando sus ojos se quedaron clavados en el camisón de John, donde destacaban dos manchas acuosas a la altura de sus pezones. John se miró a sí mismo y se cogió del camisón pegado a su piel, separando la tela y estrujandola con una mano para que no marcase la forma de su cuerpo. Un leve sonrojo se formó en sus mejillas mientras fruncía el ceño.

 

- ¿Eso es normal? Pensé que hasta que el bebé no succionase no saldría leche materna, aunque claro es posible que nada más nacer Ella se alimentase hasta que...

 

- Sherlock, detén esta conversación ahora, por favor. - la respiración de John se volvió más pesada y sus ojos dejaban claro que se trataba de una amenaza, pero Holmes nunca había hecho caso de ese tipo de señales.

 

- ¿Desde cuándo te pasa?

 

- ¡MALDITA SEA, BASTA! ¡Llevo un mes tomando medicación!

 

La noticia pilló totalmente por sorpresa a Holmes, quien fue muy elocuente con la expresión.

 

- ¿Un mes?

 

- Parece que el gran Sherlock Holmes no se entera de nada. - comentó con veneno John mientras pasaba por su lado rumbo a la habitación, en la que se encerró dando un portazo.

 

Sherlock se dio cuenta de que no había prestado nada de atención a John durante ese periodo, porque estaba demasiado ocupado, volcado en su investigación. Había confiado, como siempre hacía, en que él estaría bien solo porque estaba allí, a su lado. Pero la verdad era totalmente distinta. Watson seguía sufriendo aunque sus heridas se hubiesen curado casi por completo.

 

A pesar de aquel descubrimiento, Holmes siguió confiando en la entereza psicológica de John, al menos los primeros días.

 

Con el punto de mira por fin en su compañero, notó que John se comportaba de un modo extraño.

 

Su humor cambiaba bruscamente y tan pronto le daba un ataque de ira descontrolada en el que destrozaba a puñetazos la pared como se echaba a llorar hecho un ovillo en el suelo. Evitaba a Sherlock cuanto podía y se encerraba durante horas en la habitación de la niña, desde donde llegaba su voz ahogada cantando.

 

Se planteó que pudiera ser un efecto secundario de la medicación que John decía que se estaba tomando, pero Holmes no tenía información sobre de qué clase era y eso le inquietaba. ¿Había ido Watson al médico o había sido su propio paciente? De cualquier forma, ¿era malo lo que le pasaba al cuerpo de John?

 

Sherlock no dormía por las noches, lleno de preguntas, de inquietudes. Y la señora Hudson venía e intentaba poner orden a los destrozos que organizaba John y abría las ventanas dejando entrar esos horribles rayos de sol veraniegos. La luz era molesta, todo en general parecía solo acrecentar el malestar de Watson y el suyo propio.

 

Aquel piso que siempre había sido un refugio para Holmes se convirtió en una auténtica jaula donde cada día parecía representarse una nueva tragedia a la que solo podía asistir como un espectador.

 

Holmes despertó una noche al oír los golpes que venían del piso de abajo y bajó corriendo las escaleras, temiendo que le estuviese pasando algo a la señora Hudson. No era la primera vez que alguien intentaba atacarla por estar relacionada con él. La puerta estaba abierta y entornada y espió con el cuerpo contra la pared, escuchando atónito las voces que venían del interior.

 

- John, te lo suplico, tienes que calmarte.

 

- ¡No me pidas que me calme! - oyó gritar a Watson y el sonido de algo cerámico rompiéndose, una taza con valeriana, el olor llegaba hasta allí.

 

- Entiendo esto, querido. Pero tienes que tener fe.

 

- Ha pasado demasiado tiempo, señora Hudson. I-incluso si mi bebé siguiese vivo, ¿cómo me reconocería como su madre después de tanto tiempo? - el sonido del llanto contenido y sus palabras quebradas eran todos los indicadores que cualquier persona necesitaría para formarse una imagen exacta de la escena. - Cuando le dije que mi hija seguía viva dijo que me creía, porque una madre debía saber estas cosas. Pues ahora sé que no lo está. Es como...- hubo un silencio que le paralizó antes de que continuase - como si ya solo existiese en mis sueños, en mi cabeza. Y yo solo quiero cerrar los ojos para volverla a sentir aquí, a mi lado, contra mi piel, y notar su pequeño corazón palpitar furioso, vivo. La necesito.

 

- Piensa en Sherlock. Él la encontrará, siempre encuentra tarde o temprano lo que se propone, tienes que...

 

Una risa amarga cortó a la señora Hudson y Sherlock notó que le faltaba el aliento.

 

- Usted piensa, señora Hudson, que Sherlock Holmes es una máquina. Una máquina perfecta, fría y calculadora, capaz de resolver cualquier misterio, pero esa no es la verdad. Sherlock Holmes es un vórtice que absorbe, atrapa y devora a todo aquel que se le acerca. No es un ángel, es un veneno con olor a menta... Ahora devuélvamela.

 

- John, no creo que sea una buena idea. - dijo la señora Hudson con la voz apesadumbrada y asustada.

 

- ¡DÁMELA! - gritó John y antes de que Sherlock pudiese reaccionar y apartarse él estaba saliendo por la puerta con algo entre los brazos. Estuvieron a punto de chocar, pero Watson se detuvo a tiempo y lo miró con los ojos rojos llenos de ira, con los restos de lágrimas aún en ellos. - ¡Apártate de mi camino! - le exigió a Holmes y este se quedó totalmente en estado de shock durante un instante y cuando reaccionó agarró el bulto que Watson llevaba en las manos y tiró de él.

 

Forcejearon hasta que el objeto cayó al suelo haciendo un extraño sonido al resquebrajarse.

 

"¿Porcelana?" Se preguntó extrañado Sherlock antes de bajar la mirada y ver a sus pies una muñeca, vestida con uno de esos horribles trajes de volantes que todos los bebés llevaban, aquellos que Sherlock tanto odiaba. Uno de los brazos y parte de un pie se había roto, pero el rostro seguía intacto, con sus mejillas exuberantes enmarcadas por unas bucles dorados y esos ojos pintados a mano con maestría y delicadeza, como dos grandes ópalos azules, opacos e inertes.

 

Holmes sintió un escalofrío recorriéndole la espina dorsal mientras John se agachaba para recogerla con infinito cuidado. Las lágrimas había vuelto a saltarle y al ver el modo en el que la sostenía en brazos no era difícil adivinar qué significaba aquel juguete para él.

 

- ¿De dónde la has sacado?

 

John parecía reticente a hablar. Le dio la espalda, al principio pensó que por vergüenza, pero pronto esa idea desapareció ante otra deducción mucho más alarmante. Jadeaba y sudaba, casi podía sentir la agitación de todo su cuerpo.

 

- La encontré en una tienda. Es tan bonita. ¿Te dije alguna vez que Ella tiene el pelo rubio? Mi preciosa niña. - susurró mientras acariciaba la cabeza de la muñeca, acurrucándola contra su pecho.

 

- John, mírame.

 

No recibió ninguna respuesta.

 

- ¡HE DICHO QUE ME MIRES, JOHN! - gritó fuera de sí y lo agarró de los hombros para girarlo y obligarlo a alzar la mirada. Sus pupilas estaban dilatadas y Sherlock se vio reflejado a sí mismo en esos enormes agujeros negros y el aflicción en su propio rostro era más que evidente.

 

John forcejeó, pero Sherlock le agarró con fuerza de uno de los brazos y levantó las mangas para descubrir las heridas que había en él. Unos pinchazos limpios, sin duda se notaba las dotes médicas de John, pero estaba seguro de que no era medicina lo que se había introducido.

 

De repente se hizo muy claro por qué Watson había pasado tanto tiempo registrando la casa. Buscaba la cocaína que Sherlock guardaba y sin duda la había encontrado. ¿Cuánto tiempo llevaría tomándola? El aspecto que presentaba era lamentable.

 

- ¿Cuánto ha sido? ¡JOHN, DIME! - lo zarandeó intentando llamar su atención.

 

Él no le miraba, su cuerpo temblaba en sus brazos con violencia y Sherlock asistió absolutamente aterrado a los efectos de una sobredosis. Los conocía muy bien, pues él había padecido varios de los mismos, pero nunca había sabido lo que sufrían aquellos que lo veían de fuera y sólo podían rezar para que no acabasen en una trágica muerte.

 

Así sostuvo a John entre sus brazos, llorando mientras convulsionaba y le faltaba la respiración. Watson se revolvió y vomitó y se habría atragantado si Sherlock no hubiese reaccionado a tiempo poniendo su cabeza boca abajo.

 

Holmes trató de no dejarse dominar por el pánico, pero se dio cuenta de que su rostro debía de ser muy revelador cuando la señora Hudson salió al portal y tuvo que llevarse la mano a la boca para no gritar.

 

- U-un médico. Eso es, voy a buscar un médico. - dijo la señora Hudson saliendo corriendo hacia la calle. Sherlock sabía que a aquellas horas intempestivas era improbable que encontrase un médico antes de que el ataque de Watson diese fin.

 


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