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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Irlanda realmente no se distinguía tanto de Inglaterra, pero desde luego Galway no se podía comparar con Londres. Le faltaba ese bullicio constante, ese ambiente enrarecido, a veces enfermizo, esos interminables misterios entre callejuelas familiares.

 

Añoraba cada centímetro de la ciudad que había dejado atrás, desde los barrios más podridos a las calles más selectas, ese había sido su territorio. El suyo y el de él.

 

Cómo dolía pensar en él y sin embargo cada día no dejaba de rememorar todos y cada uno de sus rasgos. Cerraba los ojos e intentaba evocar el tono de su voz, hablando, riñendo, riendo. Ningún hombre que pudiera haber visto en aquella nueva ciudad le recordaba a él ni nadie jamás lo haría porque era único, no había otro Sherlock Holmes, y daba gracias al cielo por ello y a la vez lloraba de desolación.

 

Ese día se cumplía un año, un año desde que lo abandonó, y sentado en el borde de su cama, mirando la pared de enfrente, John no podía evitar recordar esos momentos.

 

Se había ido aprovechando la oscuridad de la noche, como un ladrón, un fugitivo perseguido, arrastrando una maleta en la que cargaba tres años de su vida. Era un peso muy ligero para tanto tiempo: unos pocos trajes, dos pares de zapatos, algún instrumental médico y un bigote falso. No había querido llevarse nada más, nada que hubiese podido pertenecer también a Sherlock y eso incluía los escasos regalos que le había hecho en alguna ocasión, que hasta ahora habían sido el tesoro más preciado de John. El que más le dolió abandonar sin duda fue la máquina de escribir que Holmes le había regalado en el primer cumpleaños que había pasado a su lado. Era una maravilloso instrumento último modelo, una preciosa Crandall negra pintada a mano. Había sido una especie de broma de Sherlock, que se la había obsequiado burlándose sobre que con ella podía plasmar la admiración que sentía por él. Fue así como Watson escribió su primera crónica sobre Sherlock Holmes, Estudio en escarlata, y era en ella en la que había escrito todas las historias que habían fascinado a sus lectores. Y ahora la había dejado para siempre.



Había pensado en destruirla antes de irse, lanzarla al fuego de la chimenea y que el gran detective encontrase sus restos hechos carbón. Eso sin duda le hubiese dolido mucho a Sherlock, aunque solo fuese por lo cara que le había costado, pero no había tenido estómago para hacerlo. Y sin embargo se había atrevido a destrozar el violín de Sherlock. A pesar de sus súplicas, lo había hecho, y mientras lo hacía había sentido un extraño regocijo y se había asustado de sí mismo, de la oscuridad que había en él. Realmente sí le guardaba rencor a Holmes y no podía odiarse más por ello.

 

Pero la realidad era que sí se había llevado algo que le pertenecía a Sherlock, una única cosa, escondida en el fondo del bolsillo de su abrigo, que tintineaba mientras arrastraba su maleta. Tuvo que hacerlo, no por él, sino por ella.

 

El sonido de un cascabel seguido de un golpe seco contra el suelo y unos balbuceos interrumpieron los pensamientos de John.

 

- Ma-má, mamá.

 

Watson se levantó, cambiando su rostro lúgubre por un sincero rostro sonriente y puso las manos sobre su cadera, viendo como la niña se asomaba por la cuna. Se mantenía de pie sosteniéndose en el borde con las manos. Tenía su frondoso pelo dorado y rizado alborotado de estar tumbada, como un penacho de oro, y le miraba con sus enormes ópalos azules llenos de vida y color.

 

- ¿Qué te he dicho de ponerte de pie en la cama, jovencita? Ya has vuelto a tirar el sonajero. - le reprendió amablemente John mientras se agachaba para recoger el juguete de plata con mango de nácar. - Tienes que tener cuidado, cariño, es un recuerdo de papá.

 

- Pa-pá. - repitió Ella y después sus ojos se achinaron al sonreír. Watson no pudo más que corresponder a su sonrisa con un cierto deje de tristeza mientras le acercaba el sonajero para que ella lo agarrase con fuerza, cerrando su mano en un puño.

 

Ella agitó el sonajero con una delicadeza inusual en su edad. Parecía que se había dado cuenta que si lo hacía de ese modo el cascabel de su interior sonaba mejor. Era esa clase de niña, extremadamente observadora. A veces se quedaba parada mirando cualquier cosa y John temía que le ocurriese algo, pero no era sino que estaba analizando aquello que veía. Se parecía tanto a Sherlock en esos momentos, con esos preciosos ojos de color intenso mirando al infinito como si ellos mismos fuesen el universo entero.

 

John la tomó en brazos y se tragó las lágrimas mientras se dirigía al salón. Era una habitación pequeña y agradable convertida en una auténtica jungla por la que apenas se podía caminar entre los juguetes, libros y papeles esparcidos por el suelo, pero al menos la mesa estaba despejada, salvo por unos pedazos de bizcocho y una nota con una letra clara y recta que decía "He salido a comprar. No tardaré."

 

John desayunó atorado, intentando hacer comer a Ella, pero ella cerraba la boca y negaba con la cabeza, haciéndose la indignada y Watson se enfadaba y discutía con ella, hasta que la tozudez de su hija ganaba, porque era más grande que la suya si cabía y le daba el pecho, algo a lo que el bebé nunca se negaba, gustosa.

 

Cuando hubo terminado, la niña se bajó de los brazos de su madre con paso vacilante, y señaló una pila de libros con efusión.

 

- Ma-má. Leed. - Le pidió Ella y John suspiró. ¿Cuántos niños de trece meses conocían la palabra "leer"?

 

- Está bien.

 

John se levantó del sillón y cogió a su hija con una mano y al libro con la otra para volver a sentarse. Se acarició la pierna con gesto cansado. La cojera odiosa persistía, incluso aunque no tenía motivo de ser. Aún recordaba cómo Sherlock se había dado cuenta enseguida de que era psicosomática, y cómo había hecho que se olvidase ya en el primer caso que habían comenzado a resolver juntos.

 

>>- ¿De verdad te dispararon? - le había preguntado Sherlock

 

>>- Sí, en el hombro - le había respondido y ambos habían reído con ganas.

 

Sin embargo, desde que empezaran los primeros síntomas de su embarazo, la cojera regresó y continuaba haciendo que John se sintiese estúpido, odioso.

 

Agitando la cabeza para alejar esos pensamientos, acomodó a su hija en su regazo y abrió el libro de tal modo que los dos pudiesen ver las letras y carraspeó para aclararse la garganta, antes de empezar justo por donde se había quedado la última vez, aunque en realidad podía haber empezado por donde hubiera querido, porque había leído ya aquel libro a Ella cientos de veces.

 

- "Conforme pasaban las semanas, mi interés por él y la curiosidad que su proyecto de vida suscitaba en mí, fueron haciéndose cada vez más patentes y profundos. Su misma apariencia y aspecto externos eran a propósito para llamar la atención del más casual observador. En altura andaba antes por encima que por debajo de los seis pies, aunque la delgadez extrema exageraba considerablemente esa estatura. Los ojos eran agudos y penetrantes, salvo en los períodos de sopor a que he aludido, y su fina nariz de ave rapaz le daba no sé qué aire de viveza y determinación. La barbilla también, prominente y maciza, delataba en su dueño a un hombre de firmes resoluciones. Las manos aparecían siempre manchadas de tinta y distintos productos químicos, siendo, sin embargo, de una exquisita delicadeza, como innumerables veces eché de ver por el modo en que manejaba Holmes sus frágiles instrumentos de física. A"...

 

- "Acaso el lector me esté calificando ya de entrometido impenitente en vista de lo mucho que este hombre excitaba mi curiosidad y de la solicitud impertinente con que procuraba yo vencer la reserva en que se hallaba envuelto todo lo que a él concernía."

 

El libro resbaló de las manos trémulas de John y cayó al suelo, cerrándose y dejando a la vista la portada con el título "Estudio en escarlata". John cerró los ojos y respiró profundamente varias veces, intentando calmarse, pero su corazón golpeaba furiosamente contra su pecho. Podía oír sus propios jadeos y el sonido de sus latidos, mágicamente acompasados con los pasos que se aproximaban hacia él.

 

- ¿Qué es esto, una coliflor? - bromeó mientras cogía de los brazos de John a Ella, lo que le hizo exclamar de la impresión y abrir de golpe los ojos.

 

Sherlock estaba frente a él, tan alto y majestuoso como una estatua, con su traje negro y su abrigo aún puesto, que hacía contraste con el vestido blanco de su hija, de falda pomposa aunque mangas cortas y rectas. La alzó en brazos frente a él y ambos se miraron curiosos.

 

Ella levantó las manos, dejando caer el sonajero que llevaba agarrado al suelo, y tocó el rostro de Holmes y Watson temió que apartase a la niña, pero la dejó recorrerle con sus pequeñas manos regordetas.

 

- Por fin nos conocemos, señorita Holmes.

 

El bebé giró el rostro para mirar a su madre, como esperando a que dijese algo. John se llevó la mano a la boca intentando contener las lágrimas y apretó los puños antes de conseguir la suficiente entereza para hablar.

 

- Es papá, Ella.

 

La niña abrió mucho los ojos y balbuceó algo que parecía aparentemente sin sentido, señalando el libro.

 

- Ya lo sé. Es que él es Sherlock Holmes, cariño. Tu padre.

 

Intentó explicarle John y Sherlock se sorprendió de la coherencia que tenía la conversación que estaban manteniendo a pesar de que la niña apenas sabía decir cuatro palabras. Sin embargo, parecía entender bastante bien todo lo que le decían. Tras terminar sus balbuceos miró a su padre muy seria, con el ceño fruncido y Holmes le devolvió la mirada sin salir de su sorpresa.

 

Su rostro reflejaba que no estaba en absoluto convencida y comenzó a echarse hacia atrás para intentar separarse de él. Holmes puso la mano en su espalda, asustado ante la perspectiva de que se le escurriese de las manos y la niña comenzó a chillar y patalear.

 

John se levantó con rapidez y le cogió a la niña, que se agarró como un mono a su madre y colocó su cabeza en su hombro, suspirando aliviada.

 

Los ojos de John por fin se encontraron con los de Sherlock. Había mucho que decir, ¿pero cómo hacerlo ahora? ¿cómo dar vida a las palabras ya enterradas, a los corazones heridos? Se necesitaba algo más que valor.

 

- ¿Me odias? - preguntó John finalmente y no dejó que las lágrimas empañasen la firmeza de su determinación.

 

- Mentiría, John, si dijese que no te he odiado. ¿Cómo no iba a odiarte? Pensaba abandonarlo todo. Pero, algo me lo impidió.

 

Sherlock se acercó mucho más a John hasta que sus cuerpos casi rozaron y él abrazó con más fuerza a su hija, intentando controlar sus emociones.

 

- Tú, John. Creo en ti, más de lo que he creído nunca en ningún ser humano, incluso en mi mismo. Antes de que mi mente encontrase la respuesta, algo dentro de mí ya sabía que John Watson era la clase de persona capaz de hacer cualquier cosa por amor.

 

Una risa teñida de cierta vergüenza pero sincera escapó de los labios de John tras decir aquello y Sherlock también rió, pues había soñado largo tiempo con volver a ver ese gesto en el rostro más hermoso que jamás había conocido, y se agachó, rodeando su rostro con sus manos y lo besó. Demandaban pasión y manaban miel, bebiendo de la fuente tanto tiempo anhelada hasta quedarse sin aliento.

 

- Feliz cumpleaños, querido Watson.

 

Notas finales:

¡BOOM!

 A partir de ahora los capítulos no seguirán un orden cronológico como hasta ahora. Si alguien se pierde que no dude en preguntar. Estoy encanta de responder a todos vuestros comentarios <3


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