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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos!

 

Sé que el anterior capítulo causó mucho desconcierto y posiblemente tengais muchas dudas sobre lo que ocurrió, pero tan solo teneis que seguir leyendo para averiguarlo.

 

¡Muchas gracias por leer!

 


Enfadado tal vez es un adjetivo demasiado banal para describir lo que Watson sentía en esos momentos. La falta de sensibilidad de Sherlock hacia un problema tan delicado era realmente digna de lástima, pero para John solo era un motivo más de rabia.


 


Sherlock siempre conseguía lo que se proponía gracias a que mantenía aparentemente la cabeza fría y sin embargo aún no la había encontrado. La impotencia estaba consumiendo a Watson, ¿y qué era lo que podía hacer él? Pues justo lo que estaba haciendo en ese momento. Beber en un ridículo bar con su absurdo bigote postizo puesto.


 


Apuró el trago de whisky con soda con gran presteza y pidió otro. Cuando lo tuvo en sus manos miró el contenido ambarino con el ceño fruncido.


 


- Señor, es la hora de cerrar.


 


La voz del camarero lo sacó de su ensoñación y le obligó beberse la copa de un trago para a levantarse y volver a su casa, enfrentándose a la triste realidad de que estaba borracho y seguía siendo un completo inútil.


 


Al llegar a su calle no se sorprendió al ver a una mujer cerca del portal, mirando hacia el otro lado de la calle como buscando algo, esperando. Era común encontrarse clientes de todo tipo a cualquier hora del día o la noche que acudían a Baker Street. Bastaría unas palabras para espantarla, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca para que ella oyera sus pasos, se giró y John se quedó mirándola muy sorprendido.


 


La mujer corrió hasta él y le dio un fuerte abrazo que lo hizo tambalearse y Watson tardó unos segundos en reaccionar y corresponder al abrazo, pero cuando lo hizo su sonrisa fue sin duda sincera.


 


- ¡Dios mío, señorita Morstan! ¡Dichosos los ojos! Pensé que se habías trasladado a Irlanda. ¿Qué haces aquí?


 


- He venido en cuanto me he enterado de lo ocurrido. Perdóname, me hubiese gustado venir antes. - dijo con gran familiaridad y con una sonrisa triste que invitaba a que John la imitara.


 


- Ma-mary, que hayas venido hasta aquí solo para darme el pésame...


 


- Por favor, sabes que no he venido para eso. Quiero saber qué es lo que ha ocurrido. Llevo esperándote horas. ¡Cielos! ¿Dónde has estado? - John suspiró y se apartó, pero ella le agarró de las solapas de la chaqueta y acercó la nariz a su boca. - Hueles a destilería, ¿has estado nadando en whisky o solo empapaste el bigote antes de ponértelo?


 


- Tal vez las dos cosas.


 


- Así que no querías volver a casa.


 


John la miró taciturno, con el ceño fruncido, pero Mary no se dejó achicar, frunció el ceño de igual modo y le cogió de la mano, tirando de él.


 


- Vamos a mi hotel. Creo que necesitas desahogarte.


 


- Pero, Mary... - exclamó algo escandalizado. ¿Qué iba a pensar la gente si una señorita soltera invitaba a un hombre en mitad de la noche a su habitación?


 


- No es una sugerencia. - se apresuró a contestar, adivinando sus pensamientos y dándole a entender que le importaba menos que nada lo que la gente pensase de ella.


 


Y así lo metió en el carruaje sin que le diese tiempo a protestar, aunque hacerlo no habría sido una opción.


 


Desde el primer momento en el que John Watson conoció a Mary Morstan sintió una conexión con ella que solo se podía comparar a la que había sentido hacia tres años atrás con cierto detective famoso.


 


Como bien había observado Watson: "su rostro no tenía facciones regulares ni una complexión hermosa, pero su expresión era dulce y amistosa, y sus grandes ojos verdes resultaban particularmente espirituales y atractivos". Aquella descripción obviaba sin embargo otros rasgos de Mary que llamaron la atención de John, como su pelo corto, tan alejado de la moda y tan poco femenino, y su color rubio intenso, que no pasaba desapercibido aunque solía cubrirlo con tocados, desde sombreros hasta turbantes.


 


La había conocido como clienta por un caso en extremo curioso y pintoresco y lejos de ser una mera espectadora participó activamente en la resolución del misterio. Se había mostrado desde un primer momento fuerte y decidida, totalmente alejada de la pasividad victimista que parecían mantener la mayoría de mujeres que Watson había conocido.


 


Durante esa "aventura" conversaron durante largo tiempo y descubrieron el uno en el otro un alma afín. La señorita Morstan tenía un humor ácido que contrastaba maravillosamente con su preciosa sonrisa y lejos de sentirse intimidada por el fuerte carácter de John lo manejaba con soltura y cariño.


 


Habían seguido manteniendo el contacto incluso cuando ella se había marchado a Irlanda mediante cartas y John siempre la tenía presente en sus pensamientos y no se atrevía buscar la razón de ello, pero incluso inundado por la tristeza por su hija la alegría de volver a ver a Mary se hacía notar en su ánimo.


 


Una vez en el hotel, le contó absolutamente todo, sin obviar ningún tipo de detalle, sobre lo que le había ocurrido a él y con respecto al secuestro de su hija. Al hablarle sobre ello mantuvo la mirada a ratos agachada y avergonzada por la confesión de que era un omega, pero Mary tan solo le sonreía, dándole confianza, y le invitaba a seguir.


 


Era extraño, nunca le había gustado su condición de omega pero en esos momentos le resultaba mucho más vergonzosa. Quería ser un hombre normal, ni siquiera necesitaba ser un alfa como Sherlock, solo un beta frente a Mary. No tenía sentido, pero era así.


 


- Solo quiero recuperar a Ella, es lo único que me importa, pero no sé qué hacer. ¡Ni siquiera Sherlock sabe qué hacer!


 


Mary suspiró apesadumbrada, cerró los ojos, como meditando las palabras que iba a decir, y luego cogió de la mano a John. Él sintió un cosquilleo seguido de una oleada de tranquilidad. Era como aquella vez en mitad del caso del Signo de los cuatro, el caso de Mary, en la que sus manos se habían buscado y encontrado con tal naturalidad que parecía que estaban hechas para encajar, mientras Sherlock había estado tan absorto en el misterio que no se había dado cuenta ni de la inquietud de ambos ni del consuelo a su miedo en el inocente e infantil roce.


 


- John, si estás dispuesto a hacer lo que sea, y sé que lo estás, debes dar el siguiente paso. Tienes que ir a la prisión.


 


Watson reprimió una exclamación y su mano tembló. ¿Estaba asustado? No, era más bien la adrenalina que empezaba a correrle por las venas. Su alma de soldado le decía que estaba listo para un sacrificio. Se había estado reprimiendo desde hacía mucho tiempo, esperando que Sherlock diese el paso, pero Mary tenía razón, ya era suficiente. No podía seguir llorando diciendo que lo había intentado todo cuando la realidad era que aún tenía una posibilidad que no había explorado.


 


Se levantó y se despidió de Mary antes de marchar presto hacia la prisión. Ignoraba si el inspector Lestrade le concedería permiso para hablar con Lawrence Moore a solas, pero de no ser así estaba resuelto a hacerlo de todos modos.


 


No hizo falta usar la violencia. Lestrade se mostró tremendamente comprensivo incluso cuando Watson no le dijo los motivos que le llevaban a hacer una petición de ese tipo. Tal vez el inspector se sentía de algún modo responsable también de supuesta muerte de Ella, ella era William para él, el niño a cuyo funeral había asistido. Fuesen cuales fuesen sus razones, a John no podían importarle menos. Ahora solo existía esa sala de interrogatorios y quien había dentro. Solo él y Lawrence, cara a cara de nuevo, sentados uno frente al otro con una mesa separándolos.


 


- "My Mother said, I never should


Play with the gypsies in the wood.


If I did, she would say;


'Naughty girl to disobey!


Your hair shan't curl and your shoes shan't shine,


You gypsy girl, you shan't be mine!


And my father said that if I did,


He'd rap my head with the teapot lid.


My mother said that I never should


Play with the gypsies in the wood.


The wood was dark, the grass was green;


By came Sally with a tambourine.


I went to sea - no ship to get across;


I paid ten shillings for a blind white horse.


I upped on his back and was off in a crack,


Sally tell my mother I shall never come back."


 


Lawrence cantaba, lo ponía a prueba, lo provocaba intentando que estallase, pero John aguantó estoicamente a que terminase con los brazos cruzados y el rostro serio.


 


- Veo que has vuelto a ponerte ese bigote postizo. ¿Lo haces para verte más intimidante?


 


John no respondió, se echó hacia delante tanto como pudo, atrevesándolo con su mirada.


 


- ¿Dónde está mi hija?


 


Lawrence negó con la cabeza con gesto teatral lleno de desaprobación y decepción.


 


- Ya te lo he dicho. Está con los gitanos. Es una niña muy, muy traviesa.


 


- ¿Estás disfrutando de esto, no es cierto? - susurró Watson y respiró profundamente intentando controlar sus emociones. - Pero aún puedes disfrutar más, por eso ella sigue con vida. Dime que es lo que quieres y te lo daré a cambio de mi hija.


 


- ¿Tan fácil, John? - sonrió divertido.


 


- Sí. Desde el primer instante en el que conocí su existencia supe que estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por mi hija. Matar está bien, ya lo he hecho antes. Iría a las mismas puertas del infierno y ardería en él si eso es lo que ella necesita.


 


- ¿Cualquier cosa?


 


- Cualquiera. - dijo con tal frialdad que parecía carecer de sentimientos y Lawrence tembló. Así que ese era el poder de John, su fuerza. Una vez que tomaba una determinación no había Dios ni hombre que pudieran detenerlo, sin miedo al sacrificio ni a la condena eterna.


 


- Te creo, John. Quieres a tu hija de vuelta y yo no te deseo ningún mal, de veras que no.


 


- Pues pídemelo y devuélveme a mi hija.


 


La sonrisa de Lawrence se agrandó. Realmente estaba gozando de la compañía de John.


 


- ¿Sabes? La primera vez que te vi pensé: "¿qué ha visto Sherlock Holmes en un omega tan viejo y feo?". Pero ahora lo veo claro. Serías capaz de hacer temblar una montaña incluso con esa minúscula estatura que tienes.


 


John apenas podía controlar los espasmos de rabia que recorrían su cuerpo. Sus músculos se tensaban, preparándose, y su mandíbula adquirió un doloroso rictus, pero la imagen de su pequeño bebé en sus brazos le dio fuerzas para detenerse.


 


- Al diablo con Sherlock Holmes. Mi hija, quiero a mi hija de vuelta.


 


El hombre se mostró complacido por su respuesta. Estaba justo donde él quería y solo faltaba decir las palabras.


 


- Destruye a Sherlock Holmes.


 


- ¿Destruirlo? - su rostro, antes decidido, se mostró demasiado expresivo a pesar de sus esfuerzos por permanecer impasible. - ¿Quieres que lo mate?


 


- No, John, por favor. Eso es demasiado fácil, quiero que lo quiebres, que lo destroces hasta que no quede de él nada más que una carcasa vacía.


 


- Nadie puede hacer algo así.


 


- ¡Vamos, John! Eres más inteligente que eso. No me des una frase que podría salir en una de tus novelas baratas. Todos los humanos tienen una debilidad que puede romperles y tú eres su talón de Aquiles. Al principio pensé que sería su propio hija, pero no, eres tú, John. Mi más sincera enhorabuena.


 


- ¿Entonces por qué no me has matado? ¿Acaso quieres que me suicide yo mismo?


 


- ¡No! Eso te convertiría en un mártir a los ojos de Sherlock, le dolería, pero no lo destrozaría. No, tienes que seguir viviendo, tienes que volverlo loco y entonces dejarlo caer. Confío en que sabrás hacerlo.


 


Sus palabras resonaron como tambores de guerra dentro de la mente de Watson, confundiendo sus pensamientos, haciéndolo estremecerse ante los sentimientos que brotaban y se derramaban como un torrente de lava. Matar era demasiado fácil en comparación a lo que le estaba ordenando. Un segundo bastaba para apretar el gatillo, ni siquiera daba lugar a que la víctima sintiese dolor, ¿pero en qué estaba pensando? Realmente se había planteado matar a Sherlock por el bien su hija, ¿qué clase de monstruo era? John Watson estaba terriblemente asustado de la oscuridad que había en él, pero en el fondo de su corazón seguía la duda de si hubiese sido realmente capaz de hacer realidad lo que su imaginación había obrado. Pero esa hipotética situación quedó atrás.


 


"Destruye a Sherlock Holmes", esas habían sido sus palabras y hacerlo, si es que era posible, requería forzar los límites de la moral de John e ir más allá incluso. Debía crear algo que él mismo pudiese creerse, porque si actuaba y Sherlock lo notaba todo habría sido en vano y Ella moriría o algo incluso peor.


 


Ya nada importaba. Él mismo lo había dicho, ardería en el infierno si era necesario.


 


- Lo haré... Pero como le haya pasado algo a mi hija o si te has atrevido a tocar una sola parte de su precioso cuerpo, quemaré la prisión de Londres contigo dentro y sacaré tu cuerpo antes de que las llamas acaben con él y ofreceré tu carne chamuscada a los cuervos de Hyde Park mientras tu corazón aún late. ¿Queda claro?


 


- Cristalino. Compláceme con tu mejor actuación, doctor Watson, te estaré vigilando. Tienes una semana. Al término del séptimo día ve al puerto de Tilbury, allí la encontrarás. Te daría la mano para sellar el trato pero así son las cosas. - dijo encogiéndose de hombros, puesto que tenía las muñecas esposadas a su espalda.


 


John salió de la prisión aguantando estoicamente pero cuando estuvo finalmente en las calles, se escondió en un callejón y dejó de contener las arcadas para vomitar y golpeó la pared lleno de rabia mientras lloraba.


 


Si ya se sentía de ese modo antes de comenzar no sabía cómo iba a poder soportar dañar a Sherlock, pero se dijo que todo estaba bien. Con la manga de la chaqueta se limpió los ojos y la boca, respirando profundamente.


 


- Recuerda Afganistán. Un soldado siempre es un soldado.


 


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