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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Su palacio mental se había vuelto una cámara de tortura. Todo lo que le concedía paz se había ido y cada vez que corría hacia un lado y abría una puerta estaba uno de sus recuerdos con John. Había vivido solo tres años con él, ¿cómo era posible que solo quedasen esos fragmentos? Había sido intenso, sin duda, pero Sherlock había conocido la felicidad mucho antes de que el doctor Watson apareciese en su vida. ¿O tal vez no?

 

No. No había ninguna felicidad comparable a la que proporciona el primer y único amor, una felicidad tan intensa que a veces asusta y resulta incluso dolorosa, del mismo modo que no había dolor en el mundo entero mayor que el abandono del ser amado, la traición y la soledad.

 

Las drogas, esas mismas que él tomaba, habían estado a punto de acabar con la vida de John. Era su jeringuilla la que había usado para pincharse y ahora Sherlock no se atrevía siquiera a tocarla. La cocaína se sumaba a todas las cosas que le recordaban a John, pero no al doctor Watson que había conocido sino al que había visto en aquella última semana antes de que dejase Baker Street. ¿A dónde habría ido? Era una pregunta fácil de responder.

 

Si dejase Inglaterra, y sin duda lo haría si quería dejarle atrás, marcharía a los Estados Unidos. Los conocimientos de idiomas de John eran más bien escasos y desde luego, tras una infancia pésima allí, no querría volver por nada del mundo a Australia. En Nueva York Watson tenía algún colega que podría ayudarle a instalarse y aunque no mucho más Sherlock sabía que aquello era más de lo que conseguiría en cualquier otro lugar del extranjero. Sin embargo, veía improbable que hubiese emprendido un viaje tan largo cuando su estado de salud seguía siendo delicado. Seguramente hubiese decidido marcharse a Irlanda, ya que allí vivía la señorita Morstan, con quien siempre había mantenido el contacto. ¿Pero qué demonios importaba?

 

"¡JOHN WATSON! ¡JOHN WATSON!" gritaba su mente y daba igual cuantos disparos lanzara y hacia donde lo hiciera, ese nombre seguía resonando con mayor fuerza. Llorar era inútil, una pérdida de tiempo, pero lloró, incluso cuando sentía que ya no quedaban lágrimas, manaron secándolo por dentro.

 

Cogió su precioso Stradivarius, destrozado. Ni siquiera la música sería un consuelo para él.

 

- ¡Mierda! ¡Amaba este maldito instrumento! ¡Y aún así, John! ¡AÚN ASÍ TE HUBIERA PERDONADO!

 

Se dejó caer de rodillas en el suelo y sus sollozos le provocaban espasmos y se sentía mareado, como colocado por una fuerte droga. Lanzó el violín lejos y miró sus manos temblorosas, esas manos de un artista, esas manos que sin embargo había manchado en incontables ocasiones, esos divinos atributos con los que había tocado un día a John, ahora solo eran dos apéndices inútiles.

 

Finalmente palpó el suelo con la frente, al principio con suavidad, pero después se golpeó una y otra vez contra el parqué hasta que la sangre brotó.

 

El dolor, el dolor era lo único que distraía su mente, lo único que callaba el corazón, el dolor físico y egoísta, el instinto de supervivencia clamando ser escuchado.

 

Tres días era el tiempo que normalmente un ser humano podía aguantar sin beber nada. Sherlock había rozado ese límite solo una vez como prueba de sus propias capacidades, pero al segundo día había desistido extenuado. Ahora le daba igual. Podía tan solo quedarse tumbado en el suelo como estaba y dejar que su cuerpo colapsara.

 

Debió hacerlo en algún momento, pero la señora Hudson se las ingenió para hacerle tragar agua y después té con mucha azúcar y Sherlock abrió los ojos asqueado con ese regusto dulzón llenando todo su paladar. Estaba boca arriba y miraba al techo mientras fruncía el ceño. Demasiado blanco, era molesto.

 

- Oh, Sherlock. Menos mal que has abierto los ojos. No sabía qué hacer si te morías en mitad del salón.

 

- ¿No pensó simplemente en llamar a alguien de la morgue?

 

- ¡Santo cielo! ¡No digas eso o te atizaré tan fuerte que te dejaré estúpido!

 

Sherlock se rió y era una risa sincera, tanto que le saltaron las lágrimas. Realmente se había vuelto loco si es que ya no estaba loco de antes.

 

- Me gustaría ver cómo hace eso, señora Hudson.

 

Martha suspiró, aún sentada en el suelo a su lado y levantó un cuenco que llevaba en la mano.

 

- Te he preparado unas gachas, si no tienes fuerzas puedo dártelas yo.

 

No hubo respuesta, de modo que se preparó para forzarlo si era necesario cuando Sherlock volvió a hablar.

 

- John se ha ido.

 

- Lo sé, pero el doctor Watson siempre vuelve.

 

- No, esta vez no. Ha ido demasiado lejos. Ya no hay marcha atrás. O tal vez soy yo el que ha ido demasiado lejos. Llevo toda una vida burlándome de la presunción del compañero predestinado, de la vulgaridad y falta de control de los alfas y omegas y aun así me deje llevar por la pasión enfermiza que ciega a los débiles, por el calor jamás conocido de un amante y el embriagador olor de sus hormonas. ¡Cómo una animal, señora Hudson! ¡Lo poseí, mi cuerpo actuó por impulso y cree un nudo! ¡Nos condené a ambos!

 

- Tú no forzaste a John, Sherlock.

 

- Él es débil. Era yo él que tenía que haberse resistido.

 

- ¿Débil? ¿John Watson? - expresó sorprendido la señora Hudson. - Creo que no estás pensando con claridad. John no se echó en tus brazos porque no pudiera controlar su instinto de omega, lo hizo porque quería tenerte.

 

Holmes se incorporó hecho una furia, ignorando el mareo que sintió, gritando como un desquiciado.

 

- ¡ASÍ QUE ES ESO! ¡JOHN WATSON ESTABA JUGANDO CONMIGO DESDE...!

 

De repente se quedó quieto, petrificado, y la señora Hudson temió que le hubiese dado de repente un ataque al corazón y se hubiese muerto en un instante, por ello se asustó y chilló cuando Sherlock se levantó de un salto.

 

- Necesito fijador, mi abrigo y mi sombrero. - dijo resultó e iba a ponerse a caminar cuando cayó redondo al suelo sin fuerzas y la señora Hudson suspiró. Ya había vivido esa historia antes.

 

- ¿Gachas?

 

- Y café, pero por lo que más quiera, ¡no más té con azúcar!

 

La capacidad de Sherlock para reponerse después de estar casi a punto de morir de deshidratación era altamente sorprendente. Casi tanto como su brusco cambio de humor. Al día siguiente estaba como una rosa: duchado, afeitado, bien vestido y mejor desayunado. Era todo tan irreal que hubiera sorprendido a cualquier persona normal, pero no a la señora Hudson, quien conocía muy bien a Sherlock Holmes.

 

- ¿Cuántos días han pasado?

 

- Es 13 de agosto, querido.

 

- ¡Vaya, parece que he batido mi propio record! Me apuntaré que puedo sobrevivir casi cuatro días sin beber nada. - dijo mientras se colocaba el sombrero y después le dio un beso en la mejilla a la señora Hudson. - No toque nada mientras no estoy en casa.

 

- ¿Pruebas?

 

Sherlock sonrió y le guiñó el ojo como única respuesta antes de salir a la calle.

 

Una corazonado era lo único que tenía pero no necesitaba nada más. Era combustible más que suficiente para mover su alto y espigado cuerpo donde fuera. Daba gracias de que la prensa hubiera perdido cierto interés en él tras cubrir la noticia de su supuesto hijo y haberse esparcido el rumor de que estaba de luto y por ello había dejado las investigaciones, porque a duras penas conseguía mantener un rostro impasible.

 

Estaba nervioso, terriblemente excitado por la perspectiva de lo que iba a hacer a continuación. Había sido muy cobarde pero había llegado ya el momento de enfrentarse a Lawrence, y debía hacerlo con el rostro más neutro que pudiera ofrecerle.

 

Colarse en la prisión de Londres era una tarea sencilla. Estaba más que acostumbrado: una pizca de manipulación, algo de persuasión y otro tanto de actuación y por arte de magia estaba ya delante de la celda de Lawrence.

 

- Celda especial, veo que ser omega tienes sus ventajas - dijo a modo de saludo Sherlock, cargado de acidez.

 

- Eso deberías decírselo a John. Sin duda ha conseguido muchas cosas. Con solo entrar en celo una vez ya te tenía agarrado por los huevos con un bebé. Te estás haciendo viejo. - respondió Lawrence con una sonrisa, levantándose del camastro y acercándose a los barrotes que lo separaban de Holmes. A pesar de la suciedad, resultaba increíble como su rostro no perdía un ápice de su encanto. La mayor arma de una víbora sin dientes, pensó Sherlock.

 

- Creo que no conoces al doctor Watson. Jamás se aprovecharía de su condición de omega. La aborrece casi tanto como aborrezco yo los instintos animales de los supuesto sexo superior.

 

Lawrence se echó a reír con cinismo.

 

- ¿Y entonces por qué tuvo al bebé? Un soldado y además médico no debería temer a algo como un aborto. Un pequeño desgarro y todo fuera.

 

- Parece que entiendes mucho de eso, pero no podría importarme menos sobre lo que entiendes o no. Dices que eres un experto de los sentimientos pero en realidad no sabes nada de John ni de mi. Eres deprimente, de la clase más aburrida de asesinos. Crimen pasional.

 

- Te ha gustado desde siempre el dramatismo. No soy un asesino.

 

- No voy a entrar en vicisitudes sobre el término "asesino", pero el empleo de drogas, la sugestión y la manipulación pueden ser consideradas armas homicidas. Existe dolo, sin duda, a juzgar por tu amplia sonrisa y tu falta de escrúpulos. Pero eso no me molesta. Lo que me enfurece no es que seas un asesino aburrido, sino que seas un ladrón.

 

- Mm, me encanta esa palabra. Hay algo de romántico, ¿no crees? En llevarte algo que pertenece a alguien. Si sabes escoger el objeto adecuado te llevas una parte de su alma también. ¿No es eso lo que intentaste hacer con ese niño muerto cuando lo mandaste fotografiar? - se le escapó una risa divertida, viendo como el rostro de Sherlock se descomponía. - Fue tan gracioso, la cara que pusiste cuando John casi te mata.

 

- Tú no estabas allí.

 

- Oh, pero tengo ojos por toda la ciudad. ¿Crees que eres el único con una red de pordioseros? Oh, sí, por supuesto que sé lo de los niños huérfanos, no te hagas el sorprendido. Los suburbios son mi reino.

 

- Pues que jodan al rey. - paladeó cada una de las palabras mientras acercaba su rostro intimidante a los barrotes, hasta que su aliento golpeó el rostro de Lawrence.

 

Él se chupó uno de los dedos y después lo acercó a los labios de Sherlock, delineando su forma de corazón con la yema húmeda.

 

- ¿Sabes? Al principio no estaba convencido con la idea de secuestrar al bebé, pero ahora me doy cuenta de que es brillante. ¿Qué estarías dispuesto a hacer para que te devolviese a tu hija?

 

- Lo que yo quiero de vuelta no está en tu poder. Quiero a mi querido compañero.

 

- Pero ya no está, Sherlock. Se ha ido. Creía que eras una persona fría, ¿pero qué es esto? Estás a punto de llorar. - dijo con tono lastimero mientras su dedo pasaba de su boca a la comisura de su ojo izquierdo.

 

- "Amigos míos; acabad lo que yo he empezado. Máteme aquel de vosotros que más me quiera."

 

- Veo que aún recuerdas esa línea. La última obra que hicimos juntos.

 

- Así que es eso. Yo soy tu Marco Antonio. Me has quitado a mi hija, me has quitado a John. Y ahora estás esperando a que la función acabe con el trágico y honorable final. Watson era Cleopatra, pero parece que ha habido un cambio de actor y es ahora mismo a la seductora de Egipto a la que miro a los ojos. De Augusto a Cleopatra, ¡qué sorprendente giro de los acontecimientos!

 

Sherlock sacó un frasco del bolsillo de su abrigo y lo levantó como brindando antes de dar un trago la mitad del contenido. Después estiró el brazo en el que no agarraba el frasco y lo rodeó por el cuello, acercándole hasta que sus labios se juntaron aprovechando el hueco de los barrotes y se besaron violentamente. Al finalidad, Sherlock le pasó el frasco.

 

- Ahora es el turno de Cleopatra.

 

Y Lawrence sonrió al borde de las lágrimas y bebió.

 

 

Notas finales:

El próximo capítulo será el último de "Los ópalos de Baker Street". 

 

Os agradezco mucho a todos los que me habéis acompañado hasta aquí. Estoy preparando una sorpresa para todos vosotros <3


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