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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos!

 

Estoy saltando de alegria por el apoyo que ha recibido hasta ahora la historia. Muchas gracias a todos los que habeis comentado hasta ahora (y a los que comentais a partir de ahora también).

 

Y ahora, sin más dilación, el capítulo 3.

Las ojos de Sherlock chocaron con los de John, y no podía decirse quién estaba más sorprendido de los dos. Como dos estatuas marmóreas se quedaron en cómicas posturas, Watson con el picaporte de la puerta aun en la mano y Holmes agarrado al pasamanos de la escalera con el pie preparado para dar otro paso para bajar.

 

Cuando la señora Hudson salió de su casa llamada por el grito de Sherlock, se los encontró en esa posición y dejó escapar una risa alegre y divertida, al ver la cara de pavor con la que se miraban el uno al otro.

 

- ¡Por fin se reúne la feliz pareja! Sin duda debemos celebrar el embarazo. ¿Qué tal si preparo un poco de...? - pero antes de que terminara la frase la voz de Watson salió de sus labios cortante y autoritario.

 

- Señora Hudson, déjenos a solas.

 

Y la señora Hudson se metió rápidamente de nuevo en su casa, presintiendo que iba a estallar una tormenta en su portal y que debía acatar la orden si no quería verse envuelta también en aquella vorágine.

 

- Sherlock, a casa. - dijo del mismo modo Watson y el aludido retrocedió tan rápido como pudo y casi tropezó al subir la escalera. Estaba tenso pensando en lo que iba a pasar y se preparó cuando oyó la puerta detrás de sí cerrándose para una enorme discusión. Pero cuando se giró para mirar a John se sorprendió de verlo avergonzado, con la mirada fija en el suelo.

 

- No es que quisiera ocultártelo. Hace tan solo un día que sabía que estaba preñado, pero que te hayas enterado por el periódico...- su voz sonaba apesadumbrada y se pasó el dorso de la mano por la frente, que le sudaba de lo nervioso que estaba.

 

- No te preocupes, John, ya lo sabía.

 

Watson alzó la mirada con los ojos muy abiertos y la cara desencajada por la sorpresa.

 

- ¿Lo sabías?

 

- ¡Pues claro que lo sabía! ¿Por quién me tomas? Cambios de humor repentinos, cansancio, hinchazón en el estómago y los pezones...Si hasta dejaste de tomar té. ¡Hasta un tonto se habría dado cuenta!

 

- ¡Esto es el colmo! ¡¿Cómo pudiste saberlo antes que yo?! ¡Yo soy el doctor, y es mi cuerpo y...! - gritó histérico y Sherlock lo agarró de los hombros con algo más de brusquedad de la que hubiera querido, a causa de sus propios nervios.

 

- ¡Tranquilízate de una vez, John! ¡No pasa nada! Es normal, estabas tan preocupado con nuestros problemas que no te diste cuenta.

 

Sus palabras parecieron hacer un efecto mágico en su pareja, quién reaccionó y comenzó a respirar profundamente, tratando de relajarse. Mirar a los ojos de Sherlock y ver tan solo preocupación, sin ningún tipo de reproche como él había esperado, le reconfortó. Pero por su cara de espanto también podía ver el pavor que sentía, que era también reflejo del suyo propio. Ambos se dejaron caer en sus respectivos sillones, uno frente al otro y durante un buen rato no supieron qué más decirse. Fue Sherlock quien finalmente rompió el silencio.

 

- ¿Sabes quién ha sido el que le ha dado la exclusiva a los periodistas?

 

- ¿De verdad crees que eso importa ahora? No cambiará el hecho de que todo el maldito país lo sabe. - resopló con violencia Watson y tras decir aquello miró al techo, como intentando distanciarse de la situación y luego se mordió el labio y volvió a mirar a Holmes, que seguía estático en la misma postura.

 

- Tienes razón, John. Buen punto. No podemos hacer nada si ya lo sabe todo el mundo, solo tener cuidado. Tengo muchos enemigos.

 

John suspiró y pasó la mano por la cabeza acariciándose el cabello. No iba a decir que jamás se le había pasado por la cabeza ser padre o incluso quedarse embarazado, aunque esta fue una idea que duró tan solo unos pocos años después de su primer celo, que había sido el único antes del que sufrió por Sherlock hacía unas once semanas. Pero de todas las personas que podría haber elegido y de todas las situaciones en la que podía haber estado la razón le decía que esta era la peor, y sin embargo, mirando el rostro de Sherlock era totalmente consciente de que no podía haber sido con ninguna otra persona que con él. Una sonrisa enamorada escapó de sus labios e hizo enrojecer a Holmes.

 

Watson volvió a adoptar entonces una actitud como si nada hubiera pasado y ambos se acabaran de levantar preparados para un nuevo día lleno de intrigas que resolver, intrigas que hacían vibrar el corazón aventurero de John y avivaban el interés de Sherlock por el mundo terrenal.

 

Holmes le contó todo lo que sabía relacionado con la muerte de Margaret O'Brien y la curiosidad de Watson no tardó en despertarse. Ambas mentes unidas pensando de nuevo en un nuevo crimen que resolver, no había nada que pudiera hacerles olvidar sus propios problemas más que eso.

 

- ¿Existe alguna conexión entre la señorita O'Brien y la otra víctima, cómo se llamaba?

 

- Frederick Willson. Y no existe ninguna conexión aparente a parte de que ambos vivían en Londres antes de su muerte. El señor Willson había venido hace unos meses de América, donde había vuelto más pobre que las ratas después de una infructífera búsqueda de fortuna en el otro continente y la señorita O'Brien era la famosa hija del ministro O'Brien viviendo la vida de toda chica noble de su edad. No hay indicios de que se conocieran, y si lo hicieron no debió de ser en circunstancias normales.

 

- ¿Entonces qué? ¿Qué hacemos?

 

- Hay otra cosa más que comparten las dos víctimas. El lugar aproximado donde murieron. Willson parece que murió ahogado y la señorito O'Brien presenta varias magulladuras, pero la causa final de la muerte es por ahogamiento también. Me inclino a pensar que es un asesinato. Alguien debió arrojarlos por esa zona y la diferencia de distancia entre un cadáver y otro se debió solo a la corriente del agua. Si se trata de un asesino podemos esperar que un asesinato similar se cometa próximamente en el mismo punto.

 

- ¿Dices que solo esperemos a que alguien más muera para obtener más información? - frunció el ceño Watson mientras sus ojos no paraban de seguir los pasos incansables de Holmes, que desgastaba la suela de sus zapatos en su ir y venir reflexivo.

 

Sherlock detuvo sus pasos un instante y luego se dió la vuelta y se marchó a la habitación, dejando a John gritando su nombre para llamar su atención, extrañado y perplejo. Este se levantó del sofá negando con la cabeza mientras soltaba un suspiro y lo siguió. Holmes se estaba poniendo rápidamente su traje y acto seguido comenzó a arreglar su rebelde cabello rizado con crema fijadora, para que quedase perfectamente liso y echado hacia atrás.

 

- ¿Sherlock? - le preguntó extrañado. - ¿Qué vas a hacer?

 

Él lo miró a través del espejo del tocador mientras se colocaba bien las solapas de la chaqueta. Después se aproximó al armario que tenía al lado de la cama y sacó de él una pala metálica.

 

- Es bastante obvio, John.

 

- No es tan obvio para mi. - dijo sorprendido. Ya no le fascinaba que Sherlock guardase un sin fin de cosas extrañas en su armario, pero no podía siquiera imaginar qué tenía intención de hacer con aquella pala.

 

- Cometí un error, pero asumo las consecuencias. Ahora voy a examinar ese cadáver como es debido.

 

Watson abrió mucho los ojos, con el gesto casi desencajado de la sorpresa.

 

- ¿Pero has perdido la cabeza? ¿Vas a desenterrar el cadáver del señor Willson? ¡No puedes hacer eso! Además, el proceso de descomposición debe haber empezado ya, el estado del cuerpo no será el mismo.

 

- Me arriesgaré. Si hay una sola pista que quede en él que no haya percibido antes te aseguro que esta vez no se me escapará.

 

- ¡Esta bien! ¡esta bien! Entonces esperemos hasta que anochezca.

 

- ¿Esperemos? ¿Vas a venir? ¿Tú?- Se quedó petrificado Sherlock, mirándole con un rostro tan incrédulo que Watson sintió al instante que la ira lo invadía.

 

- ¡Sí, yo! ¿No te acompaño siempre?

 

- Pero el bebé... - intentó decir Sherlock hasta que un fuerte y autoritario grito de Watson lo cortó.

 

- ¡Estoy preñado, no inválido! ¡Vamos a ir juntos, como siempre!

 

Y no hubo valor en Holmes ni lo hubiera habido en ningún otro ser de la tierra para negarle dicha orden a Watson.

 

Eran las nueve cuando salieron de Baker Street. Ya era noche profunda en un martes invernal en el que apenas se veía un alma por la calle y el frío helaba desde la punta de la nariz hasta los huesos, húmedo y pesado. Para colmo un ligero aguanieve, fino pero molesto, comenzó a caer, calándolos poco a poco la ropa. Sin duda era un noche asquerosa para ir al cementerio, aunque al menos había una luminosa luna llena. La idea, a medida que se acercaban, cada vez se le antojaba más absurda a Watson, pero Holmes parecía muy decidido, y si Holmes tenía una esperanza de encontrar algo, aunque fuese mínima, Watson confiaría y se aferraría a esa ínfima esperanza.

 

El cementerio no era un lugar que impresionase a ninguno de aquellos dos hombres más que por el desagradable olor de la putridez de los cuerpos, que parecía especialmente intenso aquella noche, mezclado con el que desprendía la tierra mojada.

 

Saltar la verja fue tarea fácil. Primero fue Sherlock, quien luego intentó ayudar a John, que se tomó aquello como una ofensa y ambos forcejearon como dos estúpidos, uno para intentar bajar al otro mientras que este discutía en susurros furiosos que podía bajar solo.

 

Cuando ya tuvieron ambos los dos pies en tierra se recolocaron la ropa, fingiendo dignidad y compostura, y Holmes recogió la pala del suelo, que había arrojado al otro lado de la valla para saltar él después libremente.

 

Tuvieron que andar un trecho hasta la tumba y para cuando Sherlock comenzó a cavar el aguacero ya había parado. La tierra estaba suave por el agua y no ofreció ningún tipo de resistencia, de modo que llegar hasta el ataúd y descubrir el cadáver fue una tarea de lo más sencilla.

 

Watson, que tenía el olfato ahora mucho más fino debido a su estado, tuvo que sacarse su pañuelo de tela del bolsillo y llevárselo a la nariz, y apartó durante un instante el rostro reprimiendo una arcada por el nauseabundo olor. Sherlock lo miró preocupado y dispuesto a socorrerlo, pero John alzó la mano indicándole que se detuviera, que estaba bien.

 

El proceso de descomposición ya había comenzado en el cuerpo y este tenía un aspecto muy desagradable que sin embargo no perturbó ni a Holmes y Watson.

 

Sherlock se enfundó unos guantes y observó el cadáver largo y tendido. Lo movió a su antojo, sin delicadeza alguna, registrando su ropa, mirando rastros de la piel que aún pudieran contener información, y todo lo que se le ocurría. Hasta que quedó satisfecho, se quitó los guantes y salió de la zanja que él mismo había creado con la ayuda de John.

 

- ¿De verdad esperabas encontrar algo? - preguntó John.

 

- No lo sé, tal vez.

 

Ambos se miraron y Sherlock se echó a reír de la cómica situación, contagiando enseguida a John con su risa. Ambos, llenos de barro, mojados y aun en ese ambiente tan poco apropiado se sentían felices, y John a los ojos de Sherlock, enmarcado por la luna, se veía radiante. Las arrugas de la risa adornaban toda su cara, pero eso no le restaba atractivo, al contrario, resaltaban sus facciones e iluminaban su rostro. Ya empezaba su vientre a estar ligeramente abultado y sus mejillas estaban rebosantes del color, así como su frondoso pelo lucía brillante.

 

- El embarazo te sienta bien.

 

Su voz fue apenas un susurro, pero hizo que Watson detuviese su risa con suavidad mientras Sherlock pasaba su mano por la mejilla de Watson. Él estaba tan apuesto aún manchado de barro, aún sudoroso por el esfuerzo. La lluvia había estropeado parte de su peinado y ahora rizos rebeldes escapaban en su frente y sus ojos azul cristalino le miraban con tal seriedad, con una pasión solo entregada hacia su persona, que el camino que separaba sus finos labios de los carnosos labios de Sherlock pareció de repente un abismo insufrible y John lo besó, y Sherlock arrojó la pala a un lado para poder rodearlo con los dos brazos y estrecharlo entre ellos con fuerza.

 

Un ruido llamó su atención y ambos se quedaron muy quietos, pegado el uno al otro. Sherlock le hizo una señal con los ojos y John negó con la cabeza, pero a Holmes no le importó y lo soltó lo más rápido que pudo y echó a correr en dirección a donde había oído el ruido, detrás de unos árboles cercanos. El observador huyó, y Sherlock comenzó a gritar que se detuviera.

 

John siguió a Sherlock de cerca hasta que este chocó contra la verja del cementerio. El acosador había logrado huir, pero cuando una luz les deslumbró el rostro se dieron cuenta de que ese era el menor de sus problemas. El vigilante del cementerio les había cogido infraganti.

 

Notas finales:

Prometí que traería la portada y lo prometido es deuda. Os dejo el link de la imagen y también el instagram de Aralaid, la artistaza que lo ha hecho.

 

Portada:

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