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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Lestrade los miraba desde el otro lado de la mesa, suspirando pesadamente. Sherlock y Watson estaban sentados, cubiertos de lodo. John cruzaba los brazos con rostro tenso y miraba de vez en cuando de reojo a Holmes, quién se estaba quitando el barro de la cara con un pañuelo.

 

- A veces me pregunto, caballeros, qué narices se les pasa por la cabeza al hacer lo que hacen. ¿Ahora son asaltadores de tumbas? Del señor Holmes me espero ya todo, ¿pero usted, doctor Watson, no se supone que está en estado?

 

John se mordió un segundo el labio intentando contener la ira que se empezaba a agolparse en su cabeza, pero sabía que era un intento vano y pronto comenzó a gritar con una voz firme.

 

- ¡Por última vez, no estoy inválido! ¡¿Por qué todo el mundo piensa que me he convertido en un inútil solo porque estoy preñado?!

 

- Mm, John...- intentó hablar Sherlock para tranquilizarlo.

 

-¡Cállate, Sherlock! - gritó aún más fuerte si cabe y no había forma que su orden no hiciese callar a su pareja del mismo modo que un niño que ha sido malo no es capaz de desoír la bronca de su madre.

 

El inspector se quedó durante unos momentos estupefacto, sin saber qué decir o cómo seguir con todo aquello. Después de todo, aunque hubiesen sido acusados de asaltar tumbas, cosa cierta e innegable, no podía tenerlos mucho tiempo retenidos. Siempre era sí, ellos caminaban en la cuerda de la ley y saltaban de un lugar a otro de ella a su antojo, a veces sin motivo aparente. Y Lestrade, quién confiaba plenamente en Holmes a pesar de no entenderlo, era la cabeza de turco que se llevaba todas las broncas de sus superiores y quien encubría todos los problemas que ellos causaban.

 

- Todos queremos irnos a casa - dijo finalmente Lestrade, esta vez con una voz cansada y conciliadora, en lugar del tono de reproche que había usado anteriormente. - Solo quiero saber qué hacían ahí y prodemos marcharos.

 

- Alguien me lleva siguiendo desde hace dos semanas. - dijo Sherlock. - Solo cree un ambiente propicio para poder atraparlo y lo habría hecho sin duda si ese estúpido guardián del cementerio no se hubiera interpuesto.

 

- Él dice que no había nadie más en el cementerio a parte de ustedes.

 

- ¡Oh, vamos! ¿Y vas a fiarse de la palabra de un tuerto, que además siente aversión hacia mi persona?

 

- Si no se dedicase a entrar de tanto en tanto en el cementerio para coger partes de cadáveres para sus experimentos tal vez el hombre le tendría en más alta estima.

 

La mirada sorprendida de Watson se clavó en el rostro de Holmes, quien no dijo nada al respecto, pues era cierto y no creía que fuera una acusación por la que debiera defenderse. Estudiar los distintos procesos de descomposición y otra serie de pruebas requería en ocasiones especímenes de estudio y eso era todo. John de repente se explicó muchas cosas, como de dónde sacaba los miembros amputados y las cabezas que a veces aparecían en casa como si setas hubiesen brotado alrededor de un árbol y también por qué Sherlock guardaba una pala en su armario.

 

Al final, después de dos horas de interrogatorio inútil, por fin Sherlock y John salieron de la comisaría con una dignidad impropia de la andrajosa apariencia que presentaban.

 

Nada más llegar a casa, Sherlock se metió en la bañera para quitarse toda la porquería, tumbándose en ella, con el cuerpo sumergido en el agua y sus largas piernas sobresaliendo por uno de los extremos, así como sus brazos colgando fuera de la bañera. Sherlock apoyó la cabeza para descansar y cerró los ojos. Necesitaba pensar. Su plan para descubrir al acosador había sido truncado y esa persona, un hombre, habría jurado por lo poco que había podido ver durante su persecución, fuese quien fuese, había escapado y seguía suelto y seguramente al acecho con algún propósito que Sherlock desconocía. Había descartado hacía mucho tiempo que se tratase de un periodista y la inquietud empezaba a creer dentro de él al sospechar que nada bueno debía tramar. Por otra parte estaban los dos asesinatos, porque de lo único que estaba seguro es que habían sido asesinatos, cuya relación aún no lograba hilar y ni siquiera tenía aún ningún sospechoso.

 

Unos inconfundibles pasos lo distrajeron y le hicieron abrir los ojos. John entró entonces al baño y sin decir nada comenzó a desnudarse. Era la primera vez en un mes, tal vez más, que Sherlock volvía a ver el cuerpo de Watson y los cambios que este había sufrido eran mucho más evidentes sin ropa. Vio cómo se sonrojaba cuando recorría con la mirada su pecho, abultado e hinchado y su incipiente vientre.

 

Sherlock se pegó a uno de los extremos de la bañera y separó las piernas para dejarle un hueco a John. El espacio era muy reducido, pero finalmente consiguió sentarse con la espalda apoyada sobre el pecho de Holmes y comenzó a sentir unos fuertes latidos que no supo si venían de su pareja o de su propio corazón. Watson junto sus manos y cogió agua entre ellas para lavarse la cara, que sentía arder al notar los ojos de Sherlock clavándose en su cuello.

 

- ¿Intentas confundirme, John? - dijo mientras posaba su mano sobre la espalda de Watson y la recorría con parsimonia, pasando después por su costado hasta llegar a uno de sus pezones y allí se quedó, sin moverse, notando las vibraciones que su cuerpo producía.

 

- No lo sé, tal vez.

 

Sherlock sonrió y subió la mano que tenía en su pecho hasta su mejilla, para que la girara y así se besaron. La nariz de Watson se llenó de un suave olor a menta que despertó pronto su libido y así el baño se impregnó pronto también del olor a melocotón que tan loco volvía a Holmes.

 

John agarró uno de los fuertes brazos de Sherlock y lo guió hasta su erección y su cuerpo tembló cuando la agarró y comenzó a masturbarlo. Él lo miraba de reojo, los ojos de Sherlock brillaban de excitación y Watson sentía que aunque no lo estaba mirando de frente iba a caer pronto en la perdición, estaba completamente a merced de un animal hambriento.

 

Lanzó una exclamación y después un gemido de placer cuando Holmes lo levantó de las caderas y lo penetró de una sola estocada. No esperó ni un instante para forzar a las caderas de John a que se movieran y él no pudo controlar su propia voz.

 

Ambos se llamaron desesperados, buscándose el uno al otro con cada brutal contacto, hasta que ambos estallaron y Sherlock dejó caer la cabeza al borde de la bañera mientras John se tumbaba sobre él. Jadearon faltos de aliento y ya no dijeron nada.

 

Aún faltaba algo, las únicas palabras que importaban quedaron mudas y cuando Holmes volvió a romper el silencio, carraspeó como si nada de aquello hubiera ocurrido, dejando a Watson congelado.

 

- He estado pensando que deberíamos ir a hablar con el ministro O'Brien, tal vez consigamos información útil.

 

Watson se levantó de súbito de la bañera y colocándose su albornoz salió por la puerta dando un portazo tan fuerte que hasta el piso de la señora Hudson tembló.

 

Sherlock se llevó la mano temblorosa a la cara, avergonzado de sí mismo. No estaba dando la talla, y él lo sabía.

 

Al día siguiente ambos marcharon a interrogar al ministro O'Brien, sin nombrar en ningún momento lo que había ocurrido la tarde anterior. Caminaban el uno al lado del otro sin mirarse y cuando sus manos chocaban por error porque se habían acercado mucho al pasar por una calle estrecha o al detenerse para esperar a que pasase un carruaje, el contacto era incómodo y John se tensaba del mismo modo que Sherlock lo hacía.

 

El ministro los recibió en su propia casa, una preciosa mansión antigua pero bien cuidada que en su día había sido construida a las afueras de Londres, pero que con el paso del tiempo había sido devorada por el crecimiento de la ciudad. Un sirviente les dio la bienvenida y los condujo a la biblioteca, donde se iba a realizar la entrevista.

 

Durante la conversación que mantuvieron con O'Brien este parecía muy nervioso y enfadado por la muerte de su hija, parecía además ansioso porque Sherlock Holmes le diese respuestas sobre el asesino de la señorita Margaret, a la que su padre se refería como "mi pequeña Maggie". Habló de ella largo y tendido, como rememorando cada detalle de su persona, y Sherlock solo entornaba los ojos de vez en cuando, con los dedos entrelazados. Cada cierto tiempo echaba una mirada a los sirvientes que había en la habitación de pie y enseguida volvía a posarla en su interlocutor y a veces sonreía levemente, como invitándole a que siguiese hablando. Para Watson aquella conversación fue altamente aburrida y cuando no lo era, la forma con la que el señor O'Brien hablaba de su hija resultaba siniestra. No parecía haber asimilado todavía que estaba muerta, aunque ya se había celebrado el funeral con gran pompa y repercusión mediática.

 

Holmes se despidió finalmente de él dándole la mano y poco después de alejarse de la casa, empezó a decir sus impresiones a Watson, como siempre hacía.

 

- Ese viejo se tiraba a su hija, seguramente la adoptó por ese motivo, para tenerla accesible cuando él quisiera. Y "la pequeña Maggie" no debía de estar muy contenta con la situación. O'Brien temblaba como si hubiese estado esperando durante mucho tiempo que la señorita escapase de sus manos. Tal vez se sienta también culpable, si es que no empieza a delirar pensando que la muchacha todavía sigue viva. Los sirvientes parecían saberlo, porque sus miradas culpables estaban siempre agachadas en el suelo.

 

- Me pregunto si en lugar de buscar al supuesto asesino no sería mejor hacer que encarcelasen a ese viejo. - John suspiró y se recolocó el sombrero.

 

- En cualquier caso la chica está muerta y sospecho que feliz de estarlo.

 

- ¿Entonces no pudo ser un suicidio simplemente y ya está?

 

- No, John, eso sería demasiado sencillo. ¿Por qué nos seguirían si no hubiese alguien implicado en la muerte?

 

Watson no supo qué responder a esa pregunta y como se fiaba mucho más del criterio de Sherlock que del suyo propio no cuestionó ni siquiera mentalmente lo que él suponía.

 

No era mucha la información de la que disponían y aunque ciertamente parecía demasiada casualidad que estos suicidios acontecieran en un lugar similar, o a muy poco distancia el uno del otro lo cierto, era que Sherlock debía admitir que la hipótesis de un suicidio iba cobrando fuerza por momentos, aunque su instinto le decía que había algo más detrás, aunque ambas víctimas tuviesen motivos suficientes para atentar contra su propia vida.

 

La policía, antes de cerrar el caso, interrogó a cuantos testigos pudo reunir y Holmes estuvo presente a lo largo de todos esos interrogatorios.

 

En total se interrogó a quince personas: el granjero que había hallado el cuerpo de Willson y el grupo de cinco excursionistas que habían encontrado el de la señorita O'Brien, un mendigo que conocía al señor Willson, la señorita Gabaldon, que era amiga de Margaret O'Brien, seis sirvientes de la mansión O'Brien y al propio ministro O'Brien.

 

Ambas víctimas había sido vistas por última vez aproximadamente dos días antes de que cada uno de sus cuerpos fuese encontrados y del caso del que se tenía más noticia, que era el se la señorita O'Brien (que también era en el que la policía había puesto más interés a insistencia de su padre y por la presión de la prensa), solo se sabía que la muchacha había salido en secreto de su casa de noche. Por el nerviosismo de su amiga durante el interrogatorio Sherlock dedujo rápidamente que la chica debía de haber tenido un amante y que sospechaba que aquella noche podía haber escapado con él. Era tan obvio oyendo como defendía lo inocente que era Margaret mientras jugueteaba con el colgante de oro que llevaba, nerviosa.

 

A Holmes le aburría la idea de pensar que hubiese sido asesinada por su amante, la visión de un asesino en serie era mucho más excitante y los crímenes pasionales a su lado parecían estúpidos y vulgares. Nada interesantes a nivel intelectual. Pero si dicho amante había resultado también el asesino del señor Willson entonces eso lo cambiaba todo.

 

La policía decidió pronto cerrar el caso como dos suicidios sin relación y aunque Sherlock estaba convencido de que no era esa la solución, decidió esperar el siguiente movimiento del asesino, dedicándose mientras tanto a otros casos que no tenían vinculación con la policía.

 

Sin embargo, los meses pasaron sin ningún nuevo indicio, ni siquiera una tentaba parecida, un pequeño rumor o conjetura. Al principio Holmes desesperó, irascible, terriblemente decepcionado, pero al poco tiempo pareció perder todo tipo de interés, olvidando aquel caso como unas patéticas muertes que prometían pero habían resultado ser totalmente aburridas.

 

Entre tanto la vientre de Watson se hacía cada vez más grande y evidente y cada vez que salía a atender un paciente era acosado por periodistas y fans y aquello comenzaba a parecerle un infierno, más incluso cuando redujo su contacto con Sherlock al mínimo indispensable.

 

Era especialmente molesto cuando los clientes que iban a consultar a Holmes se le quedaban mirando la barriga fijamente, algunos con una discreción más disimulada y otros permitiéndose saciar su curiosidad haciéndole preguntas indiscretas. John no lo soportaba, pero Sherlock siempre reaccionaba antes de que estallase y echaba con frialdad y rapidez al cliente que estuviese incordiándolo. Aunque lograba de este modo evitarle algo de sufrimiento, Watson se enfrentaba día a día a la realidad: a la altura de 1890 a la sociedad inglesa seguía sin gustarle los varones omegas, de modo que su condición no sólo le restaba credibilidad a John, sino también valía.

 

Mes a mes se hacía más difícil: de estar solo cansado pasó a tener insomnio y sufrir unos terribles dolores de espalda y de piernas por el peso, que se vinieron a sumar a sus ya habituales dolores de estómago. Sufrió todo el proceso guardando el más profundo de los silencios hasta el séptimo mes de embarazo. Para entonces Sherlock estaba tan nervioso que no podía seguir haciendo como si no pasase nada e ignorar a Watson, de modo que una tarde no pudo más y se decidió a actuar.

 

John estaba sentado (o más bien recostado) en su sillón de siempre, con las piernas tan abiertas que parecía que se estaba preparando para parir ahí mismo, nada que ver con la rígida postura militar que solía adoptar. Tenía en una mano su típica libreta de cuero negro donde solía tomar apuntes. Estaba escribiendo cuando su pluma se le cayó de las manos. Él la miró con el mismo grado de pesadumbre y fastidio y había colocado las manos en los reposabrazos para hacer fuerza y levantarse cuando Sherlock se agachó y se la cogió, mirando a Watson intensamente.

 

- John, ya sabes que aunque no me cuentas nada lo sé todo. Tu embarazo está muy avanzado, ¿no quieres hablar?

 

- ¿Hablar de qué?

 

- Sobre qué nombre le pondremos al niño.

 

Watson levantó sus ojos oscuros para encontrarse con los cristalinos de Holmes y arqueó las cejas en un ángulo irreal. Hizo un ademán de reírse, pero se ahogó en su garganta. Era tan absurdo que ni siquiera la resultaba divertido. Sherlock esperó pacientemente, viendo todo el abanico de reacciones que había provocado. John finalmente se mordió los nudillos de su mano izquierda, apretada en un puño y la bajó de un brusco movimiento al reposamanos.

 

- ¿Que qué nombre va a tener el bebé? ¡Demonios, Sherlock, pues no lo sé! ¡Eres...!

 

Un fuerte golpe en el otro reposabrazos hizo que Watson diera un brinco en sillón sorprendido. Sherlock tenía una expresión terriblemente humana y desatada, con los ojos desorbitados y el ceño fruncido, sus músculos estaban tensos y John dedujo al instante que Sherlock se encontraba bajo los efectos de alguna droga, pero no estaba seguro en qué medida.

 

- ¡Vamos, dilo, doctor Watson! ¡Estoy cansado de jugar al juego del mudo! ¡John Watson, puedes despreciarme todo lo que quieras y llamarme por lo que soy si eso te hace sentir mejor! ¡Pégame si quieres! ¡Estoy aquí! ¡Mírame!

 

Holmes se había arrodillado para quedar cara a cara con Watson, quien ahora no podía dejar de mirarlo sin saber qué hacer o qué decir. Algo se revolvió en su interior con una fuerza que solo podía ser impulsada por un fuerte sentimiento. Despegó los labios cuando de repente Sherlock se movió con rapidez, levantándose para mirar por la ventana, atraído por un ruido de la calle mientras gritaba con la misma voz de locura desgarradora.

 

- ¡Esos malditos reporteros otra vez! ¿La inmundicia de la sociedad se reúne una vez más a mi puerta?

 

Su discurso se interrumpió cuando separó un poco las cortinas y pudo observar quién se aproximaba a la casa. Su tono cambió súbitamente, lo que solo podía indicar una sola e inequívoca cosa:

 

- Parece que Lestrade viene a hacernos una visita.

 

Notas finales:

Despacio pero seguro vamos avanzando. Hacia dónde...se verá en próximos capítulos XD

 

¡Muchas gracias por leer! Invito a quien quiera a agregarme en facebook (podeis buscarme con el nombre de Delian Johnlock) o a seguir nuestra página de facebook, EmJa - BL.


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