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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Antes de que Lestrade hablara nada más entrar en el 221B de Baker Street, Sherlock Holmes había abierto la boca adivinando con gran maestría las noticias que traía.

 

- Una nueva víctima de suicidio, supongo que existe algún indicio que haya llevado a que se reabra el caso, ¿no es cierto? - dijo mientras él mismo asentía a sus propias palabras con la cabeza. No necesitando ninguna certeza más que la que obtenía de su buen juicio.

 

- Esta vez ha dejado una nota...

 

- Típico de los asesinos en serie comunicarse con aquellos que van a darles caza. Son muy...

 

- Es para el doctor Watson. - interrumpió el inspector, mirando con verdadera preocupación a John. Estaba pálido y sudaba como si fuese un verdugo condenando una víctima inocente mientras sacaba la carta del bolsillo de su chaqueta.

 

Watson se apresuró a levantarse con una agilidad inaudita para su avanzado embarazo y cogió la carta antes siquiera de que el estupefacto Sherlock, que se había quedado mudo, pudiese reaccionar.

 

La caligrafía era estilizada, hasta el punto de resultar a veces casi ilegible, y el papel era algo amarillento y olía ligeramente a pescado, además estaba algo húmedo.

 

"Hay muchos motivos para morir. Algunos son comprensibles, otros escapan a la razón, pero todos te llevan al abismo. Todos los tenemos y lo sabemos.

El deseo de matar y morir, lo conoces bien, ¿no es cierto, John?

Debiste volver al frente, pero el tiempo te acabó encadenando aquí.

Quiero ayudarte. Te buscaré y te ayudaré a descansar por fin en paz.

Con cariño. L."

 

El rostro de Watson adoptó una expresión de imposible definición, propia de los humanos con sentimientos encontrados, sin duda una de la que más odiaba Sherlock, quién le arrancó la carta de las manos para poder leerla él. Sus manos se crisparon, arrugando el papel, pero mantuvo una expresión mucho menos elocuente y más enigmática que la de John, que sin embargo no podía llegar a confundirse con la calma, puesto que su tono de voz sonó apremiante cuando habló.

 

- La carta está en buenas condiciones. ¿dónde apareció la víctima, tenía el papel con ella?

 

- Esta vez la víctima estaba cerca del río, en la arboleda. Aún no la hemos movido de allí. Tenía la carta en el bolsillo de su chaqueta.

 

- Bien. - dijo secamente mientras se colocaba el abrigo. Miró después de soslayo a Watson, comprobando si tenía la intención como siempre solía hacer en aquellos casos de acompañarlo, pero no fue así. Se volvió a sentar, suspirando pesadamente y se despidió desde ahí cordialmente de Lestrade, quien le hizo una reverencia como si se tratase de una mujer casada que solo lo hizo resoplar con fastidio y apartar la mirada.

 

Sherlock se quedó durante unos instantes ensimismado, analizando cada uno de sus movimientos. John se había acomodado, incómodo en el sillón, con la postura firme y rígida de militar y el semblante fruncido. Parecía cansado, casi asqueado, pero no veía preocupación en él, solo ira contenida bajo sus tupidas cejas rubias. Holmes parpadeó confundido, tal vez sus sentidos le engañaban. La voz de Lestrade le sacó de su trance y le instó de forma apremiante a que se marcharan.

 

Un carruaje les esperaba en la puerta, pero antes de salir Sherlock se acercó a la puerta de la señora Hudson y le pidió que cuidase de Watson en su ausencia, a lo que la mujer asintió preocupada. Hizo un comentario que él no se molestó en escuchar y salió del edificio intentando dejar su mente lo más fría y despejada posible, lo cual no era fácil teniendo en cuenta la inquietud que despertaba la carta.

 

El escenario del crimen resultó ser un sitio lleno de romanticismo, con árboles vetustos, con las hojas amplias y flores abiertas y olorosas, que poblaban secas el suelo como un manto hermoso aunque melancólico. Algunas de ellas habían caído sobre el cuerpo y se habían quedado pegadas en la sangre seca. Era un chico joven, tal vez ni siquiera en la veintena, con un rostro tranquilo, como si tan solo estuviese dormido. Una mano descansaba sobre su vientre y la otra a uno de los costados, boca arriba, dejando a la vista un corte longitudinal a la altura de la muñeca del que provenía una de las manchas de sangre.

 

Holmes analizó desde arriba los indicios que se veían a simple vista en el cuerpo y alrededor de él. La cama de flores y hierba estaba destrozada más allá de donde reposaba la víctima, lo que parecía indicar que o bien se había arrastrado hasta allí o bien alguien le había arrastrado, opción que pronto se iluminó en la mente de Sherlock como la acertada. Había huellas al lado del camino que se había formado y aunque estaban muy difusas y se confundían con las de los policías que habían ido a la escena del crimen, parecía una de las opciones más plausibles. El hecho de no ver ningún cuchillo cerca parecía también confirmarlo. ¿Si se había cortado las venas allí mismo dónde estaba el cuchillo? No podía haber sucedido antes, pues la sangre se encontraba solamente siguiendo un camino definido desde sus heridas al suelo donde reposaba. Pero era tan molesto, el rostro de la víctima se veía tranquilo, ¿y qué víctima de un asesino podría permanecer tranquila ante su inminente muerte?

 

Sherlock se planteó que tal vez hubiera estado dormido en el momento de la muerte, pero le parecía demasiado improbable que no se hubiera dado cuenta de lo que estaba ocurriendo. Tal vez estuviera drogado, esa parecía una idea factible.

 

Se agachó finalmente para verlo más de cerca. Primero levantó la mano que estaba en su pecho y descubrió otro corte igual al de la otra mano, algo que no resultaba sorprendente teniendo en cuenta la mancha de sangre en su camisa. No se sorprendió tampoco al notar el cuerpo húmedo, pues había lloviznando hacía poco. Aunque se trataba de nada grave, aquello podía alterar su percepción y debía tener cuidado. Abrió su boca sin delicadeza e inspeccionó la cavidad, tomó una muestra y se levantó.

 

Lestrade enseguida se aproximo sin disimular su azoramiento, esperando sus palabras.

 

- Es un asesinato, varón de unos dieciocho años, veinticinco a lo sumo. Tiene una de las manos más cuidadas que he visto en un hombre, o proviene de buena familia o se dedicaba a la prostitución. Me decanto por lo segundo por las marcas de su cuello. 

 

Sherlock resopló fastidiado cuando se dio cuenta de que el resto de personas parecían no haberse percatado de ello. 

 

- ¡Por dios, miradlo bien! Tiene pequeñas manchas rojas en el cuello. Es claramente perceptible a simple vista que no es sangre, es de tinte. Solía llevar un collar de cuero teñido, ¿y quién lo lleva normalmente? Solo los omegas que trabajan en la prostitución llevan esa clase de protección. El asesino trajo el cuerpo del camino cercano y lo arrastró hasta aquí con ayuda de alguien, le cortó las muñecas, dejó la nota en el bolsillo de la víctima y se fue con el cuchillo.

 

- ¿Y por qué no dejaría aquí el cuchillo? ¿De ese modo no sería más difícil descubrir que es un asesinato?

 

- Lógicamente quiere que sepamos que es un asesinato. De todas formas con la carta que ha dejado no daba lugar a pensar en otra cosa y el cuchillo solo sería una prueba más que nos llevaría hasta él. - dijo Sherlock con una seriedad que carecía de la emoción casi eufórica que sentía cuando se enfrentaba a un caso. Lestrade pensó que tal vez le pareciera poco estimulante, pero la realidad era que estaba preocupado y se esforzaba por controlarse. El asesino se estaba burlando de él y lo peor de todo es que lo único que sabía era que había convencido a la víctima de algún modo para que se ofreciese para morir.

 

La muestra que había recogido esperaba que le confirmase que el joven había consumido drogas poco antes de morir y confiaba en que una autopsia pudiera darle más pistas sobre la víctima. Volvió a mirar las hojas pisoteadas y se aproximó hacia ellas, siguiendo su recorrido.

 

- Dos personas posiblemente trajeron el cuerpo, uno de ellos es corpulento y alto y cargaba a la víctima, el otro caminaba a su lado y, ¡por dios, ni siquiera podéis mantener inalterada la escena de un crimen! ¡La policía es realmente incompetente!

 

Algunos agentes lo miraron estupefactos, otros enfadados, pero aquellos que lo conocían como Lestrade solo pudieron suspirar entre avergonzados y cansados. Era algo común que una escena así sucediera. A veces Holmes disfrutaba humillando al resto, y otras veces estaba realmente furioso por el estorbo que suponían, como en esa ocasión.

 

Tras un largo examen en el que intentó recopilar todos los datos posibles, era hora de marchar, pero decidió no regresar inmediatamente a casa, pues sabía que la visión de Watson solo enturbiaría sus pensamientos y el pensar en la carta le enfermaba. Sin duda eso era lo que quería el asesino, pensó, ponerlo nervioso hasta el punto de que todo se sumiese en una niebla espesa que le impidiera ver más allá.

 

Estuvo presente en la autopsia, que realizó la señorita Hooper. Ella estaba nerviosa y se recolocaba el bigote postizo cada vez que hacía un corte descuidado, pero Sherlock no le daba importancia, ni siquiera la miraba. Molly, pues ese era su verdadero nombre, aunque se hacía llamar Fred, dudaba incluso de que alguna vez se hubiera dado cuenta de que en realidad era una mujer, aunque sin duda no ignoraría que era alfa, un hecho menos obvio para alguien que no fuese Holmes. Eso la entristecía a menudo, pero esta vez no actuaba torpemente por ello. Sherlock la estaba ignorando totalmente, algo que hubiese sido normal de no ser por su expresión.

 

Hooper se asustó cuando de repente sonó la voz de Sherlock cerca de su oreja, profunda y grave.

 

- Revisa el vientre.

 

- Señor Holmes, no creo que...

 

- ¡Hazlo! - aunque no alzó la voz, su tono fue tan autoritario que la chica dio un salto donde estaba. No había lugar a discusión en sus palabras.

 

Molly se mordió el labio y cerró los ojos con fuerza durante un instante, cuando los abrió procedió a hacer lo que le había ordenado, rezando en silencio una y otra vez, pero pronto vio que era inútil. Miró a Sherlock de soslayo, esperando su reacción.

Todo sucedió muy rápido. Los músculos de su rostro se contrajeron, desfigurando sus facciones y golpeó con los puños con tal rabia la camilla que todos los instrumentos salieron volando y la forense apenas tuvo tiempo de apartarse, lanzando un grito.

Desde una distancia segura y a punto de llorar, Hopper miró a Holmes y buscó en su mente algo que decir, aunque solo fuera una palabra de consuelo, pero lo único que pudo hacer fue articular en un susurro doloroso la manida frase "lo siento".

Sherlock no dijo nada, se incorporó y recuperó la compostura aparentemente. Se puso el sombrero y la chaqueta con gesto digno y se marchó sin despedirse, dejando un rastro de pequeñas gotas de sangre tras de sí.

Hopper miró al bisturí que yacía en el suelo, sin duda el causante de la herida en la pierna de Holmes y ya por fin en soledad se permitió llorar y liberar toda la tensión.

 


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