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Los ópalos de Baker Street por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

Siento haber tardado más de lo esperado pero Aralaid y yo (EmJa BL) estamos ahora mismo comenzando un nuevo proyecto, ¡un webcomic de vampiros en Tapastic llamado "The Embrace"! 

 

Os invito a echarle un ojo ;) https://tapas.io/series/The-Embrace-Espaol

 

Dicho esto.. Después del extra, toca volver al hilo principal de la historia...

Solo engañándose a sí mismo conseguía apenas John mantener la tranquilidad, diciéndose que no estaba nervioso y que estaba preparado para enfrentarse a su hermano.


 


Las calles de Londres estaban muy bulliciosas a esas horas y el sol brillaba cada vez más fuerte, hasta el punto que resultaba molesto incluso con el sombrero puesto y Watson tenía mucho calor. Había intentado tontamente camuflar su avanzado embarazo con un abrigo que bien podía haber pertenecido a Mycroft, y se sentía ridículo, tan ridículo como cuando llevaba puesto el bigote postizo, que había decidido ignorar en esta ocasión ya por exceso de exageración.


 


Henry Watson vivía en realidad no muy lejos del centro de Londres, en la antigua casa que había pertenecido a sus padres durante sus primeros años de casados, pero que habían abandonado una vez muerta la madre para irse a Australia.


 


El edificio desde fuera se veía lamentable, tanto que John sintió una punzada en el estómago. No tenía recuerdos infantiles en aquella casa, pero no dejaba de doler la perspectiva de que su hermano estuviera viviendo en unas condiciones tan deplorables, que habían empeorado incluso desde la última vez que se había visto.


 


Se detuvo en la puerta y suspiró con fuerza, armándose de valor para tocar a la puerta. Tardó unos agónicos segundos, pero cuando lo hizo, no hubo respuesta. John lo intentó una segunda vez sin éxito y finalmente empujó la puerta para descubrir que estaba abierta. Un mal presentimiento, como un latigazo en su espina dorsal, llegó y le hizo moverse con rapidez. Subió las escaleras corriendo, agarrándose de la barandilla para darse más impulso y así, en un segundo, con el ruido estrepitoso de sus pies y las maderas chirriando, llegó a la biblioteca, donde se detuvo en seco al ver a su hermano.


 


No pudo evitar poner una expresión desolada. Había visto a moribundos con aspecto más saludable que el de Henry. Ojos desorbitados y perdidos por el alcohol, ojeras tan negras que parecía que la piel se hubiese podrido, dejando dos cuencas negras a la vista, el pelo demacrado, la piel macilenta y pintada al hueso.


 


John tuvo que apartar la mirada mientras unas lágrimas acudían a sus oscuros ojos azules. Apretó los puños intentando calmarse y que no dejarse llevar por las emociones que le golpeaban como un huracán.


 


- ¿Qué haces aquí? Márchate o llamaré a la policía, si es que no te has tirado a todos los guardias de la ciudad.


 


- El señor Holmes no es un policía, y esta también es mi casa. - respondió con tono pausado, que se oyó doloroso entre los ruidosos jadeos que producía al intentar regular su respiración. No cesaba de pestañear para evitar de ese modo llorar.


 


- Siempre has sido así, John. Entras y sales de la vida de los demás según te viene en gana. Si padre estuviera vivo y te viera...


 


- ¡¿Qué, Henry, dime, qué pasaría?! ¡¿No estaba satisfecho cuando me marche al ejército y ahora no lo estaría porque soy omega?! ¡¿Es eso?! ¡Nací así, ¿sabes?! ¡No puedo ser algo que no soy! - estalló.


 


- Madre...- comenzó a decir con voz desgarrada - nunca pudo recuperarse de tu parto. Al poco tiempo murió y nos dejó solos. Padre pensaba que al menos este nacimiento habría servido para algo.


 


- ¿Es que no soy lo suficientemente válido por ser omega? Nunca lo supe hasta que cumplí veinte años. Yo me esforcé como el que más y también fue una decepción para mi, y me alegré cuando los síntomas del celo no se volvieron a manifestar. Me había olvidado de mí mismo, de mi propia naturaleza, volcado en ser una persona fuerte.


 


John se fue acercando conforme iba hablando hasta estar a escasos centímetros de su hermano, al que miraba desde arriba, de pie, mientras él permanecía sentado en el sillón. Y siguió hablando pausadamente, desnudando su mente, enfrentándose a la realidad.


 


- Cuando conocí a Sherlock después de perder lo único que tenía por contraer tifus, me devolvió la vida. Me dio un lugar al que pertenecer, ¡a mi!, al que su familia no soportaba. Pero fue mucho más que eso. Se entregó a mí antes incluso de que yo lo hiciera, Henry...Y está fuera de cuestión si lo apruebas, porque realmente nunca he necesitado tu permiso. Solo quería que formaras parte de esta nueva familia.


 


Una risa lo cortó, y sonó tan sincera y amarga que el rostro de John se descompuso y sintió como la bilis ascendía por su garganta y el bebé pataleaba molesto, furioso dentro de su cárcel.


 


- ¿Qué familia? ¿De verdad crees que porque te haya preñado en un arrebato de celo vas a convertirte en John Hamish Holmes? Siempre has sido un idiota, pero te imaginaba más caval.


 


Su paciencia se había agotado, ya nada contenía su dolor y rabia y John se abalanzó sobre su hermano. Henry no se contuvo, estaba borracho, muy borracho, tanto que el aliento a podredumbre resultaba nauseabundo. Tiró a John de una patada, que se revolvió en el suelo desechó en dolor, llorando.


 


John sabía que no podía ganar en las condiciones en las que se encontraba y notaba un gran dolor en el vientre. Gateando lastimeramente, consiguió apartarse y por fin levantarse para salir corriendo. El corazón le golpeaba en la garganta y a pesar del gusto que sentía por las situaciones peligrosas, aquella era muy diferente. Sentía miedo, miedo real, desgarrándole la carne, fundiendo sus sentidos.


 


Henry le pisaba los talones, hasta que en la escalera, confundió el lugar en el que debía posar el pie y cayó de cabeza. Se oyó un chasquido atronador y de repente, la única respiración que cortaba el ambiente era la de John.


 


Él se giró aterrorizado para ver el cuerpo inmóvil, boca abajo en el suelo. En estado de shock, se arrodilló para darle la vuelta, tenía las pupilas dilatadas y aunque no salía sangre, no había duda de que se había dado un fuerte golpe en la cabeza. John lo examinó desesperado, pero sus manos temblaban, su vista era también borrosa y sentía que iba a desfallecer en cualquier momento.


 


- No, no, por favor. No me hagas esto, Henry. – susurró de forma desgarradora, pero era demasiado tarde, ya no tenía pulso.


 


John no fue consciente de sus actos después de eso. Tal vez gritó, pero él no escuchó nada, solo había dolor dentro de él. Sus entrañas se retorcían como si se hubiesen prendido fuego y agonizaran envueltas en llamas.


 


Pasaría tal vez una hora o dos hasta que un mensajero llegara al 221B de Baker Street.


 


Sherlock estaba en el salón, dando vueltas de un lado a otro de la habitación, preguntándose cómo podría hacer aquello que llevaba retrasando desde hacía tanto tiempo. Debía reconocer que nunca se había sentido tan nervioso como lo estaba ahora y si seguía atrasándolo más creía que se moriría sin llegar a hacerlo nunca. Se detuvo un segundo, sacó la pequeña caja de su bolsillo y la abrió. Le había costado mucho decidir qué anillo debía comprar, quería que fuera elegante sin ser demasiado femenino. Al final se había decantado por un anillo de oro sencillo con la parte superior plana, como los anillos-sellos, pero sin ningún dibujo. Suspiró pensando si a John aún así le molestaría recibir un regalo de ese tipo.


 


Cuando llegó la señora Hudson, conduciendo a un mensajero, a Sherlock casi se le salió el corazón por la boca. Tropezó con su propio pie y cayó con un fuerte estrépito en el suelo y de milagro no salió el anillo rodando. Holmes se sentó rápidamente dando la espalda, intentando ocultar su sonrojo, como si no hubiese pasado nada.


 


- ¿Qué pasa, señora Hudson? Estoy ocupado.


 


- ¡Oh, Sherlock! - gimió lastimeramente la señora Hudson, reconoció que se encontraba al borde de las lágrimas y Holmes se levantó y se giró, alarmado. El hombre que había a su lado se quitó el sombrero que llevaba, con gesto serio, mientras agachaba la cabeza.


 


- Señor Holmes, me envían del Royal London Hospital. El señor Watson ha sido ingresado tras sufrir un ataque.


 


Sherlock debió de ser muy locuaz con su expresión, porque aunque el hombre, que no lo había mirado en ningún momento mantenía más o menos la compostura, la señora Hudson lanzó otro gemido y se sonó con el pañuelo de tela bordado.


 


No se despidió del mensajero, ni tampoco de la señora Hudson, antes de irse corriendo a pedir un carruaje que lo llevase hasta John. La señora Hudson fue la que despachó cortésmente al informador y se quedó desolada en mitad de la habitación. Antes de marcharse y cerrar la puerta con cuidado, reparó en la pequeña caja que había encima del parqué y la cogió, guardándola a buen recaudo.


 


De camino al hospital, Sherlock solo podía pensar en John. No sabía qué era lo que había ocurrido con su hermano, pero debía de ser algo realmente grave para que a John acabase en el hospital. Tal vez una pelea, pero por el tono del mensajero debía de ser algo más grave.


 


Al llegar, el doctor lo detuvo antes de entrar en la habitación de Watson para informarle de la situación.


 


- Ha estado a punto de sufrir un aborto, pero parece que ya está estable y el embarazo sigue su curso. Sin duda se debe al estrés tras la trágica pérdida. Sin embargo, aunque parezca que ya se encuentra bien ha aumentado el riesgo. Le recomendaríamos mantenerlo ingresado para evitar una desgracia.


 


Holmes pareció sorprendido un instante. Estaba tan preocupado por John que se había olvidado por completo del bebé. En realidad lo único que le importaba es que Watson no corriera peligro. No podía sentir lo mismo por aquel bebé que aún no había nacido que lo que sentía por su pareja, al menos así fue cómo justificó lógicamente su olvido. Ni siquiera era consciente de lo que hubiera supuesto como portador para John perder a su hijo.


 


Al entrar en la habitación vio que Watson mantenía la mirada en un punto fijo de la pared, intentando contener todas sus emociones. Sherlock se colocó a un lado de la cama y esperó pacientemente a que John reaccionase. Estaba feliz de verlo bien físicamente, pero era demasiado obvio que mentalmente estaba destrozado. Holmes recordó que el doctor le había dicho que había sufrido un ataque por una pérdida y puesto que su hijo se encontraba aún dentro de su vientre no le costó adivinar de quién lamentaba la muerte John.


 


- ¿Odias a Mycroft, Sherlock? - preguntó sorpresivamente Watson, girando su rostro para mirarlo duramente. Sus ojos podrían haber intimidado hasta al más valiente de los soldados, pero Sherlock no pareció inmutarse, ni siquiera hizo ademán de ir a contestar la pregunta. John esperó unos segundos y después continuó, con un tono de voz quebrado. - Todos estos años, he pensado que lo que había entre Henry y yo se arreglaría, que aunque estuviésemos separados, el vínculo de hermanos era más fuerte, pero ya no. Hoy lo he odiado, ha muerto mientras yo lo detestaba, de una muerte estúpida y patética. ¡Casi tan estúpida y patética como nuestra relación! ¡Como mi vida, Sherlock! ¡¿Puedes entender eso, jodido sociópata de mierda?!


 


Sherlock se mantuvo impasible a pesar de los fuertes gritos. Si decía lo que pensaba sabía que el estado de John empeoraría, así que hasta para él, incompetente en los sentimientos, sabía que lo mejor era dejarlo desahogarse.


 


Pronto Watson comenzó a temblar y agachó la cabeza mientras se la tapaba con la mano. Era evidente que lloraba y Holmes entonces se sentó en el borde de la cama, a su lado, y lo abrazó protectoramente con sus grandes brazos, que envolvieron todo su cuerpo, ocultándolo del mundo más allá.


 


Cuando llegase el momento ya le diría Sherlock a Watson que debía quedarse en el hospital el mes y medio que le quedaba de embarazo, bajo cuidado. Ya habría tiempo de ver la tumba de Henry y de lamentarse, pero Sherlock no estaba dispuesto a dejar que John volviera a correr ningún riesgo, no una segunda vez.


 

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