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Cantarella (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 2:

(Inocencia)

A Través de sus Ojos

 

 Es tan bonito cuando encuentras a alguien que mira

con tanta perfección tus defectos,

que a través de sus ojos

aprendes a amar cada pieza rota dentro de ti.

(Raquel Smith, Sentimientos que queman la piel y un millón de letras…)

 

 

—Me niego.

La negativa rotunda quedó reverberando entre las paredes del pequeño despacho de Erwin a pesar de que Levi ni siquiera había levantado la voz; él simplemente, harto de la diatriba de motivos importantes y honorables que su amigo y superior llevaba minutos soltando para convencerlo de aceptar aquel trabajo, prefirió cortar toda esperanza de golpe. Así era más fácil.

Durante un par de segundos ambos se sostuvieron las miradas en un desafío silencioso: los grandes ojos azules de Erwin enmarcados por sus pobladas cejas fruncidas contra la afilada y acerada mirada gris claro de Levi. Ninguno de ellos dispuesto a dar su brazo a torcer.

Fue finalmente Erwin quien, soltando un pesado suspiro de fastidio, puso fin a aquella muda confrontación dejándolo a él con una desagradable sensación de vacía victoria.

A pesar de que era un frío día de noviembre, Levi se sentía un poco sofocado en aquel diminuto despechado, como solía ocurrirle a veces en los espacios pequeños y particularmente en la oficina de Erwin cuando discutían. Aquella estancia, con sus paredes recubiertas de planchas de clara madera vieja y el suelo enmoquetado de color rojo oscuro, era una oficina funcional y práctica, sin nada de adornos innecesarios ni sentimentales que reflejaran las preferencias de su dueño. Las dos paredes laterales contaban con amplias estanterías que iban del suelo al techo y estaban llenas de libros de historia y política y documentos gubernamentales; el masizo escritorio de caoba que utilizaba su amigo para trabajar se encontraba ahora pulcramente ordenado y sin nada fuera de lugar. Solo el desgastado sofá y los pequeños sillones a juego, junto a la práctica mesa de centro, parecían ser las únicas concesiones que este había hecho por hacer aquel lugar un poco más acogedor.

Levi observó a Erwin levantarse del sofá donde llevaban sentados desde su llegada casi una hora atrás. Sin mirarlo siquiera, su amigo se dirigió con su habitual serenidad hacia el amplio ventanal que estaba ubicado tras el escritorio y cuya vista daba hacia la parte posterior del viejo edificio gubernamental de Stohess, donde había un jardín muy cuidado y bonito. Levi siempre había sospechado que Erwin había elegido aquel pequeño despacho en vez de uno más amplio y cómodo por el simple motivo de que aquella vista le otorgaba paz. Algo que en el trabajo de ambos escaseaba bastante.

Con la mirada perdida en la distancia y las manos entrelazadas tras la espalda, Erwin lucía, como siempre, impecable y perfecto en su traje negro que contrastaba con la camisa del mismo tono azul de sus ojos que llevaba ese día. El cabello rubio dorado pulcramente peinado, la postura perfecta y el semblante estoico no dejaban lugar a dudas de que ese hombre era alguien acostumbrado a dar órdenes y esperar que estas se cumplieran sin dudar; algo que a Levi, al parecer, no se le daba muy bien; motivo por el cual en ese momento su superior guardaba silencio sin dirigirle la palabra, como si él ya no estuviese allí; no obstante, la rectitud envarada de su amplia espalda y la rigidez de sus hombros delataban que estaba más que un poco molesto con él.

Levi era consciente de que quizás debería haber sentido un ramalazo de culpa por su mala actitud, pero no era así. Tenía sus motivos para negarse, joder. Motivos importantes y que su amigo conocía bien, así que, por mucho que estimara a Erwin, su enfado no lo iba a hacer cambiar de opinión.

Hacía casi dos meses que Erwin y él no se veían y tenían la oportunidad de reunirse. Desde que Levi había sido asignado al trabajo de recabar información de posibles grupos antigubernamentales en la capital, Mitra, para Zackly.

Tenía que reconocer que ese había sido un trabajo de mierda. No porque hubiera sido difícil o peligroso, ya que infiltrarse en el bajo mundo o pasar desapercibido eran su especialidad, sino porque estar bajo las órdenes del director Zackly era una verdadera putada. A pesar de todo el tiempo que Levi llevaba trabajando para aquella rama de seguridad del gobierno, a pesar de ser el mejor en lo que hacía, aquel vejestorio aún lo miraba como si fuera la peor de las alimañas. Casi tan malo como los tipos con los que trataba para recabar información o a los que ayudaba a capturar.

Ojala aquel maldito viejo se muriese pronto.

Por ese motivo Levi no dudó ni un segundo en aceptar presentarse en Stohess cuando Erwin lo solicitó, convencido de que nada que su amigo le pidiera podría ser peor que estar bajo las órdenes directas del anciano.

¡Pero como se había equivocado!

—Comprendo —dijo Erwin luego de unos minutos de reflexivo silencio—. Es porque sientes culpa, Levi.

Al oír la conclusión a la que había llegado el otro tras su negativa, los labios de Levi se contrajeron en una casi imperceptible mueca de disgusto y, aunque jamás iba a reconocerlo abiertamente, sabía que este tenía un poco de razón en lo que decía.

—Tsk, culpa y una mierda —soltó de mala gana—. ¿Por qué no puedes entender que este no es un trabajo para mí, Erwin? Si solo fuera la esposa podría pensármelo, pero, ¿dos mocosos? Detesto a los niños y lo sabes —puntualizó—. Son sucios, ruidosos, no acatan las normas y no dan más que problemas.

Un atisbo de sonrisa se perfiló en los labios de su amigo cuando se giró a mirarlo.

—Tú tampoco eres bueno acatando las normas, Levi. Zackly no hace más que llamarme para quejarse de tus desacatos y mala actitud. Además, acabas de rechazar mi petición a pesar de ser tu superior, ¿no? —Le echó en cara Erwin con afabilidad. Él le devolvió una mirada cargada de frialdad—. Por lo demás, aún puedo recordar al pequeño delincuente problemático que eras hace solo unos cuantos años atrás. Dudo mucho que esos dos niños sean peores de lo que fuiste tú en ese entonces.

A pesar de que él nunca había renegado de su pasado, Levi no pudo evitar sentir un ligero ramalazo de culpa y vergüenza al recordar aquella etapa de su vida y todo lo que había hecho en ese entonces. Ya habían trascurrido casi diez años desde que Erwin Smith, que entonces tenía veinte y era un joven investigador muy prometedor, lo había aprendido a él y sus amigos en uno de sus tantos trabajos delictuales; sin embargo aún había días en los que Levi sentía que, a pesar de todo, su yo actual no era demasiado diferente del delincuente juvenil que era a los dieciséis años.

Peligroso, problemático, rebelde y demasiado inteligente. La peor combinación que se podía tener en un chico con sus calidades, le había dicho su amigo el día que lo apresó y le propuso aquel trato. Y si estaba allí en ese momento y no entre rejas, era solo por Erwin y su obstinación. Por Erwin que creyó que Levi era mucho mejor de lo que aparentaba y que solo necesitaba que le dieran una oportunidad; que le mostraran el camino adecuado.

Pensar en todo lo que le debía a su amigo, en lo que este había luchado y arriesgado por él, sí bastó para que Levi sintiera la culpa que no había notado minutos antes cuando estaba desacatando una de sus órdenes.

—¿Por qué yo? —le preguntó resignado, percatándose con fastidio de que su resolución ya estaba comenzando a flaquear al sentirse en deuda—. Podrías enviar a cualquier otro que esté mucho más capacitado, Erwin.

Su amigo negó con un gesto.

—Porque no hay nadie en quien confíe más que en ti, Levi —reconoció—. Sé que no me traicionarás y que te tomarás esto con la real importancia que merece y no como el asunto superfluo que Zackly está intentando mostrarnos. ¡Esto es de vital importancia, Levi! ¡Lo sé! —Exclamó con convicción, sus ojos azules cargados de determinación—. Si lo que Grisha Jaeger nos confió antes de que lo asesinaran es cierto, podríamos estar ante una situación muy complicada. Su investigación era valiosa, no solo por cómo podía ayudar al desarrollo del país, sino que también porque en manos equivocadas podría ser un arma terriblemente peligrosa.

Levi maldijo entre diente, sintiéndose un traidor consigo mismo al dejarse manipular de aquel modo por Erwin.

Alargando la mano buscó su taza de té negro y le dio un sorbo, pero volvió a dejarla sobre la mesa de centro, asqueado al notar que este ya estaba frío. Aquel se estaba convirtiendo en un día de mierda.

—Tsk, mierda —soltó finalmente Levi de mala gana—. Tres meses, Erwin. Te daré tres malditos meses para resolver este asunto o me buscarás un remplazo y me sacarás de Shiganshina. Y yo elegiré mi próximo trabajo sin derecho a discusión —puntualizó, lanzándole una mirada que lo retaba a que se opusiera a ello. Sin embargo su amigo solo asintió solemne. Parecía aliviado.

—Gracias, Levi. Sabía que podía contigo.

Él no dijo nada más, solo se encogió de hombros intentando aparentar indiferencia; una indiferencia que no sentía en absoluto.

Aunque solo fuera un poco, una parte muy mínima, Levi estaba comenzando a pagar su deuda. Tal vez, si Erwin se lo pidiera, incluso le daría su vida y todavía así se quedaría corto.

 

——o——

 

Diez días después de aquella reunión, Levi se encontraba conduciendo rumbo a Shiganshina, aquella ciudad en medio de la nada y donde se enterraría durante tres meses para llevar a cabo aquel condenado trabajo.

Los últimos días, después de aceptar la propuesta de Erwin, habían sido un auténtico caos. Este y Hange Zoë, que trabajaba junto a ellos, lo pusieron al tanto de toda la situación del caso y el cómo debería afrontar algunos inconvenientes que podrían surgir durante su estancia allí, así como inventarle a Levi una historia plausible con la cual podría quedarse en casa de la familia del médico sin levantar sospechas innecesarias.

También le explicaron en detalle en qué consistía la investigación de Grisha Jaeger y el cómo y porqué de su asesinato, o por lo menos lo que ellos suponían había ocurrido. Le detallaron la situación en la que se encontraba la esposa del médico, Carla, que había contactado a Erwin unos días atrás, y los dos hijos del matrimonio, ambos de once años: Eren, que había estado presente durante el asesinado del doctor Jaeger, y Mikasa, la hija adoptiva de la pareja.

Y la prima de Levi.

El principal motivo por el que él no había querido aceptar ese trabajo en primera instancia, había sido por Mikasa. Erwin tenía un poco de razón al deducir que Levi sentía algo de culpa hacia ella, pero él también tenía muy claro que en ese entonces, dos años atrás, tomó la mejor decisión para la niña cuando, después de meditarlo bastante, permitió que los Jaeger se quedaran con su tutela.

En aquel entonces, a sus veinticuatro años, Levi todavía no tenía un hogar establecido ni le interesaba tenerlo. Se mataba trabajando todo el año, motivo por el cual iba de una punta a la otra del país según lo dispusieran sus superiores: recabando información de grupos terroristas, infiltrándose en bandas de narcotraficantes o movimientos antigubernamentales. No importaba lo riesgoso que fuera, él lo aceptaba y lo llevaba a cabo con éxito. Entre el grupo que dirigía Erwin, Levi era quien tenía la tasa de éxito más alta y solo por esa razón Zackly lo toleraba.

Sí, Levi era un genio en su trabajo, pero también era un suicida en potencia. Había estado a punto de palmarla en dos ocasiones, y ya ni siquiera recordaba las de veces en las que fue herido. Sí, Levi tenía muy claro lo precaria que era su propia vida, y esta fue una de las cosas que lo impulsó a rechazar la posibilidad de quedarse con la niña. Sabía que nada de lo que pudiese enseñarle a la chica podría servirle en un futuro.

Seguridad. Estabilidad emocional. Cuidados. Atención. Amor. Todas aquellas cosas eran lo más esencial que necesitaba un niño para desarrollarse y crecer bien; como una persona decente. Levi lo había leído en un libro sobre el cuidado infantil nada más enterarse de la muerte de los Ackerman y de que Mikasa había quedado huérfana; al comprender que ella iba a ser su responsabilidad en ausencia de Kenny.

Y por primera vez en muchos años Levi sintió temor, porque, ¿cómo mierda iba a poder cuidar de otra vida si apenas era capaz de mantenerse vivo él mismo? ¿Cómo iba a poder darle un hogar estable a la mocosa si cambiaba de residencia cada pocos meses? ¿Cómo iba a poder cuidarla y amarla cuando por dentro él estaba completamente roto? ¡Por el amor de Dios! ¡Su madre había sido una prostituta hasta que murió cuando él apenas tenía nueve años! Y Kenny… bueno, su tío era un habilidoso delincuente con un carácter del demonio que había criado a otro delincuente, aún más hábil y asocial, hasta que lo abandonó a los catorce años para que se las arreglará por su cuenta.

Sí, su familia era una mierda, ¿y querían que él criara a una niña de nueve años con ese ejemplo? ¿Es que habían perdido la cabeza?

No, aquello era algo que Levi Ackerman no se sentía capaz de hacer, por más que se lo propusiera; por más fuerte que fuera. Y tuvo miedo, mucho. Y fue junto en ese momento que apareció Grisha Jaeger como su salvador.

Años atrás, él había coincidido con el doctor Jaeger en un par de ocasiones en el despacho de Erwin, ya que ambos trabajaban para el joven aunque de forma un tanto distinta.

Alto y delgado, con el cabello castaño oscuro un poco demasiado largo y gafas redondas que ocultaban sus ojos claros, Grisha Jaeger parecía el típico médico serio y aburrido con su oscuro traje formal un poco desgastado y la típica bata blanca. Levi le había calculado que estaba cerca de los cuarenta en ese entonces, aunque la fina barba y bigote que llevaba le echaban más años encima de los que realmente parecía tener. Y a pesar de aquella primera impresión tan mala que había tenido al conocerle, tras hablar un poco con él, a Levi le había agradado el hombre lo suficiente para tolerarlo, lo que en su caso era bastante bueno; y de hecho, en más de alguna ocasión se había quedado ensimismado oyendo las conversaciones que este mantenía con Hange, con la que podía pasar horas hablando sin ponerse nunca de acuerdo.

Sí, Grisha Jaeger con su aire aburrido y su amable apacibilidad, era una de las piezas más valiosas de Erwin. Una de la que nadie había sospechado jamás que trabajaba para él. Hasta que lo asesinaron, claro.

Mientras guiaba el coche para ingresar en la zona más exterior de la ciudad, Levi comenzó a percibir el hormigueo de ansiedad que siempre le recorría la columna cuando estaba a punto de cometer un error que le podía costar caro. Aquella advertencia le había salvado la vida en más de una ocasión, pero en ese caso en particular, él mismo estaba acercándose voluntariamente a su condena.

Menudo idiota era.

Shiganshina era una de las ciudades que se encontraban en la zona más externa del país y, a diferencia de los sectores industriales como Stohess, en el área central, o las urbes más grandes como Mitra, en el centro, los pueblos y ciudades de esas zonas eran prácticamente rurales. Terrenos dedicados casi en un setenta por ciento a la agricultura y que eran los responsables de abastecer a casi todo el país.

Y allí, se dijo Levi, era donde él iba a enterrarse durante tres meses. Mierda, no quería ni imaginar cómo se ensuciaría y llenaría todo de polvo en aquel sitio.

Aunque Hange le había explicado vagamente dónde estaba emplazada la casa del doctor, al ver tantas viviendas similares Levi se sintió confundido. ¿Realmente en aquel sitio la gente podía distinguir su casa de las demás? A él le parecía bastante imposible. Cada casa parecía la maldita copia de la otra, joder.

Frustrado, detuvo el coche unos minutos para corroborar la dirección y las indicaciones que le había dado Erwin. Una sonrisa cargada de irónica sorpresa asomó a sus labios cuando al ingresar los datos al GPS de su móvil este reconoció las coordenadas. Gracias a Dios seguía en la civilización.

Diez minutos después, ya había dado con la residencia; bastante lejos de las indicaciones de Hange, por supuesto. En cuanto se instalara llamaría a esa maldita cuatro ojos para decirle lo que pensaba de sus explicaciones.

La casa de los Jaeger estaba ubicada en una población llena de viviendas familiares de aspecto similar en la parte más externa de la ciudad, casi colindando con el bosque que demarcaba el final de la zona urbana. Levi supuso que el médico había elegido aquella ubicación por lo cercana que estaba de la zona rural donde, por lo que él sabía, solía atender pacientes.

Levi buscó su abrigo negro para ponérselo y se bajó del coche. Se estremeció un poco al notar el frío aire otoñal que comenzaba a arreciar con insistencia a última hora de la tarde, un recordatorio de que el insipiente invierno se acercaba a pasos agigantados. Otra bocanada de aire gélido lo azotó cuando levantó el rostro para observar la vivienda; una estructura de dos plantas de aspecto rural de adoquines claros y vigas de madera. El tejado a dos aguas de color rojizo estaba coronado por una chimenea que le otorgaba un aire bastante hogareño, así como las cortinas de legres colores que cubrían las ventanas y las pequeñas masetas con flores que adornaban la escalera que subía hasta la puerta de entrada.

Por lo menos se veía limpia, pensó Levi resignado. Odiaba los sitios sucios, odiaba el polvo y el moho; el desorden también podía volverlo loco. Aun así, en muchos de sus trabajos había tenido que soportar cosas peores, lo que era una putada, pero no le quedaba más opción.

Estaba a punto de dirigirse a llamar a la puerta para avisar de su llegada cuando lo sobresaltó encontrarse con un par de ojos verdes que lo miraban intensamente medio ocultos tras las cortinas desde una de las ventanas.

Enarcando una ceja, Levi le devolvió una fría mirada, logrando que el pequeño espía desapareciera en cosa de segundos. Cobarde.

Maldición, como odiaba a los mocosos.

Ni siquiera fue necesario que llamara a la puerta. Nada más poner un pie en la entrada, esta se abrió enfrentándolo a una mujer joven ataviada con un simple vestido amarillo pálido y un delantal de cocina blanco. Era un poco más alta que él, lo que no era la gran cosa si se tenía en cuenta que Levi solo medía un metro sesenta.

—¿Señor… Ackerman? —le preguntó ella dubitativa a lo que él asintió con un gesto.

—Sí, Levi Ackerman. Pero puede llamarme solo Levi, no hace falta la formalidad —respondió intentando no parecer tan cortante como era su costumbre. Aquello era algo que Erwin le había suplicado hasta el hartazgo—. Supongo que usted debe ser la señora Jaeger.

—Sí —le dijo ella con una sonrisa que pareció iluminar sus grandes y bonitos ojos ámbar—. Puede llamarme Carla.

Durante unos segundos Levi se debatió en si sería necesario tenderle la mano para completar la presentación, algo que odiaba profundamente y siempre intentaba evitar porque, ¿qué sabía uno de lo que otros habían tocado?, pero no fue necesario. Antes de que pudiera hacer o decir nada más, un par de chiquillos se asomaron a la puerta para mirarlo con curiosidad.

—¿Él es el pariente de Mikasa? —preguntó el chico observándolo ceñudo. Levi no pudo evitar percatarse de lo desaliñada que lucía la polera verde de manga larga que llevaba y los pantalones oscuros del niño, como si se hubiera estado arrastrando por allí. Qué horror. Él también le lanzó una mirada cargada de despreció con la que el crío ni se inmutó—. ¿En verdad se va a quedar con nosotros?

Carla miró escandalizada a su hijo.

—¡Eren, tus modales! —lo regañó lanzándole una mirada de enojo que no tendría nada que envidiarle a las de Erwin. La mujer se giró a mirar a Levi muerta de vergüenza—. Lo siento mucho, Levi. Este es mi hijo, Eren, que a veces no sabe cómo comportarse —una mueva mirada de advertencia al chico para que no volviera a abrir la boca—. Y está —dijo acercando hacia ella a una niña pálida y delgada, vestida con un sencillo vestido blanco y una bufanda roja atada al cuello—, es Mikasa. Mi otra hija.

Levi no necesita ser un genio para comprender la indirecta implícita en aquella presentación. Carla Jaeger le estaba dejando clarísimo que fuera cual fuese el motivo por el cual se encontraba allí, Mikasa ya no tenía nada que ver con él.

Una mirada de comprensión y un leve asentimiento bastaron para dejar las cosas perfectamente claras entre ellos, distendiendo la tensión.

—Hola, Mikasa. Hola, Eren —respondió, y se sintió un poco divertido cuando aquel par de ojos verdes lo miraron con evidente rencor.

—¡Pero qué mal educada soy! —Exclamó Carla—. Por favor, Levi, pasa —le dijo la mujer al tiempo que ella misma entraba a la casa y obligaba con suavidad a los niños a hacer lo mismo—. ¿Has tenido un buen viaje?

Sin mucho ánimo, Levi se resignó a responder las preguntas pertinentes que le hacía Carla mientras se dejaba arrastrar a la pequeña sala de estar y aceptaba tomar asiento en uno de los cómodos sillones que se encontraban ubicados cerca de la chimenea que en ese momento estaba apagada. La casa de los Jaeger era bastante similar por dentro a como lucía por fuera, manteniendo aquel aire de ruralidad que parecía primar en todas las viviendas de la ciudad, pero aun así era bonita.

Los muebles eran robustos y rústicos, para nada ostentosos; además se dio cuenta, sorprendido, de que no había cuadros colgando de las paredes como esperaba, aunque este detalle volvía el espacio de las habitaciones iluminados y amplios. Levi observó con detenimiento las repisas llenas de alegres adornos y fotografías de la familia, libres de polvo, lo que le subió bastante el ánimo; y finalmente fijó su atención en el gran estante repleto de libros pulcramente ordenado. Se apuntó mentalmente que más tarde le diría a Carla si podía dejarle algunos. A Levi le gustaba leer en su tiempo libre, y mientras estuviese en aquel sitio no tendría muchas cosas con las que distraerse. Esperaba no acabarse la puta biblioteca antes de que pudiese marcharse de allí.

Estaba a punto de decirle a Carla que necesitaba hablar a solas con ella un momento, cuando la mujer se disculpó desapareciendo por un pasillo que Levi supuso llevaría hacia la cocina.

Un sentimiento de pánico al que no estaba muy acostumbrado se apoderó de él cuando se encontró frente a frente con los dos mocosos que lo miraban fijamente. Eren todavía lo observaba con el ceño fruncido y receloso, y parecía más que dispuesto a aprovechar la ausencia de su madre para decir lo que se le viniese en gana, pero para sorpresa de Levi fue Mikasa la que habló.

—No le recuerdo —le dijo ella con una voz clara y segura que contrastaba un poco con su apariencia frágil—. Mamá dice que es mi primo, pero no creo haberle visto antes.

—Solo te vi un par de veces cuando no eras más que una bebé —desagradablemente llorona, le hubiera gustado añadir, pero no creyó que eso ayudara en ese momento—. También fueron las únicas veces que vi a tus padres —reconoció—. Cuando me dijeron que ellos habían muerto y que estabas hospitalizada, no quise ir a verte. Ya había acordado con el doctor Jaeger que no me haría cargo de ti.

Mikasa abrió sus ojos grises con sorpresa, pero no aparentaba sentirse resentida con él, por el contrario, parecía casi hasta aliviada.

Levi no la culpaba, ¿quién en su sano juicio querría vivir con un tipo como él? Asocial, malhumorado, frío y malhablado. Él estaba lejos de ser la elección ideal para cuidar a alguien más, menos a una niña.

Aunque sabía que era una mala idea y que luego se arrepentiría de ello, observó a la chica intentando encontrar similitudes entre ellos, algo que le corroborara que realmente eran familia, pero no había mucho a lo que aferrarse.

Mikasa definitivamente tenía los rasgos asiáticos de su madre; delicada y bonita, con oscuros ojos grises y una suave y lacia melena de cabello azabache que le caía bajo los hombros. Tal vez, pensó Levi, compartían el mismo tono pálido de piel y el liso cabello oscuro; y también el hecho de que la chica era delgada para su edad, algo con lo que Levi, que a pesar de entrenar bastante era más fibroso que corpulento, podía identificarse; sin embargo y pese a sacarle unos quince centímetros en ese momento, era evidente que ella sería más alta que él. Puta vida.

Una punzada de desilusión se alojó en su pecho, pero intentó desterrarla de inmediato, pues no era culpa de la niña no cumplir sus expectativas. La vaga ilusión que Levi había albergado cuando iba rumbo a Shiganshina de que ella se pareciese un poco más a él estaba basada en puro egoísmo; en la esperanza de poder de ese modo ver nuevamente la imagen de su madre, Kuchel, en alguien más que no fuese él mismo cada vez que se miraba en el espejo.

—¿Entonces por qué ha venido hasta aquí? Ya nos ha dejado claro que no quiere a Mikasa.

Los pensamientos de Levi se vieron interrumpidos por Eren que seguía mirándolo desafiante. Si él fuera como Kenny, el tío que lo había criado cuando su madre murió, ya le habría dado una bofetada por hablarle así. Para aquel hombre de carácter fuerte y enfados rápidos, la disciplina se aprendía a base de dolor y castigos.

Mirando ahora a aquel mocoso impertinente, Levi se estaba planteando seriamente si quizás su tío tenía razón.

Antes de que pudiera decidir entre responderle a Eren o golpearlo, Carla apareció nuevamente cargando con una bandeja donde descansaban una tetera y sendas tazas, así como el azucarero y un plato con algunos dulces.

El reconfortante aroma del té negro lleno las fosas nasales de Levi y lo hizo sentir reconfortado de inmediato, mitigando incluso un poco su fastidio.

Nada más poner la mujer la bandeja en la mesa de centro, Eren, con un gritito de alegría, se abalanzó sobre las galletas agarrando un puñado para compartirlas con Mikasa; al parecer ya se había olvidado por completo de su interrogatorio. Carla lo miró frunciendo el ceño, pero hasta para él fue evidente que no estaba realmente enfadada con el mocoso.

—Eren, compórtate —lo regaño nuevamente mientras comenzaba a servirle el té a Levi—. Además necesito que Mikasa y tú me hagan un favor —continuó—. El abuelo de Armin está un poco enfermo, así que he preparado algo de comida para ellos. Quiero que se la lleven.

El chico la miró entrecerrando los verdes ojos, como si sospechara.

—Pero ya casi va a comenzar a anochecer, mamá. Tú dices que no podemos estar fuera tan tarde.

—Esta vez es un caso especial —le dijo Carla con amabilidad—. Además irán a dejar la comida y regresaran enseguida. No pueden quedarse a jugar con su amigo.

Eren no parecía muy convencido y pronto frunció el ceño.

—Solo quieres que salgamos de casa para que puedas hablar a solas con él —le soltó molesto—. No quieres que oigamos lo que tienen que decir.

La amabilidad de Carla desapareció al instante, siendo remplazada por una mirada feroz idéntica a la de chico. Ahora entendía Levi de donde había sacado ese temperamento el mocoso. ¿Dónde mierda se había ido a meter?

—¡Irán a casa de Armin a dejar la comida y punto, Eren! Mikasa, cariño —le dijo a la niña suavizando la voz, como si jamás hubiera estado enfadada—, por favor.

Como si la chica estuviera condicionada a esa situación, asintió de inmediato sin protestas y tomó al chico de la mano.

—Sí, mamá. Vamos, Eren —le dijo a su hermano adoptivo mientras tiraba de él rumbo a la cocina.

Bebiendo su té en silencio, Levi observó aquella mujer tomar asiento frente a él. Seguramente Carla Jaeger era solo unos pocos años mayor que él; demasiado joven, pensó, para ser la madre de dos niños luego de haber quedado viuda recientemente. Era una mujer hermosa, de piel levemente bronceada que contrastaba con los bonitos ojos dorados y el sedoso cabello negro. Levi no creía que le fuera difícil encontrar un nuevo marido que pudiese ayudarle a criar a los mocosos. Mientras estuviese allí quizás se lo sugeriría. Él sabía de primera mano lo difícil que era para una mujer sola el criar a un niño sin ayuda.

El ruido sordo de la puerta al cerrarse seguido del leve eco de la voz de Eren protestando mientras se alejaba les corroboró que ya estaban solos.

Levi levantó la vista de su taza y notó la mirada cansada y pesarosa de Carla, como si hubiera mantenido una fachada de seguridad que no sentía mientras estaban allí sus hijos. Con un profundo suspiró que pareció hundirla por completo, ella le sonrió débilmente antes de decirle:

—Bueno, Levi, ahora ya estamos solos así que, por favor dime que está pasando realmente. Necesito saber quién mato a mi marido y nos está poniendo en peligro.

Dejando su taza sobre la mesa, Levi aceptó su petición sin dudarlo y comenzó a explicarle todo lo que sabía, a pesar del consejo que le había dado Erwin de que le evitara algunos detalles. Si uno iba a hundirse en el infierno, creía él, por lo menos tenía el derecho a saber qué demonios podía encontrar en él.

 

——o——

 

Era casi medianoche y Levi no podía dormir, lo que en su caso no era una novedad ya que casi nunca tenía una noche completa de sueño reparador. A menudo creía que su insomnio se debía a un tipo de reflejo condicionado aprendido durante la infancia y estimulado a medida que iba creciendo.

Cuando era niño y su madre iba a atender clientes en la noche, Levi a veces no podía dormir al saber que estaba solo en la diminuta y destartalada casa en que vivían. Cualquier ruido del exterior, que no eran pocos ni gratos en la zona marginal de la capital donde vivían, lo asustaba. Además, a veces tenía hambre, y esta tampoco era una buena compañera para ayudar a conciliar el sueño. Luego, cuando su madre murió y se fue a vivir con Kenny, los negocios nocturnos de su tío y su mal carácter le habían enseñado a ser precavido durante la noche; algo que le había servido bastante en su tiempo como delincuente juvenil, en el que no sabía en que momento alguien querría ajustar cuentas con él. Inclusive ahora en su trabajo, donde el peligro parecía estar respirándole constantemente en la nuca, el poder prescindir de largas horas de sueño era un beneficio.

Como fuese, dormir no era una necesidad primordial para Levi. Descansaba solo lo justo para que su cuerpo resistiera un día tras otro.

Resignado a que esa sería otra noche más en vela, se levantó y bajó con sigilo a la cocina para prepararse una taza de té. Tal vez de ese modo podría relajarse un poco.

La casa de los Jaeger estaba en completo silencio. Hacía horas que Carla había enviado a los niños a la cama y ella los había seguido poco tiempo después. Luego de la tensa conversación de esa tarde y de la explicación muy poco grata que él le había dado, la mujer había intentado aceptarlo todo con un valor increíble. Levi no podía hacer más que admirarse de ella y su determinación. Sabía que no debía ser fácil saber que tanto ella como los niños podían ser asesinados en cualquier momento.

Pero él haría lo posible por evitarles ese destino. Ese era uno de los motivos por los que estaba allí.

A pesar de que la noche estaba bastante helada, Levi se envolvió en su abrigo negro y salió fuera de la casa, sentándose en el peldaño superior de la escalera de entrada. Las calles estaban desiertas a esas horas; levemente iluminadas por la luz mortecina de las farolas. Si ponía atención, incluso podía oír el amortiguado ruido indescifrable producido por los animales nocturnos que seguramente habitaban el bosque colindante. Se sorprendió un poco al darse cuenta de que aquello no era algo que uno podía apreciar en las ciudades industriales ni en las urbes más pobladas. Tal vez, pensó, pasar un tiempo en aquella ciudad apartada de la mano de Dios no estuviese tan mal.

Mientras daba un sorbo a su humeante taza de té, Levi notó la conocida sensación de ser intensamente observado. Se tensó al instante, y de manera disimulada metió su mano libre dentro de su abrigo hasta rozar la empuñadura del cuchillo que siempre llevaba con él. Contuvo la respiración y esperó unos instantes, observando de reojo a su alrededor, atento a cada ruido que no pudiera identificar y entonces lo vio… aquel par de ojos verdes que nuevamente lo observaban a hurtadillas.

Tsk, el mocoso era un fastidio.

Durante aproximadamente diez minutos Levi se quedó allí, fingiendo que no se había percatado de su presencia mientras seguía bebiendo de su té y disfrutaba de la tranquilidad nocturna, esperando que el chiquillo se cansara y se fuera de regreso a la cama, pero no fue así. Eren seguía allí escondido, pendiente de todo lo que él hacía como si quisiera encontrar algo que lo delatara y demostrara que Levi era una mala persona.

Si el mocoso supiera…

Finalmente harto de aquel estúpido jueguecito, Levi terminó su té de un sorbo y lo miró directamente sin darle tiempo a esconderse. Sus ojos, siempre tan expresivos, se abrieron con pánico.

—Oi, mocoso, ¿piensas quedarte allí toda la noche? ¿No te dijo tu madre que te fueras a dormir?

Levi había esperado que al ser descubierto el niño saliera corriendo; no obstante, y para su sorpresa, notó como la puerta se abrió lentamente antes de que el chico se asomara para quedar de pie frente a él.

Ataviado solo con un pijama celeste de manga larga, el niño iba demasiado desvestido para estar fuera a esa hora. Por lo menos se había calzado, pensó Levi aliviado. No tenía ganas de arrastrarlo de una oreja dentro de la casa para meterlo en la cama.

Un estremecimiento recorrió por completo el cuerpo de Eren haciéndolo tiritar cuando notó el frío nocturno, pero se envolvió con sus brazos para darse un poco más de calor y que no se le notara tanto. Levi no pudo evitar sonreír un levemente al percatarse de lo orgulloso que era el crío. No estaba mal.

A pesar de llevar el corto cabello castaño oscuro hecho un desastre a causa del sueño, su rostro se veía demasiado despejado; sin rastros de somnolencia reciente que delataran que se había despertado hacía poco.

¿Cuánto tiempo había estado despierto aquel mocoso?, se preguntó Levi intrigado. ¿Habría estado esperando la oportunidad para espiarlo? ¿Se habría despertado cuando él se levantó o llevaba horas así?

Por lo general Levi era bueno sacando conclusiones, analizando a las personas y obteniendo las respuestas que necesitaba, pero no sabía cómo tratar con un niño. Para él, sus mentes siempre eran caóticas, y el hijo del doctor le parecía uno de los peores. Demasiada energía acumulada en un poco más de un metro cuarenta. Joder.

—¿Va a llevarse a Mikasa? —le soltó de golpe Eren, sorprendiéndolo. Aún de lejos y a esa distancia, Levi podía percibir lo serio que parecía el chico.

—¿Quieres que me la lleve? —le preguntó en respuesta. Un sutil reto en sus palabras que tuvieron de inmediato el efecto deseado. El mocoso se envaró aún más y acercándose unos cuantos pasos se plantó a su lado intentando lucir amenazador. Que divertido.

—¡Claro que no, Mikasa es mi hermana! —le espetó molesto. Al darse cuenta que estaba gritando y lo que podía significar para él si Carla se despertaba y lo encontraba allí fuera, bajo la voz considerablemente cuando volvió a decirle—: Mikasa es parte de esta familia. Mamá la necesita ahora que ya… no está papá aquí —murmuró Eren y tragó sonoramente, como si intentara controlarse para no ponerse a llorar ahí mismo—. Además, yo tengo que cuidarlas a ambas. Se lo prometí.

El aguijonazo doloroso de un recuerdo casi olvidado hizo a Levi sentir incómodo. Mucho tiempo atrás él también había sido un niño con el mismo ideal ingenuo, pero más pronto que tarde se había dado cuenta de que la vida era una mierda y que si no eres un adulto autosuficiente no podías hacer absolutamente nada. Y a veces ni siquiera siendo uno podías escapar de todas las porquerías que te escupía el destino.

Levi estuvo a punto de abrir la boca para reventar la burbuja del chico y decirle que eso solo eran tonterías. Que no era más que un mocoso débil que apenas podía cuidar de sí mismo y mucho menos podría proteger a su madre y a su hermana. Levi quería hacerlo, debería haberlo hecho, pero se calló. Algo en la actitud desafiante del niño, en su manera de mirarlo tragándose el miedo, hizo que sus labios se quedaran pegados.

Viéndolo ahora de cerca, Levi pudo notar el gran parecido que tenía Eren con su madre. Ambos compartían el mismo tono de piel ligeramente bronceada, los mismos rasgos bonitos y aquellas cejas dramáticas que parecían enfatizar todo lo que decían. Los ojos grandes y expresivos también eran un rasgo heredado de su progenitora, pero a diferencia de los de Carla que eran de un brillante tono ámbar, los del chico de eran de un verde azulado intenso, abrumador. El verde del bosque profundo, el de las esmeraldas. El verde de las llamas del infierno.

Eran los ojos de un superviviente, y eso a Levi le gustó.

—No voy a llevármela —le dijo con sinceridad al niño pasados unos minutos—. Solo me quedaré aquí un tiempo para ayudar a tu madre hasta que pueda estabilizarse lo suficiente para seguir sola —y aquella era una verdad a medias. Una verdad llena de secretos intrínsecos—. Es demasiado joven para tener que cargar con dos mocosos insoportables como ustedes.

Eren le hizo una mueca de disgusto que en su rostro aniñado fue más divertida que amenazante y se sentó a su lado en el peldaño de la escalera que Levi ocupaba, pero procurando mantener una distancia aceptable entre ellos, algo que él agradeció.

—¿Cuánto tiempo? —inquirió Eren tirando de las mangas de su pijama para cubrirse los dedos, seguramente helados.

—Quien sabe —murmuró Levi y levantó la vista para mirar hacia el cielo. A pesar de la calle débilmente iluminada, este parecía cuajado de estrellas. Millones y millones de puntos luminosos hasta donde la vista alcanzaba—. Días, semanas, meses. Aún no lo tengo muy claro. Pero no te preocupes, mocoso —le dijo al chico con una leve sonrisa irónica—, no será para siempre.

Eren soltó un bufido de fastidió y le lanzó aquel intento de mirada amenazante al que Levi ya se estaba acostumbrado.

Ninguno de los dos dijo nada más durante un rato. Permanecieron simplemente así, contemplando las estrellas en compañía del otro, casi como si fueran viejos amigos y la compañía mutua los reconfortara.

—Creo… que me equivoqué con usted —le dijo de repente Eren pasado ya un rato, llamado su atención. Cuando se miraron, vio que el niño parecía muy serio y un poco avergonzado.

—¿Y eso que quiere decir?

—Que pensé que usted era alguien malo y peligroso —confesó—. Aunque sigue pareciendo alguien peligroso.

Si el mocoso supiera, pensó nuevamente divertido Levi. Sin embargo solo se limitó a asentir con un gesto.

—Lo soy, te lo aseguro. Así que no te conviene tocarme las narices, mocoso —le advirtió a Eren. Al ver como aquellos ojos verdes se abrían con asombro, se sintió divertido.

Sin embargo esta vez Eren negó con energía.

—No lo es —le dijo con total convicción—. Solo es lo que quiere que los demás creamos —guardó silencio unos segundos antes de mirarlo de una forma extraña. Una mirada tan intensa que hizo que Levi se inquietara un poco—. Usted es amable, solo que pretende que lo demás nos demos cuenta y por eso parece estar siempre enfadado e intenta dar tanto miedo —continuó—. Creo que le han hecho mucho daño y por eso actúa así. Para no parecer débil y que los demás le tengan lástima —algo cohibido por lo que estaba diciendo, Eren bajó los ojos hacia sus manos—. Yo creo que a pesar de todo usted es una buena persona. Puede que incluso me alegre un poco de que esté aquí.

Leví apartó los ajos del chico notando el corazón latirle en el pecho desbocado, sin comprender muy bien el motivo; tal vez, se dijo, era porque la idea de que alguien pareciera tan confiado a su lado era nueva y extraña. O quizás era porque, la forma en la que lo veía Eren, lo hacía algo más cercano al yo humano que había sido tiempo atrás.

Odiaba aquel lugar, se dijo Levi un poco asustado. Mierda, debería marcharse de Shiganshina lo antes posible; antes de que…

Con un nudo de pánico en el estómago, Levi notó como la distancia que los separaba era cada vez más corta. Y antes de darse cuenta, Eren estaba prácticamente pegado a su lado, como un cachorro en busca de calor. Estaba tan cerca de él que Levi incluso lo podía sentir temblar a pesar de las capas de ropas que los separaban.

Su primer impulso fue apartarlo de un empujón y decirle que se largara a la cama, pero al ver lo confiado y poca cosa que este parecía en ese momento, Levi recordó lo que Erwin le había contado del niño cuando le habló de él por primera vez: Eren había visto morir a su padre y se había quedado junto a su cadáver hasta que lo encontraron, horas después, empapado en sangre y la mente hecha un caos.

Un niño que había visto morir a su padre, mierda.

Y sin poder evitarlo, a su cabeza llegó el recuerdo de otro niño que muchos años atrás, tantos que ya era casi difícil recordarlo, había visto escaparse la vida del cuerpo de su madre. Un niño que había esperado por días junto a su cadáver, confiando en que esta despertara y le dijera que todo era una mentira. Que seguirían estando juntos.

Seguro de que después se odiaría por ello, Levi abrió un poco su abrigo para cubrir Eren y dejar que se acurrucara contra él. El contacto físico no era algo que le agradara demasiado, de hecho Levi había tenido muy pocas amantes en su vida por el mismo motivo, sin embargo el tener al niño pegado a su costado no era del todo desagradable. Probablemente porque la noche era helada y el calor de aquel pequeño cuerpo contrarrestaba el frío.

Oyó a Eren contener la respiración unos momentos, como si temiera molestarlo, pero luego el chico dejó escapar una risita queda que calló de golpe al ver la mirada acerada que Levi le lanzó en señal de advertencia.

—Oi, mocoso, deberías irte a la cama. Ya es muy tarde.

—Lo hare —respondió Eren con la voz amortiguada por la cercanía y el mismo tono condescendiente que Levi le había oído usar con su madre cuando no quería hacer las cosas—. Solo contaré hasta veinte mientras entro en calor y luego volveré a la cama.

Aquellos veinte segundos se volvieron eternos, y cuando Levi bajó la vista para mirar al chico, este dormía tranquilamente acurrucado a su lado, con una respiración profunda y acompasada. Casi por primera vez desde que lo había conocido horas antes, el rostro de Eren lucia relajado y tranquilo, lejos del semblante de chico conflictivo y testarudo que parecía mostrar siempre.

Al percatarse de que el pequeño durmiente acababa de babearle la manga de la camisa blanca que llevaba, Levi soltó un sonido de disgusto y lo fulminó con la mirada a pesar de que el otro no se enteró de nada.

—Mierda, que asco —masculló molesto entre dientes—. Por cosas como esta es que detesto a los mocosos —continuó murmurando mientras sacudía al chico sin mucha delicadeza—. Oi, Eren, despierta. Despabila de una vez, maldito mocoso.

Al tercer intento se dio cuenta que iba a ser en vano, así que de mala gana se quitó el abrigó para cubrir al chico y tomándolo en brazos se puso de pie para llevarlo hasta su cuarto en la segunda planta.

Intentando ser lo más sigiloso posible, Levi hizo malabares para sostener el chico contra su pecho mientras abría la puerta con cuidado para así no despertar a Mikasa que compartía el cuarto con Eren; pero nada más dejar al chico tendido en la cama, se dio cuenta de lo inútil de su tentativa ya que la niña lo miraba con aquellos ojos grises muy atentos.

Durante unos segundos ambos se sostuvieron la mirada, como analizándose, como desafiándose; sin embargo Mikasa rápidamente perdió interés y se giró en su cama para observar con adoración a Eren que seguía profundamente dormido, ignorando a Levi de forma casi grosera, como si él ya no estuviese allí.

Una vez de regreso en su propia habitación, Levi se tumbó sin desvestirse en la cama y pensó en lo complicado que le había parecido aquel día. En las muchas cosas que había experimentado en tan poco tiempo.

Una vez más su mente regresó a Mikasa, y se preguntó que sería lo que la niña pensaría de él. Que sería lo que ella vería cada vez que lo miraba. Como luciría Levi a través de sus ojos.

Frío, seguramente, se dijo. Alguien lo suficientemente desalmado para haber dejado a una niña huérfana que lo necesitaba en manos de extraños.

Aquel desconcertante sentimiento de incomodidad que lo embargaba desde que supo que vería a la chica se acrecentó en su pecho, provocándole una sensación de quemazón ardiente. Un malestar casi físico que no disminuía con nada.

Se cubrió los ojos con un brazo e intentó desterrar aquellos malos pensamientos y los recuerdos dolorosos que se arremolinaban en su cabeza. Probó a pensar en los buenos recuerdos: su madre, cuando aún estaba bien; Farlan e Isabel, sus amigos que siempre parecían alegrarse de verlo; Hange, alegre y desquiciada contándole sobre alguno de sus locos invento; Erwin, cuando le ofreció una oportunidad y diciéndole luego lo mucho que confiaba en él.

Y así de repente, casi como una invasión a su intimidad, un par de ojos verdes se colaron en su mente. Ojos verdes como el bosque profundo. Ojos verdes como las esmeraldas. Ojos verdes como los fuegos del infierno. Aquellos ojos que mirándolo con la seguridad de la ingenuidad infantil le dijeron a Levi que era amable. Que era una buena persona, quizás, solo quizás, un poco rota. Ojos verdes que removieron algo dentro de él, demostrándole que a pesar de todo, seguía siendo lo suficientemente humano para sentir dolor y sufrir por alguien más que no fuera él mismo.

Y con aquellos ojos y sus palabras todavía dando vueltas en su cabeza, finalmente se quedó dormido.

Notas finales:

Lo primero, a quien haya llegado hasta aquí, muchas gracias por leer. Espero que haya valido la pena y les haya gustado.

Este ha sido el primer capítulo de flashback, así que lamento si alguien esperaba a leer como serie ese reencuentro entre Levi y Eren, pero aquí se ha podido leer como se conocieron, y prometo que el reencuentro será en el capítulo tres. También confío en que él capitulo no haya salido demasiado pesado, antes de darme cuenta ya llevaba casi veinte páginas escritas. Ni yo me imagine que saldrían tantas.

Bueno, gracias nuevamente y hasta la próxima actualización.


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