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Cantarella (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 6:

(Inocencia)

Monstruos

 

 Alguien dijo alguna vez, «No luches contra monstruos, no sea que te conviertas en uno de ellos. Y si miras largo tiempo al abismo, el abismo también mirará dentro de ti».

(Laini Taylor, Hija de Humo y Hueso)

 

 

 

—¡Ahhh, demonios, esto es un completa pérdida de tiempo! ¡Tres malditos días en los que no hemos conseguido nada más aparte de llenarnos de polvo y quedar con las espaldas destruidas!

Levi levantó la vista del fajo del papeles que examinaba en ese momento para observar a Farlan Church que, poniéndose de pie junto al viejo sofá marrón que acababa de revisar al completo, se echó ligeramente hacia atrás con las manos tras la cintura para desentumecer sus agarrotados músculos lumbares. Su amigo y “socio” parecía bastante cabreado y honestamente, él no podía culparlo ya que se sentía igual. Llevaban tres días registrando de arriba abajo la modesta consulta médica de Grisha Jaeger y hasta el momento no habían hallado nada que pudiese serles ni mínimamente útil. Tal como Farlan reclamaba, una jodida pérdida de tiempo.

Durante el mes que llevaba viviendo en Shiganshina y gracias a la ayuda de Carla que le contó cuanto sabía, Levi poco a poco logró hacerse una idea aproximada del tipo de vida que mantenía el médico y el trabajo que este hacía allí. Según su joven esposa, el doctor Jaeger era un hombre tranquilo y trabajador, que se desvivía por sus pacientes y su familia, y para el que nadie en aquella pequeña ciudad tenía más que palabras amables hacia su persona.

Sí, por donde se le mirara, Grisha era un ejemplo de buen hombre; no obstante, esa supuesta perfección a él lo hacía dudar todavía más, cuestionárselo todo, porque, ¿quién no alberga un lado un poco oscuro dentro de sí mismo? Además, la misma mujer reconoció que existían cosas de las que este jamás la hizo partícipe, como sus investigaciones, por ejemplo. A diferencia de los casos de sus pacientes, los cuales sí le comentaba en algunas ocasiones, el doctor Jaeger nunca hablaba de sus trabajos ni proyectos investigativos, y si Carla se atrevía a preguntar, él argumentaba que eran cosas que esta no sería capaz de comprender. Asimismo, ella también le dijo que su marido podía pasarse horas e incluso días encerrado en el pequeño laboratorio que tenía en la consulta y que una vez cada dos meses este viajaba fuera de la ciudad para dirigirse ya fuese a Mitra, la capital, o hacia Stohess.

De inmediato Levi supuso que aquellos misteriosos viajes eran para encontrarse con Erwin y ponerlo al tanto del trabajo encubierto que el doctor realizaba para él; no obstante, prefirió reservarse esa información. Aquella pobre mujer ya tenía suficiente con lo que lidiar.

Fue así como sus primeras semanas en la localidad transcurrieron recabando información sobre Grisha Jaeger y revisando los documentos que este tenía en su casa; adaptándose a la tranquila vida de pueblo de Shiganshina e intentando acoplarse a la extraña familia del médico, quienes, a excepción de Mikasa, parecían decididos a que Levi fuera uno más de ellos, aunque él no quisiera. Tanto Carla como su condenado mocoso eran los seres más testarudos que tuvo la desgracia de conocer.

Sin embargo, dos días atrás, Levi finalmente logró conseguir una copia de la llave de la consulta del médico y su búsqueda de información tuvo otro rumbo hacía donde avanzar. Tras el asesinado de Grisha y la posterior investigación que le siguió, estas quedaron a buen recaudo en poder de los altos mandos y por lo tanto, fuera de su alcance. Frustrado por la demora, él mismo le sugirió a Erwin que le permitiera colarse de todos modos ya que abrir unas cuantas cerraduras y desactivar un sistema de seguridad para él no era nada del otro mundo, pero este se negó en rotundo, argumentando que las cosas no se hacían de ese modo y que Levi ya no era un delincuente y debía aprender a comportarse.

Por supuesto, acabó por aceptar sus órdenes de mala gana y se obligó a sí mismo a esperar con paciencia a que su superior utilizara sus contactos para darle acceso.

Y era gracias a Erwin que ahora podían inspeccionar, legalmente, la consulta junto a Farlan, esperando poder encontrar algo que les indicara donde estaba la información restante de la investigación del doctor Jaeger o quien podría habérsela llevado tras su muerte; pero, al parecer, está acabó desapareciendo junto con la vida del mismo.

—Sé que es una putada, pero es necesario. Además, solo nos queda esta habitación —respondió finalmente a la queja de su amigo que estaba afanado quitándose un montón considerable de polvo que tenía adherido a los vaquero negros y la camisa azul cobalto que llevaba ese día. Levi hojeó con rapidez los informes médicos de algunos pacientes que acababa de encontrar y los dejó sobre el escritorio antes de comenzar a revisar el cajón que había vaciado para cerciorarse de que no tuviese doble fondo antes de repetir la operación con el siguiente—. Sabes que Erwin temía que la policía no hubiese hecho un buen trabajo.

Farlan bufó con burlesco desagrado.

—Esos idiotas no tienen la menor idea de lo que hacen. Deberían tener más imaginación, ya sabes, como los ladrones —le dijo mientras caminaba a paso lento sobre el suelo de clara tarima beige golpeado suavemente con él talón de su bota cada tabla, esperando encontrar alguna suelta o una trampilla—. ¿Recuerdas la de veces que hallamos dinero o joyas en los lugares más extraños? Todavía me acuerdo de esa horrible muñeca antigua con cara de desquiciada que estaba llena con los diamantes que aquella malhumorada abuela guardaba. ¿Puedes creer que Isabel aún tiene pesadillas con ella? Era un verdadero horror. La decapitaste, ¿lo recuerdas? —le preguntó este, divertido. Al ver la mirada de indignado enfado que Levi le lanzó, Farlan soltó una abierta carcajada que solo consiguió enojarlo aún más—. A la muñeca, por supuesto. No estaba hablando de la viejecilla.

—Deberías olvidar esas mierdas —masculló entre dientes, cerrando los cajones con más fuerza de la necesaria. Otro fracaso—. Se supone que ya no estamos de ese lado de la ley, ¿recuerdas? No creo que desees volver a tener tu culo en prisión, Church.

—Por supuesto que no, Levi, pero debes reconocer que esos eran tiempos divertidos y emocionantes y nos la pasábamos bien. Por lo menos mejor que ahora —su amigo se agachó para arrodillarse en el suelo y con la navaja que siempre llevaba hizo un poco de presión para sacar una tabla suelta. Al percatarse de su mirada atenta, Farlan negó con desanimo en sus ojos celestes al no hallar nada de utilidad—. Creo que te estás convirtiendo en un viejo aburrido y amargado a causa de Erwin.

—Quien sabe —fue su respuesta mientras se dirigía a la amplia biblioteca que ocupaba por completo una de las paredes del despacho del doctor. Esta contaba con un vasto repertorio de libros sobre ciencias de la salud que a sus ojos, parecían bastante incomprensibles.

La pequeña casa que sirvió de laboratorio y oficina al médico en vida, estaba emplazada en la zona más céntrica de la ciudad y, como no, era una copia exacta del resto de viviendas de aquella ciudad, con sus adoquines claros de apariencia rústica y el tejado rojizo a dos aguas. Era una sencilla residencia de tres habitaciones, con una pequeña sala de estar además de una diminuta cocina y un cuarto de baño que no distaban mucho de la decoración e implementación de una casa normal; sin embargo, los cuartos fueron acondicionados para servir de consulta médica, laboratorio y despacho respectivamente. Farlan y él habían acabado ya de inspeccionar tanto el resto de la casa como la consulta y el laboratorio, siendo el despacho donde se encontraban lo último que les faltaba y que suponían sería lo más difícil, ya que allí era donde Grisha Jaeger guardaba todos sus libros e informes.

A pesar de que la habitación no era demasiado grande, de unos tres metros cuadrados a lo más, dos de las paredes laterales contaban con macizos estantes de caoba que iban del suelo al techo y que albergaban todos aquellos tomos empastados y las abultadas carpetas con documentos archivados. El desgastado escritorio de nogal, ubicado estratégicamente frente a la única ventana del cuarto, contaba también con una considerable cantidad de papeles encima y guardados en los cajones, así como un montón de materiales de oficina y dos portarretratos del médico con su familia, tanto reciente, con Mikasa ya formando parte de ella, como otra fotografía con versiones mucho más jóvenes de Carla y su hijo. El resto del mobiliario de la estancia no era gran cosa; aparte del desgastado sofá de tapizado marrón de dos cuerpos que Farlan anteriormente inspecciono completo y de un pequeño gabinete con muestras de medicamentos allí no había nada más, a primera vista, al menos.

Mientras sacaba un libro tras otro para hojearlos un poco y revisar el fondo del estante, Levi se permitió observar a su viejo amigo que seguía enfrascado en la revisión del suelo de esa habitación.

Desde el tiempo que se conocían, cuando apenas eran unos mocosos, Farlan había cambiado bastante, aunque para bien. Ya no era el chiquillo escuálido de su adolescencia, sino que se acabó convirtiendo en un hombre alto y delgado, pero de complexión fuerte que, al igual que Levi, trabajaba para Erwin Smith.

A los veintisiete años su amigo seguía teniendo la misma energía y buen ánimo que a los quince, cuando él lo conoció. Por aquel entonces Farlan era un chico de cortos y alborotados cabellos castaño claro cuyos sagaces ojos celestes, en su delgado rostro, parecían haber visto demasiado y, teniendo en cuenta el sucio mundillo de donde ambos provenían, era lo más probable.

Nada más encontrarse con Levi en un intento de cartereo que ambos terminaron fallando y enfrascarse posteriormente en una pelea que él ganó, el otro chico, un año mayor, le ofreció que trabajaran juntos. Por aquel entonces Levi tenía ya catorce y Kenny acababa de largarse, dejándolo solo para que se las arreglase como pudiera, así que lo que menos quería era volver a confiar en nadie más y así se lo hizo saber a Farlan, mandándolo a la mierda junto con su oferta, sin contemplaciones.

Pero no pudo librarse de él.

Durante semanas el chico lo siguió a todos lados, hablándole, atosigándolo hasta el hartazgo y ganándose poco a poco su atención; y aunque Levi no quería ni necesitaba un compañero en su trabajo, terminó aceptando su amistad. Ese fue el comienzo de su muy productiva alianza como delincuentes juveniles, a la que un año después terminó por incorporarse Isabel Magnolia, una vivaz niña de pelirrojas coletas y ojos verdes que, al igual que ellos, era huérfana y la cual los incordiaba todo el tiempo siguiéndolos cual perrillo faldero. Lo cierto fue que los tres formaron un equipo magnifico y, antes de que se dieran cuenta, ya eran bastante conocidos por sus logros de importantes robos en Mitra.

Hasta que Erwin los capturó cuando él tenía dieciséis años y le ofreció a Levi ese trato demente; trato que aceptó a condición de que le diese la misma oportunidad a sus amigos.

A pesar del tiempo trascurrido, Levi todavía no podía creer del todo que este hubiese aceptado sus condiciones. Desde el punto que lo mirase, ellos solo eran unos mocosos delincuentes, sin estudios acabados y sin adultos responsables que abalaran por ellos; para el resto de la sociedad, un caso perdido. Pero Erwin se arriesgó para creer en ellos, en él, específicamente; y allí estaban, años después, intentando cumplir sus órdenes, aunque estas fueran una putada.

—Te juro que por más que lo pienso no logro comprender como este médico que parecía tener una vida tan perfecta aceptó meterse en semejante lío —Farlan resopló hacia arriba para apartar el mechón de claro cabello que siempre caía sobre el centro de su frente; parecía acalorado a pesar del frío incipiente de mediados de diciembre—. ¿Sabes si la creación de la droga fue un encargo o solo una idea de ese sujeto?

—Idea de él, según me dijo Erwin. Cuando le pidió ayuda al doctor Jaeger, unos diez años atrás, para una investigación aquí en la zona, este le comentó en lo que estaba trabajando ya que tenía un prototipo —le explicó Levi mientras volvía a acomodar los libros que había quitado en su lugar y seguía con los siguientes—. Erwin se interesó bastante y le ofreció una especie de “acuerdo” para cuando finalmente la acabara. Pensó que podía ser beneficiosa en tratamientos médicos postraumáticos. Sigue creyendo que puede serlo.

—Claro, y un enorme problema si alguien más se hace antes con ella y la saca al mercado —soltó Farlan con sarcasmo. Sus celestes ojos buscaron los suyos en aquella especie de conexión silenciosa que siempre compartían—. Tú sabes cómo se mueve esto de las drogas en el mercado negro, Levi. Si alguna organización ya tenía sus ojos en el médico y su trabajo, no se deben haber ido de aquí con las manos vacías. Lo más probable es que en este mismo instante, mientras nosotros nos dejamos el lomo inspeccionando este condenado sitio, ya la estén duplicando. Que mierda.

Las palabras de Farlan eran ciertas, Levi lo sabía muy bien porque él venía del mismo bajo mundo, pero creía en la convicción de Erwin y en lo que este le había dicho. Aún tenían una posibilidad, por mínima que fuese, de frenar aquello antes de que fuera demasiado tarde.

Tomando una decisión, y a pesar de que era información confidencial, le dijo a su amigo:

—No está completa.

Deteniendo su inspección del gabinete con muestras médicas, Farlan lo miró descolocado, sin comprender del todo lo que acababa de decirle.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué cosa no está completa, Levi?

—La fórmula —masculló de mala gana. Mierda, comenzaba a dolerle la cabeza—. Grisha Jaeger le dio a Erwin, unos meses antes de morir, una copia de la composición de la droga una vez la tuvo lista y comprobaron que era efectiva. Se suponía que el médico debía terminar el informe sobre su creación para patentarla y ofrecerle a Zackly que ayudara a respaldar la producción para fines de rehabilitación postraumática militar.

—Pero lo asesinaron —terminó el otro por él. Levi asintió—. Entonces, ¿han intentado replicarla?

Él asintió nuevamente.

—Y no ha sido posible, solo es una copia parcial. Hange ha dicho que faltan algunos compuestos que son incapaces de identificar de momento y que han podido comprobar que los efectos también son solo temporales, no perdurables como la original —estirándose un poco, Levi llegó al estante de más arriba y quitó un pesado libro de anatomía, pero maldijo cuando no pudo ver el fondo de este. Que se jodiera su falta de estatura—. Los documentos que se rescataron del despacho luego del asesinado son idénticos a los que tiene Erwin.

Los celestes ojos de Farlan se entrecerraron con suspicacia, como si estuviese analizando en su cabeza todas las posibilidades; y, con lo listo que era, pensó él, lo más probable es que ese fuera el caso.

Finalmente, este suspiró. Al ver que Levi se estaba poniendo de puntillas y estirando todo lo posible para llegar a uno de los estantes más altos, le sonrió con burlesca superioridad a lo que él le lanzó una mirada asesina.

—Deja. Ya me encargo yo de esto, pequeñín —le dijo su amigo quitándole el libro de las manos y volviendo a dejarlo en su sitio para luego pasarle dos más del mismo estante y que así Levi los hojeara; pero, en vez de recibirlos, él le pegó un puñetazo en las costillas que provocó que estos cayesen al suelo mientras el otro se doblaba de dolor—. ¡Auch, Levi! Demonios, solo era una broma —protestó mientras se sobaba el costado.

—Mira lo que me divierten tus putas bromas.

Farlan puso los ojos en blanco y suspiró pesadamente.

—Tú y tu maldito carácter, Levi —murmuró, pero él no detectó un enfado real en sus palabras—. Por cierto, ¿crees que eso fue un error por parte del doctorcillo o que lo hizo a propósito? —le preguntó este, volviendo al tema que los preocupaba.

Un dejo de sarcástica sonrisa asomó a sus labios mientras que Farlan enarcó una de sus delgadas cejas claras en comprensión a su ironía.

—Grisha Jaeger era un cabrón muy listo —reconoció Levi—. Estoy seguro de que lo hizo a propósito; de hecho, Erwin también lo cree y por eso no pareció sorprenderse por los resultados que Hange obtuvo. El doctor se guardó demasiado bien esa información.

—Entonces, lo que estamos buscando aquí no son pistas que nos ayuden a determinar quién asesinó al médico o documentos referentes a su investigación —concluyó Farlan. Golpeó con los nudillos el fondo del estante que estaba examinando, prestando atención al sonido que este emitía por si tenía un doble fondo, aunque otra vez no hubo suerte—; lo que Erwin en verdad quiere es que encontremos los datos que le faltan para la fabricación de la droga. Que bastardo más manipulador es.

Una protesta inmediata asomó a sus labios al darse cuenta de que quería defender a Erwin de los ataques del otro, pero la obligó a morir allí mismo. A pesar de que Farlan se esforzaba en su trabajo y lo hacía bien, él comprendía que la lealtad del chico no estaba con su superior, sino que era solo hacia él y la amistad que compartían. No podía arriesgarse a desgastar más la fina línea de tolerancia que parecía existir entre ambos hombres y que amenazaba con desaparecer en cualquier momento.

—Tch, algo así —soltó finalmente—. Pero no creo que hallemos nada aquí.

—¿Por qué? —Le preguntó este con auténtica curiosidad mientras se arremangaba hasta los codos su camisa azul—. Este era su lugar de trabajo, lo más obvio es que tuviese aquí sus cosas, sobre todo si la esposa ha dicho que jamás llevaba nada sobre sus investigaciones a casa. Aunque con una mujer con ese carácter, es comprensible —dijo su amigo con una sonrisa traviesa, recordándole a Levi lo que este le comentó dos noches atrás sobre lo tormentosa que le parecía Carla Jaeger tras conocerla.

Haciendo caso omiso de sus palabras, siguió explicándole a Farlan sus teorías.

—Porque sabía que lo estaban siguiendo —Levi miró con una mueca de asco sus manos al comprobar lo llenas de polvo que estaban tras revisar todos esos libros. Un estremecimiento le recorrió la espina dorsal a causa de pura repulsión, sobre todo al darse cuenta de que su impecable camisa blanca estaba surcada de vetas grises producidas por la suciedad— o al menos lo suponía. Carla me comentó que su marido le habló sobre la posibilidad de mudarse con los niños a otra ciudad pocas semanas antes del asesinato. No le dijo por qué, pero ella lo notó un poco ansioso ante la idea.

Su amigó soltó un silbido de sorpresa.

—Lo dicho, un auténtico cabrón —corroboró este. Yendo a buscar la silla de pesada madera pulida que se hallaba tras el escritorio, Farlan la arrimó cerca del estante y se subió en ella para revisar la última repisa. Desde la altura que se encontraba, le lanzó a Levi una mirada escrutadora, casi suspicaz—. ¿Has interrogado al mocoso del doctorcillo? Estuvo presente en el asesinato, ¿no es así? Seguro debe saber algo; y con las preguntas y la motivación adecuadas…

Levi apretó los delgados labios y entrecerró sus ojos grises, intentando mostrarse imperturbable.

—Algo —respondió de manera evasiva mientras metía una mano en el bolsillo delantero de los vaqueros grises que llevaba y sacaba su pañuelo para limpiarse un poco—. El chico no parece recordar mucho y a Carla le incomoda que lo presionen porque suele alterarse demasiado.

Su amigó se llevó con dramatismo una mano a la frente y cerró los ojos mientras dejaba escapar un sonoro suspiro. Parecía fastidiado con él y su comportamiento tan poco habitual.

—Lo que me temía, te has encariñado con la maldita familia. Demonios, Levi, ¡no puedes caer en este tipo de error! Nosotros no somos así.

Aquel “no somos así” dolió más de lo que él mismo esperaba, casi como un golpe directo a la boca del estómago. Levi no era tonto, comprendía perfectamente lo que Farlan intentaba hacerle entender; pero, en aquella situación, le estaba siendo difícil no cruzar la frágil línea entre lo personal y lo profesional. Carla y Eren parecían haberlo aceptado sin reparo alguno, integrándolo por completo a su pequeña familia como si él fuese un miembro más y, además, estaba Mikasa, la cual, quisiera o no, sí era parte de su sangre. Por primera vez después de mucho tiempo, Levi se sentía emocionalmente atado a alguien que no fuesen sus pocos amigos.

Y era un sentimiento aterrador.

—Tch, deja de soltar esa mierda, Farlan. Sé perfectamente cuál es mi trabajo —le mintió con descaro; sin embargo, la incredulidad reflejada en aquellos claros ojos azules le dijo con claridad que este no le creía nada en absoluto—. Deja de parlotear y acabamos esto de una puta vez. Estoy lleno de polvo y necesito un baño con urgencia —rezongó Levi mientras aceptaba el nuevo libro que su amigo le entregaba.

El desastre se precipitó en una fracción de segundo. Apenas un parpadeo antes de que todo colapsara sobre ellos dos.

En el momento que se inclinaba hacia él para alcanzarlo, Farlan perdió el equilibrio y resbaló de la silla. Al intentar sujetarse de algo para detener la caída, se afirmó del estante y este se vino abajo con su amigo y libros incluidos. Levi alcanzó a reaccionar por muy poco, pero, al intentar sujetar el mueble para que este no fuese a aplastar al otro, uno de los cantos del estante lo golpeó con brutal fuerza en el hombro izquierdo. Un jadeo traicionero escapó de sus labios para convertirse luego en un siseo entre dientes antes de que Levi pudiese obligarse a contener el aliento y cerrar los ojos unos segundos.

Joder, aquello dolía como el infierno.

A toda prisa, Farlan se puso de pie y recuperó el equilibrio, ayudándolo a sujetar el estante y volver a colocarlo en su sitio con un último empujón por parte de ambos. De inmediato este se acercó a ver como se encontraba, con el semblante pálido del susto.

—Oi, ¿qué demonios haces, Farlan? —protestó Levi cuando el otro lo sujetó de los brazos para inmovilizarlo. Preocupación teñida de culpa desfiguraba su rostro.

—¿Estás bien? ¿Dónde te has hecho daño?

—Tch, estoy bien, joder —soltó molesto, en parte por aquella preocupación excesiva y también a causa del lacerante dolor que sentía e intentaba ocultar. Se apartó de su agarre con brusquedad y lo miró amenazador, aunque el otro, acostumbrado a su mal carácter, ni se inmutó—. Solo ha sido un golpe pequeño.

Farlan apretó los labios e hizo una mueca de disgusto, aquel tipo de gesto que denotaba lo enfadado que estaba con él por su poca cooperación; sin embargo, Levi sabía lo pesado que podría ponerse su amigo si reconocía que estaba lesionado. Seguramente este lo obligaría a que fuesen a un hospital para que lo viese un médico y lo que menos quería él era llamar la atención en aquella pequeña ciudad.

—Como quieras —le soltó Farlan de mala gana. Comenzó a recoger libros del piso y ponerlos sin ningún tipo de orden en el maldito estante—. Ni siquiera sé porque me esfuerzo en perder el tiempo contigo, Levi.

Devanándose los sesos en busca de algo que decir que pudiese atemperar el enfado del otro, él también comenzó a recoger libros para pasárselos a este. Notó el penetrante malestar en el hombro pero se mordió la mejilla por dentro para no gemir, aunque temía haberse puesto más pálido de lo que ya era. Estaba a punto de retractarse y tragarse su orgullo para pedirle ayuda a su amigo cuando vio aquello y el corazón pareció a punto de salírsele del pecho.

A toda prisa sujetó el pesado libro de anatomofisiología y miró con atención el pequeño hueco central que había en este, cortado de forma rústica y dispareja, y que ahora se encontraba vacío.

—Farlan, mira esto —le dijo Levi para llamar su atención.

De inmediato este se acercó a ver lo que él tenía entre las manos y contuvo el aliento.

—¿Crees que allí estaba la formula? —le preguntó su amigo.

Levi negó con seguridad, observando con atención el pequeño hueco y las marchas oscuras de presión que en este habían quedado.

—Creo que era una llave —acotó luego de unos segundos de meditabundo silencio—; una antigua y metálica, seguramente. Mira —le dijo mientras señalaba las oscuras marcas dejadas sobre la página del libro—. Hay residuos del roce del metal y esto… parecen ser los dientes. Puede que sea cuadrada o triangular, no lo tengo claro.

—Lo que nos faltaba, un misterio más sin resolver en la larga lista que tenemos —Farlan se frotó el rostro con ambas manos y luego lo miró con fastidio antes de que sus ojos se posaran sobre el considerable número de libros que aún se hallaban esparcidos por el suelo—. Bueno, comencemos por ordenar esto y encontrar esa condenada llave. Si tenemos suerte, podremos dar rápidamente con la cerradura a la que corresponda; pero, estoy comenzando a creer que nada en este maldito trabajo se puede asociar con la palabra fácil.

Levi no pudo más que darle la razón mientras se daban prisa por poner algo de orden en ese sitio; sin embargo, mientras trabajaban, no pudo evitar emocionarse un poco al pensar que quizás estaban un paso más cerca de resolver ese misterio.

Se había prometido mantener a Carla y a los mocosos a salvo pasase lo que pasase, y estaba determinado a cumplir con su promesa autoimpuesta. Solo le faltaban dos meses para abandonar esa ciudad, pero no quería hacerlo mientras los asesinos de Grisha Jaeger no estuviesen entre rejas y aquella maldita droga no se hallase en las manos adecuadas.

Iba a devolverle a esa familia la vida que siempre deberían haber tenido, lejos de todos aquellos monstruos, él mismo incluido.

 

——0——

 

Eran ya cerca de las seis de la tarde y estaba comenzando a oscurecer cuando Levi finalmente enfiló su coche rumbo a casa de los Jaeger. Un mes en Shiganshina bastó para que aquellas calles idénticas comenzaran a ser diferenciables y que el ritmo lento y monótono de la ciudad calmara un poco la ansiedad bullente que las grandes urbes parecían infundir en las venas de sus habitantes. Aunque para él mismo resultara algo increíble de creer, se estaba adaptando a aquella vida. Una verdadera putada en su opinión.

Para su decepción y la de Farlan, por más que buscaron no pudieron hallar la jodida llave por ningún sitio, lo que solo sirvió para acrecentar su mal humor temiendo que esta ya estuviese en manos equivocadas. Solo de pensar en darle las malas noticias a Erwin se deprimía y ni siquiera el positivismo de su amigo, que le aconsejó buscarla en la casa del doctor, logró mejorar su ánimo. De todos modos Levi terminó por llevarse el libro ahuecado, dispuesto a preguntarle a Carla si sabía algo sobre esa llave.

Luego de dejar a Farlan en la pequeña cabaña que tenían a las afueras de la ciudad, en el sector agrícola, ya que este pretendía dormir un par de horas antes de regresar conduciendo a Stohess, Levi se pasó por la farmacia de la ciudad para comprar algunas cosas con que atender su hombro herido. No era la primera vez que estaba lastimado, ni de lejos; incluso se había tratado heridas peores como cortadas o laceraciones de balas, pero no quería preocupar a la esposa del médico con cosas innecesarias. Desde su punto de vista, aquella pobre mujer ya tenía suficiente con el temor constante que los acechaba y con tener que criar y lidiar con los dos mocosos; sobre todo con un diablillo de ojos verdes…

Como si lo hubiese invocado con el pensamiento, mientras esperaba con paciencia a que el semáforo le diera la luz verde, Levi vio pasar corriendo a toda prisa por su costado de la acera al inseparable trio de niños, seguidos muy de cerca por tres altos chicos unos cuantos años mayores que ellos. A la distancia que se encontraba no podía entender lo que se decían, pero por los gritos que estos se lanzaban y las miradas de disgusto de los peatones a los que casi arrollaban en su alocada carrera, era obvio que no estaban jugando precisamente. Justo en el momento en que pudo ponerse otra vez en marcha, Levi vio aquellas cabezas, rubia, azabache y castaña, desaparecer por una esquina, perdiéndolos de vista.

Soltando un pesado suspiro de resignación, aparcó el coche y se apresuró a bajar de este para seguirlos a paso rápido.

El gélido aire del invierno lo azotó con un golpe en el rostro descubierto y el cuerpo adolorido. En su prisa, Levi olvidó ponerse el abrigo y su camisa de lino no ayudaba mucho a mantener el calor artificial de la calefacción del coche, pero decidió no volver a buscarlo. Abriéndose paso entre los viandantes que ya parecían sumergidos en la atmosfera navideña que abarrotaba los escaparates y decoraba las calles, los ojos de Levi se movían ansiosos oteando a su alrededor, buscando a los niños.

No tardó demasiado en encontrarlos en un oscuro y sucio callejón donde estaban peleando a golpes o, mejor dicho, donde Eren estaba peleando a golpes con los otros tres mientras Mikasa y Armin se hallaban en un rincón observándolos, aterrados.

Levi tenía dos años menos de lo que Eren tenía en ese momento cuando aprendió a luchar y defenderse. Su tío Kenny nunca fue un hombre paciente y siempre creyó que la mejor manera de aprender a pelear era hartándose de los golpes; fue así como él, a sus cortos nueve años de vida, recibió más y peores palizas de manos de aquel hombre de a las que tuvo que hacer frente en tiempos posteriores. Un año después de aquel singular tipo de entrenamiento, Levi fue capaz de evitar la mayor parte de los puñetazos o patadas y devolver alguno que otro. El resto de las enseñanzas que su tío consideró que era oportuno que aprendiese vinieron poco tiempo después, y ni de lejos eran tan inocentes como un par de golpes.

En el poco tiempo que Levi llevaba viviendo con los Jaeger, en más de una ocasión tuvo que presenciar los regaños de la joven madre hacia el crío idiota y rebelde que tenía por hijo, ya que este parecía no parar de meterse en peleas.

Levi en ningún momento preguntó ni intervenido en ese asunto, ¿con que moral podía hacerlo cuando él mismo a esa edad  era mucho peor? Sin embargo, Eren acabó por sincerarse con él y, en una de las noches de escaso sueño que al parecer compartían, este le confesó que algunos chicos mayores molestaban constantemente a Armin por ser estudioso, poco masculino y nada conflictivo, motivo por que cual Eren lo defendía. O lo intentaba al menos, se dijo Levi, porque siempre que regresaba a casa el maldito mocoso parecía ser el más maltrecho.

Y al verlo pelear ahora, lo comprendía. Por más ganas que le pusiera y lo mucho que se esforzara, el crío era un negado.

A pesar de que un absurdo instinto de protección lo impulsaba a intervenir en aquella pelea injusta, Levi se contuvo. Intentando no llamar demasiado la atención, se mantuvo en las sombras de aquel callejón y observó como los otros tres chicos golpeaban a Eren una y otra vez, una y otra vez; no obstante, lo más increíble y, quizás también, un poco perturbador, era que a pesar de todo el daño recibido el mocoso volvía a ponerse en pie y arremeter contra ellos, sin importarle lo magullado que estaba o los lloriqueos suplicantes de Mikasa o que sería casi imposible, con su debilidad y poca habilidad, derrotar a los tres chicos mayores.

Y allí estaba nuevamente, pensó al observarlo con detenimiento. En aquel rostro ligeramente moreno, donde los golpes y la sangre ya comenzaban a hacerse visibles, aquel par de ojos verdes refulgían de manera salvaje, desatada. No importaba que aquella fuese una batalla perdida, que ninguna oportunidad ya existiera, Eren, simplemente, no tenía miedo porque él no se rendía. Él luchaba y luchaba; era un superviviente, como él.

Fascinado, Levi se quedó plantado allí, observando aquella lucha desigual. En algún momento el mocoso ya no se pudo poner de pie, los vaqueros azules rotos en las rodillas de las veces que cayó al duro piso de concreto y el grueso suéter verde musgo manchado por la sangre que le chorreaba de la nariz. Armin corrió a ayudar a su amigo, ensuciándose los pantalones cargo de color beige que llevaba al arrodillarse a su lado e intentando frenar con la manga de su propia sudadera celeste la hemorragia nasal de este mientras que los tres matones se reían de ellos y los insultaban un poco más antes de marcharse finalmente de allí.

Cuando se aseguró de que Eren estaba algo más lúcido y que no sería necesario llevarlo al hospital, Levi volvió silenciosamente sobre sus pasos y se dirigió hacia el coche para regresar a la casa de los Jaeger. Tenía que hablar urgentemente con Carla y convencerla de que, aunque no le gustase la idea, su hijo tenía que aprender a luchar, a defenderse. Quizás llegaría el día en que ninguno de ellos estuviese allí para protegerlo y el peligro fuese algo mucho peor que un maldito grupo de críos violentos.

Minutos más tarde, nada más entrar en la cálida y acogedora casa, Levi oyó la voz de Carla tarareando alguna canción en la cocina donde seguramente estaría preparando la cena. Al oír el sonido de la puerta al cerrarse, ella rápidamente se asomó hacia la sala para ver quién había llegado y al verlo le sonrió abiertamente; el mismo tipo de sonrisa feliz y despreocupada que Eren solía poner cada vez que lo veía, pensó él con un nudo en el estómago.

¿Habría sido una buena decisión dejar a los mocosos solos?, se preguntó preocupado. Quizás debería habe-

—¡Levi! Ya me estaba preguntando a qué hora regresarías —le dijo ella mientras él entraba en la cocina—. ¿No vendrá Farlan hoy a cenar?

Negó con un gesto.

—Tiene que regresar esta noche a Stohess, así que le era imposible venir. Pero me pidió que agradeciera tu hospitalidad —le dijo repitiendo las palabras que su amigo poco más le obligó a memorizar, en consideración a que Carla amablemente lo alimentó los días que Farlan estuvo allí fingiendo ayudar a Levi a poner en orden la consulta del doctor.

Una cálida sonrisa se dibujó en los labios de ella.

—No hay nada que agradecer, es un chico muy amable y ha sido agradable tenerlo de visita —señaló, al tiempo que se volvía para remover aquello que tuviese hirviendo en la cacerola, su floreado vestido rosa y el blanco delantal ondeando en sus rodillas a causa del movimiento—. Por cierto, hoy ha llegado un paquete para ti, Levi. Lo he dejado en tu cuarto para que Eren no lo viera. Sabes que es un poco curioso.

—Tch, tu mocoso es una maldita molestia —soltó en respuesta mientras se dejaba caer pesadamente en una silla de la pequeña mesada de madera que ocupaba el centro de la amplia y alegre habitación, la cual estaba pintada de un vibrante amarillo y rodeaba de blancos estantes y alacenas donde se guardaban toda clase de ollas y utensilios de cocina. Carla dejó escapar una risita queda, como si no le molestara lo más mínimo que él hablara así de su propio hijo—. Por cierto, ya le han dado otra paliza en la ciudad. Nuevamente fue el perdedor.

En esta ocasión la mujer sí se volvió a verlo, dejando de lado lo que estaba preparando en el fogón. Su bonito rostro, de aquel suave tono moreno, demudado por la preocupación y sus dorados ojos cargados de angustia.

—Dios, Eren… —murmuró esta con cansado pesar, llevándose una mano a los ojos como si la sola visión del mundo le doliese—. Yo… ya no sé qué más hacer con él, Levi —la vio apagar el fuego y tomar asiento frente a él mientras se secaba las manos con un paño. Parecía terriblemente cansada de repente, como si el miedo y la inquietud le hubiesen puesto una pesada carga sobre sus frágiles hombros—. He hablado con él, intentando que comprenda que no debe pelear más. Lo he castigado, lo he amenazado, se lo he suplicado. Si tan solo Grisha estuviera aquí…

Levi la miró muy serio. Sus ojos grises determinados a no mostrar compasión ni comprensión en aquel asunto.

—Eren tiene que aprender a defenderse. Tiene que aprender a luchar.

Tal y como esperaba, Carla frunció el ceño y negó con obstinada determinación. A pesar de lo afectaba que parecía por culpa del niño, ella tampoco se mostraba dispuesta a dar su brazo a torcer. En eso la madre y el hijo eran iguales; tercos como mulas.

—Si le enseñas solo será peor, le dará más confianza y ya no habrá manera de detenerlo. Además, Eren es solo un niño y a Grisha no le agradaba la ide-

—Tu marido ya no está, Carla, y no regresará —le dijo él con rotundidad. Un ramalazo de dolor enturbió el cálido color ámbar de aquel para de ojos, ensombreciéndolos, al oír su dictamen—. Y Eren no va a ser un niño por siempre. Antes de que te des cuenta se convertirá en un hombre y puede que llegue un día en que ni tú ni yo estemos allí para defenderlo.

Levi la oyó inspirar aire ruidosamente y contenerlo unos pocos segundos antes de soltarlo en un suspiro trémulo. Ella lo contemplaba con una mezcla de enojo, pena y comprensión, consciente de que él le estaba diciendo la verdad pero no demasiado dispuesta a aceptarla, y claro, enfadada porque la estaba obligando a hacerlo. Durante un breve instante temió que esta fuese a echarse a llorar o decidiera gritarle tal y como solía hacer con Eren cuando el crío le colmaba la paciencia, pero no lo hizo; valiente como solía mostrarse casi siempre, ella se limitó a asentir débilmente con un gesto.

—Está bien, puedes hacerlo —le dijo finalmente. Cada una de aquellas palabras tan cargadas de dolor que incluso a él le pesaron—, pero tengo una condición, Levi. Si vas a enseñar a Eren a defenderse, también tendrás que hacerlo con Mikasa. Ella también es mi hija y puede correr el mismo tipo de peligros que su hermano.

Esa vez fue su turno de sorprenderse y de inmediato quiso negarse. La relación que mantenía con su prima desde su llegada era casi inexistente y ella parecía en verdad odiarlo, Levi estaba seguro de que si le hacía esa proposición, Mikasa se negaría a aceptarlo; pero, también sabía que si no aceptaba, Carla Jaeger tampoco lo haría. Mierda, ¿quién demonios lo mandaba a meterse en ese tipo de problemas? Aquella no era su familia, no deberían importarle… pero lo hacían. Levi estaba determinado a ayudarlos y a mantenerlos vivos.

 Farlan tenía razón, se dijo con pesar, él no solía ser así; sin embargo, se estaba ablandando, joder.

—De acuerdo —masculló de mala gana. Al percibir el brillo de triunfo asomando en aquellos enormes ojos ámbar, Levi pensó que debería sentirse molesto, pero no fue así. Por algún extraño motivo que era incapaz de comprender, nunca podía enfadarse realmente con Carla—. Comenzaré mañana las lecciones aprovechando que ya están de vacaciones por las fiestas.

—Me parece bien —le dijo ella poniéndose de pie para dirigirse nuevamente hacia la cocina donde el agua que minutos antes puso a calentar comenzaba a hervir, apartándola del fogón para seguir con la preparación de la cena a medio hacer—. Estoy segura de que Eren estará feliz —movió la cabeza con pesimismo, agitando en el proceso su larga cabellera negra que llevaba atada en una coleta baja; sin embargo, una leve sonrisa se dibujó en sus labios al mirarlo a él.

Levi simplemente se encogió de hombros.

—Lo más seguro, como el mocoso problemático que es —acotó, también de buen humor. Una idea pasó por su cabeza y a pesar de conocer de antemano la respuesta, prefirió hacerla a un lado y se atrevió a sugerir—. Carla… si quieres, también podría enseñarte a defenderte.

Aquel atisbo de sonrisa triste le dijo antes que las palabras lo que ya sospechaba, lo que temía. Una negación dicha de forma tácita sin necesidad de que esta escapase de sus labios.

—Ya sabes la respuesta, ¿verdad, Levi? —Le preguntó ella, de espaldas a él, sin verle mientras revolvía suavemente lo que estuviese preparando en la cacerola—. Por esta vez seré egoísta y confiaré en ti para que me protejas, ¿está bien?

—Carla, sabes que yo-

—Los niños —lo cortó ella de golpe. Sus ojos seguían clavados en un punto fijo, negándose a mirarlo; pero, por la ligera curvatura de sus hombros, Levi sabía lo mucho que ella estaba sufriendo—. Si algo llegara a ocurrirme, si las cosas se complican, solo quiero que los mantengas a salvo, que los saques de aquí —un estremecimiento, mitad ansiedad, mitad miedo lo recorrió cuando ella se volvió sorpresivamente y lo miró con una especie de eufórica determinación contenida; sus dorados ojos brillando con el mismo fuego enardecido que a veces él percibía en el mocoso—. Quiero que me lo prometas, Levi. Quiero que me jures que nunca, nunca vas a permitir que les hagan daño a Eren ni a Mikasa. Que ninguno de ellos tendrá que pagar por los errores que Grisha haya podido cometer.

Aquella, pensó Levi, era la primera vez que la oía reconocer que el doctor podría haberse equivocado en sus elecciones y, quizás se debiera, a que la joven mujer finalmente estaba comenzando a asumir que este se había marchado y no iba a volver jamás.

¿Qué tan aterrador debía parecer el mundo para ella?, se preguntó. Ese mundo donde todo parecía solo dolor y miedo y muerte y castigo. Un mundo lleno de monstruos donde su vida y la de sus hijos amenazaban con ser devoradas en un suspiro.

A pesar de comprender que era un error, de saber que su tiempo allí, con esa familia, era limitado y que él no era un ser humano confiable, Levi, tragándose todas sus dudas, finalmente le dijo con determinación:

—Lo prometo —y la aceptación que se dibujó en aquel rostro tan parecido al del conflictivo mocoso, aligeró un poco la carga de culpa de su endurecido corazón—. Te juro que los mantendré vivos, al costo que sea.

Ella no preguntó cuan alto podría ser ese pago y Levi tampoco se lo dijo. A pesar de convivir juntos, de estar dispuestos a llevar en paz aquella extraña sociedad en beneficio de atrapar a los asesinos del doctor Jaeger, él jamás le confió a la mujer nada de su pasado y ella tampoco le exigió hacerlo. Si suponía el tipo de hombre que él era, si le repugnaba la idea de que fuera capaz de matar a sangre fría, Carla nunca lo demostró. Por el contrario, ella le abrió la puerta de su casa y le estaba confiando a sus hijos, como si Levi fuera alguien bueno, alguien digno de confianza. Como si sus manos no estuviesen manchadas de sangre.

Un silencio pesado, pero no incómodo, se instauró entre ambos. Era la clase de silencio repleto de pensamientos profundos, de sentimientos encontrados. El tipo de silencio que se compartía cuando se llevaba una pesada carga.

—¿Quieres un té? —Le preguntó ella de repente y Levi asintió con un gesto. Fascinado, observó como ella con manos hábiles echaba unas cuantas cucharillas de té negro a la tetera antes de agregar el agua caliente para dejarlas infusionar—. La cena ya estará en un rato —continuó Carla— pero creo que te vendrá bien mientras la esperas.

Repentinamente Levi recordó el asunto de la llave y su intención de preguntarle a la mujer si sabía algo al respecto. Estaba a punto de abrir la boca para hacerlo cuando ella depositó una taza de té frente a él, pero el suave sonido de la puerta de entrada abriéndose y cerrándose, junto a los silenciosos pasos seguidos de murmullos quedos, les indicaron a ambos quienes acababan de regresar.

Saliendo de la cocina a toda prisa, Carla se dirigió hacia el recibidor para pillar a los niños antes de que estos desaparecieran en su habitación en la segunda planta, seguramente para evitar el regaño.

Sin muchas ganas de participar en aquel drama entre madre e hijo, Levi se quedó sentado allí, bebiendo su té e intentando ignorar el dolor del hombro que comenzaba a molestarle nuevamente. Siempre acababa agotado tras las discusiones de esos dos.

—¡Eren Jaeger! ¡¿Se puede saber qué significa esto?! —oyó exclamar a la mujer con enfado, su indignación maternal apenas amortiguada por la densidad de los pesados muros de la vivienda.

Como ya era habitual, los regaños y las crítica no se hicieron esperar; pronto la silenciosa casa se llenó con los gritos de Carla y los de Eren que parecía ser incapaz de mantener la boca cerrada, el mocoso en verdad debía ser idiota. ¿Realmente creía que podría ganarle a su madre en una contienda verbal? Sí, seguramente en sus sueños, pensó Levi con ironía.

Para su sorpresa, la silenciosa y menuda Mikasa hizo su aparición en la cocina, con aquella bufanda roja que llevaba siempre al cuello resaltando como la sangre en contraste con su suéter y vestido blancos, que ahora lucían ligeramente manchados tras el altercado del callejón. Ella lo miraba como hacía siempre, con sus oscuros ojos grises llenos de mudo reproche y desconfianza; sin embargo, en aquella ocasión, Levi detectó algo más en ellos: resentimiento.

—No lo ayudó —le soltó sin más, con aquella voz tan carente de emoción que parecía caracterizarla, aunque algo similar al enfado parecía bullir bajo ella—. Nos vio en la ciudad y no hizo nada para ayudar a Eren.

Sorprendido por aquella muestra de inesperada valentía, Levi enarcó una de sus oscuras cejas y una mueca de despreció curvó sus labios.

—Tampoco vi que lo hicieras tú —le dijo él en respuesta. Bebió un sorbo de su té y contempló como un leve rubor teñía las pálidas mejillas de la niña, quien, inmediatamente, sujetó con una mano aquella sempiterna bufanda para cubrirse la boca y la nariz con ella a modo de inconsciente defensa. Lo miró con odio—. Tu amiguito y tú solo se quedaron allí, lloriqueando asustados en un rincón mientras al otro idiota lo hacían mierda a golpes —la vio encogerse un poco más ante sus duras palabras, pero Mikasa no le apartó la mirada y eso lo gustó. Eso era lo que Levi necesitaba, prender fuego en ella—. Tch, mocosa malcriada; no vengas a exigirme nada mientras no puedas hacerlo tú misma.

—¡Y-yo no podía hacer nada por Eren! —le gritó furiosa, por primera vez perdiendo la serenidad que la caracterizaba. Mikasa lo miró aterrada, como si aquel impulso la hubiese asustado incluso a ella misma. Apretó los puños a los lados de su cuerpo y frunció con fuerza los labios hasta convertirlos en una pálida y delgada línea. Sus ojos oscuros se anegaron de lágrimas, pero la ira seguía ardiendo en ellos como minutos antes—. Si pudiese hacerlo, si fuera fuerte, ¿cree que habría permitido que pasara algo así? ¿No cree que lo hubiese defendido? No quiero que lastimen a Eren, pero él no me escucha y Armin… y Armin… ¡Odio esto, y lo odio a usted y que Eren no me escuche y que-!

—Mierda, mocosa, deja de lloriquear —la cortó Levi, harto. Mikasa lo miró con los ojos muy abiertos y la boca bien cerrada, y aquella ira latente expandiéndose por su pequeño cuerpo, casi haciéndola temblar—. ¡No eres una maldita princesa, joder! No esperes que alguien venga siempre a rescatarte o que vele por tu seguridad. ¡Lucha, Mikasa! ¡Hazte fuerte! Convierte en alguien que pueda protegerse a sí misma y a quienes quiere. Deja de ser una víctima y conviértete en una guerrera.

La ira poco a poco comenzó a apagarse y en su lugar vio nacer determinación. El miedo dio paso a la valentía y con ella a la osada idea de que quizás podía ser. Si se esforzaba, podría lograrlo y convertirse en lo que deseara ser.

—Quiero… quiero hacerlo —murmuró con renuencia. Sus labios se curvaron en una mueca de desprecio que, con sorpresa, Levi pensó era idéntica a la que él solía hacer—, pero no sé cómo.

—Voy a enseñarte y vas a aprender —le dijo. Sus palabras sonaron casi como una amenaza, pero a ella no pareció importarle—. Y haré lo mismo con el inútil de tu hermano. Yo no voy a defenderlos, Mikasa, eso grábatelo bien, así que no esperes lo contrario; pero, les daré las armas necesarias para que puedan hacerlo ustedes mismos. ¿Estás bien con eso?

Durante unos breves segundos ella pareció meditar su respuesta, a conciencia, sin precipitarse; finalmente, asintió y lo miró con determinación.

—Me parece bien —aceptó—. Y cuando pueda defenderme sola, cuando me convierta en alguien fuerte, le haré pagar por lo de hoy —le dijo a Levi, no como una amenaza vacía, sino como una promesa con toda la tonta osadía de sus once años.

Él le sonrió burlonamente, pero asintió con un leve cabeceo.

—Estaré esperando ese día con ansias.

 

——0——

 

Nuevamente era apenas pasada la medianoche cuando el sueño decidió abandonarlo, una vez más.

Conteniendo un gemido, Levi intentó moverse un poco para acomodarse mejor en el colchón ya que el dolor del hombro lo estaba matando, pero el esfuerzo solo consiguió empeorar su malestar.

Esa tarde, luego de su plática con Mikasa y, aprovechando que Carla estaba ocupada regañando a Eren, se encerró en el cuarto de baño y tras ducharse se revisó el hombro a conciencia, determinando tras su exhaustivo examen que no tenía ni una fractura ni una dislocación que requiriesen tratamiento médico, pero sí contaba con una contusión considerable que terminó por inflamarse de manera evidente y amoratarse en un horrible color oscuro que resaltaba de manera desagradable contra su piel pálida; además, que dolía como el demonio.

Soltando el aire contenido en sus pulmones entre siseos de dolor, con algo de valeroso esfuerzo Levi finalmente pudo acabar sentándose en la cama hasta quedar de lado y poder así apoyar los pies desnudos en la pequeña alfombrilla de lanilla marrón, agradeciendo el cálido contacto. Nada más apartar las mullidas y abrigadas mantas para levantarse, el gélido frío que parecía haberse colado en la habitación le golpeó el cuerpo, haciéndolo estremecerse un poco. Seguramente el lustrado y desgastado piso de madera debía estar heladísimo; el invierno estaba ya a la vuelta de la esquina y se estaba haciendo notar.

El cuarto que ocupaba en la casa de los Jaeger no era demasiado grande pero sí lo bastante agradable y limpio para hacerlo sentir cómodo con sus encalados muros pintados de amarillo pálido y sus colchas y cojines de patchwork en diversos tonos de marrón, hechos por Carla. La habitación solo contaba con una antigua y elaborada cama de plaza y media fabricada en fierro forjado que se hallaba pegada a la pared donde estaba la ventana de diáfanas cortinas beige y un macizo armario de clara madera deslucida a los pies de esta, en el que Levi guardar sus escasas pertenencias. La mesilla de noche a juego con la cama y la pequeña repisa colgante, llena de libros que él iba tomando prestados de la biblioteca de la sala, terminaban de completar el mobiliario; sin embargo, esa simplicidad casi espartana a él no le molestaba en lo absoluto.

Luego de permanecer unos cuantos minutos en aquella posición, esperando que el cuadro de dolor agudo disminuyera un poco, Levi encendió la luz de la lámpara que tenía sobre la mesilla de noche y, cuando este comenzó a remitir, se decidió a ponerse en pie para bajar a la cocina y preparase un poco de té. Si esa noche ya no podría dormir, por lo menos aprovecharía de avanzar algo de trabajo para enviarle su informe semanal a Erwin y revisar los documentos que le habían llegado la tarde anterior. Al día siguiente tendría que hablar con Carla y preguntarle si sabía algo sobre la misteriosa llave.

Dirigiéndose al armario, Levi rebuscó entre sus ordenadas prendas hasta encontrar un suéter abierto gris claro que se puso sobre la camiseta blanca de manga larga que utilizaba para dormir. No era que el frío le molestara demasiado pero, gracias a sus habituales paseos nocturnos por la casa, ya sabía que una vez apagado el fuego de la chimenea la primera planta solía volverse muy, muy fría; y él no podía permitirse el lujo de enfermarse mientras aquella investigación estuviera en curso.

Nada más llegar a la cocina y encender la luz se llevó una sorpresa. Sentado a la mesa se encontraba Eren, echado encima de esta, con la pequeña espalda encorvada y la cabeza de desordenados cabellos castaños apoyada sobre sus brazos cruzados. Como si hubiese percibido su silenciosa presencia, el niño se puso alerta de inmediato y levantó el rostro para verle; sus ojos verdeazulados, enormes y desconcertados en aquel moreno rostro de rasgos redondeados, lo miraron con evidente sorpresa. Los cortes y moretones, resultado de la pelea de esa tarde, comenzaban a destacar en la cara del niño de forma grotesca.

—¡Levi! —le dijo este sentándose muy derecho en su silla mientras una enorme sonrisa curvaba sus labios—. ¿Tampoco puede dormir? —le preguntó bajando un poco más la voz. Eren parecía en verdad feliz de verlo allí—. Yo he tenido una pesadilla, así que me he despertado.

Durante las última semanas él acabó descubriendo que, a consecuencia del asesinato de Grisha Jaeger del que fue testigo, Eren sufría algún tipo de estrés postraumático que parecía desencadenarse durante las noches mediante sus sueños, haciéndolo tener pesadillas tan terribles y vividas que solía despertar a toda la casa, más de una vez por semana, a base de puros gritos de agonía. La primera vez que vivió directamente uno de esas crisis, Levi pensó que estaban atacando a los niños y salió de la cama a toda prisa, pistola en mano y la adrenalina a tope, dispuesto a volarle los sesos a quien fuera; no obstante, cuando llegó al cuarto de estos solo encontró al mocoso hecho un ovillo tembloroso en la cama mientras lloraba, con su madre a su lado intentando consolarlo a través de caricias y palabras dulces.

Luego de esa primera noche, Carla le explicó que tras la muerte de su marido, Eren comenzó a desarrollar aquellos violentos episodios de pesadillas nocturnas, motivo por el cual decidió llevar al niño al psicólogo. Las sesiones de terapia duraron casi un año, pero el mocoso no pareció mejorar con ello y, testarudo como era, se negó con obstinación a seguir asistiendo, alegando que no las necesitaba. Cansada de discutir con él, ella terminó cediendo y ahora enfrentaban las consecuencias de esa decisión; las noches de sueños intranquilos seguían existiendo aunque, al parecer, estas se iban haciendo poco a poco más y más discontinuas y mucho menos devastadoras.

Por desgracia para Levi, esa parecía ser una de esas malas noches.

—Algo así —masculló él al tiempo que se dirigía hacia la cocina para poner a calentar un poco de agua para hacer té. Un tirón de dolor en su hombro lo hizo contener el aliento y apretar los dientes para no abrir la boca y comenzar a soltar maldiciones. Con algo de esfuerzo le dijo al chico—: Deberías estar en la cama, mocoso.

Eren resopló con disgusto y se dejó caer nuevamente sobre la mesa con los flacuchos brazos estirados y mirándolo con gesto desafiante. Sus dramáticas cejas fruncidas para demostrar su enojo.

—Si me acuesto otra vez no voy a ser capaz de dormirme enseguida; además, cuando me muevo demasiado Mikasa se despierta y siempre va a avisar a mamá, y no quiero eso. Ya hemos discutido mucho por un día —respondió este, dándose aires de chico mayor que a Levi le hizo un poco de gracia. Repentinamente, Eren volvió a levantar la cabeza y lo miró esperanzado—. ¿Sabe preparar chocolate caliente?

Levi enarcó una ceja de manera inquisitiva.

—¿Qué mierda, mocoso? ¿Estás aquí porque quieres chocolate caliente? —le preguntó con incredulidad. El niño se puso en pie de un brinco y corrió a su lado, feliz.

—¡Sí! —le dijo Eren—. Bajé porque quería preparar un poco, pero después me di cuenta de que no recordaba como lo hace mamá; así que estaba aquí pensando, intentando acordarme de lo que debía hacer —confesó casi en un murmullo y sus mejillas se tiñeron de un pálido rosa a causa del bochorno—. Entonces, ¿sabe preparar chocolate?

Levi no era un fanático de las cosas dulces; no le desagradaban, pero tampoco le gustaban demasiado, motivo por el cual no solía comprar o preparar nada de ese tipo. Además, él no era muy bueno en la cocina y, a menos que fuera extremadamente necesario, no cocinaba. Aun así, tenía una idea, bastante vaga, de cómo iba eso del chocolate caliente por lo que, ¿qué perdía con intentarlo? Ya no iba a poder volverse a dormir y lo más probable fuera que el mocoso no lo dejase en paz hasta conseguir lo que quería. Lo mejor sería darle en el gusto de una puta vez y enviarlo luego a la cama, se dijo en un intento de justificar sus propias acciones; sin embargo, el suave ronroneo de la palabra “debilidad” se coló en su cabeza. Una debilidad que iba acompañada de un par de ojos verdes y una abierta sonrisa que parecían desarmarlo un poco.

Una autentica mierda, pensó Levi. Sí, Farlan tenía razón; se estaba ablandando.

Una hora después, ambos estaban terminando de poner orden en la cocina tras acabar de beberse aquel intento de brebaje achocolatado que a él le supo horrible pero que, sin embargo, Eren pareció disfrutar; quizás eso se debiera, pensó Levi, a la cantidad insana de azúcar que el mocoso le obligó a ponerle. Si su intención inicial fue que aquello ayudara a este a conciliar nuevamente el sueño para que lo dejase en paz, estaba bien jodido; lo más probable fuera que el crío terminase esa noche con las revoluciones a mil y sin poder pegar ojo hasta el día siguiente.

Al notar nuevamente el comienzo de los dolores en el hombro herido, Levi logró convencer al niño, a base de amenazas sobre despertar a Carla y protestas por parte del otro, de que regresara a su cuarto ya que él haría lo mismo. Una vez a solas en su habitación, ya no tuvo que fingir para ocultar su malestar y a toda prisa se metió en la boca un par de analgésicos que tragó en seco para intentar amortiguar el dolor. Si en dos días aquella laceración del demonio no mejoraba, tendría que hacerse ver por un médico.

Joder. Mierda. ¡Joder!

Sentándose en la cama deshecha, Levi se quitó el suéter y la blanca camiseta para soltarse el vendaje que llevaba. Acababa de comenzar a aplicarse un poco de ungüento desinflamatorio cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe, sobresaltándolo.

Eren, parado bajo el dintel, lo miraba con aquellos ojos verdes llenos de sorpresa, fijos en su hombro.

—Tch, mocoso, ¿no te han enseñado a llamar? —lo regañó con molestia. El niño pestañeó un par de veces, despacio, casi como si estuviese confundido—. ¿Qué mierda quieres ahora, Eren?

—Yo… yo… ¿qué le ha pasado, Levi? —acabó por interrogarlo a él, haciendo caso omiso de su pregunta inicial, como casi siempre. Eren no era precisamente paciente ni muy concentrado, por lo que solía solo enfocarse en las cosas que quería obviando todo lo demás—. Eso luce terrible y… doloroso.

Mascullando una maldición entre dientes, Levi cerró el pomo de crema y lo dejó a un lado en cama. ¿Qué más daba que el crío ese se hubiese enterado? No estaba ocultando lo de su herida porque fuese algo malo, no en esa ocasión por lo menos; simplemente, no quería incordiar más a Carla.

—Cierra la puta puerta, ¿quieres? El cuarto se está congelando —soltó enfadado, mientras sentía la penetrante mirada del chico clavada en él—. Ha sido un accidente esta tarde mientras limpiaba el despacho de tu padre con Farlan. Se nos vino uno de los estantes encima.

Eren lo miró con suspicacia.

—¿Seguro que no se ha metido en una pelea?

Levi resopló con indignación y le lanzó una amenazante mirada de advertencia para que dejase de decir tonterías.

—Tch, no me compares contigo, mocoso de mierda. Además, yo no permito que me utilicen como saco de boxeo —le soltó a modo de puya pero, en vez de avergonzarse por su crítica, este le devolvió la mirada con aquella determinación furiosa que a Levi le gustaba. En sus ojos verdes ardiendo las llamas del infierno—. Deberías dejar de preocupar a tu madre de ese modo.

—¡No puedo permitir que abusen de Armin, él es mi amigo! —le dijo indignado. Haciendo caso omiso de los límites invisibles que él trazaba en torno a si mismo, Eren se acercó hasta la cama quedando de pie frente a Levi, tan cerca que las rodillas del niño, cubiertas por su pijama blanco con vivos rojos, rozaban las suyas. Tan condenadamente cerca que este invadía sin reparos su espacio personal, obligándolo a mirarlo de frente—. ¿Acaso usted dejaría que les hiciesen daño a sus amigos sin hacer nada para protegerlos?

El lejano recuerdo de Farlan e Isabel cuando todavía eran unos niños y lo que él muchas veces estuvo dispuesto a hacer para protegerlos se coló en su mente. Quizás en aquel entonces él era más hábil que Eren, más listo. Lo educaron para una vida de delitos y crimen, por lo que una pelea a puñetazos o a cuchilladas era lo normal para Levi, pero no para ese chico. No para el joven hijo del médico que seguramente lo más violento a lo que tuvo que enfrentarse en su corta vida fuese a lo que viera en la televisión o lo que leyese en un comic.

Hasta la muerte de su padre, claro.

—No —respondió con sinceridad—; no lo hubiese permitido.

La sonrisa de Eren, abierta y luminosa, apareció entonces en su rostro logrando que sus ojos brillasen emocionados como si Levi acabara de confiarle algún secreto importante. Y quizás, de cierto modo, se dijo, sí lo había hecho.

Sorprendiéndolo todavía más, el chico se acercó hasta él y tomó de la cama el pomo de ungüento que estaba a punto de ponerse minutos antes. Frunciendo el ceño, Levi se echó un poco hacia atrás para poner algo de espacio entre ambos pero, con firmeza sorprendente, Eren lo sujetó del hombro sano para que se quedase quieto.

—Oi, mocoso, ¿qué mierda crees que estás haciendo? —le preguntó con incrédula indignación. Este solo frunció ligeramente los labios y se encogió de hombros.

—Lo ayudo. Es en agradecimiento por el chocolate.

Levi chasqueó la lengua en desaprobación.

—No es necesario. Puedo hacerlo yo solo —le dijo, insistiendo, e intentó quitarle el pomo, pero el chico lo alejó de su alcance y negó con obstinación, consiguiendo que aquella mata de cabellos castaños se agitara desordenadamente y le cubriera los ojos.

—También puedo hacerlo yo, soy hijo de un médico, ¿recuerda? —acotó en su defensa y, sintiéndose demasiado cansado para discutir, Levi se dejó hacer.

Los siguientes minutos trascurrieron en silencio, con un concentrado Eren enfrascado en su trabajo y con Levi observándolo hacer, un poco fascinado por la habilidad y cuidado que mostraba el crío para tratar heridas y poner vendajes, como si tuviese mucha práctica en ello. No pudo evitar preguntarse si aquello se debería a que era hijo de un doctor, como este le dijo antes; o quizás, simplemente, fuera el resultado de estar acostumbrado a tratarse las heridas él mismo después de todas sus ridículas contiendas.

—Oi, mocoso, voy a enseñarte a pelear —le dijo Levi, repentinamente, captando su atención. Los labios de Eren, un poco inflamados por un corte vertical que tenía en ellos tras el enfrentamiento, se entreabrieron a causa de la sorpresa—. Ya he hablado con Carla y me ha permitido que te enseñe a defenderte.

Con un gritito de júbilo, este le echó los brazos al cuello, ignorando por completo su quejido de dolor, y lo apresó en un abrazo que lo llenó de pánico y lo dejó sin saber de qué modo reaccionar.

Levi Ackerman, a sus casi veintiséis años, era un maniático que detestaba el contacto físico con otras personas y no le gustaban demasiado los niños. Odiada que invadiesen su espacio personal y le desagradaba sobremanera que lo tocasen tan abiertamente. Por si fuera poco, el mero roce de otro cuerpo, acalorado y sudoroso, lo asqueaba y, además, no le agradaban ni necesitaba para nada las muestras de afecto; sin embargo, allí estaba, permitiendo que aquel mocoso volviera a derrumbar sus barreras como si nada. Dejando que Eren Jaeger se colará en sus restricciones autoimpuestas, en su intimidad, como nunca le permitió hacer a nadie.

Y el pánico se convirtió en terror. Un terror abrumador, cargado de un sentimiento cálido, tan diferente a lo que él estaba acostumbrado a enfrentar, que incluso por eso daba más miedo.

Dos meses más, se dijo Levi, intentando controlar su pulso acelerado. Dos meses más y podría largarse de Shiganshina y del terrible peligro que significaba para su seguridad emocional aquel maldito mocoso.

De manera algo torpe, sin saber muy bien que hacer a continuación, le devolvió el abrazo al niño, intentando no ejercer demasiada fuerza para no lastimarlo y dándole pequeñas palmaditas en la espalda, tal como había visto hacer a algunas madres con sus bebés. Entonces oyó a Eren reír junto a su cuello, tan cerca de él que aquella risa pareció convertirse en suya cuando la sintió reverberar sobre su pecho, expandiéndosele dentro.

Y nuevamente aquella cálida emoción…

—Ya, ya, mocoso, es suficiente —le dijo Levi sujetándole ambos brazos con fuerza para obligarlo a apartarse. Eren no protestó y, sin embargo, al poner distancia entre ambos algo dentro de él pareció sentirse desolado, como si no quisiese dejarlo ir.

Enfadado consigo mismo, Levi apartó ese inquietante pensamiento de inmediato y lo soltó como si el niño quemara.

Todavía lleno de euforia por la noticia que acababa de recibir, aquel par de ojos verdes lo contemplaban con esa desbordante alegría infantil que siempre parecía tener. Acercando mucho su rostro al suyo, Eren le preguntó sin más:

—¿Podría enseñar también a Armin?

Tras pensarlo unos cuantos segundos, Levi asintió.

—Por qué no —respondió—. También le enseñaré a Mikasa.

De inmediato notó como el chico arrugaba la corta nariz en una mueca de disgusto y sus cejas se fruncían un poco en señal de disconformidad.

—No creo que a ella-

Levi lo hizo callar de golpe, enterrando con firmeza su mano derecha en los suaves cabellos castaños y, tirando un poco de ellos, acercó el rostro de Eren tanto al suyo que pudo distinguir como el negro de sus pupilas parecía irse tragando poco a poco el verdeazulado de los iris mientras se dilataban a causa del miedo al tiempo que su agitada y cálida respiración, ligeramente achocolatada, le golpeaba el rostro.

—Oi, mocoso, óyeme bien. Si me dices que no puedo enseñarle a tu hermana porque es una chica, voy a patearte, ¿te queda claro? —el chico intentó asentir, pero, el fuerte agarre que él estaba ejerciendo sobre su cabeza se lo impidió—. Conozco mujeres que saben pelear mucho mejor que tú, mierdecilla. Que en cuestión de segundos te darían una paliza peor que la de hoy recibiste y ni podrías levantar del suelo ese flacucho trasero que tienes. El género no determina las capacidades, ni lo determina la edad ni la fuerza ni la estatura. El que determina si ganas o pierdes eres tú y lo que aprendes y como lo utilizas —terminó de enfatizar él en el instante que lo soltaba con brusquedad.

Poniéndose de pie, Levi agarró la camiseta blanca y se la pasó por la cabeza para volver a ponérsela. Eren seguía de pie en el mismo sitio que lo había dejado antes, dando nerviosos y acompasados golpecitos con el pie en el piso de madera que se oían amortiguados a causa de las pantuflas que llevaba puestas y mordisqueando algo que acababa de llevarse a la boca. Sin poder evitarlo, terminó sintiéndose un poco culpable a causa de su dureza.

Condenado crío.

—Oi, Eren, no me digas que te has puesto a lloriquear… —las palabras murieron en sus labios al ver lo que este sostenía contra su boca. Su corazón pareció saltarse un par de latidos antes de comenzar a correr nuevamente en una carrera desbocada.

—¡Claro que no estoy llorando! —protestó el mocoso, combativo como siempre—. Solo estaba pensando en lo que me dijo y además… Levi, ¿se siente bien? ¿Le sigue doliendo el hombro? Está algo pálido.

Intentado mantener la calma, Levi inspiró profundo y negó con un gesto. Sus ojos grises todavía fijos en la llave que la pequeña mano de Eren sujetaba con delicadeza.

—Estoy bien —logró decir, aunque a él mismo su propia voz le sonó extrañamente enronquecida—. Ya no duele demasiado —mintió. El niño lo miró con incredulidad creciente—. ¿Qué es eso que llevas allí, mocoso?

Desconcertado, Eren observó la llave que sujetaba y se la enseñó. Levi asintió con un gesto y por primera vez se dio cuenta de que este la llevaba colgada al cuello gracias a una cadena y la escondía bajo la ropa, por eso jamás se la había visto.

—Una llave. Me la dio mi padre el día que… bueno… cuando, ya sabe, lo asesinaron —terminó de decir, y un sinfín de emociones desnudas embargaron sus ojos verdes: dolor, crudo y agónico, y devastador miedo. E ira, aquella rabia que parecía inflamarse como llamas verdes en su mirada. Y rencor, aquel tipo de rencor profundo que hablaba de ojo por ojo y sangre por sangre. El mismo tipo de resentimiento que él contempló infinidad de veces en el pasado en su propia mirada al mirarse en el espejo… Hasta que Erwin acabó por salvarlo.

Y por una vez a Levi no le gustó lo que vio en él. Tuvo miedo.

Aunque lo comprendiera, aunque pusiese fraternizar con su necesidad de justicia, no quería eso para Eren. Y se prometió que iba a evitarlo; que iba a salvarlo de ese tipo de destino.

Una promesa más a aquella lista que parecía no hacer más que acrecentarse.

Acercándose al niño, Levi tomó entre sus dedos la llave y la examinó con detenimiento, observado sus formas y comparándolas mentalmente con las que él mismo llegó a hipotetizar que debería tener. No existían dudas, estaba seguro de que aquella pieza de metal era la misma que estaba escondida antes en el libro del despacho del médico.

La mirada de Eren, libre ya que aquel torbellino oscuro que parecía haberlo embargado minutos antes, se clavó en él, curiosa e interrogante.

Sin pensar demasiado en lo que hacía, Levi dejó resbalar la llave entre sus dedos para que esta reposara nuevamente contra el pecho infantil y llevó estos hasta la magullada mejilla del niño, acariciando con suavidad el pómulo derecho que comenzaba a amoratarse. En un instante el moreno rostro de Eren enrojeció hasta la raíz del cabello y lo contempló muerto de vergüenza, pero no se apartó.

—¿Y para qué sirve? ¿Qué abre? —cuestionó Levi con suavidad.

—N-no lo sé. No lo recuerdo —confesó este con sinceridad—, aunque en verdad he intentado acordarme porque mi padre me dijo que era importante; pero no… Lo siento —murmuró Eren. Parecía terriblemente frustrado y compungido.

—No te aflijas, mocoso. No era importante. Solo tenía curiosidad —le dijo Levi, apartando finalmente su mano del cálido rostro del niño. Observó la hora en el reloj de la mesilla de noche y se dio cuenta con horror de que ya eran casi las dos de la madrugada. Demonios, si Carla llegaba a enterarse de que tenía a su hijo hasta esa hora en pie iba a asesinarlo—. Oi, Eren, ya es muy tarde. Vete a la cama de una puta vez.

Los labios del crío se fruncieron un poco, como si fuese a protestar pero rápidamente relajó su expresión y acabó asintiendo. Antes de que Levi pudiese preverlo, este le rodeó la cintura en un rápido y apretado abrazo y él, resignado, le dio unas cuentas palmaditas en la cabeza como compensación, casi como si fuese un cachorro.

—Cama —masculló entre dientes pasados unos segundos y de inmediato el niño lo soltó, apartándose un par de pasos. Una avergonzada sonrisa se dibujaba en sus labios.

—Buenas noches, Levi —le dijo con amabilidad, sin apartar sus ojos de él, caminando hacia atrás con las manos unidas en la espalda y sin preocuparse por si podía acabar chocando contra la puerta, cosa que sorprendentemente no hizo—. Intente dormir un poco.

—Tch, que fastidioso —murmuró, oyendo su alegre risilla mientras el chico abría la puerta y se adentraba en la oscuridad reinante del pasillo; sin embargo, antes de que esta se cerrara del todo, vio aparecer nuevamente la castaña cabeza y aquel par de inquisidores ojos verdes—. ¿Y ahora qué demonios ocurre, Eren? —le preguntó con cansancio.

El niño se mordió el labio inferior y frunció un poco las expresivas cejas. Luego su boca se abrió y cerró un par de veces, como si fuese un pez fuera del agua hasta que finalmente pareció decidirse y le soltó:

—Cantarella.

Frunciendo su propio ceño en respuesta, Levi lo observó sin comprender nada.

—¿Qué es eso?

—Es una historia, me la solía contar mi padre algunas veces antes de dormir. La historia de Cantarella… Creo… que en ella dice que abre esta llave —confesó.

Él tragó con fuerza, atando cabos en su cabeza a toda prisa y sin gustarle demasiado las respuestas que estaba obteniendo.

—¿Y de qué va esa historia, Eren?

Este negó con pesar.

—No lo recuerdo… no sé porque pero… no logro acordarme de ella a pesar de que la oí tantas y tantas veces —nuevamente se mordió el labio. Sus ojos llenos de infantil culpabilidad, como si hubiese hecho algo malo aunque Levi tenía muy claro que no era así. En aquel asunto Eren no tenía culpa de nada, por el contrario, era la víctima—. Pero intentaré recordarla y se la contaré —prometió, casi con ansiedad—. De verdad lo intentaré, Levi.

—Por supuesto —aceptó con una calmada seriedad que le permitía de cierta forma mantener bajo control el odio que estaba sintiendo en ese momento—. Y yo esperaré gustoso que ese día llegue, Eren.

Luego de ver cerrarse finalmente la puerta y oír alejarse los pasos del niño hasta perderse en su propia habitación, Levi espero cinco, diez minutos entero antes de ponerse de pie y pegar un puñetazo contra la pared que hizo que los nudillos le ardieran al abrirse la carne y el dolor del hombro se expandiese por su cuerpo cual agonía.

El daño, el sufrimiento, le bajaron la sangre del cerebro y le aclararon las ideas. Mientras se limpiaba las sangrantes heridas de la mano, comenzó a poner en su lugar las piezas de aquella fragmentada historia y a comprender lo que en verdad significaba.

Que mierda de ironía, pensó mientras terminaba de vendarse. Él y Farlan se preocuparon lo indecible por la desaparición de una llave y lo que podía significar mientras que esta siempre estuvo bajo sus propias narices y, lo peor de todo resultó ser que aquel objeto no era lo que importaba, sino quien la portaba. Eren Jaeger era la verdadera llave de aquella estúpida historia. Sí, aquel mocoso de mal temperamento y risa fácil era quien resguardaba el secreto de la condenada droga, porque su padre lo quiso así; desde un comienzo fue así. El maldito médico lo preparó durante años para eso, sin importarle lo que podría significar para el chico, como podría arruinarle la vida.

No era que Eren no recordara la historia, sino que no podría recordar porque su padre así lo planificó cuando selló aquellos recuerdos. Para siempre o de manera temporal, Levi no estaba seguro, pero sí podría apostar, sin miedo a equivocarse, que el doctor utilizó aquella maldita droga con el chico. Convirtió sin el menor remordimiento a su hijo en conejillo de indias y carnada. La presa mayor de toda aquella sangrienta cacería.

Tenía ganas de vomitar.

Demonios, como se alegraba que aquel bastardo estuviese muerto, se dijo Levi con profundo rencor; porque estaba seguro de que de no haber sido así, él mismo lo habría asesinado con sus propias manos. Y sin remordimiento alguno, porque sobre todas las cosas, detestaba a los monstruos y Grisha Jaeger parecía ser uno de los peores.

Notas finales:

Bueno, como siempre, muchas, muchas gracias a todos quienes han llegado hasta aquí. Espero que el capítulo les haya gustado y me disculpo por la tardanza de esta actualización. Debería haber salido el miércoles pasado, pero entre mis preparativos para el viaje y que este capítulo resultó muy largo, demoré una semana entre escribirlo y corregirlo. Un horror.

Ante el largo del capítulo me ha surgido una inquietud, y que me gustaría que quienes leen siempre me ayudasen a resolverla. Por lo general, soy una escritora de muchas páginas; una vez comienzo a escribir fácilmente puedo superar las 20 planas de Word sin darme cuenta, pero con esta historia me he percatado de que muchas veces son tantas las cosas que quiero contar, que las 20 páginas se me hacen pocas, como en este caso que alcancé las 30, algo que jamás me había ocurrido con ninguno de mis fanfics.

Por eso me pregunté un par de veces mientras corregía, si sería adecuado partir el capítulo en dos mitades o simplemente publicarlo tal cual. Y aunque en este caso preferí hacerlo en uno solo por los motivos de mi viaje, me inquieta un poco si esto vuelve a ocurrir. Entonces, ante eso, me pregunto qué es lo que prefieren los que leen si esto sucede nuevamente (conociéndome, es lo más probable), ¿un capítulo muy largo cada dos semanas o uno más corto que se publique semanas seguidas? Agradecería de corazón sus opiniones, porque también soy lectora, y sé que mis preferencias no son siempre las de otros lectores.

Por último, ahora sí confirmo que este capítulo de Cantarella ya es el último antes de mi viaje. Ya me marcharé el lunes 10/09 y no regresaré hasta el 10/10, así que hasta esa fecha no creo volver a ponerme con la historia. Pero prometo tener actualización antes del 17/10.

Y por supuesto, muchas gracias otra vez a todos los que leen, comentan, votan, apuntan en sus favoritos y siguen. Eso siempre anima un montón.

Nos leemos en el siguiente, a mi regreso de Londres.

 

Tess


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