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Cantarella (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 8:

(Deseo)

Hogar y Fuego

 

Ella necesitaba un abrazo a ojos cerrados. De esos en los que uno se aferra al otro, y a la vida. De esos que convierten sus brazos en hogar, fuego y azúcar.

(Brando, Bocanadas y Besos)

 

 

 

Parado frente al amplio ventanal ligeramente abierto, Levi, pensativo con una taza de té en la mano, observaba con detenimiento al trio de mocosos que en ese momento se hallaban sentados bajo la sombra de uno de los frondosos manzanos que colindaban con el edificio principal del orfanato y platicaban animadamente sobre algo, como si su vida no tuviese mayores preocupaciones.

Una ligera y cálida brisa estival se coló por la vidriera que se hallaba entreabierta y se enredó entre sus oscuros cabellos, removiéndolos y despeinándolos un poco, pero eso no bastó para refrescarlo. Ese año junio se había presentado como un mes absurda y desagradablemente caluroso, con un sol alto y pesado desde las primeras horas de la mañana hasta bastante entrada la tarde, sin dejar de lado que el calor seco de Trost parecía pegársele a uno en la piel a base de sudor caliente, quemando y ahogando de una forma horrible.

Aquella misma mañana, durante el desayuno, Levi había alcanzado a oír casualmente parte de una conversación entre Armin y los otros dos mocosos, donde este les confesaba a sus amigos lo mucho que añoraba y extrañaba los veranos en Shiganshina, los cuales siempre solían ser mucho más templados y frescos y donde la abundancia de árboles, vegetación y ríos solían hacer más llevadera esa estación.

Levi, a pesar de ser consciente de que por aquel entonces las decisiones que tomó respecto a los niños fueron las más acertadas en ese momento debido a las circunstancias bajo las que estos se encontraban, no pudo dejar de sentirse un poco culpable por haberlos llevado hasta allí sin contar con su real consentimiento. Desamparados y aterrados como se hallaban frente al mundo que los rodeaba, donde la muerte, la violencia y el peligro constante parecían ser lo único que se cruzaba en su camino, los tres niños se aferraron con desesperación a él, confiándole su seguridad y sus vidas. Y él, a pesar de la enorme culpa que sentía por los errores cometidos, o tal vez por eso mismo, durante aquellos terribles días pareció ser el único en verdad interesado en su suerte, en que siguiesen vivos y juntos.

Hacía ya casi cuatro años de eso, se recordó con desanimo sin apartar sus claros ojos grises de aquellos chicos; y, ciertamente, muchas cosas habían cambiado desde ese entonces. Carla ya no estaba entre ellos y la culpa por su muerte acabó por convertirse en una compañera constante para él; los mocosos, contra todo pronóstico, se encontraban bien y ya a solo unos pocos pasos para terminar de convertirse en verdaderos adultos; y Levi, sin proponérselo siquiera, se convirtió en algo así como el tutor legal de esos tres, una extraña mezcla entre padre y hermano mayor con la única responsabilidad de mantenerlo a salvo mientras Erwin todavía intentaba por todos los medios resolver aquel maldito incidente con la droga creada por el doctor Jaeger.

Por esos días, cuando él los conoció por primera vez, Eren, Mikasa y Armin tenían poco más de doce años y eran unas criaturas frágiles y debiluchas a las que Levi superaba fácilmente en estatura y a las cuales impresionar e imponer respeto con su sola presencia resultaba bastante fácil y útil. A pesar de que él nunca se sintió particularmente interesado en los niños pequeños, puesto que no les encontraba una utilidad real, tras convivir por más de un año con los Jaeger y verse envuelto en todo lo que significaba pertenecer en realidad a un círculo familiar, con los problemas y momentos agradables que esto conllevaba, acabó por, inevitablemente, encariñarse con aquellos mocosos.

A lo largo de todo el tiempo que llevaban viviendo juntos, Levi había compartido miles de vivencias, buenas y malas, con esos tres: les enseñó a luchar y a defenderse y en más de una ocasión se dejó arrastrar en sus absurdas tonterías infantiles, discutió con ellos y por ellos, impartió castigos y les dio lecciones, contándole algunas veces historias para hacerles ver que la vida era mucho más dura de lo que ellos siquiera imaginaban; y fue así como, antes de darse cuenta siguiera, estos se convirtieron en algo importante para él, en su prioridad.

Hogar y refugio, le dijo Carla unas pocas noches antes de su asesinato, porque tener a alguien que se amaba, según ella, era contar siempre con un lugar al que volver. Y fuego, porque era ese mismo amor el que impulsaba a seguir a pesar de que el mundo se estuviese desmoronando.

Y aunque le idea lo aterrara como ninguna cosa en su vida lo había hecho, Levi sabía que está siempre tuvo razón. Aquellos tres mocosos que tanto despreció en un comienzo, ahora lo eran todo para él. Sobre todo Eren, se dijo con la habitual incomodidad que esa certeza le generaba. Siempre, siempre era Eren, joder.

Soltando un pesado suspiro de puro agotamiento y frustración mental, se apartó de la ventana un instante para dirigirse hacia el escritorio y coger una de las cartas abiertas que allí se encontraban. En las primeras líneas de la misiva enviada por Erwin y que había llegado esa misma mañana, las noticias que este le comunicaba eran tan malas y preocupantes que una jaqueca en ciernes amenazaba por acabar de volver su día en una auténtica mierda.

Ojalá y su amigo estuviese equivocado con sus suposiciones, se dijo Levi, pero en el fondo, no lo creía. Erwin Smith era uno de los hombres más jodidamente listos que había conocido en su vida; aunque a veces esa inteligencia solo sirviese para volver su vida un puto caos.

Tras acabarse el té, ya frío, que le quedaba en la taza, dejó esta sobre el escritorio junto a la carta y regresó a su puesto de vigilancia justo cuando un suave golpeteo en la puerta del aula se mezcló con los alegres gritos y carcajadas de un grupo de chicos mayores que en ese momento, junto a unos cuantos tutores, jugaban al futbol en una de las pequeñas canchas habilitadas para ese propósito en los amplios terrenos del orfanato. Hannes, en su función de director, por lo general dejaba que los mocosos se divirtieran como estimasen conveniente una vez acababan las clases y las labores que se les hubieran asignado para esa jornada, motivo por el cual era habitual ver críos correteando y gritando como pequeños demonios salvajes una vez el almuerzo llegaba a su fin. Y ese pandemonio era una de las cosas a las que Levi jamás podría acostumbrarse del todo en ese lugar.

Tch, ¿quién en su sano juicio quería soportar mocosos ruidosos todo el día? Él no, por supuesto. Ya tenía bastante con los tres críos problemáticos que tenía a su cargo.

Un seco «pase» bastó para que su visitante ingresara en la habitación. Como si lo hubiese invocado con el pensamiento, Hannes, vestido con un sencillo pantalón de chándal azul oscuro y una camiseta blanca sin mangas, que contrastaba de forma notoria con el formal atuendo de pantalón de lino negro y camisa blanca arremangada de Levi, apareció de pie a su lado. Su corto y rubio cabello, del mismo tono de su fino bigote, lucía un poco oscurecido a causa del sudor mientras que la clara piel de su rostro mostraba el evidente enrojecimiento producido por exponerse demasiado tiempo al sol. Por el peculiar brillo de alegría que desprendían sus ojos ámbar, supuso que este también debió haber sido participe en aquel improvisado partido.

—Si vas a quedarte vigilándolo todo el día, ¿no sería mejor que simplemente fueras a hablar con él y le pidieses que te acompañase? —Le dijo este al seguir su mirada y darse cuenta de hacia dónde estaba dirigida su atención—. Por lo general, eso suele hacer estas cosas más fáciles.

Eren, en ese instante, se hallaba con su verde mirada pérdida en la distancia, pensativo, sin prestar mucha atención a lo que Armin le contaba. Parecía un poco triste, se percató Levi; y no pudo evitar preguntarse si la aflicción del chico tendría el mismo trasfondo que la suya.

A pesar de todo, no podía negar que el otro hombre tenía algo de razón. Desde esa mañana había buscado mil escusas para poder tener un ojo sobre Eren en todo momento, ya fuese mientras este ayudaba con las actividades que le correspondían en el orfanato o, como en ese instante, mientras descansaba fuera juntos a sus amigos y compañeros. Tras las noticias que le llevó Petra desde Stohess, Levi no era capaz de sacudirse la desagradable sensación de que algo oscuro y peligroso se estaba cerniendo sobre ellos. Los problemas se estaban aproximando una vez más

Como si hubiese percibido su intenso escrutinio, Eren levantó la vista, encontrándose de lleno con sus ojos grises que le observaban con detenimiento desde la segunda planta del edificio principal. Este, de inmediato, frunció el ceño en señal de reprobatorio disgusto y volteó el rostro, como si se negara a prestarle más atención de la imprescindible. La misma rutina de mierda que llevaba dándose entre ellos desde hacía dos días atrás.

Mocoso terco.

Apartando finalmente los ojos del alto y delgado chico, Levi se volvió para mirar a Hannes que lo contemplaba a su vez con una mezcla de divertida compasión, como si aquella absurda situación le resultase hilarante.

—Sigue enfadado, ¿eh?

—Tch, está furioso conmigo porque le regañé y castigué el otro día tras su pelea con Jean —masculló, irritado al recordar aquello—. El condenado mocoso ni siquiera se digna a mirarme durante las comidas y apenas me responde si le hablo. Es un jodido incordio.

Hannes soltó una fuerte carcajada que pareció reverberar entre las blancas paredes de la diminuta aula que él utilizaba habitualmente para impartirles clases a los chicos. En ese momento, con los mocosos de vacaciones de verano, esta se encontraba ordenada y vacía, con los oscuros pupitres perfectamente alineados en tres ordenadas filas de cuatro y todos los libros de texto acomodados en sus respectivos lugares en las repisas laterales. El resto del material de apoyo que Levi solía usar se encontraba guardado dentro del pesado armario de caoba que descansaba al fondo de la clase, mientras que el pizarrón que lo enfrentaba se hallaba impolutamente limpio. Solo su viejo y desgastado escritorio de roble parecía desentonar en aquel ambiente impecable, ya que era el único rincón de la habitación donde reinaba el caos, lleno como estaba de carpetas abiertas así como las cartas enviadas por Erwin y algunas de sus propias notas.

—No te preocupes, Levi; ya se le pasará —lo animó Hannes dándole un par de fuertes palmadas en el hombro izquierdo a modo de consuelo, como si de esa forma pudiese solucionar aquel maldito problema—. Eren está en una edad complicada, ya sabes. Adolescentes. Cambian de parecer a cada instante y vuelven hasta el más pequeño problema en una tragedia.

Ante la sola mención de ese hecho, él sintió deseos de gritar a causa de la frustración. Claro que sabía que esa maldita etapa era un auténtico dolor en el culo, pero tener que soportarla a sus treinta años con un grupo de siete mocosos extremadamente exaltados y tan diferentes entre sí, era en verdad agotador.

Algunos de ellos, como la amable Historia o Armin, con su enorme inteligencia, eran obedientes y fáciles de llevar, causándole a Levi, solo en muy raras ocasiones, problemas o enfados y ayudándolo casi siempre a llevar orden y paz a su pequeño grupo, cosa que él agradecía. Mientras que Mikasa, a diferencia de sus compañeros, simplemente intentaban ignorarlo y fingir que Levi no existía, lo que de cierta forma significaba que si ambos eran capaces de respetar el espacio del otro, podían llevar la fiesta en paz. Él sabía que a pesar de todo por lo que habían pasado, o quizás por eso mismo, su prima no lo soportaba y no iba a obligarla a lo contrario; si esta quería que la dejase tranquila, Levi siempre intentaba respetarlo en lo posible. Por otro lado, tanto Sasha como Connie, que parecían ser mucho más vagos y atolondrados que el resto, eran quienes constantemente le exigían un mayor trabajo en lo referente a su paciencia; muchas veces tuvo que controlarse hasta lo imposible para no darles a esos dos una paliza cada vez que estos no prestaban la debida atención a las lecciones o se despistaban por las cosas más tontas; el que pudiesen ir a la par de sus compañeros significaba para él un arduo trabajo, y solo lo había conseguido, en palabras de Hannes, gracias a su «gobierno del terror»; el par de mocosos estaba tan aterrados por los castigos que Levi prometió impartir en caso de que reprobasen o se atrasaran un año, que ambos acababan pasando a duras penas cada nuevo curso, pero lo lograban; y eso, a sus ojos, ya era un mérito enorme. Sin embargo sus verdaderos problemas en ese pequeño grupo, los que siempre ponían su paciencia y autocontrol casi al límite, eran Jean y Eren.

Debía reconocer que Jean, por sí solo, no era una verdadera molestia. Aparte de ser un poco fanfarrón la mayor parte del tiempo y actuar como un idiota el resto de las veces, el chico no estaba mal del todo. Era listo, trabajaba bien, acataba órdenes y no se precipitaba en situaciones absurdas; Levi estaba convencido que bajo otras circunstancias, este habría podido ser un buen líder para el resto de sus compañeros; pero para mala suerte de este, había llegado Eren, y con él, los problemas.

En cada momento que los dos mocosos estaban juntos, todo parecía colisionar entre ellos y resultar en un absoluto desastre. Ambos chicos se enredaban en peleas estúpidas en las que resultaban heridos, en desafíos idiotas que los ponían en riesgo y, lo peor de todo, era que lograban que el resto de sus compañeros también se viesen envueltos en ello, mandando a la mierda toda la armonía y el buen trabajo de grupo que Levi, con bastante esfuerzo, trataba de preservar.

A lo largo de los años que llevaba junto a ellos, había llegado a la conclusión de que todo el problema entre los dos críos se debía a que se parecían demasiado en algunos aspectos mientras que en otros tenían ideas completamente contradictorias. En más de una ocasión él intentó hablar con Eren, apelando a su inteligencia y sentido común para remediar aquello y aminorar la clara animadversión que ambos críos parecían sentir entre ellos; no obstante jamás obtuvo los resultados esperados. El obstinado mocoso de ojos verdes se negaba rotundamente a ceder ante Jean y quedarse callado, argumentando que no se dejaría avasallar por el otro chico ya que este siempre intentaba humillarlo y dejarlo como un tonto; y, aunque Levi sabía que no se estaba comportando como el adulto responsable que se suponía debía ser, comprendía lo difícil que en verdad debía resultar para Eren el soportar todo eso después de lo mucho que había perdido. Así que solo por ese motivo fingía ignorar el mal comportamiento de ese par la mayor parte del tiempo y se limitaba a imponer castigos y regaños solo cuando los problemas entre estos se volvían demasiado evidentes, ganándose de paso el enfado de ambos chicos y logrando que, por lo menos en ese momento, hicieran causa común en algo, aunque esto fuese su odio hacia él.

Levi no podía dejar de preguntarse si tener que cuidar de aquel maldito grupo de niñatos era una especie de castigo divino por lo mal que seguramente se lo hizo pasar a Erwin en el pasado, cuando él mismo, junto a Farlan e Isabel, no eran muy diferentes de estos.

Una nueva mirada de Eren en su dirección, en esa ocasión menos enfadada pero sí más recelosa, le hizo pensar que, a pesar de lo tranquilizadores que sonaban los consejos de Hannes sobre el hijo del doctor y tener claro que estos tenían un trasfondo de verdad, no podía compartir del todo la confianza de este. Conocía a Eren lo suficiente para saber que el mocoso era terco y obstinado por naturaleza, igual que lo había sido su madre; incluso, desde niño, en más de una ocasión el maldito crío lo obligó a tragarse su orgullo para intentar arreglar las cosas entre ellos cuando discutían por algo y el niño no quería dar su brazo a torcer. Levi estaba convencido de que en esa ocasión una simple disculpa no bastaría para solucionar el problema que fuese existía entre ellos. La pelea que Eren tuvo con Jean solo era una pobre excusa, y él lo sabía. El verdadero punto de conflicto radicaba en la evidente tensión que comenzó a nacer poco a poco entre ellos desde hacía un par de meses atrás. Una tensión que parecía aumentar más cada día, volviendo la relación de ambos en algo casi insostenible; una completa oposición a la extraña camaradería que compartían antes.

Durante las pasadas semanas Levi, en más de una ocasión, buscó la manera de  hablar con Eren para intentar solucionar las cosas entre ellos y así descubrir la razón que había motivado ese cambio en el otro; pero, por una vez, no tuvo cooperación por parte del muchacho. El chico lo rehuía e insistía en que no le ocurría nada malo, que era él mismo quien estaba imaginado cosas que no existían. Levi, por supuesto, sabía que no era así y que este le estaba mintiendo, pero también entendía que de momento no logaría hacerlo cambiar de parecer y que, por sí solo, sería incapaz de hallar respuestas ni una manera de ponerle fin a aquello. Sus problemas con Eren se estaban convirtiendo en un viciado circulo sin fin, joder.

—¿Tan malas son las noticias que te ha hecho llegar Erwin a través de Petra?

La sorpresiva pregunta de Hannes logró sacar a Levi de sus sombrías cavilaciones sobre el chico, pero, en cambio, trasladó su malestar hacia el verdadero problema que llevaba dos días atormentándolo, desde que la joven muchacha que trabajaba para él se apareció en el orfanato con la documentación que le enviaba su amigo y superior para ponerlo al tanto de los recientes acontecimientos.

Una vez más sus ojos buscaron a los tres chicos a su cargo y no pudo evitar sentir como la rabia y el miedo comenzaban a borbotearle en las venas como hacía años no le ocurría. Odiaba sentirse así de impotente.

—Tch, las peores —masculló con disgusto—. Según Erwin, han comenzado a moverse otra vez. Las noticias de Petra hablaban de sus sospechas, pero en la carta que recibí hoy en la mañana me lo confirma. Ya han realizado las autopsias.

Un pesado jadeo de sorpresa escapó de los delgados labios de Hannes y sus finas cejas rubias se elevaron hasta casi fundirse y desaparecer bajo su corto flequillo rubio.

—¿Hacia Trost? —preguntó, visiblemente alarmado.

—En Trost —respondió él. Se pinzó el puente de la nariz durante un par de segundos para intentar relajarse un poco y aliviar el inminente dolor de cabeza que sentía comenzaría en cualquier momento. Volvió a mirar al otro hombre que parecía a punto de un colapso—. Durante las dos últimas semanas ha habido cuatro casos de asesinato con posterior suicidio en la zona industrial. En un principio todos parecían incidentes aislados; ya sabes que los crímenes en esa zona tan concurrida de la ciudad no son extraños y, como tanto los horarios, los días y los motivos por lo que se les atribuyeron a los asesinos parecían diferir bastante entre sí, nadie sospechó nada; además, los rangos etarios fueron muy diversos —le explicó al otro con voz monótona—. Todo podría haber pasado desapercibido si a un listillo de la policía no se le hubiese ocurrido sumar dos más dos, atar cabos y lograr asociarlos. Erwin me ha dicho que según el informe policial, todos los responsables estaban ligados a una especie de secta religiosa o algo así; sin embargo, él piensa que están equivocados. Es el mismo modus operandi de los casos ocurridos en Shiganshina y en otras ciudades de Paradis.

—Cree que están utilizando la droga —le dijo esa vez Hannes con un total certeza. Su habitual expresión bonachona y alegre había mudado a una de total preocupación que lo hacía lucir más viejo de lo que en realidad era—. Erwin piensa que se están repitiendo los hechos de Shiganshina, ¿verdad? ¿Fue eso lo que arrojó el resultado de las autopsias de los culpables?

Levi solo asintió, guardándose para él mismo la certera sospecha de que su amigo tenía razón sobre aquello. Durante un tiempo, tras el asesinato de Carla y su huida hacia Trost con los niños, las cosas parecieron calmarse un poco. Los casos en los que la droga del doctor Jaeger podría estar presente se volvieron cada vez más inexistentes y eso, de forma equivoca, hizo que todos se sintiesen seguros nuevamente, haciéndoles creer que tendrían tiempo de atrapar a los responsables antes de que la situación se volviera a complicar; y Levi, por una vez, quiso dejar de lado su pesimismo y confiar en que tendrían suerte, que las cosas podrían permanecer así un poco más, por lo menos el tiempo suficiente hasta que los mocosos se convirtieran en adultos capaces de protegerse a sí mismo y de ese modo él pudiera cumplir con la promesa hecha a aquella mujer. No obstante, hacia cosa de un año atrás, todo pareció haber comenzado otra vez. Misteriosos y aterradores asesinatos y suicidios en distintos puntos del país, nunca más de dos en el mismo lugar y siempre pareciendo desplazarse de una punta a otra del sitio donde se cometieran, como si la idea de aquellos que movían los hilos tras aquel macabro plan fuese no destacar más de lo necesario.

Hasta ahora.

Por algún motivo desconocido de momento para ellos, Trost parecía haberse convertido de repente en su nuevo punto de enfoque. Una ciudad en la que habitaban millones de personas y en la que, justamente, Eren estaba escondido.

Mierda.

Tras la llegada de él y los chicos al orfanato Rose, cuatro años atrás, Levi se vio en la obligación de ocultarse una vez más y elaborarse una nueva fachada que le permitiera quedarse durante algún tiempo en aquel sitio y así poder esconder lo mejor posible a los tres mocosos con los que había huido de Shiganshina.

Para Eren, Mikasa y Armin, entrar a formar parte de aquel grupo de niños huérfanos y desamparados fue relativamente fácil; ninguno de los tres chicos contaba con una familia que pudiese velar por ellos y el trabajo como agente encubierto del doctor Jaeger bastó para concederles una plaza allí; pero, en su caso, las cosas se complicaron un poco. Erwin debió intervenir de forma muy directa, cobrando un montón de favores y lanzando alguna que otra velada amenaza para que Levi también pudiese ingresar a ocupar un puesto de tutor como tapadera mientras se ocultaban en aquel lugar.

Por aquel entonces, se recordó, la idea de este de ponerlo a cargo de un grupo de niños lo espantó lo indecible y solo acabó aceptando movido por la necesidad. ¡Él había sido un delincuente juvenil, joder! ¡¿Cómo demonios se suponía que iba encarrilar a un montón de mocosos que no tenían a nadie más en el mundo y para los cuales sería su ejemplo?! Levi creyó, una vez más, que Erwin estaba mal de la cabeza, y la inseguridad de llegar a estropear las vidas de esos niños fue, durante mucho tiempo, una de sus más grandes preocupaciones junto con el hecho de mantener a los tres mocosos a salvo. Sin embargo, en ese momento, mirando todo en retrospectiva, pensaba que no lo había hecho del todo mal; por lo menos aquellos siete niños huérfanos acabaron por convertirse en seres humanos relativamente decentes, se dijo. Y aunque jamás lo reconocería ante su superior ni ante nadie, por una vez en su vida se planteó la posibilidad de dejar todo su tumultuoso pasado atrás y tan solo quedarse allí, enseñando a un montón de críos y esperando a meter algo de conciencia en sus alborotados cerebros.

Era un sueño agradable, sin duda; no obstante, la dura realidad, impredecible como era, llegó una vez más a golpearlo. Trost ya no era un sitio seguro y la vida de Eren nuevamente correría peligro allí.

Su tiempo de paz estaba tocando a su fin.

—Estas pesando en sacarlos de aquí, ¿verdad? Vas a llevarte a los chicos una vez más.

El doloroso miedo en la voz de Hannes era un claro reflejo de lo que él mismo sentía. Durante los últimos años, Levi había llegado a acostumbrarse a aquel lugar, a la vida tranquila y confortable que representaba; pero, sobre todo, a la seguridad de saber que por lo menos allí los mocosos podían crecer bien, como chicos normales, con amigos con los cuales divertirse y aprender y adultos que velaran por ellos y su bienestar; un sitio tranquilo en el que el miedo constante a que sus vidas estuviesen en peligro no existía. Pero en ese momento, aquella pequeña burbuja de fantasía en la que habitaban acababa de pincharse, dejando entrever la mierda que los rodeaba y dando paso al dolor de saber que volvería a convertir a esos tres miserables chicos en errantes.

—Petra también me ha traído una lista de posibles sitios que Erwin considera aptos para poder movernos de ser necesario —admitió. Hannes, frunciendo el ceño, lo miró expectante—. De momento, la mejor opción parece ser un pequeño pueblo a las afueras del distrito de Orvud. Ella me ha dicho que allí tienen un piso franco que no se utiliza desde hace mucho y que podría venirnos bien; además, ha insistido en que es un sitio bastante tranquilo y bonito, lejos de todo el bullicio de la ciudad y perfecto para que los chicos puedan crecer bien.

—¿El norte? ¡Eso es en la otra punta del país, Levi!

—Por eso mismo —se defendió él, intentando mantener su enfado bajo control—. Si aquellos cabrones se encuentran aquí, como sospecha Erwin, esconder a los mocosos en un sitio lo más apartado posible de este lugar es la mejor opción, Hannes. Lo más sensato.

Molesto, el otro hombre negó con un gesto vehemente. Levi vio como los ojos ámbar de este se clavaban en los tres chicos que seguían a la intemperie; un dolor tan profundo y oscuro como un abismo anidando en ellos.

—Después de todo lo que han tenido que soportar, quieren quitarles otra vez su hogar —masculló este, apenas—. Es injusto.

—Lo es —le dijo él, dándole la razón de forma rotunda—, pero lo primordial es que podamos mantenerlos con vida. Te aseguro que esto me jode tanto como a ti, Hannes, pero si las cosas se complican como teme Erwin, llegado el momento no tendremos más opción. El doctor Jaeger convirtió a su hijo en un maldito blanco andante. Ya intentaron secuestrar a Eren una vez y fallaron, pero es casi seguro que tratarán de volver a hacerlo si descubren donde está, y no podemos arriesgarnos. En aquella ocasión el mocoso salió vivo de milagro —reconoció Levi, lleno de amargo rencor—. Realmente Grisha Jaeger fue un puto bastardo.

Hannes, a pesar de oír sus duras acusaciones sobre alguien que fue un buen amigo suyo en el pasado, solo se limitó a negar con lentitud mientras, sin dejar de observar a los niños por la ventana, se sentó sobre el borde del antiguo escritorio de roble. Al ver que el otro hombre guardaba completo silencio, por un momento él temió haber sobrepasado algún límite invisible entre ambos, acabando finalmente por colmar la paciencia de aquel hombre que siempre se mostraba comprensivo ante sus arranques y poco tacto. Sintiéndose algo arrepentido, Levi de inmediato comenzó a rebuscar en su cerebro algún modo de disculparse sin parecer demasiado evidente, pero cuando Hannes lo miró, no parecía enfadado con él, sino terriblemente abatido y desilusionado con la vida. Como si la revelación de aquella verdad sobre el padre del mocoso le hubiese quitado las energías de golpe, dejando solo la pena y la decepción en su lugar.

—A pesar de saber que tienes razón, Levi, no puedo llegar a convencerme de que Grisha haya sido tan cruel como para poner a Eren en peligro de esta forma —murmuró con profunda angustia—. Él era un buen hombre, ¿sabes? Un poco cerrado en sus idea y demasiado ansioso por lograr sus objetivos, pero era un buen hombre. Ayudaba a todo el que se lo pedía y siempre fue bueno con Carla. Y amaba a su hijo, eso puedo asegurártelo. Que esto haya ocurrido… —Hannes se cubrió el rostro con ambas manos, dejando escapar un gemido de rabia contenida y encorvándose un poco hacia adelante como si el peso del mundo descansase sobre sus hombros. Levi no podía culparlo, él se sentía exactamente igual.

Durante la mayor parte de su vida, por lo menos la que recordaba, Levi siempre había vislumbrado el peor lado de los seres humanos. Egoísmo, avaricia, codicia, violencia; emociones brutales que por lo general eran las precursoras de otras emociones y necesidades igual de bestiales e inhumanas; y esto, de cierto modo, lo acabó preparándolo para esperar siempre lo peor de otros, lo más dañino. Para él, que el padre de Eren hubiese puesto al chico en aquella situación, era un horror, lo llenaba de rabia visceral y deseos de cobrar venganza por el mocoso, pero no lo sorprendía. Grisha Jaeger era humano, y como tal, era tan egoísta e inescrupuloso como muchos otros. Sacrificar a su hijo por un sueño solo era una muestra de su verdadera naturaleza.

—Oi, Hannes, deja de lamentarte de una puta vez, ¿quieres? —le soltó, cansado de todo ese drama—. No hay nada que podamos hacer ya, solo intentar mantener a esos tres críos a salvo y atrapar a esos cabrones.

—Lo sé, pero no deja de ser doloroso —reconoció este, descubriéndose el rostro y volviendo a mirarle—. En aquel momento no fui capaz de hacer nada por ellos y temo que ahora todo vuelva a repetirse. Me siento tan inútil, tan enfadado conmigo mismo… —admitió, lleno de congoja—. Pero esta vez me he decidido. Puedes contar con mi ayuda, Levi. Si es para proteger a los chicos, puedes pedirme lo que sea, en cualquier momento. Te prometo que, si está en mis manos, lo haré.

—Tch, no prometas tan a la ligera, viejo. ¿Qué pasaría si en algún minuto quiero cobrártela? —lo regañó, frunciendo las oscuras cejas en un intento de dejar claro su punto.

Hannes, toda seriedad a pesar del gesto afable que había vuelto a adoptar, le sonrió de medio lado a modo de respuesta.

—Cumplirla, claro. ¿No existen para eso las promesas?

Tras oír aquello y comprender que este hablaba completamente en serio, Levi no fue capaz de replicar nada más en lo absoluto.

Un par de minutos después, tras compartir un par de opiniones más sobre todo ese complicado asunto y dar por finalizada aquella difícil charla, el otro hombre se despidió de él, machándose. Y Levi, una vez más, volvió a quedar solo dentro de la silenciosa habitación, oyendo el lento y acompasado sonido de su propia respiración y las risas apagadas de los chicos que se hallaban fuera.

Cuándo a la distancia distinguió a Historia que se encaminaba hacia la arboleda de manzanos con paso rápido y ágil, seguida de cerca por Sasha y Connie, tal y como él supuso que ocurriría, vio al trio de mocosos ponerse de pie nada más percatarse de la llegada de sus amigos, dirigiéndose estos enseguida hacia los otros para darles alcance a mitad de camino

La rubia y menuda chica se acercó de inmediato a Eren y comenzó a decirle algo muy animada, mientras que este, sin quitarle los ojos de encima, asentía con una ligera sonrisa en los labios. De manera repentina, Historia sujetó su mano y jaló de él al tiempo que avanzaba, seguramente queriendo llevarlo a algún otro lugar a toda prisa e ignorando las furiosas miradas asesinas que le lanzaba Mikasa que los seguía muy de cerca.

Mientras los observaba marcharse, Levi no pudo evitar preguntarse cuanto tiempo les quedaría de aquella pacífica vida ficticia que había creado para ellos cuatro. Algo en su interior, instinto probablemente, le advertía que la cuenta regresiva ya había comenzado su conteo y antes de lo que esperaba, él y Eren acabarían separando sus caminos para siempre.

Quizás, desde un comienzo, se dijo, eso hubiera sido lo mejor para ambos. Sus destinos jamás debieron haberse cruzado.

Aun así, cuando el chico, siendo todavía arrastrado por una enérgica Historia, volvió el rostro para mirarle, clavando durante un par de segundos aquel par de retadores ojos verdes sobre él, Levi no pudo evitar sentir como algo incómodo y posesivo pareció despertar y removerse en su interior, mezclando pasado y presente y enredándose con aquel incierto futuro que los esperaba.

Ojos verdes como el bosque profundo, se recordó. Ojos verdes como las esmeraldas… y como las llamas del infierno.

Aquel par de misteriosos e increíbles ojos verdes que, ocultos tras unas coloridas cortinas, lo observaron por primera vez, desafiantes, un frío día de otoño a su llegada a Shiganshina años atrás; el verdadero comienzo de esa historia entre ambos que parecía no tener final. Aquellos bonitos ojos que Levi esperaba secretamente, egoístamente, fuesen lo último que viera el día que le tocase por fin dejar este mundo.

Podía no tener un hogar, pero mientras Eren existiera, tendría un sitio donde pertenecer. Y el fuego. Porque para él, no existía nada que importara más en su mundo que aquel chico de ojos verdes.

Sin duda, se dijo Levi, él era un ser humano tan despreciable como el resto. Deseando con desesperación aquello que sabía no podía ni debía tener.

 

——o——

 

Sangre. Sangre. Sangre… y muerte.

La primera bocanada de aire le resultó a Eren terriblemente dolorosa en su alivio, casi del mismo modo en que uno solía sentirse al volver a respirar tras haber pasado mucho tiempo conteniendo la respiración debajo del agua.

Gracias a Dios solo había sido una pesadilla… otra vez.

Lentamente abrió los ojos, dejando que estos se adaptaran a la oscuridad nocturna poco a poco mientras los difusos contornos de su habitación comenzaban a hacérsele visibles. El desgastado armario a los pies de su cama lucía apenas como una oscura masa informe, al igual que la vieja mesada que Armin y él solían utilizar como escritorio y donde algunos de los libros que este estuvo leyendo esa tarde todavía se vislumbraban desperdigados sobre ella. Al volver el rostro, la irregular silueta de su amigo podía percibirse bajo las blancas sábanas de la cama contigua y al parecer, por el acompasado y profundo vaivén de su respiración, este no acabó despertado por culpa suya.

Por lo menos, se dijo Eren aliviado, en esa ocasión no hubo gritos.

Ya una vez por completo despierto, notó con desagrado que la noche estaba extremadamente calurosa, con un aire caliente y pesado que resultaba sofocante y hacia trabajoso el respirar. A través de la ventana abierta se colaban los amortiguados ruidos nocturnos del exterior y podía verse la luna alta y luminosa brillar en el oscuro cielo, bañando la habitación de una pátina plateada y espectral que parecía volverlo todo etéreamente irreal. Una irrealidad que contrastaba de manera notable con los frenéticos latidos de su corazón y el desagradable sudor que le pegaba la blanca camiseta al cuerpo. Eren aun podía sentir los últimos vestigios del sueño burbujeándole bajo la piel, como algo vivo. Reptando dentro de su cabeza hasta convertir su autocontrol en una masa de miedo y desesperación. Y rabia, se dijo. Todavía podía notar el filo de una ira creciente que seguía expendiéndose dentro de él como veneno.

Porque aquella noche el sueño resultó ser diferente.

Desde el asesinato de su padre, cinco años atrás, Eren terminó por acostumbrarse de algún modo a las pesadillas, las cuales parecían haberse acrecentado todavía más tras la muerte de su madre. Estas por lo general mezclaban sus miedos con los recuerdos de aquellos terribles días; ensoñaciones extrañas donde la realidad de su vida se entrelazaba con su inconsciente, creando monstruos nocturnos que casi siempre le hacían despertar a base de puro dolor y agonía. Pero esa noche, no. Aquella vez fue una emoción mucho más visceral y distinta la que le llevó de regreso a la conciencia.

Y se sentía tan asqueado y sucio…

Aprovechándose de la claridad que proporcionaba la luz que se colaba del exterior a través de la ventana, Eren levantó su mano derecha y la observó detenidamente. Esta lucía tal y como recordaba, desnuda y limpia, encallecida en al algunos sitios y sin resquicios de sangre en ella, sin rastros de muerte.

¿Realmente soñó que asesinaba a una persona?, se preguntó con repulsión mientras se sentaba en la cama. Su mente siempre solía jugarle malas pasadas, ya estaba habituado a ello, pero llegar a ese grado de perversión era en verdad algo bastante perturbador y enfermo.

De repente el calor sofocante de la noche comenzó a resultarle insoportable a Eren; casi como si este le recordase la repugnante sensación de la sangre bañándole el cuerpo. Tras ponerse de pie, se quitó la humedecida camiseta que llevaba y la tiró sobre la cama deshecha antes de dirigirse hacia el armario para coger una limpia. Percibir el contraste del aire ligeramente frío del cuarto sobre su piel desnuda le resultó agradable, hasta liberador; y, cuando enredó sus largos dedos entre la cadena de la llave que usaba de colgante, la sintió caliente y viva contra su pecho, meciéndose con cadenciosa suavidad al acompasado ritmo de su respiración.

El ligero sonido de una respiración que de pronto se volvió profunda y pesada y el suave remover de un cuerpo sobre las sabanas lo hizo volver la cabeza, encontrándose con el adormilado rostro de Armin que le observaba entre las sombras con sus azules ojos entrecerrados y apenas siendo capaz de enfocar bien. El corto cabello rubio, humedecido por el sudor, lucía apelmazado hacia el lado donde la almohada había estado apoyada, dándole a su amigo un aspecto asimétrico y extraño.

—Eren, ¿estás bien? ¿Has tenido otra vez una pesadilla? —le preguntó su amigo con la voz enronquecida por el sueño mientras se frotaba los ojos.

—No, no han sido las pesadillas esta vez, Armin —mintió, sabedor de que una respuesta afirmativa de su parte solo serviría para que el otro se acabara de despertar y quisiera hablar de ese asunto para intentar ayudarle y, lo último que Eren quería hacer en ese momento, era rememorar aquello. Con algo de esfuerzo le sonrió de medio lado, para tranquilizarlo—; solo estoy muriendo de calor aquí dentro. Iré al baño para refrescarme un poco antes de volver a dormir. Tú también deberías hacer lo mismo.

Tras observarlo con detenida atención un poco más, Armin acabó por asentir, dejándose caer entre las sábanas revueltas y volviendo a sumergirse en un sueño profundo que Eren no pudo evitar envidiar un poco. ¿Cuándo la tranquilidad en sus horas de descanso dejó de ser algo cotidiano para convertirse en una anormalidad? Era tan, pero tan injusto…

Sin embargo, se recordó con dolorosa nostalgia, cuando estaba junto a Levi, las pesadillas solían mantenerse alejadas.

Mascullando una retahíla de insultos hacia sí mismo y su idiotez, Eren acabó por cambiar de opinión y rebuscar en el armario una muda completa de ropa, dirigiéndose con paso resuelto al pequeño cuarto de baño que compartían los chicos en aquella planta.

Nada más encender la luz, esta pareció fraccionarse, amarillenta y mortecina, sobre los grises azulejos marmoleados que cubrían las paredes antes de fusionarse con el blanco esmaltado de la hilera de lavados y urinarios, obligándole a entrecerrar los ojos un instante a causa del brusco cabio de luminosidad entre el pasillo, casi en penumbras, y esa habitación.

Tal y como Eren esperaba, el baño se encontraba vacío y silencioso a esas horas, aun con el persistente aroma del champú y el jabón, mezclados con los productos de limpieza, flotando en el aire y la sensación húmeda que siempre quedaba en el ambiente tras la hora de duchas. Sin obligarse a dejar su ropa doblada y ordenada dentro de uno de los casilleros como hacía siempre, se desnudó a toda prisa y se metió en uno de los cubículos de las regaderas, accionando el grifo y dejando que el impacto del agua fría sobre su cuerpo lo despejara del todo. Después de aquel maldito sueño, sentía las terminaciones nerviosas hipersensibilizadas, notando como si cada estimulo, por pequeño que fuera, se multiplicase; era una sensación extraña, incluso los delgados hilos de helada agua bajando por su cuerpo los percibían casi como algo vivo; no obstante, al cabo de un par de minutos, la desagradable impresión de estar quemándose desde dentro remitió, volviendo a sentirse un poco más como él mismo.

Tras haberse lavado de forma minuciosa, desesperado por quitarse la asquerosa sensación de la pegajosa sangre sobre su piel, Eren acabó de enjabonarse y enjuagarse el cuerpo y el cabello, sintiéndose mucho más aliviado que minutos antes. Una vez volvió a estar limpio y seco, se apresuró a vestirse con los cortos pantalones de chándal negros y una camiseta sin mangas del mismo color. Apoyando ambos brazos en el borde del lavado, se inclinó un poco hacia delante para mirarse en el espejo; sin embargo, la imagen que este le devolvió, lo hizo sentir inquieto. Su reflejo, a primera vista por lo menos, parecía ser el mismo de siempre; tal vez un poco más pálido de lo normal y algo ojeroso a causa de lo mal que llevaba durmiendo las pasadas noches por el asunto de Levi y Petra, pero nada fuera de lo común. No obstante, fue lo que vio en sus ojos lo que en verdad lo asustó; algo en ellos los hacia parecer salvajes, enloquecidos, volviendo el color verdeazulado de sus iris en uno mucho más claro, cuya pátina dorada le recordaba ligeramente a los de su madre.

Era casi… como ver la imagen de esta reflejada en sí mismo.

La repentina arcada la subió por la garganta sin previo aviso, llenándole la boca de un exceso de salivación que logró tragar con algo de dificultad. Eren cerró los ojos y respiró despacio, lentamente, hasta que su desenfrenado pulso pareció ralentizarse y pudo convencerse de que todo aquello era producto de su exacerbada imaginación.

Definitivamente, aquella noche era un asco.

Tras enjuagarse la boca y beber un poco de agua, se dispuso finalmente a regresar a su habitación; sin embargo, nada más cruzar la puerta del cuarto de baño, sintió el conocido peso de una mano sobre su hombro y se vio estampado con fuerza de espaldas contra la pared del corredor en semipenumbra. De inmediato Eren apretó los dientes para no soltar un quejido a causa del dolor que le provocó el azotar la cabeza contra el duro concreto y entrecerró los ojos tratando de enfocar bien; cuando por fin pudo hacerlo y estos se adaptaron a la escasa luminosidad del pasillo, el feo rostro de Jean, que lo miraba de forma burlesca, ocupó todo su campo de visión.

—Quítame tus sucias manos de encima, Cara de caballo, o juro que voy a golpearte sin importarme una mierda si acabo castigado el resto de las vacaciones. Todavía me debes la del otro día —le siseó con desprecio al otro chico. Intentó removerse un poco para poder liberarse del agarre de este, pero a pesar de sus esfuerzos, la sujeción de Jean no cedió—. ¡Te he dicho que me sueltes!

Tras dedicarle una última mirada cargada de provocadora burla, su compañero lo soltó; pero, todavía de pie frente a él, apoyó ambos brazos desnudos a unos escasos centímetros de su cabeza, acorralándolo. Eren, encerrado de aquel modo extraño entre la pared que tenía a sus espaldas y el cuerpo del otro chico, se sintió desagradablemente incómodo, pero se negó a mostrar debilidad o nervios. No iba a ceder tan fácil ante el imbécil de Jean y sus provocaciones

A la escasa distancia que se encontraban y con el rostro de este a pocos centímetros del suyo, pudo distinguir con facilidad las ligeras tonalidades anaranjadas y doradas que se vislumbraban en los castaños ojos del otro chico, quien lo miraba socarrón. Eren, desconfiando siempre que se trataba de aquel imbécil, se preguntó si este lo habría estado esperando para emboscarlo, aprovechando su pequeño descuido para tenerlo a solas y poder arreglar cuentas sin los habituales ojos fisgones que parecían abundar en el orfanato. Sin embargo, antes de que pudiese abrir la boca y soltar algún comentario hiriente sobre la obsesión que Jean parecía tener con él, un rápido vistazo al otro le bastó para convencerse con  rapidez de que aquel desagradable encuentro era algo casual y no premeditado por parte del otro. Con el claro cabello revuelto y la camiseta celeste y el corto pantalón negro que utilizaba para dormir todos arrugados, su compañero lucía como recién levantado de la cama, además del hecho de que iba descalzo. Y aunque Eren hubiera deseado no equivocarse en su suposición solo para tener un nuevo motivo al que aferrar su disgusto por Jean, debía reconocer que ese encuentro nocturno simplemente era producto de su mala suerte haciendo lo de siempre.

—El único que tiene una deuda que pagar aquí eres tú, bastardo. Por culpa de tu maldito mal temperamento nos pasaremos castigados la mitad de las vacaciones de verano, y por lo menos yo, tenía planes —le recordó este con rabia—. Ahora tenemos que trabajar el doble que el resto y soportar el malhumor de Levi. Si tan solo hubieses mantenido ese endemoniado genio tuyo a raya, nada de esto estaría ocurriendo, Eren.

—Y si tú tan solo hubieses mantenido tu maldita boca cerrada, no me habrías provocado, Jean —le espetó en respuesta, logrando que el ceño de su compañero se frunciera en señal de disgusto—. ¿Por qué simplemente no dejas de meterte en mi camino? ¡Déjame en paz de una vez! ¡Me tienes hasta los-!

Eren se calló de golpe cuando notó la fuerte presión de los dedos de Jean sobre su mejilla y barbilla, los cuales le obligaron a mantener el rostro quieto y la boca cerrada. El otro chico, con una expresión tormentosa oscureciendo sus afiladas facciones, entrecerró los ojos y antes de que él pudiese hacer nada para apartarlo, percibió como este se acercaba un poco más hacia él y el ligero calor del aliento del otro chocando contra sus labios.

¡¿Jean iba a besarlo…?! ¡No, no, no!

Desesperado por lo que significaría permitir que aquello ocurriera, Eren se revolvió rabioso hasta liberarse del agarre de su compañero, logrando pegarle una patada en la espinilla que hizo que Jean gimiera de dolor por lo bajo y lo mirara con un naciente odio visceral. De inmediato se dispuso a aprovechar el que este hubiese bajado momentáneamente la guardia para huir a encerrarse en su habitación, que se encontraba en la punta opuesta del corredor, pero no contó con que Jean se tragase el dolor, sujetándolo con fuerza de los antebrazos y estampándolo otra vez con brutal violencia contra la pared. El potente impacto produjo que los dientes de Eren entrechocaran entre si y le rasparan el labio inferior, haciéndose sangre. Medio aturdido por el golpe, notó como el regusto salobre y metálico de esta se expandía por su lengua.

Haciendo uso de la pequeña diferencia de altura que ambos tenían, Jean se cernió ligeramente sobre él, obligándolo a levantar el rostro para mirarlo. Eren sentía el corazón atronándole en el pecho a causa de la rabia y el miedo, sobre todo el miedo, pero se negó a mostrarse débil ante el otro. En muchas ocasiones las cosas entre él y Jean se pusieron mal, pero jamás pensó que podrían llegar a este punto. Si este en verdad lo besaba…

Pero no iba a pensar en eso, se dijo con decisión, acallando el miedo a base de pura determinación. No ahora. Solo debía hallar un modo de salir de aquel lio. Levi les decía constantemente que si usaban bien la cabeza, siempre existía una forma. Siempre.

Levi, Levi, Levi…

A la distancia que estaba, si gritara para llamarlo, ¿este sería capaz de oírlo? ¿Iría en su ayuda?

El suave y ligero roce de los dedos de Jean al tocar su rostro hizo que a Eren se le erizara la piel a causa de los nervios. El chico sujetó un húmedo mechón de sus oscuros cabellos castaños, jugueteando lentamente con él. Una sonrisa cargada de sarcástica hipocresía se dibujó en sus labios.

—¿Qué ocurre, princesa? ¿Estás asustada? ¿Acaso no era esto lo que querías? —le preguntó con fingida inocencia. Él soltó un gruñido de enfurecida indignación que solo logró despertar un brillo de triunfo en la mirada del otro—. Venga, deja de ser tan terco, Eren. Además, te estoy haciendo un favor, ¿no lo ves? Como a ti te van los chicos y todo eso…

Una nueva oleada de angustioso miedo lo embargó al percibir lo próximo que estaba el rostro de Jean al suyo. Intentó apartarse de su agarre otra vez, pero el otro era condenadamente fuerte y usaba su cuerpo, más pesado y musculoso que el de él, para no dejarle escapatoria. Aun así, Eren luchó cuanto pudo, debatiéndose de su fiera sujeción, negándose a perder en esa ocasión, ¡porque prefería morir antes que permitir que Jean lo besara, ni en ese momento ni en ningún otro! Si no eran los labios de Levi los que sentiría sobre los suyos, prefería no besar a nadie nunca en su vida.

Y solo por eso, y a pesar de lo mucho que le dolía, se tragó su orgullo y admitió su derrota.

—Jean, no… por favor —suplicó. Las lágrimas contenidas de rabia y angustia le anegaron los ojos a Eren, pero se negó a dejarlas caer. Por lo menos en eso, se dijo, no iba a darle el gusto. Aquel imbécil no iba a verlo llorar—. Jean, para. Lo siento. Lo siento, ¿está bien? Pero, por favor… yo no…

El bajo barboteo de la risa de su compañero reverberando entre el pequeño espacio de separación que apenas quedaba entre sus cuerpos pareció metérsele a Eren bajo la piel. Notó con alivio cuando las manos de Jean finalmente lo liberaron, mientras que este, dando un paso atrás, se sujetó el estómago al tiempo que se partía de risa, como si acabaran de contarle la mejor broma del mundo.

—¿En verdad…? —comenzó este, pero una nueva sarta de carcajadas lo obligó a detenerse. Él, indignado ante la actitud de este, apretó los dientes y los puños, muerto de creciente rabia—. ¿En verdad pesante que iba a hacerlo, bastardo? ¿Creíste que iba a besarte? —le preguntó finalmente Jean, conteniendo con esfuerzo la risa. Su expresión al míralo era de absoluta y burlesca suficiencia—. ¡Demonios, yo no soy igual de raro que tú, Eren! Pero, Dios, si hubieses visto tu cara… «Jean, no, por favor», «Jean, lo siento» —repitió en una versión aguda de su tono, a modo de burla—. Ya estamos a mano, bastardo. Te dije que me las iba a cobrar, ¿no? ¡Cómo me hubiese gustado poder grabar esto y mostrárselo al resto!

La nueva ronda de carcajadas, más altas y apenas contenidas en esa ocasión, parecieron estallar en sus oídos al mismo tiempo que la furia dentro de él. Jean solo había estado jugando, aprovechándose de su debilidad para atormentarlo a pesar de que era el mismo Eren quien más sufría al comprender que sus preferencias, lo que en verdad quería, lo que anhelaba con todas sus fuerzas, no era lo normal, no estaba bien.

Sin detenerse a pensar siquiera en las consecuencias, le propinó al chico un potente puñetazo en el estómago que lo hizo doblarse de dolor y caer de rodillas al suelo. Durante una pequeña fracción de segundos, un ínfimo instante, por su cabeza pasó la posibilidad de aprovechar aquella oportunidad y demostrarle a Jean quien era en verdad más hábil y fuerte de los dos. En la desventajosa posición en la que este se hallaba, para Eren hubiese sido muy fácil patearlo hasta sentirse resarcido o quebrarle los dedos de la mano de un pisotón. Años atrás, cuando era apenas un niño, muchas veces fue él quien acabó en esa situación, humillado y abusado por los que eran más fuertes; pero entonces apareció Levi en su vida y este le enseñó a pelear y a defenderse, le dio confianza en sus propias habilidades.

Sí, se dijo lleno de resentimiento, sería tan fácil hacerle pagar aquello a Jean… Y sin embargo, no lo hizo, y no porque no lo deseara, sino porque así como el otro hombre le había dado las armas necesarias para protegerse, también le enseñó que en muchas ocasiones la verdadera fuerza y valentía residían en no dejarse dominar por los demonios de uno mismo.

Gruñendo a causa del dolor y la rabia, Jean se puso de pie como pudo. Sus ojos castaños refulgían de indignación cuando lo miraron. Al verlo así, Eren pensó que parecía como un perro rabioso dispuesto a lazarse a su cuello ante la menor provocación.

—Realmente quieres morir, ¿no? Bastardo suicida —le soltó su compañero con resentimiento—. En verdad no aprendes, Jaeger. Vuelves a estar en deuda conmigo.

—Me importa una mierda lo que tú digas, Jean. Ya me he cansado de ti y tus idioteces y tus juegos crueles —explotó—. Me voy a mi cuarto; estoy harto de ver tu estúpida cara de equino malhumorado.

Eren no había dado ni dos pasos cuando, una vez más, sintió los largos dedos del otro chico rodear su muñeca. Tras recordar lo ocurrido minutos atrás, se sintió tan asqueado por su toque, que estuvo a punto de lanzarle otro guantazo.

—¿Has olvidado que conozco tu pequeño secreto? —Le soltó Jean—. ¿Qué pasaría si terminas por agotar mi paciencia con tus aires de chico importante y me voy de lengua con Levi y le cuento lo que sientes por él, eh? —Sonrió con suficiencia, sin embargo su mirada estaba cargada de un oscuro resentimiento y… algo más que él no supo identificar en ese momento—. Todos sabemos que eres su preferido y que tú harías lo que fuera por complacerlo. Dios, es tan malditamente obvio el hecho de que te gusta que da asco —añadió, haciendo una mueca de repulsión al mencionarlo—. Pero aun así, no puedo dejar de preguntarme qué pensaría nuestro tutor de ti si supiera lo que pasa por esa cabecita tuya, Jaeger. Dime, ¿te haces pajas pensando en él? ¿Te tocas imaginando que es este quien lo hace, quien te la mete? ¿O acaso eres tú el que se lo hace a él?

En esa ocasión el puñetazo que le propino a  Jean también le resultó doloroso a Eren. Impulsado por la furia, apenas tuvo tiempo de preparar el golpe y al momento de encajarlo lo hizo fatal, olvidando todo lo aprendido en el pasado y notando ahora como las leves reverberaciones parecían extenderse desde sus dañados nudillos hasta el hombro. Aun así, su rabia bullente eclipsaba casi por completo todo el malestar que sentía.

—Vuelve a amenazarme con decirle algo sobre esto a Levi y te juro que no podrás abrir nunca más tu maldita boca, Kirstein.

Jean, entre sorprendido y furioso, se llevó dos dedos al pómulo izquierdo, que ya comenzaba a inflamarse y enrojecerse. Su compañero palpó con cuidado e hizo una mueca de dolor al notar la magnitud del daño. Eren lo vio apretar la mano derecha con dureza, seguramente preparándose para devolverle el golpe.

—Tú, maldito bastardo…

El repentino fogonazo de la luz del corredor al encenderse obligó a ambos a entrecerrar los ojos y pestañear confundidos. Una retahíla de improperios murmurados provocó que tanto Jean como él volviesen la cabeza al mismo tiempo, para encontrarse con la menuda figura de Levi que los observaba ceñudo desde la otra punta del pasillo, fuera de su habitación.

¡Dios, las cosas solo parecían ir de mal en peor!

—¿Qué mierda se supone que están haciendo, mocosos? ¡Son las tres de la madrugada, joder!

La grave voz de este, a pesar de no haber subido en ningún momento de octavas, resonó potente y furiosa entre las silenciosas paredes del pasillo. Nada más oírlo, Jean se paró en seco, bajando el puño en el acto y tragándose lo mejor posible su enfado, fingiendo inocencia; no obstante, la calculadora mirada que le lanzó a él mientras observaba de reojo como Levi se acercaba hacia ellos con paso amenazador, logró que a Eren la sangre se le helara en las venas.

¡El muy maldito pensaba contárselo todo al otro hombre! Si Levi llegaba a enterarse de como él se sentía…

Antes de que pudiese pensar o hacer algo que lograra mantenerle al otro la boca cerrada, Jean, escudriñándolo de manera extraña, casi como si estuviese dolido o decepcionado, le murmuró a toda prisa, evitando que Levi, que estaba cada vez más cerca, lo oyera:

—Te espero pasado mañana a las seis en los establos, bastardo; antes de que el resto se levante. Te desafío a una carrera.

Eren pestañeó confundido, sin comprender que era lo que el imbécil de Jean se proponía en aquella ocasión.

—No podemos, Levi ha dicho qu-

—¡Qué más da lo que haya dicho! Si yo te gano, le contaré a Levi y a los otros chicos tu secreto y… serás mi esclavo por un mes —lanzó, cortando bruscamente su protesta. Su nerviosa mirada se dirigió nuevamente hacia su tutor que ya solo estaba a unos pocos metros de distancia—. Pero si tú me ganas, me calló. Nunca más volveré a incordiarte con esto ni a amenazarte, te doy mi palabra. Que dices, Eren, ¿aceptas?

La última vez que Jean y él habían tenido un enfrentamiento de ese tipo, se recordó, fue durante el otoño pasado. Ambos apostaron a quien de los dos podía aguatar más tiempo sumergido en el lago del orfanato, lo que le otorgaría al vencedor una semana libre de sus obligaciones en el recinto, cargando al otro del doble trabajo. Con lo que ninguno de los dos contó fue con lo drástico y brutal que solía ser el otoño en Trost, como lo eran todas las estaciones en realidad; por lo que, tras acabar aquella absurda prueba, emergieron del frío lago al mismo tiempo y casi al punto de la hipotermia, lo que los llevó a caer enfermos y tener que pasar una semana completa en cama.

Por supuesto, decir que Levi se puso furioso con ellos era poco. Durante todo el mes siguiente, posterior a su recuperación, Eren y Jean se la pasaron ayudando a Hannes en el mantenimiento de los jardines del orfanato; y claro, sin que por eso pudieran librarse de sus otras tareas regulares. Y él, aprendida la lección, se prometió que nunca más volvería a cometer el mismo error.

Y sin embargo, ahí estaba nuevamente, se dijo Eren; debatiéndose entre lo que quería y debía hacer. Su lado más racional, aquel que era influenciado por Armin y el miedo que sentía de decepcionar siempre a Levi, le gritaba que no lo hiciese; que la idea de Jean era muy mala y que ambos acabarían metidos en problemas una vez más. Pero su parte más osada, aquella que era impulsiva y odiaba perder, le exigía aceptar. Quería patearle el trasero al otro idiota por todo lo que le había hecho pasar esa noche; además, esa era una oportunidad perfecta para que su secreto siguiera siéndolo. Él era bueno cabalgando, más que bueno la verdad; ganarle a Jean en aquello sería tan fácil…

—¿Sí o no? —lo apremió el otro—. ¿Sí o no, Eren? Tú decides.

—Sí —le dijo, decidido; sintiendo como aquella simple palabra le ataba al otro como un pesado juramento e ignorando su mala consciencia que le advertía que estaba cometiendo un error—. Acepto tu desafío.

Una simple mirada de complicidad entre ambos basto para sellar aquello. A pesar de lo mal que solían llevarse la mayor parte del tiempo, siempre era lo mismo con ellos: de algún modo extraño y retorcido parecían entenderse. Eren, no por primera vez, se preguntó porque no eran capaces de ser amigos. Quizás, se dijo, si Jean fuese solo un poco menos idiota de lo que en realidad era, podría hasta caerle bien.

—¿Es que no han tenido suficiente? —les preguntó Levi cuando llegó a su lado. Sus oscuras y delgadas cejas estaban fruncidas en señal de evidente disgusto y la fría mirada gris tormenta de sus ojos dejaba claro que no estaba para juegos—. ¿Ni siquiera han cumplido una semana de castigos y ya quieren que les imponga otro?

—Fue culpa de Eren, señor. Yo solo vine al baño y me lo encontré, pero él me golpeó. Dos veces, por cierto —se defendió de inmediato Jean de forma rastrera y traicionera, enseñándole al otro hombre su inflamado pómulo para corroborar su versión de los hechos—. Esta vez yo no le pegué ni un solo puñetazo.

Ardiendo una vez más de rabia por aquella desleal cobardía, Eren fulminó al otro chico con la mirada, pero Jean fingió total indiferencia. Era cierto que este no le devolvió ninguno de los golpes, ¡pero solo porque no pudo! Aun así, fue Jean quien lo atacó primero, tomándolo por sorpresa tras salir del cuarto de baño y llegando incluso a acosarlo. Para él, por lo menos, el actuar de su compañero era lejos el peor.

Se retractaba, pensó Eren con resentida determinación, ellos dos jamás en la vida podrían llegar a ser algo siquiera cercano a amigos. ¡Nunca!

—Tch, ustedes solo saben causar problemas —les soltó Levi con enfado, antes de que sus afilados ojos grises lo buscaran a él, seguramente para corroborar las acusaciones de su compañero—. Oi, mocoso, ¿es cierto lo que dice Jean? ¿Lo golpeaste sin que este te la devolviera?

La mirada que Levi le dirigió, muy seria y llena de interrogante, ese tipo de miradas que siempre parecían exigirle la verdad absoluta, hizo sentir a Eren como el más grande de los idiotas en todo el mundo. Solo deseaba poder hacerse invisible y desaparecer de allí de una maldita vez, pero eso era imposible. Su vida sí que daba asco.

—Algo así —masculló en una evasiva respuesta, de mala gana. El otro hombre, sin apartar su intensa mirada de él, entrecerró los ojos y lo miró con detenimiento, frunciendo ligeramente el ceño en el proceso, ante lo que temió haberlo decepcionado y enfadado una vez más; pero cuando la atención de este pareció desviarse hacia la parte inferior de su rostro, durante unos pocos segundos Eren se sintió confundido.

—Oi, mocoso, ¿qué mierda tienes en la cara? ¿Un moratón?

El suave roce de los ásperos dedos de Levi sobre su mejilla le erizó a Eren la piel del cuello y los brazos, provocándole un súbito golpe de calor que pareció encenderle el rostro. Al notar como la mano de este se acomodaba en la misma posición en que la de Jean lo había hecho minutos antes, cuando este lo sujetó contra su voluntad, comprendió que con su brusco arrebato el otro chico acabó por dejar marcas que acusaban su agravio. Y, a pesar de que todo aquello resultaba un poco vergonzoso para él porque solo demostraba su debilidad, en el fondo Eren se alegró. No quería que Levi creyese que Jean estaba siendo por completo sincero cuando no era así en lo absoluto.

Por otro lado, su compañero, al percatarse de lo ansioso que Eren estaba por la cercanía del otro hombre, le lanzó una burlesca mirada que dejaba muy en claro lo que pensaba del comportamiento de Levi y, sobre todo, del suyo.

Tras haber acabado su inspección y corroborado sus sospechas, Levi lo soltó de inmediato. Eren no dijo nada en su defensa, porque no lo consideraba necesario tras lo ocurrido. No obstante, la fría mirada que este le lanzó a Jean le bastó para saber que Levi era consciente de que esas laceraciones no eran algo que pudiera haberse hecho él mismo.

Sin hacerse esperar, en los ojos de Jean se vislumbró una nueva mirada de provocación, desafiándolo en silencio a que se atreviera y le contase al otro algo de lo que había pasado esa noche entre ellos. Eren, por razones obvias, se calló.

Dejando escapar un suspiro cargado de fastidio, Levi les lanzó una lánguida mirada llena de cansancio y hastió. Miró la hora en su reloj pulsera y, tras pasarse una mano por la nuca, donde su oscuro cabello estaba rasurado, finalmente les dijo:

—Solo por esta ocasión pasaré en alto la infracción que han cometido, mocosos. Es tarde y estoy cansado; y supongo que ustedes también deben de estarlo. Así que váyanse a la cama de una puta vez y dejen de meterse en problemas. Si vuelven a cometer alguna tontería en lo que resta de semana, el castigo será encargarse de los establos durante un mes —les advirtió—. Solo ustedes dos, sin ayuda de sus amigos ni de nadie, ¿está claro?

La cara de horror que ellos pusieron ante aquella amenaza debió ser evidente, porque algo en la tensa expresión de Levi pareció relajarse, aunque no llegó a lucir del todo a gusto. Jean, tras lanzarle una última mirada a modo de recordatorio, murmuró un desganado «buenas noches» a ambos y se dirigió hacia el cuarto que compartía con Connie, el cual quedaba justo frente al suyo al final del corredor.

—Tú también vete a la cama, Eren; necesitas descansar. Luces como la mierda —masculló Levi con sus malos modos habituales. Sus intensos y afilados ojos grises lo escudriñaron unos pocos segundos más, pero, aparte de la ligera mueca de disgusto que curvó sus labios, este no volvió a decirle nada.

A causa de los nervios y el miedo que lo embargaban minutos antes, él no se había percatado de que, a pesar de lo tarde que era, al parecer Levi todavía no se iba a dormir. Aunque Eren estaba habituado a los malos hábitos nocturnos del otro hombre, tras observarlo un momento, notó que este en verdad lucía tan cansado como les dijo que se sentía, pareciendo incluso más pálido y ojeroso que de costumbre bajo la débil iluminación del corredor. Además, Levi seguía llevando la misma ropa de ese día, como si no hubiese tenido tiempo de cambiarse. Y él, lleno de preocupación, no pudo evitar preguntarse qué nuevo asunto lo tendría tan ocupado para hacer que se descuidase a si mismo de ese modo.

Eren, volviéndose repentinamente consciente de lo descarado de su escrutinio y del hecho que estaban a solas después de mucho tiempo, no pudo evitar sentirse avergonzado, ruborizándose con violencia.

Chasqueando la lengua de forma reprobatoria, Levi le lanzó una mirada que parecía querer decir muchas cosas, pero que en ese momento él fue incapaz de poder interpretar del todo. ¿Por qué las cosas entre ambos se habían vuelto tan difíciles?, se preguntó Eren. Años atrás parecía como si hubiese podido confiarle al otro todo lo que pasaba por su mente, sin embargo ahora…

—A la cama —repitió Levi y, tras un último gesto de cabeza para indicarle que se pusiera en marcha, se apresuró a darle la espalda y dirigirse hacia su propia habitación que estaba emplazada al comienzo de corto pasillo, casi al lado de las escaleras.

Tomando una decisión impulsada solo por la necesidad y el corazón, Eren apuró el paso y llegó al lado de este justo en el momento en que Levi se disponía a abrir la puerta. El leve arqueamiento de su oscura ceja fue la muda interrogante para aquel pequeño arrebato sin aparente explicación de su parte.

—Yo… he tenido una pesadilla —comenzó a murmurar él de forma torpe y atropellada. Nervioso, Eren se metió tras la oreja uno de sus largos y humedecidos mechones de cabello castaño y notó como los ojos de Levi siguieron aquel movimiento, logrando que se sonrojara todavía más—. Fue una pesadilla muy rara y no podía dormir… así que me levanté y fui al baño… y entonces Jean apareció…

El lento abrir de la puerta de aquel cuarto ante sus ojos fue casi como magia. Hacía meses que no ponía un pie allí y sin embargo la añoranza por refugiarse entre aquellas paredes pujaba casi con desesperación dentro de él, gritándole que dejara de ser tan idiota, que su autoimpuesto distanciamiento de Levi no lograba más que crearle sufrimiento innecesario, porque nada de lo que sentía iba a cambiar, ¿verdad? Por más que se alejara de este no iba a poder dejar de amarle.

Eren se sentía tan y tan cansado. Tan lleno de añoranzas y sueños rotos.

—Oi, mocoso, deja poner esa cara de sufrimiento y entra de una puta vez o lárgate a tu habitación. No tengo toda la noche.

A pesar de la dureza de sus palabras, de lo hirientes y frías que parecían, Eren pudo percibir la profunda preocupación que Levi sentía por él en ese instante y que este, a su modo tan poco expresivo, le estaba ofreciendo consuelo y seguridad de la única forma que conocía.

Sin poder evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas, por lo que se apresuró a morder con fuerza su labio inferior para no ponerse a berrear como un bebé. Sin embargo, al ver como el otro dejaba escapar un desganado suspiro de resignación y posaba su firme mano sobre su antebrazo para guiarlo hacia adentro, comprendió que el leve temblor de su cuerpo debió haberlo delatado. Estaba aterrado.

—Entra, Eren,

—¿De verdad puedo hacerlo? —su pregunta, simple y sencilla, estaba cargada por toda la angustia que lo embargaba desde hacía meses. La desesperación de comprender sus verdaderos sentimientos por Levi, el miedo a ser descubierto por este, la terrible posibilidad de que él jamás pudiese o quisiera corresponderle y el perderlo por ello. Sí, sobre todo tenía miedo de perderlo.

Sin soltarlo de su agarre, Levi asintió muy despacio, casi imperceptiblemente; como si reconocer y aceptar aquello fuese igual de difícil para él como estar allí lo era para Eren. No obstante, cuando sus ojos grises se clavaron en los suyos, no había rastro de dudas en ellos, solo determinación; aquella seguridad que él había admirado y deseado para sí mismo cuando era apenas un niño.

—Mi puerta jamás ha estado cerrada para ti, mocoso. Harías bien en no olvidarlo.

Sin poder soportarlo más, sin deseos de seguir ocultando todo el dolor que parecía quebrarlo por dentro, Eren, desesperado, dio un paso adelante y se abalanzó sobre Levi, que logró sujetarlo a tiempo antes de que acabara por desequilibrarlos y tumbarlos a ambos. Sus brazos se enredaron en torno a su cuello, escondiendo el rostro en el hueco que quedaba entre este y el hombro, dejando que las salobres lágrimas escapara de sus ojos cual torrente, sin importarle ni un poco que la diferencia de altura entre los dos volvía aquella posición incómoda ni que seguramente acabaría por dejar la blanca camisa de Levi hecha un asco de mocos y lágrimas. Por una vez, simplemente, él dejó de pensar en todo lo que debía reprimir y permitió que el otro lo arrastrase dentro de aquella habitación, volviendo a ser una vez más el Eren niño, aquel que en cada ocasión que tenía un problema corría donde Levi porque este siempre era capaz de solucionarlo, el que ansiaba impresionarlo y solo quería su atención sincera y sencilla; aquel que solo necesitaba un héroe al que admirar para ser feliz.

Ahora, sin embargo, esos simples anhelos no le eran suficientes. No cuando ansiaba besos y caricias y momentos robados a solas. No cuando deseaba con desesperación oírle decir que lo amaba de la misma forma en que él lo hacía. Ese Eren, el de dieciséis años, era egoísta y avaricioso; pero, por esa noche al menos, podría fingir y refugiarse en el pasado y lo que este había significado para los dos. De momento, tener aunque fuese ese pedacito de Levi, le bastaba y era mejor que no tenerlo en absoluto; porque para él, que lo hubo perdido casi todo, ese hombre seguía siendo su refugio seguro, su hogar… y el fuego que daba vida a la hoguera.

Notas finales:

Lo primero, como siempre, a todos quienes hayan llegado hasta aquí, muchas gracias, tanto por darse el tiempo de leer mi historia como por la enorme paciencia, ya que esta vez he demorado bastante en actualizar.

Tectónicamente esté capítulo debería haber estado listo para el día miércoles, pero aprovechando las vacaciones de verano me conseguí un empleo a tiempo completo por estos meses y los planes que tenía esta semana se chafaron un poco, pero aquí está la nueva actualización, solo ruego porque la espera haya valido la pena.

Este capítulo en particular ha sido un poco raro. A pesar de que tenía más o menos una idea de hacia donde tenía que llevar el asunto, una vez que me puse a escribir resultó algo súper distinto, pero no mal, de hecho, fue para bien, porque incluso yo misma (después de preguntarme con espanto que había hecho) tuve que reconocer que lo que ocurría aquí era necesario para lo que viene. Supongo que eso quiere decir que aunque mi consiente se vuelva un poco idiota unas cuantas veces, mi subconsciente sigue trabajando en la senda adecuada. Además, ojalá y no odien mucho a Jean después de esto, la verdad es que él no es tan malo como aparenta y de hecho luego lo demostrará.

Otra cosa que aprovecho de avisar por aquí, es que tras recibir la pregunta de una amable lectora sobre la dinámica de la relación entre los protagonistas, prefiero aclara enseguida que esta historia sería tanto un riren como un ereri. Lamento si alguien se puede sentir un poco incómodo con ello, también soy lectora en otros fandoms y a veces me pasa, pero, con esta pareja en particular, en verdad me cuesta mucho encasillara en un solo rol, por lo que supongo que inevitablemente la historia oscilará un poquito para los dos lados.

También informo que también por motivos de preguntas de lectores sobre las actualizaciones (que muchas veces van muy lentas, lo siento por eso), he puesto de forma permanente en mi perfil un calendario de actualizaciones, por si quieren consultar por alguna de las historia.

Y con eso, creo que ya es todo de momento. Como siempre, muchas gracias por leer y seguir aquí, por dejar sus comentarios, por votar y añadir a sus notificaciones, listas o favoritos. Siempre me anima muchos saber que piensan de la historia o si les sigue gustando, sobre todo porque sé que esta es un poco densa en muchos sentidos.

Para quienes siguen mis otras historias, la próxima semana toca actualización de Infocus, así que seguimos con el fandom de SnK.

Un abrazo a la distancia y hasta la próxima.

 

Tess


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