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Infierno por jotaceh

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Capítulo 21: El inicio y el final 

 

Felipe me abrazó tan fuerte que por poco nuestras pieles no se fusionaron en un solo ser. Estaba en mi cuarto, arreglando mi ropa para ir a clases, cuando de la nada apareció el muchacho para entregarme una poderosa muestra de cariño. 

-¿Qué sucede? ¿Estás bien? - le pregunté al no comprender su actuar. 

-¿Por qué nunca dijiste nada? ¿Por qué te has quedado callado todo este tiempo? - susurró en mi oído. 

No podía entender sus palabras, aunque un fuerte escalofrío recorrió mi espalda. Parecía tan decidido, como si estuviera seguro de haber descubierto un gran secreto. Tan solo que, ¿qué había revelado? 

-¿De qué hablas? Me estás asustando - le separé de mí hombro para mirarle a los ojos. 

En ese momento vi cómo las lágrimas comenzaban a brotar y se arrancaban por sus mejillas con prisa. Algo no iba bien y todo mi ser estaba congelado. 

-Tú sabes a qué me refiero... Los vi... A ustedes dos... A Diego y a ti... - esas palabras me hicieron repelerle, no quería que me tocara y es que su mirada estaba repleta de compasión, como si de pronto me hubiera convertido en un pobre cachorro atropellado o en un desgraciado a quien le han arrebatado todo en una guerra. 

Me alejé de él como nunca había hecho, por primera vez en mi vida quise no tenerle, quise que jamás nos hubiéramos conocido y que mi corazón no latiera con tanto brío por su amor. 

-Jamás pensé que pudieras sufrir tanto. Supe lo que ocurrió con tu mamá y eso me causó mucha tristeza, solo el pensar que la viste morir... Pero, descubrir que fue... Que fue tu propio padre quien hizo esas atrocidades. Es realmente cruel... ¿Cómo? ¿Cómo has podido resistir tanto tiempo? - no, ya no quería seguir escuchando. 

Me alejé lo más que pude de él, se senté al lado de mi cama, allí donde no pudiera ver mi rostro ni este cuerpo que aquel hombre a profanado. ¿Cómo? ¿Cómo es posible que se haya enterado? Siempre he querido que eso quedara en un secreto, que nadie se enterara de lo horrendo que ha sido mi vida, porque no todo acabó cuando Carolina murió, sino que la pesadilla ha continuado hasta hoy en día. 


Aquella noche necesitaba un poco de cariño, hacía frío y mi cuarto parecía más grande de lo normal. Por eso, y aunque muchas veces me habían retado por salir de noche de mi recamara, decidí ir en búsqueda de mi mamá. Sólo ella podía arrullarme y lograr que los fantasmas se alejaran. 

Cuando tenía cinco años, todo mi mundo giraba en torno a Carolina. Recuerdo que mi primer pensamiento en el día era correr hasta sus brazos, decirle lo mucho que la amaba y estar horas contemplando lo bella que era. Me gustaba que fuera la única persona en el mundo que conocía que fuera brillante, que entregara luz a todos aquellos que la rodeaban. Ella era mi vida y es que apenas era un niño, casi un bebé. 

Caminé por las oscuridades de los pasillos, sabía de memoria el recorrido hasta su cuarto y por eso, lo hice con los ojos cerrados. Temía que pudiera encontrarme con un monstruo y por eso, me fui a tientas. Sin pensarlo dos veces abrí la puerta de su habitación y para mí sorpresa, me encontré con las luces encendidas. 

-¡Mami! – recuerdo haber gritado buscándola, esperando encontrar su bella sonrisa al darse cuenta que otra vez había roto las reglas y estaba allí para dormir apretaditos. 

Sin embargo, esa noche no ocurrió aquello, y jamás volví a verla. 

Cuando eres tan pequeño hay muchas cosas que no entiendes, eres tan inocentes que no puedes ver la maldad aún cuando observes un charco de sangre fresca. 

-Pero miren a quién tenemos aquí. Al príncipe Grimaldi – don Diego estaba esa noche en la habitación. 

Aunque ambos estaban casados, solían dormir en piezas separadas y es que la privacidad es algo que un millonario puede darse con facilidad. 

Al verle todo mi cuerpo se estremeció y es que por él sentía todo lo contrario que con Carolina. Siempre estaba malhumorado y aunque decía amarme mucho, no me gustaba estar cerca de él. Supongo que era por el hecho que mi mamá siempre lloraba después de verle. Esa vez no fue la excepción y al contemplarle, supe de inmediato que tenía que irme. 

-¿A dónde vas? Tu mamá está aquí. ¿No quieres verla? – se levantó de detrás de la cama. 

Su cuerpo estaba manchado de rojo, como un tigre tras devorar a su presa. Su mirada estaba seca, como si su corazón fuera de hielo, como si no se tratara de un humano sino que de un muñeco. 

Se acercó rápido, me tomó del hombro y me llevó hasta su obra maestra, hasta la atrocidad que había cometido y que en su mente enferma era la más bella representación de amor. 

-No quiero… me quiero ir… - dije aunque, ¿cómo podía ganarle a un hombre mayor? 

Me arrastró hasta aquel lugar donde la mujer más bella que he conocido yacía débil. Su respiración estaba agitada, su mirada apenas podía centrarse en mí y sus músculos eran incapaces de moverse. Se estaba muriendo, fallecía por las heridas que tenía en todo su cuerpo. Su traje blanco ahora se había convertido en carmesí. 

-No… a él no… - es lo poco que pudo decir con las últimas energías que sólo el miedo pudo brindarle. 

Tenía cinco años cuando vi a mi madre desfallecer, cuando estaba bañada en salsa de tomate. Mi mente no podía descifrar lo que sucedía, todo era un juego hasta ese momento, uno muy aburrido y es que don Diego era malvado. Lo que sí podía entender, es que ella sufría, que no estaba bien y que quería que dejara de pasarlo mal. 

-Este es tu hijo, ese que tanto quieres ¿no?... Es tan bello, se parece tanto a ti…-le decía a su esposa mientras me acariciaba el cabello. En ese momento no lo entendí, pero era una amenaza. 

-¿Lucas? ¿Te gustaría ayudar a tu mamá? – me preguntó después. 

Esas palabras se han quedado grabadas en mi mente como si se hubiera tatuado en mi cerebro. He despertado millares de veces con esa voz repitiéndolas una y otra vez. Todo cambió luego de ello. 

-Ella está muy enferma ahora, y solo yo puedo ayudarla. Puedo hacer que no se duerma para siempre, pero… necesito un poco de tu ayuda para eso – su mano ya no solo estaba en mi cabeza, sino que había bajado hasta mi pecho. 

Me susurraba al oído como una serpiente, una víbora hambrienta de carne joven. 

-Él no… no le hagas daño a tu hijo-Carolina quería defenderme, tan solo que no tenía energías. 

¿Qué podía hacer? Solo tenía cinco y veía que mi madre sufría. Sentía su dolor, aún cuando no supiera qué le ocurría, aunque todavía no comprendía lo que era la muerte, ni mucho menos la violación. 

-Sí… si quiero ayudarla – respondí con la única intención que todo eso terminara, que me dejara a solas con mi mamá y poder abrazarla como siempre, para que espantara los fantasmas y me dijera lo mucho que me ama. 

Me recriminé por años el haber aceptado, el decirle que sí a ese monstruo. Mucho después comprendí que no tenía elección, que aunque hubiera dicho que no, don Diego hubiera continuado de todos modos. 

-Sí tú eres buen chico conmigo, yo voy a ayudar mucho a tu mamá – prosiguió. 

Sé arrodilló detrás, colocando sus piernas a mi alrededor y apretándome contra su cuerpo. Poco a poco sus dedos comenzaron a palpar mi cuerpo, mis brazos pequeños, mis piernas pequeñas, mi torso pequeño, mis glúteos pequeños. 

Todo fue lento, como la peor de las torturas. Aún hoy al recordar puedo volver a sentir su lengua caliente recorriendo mi cuerpo, sus manos fuertes apretándome contra el suelo, el dolor de ser violado. Esa noche acabó mi infancia, mi vida, y comenzó la pesadilla que hasta el día de hoy perdura. 

-Lo siento, creo que ya es muy tarde – fue todo lo que dijo luego de acabar y ver a Carolina tendida en el suelo, apenas respirando. 

-Quería ayudarla, pero… ya no se puede… - se mofaba de mi suerte luego de vejarme. 

Se vistió antes de partir. Se colocó la ropa empapada de sangre, como si supiera que nunca sería descubierto, como si estuviera seguro que a él nada le sucedería. 

-No puedes decir nada de esto. ¿Entendiste? – fue su amenaza, solo que no era necesaria y es que tras lo sucedido pasé años sin poder hablar. 

Me dejó tendido en el suelo, como un trapo sucio, como un muñeco roto. Mis ojos estaban secos de tanto llorar y aún así, observé a la mujer que yacía a unos cuantos pasos de mí. 

Como si se tratara del tesoro más preciado, gateé hasta Carolina para poder abrazarla, para que ella me reconfortara y me dijera que todo estaría bien, que era una pesadilla y despertaría pronto. 

La mujer solo podía mover los ojos y esbozar unas cuantas palabras con mucho esfuerzo. Me miró con pena, como si ella hubiera sido la culpable de todo. 

-Mami, quiero un abrazo – le dije, pero no recibí nada. Ya no podía moverse y por ello tuve que ser yo quien pusiera su brazo helado alrededor de mi pecho. 

Me acurruqué tratando de recibir el poco calor que le quedaba, intentando que ese instante durará la eternidad. No entendía qué sucedía, pero sí podía sentir que ella se marchaba, que aquello era lo último que tendría de mí mamá y el dolor fue tan fuerte, tan poderoso para un niño que quebró mi corazón en mil pedazos. 

-Tienes… que prometerme algo… que serás feliz cueste lo que cueste… si tú eres feliz… yo también lo seré – fueron sus últimas palabras antes de partir. 

Y esa ha sido la promesa que he tratado de cumplir, haciendo todo lo que sea posible por ser feliz. 

-No voy a permitir que sigas sufriendo, ni que ese desgraciado continúe dañando a la gente… - Felipe se arrodilló a mi lado para rescatarme de mis recuerdos. 

Miré al muchacho quien estaba preocupado, en realidad sufría al saber de mí pasado. 

-Estoy seguro que fue él quien asesinó a Alice. Ella.. Tuvo que descubrir esto y por eso la mató. Tal vez Elia y Valentina también se enteraron… ese hombre está desquiciado – susurraba temiendo que alguien escuchara. 

Una vez vi a mi madre morir, la persona a quien más amaba sucumbió ante las tinieblas de ese hombre y por eso, no voy a permitir que mi amado terminara de la misma manera. Tomé su brazo y le advertí. 

-Tú no harás nada… ¿qué quieres lograr? ¿Que te mate a ti también?- eso era algo que no iba a permitir. No otra vez. 

-Pero seguirá dañándote – sentenció convencido. 

-No, porque está vez es diferente – aclaré mis ideas para que se tranquilizara. 

Había sido amenazado por don Diego. Si Christopher no se detenía en sus investigaciones con Miguel, él me mataría, sería su venganza, solo que el extranjero no cayó en su trampa. 

-Me dijo que no cedería y que continuaría hasta lograr la verdad. Aquí estoy, dijiste que me matarías – fue lo que le respondí a mi padre tras regresar de la casa de Campbell. 

El hombre me miró con rabia. Estaba en su cuarto sentado en el sofá leyendo un libro cuando le interrumpí. Levantó la mirada y al escucharme, se levantó para luego correr hasta mí para poder tomarme del cuello y cumplir su promesa. 

-Qué idiota soy. Haciendo amenazas que nadie creería… ese malnacido sabe a la perfección que no podría matarte – sonrío con locura antes de soltarme. 

Ha destruido mi vida, pero es incapaz de arrebatármela. Esa fue la primera vez que le vi fracasar, en que fue débil y todo era por mi causa. 

-Pronto todo acabará, confía en mí – le dije a Felipe. 

Porque no le revelé a don Diego todo la que Christopher me había contado. 

-No te preocupes muchacho, que antes de que él te haga algo, yo ya lo habré matado – y esa es la promesa que estoy esperando cumplir. 

Todo está a punto de acabar, ha llegado la persona capaz de terminar con la pesadilla que aquel sujeto ha creado. Sólo tengo que esperar, pronto seré feliz por fin. 



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