Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Infierno por jotaceh

[Reviews - 73]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola chicos!!

Les hablo porque ha llegado la hora de la verdad, porque en este capítulo sabrán quién es en realidad el asesino que está detrás de todas las muertes relatadas en esta historia.

 

Gracias por leer!!

 

Canción para acompañar lectura: AQUI

Capítulo especial 2: Esteban

 

Mi nombre es Esteban Santamaría, vivo en unos de los mejores barrios del país, asisto a uno de los mejores colegios de la élite nacional y tengo todo lo que cualquiera podría desear. Mi familia es adinerada, no de las más ricas como alguno de mis compañeros, pero sí provengo de una que puede costearse una vida a la par de los más adinerados.

Recuerdo que cuando era pequeño todos me temían en el jardín de niños, las mamás de mis amigos les decían que no podían juntarse conmigo porque era peligroso, porque mi familia era mala y que era mejor no relacionarse con nosotros. A esa edad no comprendía, aunque con el tiempo comencé a entender cómo son los Santamaría.

Los guardaespaldas de mis papás siempre han ido armados, incluso él siempre porta una pistola. Para mí siempre ha sido normal, deben proteger todo lo que han logrado con su esfuerzo. Tan solo que la forma en que lo lograron, es la razón por la cual se protejen tanto. Porque aunque todos hablen de sus sospechas sobre nuestro clan, la verdad es que yo sé que todos ellos son verdad. Mi padre se hizo rico gracias al narcotráfico, controló por muchos años el ingreso de cocaína al país. Todo lo que se consumía en los barrios era vendido por él, y quienes quisieran rivalizar con su poderío, terminaban todos muertos, nadie es capaz de ganarle al capo supremo.

Pedro Santamaría es un hombre agresivo, sumamente rudo, que siempre hace lo que quiere y que nunca acepta un no como respuesta. El mundo debe obedecerle, y si no es así, derramará la sangre que sea necesaria para que ello ocurra.

Recuerdo muy bien la forma en que me confesó a lo que se dedicaba. Había cumplido recién los doce, apenas hace tres años, y él sentenció que debía convertirme en hombre, que ya era hora de educar a quien lo sucedería.

-Ya está grande, tiene los huevos lo suficientemente grandes como para hacerlo. Yo a su edad ya vendía drogas en las esquinas -se defendió ante mi madre.

-Es solo un niño, déjalo que crezca como cualquier otro muchacho. No se merece pasar por lo mismo que tuviste que sufrir tú -

-No seas terca, mujer. Yo sé qué es lo mejor para mi hijo y él debe aprender el negocio desde chico. Debe acostumbrarse a la sangre y al dolor, de lo contrario después será demasiado blando para dirigir mi imperio -y tras estas palabras me tomó del brazo y me llevó a la fuerza hasta su carro.

Recuerdo haber estado aterrado, tan solo que no lloré, porque cada vez que lo hacía, Pedro me golpeaba el rostro con fuerza. Nunca permitió que demostrara debilidad, porque mi sangre me hacía ser fuerte, porque un hombre con mi futuro no podía darse el lujo de llorar. Debía ser quién le pateara el trasero a los demás, no el pendejo que saboreaba el polvo del suelo.

-Hoy debemos deshacernos de un hijo de puta que intentó robarme. Ahora vas a aprender qué es lo que le sucede a los que traicionan a tu viejo -mencionó al aparcar.

Estábamos a las afueras de la ciudad, en un terreno alejado de todo cableado eléctrico. La oscuridad nos envolvía por completo. Nadie vivía cerca de allí, el lugar perfecto para que se realizaran el tipo de acciones que mi padre estaba acostumbrado.

Caminamos un rato hasta encontrarnos con unas luces. Habían más personas allí, hombres grandes y vestidos con cuero negro, todos reunidos en círculo en torno a un hombre abatido, atado de pies y manos, recostado en el suelo.

-Éste de aquí fue el que nos traicionó, muchachos. Se quedó con nuestra mercadería y pensaba que podía salirse con la suya. Tuvo el descaro de venderlo en nuestras propias calles. Y como todos sabemos, todo quien muerda la mano que le dio de comer, merece un castigo ejemplificador -gritó el hombre al llegar al tumulto.

Todos le escucharon como si se trataran de oraciones, él era un dios al cual veneraban con devoción, con un fanatismo tal que son capaces de todo con tal de agradarle.

Recuerdo haber estado aterrado, y es que todos esos cuentos que decía la gente, eran solo rumores en mi cabeza, nunca había visto directamente las acciones de mi padre, por lo menos hasta esa noche.

-Traje a Esteban aquí, para que se haga hombre. Para que demuestre que mi sangre corre por sus venas y que es digno de heredar mi imperio. Por eso, para iniciarse como uno de nosotros, es que será él quién le dé el castigo a este hijo de perra -

Me tomó del hombro, me apretó con fuerza como si estuviera extasiado, eufórico de ver su creación, de demostrarle a todos que su esperma crea hombres de verdad, que es un varón de tal tamaño que todos quienes nacen de sus bolas son igual de machos.

En ese momento tomó al hombro atado y lo puso delante de mí. Le agarró de los cabellos e hizo que le mirara directamente a los ojos.

-Toma ese cuchillo. Quiero que le cortes la garganta a este traidor -es todo lo que dijo Pedro, mientras le levantaba la cabeza para dejarme el cuello libre.

No podía creer que estaba frente a esa situación. Muchas veces jugué videojuegos en donde mataba algunos personajes, lo disfrutaba de verdad, pero era solo fantasía, ahora estaba viviéndolo en carne propia. Debía terminar con la vida de un ser humano, instado por un sujeto al cual solo le importa solo su honor, solo su propio culo.

-No, por favor -susurró el secuestrado.

Esas palabras resuenan todavía en mi cabeza, el dolor en sus ojos y la desesperación en su voz se han quedado grabados en mi inconsciente y aparecen seguido para martirizarme, para recordarme lo vil en lo que me he convertido, en todo el daño que he hecho después de ese asesinato.

No podía decirle que no a Pedro, y por eso, aunque las manos me tiritaban, tomé el arma y me acerqué hasta el traidor. Respiré hondo e intenté olvidar que me encontraba allí. Todos los hombres reunidos comenzaron a gritar, a incitarme a que siguiera, a que les diera el gran espectáculo, a que me convirtiera en uno de ellos. No tuve otra opción y solo pasé el cuchillo por la garganta del hombre. Lo hice fuerte para que solo fuera una vez, y por eso, la sangre se derramó con potencia, como una cascada roja que me salpicó el rostro. Mi cabeza, brazos y torso quedaron repletos de sangre, mientras el traidor cayó agonizante al suelo. 

Lo hice, y solo al terminar comprendí que había terminado con la vida de alguien. Lo había hecho, a mis doce años había marcado para siempre mi camino, ya no había vuelta atrás, me había convertido en un asesino.

Mi padre festejó toda esa noche, alegre que no le hubiera defraudado, satisfecho por lo que su hijo había logrado. Ahora podía estar aliviado, ya que sabía que tenía los cojones para dirigir con mano de hierro su imperio de drogas.

Después de ello, comenzó a enseñarme todo sobre el negocio, sobre sus vendedores en el extranjero, sus amigos en aduanas que hacían vista gorda de sus ingresos de cocaína a cambio de suculentos montos de dinero. También me mostró las bodegas donde guardaban todo, la forma en que se las vendían a otros traficantes más pequeños, que ingresaban la mercadería a los barrios, cómo se hacían respetar. Y lo que más me enseñó, fue a sembrar el miedo, a mostrar castigos ejemplares para que el resto supiera que nadie podía escapar de la venganza de los Santamaría.

Las primeras veces que maté personas fueron horrendas, sentía como mi alma se rasgaba poco a poco, hasta que fue destruida por completo. Así, sin darme cuenta, llegué frente a una puta vieja y drogadicta, a la cual follé antes de meterle un balazo entre las cejas, y todo mientras sonreía con gusto. Comencé a disfrutar lo que a muchos le aterraba, las pesadillas se convirtieron en mis sueños y lo macabro en mi religión.

Ahora no puedo pensar en nada más que no sea en sangre, en cómo el brillo en los ojos de las personas se desvanecen mientras su sangre se impregna en mis piel. Me deleita pensar que soy capaz de terminar con todo, con acabar con alguien por completo, en ser el que decide quién merece vivir y quién morir. Soy fuerte, no sucumbo ante nada y todo se lo debo a mi padre, él ha sido quien me ha forjado, quien quitó de mí el miedo y me convirtió en el dios que ahora soy.

Todo en mi mente es sangre, todo hasta que pienso en la persona a quien amo, porque aunque solo tengo quince años, ya he encontrado al amor de mi vida. Fue al cambiarme de colegio, después que me expulsaran del otro tras cortarle un dedo a un compañero. Entré a la escuela donde iban los que son en realidad ricos, donde han estudiado los Palmer, los Lancáster, y los que más me importan, los Grimaldi. 

La primera vez que vi a Lucas me quedé embobado con su belleza. Nunca me había atraído un chico, había follado a muchas putas de mi padre y me había gustado, tan solo que con ninguna había sentido lo que me ha sucedido con aquel chico. Su mirada es especial, todo ese sufrimiento, toda aquella melancolía está plasmada en sus ojos y aunque debería estar muerto, sigue caminando entre nosotros. Es la imagen perfecta de la muerte, es lo más bello que he visto en mi vida y tras conocerle, no pude evitar enamorarme.

Le contemplé en secreto por mucho tiempo. Pensaba en él todo el tiempo, le imaginaba desnudo, abriéndole las piernas y penetrándolo, haciéndolo mío y doblegándolo, bebiendo de su sangre y contemplando aquella mirada sin brillo, aquella muerte negra que le cubre la cabeza.

Como le veía en secreto, sabía que siempre iba hasta un baño apartado, un salón abandonado que nadie iba por lo sucio que se encontraba. Pasaba el recreo ahí y luego salía como si nada. Un día me atreví a ingresar y le encontré cortándose las muñecas con una pequeña daga. Aquella escena quedó inmortalizada en mi cabeza, era la revelación de lo más santo que había descubierto.

Sin decir nada y ante su mirada atónita, me hinqué delante de él, llevé su mano a mi boca y succioné su sangre. Era deliciosa, como si se tratara del brebaje más puro que se pueda encontrar en la tierra.

-Soy y seré por siempre tuyo, eso nunca lo olvides -fueron las primeras palabras que le dije.

Así me entregué a él, prometí que siempre estaría a su lado, que reinaríamos juntos el imperio que solo nosotros podíamos crear. No me importó lo que el resto pensara, lo que diría mi padre al saber las cosas que he hecho por él, desde ese día solo he seguido por Lucas, porque aunque mi padre me convirtió en lo que soy ahora, solo fue él quién me entregó las ganas de luchar, de combatir y de lograr lo que ansío.

Y ahora, cuando estaba a punto de lograr lo que me había propuesto, de acabar con quienes le han hecho daño, aparece un detective de mierda que por unas fotos se dio cuenta que fui yo quien dejó el cuerpo de Alice en el baño. 

Llegó a la escuela sabiendo que en ese lugar no podían protegerme los matones de Pedro, y valiéndose de su cargo, me sacó de allí. Me montó en su carro y me secuestró. Mientras todo eso sucedía, él me explicaba que sabía qué había hecho, que era yo el culpable de todos los asesinatos que han asolado la familia Grimaldi, me mostró esa puta foto y me dijo que aunque la ley no le dejaría sacarme la confesión a la fuerza, él lo haría igual.

-Voy a proteger a Lucas de un monstruo como tú. Él no se merece seguir sufriendo, ya lo ha hecho lo suficiente con su padre como para que ahora llegues tú. ¿Por qué lo has hecho? ¿Acaso quieres obligarlo a que te ame? ¿Es eso? ¿Estás obsesionado con él? ¿Te aliaste con su padre? Ambos se han ayudado ¿verdad? Estoy seguro de eso, ¿te prometió que te entregaría a su hijo?-

Me gritó todo el camino, yo no dije nada. Desde que se me acercó en el colegio, intenté callar. Detesto a ese hijo de puta, porque sé que está detrás de Lucas, sé que se calentó con él y ahora me lo quiere quitar, por eso me secuestró. Tampoco tenía mucho que hacer, él llevaba una pistola y por las malditas reglas de la escuela, yo no llevaba nada para defenderme, de lo contrario le hubiera cortado el cuello allí mismo.

No le iba a dar en el gusto, no iba a suplicar por piedad. 

Me llevó hasta una cabaña alejada de la ciudad, en medio de las montañas, donde nada ni nadie podía enterarse de lo que e estaba haciendo. Por eso, es que mis gritos no fueron escuchados. Las veces que claudiqué y grité entre los golpes que me propinaba, solo fueron un eco entre el espacio vacío que nos rodeaba. 

-Dime la verdad, mierda. ¿Diego está detrás de todo esto? ¿Él mató a Christopher? ¿Dónde está escondido ahora? Contesta, mierda -me gritaba mientras descansaba.

Después de unas horas de tortura, Miguel se cansó. Se sentó en una silla que colocó frente a mí. Estaba tirado en el suelo, con las manos y pies atadas, estaba de la misma manera que el primer hombre que maté, y quién sabe si terminaría de la misma manera.

A la muerte no le tengo miedo, he vivido con ella desde hace mucho.

El detective tomó un poco de agua, antes de seguir con su interrogatorio. Me miró fijamente antes de hablar.

-¿Por qué lo defiendes tanto? ¿Qué relación tienes con Diego? -

Solo sonreí y es que no podía creer que fuera tan imbécil de creer que estaba aliado con ese hombre.

-¿De qué te ríes? -

-De ti, de lo tarado que eres. ¿Nunca se te pasó por la cabeza que quizás Diego no tiene nada que ver en esto? -

Miguel quedó atónito ante lo primero que decía en horas.

-¿Qué me estás queriendo decir? ¿Acaso lo hiciste por tu cuenta? -

-No, en realidad no - fue todo lo que dije.

-Entonces ¿qué? ¿Hay otra persona involucrada? ¿A quién le estás ayudando en realidad? - se alteró tanto ante mi silencio, que volvió a darme una patada en el abdomen.

-¿Quién? ¿Quién está detrás de todos estos asesinatos? ¡Dime! -gritó desesperado.

Lo que no sabía, es que si había decidido hablar es porque ya no me encontraba a su merced.

-¿Quién? -insistía Miguel mientras me golpeaba.

-Yo -habló la persona que apuntaba un arma justo a la nuca del detective.

Había llegado quien le había cortado la cabeza a Alice, el que sonrío mientras le abría la panza a Valentina, quien puso gusanos en las heridas de Elia mientras seguía viva, quien tiene secuestrado a Diego mientras corta pedazo a pedazo su cuerpo, quien ha ideado cada uno de los asesinatos que han asolado a los Grimaldi, y por quien siento una fuerte admiración, porque la vez que succioné su sangre supe que había encontrado al verdadero ángel de la muerte.

Lucas sonrío ante la cara sorprendida de Miguel, quien al voltear vio el rostro de quien tanto buscaba y que jamás imaginó que sería el mismo de quien se enamoró, y que sin pensarlo un minuto disparó el arma, derramando los sesos del detective por toda la cabaña. Ahí estaba nuevamente, frente al verdadero Grimaldi, a aquel que no le teme a la sangre ni a la muerte, ese que se esconde detrás de esa apariencia inocente que todo el mundo cree conocer. Porque finalmente, ¿quién podría dudar del pobre chico violado? 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).