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Infierno por jotaceh

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Capítulo 34: El suicidio de Camilo

 

No pude controlarme. Siempre me había comportado con serenidad, pero en ese momento no analicé la situación con claridad y me dejé llevar por la ira y la desesperación. Ese fue el error más grave que pude cometer y es que, aunque estuviera tan lejos de la gran ciudad, seguía rodeado de gente que podía descubrir mi culpabilidad.

 

Vi el cuerpo de Camilo tendido en el suelo de mi cuarto en aquella lejana casona de Lo Aromo. Le había estrangulado, mis huellas estaban en su cuello, su padre estaba junto con nosotros en la casa, había sido un estúpido al deshacerme de mi primo de esa manera, teniendo tantas evidencias que me enjuiciaban. Ahora no tenía el cuarto secreto, no podía esconder su cadáver, era imposible salir libre de esta situación.

 

Colapsé al tener latente mi inoperancia, aunque aún más, porque tenía en frente mi propia maldad. Ahí estaba la consecuencia de mi corazón destruido, de mi alma ennegrecida por el odio y el rencor. No es que haya querido a mi primo, no es que hubiera sido mi amigo, pero tampoco era mi adversario, no fue alguien que quería dañarme y si lo hizo alguna vez, fue por las mismas razones por las cuales yo he manchado mis manos con sangre: la búsqueda del amor.

 

¿Qué diría mi madre? Fue la primera vez que me hice esa pregunta. ¿Acaso estaría orgullosa de mi comportamiento? Claro que no, si me había convertido en el vivo retrato de su asesino, de aquel monstruo que me engendró. 

 

¿Cómo había llegado hasta aquel punto? ¿Cómo me había convertido en todo lo que tanto odié?

 

Caí rendido al suelo, llorando a mares, revolcándome en mi propia miseria, compadeciendo mi alma putrefacta. 

 

¿Por qué con Camilo? ¿Por qué me afectó tanto su muerte? Me he preguntado esto muchas veces, incluso hasta el día de hoy no puedo tener una respuesta clara. Tal vez fue porque, muy en el fondo, me sentía identificado en él, en su timidez, en su falta de amor y en su búsqueda incesante por el cariño de Felipe. Era igual a mí antes de tomar las decisiones que me llevaron hasta este final, y tal vez su destino hubiera sido el mío.

 

Decidido a no morir, a seguir adelante aun cuando haya arruinado mi alma, me levanté del suelo y me di a la tarea de deshacerme de aquel cuerpo. Una idea pasó fugaz por mi cabeza y se convirtió en la mejor opción.

 

Camilo estaba muy triste por creer que él había asesinado a Esteban, tanto que su padre estaba preocupado por su salud mental. ¿Acaso alguien con depresión no pensaría en suicidarse? ¿Y qué tal si se colgara de una soga? Moriría de la misma manera que por estrangulación, y conociendo a la policía del pueblo, no investigarían nada más, solo confiarían en lo que verían y en lo obvio.

 

El único problema que tendría sería llevar el cuerpo hasta el patio, conseguir una soga resistente y colgar a mi primo de un árbol. Y debía ser pronto, antes que se dieran cuenta de su ausencia.

 

La noche había caído, las estrellas ya estaban posicionadas en el firmamento y sin querer esperar más, salí de mi cuarto escondiendo el cadáver debajo de mi cama. Debía ir hasta una bodega para encontrar una soga. Tenía que ser cuidadoso y es que nadie podía relacionarme con aquella búsqueda. Caminé entre la oscuridad, evitando la poca servidumbre que quedaba despierta. Divisé el viejo granero que estaba atrás de la mansión. Allí debería haber una especie de bodega o algo que contuviera las herramientas de trabajo. Era el lugar perfecto para encontrar lo que necesitaba. 

 

Abrí la puerta de madera, la que crujió con fuerza convirtiéndose en eco en medio de la nada, de aquella llanura en la cual nos encontrábamos. Con la poca luz que entraba desde el exterior, caminé por el lugar, buscando con mi tacto, agudizando la vista y teniendo fe en que tendría lo que necesitaba. Y así fue, porque colgada en una de las paredes, encontré una liana firme, grande y gruesa que podía soportar el peso de mi primo. No lo pensé más, ya era cerca de la medianoche y debía seguir con mi plan.

 

Salí del granero, caminé por los cultivos de la hacienda, buscando un árbol perfecto. Y allí, en medio de todo, estaba silencioso un sauce, el que se mecía con la gracia del viento. Un pequeño charco transitaba por sus pies y la luz de la luna le engalanaba con ternura. Era perfecto. Caminé hasta ese lugar, busqué la rama más fuerte y lancé la soga que había encontrado. Le hice un nudo y la dejé lista para recibir a su compañero.

 

Regresé a la mansión, ingresé por una ventana de la sala. Me saqué los zapatos y es que estaban sucios con tierra, los dejé debajo del umbral de la ventana, a la espera de mi regreso. Sigilosamente caminé por los pasillos hasta llegar a mi nuevo cuarto.

 

Saqué el cuerpo de Camilo de debajo de mi cama y lo puse en mi espalda. Era débil y su cadáver me parecía pesado, pero hice el esfuerzo y me lo llevé a tientas. Recorrí el pasillo con dificultad, sudando y respirando agitadamente, pensando que en cualquier momento sería descubierto. Eso no sucedió, llegué a la ventana por la cual había ingresado y me escapé todavía con Camilo a cuestas. Una vez afuera busqué mis zapatos y fue en ese momento cuando la fortuna me abandonó, porque ya no estaban allí, alguien se los había llevado. ¿Quién merodeaba a esas horas?

 

Intenté no preocuparme por ese hecho, tal vez un animal salvaje los había robado, así es que preferí continuar con mi plan inicial, esa era mi mayor preocupación. Descalzo seguí con mi trayectoria, hasta aquel sauce que había encontrado. El camino se sintió eterno porque llevaba acuestas no solo el peso de un muerto, sino que también el de mi conciencia. ¿Cómo podía continuar? Supongo que por la esperanza que todo mejoraría, que sería mi último sacrificio antes de vivir una vida plena al lado de mi amado. 

 

Con mucho más esfuerzo levanté a Camilo y lo puse en el nudo de la soga, estiré la estructura y levanté su cadáver hasta una altura considerable. Sujeté el otro extremo a otra rama y todo había quedado listo. No habría carta de despedida ni nada de aquello, confiaba en que Rubén entendiera que lo había hecho por la culpa de haber asesinado a Esteban. 

 

Regresé a la mansión, limpié mis pies con agua en el patio y volví a ingresar. Me acosté en mi cama y esperé a que Morfeo me visitara, necesitaba descansar porque al otro día todo sería un caos, debía estar preparado. Tan solo que una pregunta rondaba mi cabeza. ¿Quién había quitado mis zapatos de su lugar? 

 

No pude conciliar el sueño y la mañana llevó aterradoramente para mí. Una sirvienta fue a avisarme que el desayuno había sido servido. Me alisté y caminé hasta el comedor, allí estaba toda la familia reunida para compartir la primera comida.

 

-Lucas ¿Has visto a Camilo? No estaba en su cuarto en la mañana – Rubén me preguntó al llegar.

 

-No, no le he visto –

 

Fui parco y es que no debía involucrarme con el muchacho. Mi tío se quedó preocupado, presentía que algo le había sucedido a su hijo.

 

-Buenos días – Felipe llegó al rato y se sentó a mi lado. Su sonrisa me reconfortó, y pudo compensar todo el daño que había sufrido mi corazón durante la noche. -Podríamos ir a dar un paseo luego de comer ¿te parece? – era hermoso pensar que quería compartir conmigo.

 

Con esas pequeñas señales de afecto, pude recuperarme. Todo lo que había hecho era necesario si podía estar al lado del hombre a quien amaba. No importaba cuántas calamidades fui capaz de producir, todo era mejor cuando estaba a su lado.

 

Terminé de comer y fui hasta el baño para lavarme los dientes. Tras ello caminé por los pasillos para buscar la salida, me encontraría con Felipe en el patio. Sonreía por primera vez en mucho tiempo, hasta que la realidad me golpeó de frente. Diana, la esposa de mi tío José Antonio Goycolea, me encontró en el camino.

 

-Luquitas, mira. Encontré tus zapatos anoche en el patio, por lo que los entré. Toma, aquí tienes...-la mujer sonreía alegremente, como si me hubiera descubierto en una travesura. -¿Qué andabas haciendo tan tarde en el patio? No quise cerrar la ventana porque supuse que entrarías por ahí... ¿A dónde fuiste? –

 

Todavía no se enteraban del "suicidio" de Camilo, por lo que no tenía cómo sospechar de mí. Por eso me hablaba con alegría, como si confiara en que estaba haciendo alguna aventura de adolescentes, de esas que ella debe recordar muy bien.

 

-Mi mejor amigo murió hace muy poco y necesitaba caminar para distraerme – fue todo lo que se me ocurrió decir.

 

-Ah, ya veo... Cuánto lo siento. A veces se me olvida que si están aquí es por todas las calamidades que les ha sucedido –su rostro mutó por completo, ahora estaba angustiada.

 

-Mami, mami... Quiero pipí –apareció de pronto su hijo, Nicolás. El pequeño llevaba toda la cara manchada con chocolate y ahora necesitaba ir al baño.

 

-Ay cariño, volviste a robarte dulces... Vamos a orinar y a lavarte esa carita –Diana era muy amorosa con su hijo. Lo levantó y se lo llevó entre sus brazos.

 

Se alejaron de mí como si fuera un sueño, un recuerdo de cómo mi propia madre me trataba a esa edad. Hace mucho que no pensaba en aquellos años de hermosa infancia, antes de haber presenciado su muerte. Aquella época que fue la mejor de mi vida hasta hoy.

 

No pude recuperar la felicidad ni siquiera luego de pasar todo el día caminando con Felipe. Estaba preocupado, cabía la posibilidad que Diana me descubriera y que todo se arruinara. Tal vez trataría de inculparme y yo... y yo debería hacer lo mismo que con Camilo. ¿Tendría que matarla? Y ese pensamiento me desarmó aún más. Asesinar a una madre amorosa y dejar huérfano a su hijo Nicolás, significaría terminar de convertirme en Diego. ¿Sería capaz?

 

-Estás muy serio hoy, ¿sucede algo? –Felipe se percató de mi estado mientras nos sentábamos debajo de un naranjo.

 

-No puedo sacarme de la cabeza el rostro de Esteban... muerto –seguía siendo mi fachada.

 

-Lo entiendo, era muy cercano a ti... pero ten en cuenta que era el sospechoso de asesinar a Alice –

 

-¿Tú cómo sabes todo eso? Pensé que nadie quería decirte lo ocurrido –

 

-Hablé con Camilo ayer. El pobre está muy acongojado por lo que sucedió. No puede dormir por las noches pensando que terminó con la vida de otra persona, aunque lo que le da alientos es pensar que te salvó la vida. Aunque no lo creas... te quiere bastante –

 

Sus palabras me hirieron profundamente. ¿Eso le había dicho? Yo le inculpé de su asesinato y él sufría por mi mentira, aunque se sentía un poco mejor al imaginar que me había salvado. Sin embargo, acababa de asesinarlo. Le destruí la vida a una de las pocas personas que me quería en este mundo.

 

-Lucas, no llores...- Felipe dijo antes de abrazarme. Ni siquiera me había percatado de mis lágrimas.

 

Me sentía desdichado, una bestia terrible, aunque al sentir el calor del muchacho, sus manos acariciando mi cabello y aquellos labios que luego me besaron, me hicieron olvidar por unos minutos todo el infierno que había sembrado. Allí estaba mi dios, mi salvador, ¿podría él salvarme de mis pecados?

 

-Te amo –susurró en mi oído.

 

-Y yo a ti...- cerré los ojos para sentir su sabor, la calidez de sus labios y la ternura de su amor.

 

Estábamos en una burbuja, en una mentira creada para escondernos de la cruel realidad. Todo terminó cuando fuimos interrumpidos por un campesino que vino corriendo a buscarnos.

 

-Deben regresar a la mansión, sucedió algo terrible –

 

Felipe se preocupó de tal manera, que me tomó de la mano y corrimos en esa dirección. Yo no necesitaba llegar hasta allí para saber lo acontecido. Habían descubierto el cuerpo sin vida de Camilo.

 

Al entrar a la casona nos encontramos con la policía, quienes introducían el cadáver en una bolsa negra diseñada para ese propósito. Rubén lloraba mientras mi tío José Antonio lo consolaba.

 

-¿Qué sucedió? ¿Quién está ahí? –Felipe preguntaba asustado.

 

-Mi hijo... Mi hijito... Se quitó la vida...- su padre respondió entre llantos. –No pudo soportar todo lo sucedido –

 

Me rompía el corazón escuchar a aquel hombre sufriendo, a mi único familiar que se preocupó por mi bienestar, tan solo que no podía dejar de sentir alivio al comprender que mi plan había salido bien, habían creído el suicidio. 

 

Y en medio del caos, una mirada me quemaba por su intensidad. Diana me observaba atentamente como si escarbara en mi propia alma. Había sucedido lo que tanto me atemorizaba: sospechaba de mí. Era la única que sabía que había salido de la casona a escondidas, era obvio que algo no le convenciera.

 

La observé también, comprendiendo que era peor perder el amor del muchacho que estaba a mi lado antes que acabar con la vida de una inocente madre. Ya no había dudas, debía acabar con la madre del pequeño Nicolás.

 

 


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