Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Two faces por Love_Triangle

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

—    Está consciente.

—    Parece que se está despertando.

Podía escuchar como diferentes voces y frases distorsionadas llegaban hasta mí en forma de eco, como si los emisores de aquellas palabras se encontrasen en varios sitios al mismo tiempo y su conversación se estuviese repitiendo en diversos lugares. Eran voces familiares que había escuchado varias veces a lo largo de mi vida, pero que en aquellos momentos se me hacían imposibles de reconocer. Seguramente se debiese a mi estado, la anestesia me había dejado fuera de juego durante horas y, aunque su efecto estaba desapareciendo de mi cuerpo, todavía no estaba lo suficientemente consciente como para que mi cerebro volviese a activarse por completo.

Noté cómo lo primero que alcanzaba a mover de mi cuerpo era el dedo índice de mi mano derecha. Apenas había sido un leve e imperceptible movimiento, pero era suficiente para asegurarme de que mi cuerpo seguía respondiendo a mí. Me aterrorizaba pensar que el accidente me hubiese dejado en estado vegetal o que no pudiese ser capaz de volver a mover algunas partes de mi cuerpo, pero aquel pequeño gesto había conseguido solventar mi primera duda. Ahora tenía que comprobar si el resto de mi cuerpo seguía siendo útil.

Mis párpados tardaron en volver a responder, obligándome a luchar contra ellos si quería volver a abrir los ojos y ver lo que sucedía a mi alrededor. Me habría gustado hacer como en las películas y abrirlos de repente, teniendo sólo que pestañear un par de veces para mantenerlos abiertos, como si me estuviese despertando de un sueño cualquiera en una mañana de instituto cualquiera. Pero la realidad no era así. En la realidad no me estaba despertando de un sueño, de un muy mal sueño realmente, sino que estaba despertando de un estado de coma que me había mantenido inconsciente por Dios sabe cuánto tiempo.

Incluso mis pupilas parecían mostrarse reacias a enfocar la imagen que tenían ante ellas. En su lugar, todavía soñolientas, me mostraban sombras de personas y objetos que poco a poco dejaban de ser manchas difuminadas y se iban convirtiendo en figuras cada vez más reconocibles.

—    A-Agua…—murmuré con la boca todavía casi cerrada y las cuerdas vocales destrozadas.

—    ¿Gabriel? ¿Cómo te encuentras?

—    A-Agua… Por… Favor.

¿Estaba realmente diciendo algo? Sabía lo que quería transmitir y como consecuencia, era capaz de entenderme a mí mismo. Pero lo cierto era que me estaba intentando comunicar a base de gemidos rotos y palabras inaudibles que, poco o nada, me hacían confiar en que realmente estuviese diciéndoles algo a las tres personas que me rodeaban.

—    Ha tenido mucha suerte. Ha estado a punto de seguir el camino de los otros dos pasajeros, pero por suerte hemos podido intervenir a tiempo y la operación ha sido un éxito. Le llevará unas semanas recuperarse, pero les aseguro que podrá volver a hacer vida normal.

«¿Operación? ¿Qué operación?»

—    ¿El mismo camino que los otros dos pasajeros? Quiere decir que…

—    Lo siento, pero tanto el chófer como el otro chico ya habían fallecido cuando la ambulancia llegó.

«La ambulancia… El chófer… Es verdad, sufrimos un accidente de camino al Raimon»

—    ¿No pudieron hacer absolutamente nada por mi hijo?

—    Lo siento. No llegamos a tiempo.

—    Pero al cabrón del camionero sí que lo salvaron ¡¿Verdad?!

—    Señor, no somos Dios como para jugar con la vida de la gente. Nuestro trabajo es salvar todas las vidas que podamos. Entiendo su dolor, pero entienda que no podíamos simplemente dejarle morir. Ese hombre, al igual que su hijo, tenía familia y una vida por delante.

—    ¡Mi hijo no tenía sólo una vida por delante! Tenía un futuro brillante ¡Un futuro que por su culpa no va a poder vivir!

—    Cálmese, hicimos todo lo que pudimos.

—    ¡Pero fue insuficiente! Y ahora Riccardo… Está… Mi hijo…

«Muerto.»

*Tres días antes*

La limusina de la familia Di rigo aparcó justo frente a mi hogar, a la espera de que terminase de prepararme y saliese de casa dispuesto a poner rumbo al instituto.

Dejé mi mochila en una esquina del recibidor y me detuve un momento a terminar de atarme los zapatos. Aquel era el día en el cual se decidiría qué jugadores irían a la época de Juana de Arco y quién haría miximax con ella ¡Tenía que ir costase lo que costase! Riccardo me estaba dejando atrás una vez más, solo que en aquella ocasión no se podía decir que siguiese viendo su espalda. No, ya no le veía en lo más mínimo, estaba tan avanzado que era casi imposible seguirle el ritmo. Un espíritu guerrero, un miximax, una armadura de espíritu guerrero… Por no hablar de la increíble cantidad de supertécnicas que sabía hacer.

Apreté el nudo del segundo zapato que ataba con rabia. Ambos habíamos aprendido a jugar al fútbol casi al mismo tiempo, siempre habíamos sido él y yo. Pero ahora solo era él. El virtuoso lo había vuelto a hacer, había avanzado completamente solo y dejándome atrás sin pudor. Todos estaban más pendientes de él que de cualquier otro. La situación había cambiado desde que Arion y Víctor estaban en el equipo, sí, pero él seguía siendo el centro de todas las miradas aunque ahora lo fuese junto a ellos.

Su técnica, su inteligencia, su talento, su juego, sus estrategias, sus supertécnicas, su espíritu guerrero, su miximax, su armadura, su ingenio, su personalidad, su pasión, su carácter… ¡Todo era perfecto en él! Hasta llorando era perfecto. Y siempre era el número uno. El primero en hacer miximax, el primero en sacar un espíritu guerrero, el primero en ser el objetivo de las miradas, el primero que se había convertido en capitán siendo aún de primer año, el primero en ser elegido como estratega, el primero en tener un club de fans, el primero en… Ligar. ¡¿Por qué?! ¿Qué había hecho yo mal en todo este tiempo? ¿En qué momento habíamos dejado de ser iguales? ¿Cuándo se había puesto tan por delante? ¿Qué era tan especial en él para que hasta una chica de la edad media cayese rendida a sus pies?

No lo entendía, por más que pensaba en ello no lo entendía. Había sido su mejor amigo desde que tenía uso de razón y ni siquiera yo era capaz de entender por qué, pese a envidiarle tanto, yo también le quería. No hubo momento en el que yo no le apoyase ni estuviese a su lado, siempre fui uno de sus puntos de apoyo y él mismo me lo había confirmado. Me alegraba por todos sus éxitos y, como amigo, compartía su emoción cada vez que, fuese por el motivo que fuese, le veía sonreír. Él se lo merecía más que nadie, luchaba como el que más y siempre había estado ahí para sus compañeros, en especial para mí.

«Un chico perfecto, merece una vida perfecta»

Pero… Todo el amor que sentía por él era directamente proporcional con los celos que me provocaba. Yo también quería ser como él, quería ser perfecto y poder estar a su lado como siempre. Me estaba quedando atrás y tarde o temprano dejaría de correr detrás de él porque… Dejaría de saber a cuanto se encontraba de mí. Y yo no quería eso, quería estar siempre a su lado, justo a su lado, nunca detrás. Por ello, si quería demostrarles a todos, y especialmente a él, que merecía formar parte del equipo definitivo y que tenía tanto talento como él… Tenía que empezar por lo básico, ser seleccionado para ir a la época de Juana de Arco y luchar por conseguir mi espíritu guerrero antes del próximo partido contra Beta y su equipo.

—    Tan poco madrugador como siempre, Gabi.

—    ¡Lo siento! Estaba terminando de desayunar.

Me senté en el asiento contiguo al suyo tras cerrar la puerta de la limusina por la que había entrado y coloqué mi mochila en un rincón en el que no molestase. Riccardo me saludó con su… Perfecta sonrisa, sonrisa que todos los días era cuidada con los mejores productos para que nunca perdiese su blancura y que, cada vez que la esbozase, su receptor se derritiese ante él.

—    ¿Nervioso?

—    ¿Tú lo estuviste?

—    Sí, reconozco que ir a la época de Nobunaga me impuso respeto. Podríamos habernos jugado la vida, pero por suerte Nobunaga no fue tan terrible con nosotros como lo habría esperado de un antiguo guerrero de la época feudal.

—    Juana de Arco… Vamos a meternos en un país extranjero en un momento de su historia en el cual estaba en guerra. Puede sonar… Miedica, pero estoy muy nervioso.

—    Yo también. Es normal, Gabi.

—    ¿Te dolió cuando hiciste miximax? ¿Qué se siente?

—    Pues… Al principio debo reconocer que me dolió, pero creo que fue algo más psicológico que físico, ya que no me esperaba que Clark von Wunderbar fuese a disparar en aquel momento y el miedo me invadió. Es… Como sentir una descarga eléctrica, un chispazo que recorre tu cuerpo y llega hasta los huesos. Pero cuando esos segundos de sufrimiento pasaron, todo el dolor desapareció por completo. Me sentí capaz de ganar el partido de repente y muchas estrategias y formas de juego vinieron a mi cabeza de forma mágica. De pronto lo tuve todo claro, aquel partido no tenía dificultad alguna para mí, sabía exactamente lo que tenía que hacer, cómo y cuándo. Así que… Simplemente lo hice.

—    F-Fascinante…

—    ¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres hacer miximax?

«¿Por qué te sorprende? ¿Acaso no me ves capaz de soportarlo? Me crees demasiado débil… Yo también voy a ser útil al equipo, ya lo verás»

—    ¡Voy a hacerlo! ¡Yo también voy a ser útil al equipo! Igual que tú. ¡Y voy a conseguir un espíritu guerrero! ¡Y mi armadura! ¡Y voy a…!

—    ¡Tranquilo! Por propia experiencia sé que cuanto más te agobies menos probabilidades tienes de conseguirlo. Los espíritus guerreros tienden a aparecer en mitad de un partido, cuando te encuentras en un estado mental que le hace emerger. Y en cuanto al miximax, primero tenemos que encontrar a la persona perfecta para que lo hagas y tienes que ser un contenedor capaz de contener su aura. No quieras que todo salga ya.

—    P-Pero… Habéis mejorado mucho… Incluso Aitor ha mejorado y yo… Yo sigo igual que siempre. Ni siquiera he aprendido nuevas supertécnicas, quiero ser útil.

—    Gabi…

Sentí cómo la mano de Riccardo acariciaba mi espalda con suavidad, intentando darme ánimos y levantarme la moral. Odiaba que hiciese eso, intentando fingir que me comprendía y que estaba ahí para ayudarme. Pero era mentira, no entendía absolutamente nada y en cuanto tuviese la oportunidad, se iría de mi lado si ello significaba mejorar.

Ya no éramos los mismos niños que aprendieron a jugar juntos al fútbol, ahora cada uno debía luchar por hacerse cada vez más fuerte de forma individual y si él podía llegar lejos y salvar al fútbol, no se pararía ni por segundo a pensar en mí. Avanzaría junto a los que, como él, hubiesen demostrado que eran merecedores y capaces de estar en el nuevo equipo definitivo. Y el amigo inútil que se quedó atrás, dejaría de jugar con él por siempre.

—    Vas a formar parte del equipo definitivo. No me cabe duda, así que relájate. Eres nuestro mejor defensa.

—    ¿No lo entiendes? A cada día que pasa, Subaru y Aitor siguen entrenando y mejorando ¿Qué pasará cuando ellos consigan sus espíritus guerreros y yo no?

—    ¿Por qué aseguras que no lo vas a conseguir?

—    Porque… Porque…

«Yo no soy como tú»

—    Gabi… Vas a estar en el equipo definitivo, te lo prometo. Te ayudaré a entrenar si es necesario. Crearemos nuevas supertécnicas y usaré al Director Magister para despertar a tu espíritu guerrero si es necesario.

«No quiero que me ayudes… Soy tan capaz como tú. No necesito que me remolques hacia el éxito»

—    ¿Seguro?

—    Claro, jugaremos juntos para salvar el fútbol de nuevo. ¡Seremos los…!

—    ¡CUIDADO!

El grito del chófer hizo que dejásemos de prestarle atención a la conversación que estábamos teniendo y mirásemos al frente. Un ensordecedor estruendo continuo provocado por el claxon de la limusina hizo que el ambiente se tensase de repente y que a cada instante que pasaba, nuestros corazones aumentasen su ritmo.

Riccardo hizo el amago de inclinarse hacia adelante para poder comprobar qué era lo que estaba sucediendo, pero antes de que pudiese hacerlo, la limusina impactó contra un camión que venía de frente y al cual fue imposible esquivar.

—    ¡Gabi!

Dicen que en situaciones extremas, el lado más protector y humano de las personas emana de su interior y se deja ver. Creo que fue en aquel momento cuando el lado más humano y protector de Riccardo se hizo presente, ya que, el primer y único movimiento que fue capaz de hacer antes de que el impacto le hiciese perder el control de su cuerpo, fue dejarse caer sobre mí para así protegerme de que uno de los asientos que había justo delante de nosotros impactase sobre mí.

—    R-Riccardo… ¡RICCARDO!

Los asientos que iban situados frente al sitio que hasta entonces habíamos ocupado, se tumbaron sobre nosotros al recibir sobre ellos la presión de la parte delantera de la limusina, ahora destrozada.

Los cristales de la ventana se quebraron sin esfuerzo alguno y sus fragmentos salieron disparados en forma de dardos de cristal de los cuales el cuerpo de Riccardo me protegió, haciendo que tan solo unos pocos llegasen a alcanzar el mío. Cristales que el peso de los asientos hacía que poco a poco se hundiesen más y más en sus miembros. Podía sentir cómo a su cuerpo le daban pequeños espasmos mientras que él ahogaba gritos de dolor en mi pecho, donde mi corazón latía frenético ante tal terrorífica imagen que no podía evitar.

Pero Riccardo era muy fuerte, aquel dolor que para cualquiera habría sido sin duda motivo de alaridos, para él era algo que debía de contener, porque si se dejaba llevar sabía que luego no podría decirme: «No te preocupes» Le odiaba por ello… ¿Por qué no podía simplemente dejar de ser el señorito perfecto y mostrarme su humanidad? ¿Hasta en aquellos momentos continuaría así?

Las bisagras de la puerta cedieron a su propio peso y, de una vez por todas, dejaron que cayese sobre nosotros como un peso muerto, dándonos el golpe de gracia. Mi cabeza recibió todo el peso de la misma y mi cráneo colapsó. Creo que esa fue la única herida seria que recibí y la que puso mi vida en riesgo, ya que Riccardo me había protegido de todo lo demás. Y continuó haciéndolo mientras que de sus labios no salía más que sangre y gemidos que se esforzaba en emitir para tranquilizarme… Por eso mismo él estaba a años luz de mí… Incluso en aquellos momentos, donde no sabía qué hacer y donde tenía pleno derecho a dejarse llevar por el pánico, pensaba en mí no en él.

—    G-Ga…bi. No… T-Te des…may…es. —gimió mientras hacía pausas para toser sangre y coger aire, en aquella posición no era posible respirar con normalidad, menos aún si un incontable número de cristales están perforando tu organismo.

Nunca olvidaré la última visión que tuve de Riccardo antes de desmayarme, intenté no hacerlo por todos los medios, pero mi cuerpo fue más fuerte que mi voluntad. La puerta que había estado reposando sobre mí, se resbaló hasta caer sobre él sin delicadeza alguna, dándole un golpe fatal en la cabeza y la espalda. Mientras trataba por todos los medios de luchar contra mis párpados y contra mi visión ya borrosa, un grito desgarrado me confirmó que los cristales habían atravesado su cuerpo por completo, dejándole sin aire en un momento dado.

No estuve allí para verlo, no fui capaz de quedarme a su lado en sus últimos momentos de vida. Sucumbí irremediablemente y perdí la consciencia en el momento en el que él más me necesitaba. Le dejé solo, dejé que muriese solo sobre mí. Que su aliento se parase, su corazón poco a poco dejase de latir y que sus ojos perdiesen ese hermoso brillo que la vida siempre les había dado, opacándose, como los ojos de un cadáver recién fallecido. Riccardo falleció sobre mi pecho, después de haberme salvado la vida. Si no hubiese hecho aquel maldito movimiento que en cuestión de un instante había decidido hacer, el asiento, los cristales y la puerta habrían impactado contra mi cuerpo y mi vida habría terminado aquel día.

Pero el destino es caprichoso y no quiso que ese fuese mi final. En su lugar, prefirió arrancar de mi vida a mi mejor amigo. Mejor amigo al que no había disfrutado en sus últimos meses de vida. Mejor amigo al que, hasta hacía tan solo unos segundos, había odiado, querido y envidiado por igual. Al que había acusado de abandonarme y de no pensar en mí. El chico que había dicho que me dejaría atrás, lo hizo. Me dejó atrás… Entregando su vida para que yo pudiese continuar. Continuar con una mísera e inútil existencia que me haría odiarme día a día por haber sido tan injusto, egoísta y malo con una persona que, ajena a lo que realmente sentía y pensaba por su culpa, había preferido darme su oportunidad.

No salvaría al fútbol, no formaría parte del equipo definitivo… Su vida perfecta y sobre todo su destino perfecto, habían decidido ponerle el punto y final a la brillante y exitosa historia de: Riccardo Di rigo, el virtuoso que había estado esforzándose durante años para que la vida le fuese retirada en un instante.

Ese día comprendí una cosa y es que… Sí, es cierto. La vida siempre se lleva a los mejores…


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).