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Strunz por Momino

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Notas del capitulo:

¿¡Ya llegamos a los 300 reviews!? ¿En qué momento pasó? Todo fue tan rápido y sin ustedes no hubieramos llegado a esto. Estoy sumamente agradecida. Que mejor manera de festejarlo que este capítulo, el cual está muy intenso y que les dará la vuelta sus cabecitas hermosas. Les recuerdo que ya vamos de salida, chicxs bellxs.

¡Lean!

 

Capítulo 23.

Me arrastré de regreso a mi casa justo antes de las seis de la mañana, sintiéndome relajado y... feliz. Necesitaba un baño y alistarme para la escuela. Había una parte de mí que se sentía mal por sonreír. ¿Debía estar contento después de todo lo ocurrido? No estaba seguro. No parecía justo. Y necesitaba ver a Sai.

Después de salir del baño lleno de vapor y envuelto con una toalla en mi cadera, no me sorprendí cuando vi a Sasuke recostado en mi cama, recién duchado y cambiado. En algún momento, lo sentí.

Hice mi camino hacia la cama. —¿Qué estás haciendo, ttebayou?

Palmeó el lugar a su lado y me arrastré sobre mis rodillas. — Necesitamos estar pegados durante el próximo par de semanas. No me sorprendería si el DOD se presenta. Estamos más seguros juntos, dobe.

—¿Esa es la única razón, teme?

Una perezosa, indulgente sonrisa se dibujó en sus labios mientras tiraba del borde de mi toalla. —No es la única razón. Probablemente la más lista, pero definitivamente no la más urgente.

Las cosas habían cambiado entre nosotros en cuestión de horas.

Hablamos mucho anoche...  nos besamos más y nos desnudamos para luego besarnos más antes de dormirnos en los brazos del otro. Ahora, éramos más abiertos en hablar de todo. Aún era un total idiota. Y sí, esa sonrisa arrogante todavía me molestaba.

Pero lo amo.

Y el idiota me ama, también.

Sasuke se sentó y tiró de mí a su regazo. Besó mi frente. —¿Qué estás pensando, dobe?

Hundí mi cabeza en el espacio entre su hombro y su cuello. —En muchas cosas. ¿Crees... crees que sea correcto sentirse feliz en estos momentos, dattebayou?

Sus brazos se apretaron. —Bueno, no he enviado un mensaje en masa para contárselo a todo el mundo, ni nada, usuratonkachi.

Rodé mis ojos.

—Y no estoy completamente feliz. No creo poder llegar a superarlo del todo. Gaara fue... —Su voz se desvaneció, su garganta subiendo y bajando.

—Me agradaba, de veras —susurré—. No espero que Sai me perdone, pero quiero verlo. Necesito asegurarme de que esté bien, ttebayou.

—Te perdonara. Necesita tiempo —sus labios se movieron contra mi sien y mi corazón se contrajo—. Sai sabía que intentaste que se mantuviera alejado. Me llamó anoche cuando le dijiste que se marchara, y le dije que permanecieran lejos de aquí, pero estacionaron el auto una calle abajo y regresaron. Hicieron esa elección, y sé que la volvería a tomar, dobe.

Mi garganta contraída. —Hay tantas cosas que no haría de nuevo, dattebayou.

—Lo sé —colocó dos dedos debajo de mi barbilla, echando mi cabeza hacia atrás—. No nos concentraremos en eso ahora. No va hacernos ningún bien, dobe.

Me le acerqué, besando sus labios. —Quiero ver a Sai después de la escuela, teme.

—¿Qué vas a hacer después del almuerzo?

—¿Además de comer? Nada, ttebayou.

—Bien. Saltaremos clases, dobe.

—¿Para ir a ver a Sai, verdad?

Su sonrisa se volvió pícara. —Sí, pero primero, hay cosas que quiero hacer y no tenemos tiempo suficiente para eso.

Arqueé una ceja. —Entonces, ¿Estás tratando de apurar el asunto de una cena y una película?

—Kitsune, tu mente es lugar horrible y sucio. Pensé que podríamos ir a dar un paseo o algo así.

—Muy gracioso, teme —murmuré y comencé a levantarme, pero me lo impidió.

—Dilo.

—¿Qué diga, que? —pregunté.

—Dime lo que me dijiste antes, dobe.

Mi corazón saltó hasta mi garganta. Le dije un montón de cosas, pero sabía lo que quería oír. —Te amo, Sasuke.

Sus ojos se oscurecieron un segundo más antes de que me besara hasta que estuve listo para escupir esa cosa de házmelo-justo-ahora. —Eso es todo lo que necesito escuchar.

—¿Esas dos palabras, ttebayou?

—Siempre esas dos palabras.

 

 

Las noticias de la muerte de Gaara no habían llegado a la escuela aún, y no le dije a nadie más aparte de Karin y Sakura. La historia fue que murió en un accidente de auto. La policía lo respaldaría si alguien hacía preguntas. Mis amigas lo tomaron como era de esperar. Hubo un montón de lágrimas y de nuevo me sorprendió que mis ojos todavía pudieran llorar.

Sasuke vino una vez durante la clase para recordarme sobre nuestro plan de almuerzo y luego una vez más porque se le dio la gana.

Las oleadas de culpa me siguieron a través de la mayoría de las clases durante la mañana, alternados con breves momentos de euforia. Sabía que incluso si Sai me perdonara, eso no cambiaría nada. Tenía que llegar a un acuerdo con el papel que yo había jugado.

Cuando entré a bio, me encontré con los ojos de Kakashi. Hubo un temblor en sus labios antes de que abriera el libro de la clase. Karin estuvo anormalmente tranquila después de la noticia. A mitad de la clase, el intercomunicador sonó.

La voz de la secretaria se escuchó. —Uzumaki Naruto, es necesaria tu presencia en la oficina del director.

Una sacudida de inquietud atravesó mi estómago cuando agarré mi mochila. Encogiéndome de hombros ante la mirada de Karin, pasé frente a Kakashi casi preso del pánico mientras me dirigía a la salida. Le envié a Sasuke un mensaje de texto rápido desde el celular que mamá me dio esa mañana, haciéndole saber que fui llamado a dirección. No esperaba que me contestara. Ni siquiera estaba seguro de que tuviera su móvil con él.

Me acerqué a la secretaria de cabello gris y suéter rosa brillante. Me apoyé en el mostrador, esperando a que levantara la vista. Cuando lo hizo, me miró a través de las gafas. —¿Te puedo ayudar?

—Soy Naruto. ¿Me llamaron para ver al director, ttebayou?

—¡Oh! Oh, sí, entra, querido —Había compasión en su voz mientras se levantaba. Camino a paso lento hacia la oficina del director—. Por aquí.

No podía ver a través del cristal de la ventana, así que no tenía idea de lo que me esperaba cuando ella echó todo su peso sobre la puerta para abrirla. Decidí sacar cualquier trabajo escolar de mis posibles empleos futuros, no deseaba no ser capaz de retirarme a esa edad.

El director estaba sentado detrás de su escritorio, sonriendo a quien se sentaba al otro lado. Mi mirada siguió la suya, y me sorprendió ver a Jiraiya.

—¿Qué está pasando, dattebayou? —pregunté, retorciendo la correa de la mochila en mi hombro.

Él se puso de pie rápidamente y se apresuró a mi lado. Apretó mi mano libre. —Kushina ha tenido un accidente.

—¿Qué? —creo que jadeé. La alarma me recorrió mientras lo miraba—. ¿Qué quieres decir? ¿¡Está bien, ttebayou!?

Su expresión fue de dolor y extraña mientras evitó mirarme a los ojos.

—Se fue al trabajo esta mañana y creen que golpeó un bloque de hielo.

—¿Qué tan malo es, dattebayou? —Mi voz se tambaleó. Todo lo que podía ver era a papá —papá en una cama de hospital, pálido y frágil, el olor a muerte que se adhería en las paredes y las voces silenciosas de las enfermeras... y luego el maniquí en el ataúd que se parecía a papá, pero no podía haber sido él. Ahora todos esos recuerdos fueron remplazados por mamá. Esto no podía estar pasando.

Jiraiya curvó una mano sobre mi hombro, girándome suavemente. Caminamos fuera de la oficina, pero no era consciente de nada. —Está en emergencias. Es todo lo que sé.

—Tienes que saber más que eso, de veras —No reconocí mi propia voz—. ¿Está despierta? ¿Puede hablar? ¿Necesita una cirugía?

Negó con la cabeza, abriendo la puerta. Afuera, la nieve había cesado y el estacionamiento estaba limpio. El aire era frío, pero yo no lo sentía. Estaba entumecido. El hombre me llevó a una camioneta Yukon que no reconocí. La inquietud aumentó y un horrible presentimiento me golpeó.

Me detuve a un par de metros del lado del pasajero.

—¿Tienes un auto nuevo, dattebayou? —pregunté.

Frunció el ceño mientras abría el auto. —No. Uso esté durante el invierno. Perfecto para las carreteras cubiertas de nieve. Traté de decirle a tu madre que se consiguiera algo como esto en vez de esa carcacha que conduce.

Sintiéndome estúpido y paranoico, asentí. Tenía sentido. Muchas personas tenían su vehículo de “invierno” por aquí. Y con todo lo que había pasado, olvide lo que descubrí sobre Jiraiya... su enfermedad.

Entré, aferrando mi mochila hasta mi pecho después de abrocharme el cinturón de seguridad. Entonces recordé a Sasuke. Revisé el teléfono y vi que no había respuesta aún. Le envié otro mensaje rápido, diciéndole que mamá tuvo un accidente. Le llamaría y dejaría un mensaje más detallado una vez que supiera cuan... cuan graves eran las cosas.

Contuve la respiración cuando pensé en perderla.

Jiraiya frotó sus manos antes de girar la llave. La radio se encendió inmediatamente. La voz del hombre procedente de los altavoces era alegre. Lo odié. Los meteorólogos predecían más nieve en Konohagakure para la siguiente semana.

—¿En qué hospital está, dattebayou? —pregunté.

—En el Central—dijo, girándose para tomar algo del asiento trasero.

Miré fijamente al frente, intentando mantener el pánico en control. Va a estar bien. Mamá está bien. Saldrá de esto bien. Mis labios temblaron. ¿Por qué no estábamos ya en la maldita carretera?

—¿Naruto?

Le encaré. —¿Qué?

—Realmente lamento esto, muchacho —dijo, su rostro inexpresivo.

—¿Va a estar bien, verdad? —me quedé sin aliento otra vez. Quizás no me dijo cuan fea era la situación. Quizás ella...

—Tu mamá estará bien.

No había tiempo para sentir alivio o cuestionar lo que dijo. Se inclinó hacia adelante, vi una larga y aterradora aguja. Me eché hacia atrás en el asiento, pero no fui lo suficiente rápido. El peliblanco empujó la aguja en el lado de mi cuello. Hubo un pinchazo y luego una sangre fría corrió a través de mis venas, seguido por una sensación de leve ardor.

Aparté su mano lejos, o creo que lo hice. De cualquier manera, la aguja se había ido de su mano y me observaba con curiosidad. Mi mano fue a mi cuello. No pude sentir mi pulso, pero éste corría salvajemente dentro de mí. —¿Qué... qué me hiciste?

Con las manos en el volante, salió del estacionamiento sin responder.

Le pregunté otra vez. Al menos creo que lo hice, pero no estaba seguro. El camino por delante era borroso, un caleidoscopio de blanco y gris. Mis dedos se deslizaron por la manija de la puerta. No pude hacerla funcionar, y luego no pude mantener mis ojos abiertos.

Llamé a la Fuente a salir. La oscuridad se deslizó por el rabillo de mis ojos y peleé con cada gramo de fuerza que me quedaba. Si perdía la conciencia, sabía que estaba acabado, pero no podía mantener mi cabeza erguida.

Mi último pensamiento fue: Los implantes están en todas partes.

Continuará...

Notas finales:

¿Se lo esperaban?

¿Nos leemos pronto?


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