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Trez por Verde Lima

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Trevor, o Trez como le llamaban sus amigos, estaba agotado de que estos le insistieran en unírseles a salir a clubs. 

 

Sinceramente, a él no le iban los lugares de ambiente, donde a su entender siempre se cocía lo mismo. No es que estuviera tentado a iniciar ningún tipo de relación sentimental, no después de la decepción que se había llevado recientemente.

 

Pero había sido arrastrado por Izan, el pelirrojo era imposible de soportar cuando se le metía algo entre ceja y ceja, y ese sábado se le había metido entre ellas, que Trez tenía que echar un polvo o le saldrían telarañas.

 

Sabía que en el momento que el gigante pelirrojo encontrara a su presa se olvidaría de su obra de caridad y él podría volver a su apartamento a no tener que pensar en nada de aquello.

 

Había salido del armario hacía tan solo un año, y sólo había tenido una relación, para él había sido una relación seria pero para la otra parte implicada, no. 

 

Reconocía que había sido un iluso y a sus 23 años ya tendría que estar más espabilado. Pero la realidad era que una vez había sido capaz de aceptar quién era y qué le gustaba, se había enamorado como un tonto del primer tío con el que se había encamado más de una vez.

 

La cara de estupefacción que se le quedó a Josué fue lo que más daño le hizo, él no sentía lo mismo. Había tenido que salir corriendo para no soportar la sensación de bochorno y recoger los pedazos de su corazón roto.

 

Todo muy triste y melodramático para una persona como él, o como él se venía considerando. Sabía que tenía que superarlo, pero tontamente pensaba que si había estado 23 años sin acostarse con hombres una noche más no le iba a traumatizar. Sus amigos, tanto gays como heteros, no pensaban igual. Y era cierto que de querer podría estar encamado cada día con uno distinto, pero Trez no se sentía bien con eso.

 

En el Jerusalén, el club favorito de Dublín de ese mes de Izan, estaba a rebosar de gente y Trez sentía que se asfixiaba. Decididamente el no pintaba nada allí, nunca había sido carne de club. 

 

De cabello moreno y rizado; piel pálida regada de pequeñas pecas; grandes ojos verdes; delgado y con un 1,75 de altura, con su ropa ordinaria nada sugerente llamaba la atención allí. Aún así, se enorgullecía de que a pesar de ser paliducho y de aspecto débil tenía un cuerpo fibroso de sus años como nadador, lo único era que no solía mostrarlo. Y ese, no sería el día, lo tenía muy claro. Izan siempre se reía de él diciendo que tan solo le faltaba tener un par de gafas redondas para parecer un desamparado Harry Potter.

 

Podía notar algunos ojos sobre él, estaba deseando que Izan comenzara a ignorarlo, pero al parecer éste le leía los pensamiento, esa noche no se estaba fijando en nadie; y eso para su libidinoso amigo era una epopeya. Esa noche no le iba a resultar fácil escabullirse.

 

Trago tras trago, comenzó a desinhibirse, no era un gran bebedor. Después de su tercera copa ya comenzaba a ver doble, por lo que decidió que mejor sería quemar el alcohol bailando. Seguía con la idea férrea de no irse con nadie, pero eso no le impedía desfogar un poco en la pista de baile, ¿verdad?

 

Contra todo pronostico a Trez le gustaba bailar, moverse, pero pocas veces se lo permitía pues no sentía que lo hiciera bien. Aprovechaba ocasiones como esas en las que la pista estaba abarrotada y pasaba desapercibido, moviéndose, concentrado en el movimiento, en la música, en sentir. Y sonrió de verdad por lo que iba de noche, sintiendo como su cuerpo se liberaba de la tensión, dejándose ir.

 

 

 

Izan sonreía al verlo, desde que conoció a Trez le inspiró mucha ternura. Él era amigo de Josué, y habían conocido a Trez a la misma vez. Supo que el moreno se enamoró de su amigo a primera vista, algo que solía ocurrir y ese muchacho le dio pena. Conocía a Josué desde pequeños y no era persona de relaciones, él era del aquí y ahora, el mañana no estaba dentro de sus planes.

 

A pesar de todo, duraron más de lo que Izan imaginó, dos meses donde lo más normal era verlos juntos siempre uno encima del otro, y ahí fue cuando tomó cariño a Trez. 

 

Como había vaticinado, Josué se fue y dejó a un Trez completamente desolado. Fueron meses malos, Josué desapareció del mapa con una beca de investigación e Izan sostuvo los restos de Trez. Poco a poco fue saliendo de aquella pena que no compartía con nadie. 

 

Viéndolo bailar contento le alegraba, realmente era un bombón que estaba más que dispuesto a devorar, pero él sabía que el moreno no era persona de relaciones fugaces y él no estaba hecho para mucho más. Prefería ser su amigo, a pesar de su fama, el gigante pelirrojo tenía un código ético: no se iba con chicos que se engancharan de él.

 

Desde la barra vio a un rubio completamente de su gusto, una especie de copia de Trez pero rubia, solo que su baile no era para sí mismo sino una clara invitación a sexo, sexo con él según le decía su mirada.

 

Un último vistazo a Trez, estaba bien, estaba divirtiéndose, sabía que no abriría allí su corazón y dudaba que abriera tampoco sus piernas, pero nada hacía marchitándose entre libros y en su apartamento.

 

—¿Me esperabas?—le dijo al rubito agarrándole las caderas, mientras no dejaba de moverlas. Cuando este sonrió Izan tenía claro cómo iban a acabar esa noche.

 

 

 

 

Trez estaba completamente inmerso en la música, canción tras canción, y con el calor de su cuerpo junto a los otros había empezado a desprenderse de  capas de timidez y ropa; estaba bien, no pensaba, solo sentía. Podía notar a los demás, roces furtivos pero ninguno más allá de un ligero toque. Por eso cuando unas manos grandes le tomaron las caderas abrió los ojos, esperaba ver a Izan, pero no era él.

 

Un tipo alto, cabello rubio corto, fuerte quijada y unos ojos azules abrasadores. Un hombre. Mierda, pensó Trez, este tipo no era como los que solían entrarle, y se sintió débil pues con varias copas, la música, esos ojos y el imponente cuerpo se veía incapaz de decir “no”.

 

Lo mecía, pegado a él y Trez se dejó hacer, canción tras canción sus cuerpos se conocían, sus manos le acariciaban descubriendo las finas formas bajo la ropa. Trez enganchado a su fuerte cuello, no se negó, no se resistió, abrió su boca cuando el otro la buscó. 

 

Tampoco lo hizo cuando sintió como lo levantaba del suelo y lo llevaba contra una de las paredes, ni cuando con una voz demasiado sensual le pidió ir a su casa.

 

El viaje en Uber fue algo que casi no registró, en todo momento sintió sus manos por su cuerpo, y el tímido Trez ni siquiera se preocupó por miradas ajenas, en los brazos de ese hombre se entregó a un nivel que le era desconocido. 

 

El apartamento que compartía con otro chico estaba a oscuras, lo condujo entre caricias hacia su dormitorio, sintiéndolo como llenaba cada rincón de la estancia. 

 

Lo desnudó rápidamente, ávido por ver el pálido cuerpo fibroso de Trez, que se encontraba más que excitado en ese momento.

 

—Juega para mí—dijo el hombre del que aún no sabía ni el nombre sentado sobre su cama.

 

Puede que se arrepintiera al día siguiente, estaba casi convencido de que lo haría, pero en ese momento solo quería hacer cuanto le pidiera. Y era algo realmente liberador.

 

Se meció al son de una música que solo sonaba en su cabeza, y vio como complacía a su compañero que iba desabrochando su propia ropa.

 

Trez acariciaba su cuerpo sensualmente, y más aún cuando vio como exento de pantalones el rubio masajeaba su más que grande erección. Deseó lamerla, pero seguiría jugando como le había pedido, acarició sus nalgas, eran pequeñas pero llenas, recordaban como le gustaban a Josué; así que se las mostró mientras las abría para enseñar su entrada que estaba ansiosa por se llenada.

 

—Ven aquí—le dijo en aquel tono demandante que hacía que no pudiera negarle nada.

 

Sus manos fueron directas a las nalgas que le había mostrado amasándolas, y Trez gimió cuando un dedo se introdujo completamente en él. Sin dejar de mirarlo lo penetraba ensanchando su pequeño ano, endureciéndolo aún más. 

 

Tiró de sus piernas subiéndolo a su regazo, pegando ambas erecciones mientras no dejaba de dilatarlo. Trez se frotó como un gato contra su cuerpo, tan grande y masculino que no solo gemía por el placer que estaba sintiendo por esos largos dedos que acariciaban su próstata.

 

Era grande, y él nunca había estado con alguien de ese tamaño pero no pudo más que desearlo con anticipación, quería que lo follara, que golpeara una y otra vez dentro de él sin poder pensar en nada más.

 

Vio cómo estiraba su mano a su chaqueta y sacaba un preservativo, lo rasgó con los dientes lo que le hizo gemir de nuevo.

 

—Pónmelo, gatito—le dijo dándoselo.

 

Sintió el condón resbaladizo entre sus dedos y los nervios de estos. Pero cumplió sus misión con éxito.

 

Lo alzó sin esfuerzo, sintiendo como la cabeza roma presionaba contra su ano dilatado, lo quería y bajo penetrándose a sí mismo, introduciendo cada centímetro de carne caliente destrozando su interior.

 

Todo el tiempo que duró hasta llegar a tocar sus ingles contuvo la respiración, nunca se había sentido tan relleno y jadeó cuando apretó sus músculos.

 

Su pene goteaba y notó como el rubio acariciaba su glande extendiendo el líquido preseminal, una caricia demasiado excitante en ese momento. Estaba al borde entre el dolor y el placer, pero quería más y se movió sacándolo parcialmente.

 

—Enséñame cómo lo disfrutas—le dijo agarrando de nuevo sus glúteos completamente separados.

 

Trez se meció sobre el grueso pene una y otra vez sin poder dejar de gemir, escuchó como sus propios gemidos iban seguidos de los del hombre bajo él. 

 

Agarrado de su cuello lo engullía una y otra vez. 

 

Tan excitante y bueno, que sabía no iba a durar mucho, notaba sus testículos a punto de explotar cuando rozaba aquel punto que le volvía loco.

 

—Voy a follarte toda la noche, gatito, córrete para mí—le dijo besándolo. Y como si fuera incapaz de desobedecerlo explotó contra el abdomen de ambos mientras gritaba de placer, sin dejar de ser penetrado.

 

Completamente maleable después del duro orgasmo, Trez notó como tomaba su cuerpo y lo dejaba contra el colchón, sin salirse de él en ningún segundo. Blando como gelatina, sus piernas fueron elevadas y sintió los testículos pesados contra su piel; besando su cuello, acariciando sus costados eran suaves roces que le encantaron en ese momento post-orgásmico.

 

Su interior abrasaba pero ceñía el pene aún erecto de su amante, que comenzó a mecerse de nuevo dentro de él. Por norma general le hubiera pedido unos minutos más, pero se sorprendió a sí mismo gimiendo de nuevo con el suave movimiento que iba escalando poco a poco.

 

Como le había prometido le folló durante toda la noche; lamido, saciado y cubierto de semen propio y ajeno la luz del alba los sorprendió. 

 

Podía decir que había sido el polvo más fantástico de su vida con un completo desconocido que se estaba vistiendo en esos momentos.

 

No sabía su nombre, nada de él, pero por una vez no quiso hacer preguntas. Estaba bien así, un maravilloso recuerdo de su completa entrega.

 

Antes de irse el rubio lo besó por última vez, Trez estaba exhausto y sintió las suaves caricias antes de quedarse dormido.

 

 

 

o0o

 

 

Hacía varías semanas de aquel misterioso encuentro con el rubio, Izan le había preguntado y cuando le dijo que ni siquiera habían intercambiado teléfonos el pelirrojo le miró sorprendido.

 

—No dejas de sorprenderme—dijo divertido.

 

Se alegraba tanto de no haberse enganchado de un recuerdo, quizás estaba en el camino que todos ellos sabían disfrutar. Sexo sin compromiso, liberador y sin complicaciones.

 

Ese año empezaba su doctorado en mitología nórdica a través de evidencias arqueológicas, y por primera vez se sentía contento.

 

La nube negra de ese último año parecía comenzar a disiparse.

 

Aquel día era su primera clase donde conocería al resto de integrantes del proyecto donde colaborarían filólogos, arqueólogos e historiadores coordinados por el reputado experto en cultura vikinga Sten Baardsson, era lo único que le había ilusionado durante ese verano.

 

Un buen grupo de gente llenaba el pequeño despacho, Trez entró mirándolos a todos, algunos eran antiguos compañeros suyos pero a la mayoría no los conocía.

 

Tomaron asiento al rededor de una mesa llena de libros por indicaciones de la secretaria del departamento. Cuando la puerta se volvió a abrir, un hombre rubio y alto entró llenando el lugar de un carisma más que conocido para Trez.

 

—Disculpen la espera, soy Sten Baardsson y espero que vengan con ánimo de trabajar porque no admito vagos en mis investigaciones.

 

Los ojos azules se encontraron con los verdes y Trez sintió que podría morir en ese momento, no podía ser cierto, ¿la mayor eminencia en cultura vikinga era el tipo con el que se había acostado, director de su tesis y con quien iba a tener que trabajar por más de dos años?


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