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Shadow Puppetry por EdwardAndLoganx

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Oh, ¡Ojalá nunca lo hubiera hecho!

Sintió su sangre hervir y su juicio nublarse poco a poco, ¿Cómo se atrevía a hacer tal cosa? ¿A posar su sucia mirada en el precioso cuerpo de Jimin? ¿A sonreírle de tal forma a su chico? Era imposible.

Aún así, no se permitió reaccionar como su instinto le decía. Simplemente puso su mejor expresión de amabilidad falsa, esperando con ansias a que el hombre por fin se largara. Cuando se aseguró de que se había retirado, tomó al menor de las caderas, pegando sus cuerpos con desespero, y besó sus labios con furia, cegado por la necesidad de reclamar al hermoso joven como suyo.

No le fue nada difícil que Jimin enredara sus brazos en su cuello y le respondiera de la misma forma, mucho menos bajar torpemente sus pantalones, prepararlo y embestir hasta el fondo una y otra vez, marcando y arañando la piel que hallaba a su paso, deleitándose con la expresiones de placer que se formaban en el rostro de su chico.

Expresiones que sólo él podía ver.

Después de dejar un visible rastro de mordidas, sobre todo en su pecho y clavículas, y acomodarse la ropa, partieron a un lugar que fuera cómodo para trabajar y descansar, asegurándose de que fuese un sitio con poca gente para que pudieran descargar sus instintos animales sin temor a ser interrumpidos o descubiertos.

Llegaron a preparar cada escena que el hombre pedía en su historia, poniendo bastante esfuerzo en cada figura que hacían y regalándose traviesas caricias. Y, oh, ¡Cuánto amaba Yoongi divertirse así con su bello chico! Tanto su trabajo como estar con Jimin eran las únicas cosas que realmente podían hacerlo feliz, sin recordar el abandono de su madre o el frío e inerte cuerpo de su padre.

Afortunadamente, y gracias a su evidente experiencia, lograron finalizar justo cuando la luna estaba en su punto más alto.

Yoongi aprovechó ese momento para abrazar a su chico por la espalda, permitiendo relajar sus tensos hombros y repartir besos tiernamente efímeros en la nuca ajena, mordiéndolo juguetonamente de vez en cuando. Jimin comenzó a acariciar sus brazos, dejándose mimar por el mayor.

 

–Oh, mi hermoso chico caramelo… –Ronroneó Yoongi en su oído. – ¿Qué fue lo que hice para tenerte a mi lado? –Jimin sonrió, acurrucándose más en el pecho del mayor. –Te amo, te amo tanto… No sé qué sería de mí si no estuvieras conmigo. –Suspiró. – ¿Me amas tanto como yo te amo a ti?

 

El asentimiento silencioso junto a su honesta sonrisa fue la ansiada respuesta.

Al día siguiente, y después de tomar un buen descanso, ambos se dirigieron con suma calma, aprovechando que tenían tiempo de sobra, al lugar de la cita. Por alguna razón, Yoongi tenía un mal presentimiento, como si algo realmente malo fuese a pasar.

Se aseguró de decirle mil veces “te amo” a su pequeño, poniendo mucha dulzura y suavidad en cada palabra susurrada, queriendo que el hermoso chico se lo memorizara. Jimin únicamente besaba su mano en modo de respuesta, haciendo de aquella acción algo muy especial para Yoongi.

Una vez frente a la casa del Barón, el mayor tocó la puerta. Esperó al menos diez segundos antes de que una bella joven vestida de sirvienta les abriera. Ella amablemente les sonrió, reconociéndolos al instante, y los dejó pasar.

 

–A mi hermano menor le gusta ir a verlos. –Susurró sin perder su sonrisa y guiándolos por la extensa casa. –Él realmente ama sus historias.

 

–Es bastante halagador escuchar eso. –Contestó Yoongi. –Espero que pueda ir a la siguiente función.

 

–Me aseguraré de llevarlo. –Min asintió mientras observaba a su alrededor. Jimin imitó su gesto, maravillándose por todos los objetos finos expuestos en las paredes y muebles, siendo que nunca había visto algo tan exagerado como eso.

 

El Barón salió a su encuentro justo antes de entrar a una de las habitaciones. – ¡Me alegra tanto que haya llegado, señor Min! Pase, está en su casa. –Yoongi sólo sonrió un poco antes de ingresar al lugar con Jimin detrás de él. El Barón agradeció a la sirvienta su trabajo y le dijo que podía retirarse; ella, con una sonrisa llena de felicidad, lo hizo.

 

Mientras tanto, Yoongi y Jimin rápidamente preparaban el pequeño teatro improvisado según otra sirvienta les había indicado. Esta, contrario a la otra, no había dicho palabra alguna, simplemente limitándose a señalar tímidamente dónde podían colocar todo y ayudando en lo que fuera posible. Yoongi evitó hacer un comentario al respecto, sobre todo cuando la Baronesa entró a la habitación.

La mujer, desde luego, era bastante hermosa. Su piel era blanquísima, asemejándose a la que tenían las muñecas de porcelana, aunque era bastante obvio que tenía que lucir como una. Sus cabellos dorados brillaban graciosamente por la iluminación del lugar, sus ojos verdes lucían tan cálidos como un día de verano. Ella les sonrió con dulzura, Yoongi le devolvió el gesto un tanto incómodo.

La preciosa mujer sólo hacía que aquel mal presentimiento incrementara con cada pestañeo que daba; eso no le gustaba.

Una vez que el Barón entró y se sentó, Yoongi supo que debía comenzar. Se instaló en su lugar, detrás de su teatro pobremente improvisado, y dejó que Jimin presentara el show a través del movimiento de sus manos, su perfecta cara maquillada le daba un toque especial a la ocasión; el Barón sólo se limitó a sonreír ante el detalle. Ignorando eso, Yoongi, con voz ronca y profunda, comenzó a narrar:

 

¿Alguna vez te has preguntado cuál es el peor pecado del hombre?

Era abominable.

La forma sutil de rechazar a las mujeres, el ligero brillo que se ponía en los labios, su vestimenta extravagante, su peculiar forma de caminar.

Era abominable.

Su amabilidad no era más que una farsa, también lo era su prometida y su sonrisa de orgullo cuando tomaba su mano. Todo él era falso.

Abominable.

Sus amigos ni siquiera sospechaban que por las noches era un hermoso joven el que dormía a su lado, que sus manos se manchaban de carmín cuando estaba estresado, que su esposa aún vivía con su madre.

Sumamente abominable.

Su familia ni siquiera se daba cuenta de su enfermiza obsesión por los muchachos menores y bonitos, de los moretones que se formaban en los brazos de su mujer cuando él llegaba borracho, de que insistirle para que tuviera un hijo lo volvía un completo monstruo.

Yo lo descubrí.

Observé asustado como metía su pene en un lugar prohibido de aquel muchacho, como este gemía descontroladamente y se besaban con mórbida pasión. Era asqueroso verlos, la manera enfermiza en la que se entregaban me provocaba ganas de vomitar, pero no podía apartar la vista.

Lo descubrí.

Observé cómo se metía a un peculiar bar y salía, después de ingerir una botella de vino, con una preciosa dama. Era una prostituta. Yo, curioso de que estuviera con una mujer, los seguí hasta un callejón, donde los vi besándose frenéticamente.

Lo descubrí.

Lo vi, con los ojos muy abiertos por la impresión, subir la falda de la joven y morder su cuello juguetonamente. Ella reía suavemente mientras se dejaba desvestir, luego gimió cuando él lamió sus pechos lentamente.

Era abominable.

La recostó en el frío suelo, me pregunté cómo podían hacer eso en un lugar así. Aquel pene que estuvo en un lugar prohibido fue puesto en donde debería estar; ella gimió complacida. Él sonrió mientras se movía, colocó sus manos en el delgado cuello de la chica y comenzó a apretarlo, dejándola sin respiración.

Demasiado abominable.

Ella tosió y pidió piedad con sus ojos, él la soltó antes de que se desmayara. Me pregunté por qué hizo eso tres veces más, por qué se divertía con las lágrimas desesperadas de la joven.

Abominable.

Observé como sacó una pequeña daga de su saco, la mostró mientras sonreía. Aquel asqueroso gesto quedará impregnado en mi memoria, en mis peores pesadillas. Quise detenerlo cuando ella chilló asustada, pero mis piernas no respondieron.

Patético.

Él le ordenó que guardara silencio. Su rostro mantenía una expresión neutra, pero en sus ojos se podía ver la ira que secretamente escondía. Ella, aterrada, asintió mientras cubría su pequeña boca con sus manos. Él sonrió complacido.

Estúpido.

Me quedé sin respiración cuando el filo de su daga pasó suavemente por la muñeca izquierda de la joven. Ella mordió fuertemente su mano, intentando no gritar o hacer algún otro sonido.

Abominable.

Los finos cortes siguieron uno a uno, decorando su bonita piel y manchándola de repugnante rojo. Después de un rato logré darme cuenta de que el acto cruel tenía sentido, que aquellos rayones carmesí formaban bellas flores.

Sumamente abominable.

Primero fueron sus brazos, luego siguió con su pecho, abdomen y piernas. Ella soltaba pequeños gritos de vez en cuando, mismos que él silenciaba con un duro golpe en su rostro. Jadeé quedamente cuando una de sus mejillas comenzó a ponerse morada y uno de sus dientes rebotó en el frío suelo.

Repulsivo, abominable.

Me forcé a no vomitar, a no producir ni el más mínimo ruido cuando mis piernas no aguantaron más mi propio peso y caí al suelo. Sollocé en silencio, sintiendo profunda lástima por aquella muchacha, observando como poco a poco se quedaba sin vida.

Era inútil.

De alguna manera, ella logró verme escondido en la oscuridad. Exigió con sus ojos que la ayudara, derramó algunas lágrimas mientras me miraba desesperada.

Completamente inútil.

Él, después de que jugó con todo su cuerpo, sacó su pene y utilizó su mano para poder terminar. Asqueado, miré como ese líquido blanquecino y viscoso se combinaba rápidamente con la sangre ajena, me asqueé aún más cuando escuché el nombre de su amante saliendo de sus labios en un ronco gemido.

(Todo lo hago por ti).

Era repulsivo que pensara en el bello muchacho aún cuando tenía a una joven moribunda enfrente. Era repulsivo ver sus manos manchadas de blanco y carmesí, su daga dándole un toque final al precioso cuello femenino, sus ojos llenos de odio y asco al mirar a la pobre mujer.

(¿Por qué no estás aquí?).

Una vez que ella dio su último suspiro, él simplemente se levantó, se acomodó la ropa y se largó, dejándola tirada como si no valiera nada.

(Mira orgullosamente lo que hice).

Al menos media hora pasó cuando yo por fin pude ponerme de pie. Rápidamente me acerqué a ella, me hinqué ante su cuerpo y lloriqueé como niño pequeño mientras suplicaba mil veces perdón en silencio.

Abominable.

Aquel hombre lo era. Pero era mucho más abominable que yo no pudiera hacer nada, porque no me creerían y porque no podía emitir palabra alguna, siendo condenado al eterno silencio desde pequeño.

¿Podrías decirme cuál es el peor pecado del hombre?

 

Cuando la obra terminó, lo único que se escuchaba en la habitación eran los suaves gemidos de la Baronesa. Yoongi aguantó sus ganas de vomitar desde que había escuchado el primer sonido; Jimin sólo podía mirar hacía un punto perdido en el techo, evitando contacto visual con tan vergonzoso acto; y la sirvienta que les había ayudado a colocar todo… Ella simplemente miraba el suelo y ocultaba el sonrojo de su rostro.

Por un momento, Yoongi se preguntó por qué el Barón había hecho que contara tal cosa. Era un libreto bastante extraño y un poco confuso, sin ningún fin, así como el hecho de que decidiera tener sexo con su esposa a mitad de la historia.

Demasiado asqueroso.

 

Cuando los gemidos comenzaron a aumentar, Yoongi jaló a Jimin a su lado. Una de sus manos sostuvo firmemente su cintura, la otra se dirigió a la cabeza y la empujó suavemente hacia su hombro. –Tranquilo, mi hermoso chico caramelo. –Susurró en su oído. –Pronto estaremos en casa, sólo aguanta un poco, por favor. –Las pequeñas manos del menor aferrándose a su espalda fueron su respuesta.

 

Después de un rato, los sonidos obscenos se detuvieron. Ambos escucharon como rápidamente los amantes arreglaron sus ropas y la mujer reía divertida. Luego de otro par de minutos, ella apareció ante ellos con esa dulce sonrisa. –Que historia tan interesante, señor Min. Gracias por presentarla ante nosotros.

 

Confundido, Yoongi parpadeó repetidas veces. –F-fue un placer. –Ella se movió con gracia, como si no hubiese pasado nada, aunque el rubor en sus mejillas y la ropa desacomodada la delatara.

 

Entonces, el Barón apareció. – ¿Podemos hablar a solas, señor Min?

 

El estudio del Barón era bastante grande, con libreros repletos de libros pegados a las paredes y piezas de arte sutilmente adornando. Aún cuando Yoongi se sentía fascinado ante la belleza de la habitación, estaba más inquieto y ansioso que nunca. –Esto es para ti. –Habló el hombre con voz ronca, Min observó atentamente cómo colocaba tres monedas de oro en el escritorio. –Esto es por el grandioso show que nos diste. –Agregó una más. –Y esto… –Susurró colocando un pilar de ellas, dejando sorprendido al pelinegro.


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