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'SAINTSEIYA. Entregado por Dios {HadesxSeiya} por amourtenttia

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Notas del capitulo:

¡Hola! Lo pensé mucho, bastante~. Ahora mismo, a 24/09/18, tengo 9 capítulos escritos al 100%. El capítulo 10 está a la mitad, y todavía sigo analizando que giro quiero dar allí, así que no espero que esté listo inmediatamente. Como dije, estoy tan picada con Kyou Kara Maou que me siento algo culpable por desplazar esta historia :o 

Como bien me comentaban, mejor sería esperar para subir capítulos. Y lo haré de cierta manera. Subo hoy el 6 y 7 porque decidí empezar a incluir otras parejas dentro de la historia, así que quiero ver cómo me va con eso ahí. 

Espero que las que he elegido sean aceptables jajaja, porque realmente cuando inicié toda la parodia en mi mente tenía varias opciones. 

Además, nos daría algo más de libertad, supongo. 

No los distraigo más por ahora, a leer~

Hades se mantenía con una expresión por demás indescifrable, pero sus ojos gritaban el dolor y la preocupación que le recorría de pies a cabeza. Su esposo estaba en peligro. Su hijo estaba en peligro. La familia que nunca esperó tener, y que ahora mismo parecía escaparse entre sus dedos...
 
—Deténgame cueste lo que cueste... —musitó en un susurro tan bajo y lastimero que ambos Dioses temieron delirar
 
Artemisa fue quien mantuvo la calma, Apolo dudó. ¿Ellos dos eran suficientes para retenerlo? No quería averiguarlo. Su hermana, por otro lado, le dedicó apenas una mirada
 
—Deténgame... O Zeus morirá esta misma noche, y todos los que estén con él...
 
El vibrante cosmos del Infierno chocó entonces contra los celestiales Dioses del Cielo, en un evento que esperaban no volviera a repetirse jamás.
 
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Antes de esa noche de Agosto, Hades nunca antes había sido convencido de que existiese la culpa por omisión. Consideraba tal sensación una blasfemia mortal tal repugnante que cada ser que entraba en su mundo sufría un poco más solo para placer personal del Dios. No podía culparse realmente, nunca antes había experimentado momento similar en sus años, y nunca habría esperado pasar por situación similar.
 
Zeus había calculado perfectamente sus movimientos. Como se esperaba del gran Dios del Olimpio su actuar fue certero. Su sola presencia implicaba la seriedad de sus planes, y la escolta celestial que le acompañaba hablaba sobre las derrotas que no estaba dispuesto a aceptar. Sus Caballeros, seres que alcanzaban una divinidad casi tan pura como los Ángeles, eran incluso más sanguinarios que los propios Espectros del Infierno. Un ejército digno del Dios que proclamaba ser amo de todo.
 
Solo él había sido capaz de atacar a sus protegidos sin levantar sospecha alguna para los demás Dioses. Ni la propia Atena, protectora de la tierra, fue capaz de sentir las inmensas oleadas de energía que fluctuaban por los aires ante sus ataques. Solo unos pocos caballeros próximos al gran evento podrían saberlo. E incluso esto era por la voluntad del mismo Zeus.
 
No solo deseaba la cabeza del Pegaso, deseaba también que supiera lo cerca que estaba de matarlo.
 
Sin embargo no contó con lo escurridizo que resultaría el mundano ser. Su retirada fue inmintente, ante la ausencia del menor. Se entretuvo, sin embargo, destruyendo los aires de grandeza de los Caballeros más podersos que su hermano podía ofrecerle. Desconocía totalmente el aprecio que éstos tendrían por el Consorte, y no sospechó que, tras vencerlos, ellos mismos continuarían buscando al gestante hombre para protegerlo de sus guardias, quienes con apenas una mirada recibieron órdenes.
 
"Capturar a Seiya de Pegaso"
 
Y mientras todo ocurría a una velocidad indescriptible, Hades continuaba inconsciente de estos hechos. Para cuando la noticia llegó a él, la fuerza de dos Dioses parecía poca para frenarlo.
 
Maltrechos como estaban, envueltos en un peligro que iba más allá de sus capacidades, con el orgullo pisoteado, Radamanthys ordenó advertir a su Señor de la situación de aquel momento, siendo Minos el primero en seguir sus órdenes. Segundos después, un estallido de energía brilló por todos los cielos.
 
Un cosmos tan poderoso como el Señor del Inframundo.
 
El heredero había llegado a ese mundo.
 
Aquello otorgó ventaja a los tres Caballeros Oscuros, quienes reconocieron la energía como parte de su gente de manera inmediata. Los guardianes celestiales parecían ciegos ante tal energía que, con apenas un segundo vista, otorgó una ubicación precisa al rubio guardián.
 
Pegaso había buscado ayuda de sus antiguos compañeros, y, gracias a todos los infiernos, Ikki de Fénix había honrado el llamado.
 
Acabar con la horda de Caballeros Olímpicos que iban tras ellos demoró más tiempo del que desearían admitir. Las heridas de la batalla anterior eran serias, pero su deseo de proteger al Pegaso era mayor que cualquier pesar que sintieran. Salvar al Consorte y al hijo de Hades era la prioridad.
 
Fueron superados en número, y, siendo cazadores experimentados, los celestiales seres pronto supieron también a dónde debían dirigirse. Fuertes explosiones incendiaron el edificio, y el primer juez se obligó a sí mismo a luchar aun con más fuerza para alcanzar a su señor.
 
Minos regresó en apenas segundos, informando las órdenes de Hades mientras Radamanthys declaraba que debían darse prisa si deseaban salvar  los tesoros del infierno.
 
Para cuando consiguieron llegar hasta él, los Caballeros de Zeus estaban allí también. La batalla estaba lejos de terminar. Seiya reunía la poca energía que quedaba en él para protegerse. El cosmos del heredero había desaparecido, y aunque el trío de hombres deseaba explicaciones, no tenían tiempo que perder. Los jueces ni siquiera pestañearon cuando sus elegantes sombras rodearon al joven señor, ni sospecharon de que, a la distancia, alguien observaba con miedo aquel hecho. Perder la vida protegiendo a Seiya de Pegaso habría sido impensable dos veranos atrás, pero en ese instante era el mayor honor que hubiesen podido tener. A lo lejos, Ikki retomaba su carrera, pensando que su amado moriría a manos de aquellos que habían derrotado antes y que, ahora mismo, iban directamente por el pequeño en sus brazos... Si Seiya no hubiese suplicado por ese niño, seguramente habría regresado sus pasos. Proteger lo más amado del hombre que amaba. Esa fue su decisión.
 
Con el pasar de los años, los tres hombres continuaban cuestionándose cada cierto tiempo cómo es que habían sido capaces de sobrevivir a aquella batalla, luego de que su protegido cayera, siendo entonces cuidado en brazos de los celosos guerreros.  ¿Habían acaso los ángeles despreciado sus habilidades? ¿Habían sido realmente más fuertes que los Caballeros de Zeus? O quizá... ¿Había hecho realmente la diferencia pelear por proteger a un ser que amaban? Se negaban a reconocerlo... El hecho de que finalmente comprendían cómo los Caballeros de Bronce alcanzaban tal fuerza...
 
Pero ni siquiera con todo el cosmos que alcanzaron fue suficiente para rescatarlos a ambos... Seiya había usado su última carta para proteger a su hijo. Sin poder contar con su esposo, o sus Caballeros, él había hecho una decisión.
 
El cosmos de Zeus continuaba rondándolo a través de sus guardianes —él desconocía que el Dios de Dioses había abandonado la batalla mucho antes—, y eso lo orilló a tomar medidas desesperadas. Estaba seguro de que moriría aquel día a manos de Zeus... Y antes que llevarse al pequeño que creció en su vientre a la tumba —que estaba seguro, pese a ser muerte no llegaría hasta su amado—, prefirió entregarlo al único hombre en la tierra en el que podía confiar y contar.
 
El hombre que lo había amado en secreto, y que, quizá, él hubiese amado si no hubiese muerto.
 
Pero ni siquiera eso calmaba el corazón del Pegaso las noches de insomnio. Ni sus mejores razones ni sus buenos deseos calmaban la mirada vacía de su esposo. Había tomado una decisión apresurada... Y se había equivocado.
 
No se arrepentía por confiar en Ikki, pues con los años demostraba que fue lo mejor que pudo haber hecho. Pero se recriminaba constantemente no haber confiado un poco más en los jueces... Aunque respetaba a aquellos que le protegían, y le protegieron tan lealmente en ese momento, Seiya antepuso a su antiguo compañero. Pertenecía ahora al infierno, y, aunque se sentía seguro, en el momento de la verdad dio la espalda a la protección de los caballeros. Si hubiese sido capaz de confiar en que harían lo que Hades ordenaba. No. No se trataba solamente de su esposo. Radamanthys, Minos y Aiacos estaban dispuestos a morir por él. Por él y por su hijo. Ellos no fallaron a su juramento. Ellos pudieron llegar a tiempo... Si él no se hubiese apresurado...
 
El Infierno entero tembló cuando los jueces regresaron cargando el cuerpo inconsciente del Consorte, quien, herido por el parto, tampoco se contuvo para proteger su vida y la de sus jueces, mientras la sangre salía profusamente de su vacío vientre. Hades había sido frenado por dos dioses, quienes continuaban allí, a sus órdenes, tras la llegada del esposo de éste. Una vez más el caballero de Pegaso demostraba su valía como guerrero, pues, debido a él, los jueces fueron capaces de igualar la cantidad de luchadores. Superados en número, solo la intervención del consorte pudo permitirles terminar con gran parte de sus enemigos, permiténdoles protegerlo cuando cayó finalmente, para volver en apenas un segundo a la protección del castillo. La ira sucumbió en el cosmos del señor del inframundo ante el miedo de perder a su joven amante, y salvó a los Caballeros de una muerte inmediata... Una ira confinada exclusivamente para sí mismo.
 
Porque, dijese lo que dijese, Hades siempre vivirá con el pensamiento de, "¿Qué habría pasado si hubiese estado allí?"
 
Aunque el verdadero culpable, Zeus mismo, nunca sintiese remordimiento alguno, cada integrante del bajo mundo se encontró cargando un peso enorme sobre sus hombros, todos pensándose como principales responsables. Hades recriminándose por dejarle ir tan fácilmente. Seiya por no haber sido capaz de esperar un poco más de tiempo. Los jueces sintiéndose inútiles por no poder protegerlos.
 
No hubo alma alguna que no sintiera los vestigios de la pérdida del pequeño heredero, quien, ajeno a todo ello, crecía al lado de un hombre que lo protegería a costa de su propia vida. Alguien dispuesto a tantas cosas como quienes lo habían perdido, esa noche de agosto.
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En una amplia habitación, escondida por largos pasillos, oculta para ojos curiosos, se encontraba un joven de cabello castaño ocupando una fina mecedora de madera oscura. Al pasear la vista por el sitio, se notaban distintos detalles que delataban lo infantil del cuarto. Las paredes pintadas con suaves tonos. Los muebles elegantes pero prácticos... Un pequeño sofá—cama rompía con la estética del sitio, que se notaba más antigua, sin embargo, no desentonaba del todo. A su lado, un mueble lleno de artículos varios adornaba el recinto. Unos pasos más lejos, del lado contrario de la puerta principal, se encontraba una más pequeña que daba a un baño más bien mediano, perfectamente equipado para un adulto, y que disponía además de otros objetos útiles para cuidar a los más pequeños... Dentro del castillo aquel era sin duda un rincón perfecto.
 
Ese habría sido el cuarto de su hijo.
 
El joven castaño se encontraba perdido en sus pensamientos. Se hallaba hundido en su sitio, con un tierno peluche de pegaso en sus manos, apenas un poco más grande que un balón de baloncesto. Un adorno que había creado durante los meses de espera, bajo las instrucciones de una serena maestra, protectora del señor del mundo bajo la tierra. Tan emocionado, deseando que su niño pudiese verlo en cuanto naciera.
 
Escuchó a lo lejos como las puertas eran abiertas, pero no fue suficiente para sacarlo de su ensimismamiento. Una mano se colocó en su hombro. El tacto frío no le molestó, al contrario, fue lo único que pudo traerlo de regreso.
 
—Amor... —musitó en un hilo de voz, sus orbes oscuros se cristalizaban ante nuevas lágrimas que, con calma eterna, su amante limpiaba con sus dedos, como en cada ocasión.
 
—Mi pequeño... —respondió, con el rostro del menor entre sus manos— Seiya...
 
El nombrado rehuyó su mirada, demasiado triste como para soportar verlo. Era un recordatorio constante de aquello que había perdido, cuatro años atrás. Su bebé abrió los ojos poco tiempo, pero era una copia perfecta. 
 
—¿Por qué me permitiste salir aquel día, Hades?—musitó bajo, con la tristeza clara en cada palabra
 
Intentaba reclamarle sin éxito, él mismo no era capaz de culparle. Sabía mejor que nadie que no podía hacerlo. Él fue quien insistió hasta lo imposible. Pelearon por tanto tiempo hasta que Hades, como cada vez, cedía ante sus caprichos.
 
—Fallé ante tus deseos... Mi soberbia me susurraba al oído... Creí que estarías protegido... 
 
—Ellos hicieron lo posible... —intentó recordarle su joven amante, cuando sintió las violetas vibraciones de su cosmos.
 
No era un secreto ya, los tres jueces habían sobrevivido gracias a la intervención del consorte. Nada más.
 
—Yo debí estar contigo
 
Seiya no podía responder a aquello. Era el mismo pensamiento que lo torturaba constantemente... Si tan solo Hades hubiese estado allí.
 
Hades levantó a su esposo entre sus brazos sin esfuerzo alguno, y este rodeo su cuello, escondiéndose en su pecho. Con pasos seguros el mayor se dirigió a sus aposentos, mientras su corazón se oprimía. Acarició los costados del otro con calma, intentando reconfortar a su joven alma, ahora teñida de tristeza.
 
Era un sufrimiento constante vivir en la duda. Para Hades, albergar esperanza era estúpido... Pero se encontraba a sí mismo esperando que los jueces regresaran un día con buenas noticias.
 
Seiya, por otro lado, apostaba totalmente por su amigo. Al principio, fuertes celos invadieron al Dios, pero pronto se deshizo de tales emociones al ver el dolor en la aparente calma del otro.
 
Necesitaba creer que Ikki de Fénix había conseguido escapar de las garras de aquellos que habían jurado lealtad al Dios de los Dioses, si no lo hacía... Su alma simplemente...
 
—Él está bien, amor mío... Ikki... Él cuida de él... —afirmó, queriendo convencerse a sí mismo tanto como intentaba reafirmar aquello para el menor.
 
Como cada ocasión, Seiya no contestó.
 
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El Dios del Olimpo nada pudo lograr aquella noche de ira absoluta, cuando enfrentase al consorte de los infiernos, en su búsqueda por la cabeza de Pegaso. Desconocía el resultado de su intervención, pero, asumía, muerte había llegado al bastardo que Seiya llevaba en su vientre, debido a que la fuerza del Infierno disminuyó considerablemente. Sabía que Pegaso continuaba vivo, guardianes suyos habían sido capaces de conseguir información, sin embargo, ni uno solo de sus caballeros había conseguido verlo en todo ese tiempo. Antes, durante sus visitas a los Campos Elíseos, Zeus podía darse una idea del aspecto del joven guerrero. Ahora mismo existían rumores de que no salía más de sus aposentos. La parte más esperanzada del arrogante Dios le prometía que era debido a graves heridas que lo mantenían en el limbo. Una tortura perfecta para ambos. 
 
Apolo y Artemisa habían regresado al Olimpo fingiendo total desconocimiento. Suerte había sido que Zeus, poco interesado en los Dioses de su cielo, no tuviese idea alguna de su paradero en aquel momento. No era tan estúpido tampoco. Era de su conocimiento que no solo unos pocos estaban descontentos con su accionar. El que el Dios de Dioses abandonara los cielos no pasó desapercibido, y el cambio en el cosmos de Hades, incluso desde la distancia, fue un signo de alarma para todos. Zeus no contaba más que consigo mismo, y un poderoso ejército que, aunque no tan amplio como la fuerza total de los Dioses reunidos, era más poderoso que cualquier otro grupo. Rivales para él eran solo sus hermanos, pero ni Hades ni Poseidón parecían querer iniciar una nueva batalla.
 
Se hizo el desatendido por los años que vinieron. Artemisa intentaba conseguir información, inclusive Apolo, quien decía no querer intervenir, también batallaba a su propia manera por tener respuestas. Si Zeus había logrado capturar a Fénix, ellos debían ser capaces de averiguarlo. Sin embargo, nada habían conseguido. Ni una afirmación. Negaciones de ninguna clase. Nada. No tenían pista alguna. Si Zeus realmente se hizo con el caballero fantasma no podían saberlo... Ambos guardaban la esperanza de que aquella duda fuera infundada. El Dios más poderoso del cielo no dudaría en mantener prisionero al joven Ikki. Su osadía de esconderse habría sido suficiente motivo. No así con el heredero de Hades.
 
Ese niño nunca habría sobrevivido. 
 
Los hermanos se negaron a creer que lo había conseguido. Era mejor seguir pensando que Fénix no deseaba ser encontrado aún. Incluso si Hades quería comenzar a hacerse a la idea de lo contrario. Podían comprenderlo. La esperanza que todos guardaban... Zeus tenía la batalla asegurada para ese punto. Los señores del inframundo se debilitaban con el paso del tiempo. Ya no necesitaba ensuciarse las manos. 
 
Ironía maldita la que alcanzaba tan divinos seres. Un amor tan fuerte que les haría morir de tristeza.
 
Un poco más de tiempo, y ambos perecerían para siempre.
 
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