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'SAINTSEIYA. Entregado por Dios {HadesxSeiya} por amourtenttia

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Notas del capitulo:

¡HOLA! ¿Cómo están? Espero excelente. Esta vez hay doble actualización, porque en otra historia hice lo mismo, y es lo justo. Mi mente así lo dice, y mi consciencia lo demanda (?). Espero disfruten estos capítulos, y nos leemos en la siguiente nota.


 
Los años habrían traído prosperidad al Santuario tras la caída de Hades. Por cuatro años, cada Dorado se había encargado de sanar y tratar sus pocas heridas, no hablando solo de las físicas. Sentimientos nunca antes nombrados salían a florecer y otros tantos juramentos rotos exigían reparo... Como lo fue el caso de los Caballeros de Acuario y Escorpión.

 
La efímera relación que se había dado entre Camus y su aprendiz había fracturado irremediablemente su romance con el Santo de Escorpio. Nada sexual había en tal lazo, pero Milo era un amante celoso y posesivo... E incluso con su tremendo caracter, era apenas una fracción del fuego que podía desatarse en Acuario en una situación similar.
 
Camus no accedía, no daba, no rogaba. Exigía, demandaba y tomaba. El mundo era suyo, y Milo adoraba tanto a ese hombre que entregaba su vida en bandeja de plata sin siquiera pensarlo dos veces. Amor... Vaya sentimiento tan más complejo. Ninguno podía nombrarlo entre ellos... Pero era eso lo que había.
 
La traición de Camus, la muerte de ambos... Regresar a los Templos fue difícil para los dos durante los primeros meses. El secreto a voces era apenas el recuerdo de un rumor, y su distanciamiento no afectaba a los demás por tanto nadie sabía la verdad de lo que ocurría entre ellos.
 
No existía odio alguno, pero el mero resentimiento que mantenían en sus corazones... 
 
Milo había sido el causante de su reencuentro, con pleno conocimiento de las consecuencias de sus actos. No le era indiferente al resto de los Caballeros... Un amante tan fogozo como lo era él, sabía las pasiones que despertaba por tal o cual templo... Y usó eso en su favor.
 
Le tomó tiempo elegir alguien adecuado.
 
Un amante demasiado interesado crearía un verdadero problema en su vida. Él no quería enamorarse... Su alma era fiel al Santo de Acuario sin que fuera consciente de ello. Pero su carne era débil. Y un simple despiste de una noche no funcionaría como deseaba.
 
Requería de un amante celoso, que hiciera temblar al Santuario entero. Necesitaba un hombre poderoso, que estuviese al nivel de su belleza y fuese capaz de comprender lo vago de sus sentimientos...
 
Y Saga de Géminis era el correcto.
 
Su romance no había sido tal en lo absoluto. Milo no necesitó exponer su situación para que el antiguo Patriarca fuera consciente del plan que traía entre manos al aparecerse casualmente por su Templo. Siempre en horas inadecuadas, siempre luciendo sumamente caliente cuando entraba.
 
Milo deseaba un amante que lo reclamara como suyo, sin que estuviese interesado en tenerlo realmente.
 
Eso era justo lo que Saga podía ofrecerle.
 
No hubo palabras dulces, no hubo promesas de un futuro juntos. A su alrededor era todo fuego. Noches tan pasionales que la voz del Dorado de la Octava Casa se escuchaba hasta los confines del Santuario. Si bien mantuvo el secreto por apenas días, ocultando la identidad de su amante al reunirse únicamente en su Templo, no pasó mucho antes de que Escorpión perdiera todo respeto.
 
Cruzó los Templos saludando a cada Caballero. Unos pocos se sorprendieron al verlo, otros habían descubierto  la verdad desde el primer momento... Y otros más negaron para sus adentros, anticipando el final de todo.
 
Milo caminaba a su destrucción al dirigirse sin pena ni gloria directo a la Casa de Géminis.
 
Para ese entonces, no faltaban romances entre los Caballeros. No había discusiones al respecto, pero se celebraba cuando un par de Santos finalmente llegaban a juntarse con quien al resto parecía correcto. Y el Santuario completo miraba con malos ojos la relación de Saga y Milo. Escorpión, aunque lo negase, no pertenecía a ese sitio.
 
Nada bueno saldría allí.
 
Esa noche de Diciembre, Milo finalmente llegó a las puertas del Tercer Templo. Ni todas sus previsiones le advirtieron de la presencia de un Dorado más en aquella morada... Y por supuesto, nunca se habría esperado que fuese precisamente el motivo de su insomnio quien le mirara de frente con frialdad extrema al segundo en que puso un pie allí, con total calma.
 
Camus, Caballero de Acuario, pocas veces rondaba por las distintas casas. Siempre interesado en su propia soledad, nunca se molestaba por mantener relaciones verdaderamente cercanas con nadie. El resto respetaba su individualismo, y había un caballero en particular que entendía su razonar.
 
Exceptuando su antiguo amante, solo un amigo había en el haber de Acuario.
 
Milo no recordó cómo respirar cuando escuchó que Saga salía de su habitación, hablando sobre alguna cosa hacia Camus, sin haber reparado aún en su presencia para el momento en que alcanzó la sala donde le esperaban ambos.
 
—No estoy seguro de que sea de tu agrado, pero he disfrutado con esto por largo rato... —decía, mirando las cajas de discos en sus manos.
 
Finalmente levantó la mirada cuando alcanzó el sitio. Milo parecía más blando de lo usual... Y Saga comprendió por qué su templo parecía más helado que de costumbre. No necesitaba preguntar nada... Solo actuar.
 
—Te esperaba más tarde, cariño... —dijo, acercándose hasta Escorpión, colocando una mano en su cadera, y acercándolo lo suficiente a él hasta dar un beso en sus labios
 
El más bajo no supo corresponder.
 
El Templo se volvió incluso más frío, contrastando con las llamas iracundas que brillaban en los azulinos orbes de Acuario.
 
—Creí que estarías solo... Supuse que no te molestaría... —respondió Milo, tras unos segundos
 
Sentía el peligro en el cuello, pero ni siquiera eso detuvo su estúpido actuar. Camus merecía rabiar por él... De la misma manera en que él lo había hecho antes. No se merecía el abandono que sufrió por el Cisne... Y la venganza en cama del otro era un placer que no negaba.
 
—Camus, amigo... ¿Te importaría que dejaramos esta plática para otro momento? —cuestionó Géminis, regresando su vista al Dorado más frío del Santuario, colocó las películas que había traído consigo en sus manos con tranquilidad
 
La sonrisa maliciosa de sus labios no contuvo su tono lascivo.
 
—Tengo algo que atender ahora mismo...
 
Camus no respondió. Tomó las cajas sin palabra alguna, y, aunque el ambiente era tenso como el Infierno, abandonó el Templo que estuvo a punto de congelar. Su cosmos vibrara alrededor suyo de manera violenta, pero lo mantenía a raya con la habilidad que todos le conocían. Si había alguien capaz de controlar sus sentimientos, ese era definitivamente él.
 
Milo se sintió temblar en su sitio.
 
La escena, aunque mortal, había despertado en él un nivel de excitación descomunal. Un desplante por parte de Camus era inaudito. Nunca antes había observado ese nivel de rencor en su rostro... Y era provocado por él.
 
Sintió los brazos de Géminis rodeándolo, y los besos en su cuello lo pusieron todavía más cuando sintió que dejaba marcas por todos lados.
 
—Te cogeré como si fuera la última vez... —advirtió, haciendo que el menor temblara ante la idea
 
Esa sería la última noche que ambos compartirían cama, y la primera noche en la que Milo conocería verdaderamente lo que significaba "Seguir hasta el amanecer". Su cuerpo dolorido no recibiría tregua alguna desde ese instante hasta la mañana siguiente... Cuando el entrenamiento programado para los Doce Dorados llegase, puesto que el enfrentamiento ante sus ojos sería más que fascinante.
 
No fue la primera vez que Milo tuvo una erección por observar una pelea. Era aficionado a las luchas desde antes, y, de tanto en tanto, su cuerpo tomaba aquella adrenalina que sentía por otro camino más al sur de su anatomía. Sí fue, sin embargo, la primera vez que Milo sintió venirse sin siquiera haber hecho esfuerzo alguno de ningún tipo. Mirar a Camus luchar contra Saga fue más de lo que anticipó. Si gimió o no durante aquello nunca lo sabría.
 
Maldijo al resto por detener la lucha al ver lo serio de las intenciones asesinas de Acuario. Saga no era tan débil como para dejarse morir allí... Aunque era cierto lo que Leo advertía... De seguir así... Ambos estarían luchando a muerte.
 
Aioria decidió no tomarse personal el movimiento que le dejó en el suelo de un golpe limpio. Le había tomado totalmente desprevenido. Se enojó bastante, claro está, pero la sorpresa fue más que su furia al oír a Camus gritar.
 
Allí, en medio de la arena, mirando directamente a Escorpio, que continuaba sentado en uno de los asientos más alejados. Completamente recluido, y asquerosamente emocionado. ¿¡Era realmente necesario para Milo mirar aquellos eventos con tanta fascinación?! El León se sonrojó ante la mirada que dedicaba a Camus aquel pelimorado.
 
—¿¡Estás feliz ahora, cierto!? —exclamó Acuario, sin importarle que todos estuviesen allí reunidos, ni que su voz le volviera el centro de atención al instante
 
Alzar la voz no era propio de él.
 
—¡¿No pudiste encontrar a alguien mejor para herirme?! ¿Era Saga realmente tu deseo? ¡Eres un maldito vividor, Milo de Escorpio! Mientras sea bueno en la cama, ¿qué más te da que sea yo o cualquier otro?
 
Shura frunció el ceño visiblemente, mientras se cruzaba de brazos. Mu miraba con sorpresa al par. Aldebarán a su lado, negaba ligeramente, la diversión escrita en el rostro. Sagitario parecía el único verdaderamente consternado. ¿Camus? ¿Camus y Milo? ¿Ellos fueron amantes? Afrodita les miraba resignado, como si hubiese sospechado que la bomba explotaría tarde o temprano. Death Mask parecía más bien divertido, disfrutando el espectáculo. Shaka se limitó a mirarlos tranquilo, al igual que Doko. No había sorpresa alguna para él en ese sentido. Leo suspiró. Hasta allí llegaba el entrenamiento.
 
Milo se levantó de su sitio, con el rostro encendido por la furia.
 
—¿¡Te atreves tú a reclamarme a mí?! ¡¿A mí?! ¡Tu eres un maldito narcisista, Camus!
 
Y aquello era solo el comienzo de una guerra que terminaría con ambos encerrados en el Octavo Templo, haciendo retumbar el lugar primero por su fuerte discusión, hasta que finalmente llegaran a reconciliarse... Sumándose al cansancio del día anterior, Milo tampoco dormiría esa noche. Y todas las marcas de Saga serían todavía más horribles después, pues ni un solo rastro de él quedaría en su cuerpo luego de regresar a Camus.
 
Ese era el reinicio de ellos en particular.
 
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Shaina no conseguía dar crédito a lo que observaba. El hecho de remover la máscara de su rostro le habría resultado extremo, pero ni incluso con sus ojos al desnudo podía comprenderlo. Pequeñas gotas salinas se aglutinaron en sus ojos, la incredulidad iba borrándose de su mente y su corazón demandaba la verdad de lo que miraba. Era él, sin duda alguna. Ese hombre era Seiya.
 
El repentino pulular de un Espectro a los alrededores del Santuario demandaron su presencia en los Templos. Leo había ordenado a ella y a Marin cuidar especialmente el Cuarto y Doceavo Templo, debido a la presencia del niño que los 12 Dorados habían adoptado como aprendiz.
 
Nadie en el Santuario había puesto en tela de juicio las decisiones de los Santos Dorados, pero nadie comprendía totalmente por qué un niño tan pequeño que había aparecido misteriosamente requería la tutela de Doce Santos tan poderosos como lo eran los Caballeros de Oro.
 
Marin había sido más recelosa para con el pequeño en un principio. Luego de Pegaso, no había aceptado ningún nuevo aprendiz, y la sola imagen del chico la ponía nerviosa sin un motivo para ello. Shaina, por otro lado, había tenido una sensación similar a la del doceavo dorado. Ella velaría por él sin dudarlo siquiera, tal como lo hacían todos allí, tras un año de tratarlo.
 
Ante la salida inminente de varios Dorados debido a las expresas órdenes de Atena, solo unos pocos se mantuvieron allí. Afrodita y Death Mask entre ellos. Era por esto que eran esas dos casas las más custodiadas, ya que era allí donde el menor de Santuario pasaba la mayor parte del tiempo.
 
Marin subió hasta el doceavo Templo, mientras que ella cuidaba el Cuarto.
 
Y fue allí donde le observó.
 
No supo cómo ni por qué, pero había sentido el Cosmos del Caballero de Cáncer elevarse súbitamente por lo que pareció una fracción de segundo. Seguido de ello, una nueva oleada, casi imperceptible, le mantuvo a raya fuera del templo. Lo que fuera que el Caballero de Cáncer viera no requería más que su propia presencia.
 
Tras unos minutos sucedió.
 
Shaina vigilaba el Templo con recelo, cumplió su sagrado deber con el cuidado que le caracterizaba, entonces vio tres personas abandonar el templo, seguidos rápidamente por el Cuarto Caballero. No necesitó ni dos segundos para reconocer al Señor se los Mertos. Death Mask los traicionaba de nuevo.
 
Ella habría hecho algo al respecto, hasta que su mirada dio con la pequeña silueta que caminaba lado a lado del Dios del Inframundo.
 
Y sus ojos no daban crédito.
 
Seiya estaba allí, delante suyo, a unos cuantos metros... Tan cambiado, tan maduro... Tan vivo.
 
Quería lanzarse a él, quería gritar su nombre, Shaina quería hacer tanto en ese momento, pero era presa de su propio cuerpo. Ni un paso dio, ni una nota escapó de su boca. La sorpresa había sido demasiada.
 
Cuando parecía que nada podía empeorar ahora, el cosmos del Doceavo Caballero llenó el ambiente. Junto a éste, dos figuras más se hicieron presentes. Death Mask miró a su amante intensamente, transmitiendo más de lo que cualquiera podría describir, y Dita parecía receloso ante ello.
 
Por su parte, ni Hades ni Seiya podían despegar la mirada de una misma dirección. Incluso si Marin ocultaba al menor tras su cuerpo... Ellos lo miraban a él.
 
—¿Él es...? —cuestionó Seiya, en un hilo de voz
 
Fue inevitable que ante la dorada amenazaba que Picis representaba, Rhadamantys encendiera un poco más su propio cosmos. Y esto dio lugar a que un Caballero más se hiciera presente. Sin importarle nada más que la seguridad del menor que había crecido como su hijo.
 
Ikki cayó grácilmente delante de todos ellos, su cuerpo interponiéndose entre Marin y el resto. No había observado siquiera a sus enemigos, primero asegurándose de la seguridad del niño que solo miraba en completo silencio, antes de que escuchara como alguien contenía el aliento.
 
Y el sonido familiar de un llanto que recordaba hasta en sus sueños.
 
—¿Seiya?—dijo, casi mudo, volteando hasta éste
 
Finalmente lo habían encontrado.
 


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