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7 días de sumisión (Larry Stylinson) [EN VENTA] por Furia_Rosita

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Louis entra corriendo en clase ya que no ha visto a Harry fuera, así que posiblemente él ya haya entrado y eso significa que debe estar solo, rodeado de gente que le mira como si fuese lucifer. Odia la idea de dejar a ese chico tan agradable pero heteróclito solo con esas personas, aunque él diga que le da igual. Corre como un loco hacia el aula para llegar pronto y tener unos minutos de conversación con Harry antes de empezar el día; mucha gente necesita un café de buena mañana, Louis necesita a Harry.

Una vez abre la puerta, acalorado y respirando algo fuerte, las miradas van a él de nuevo; el conocido grupito lo mira despectivamente y cuando se sienta por segunda vez consecutiva junto al Harry por segunda vez, los murmullos empiezan. Intenta no pensar en sus padres, susurrando cuando amigos suyos venían a casa y ellos hablaban mal de su propio hijo. Es un inútil, no sirve para nada. Dice que quiere ser escritor ¿Cómo si estúpido? Ojalá tuviera algo más que pájaros en la cabeza. Intenta olvidar. Él fue el mejor hijo que pudo, pero no podía dejar de ser él mismo.

Ayudó siempre a sus padres, sacó notas decentes y jamás se metió en un solo lío. Pero ellos no estaban contentos, Louis nunca descollaba. Ahí donde había na multitud, ningunos ojos se fijaban en los suyos por encima de los de todos los demás. Él era mediocre.

—¿Estás bien? —pregunta Harry cuando el chico no le saluda después de sentarse junto a él. Le preocupa ver los ojos de Louis brillosos.

—S-Sí, perdona. Estoy un poco agobiado ¡Por cierto! T-Toma… —murmura abriendo su mochila con torpeza para sacar de ella un pequeño paquetito.

Harry lo mira extrañado, enarcando una ceja, pero toma el regalo con confianza. Cuando lo abre ve un pequeño montoncito de galletas con chispas de chocolate que lucen deliciosas. El aroma sube a su nariz y se deleita con su dulzura. Se pregunta si Louis sabrá así de azucarado.

—Tú me pagaste la comida, así que te traigo el desayuno; además el otro día comiste mucho y pensé que quizá estabas hambriento por no desayunar o algo así y me preocupe así que… bueno, así que te he traído galletas. —cada palabra que dice suena más ridícula que dentro de su cabeza y se siente realmente avergonzado. El color sube a sus mejillas y solo espera que al otro le gusten.

Coloca sus manos sobre los muslos y aguarda a ver su reacción.

—Gracias, eres un buen chico. —le dice el hombre, alzando una mano para dejar una mínima caricia sobre su cabello.

Louis siente que ha merecido la pena estar despierto hasta las dos de la mañana cocinando solo por ese contacto. Su piel hormiguea bajo los dedos del hombre, mandando descargas de placer por todo su cuerpo e incluso se inclina para buscar la palma de Harry.

Harry tamborilea con los dedos sobre la mesa mientras pasa la vista buscando la más apetitosa, deleitándose por la forma en que el menor espera pacientemente, pero a la vez ansioso de saber si ha complacido a su amigo. Finalmente, Harry selecciona una, la más grande. Se la lleva a la boca y cuando cae sobre la lengua abre enormemente los ojos.

Mastica y traga rápido, para poder hablar con el chico.

—Está realmente delicioso ¿Dónde las compraste? —pregunta con sorpresa. Él ama los dulces y como se ejercita constantemente y tiene dinero, puede permitirse comer muchos y de mucha calidad, pero no recuerda algo tan sabroso.

—Las hice yo. Mis padres jamás cocinaron para mí porque decían que era un inútil que solo sabía gastar, así que cocino desde hace mucho tiempo y se me da bien. —dice Louis, la sonrisa en su rostro se borra un poco por el tinte dramático de su historia, pero pronto desvía el tema. —Es la primera vez que cocino para alguien. —confiesa, ruborizado. Una enorme sonrisa surca el rostro de Harry, le gusta saber que es el primero, incluso en algo tan tonto. —¿De veras están ricas?

—¿Las has hecho tú y no las has probado? —pregunta Harry con incredulidad, comiendo otra galleta casi por inercia.

—No, claro que no. Quería dejarlas todas para ti, además soy un glotón y de haber empezado me las habría comido yo solo todas. —Harry ríe ligeramente por eso y un deseo enorme de comprarle dulces a ese chiquillo crece en su pecho; quiere que su boca pruebe cosas dulces y después le dé un muerdo de su propio sabor a él.

—Abre la boca. —ordena el hombre con esa intimidante voz que Louis cree que jamás se cansaría de escuchar. El chico obedece al instante y un pedazo de galleta es introducida en su boca.

La masca notando lo bien que quedan el tacto crujiente de la masa y el cremoso del chocolate. Harry realmente tenía razón diciendo que estaban buenas, pero Louis no cree que sean para tanto. Tiene ganas de cocinarle algún día algo verdaderamente rico y decide que cuando termine de trabajar buscará recetas para cocinarle a Harry.

Harry mira como el pequeño acaba de tomar la galleta y se fija en una miga situada en la comisura de su labio. Sin mediar palabra sostiene la barbilla del chico con el dorso del dedo índice y pasa el pulgar por toda la longitud de su labio inferior.

Louis se queda quieto, sus pupilas dilatándose al contemplar el rostro concentrado de Harry; el hombre está frunciendo ligeramente el ceño y tiene sus llenos labios dibujando una línea horizontal, eso lo hace ver un poco enfadado y mil veces más condenadamente sensual. Un cosquilleo agradable permanece en su labio cuando el dedo pasa sobre él. Presiona un poco la comisura y cuando Harry aleja la mano de su cara Louis puede ver sobre la yema del dedo la miga causante de todo eso.

De nuevo hay un hormigueo que parece viajar por sus tripas. Harry lo mira a los ojos, llevándose a la boca el pulgar y lamiendo el resto de comida con descaro. Su maldita expresión es de una procacidad que Louis no puede digerir.

Lo mira, tragando saliva y bisbisea:

—Me alegro de que te hayan gustado… —dice, refiriéndose a las galletas.

—Me gustan las cosas dulces. —expone, es algo que Louis ya sabía, pero desconoce que significa cuando es dicho con ese tono lento y suave de Harry. —Louis.

 

Se sobresalta al escuchar su nombre, pero no tiene tiempo de preguntar nada: la puerta rechina anunciando la llegada del profesor y se sorprende al ver que el aula se ha llenado sin que él pudiera percatarse.

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