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'KKM! Cortejo {WolfYuu} por amourtenttia

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Notas del capitulo:

Habemus capitulus (?) Alguna vez lo leí por ahí, creo. JAJAJA


Como he peleado con esta parte, y la que viene. La verdad tenía otra idea para el 12, que era más dramático, pero lo preferí mover para el 13 y 14 -es algo largo el asunto-.


Estoy pensando en hacer una especie de especial por Halloween, pero no sé si meterlo como anexo aquí o aparte -Si no han visto mi perfil, publiqué 2 one shots WolfYuu que les podrían buscar, por cierto-. ¡No estoy segura dónde terminará!


Como el último capítulo especial fue hasta el 10, estoy meditando sobre que sea hasta el 20 -si pudiera alargar esta historia hasta tener 30 capítulos o más sería asquerosamente feliz-. En realidad, no sé cuántos capítulos más habrá de Cortejo. Sé que los distraigo pero duda medio seria... Yo quiero poner todo. Desde como van lentamente, hasta la primera vez, luego la boda, qué pasa cuando se casan, y eventualmente el primer embarazo. Lo que no decido es cómo llevarlo LOL.


Tipo, ¿les gustaría que fuera rápido? ¿O seguir así de pausado como he ido escribiendo hasta el momento? Me gusta creer que es mejor así, porque me entretengo mucho discutiendo conmigo sobre las actualizaciones.


En fin, disculpen por aburrirlos con esto jajaja.


Disfruten el capítulo, que termina buenísimo.

Esa mañana, cuando Yozak le informó de nuevas órdenes que venían directamente desde su majestad, el rey original, Conrad quiso creer que se trataba de una broma. Aunque tenía ese deseo en su mente, no peleó en lo absoluto cuando el pelinaranja le arrastró fuera del castillo, y apenas intercambió unas palabras con su ahijado cuando abandonaba uno de los pasillos. Una vez en listo, con una maleta sobre el hombro, el segundo hijo de la reina sexy alzó una ceja en signo de extrañeza al mirar a su novio aparecerse delante suyo en un carruaje. 

No peleó tampoco cuando una vez estando completamente solos —y Weller sabía que nadie iba a molestarlos allí en medio de la nada—, Yozak empezó un coqueteo descarado que terminó con ambos encerrados en ese mismo vehículo. Al fin y al cabo si realmente debían esperar la llegada del grupo, sí que tenían suficiente tiempo.

El que Gurrier estuviese a mitad de terminar de enfundarse en un vestido de gala tampoco ayudó a que pudiera negarse. Si le preguntaban directamente al castaño, sería imposible decir qué aspecto le parecía más sexy. Aunque estando de espaldas contra uno de los asientos mientras el otro lucía espectacular en aquella prenda que realzaba su belleza por donde le mirase, a la vez que sus propias piernas rodeaban con fuerza su cuerpo, definitivamente sería complicado mentir.

¿Era demasiado pervertido si admitía que le encantaba que el otro le tratara de manera tan ruda en medio de esa apariencia casi angelical que se empeñaba en alcanzar con el maquillaje que usaba? Conrad no necesitaba que nadie le respondiera, gracias. El otro le daba una idea bastante clara.

—Eres realmente un degenerado... —comentó el pelinaranja en su oído, mientras sus manos abarcaba cada centímetro disponible— Te encanta cuando lo hacemos de esta manera... ¿No es así?

Su comandante sentiría entonces que su cuerpo temblaba cada vez con más fuerza ante el inminente orgasmo. Se aprovecharía de la prenda semiabierta y enterraría sus dientes en el musculoso pecho que enrojecería con fuerza por su acción. El cómo se las ingeniarían para mantener todo limpio sería un problema para luego, porque en ese preciso momento ambos sabían que no terminarían en un momento próximo.

Y vaya que aprovecharían bien ese tiempo.

 

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Greta se encuentra sentada frente al tocador de la habitación del Maou. Tras ella, Wolfram le ayuda a colocar en su largo cabello castaño diversos adornos que asemejan a pequeñas estrellas que brillan de manera discreta en su melena alborotada. Ambos se han rendido con el tiempo, el rubio más que ella misma. Al ser hijo de su madre, él sabe lo que es luchar contra los caireles que no ceden ni un ápice. En otros y en sí mismo. Peor aun cuando los rizos de su hija son todavía más pronunciados que los de su familia. La castaña ha soltado varias risas antes cuando han librado las mismas batallas, año con año, intentando hacer algo más que cepillar su cabello. Hicieran lo que hicieran, al final Greta luciría su cabello brillante en un simple arreglo que asemejaba al de la previa Maou, quien sonría complacida al verlo. Es imposible remediarlo. Sus opciones son limitadas. Pero ese año es un tema distinto. Esta vez, Wolfram no se deja vencer fácilmente. Ha dedicado casi todo lo que les quedaba de la tarde cepillando su cabello, desenredado nudo por nudo, alisando hebra por hebra.

Han platicado por largo rato, tanto que en algún punto ambos solo quieren que haya un fin a todo el proceso. El Maou incluido. Yuuri, quien sinceramente intentó ayudar en la titanica tarea de peinar a su hija, no resultó ser más que un verdadero problema que ni su prometido ni la menor pudieron aceptar. Fue enviado primero lejos de ambos, diligencias que Shibuya intuía eran para sacarlo del cuarto. Luego, con las horas, solo se contentaron con que se quedara en la cama, tras ellos, quieto y callado. Wolfram terminaba de desenredar —finalmente— toda la melena, y estaba avanzando rápidamente colocando pequeñas joyas entrelazadas en las finas hebras color arena. Yuuri supuso —y con razón—, que el otro había estado practicando antes de hacerlo, pues la destreza de sus dedos no era la de un principiante en lo absoluto.

—¡Oh~! Greta... Tu cabello luce tan diferente... —alabó, con sorpresa, mientras observaba la figura del otro apartarse para continuar con otra sección, el rubio le miró con enfado un segundo.

No necesitó decir nada, pues ella replicó:

—¿Ah? ¿Diferente bueno o diferente malo? —ella giró sobre su hombro para observarlo con cierta preocupación.

Yuuri se sintió algo avergonzado. De acuerdo, decir "diferente" como cumplido no iba con ninguno de ellos. Se puso de pie, alisó sus ropas perfectamente arregladas y se encaminó al par con una sonrisa en los labios.

—Diferente como bonito... Luce muy bien —sentenció, se sintió algo bobo al explicar justo lo que había estado pensando— Es como cuando caminas por una playa, y encuentras muchas conchas de distintos tamaños y colores.

Greta sonrió soltando una pequeña exclamación de sorpresa.

—¿En serio? Wolfram, ¿ya puedo ver? —suplicó ahora volviéndose a su otro padre, quien terminaba al fin, colocando seguidamente una mano en su hombro.

El príncipe pasó el dorso de su mano por su frente, satisfecho con el resultado.

—No comas ansias, Greta —aconsejó, mientras alcanzaba un espejo de mano y lo giraba para permitirle mirarse— Intenta mirar el otro reflejo aquí —indicó

Cuando la menor de los tres soltó un grito de felicidad fue notable como el cuerpo del rubio se relajaba. El Maou disimuló una sonrisa, se estiró un poco en su sitio y luego decidió que, por la hora, debería visitar el baño una última vez antes de ser arrastrado al evento que empezaría dentro de poco rato.

—¡Brilla mucho! ¡Como estrellas! ¡Gracias Wolfram!

Shibuya los escuchó atento mientras se encaminaba al baño, sin dejar de prestar atención a sus palabras. Se sentía inusualmente relajado. Sonrió satisfecho con el momento mismo. Estaba tan contento en ese instante que, por su puesto, nunca sospechó lo que pasaría después. No terminaba de meter sus manos entre el agua para lavarse cuando sintió el familiar jalón desde el otro lado. Gimió audiblemente.

—¡WOLFRAM! ¡GRETA! —gritó, a viva voz, y escuchó los pasos de los otros dos

Intentó hacer su cuerpo hacia atrás, pero era jalado con bastante fuerza. Por sobre su hombro, se encontró con la mirada aterrada de su hija, y la expresión incrédula del rubio. ¡Eso no podía estarle pasando justo ahora! Ese día, no ese día. Cualquier otro momento. "Shinou, por favor. No volveré a rezar por nada en esta vida" pensaba, desesperado. Wolfram torció el gesto, tomando la mano de la menor, quien sentía sus ojos humedecerse.

—Yuuri.. —murmuró con pesar el príncipe, y el Maou sintió que su corazón se encogía al verlo

—Volveré. Definitvamente. Hoy mismo... —prometió, a la vez que era jalado con más intensidad— ¡Yo no me perderé este día!

Cuando su cuerpo fue succionado por el agua, escuchó claramente el grito de su hija, al igual que la amenaza de su futuro esposo.

—¡MÁS TE VALE REGRESAR, DEBILUCHO! ¡O TE PROMETO QUE TE ARREPENTIRÁS!

Yuuri no quería ponerlo a prueba para nada.

 

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Abrió los ojos.

Parpadeo un par de veces antes de cerrar los ojos de nuevo. Intentó estirar su cuerpo, sin embargo, el reducido espacio le impidió mover demasiado sus brazos y piernas. Gimoteó con una mezcla de tristeza, frustración y ansiedad. Aunque Yuuri quería concentrarse, las emociones ganaban terrero fácilmente. ¡No podía tener una suerte tan mala! "Maldita sea, Shinou. ¿Qué clase de broma es esta?" gritó en su fuero interno, mientras se levantaba lentamente, a la vez que abría los ojos. El sitio estaba en total penumbra, hecho que le sorprendió por unos segundos. Salió de la bañera casi arrastrando los pies. Refunfuñó una maldición cuando notó su traje arruinado. Miró a su alrededor con el ceño fruncido. ¿Qué? ¿Por qué todo lucía tan exageradamente limpio? El día que regresó a Shin Makoku, estaba seguro de haber dejado un completo desastre. Observó el agua tras su cuerpo, preguntándose si serviría saltar de inmediato de vuelta. Estaba metiendo un pie de nuevo cuando escuchó pasos veloces subiendo las escaleras.

—¡YOOO! ¡Shibuya! ¡Espera!

Detuvo su pierna justo un segundo antes de meterla a la bañera, y casi perdió el equilibrio cuando la sacó completamente de ésta. La puerta del baño se abrió con violencia. No se sorprendió en lo absoluto de encontrar allí, delante de él, al Gran Sabio. No. Este era solo Murata Ken. Su cara reflejó ira seguro, pues lo vio dar un paso atrás, dudoso.

—Antes de que digas nada, yo no tengo nada que ver en esto —declaró, poniendo las manos sobre su pecho en señal de rendición, con su voz una octava más alta, el Maou frunció el ceño.

—¿Ah? ¿Mura-chan? ¿¡Ha llegado!?

Yuuri se sintió bajar su defensiva actitud cuando distinguió la voz de su madre, antes de oír que alguien se acercaba. Sonrió por poco cuando Jennifer lanzó a Muraken a un lado para darse paso y entrar al baño antes de lanzarse a sus brazos.

—Oh, Yuu-chan. ¡Ha pasado un tiempo!

El menor le abrazó devuelta. Comparado los días en la tierra, que se sintieron como meses en Shin Makoku, a la inversa tenía una sensación distinta. Pocos meses le sabían años enteros de ausencia en su hogar natal, aunque al parecer, pocas semanas transcurrieron desde su partida.

—Madre, por favor... Tengo que irme —dijo, muy a su pesar, cuando miró por el pasillo, viendo a lo lejos el reloj seguir avanzando.

Si no se apuraba, si no metía verdadera prisa, no había manera de llegar a tiempo.

—¿Eh? ¿Por qué? ¿Y qué son esas ropas? Ah, Yuu-chan, ¿estabas en un evento importante? ¡AH! ¿¡No será tu boda!? ¿¡Huiste de tu boda!? ¡Mura-chan! ¿Por qué no dijiste...?

Yuuri intervino casi a regañadientes.

—¡No me estaba casando! —le cortó, desesperado — Y no huí de nada... Estaba a punto de ir a una fiesta... La fiesta de mi hija—declaró, ahora mirando acusadoramente al otro moreno, quien le miró con vergüenza.

—Ups... Ese fue un mal cálculo...—musitó, apenado, luego susurró para sí— Estaba seguro de que ya era el día siguiente...

—¡Murata! ¿¡No dijiste que no tenías nada que ver!? Argh. No tengo tiempo para esto... Greta está a punto de ir al salón principal, y Wolfram va a matarme si no me presento. ¡Envíame de vuelta!

Ken negó inmediatamente, completamente nervioso, sintiendo el filo de una espada inexistente amenazando su cuello. La sola mención de Lord von Bielefeld le provocaba esa sensación de peligro inminente, si es que estaba molestando al moreno.

—¡No puedo! Ya te había dicho que tu solo puedes...

—Espera, Yuu-chan, eso quiere decir que todavía no te has casado, ¿cierto? —inquirió por otro lado su madre, desesperándolo

Shinou le diera paciencia.

—¿Eh? ¿No? ¡No! ¡Todavía no! —dijo, primero confundido, luego más bien sin pizca de tacto, miró a su mejor amigo— ¡Pero si eres tú el que me gritó que esperara!

—¡Ahh~! Es verdad. Espera, espera... Era algo importante.

Yuuri, quien continuó vociferando con el otro, no tomó mucha importancia cuando su madre salió de allí casi como si fuese disparada como dardo, y tampoco escuchó pasos extra andando fuera del pasillo. Estaba impaciente, y mientras Ken intentaba detener su regreso al agua, una tercer persona ingresó al pequeño espacio del baño.

—Hum... Si es mi pequeño hermano menor. Eres tan desesperado como siempre... —observó Shouri, al verlo.

El moreno ni levantó la vista al oírlo, solo gimió enfadado.

—¿¡Puedo irme de una vez!? ¡En serio, chicos! ¡Mi vida está en riesgo! ¡La velada de mi hija está en riesgo! ¿¡Qué se supone que creen que me hará Wolfram si no regreso ahora mismo!?

Murata puso una mano en su barbilla, pensativo.

—No estará contento, eso es seguro... —aceptó, imaginando los escenarios donde su amigo era brutalmente atacado.

Le provocó una sonrisa el hecho de que en cada posibilidad, al final terminaban abrazados.

—Ya, ya. Estamos listos para irnos... Aunque parece que madre quería entregarte algo también —comentó su hermano, mirando sobre su hombro.

Yuuri no le tomó importancia, solo tomó el brazo de Ken y comenzó a tirar de él con dirección ala bañera.

—¡Muévete! ¡Muevéte! ¡Haz espacio! —demandó, mirando el reloj a lo lejos.

Su madre se atravesó en su campo de visión. Habían pasado casi 20 minutos desde que llegó allí. ¿Cuánto era eso en Shin Makoku? ¡¿Era demasiado tarde?! Yuuri estaba ingresando a la bañera cuando sintió la mano de su hermano jalándolo de la ropa, le miró con enfado antes de sentir que ponían algo en sus manos. Volvió el rostro hacia esa dirección. Su madre se encontraba frente suyo, mientras, tras de él, Shouri se metía a la tina.

—Sé que no puedo ir ahora, pero Papá y yo definitivamente estaremos allí cuando sea tu boda. Le compramos esto a Greta; también hay unas cosas para ti y para Wolf-chan, en caso de que no podamos llegar a tiempo... Mura-chan no supo decirnos si se casaron o no, así que tuvimos que apurarnos. No te preocupes, Yuu-chan. Papá y mamá pensaron en todo. ¡Por favor sé cuidadoso! Aunque mamá quiere un nieto, Shouri debería darnos uno primero, ¿sí? Ahora corre, corre. ¡No puedes perderte la fiesta de tu hija!

Shibuya Yuuri no pudo ser capaz de procesar ni la mitad de la cantidad de información que su madre le dio, ni prever el golpe leve en su hombro que ella misma le dio, tirándolo directo al agua, haciendo caer al par entre la bañera, provocando que todos quedaran apretujados. La sensación del remolino formándose bajo sus cuerpos le dio un poco de tranquilidad. Creyó distinguir la silueta de su madre a la distancia, a la vez que oía algo parecido a "¡También puse tu broche dentro! ¡Es muy bonito!"

El chico casi podía jurar que completó aquello con un "Tu padre no me dejó presumirlo o empeñarlo", pero no estaba totalmente seguro de que quisiera saberlo. Lo único en lo que podía pensar el Maou en ese instante era en que debía llegar a tiempo. ¡Prometió hacerlo! Y así, rezando por que su futuro esposo no encontrara nuevas razones para asesinarlo, los tres hombres de negro viajaron de regreso a Shin Makoku.

 

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Shibuya vuelve a reconocer la tierra donde está parado cuando siente el aroma fuerte de los árboles del bosque. El aire fresco y limpio llena sus pulmones. Cuando abre los ojos, reconoce inmediatamente uno de los lagos aledaños al su pueblo. Casi sonríe, hasta que piensa en cuánto le tomará regresar a casa desde allí. Ahoga un suspiro cuando distingue dos siluetas tras él... "¿Eh? Murata... y..."

—¡¿Shouri?! —grita, sorprendido, volteando a mirar a su hermano mayor, quien, todavía sin acostumbrarse del todo a ese tipo de viajes, se levanta lentamente del suelo— ¿Qué haces aquí?

Yuuri intenta ignorar la expresión divertida de su mejor amigo.

—¿Qué si qué hago aquí? Por supuesto que he venido a visitar a mi querido hermano menor...

El Maou quiere replicar, pero hay tantas otras cosas en su cabeza que cuando escucha el sonido de una rama rompiéndose decide que no es el momento ni el lugar. Gira sobre su hombro con el rostro serio. Desearía llevar encima a Morgif, pero en buen momento no escuchó a su prometido cuando este sugirió que tomara el arma aunque fuera para mostrar una imagen segura del Maou.

—¿Quién anda ahí? ¡Muéstrate! —demanda, irritado, pero a la vez con preocupación en sus ojos.

Siguen en Shin Makoku, hasta donde puede recordar, así que quienquiera que sea no será enemigo. Pero con la suerte que tiene, Yuuri ya no puede asegurar nada. La maleza a unos metros de él se mueve con fuerza, y tanto él como su hermano —a quien no puede observar— tensan sus cuerpos poniéndose a la defensiva.

—¡YOH~! ¡Majestad! ¡Alteza! ¡Ha pasado un tiempo!

Shibuya siente que le regresa el alma al cuerpo, está agradecido.

—¡Yozak! —saluda, con alivio.

—Majestad... —le saluda una segunda voz, y Yuuri mira entonces al otro casi con lágrimas en los ojos.

—¡Conrad!

—Lord Weller, Yozak... Sí que ha pasado un tiempo —saluda Murata, alegre, luego mira al pelinaranja— ¿Qué te demoró tanto esta vez, Gurrier?

El nombrado solo pasó una mano por su cabeza, riendo satisfecho, sin dar respuesta alguna. Cuando el trío se permite mirarlos más atentamente, notan que están enfundados en sus trajes de gala. "Bueno, Conrad siempre usa uniforme... Hasta para las fiestas" piensa Shibuya, admirando el uniforme que su padrino porta, es visiblemente más formal que los que usa usualmente. Luego mira al pelinaranja, quien, como sospechaba —y que no notó al primer instante, quizá por la familiaridad de verlo así—, se encontraba usando un elegante vestido color turquesa, con el rostro perfectamente maquillado, y el cabello recogido de tal manera que lucía más largo de lo que era. "Así que van a una cita" se dijo, divertido.

"No. No una cita" le recordó una vocecilla en su cabeza.

—¡La fiesta! —casi grita Yuuri, alarmando a los demás, luego mira sus ropas— ¡ARGH! ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? —murmuró, estresado.

Los mayores intercambian una mirada. La risa del espía les hace devolver la mirada.

—No te preocupes, chavalín. Yo te tengo cubierto—informa la señorita Bísceps, sonriente

—Tenemos que darnos prisa—dice a su vez su padrino, mirando al cielo— Comienza a anochecer, seguramente Gunter no pueda postergar el inicio de la ceremonia por mucho más tiempo...

—Así que llegamos a tiempo después de todo—observa Murata, sonriente.

—¿Han traído ropa para todos?—pregunta a su vez Shouri, observando al castaño con cierto recelo.

Sabe que es el hombre que hizo llorar a su hermano. Y nunca ha terminado de agradarle. Especialmente por que su instinto de hermano mayor grita lastimosamente cada vez que lo ve.

—Sí, sí —responde Gurrier, guiando el camino, seguido de cerca por los otros cuatro— Hemos traído lo que nos pidieron, así que debería ser suficiente... —explica, cuando alcanzan el carruaje a unos cuantos metros suyo, abre la puerta y saca dos bolsas, luego entrega una al sabio y la otra al Maou, quien asiente, Conrad hace lo mismo con el mayor de los hermanos—Dense prisa, tenemos un tramo largo antes de llegar al castillo...

Los tres recién llegados empiezan a cambiarse de inmediato, Shouri siendo el primero en terminar, levanta su ropa y comienza a quitar el exceso de agua. La dobla pese a que todo irá en la bolsa que han traído los otros, para luego comenzar a hacer lo mismo con la ropa de su hermano, quien la ha dejado en el suelo de manera descuidada. Niega para sí, sin ocultar su ligera sonrisa. Apenas oculto tras unos arbustos, no puede mirarlo.

—Ah~ Hermano de mi mejor amigo, ¿me ayudarás también? —inquiere Ken, interesado, admirando la labor del moreno mayor, mientras termina de vestirse.

—Ayúdate tu mismo, amigo de mi hermano —responde, rudo.

Murata suelta una risotada. Nunca perdiendo el humor al hacer enojar al más alto. El ruido distrae entonces al actual rey, quien terminaba de meterse en la camisa que portaría para la noche. Mucho menos formal que la que usaba antes. Saca sus brazos de una, y luego intenta que su cabeza siga los mismos pasos, hasta que escucha a Ken, y se mueve por la sorpresa. Estuvo a punto de tropezar con sus propios pies, el árbol tras de él le impide caer. Gira sobre su eje y cuando está terminando de sacar la cabeza escucha algo rasgándose. 

La conversación de la que no era partícipe se detiene abruptamente, y cuatro pares de ojos se dirigen a su posición, sin poder notarlo.

—¿Yuuri?—musita preocupado el hermano de su novio.

—¿Shibuya? —inquiere a su vez el gran sabio.

—¡¿PERO QUÉ SE SUPONE QUE PASA EL DÍA DE HOY?! 

 

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Mientras el carruaje avanzaba a toda velocidad siendo guiado por el castaño, acompañado del espía, dentro del vehículo Yuuri intentaba reparar por todos los medios que podía la tela de su camisa sin éxito. La prenda en sí estaba casi en perfecto estado, salvo los primeros botones que habían saltado por todos lados en el segundo en que él había chocado con una de las ramitas del árbol. Ha tenido apenas suerte, un poco más, y se habría deshecho por completo.

—Ya, ya, Shibuya... —le intentó consolar Murata, resignado, mientras comenzaba a quitarse su propia camisa con tranquilidad— Puedes usar la mía, y yo conseguiré algo mientras van a la ceremonia.

Yuuri negó de inmediato.

—No. Ya que estás aquí, tú tampoco puedes faltar— le recordó, rindiéndose con la ropa, echando la cabeza atrás.

Shouri le escuchó curioso, sin voltear a verlo, demasiado concentrado en la vista fuera del vehículo. La noche comenzaba a caer con lentitud, y el cielo era sencillamente majestuoso.

—Si lo pides correctamente, yo, tu hermano mayor, puedo darte mi ropa —comentó, sereno.

—¿Y de qué me serviría? —replicó el menor, irritado, pero sin querer ser tan grosero agregó— Eres más alto que yo, y me quedará enorme... Aunque te agradezco que te preocupes por mí...

El mayor hizo una mueca, pero no respondió.

—Bueno, siempre puedes ir a tu cuarto corriendo, dudo que alguien empiece nada si no llegas a la hora que debes —medita el sabio, pensativo.

—¿Tú crees que van a estar esperando? ¡Ni siquiera es justo! Se supone que todo es sobre Greta hoy, si yo llego tarde no dejarán de hablar sobre el rey que no pudo llegar a tiempo al cumpleaños 16 de su única hija.

Murata asintió, comprensivo.

—Lord von Christ no parece del tipo de persona que tenga mucha paciencia con los retrasos —aceptó, luego sonrió, mientras volvía a desvestirse con calma— Bueno, entonces no tienes otra opción... Si el Sabio no aparece no hay tanto problema.

—¡No puedes faltar a la ceremonia! —repitió Yuuri, y al ver que ni eso lo paraba de desnudarse, agregó con voz casi ahogada— ¡Además no puedo aceptarla!

Ken, quien tenía ahora la mitad de la camisa abierta mientras soltaba la risotada, se quedó quieto de pronto. Levantó la mirada con la curiosidad escrita en su semblante.

—¿Qué?

Shouri también se interesó en aquello, por lo que miró a su hermano confuso, justo por sobre su hombro. Yuuri se ponía  más y más incómodo mientras pasaban los segundos, hundiéndose en su sitio. No quería tener esa conversación con ellos en ese momento, pero sus opciones eran limitadas.

"—Mi tío continua rondando por ahí, así que probablemente terminaré por cruzar con él en algún momento de la noche"

Las palabras del rubio seguían dando vuelta en su mente. No podría escaparse de Waltarana esa noche, sin importar cuánto lo intentara. Y si quería tener esperanza alguna de ganarse a ese hombre que era tan importante para el rubio, su comportamiento tenía que ser excelente. Debía seguir todas las normas.

—No puedo aceptar usar nada que no sea mío... O de Wolfram —explica, sintiendo que sus mejillas comienzan a calentarse, luego de susurrar casi sin voz lo último.

"—Es una tremenda falta a la moral ir usando ropa ajena, al menos entre los nobles. No se espera que el Maou necesite usar algo que no sea suyo, evidentemente, pero debido a las situaciones pasadas no es tan importante...."

La voz de Gunter resuena en sus oídos. Hubiese preferido vivir unos días más sin saber ese tipo de cosas.

—¿Eh? ¿Pero por qué? —pregunta Murata, algo confuso.

Hasta ese momento, Shibuya nunca le había peleado el hecho de vestirse con lo que cayera. Vivieron tantas aventuras donde cambiarse por lo que fuera era de vital importancia. Fuera ropa suya o no. ¿Por qué ahora cambiaba de opinión? Eran incluso de la misma talla. Sí, quizá su camisa no fuera la mejor para combinar con su pantalón, e incluso Murata habría intercambiado las piezas completas pero algo le decía que el problema no iba por allí. Shibuya carecía de sentido de la moda. No le resultaba lógico por mucho que lo pensara. Yuuri, por su parte, seguía escuchando la voz del de ojos lila mientras los segundos pasaban.

"—Entiendo que desea aprender los pormenores de su nuevo título, majestad, sin embargo, pisamos terreno peligroso... Por su rango, no debería de existir problema alguno en que use lo que usted considere conveniente pero... Como compañero..."

—Porque es una falta de respeto a mi futuro esposo...  —murmuró Yuuri, en un hilo de voz, tras lo que pareció ser el silencio más largo hasta ahora.

En ese instante, el carruaje se detuvo, y los pasos fuera les indicaron que era hora de bajar del mismo. Murata continuaba procesando lo dicho por el Maou mientras que al hermano de éste no le pasaba desapercibido el tono del menor. Aunque sonara así de avergonzado, no daría su brazo a torcer. Le observó con particular atención, a la vez que el menor se removía en su sitio. Abrió la boca para replicar, hasta que lo vio. El shock adornó sus facciones. Traumatizado era una perfecta palabra para el estado en que se encontraba. En el momento en que la puerta se abrió, el rey salió casi disparado fuera. El Sabio comprendió de pronto, pero no pudo detenerlo. Ken solo atinó a gritar, con un tono de sorpresa que no era nada similar a los que actuaba para burlar al moreno:

—¿¡TE VOLVISTE SU COMPAÑERO!?

Yuuri no se molestó en voltear a verlos. Cuando pasó casi empujando a su padrino y al futuro esposo de éste, Conrad abrió los ojos con sorpresa, y casi pánico en su rostro. A su lado, Yozak primero se mostró sorprendido antes de mirar a su prometido con una expresión traviesa...

—¿Eso era...?

Conrad no respondió. Yozak no buscaba aprobación tampoco. Sintió los brazos rodearle, y ahogó un quejido cuando lo escuchó reír tan campante. Cuando lo sintió apartarse le miró de reojo, se escandalizó al verlo abrir la parte superior del vestido.

—¡Yozak! —le reclamó, histérico.

Su novio le guiñó el ojo.

—Es para que, como su majestad, todos sepan que tengo dueño...

Conrad entendió por primera vez esa expresión de la tierra, que hasta ese día no había llegado a Shin Makoku. "No sé si reír o llorar" pensó, cansado, haciéndose mentalmente a la idea de que esa noche sería algo que pasaría a la historia. Solo rezaba porque su nombre desapareciera de los libros, porque no quería tener nada que ver en esa historia.

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El rey avanzaba apresuradamente por los pasillos del castillo mientras revisaba la bolsa que su madre le diera casi una hora atrás. Había dos cajas distintas dentro, y en una pequeña bolsa para sandwiches, reconoció el dorado del arreglo. Sacó primero la caja más grande, que tenía un enorme moño rosado encima. Asumió que era para su hija, y cuando vio la pequeña etiqueta con su nombre sobre ésta casi sonrió.  Chocó al doblar por una esquina, y cuando se disculpaba reconoció a una de las tres damas que siempre pululaban por toda su área.

—¡Lasagna! ¡Qué suerte verte! —dijo, sonriendo, ella intentó hacer una reverencia, pero él la frenó— Toma, deja esto en mi habitación por favor, ¿sabes si han comenzado ya?—inquirió, mientras depositaba la bolsa con la otra caja sobre sus brazos, sacó el otro objeto antes de soltarla.

La chica negó, queriendo hablar pero él ya estaba avanzando.

—¡Gracias! ¡No pierdas eso! ¡Cuento contigo!

La dama solo le miró ir al trote antes de que pudiera procesar bien siquiera lo que sus ojos habían visto. Comenzó a sonrojarse con violencia. Su majestad siempre lucía bien, por supuesto, pero nunca antes había tenido oportunidad de verlo usar ropa medio abierta de manera tan casual. Su traje elegante, con los primeros botones abiertos —ella no notó que estaba roto—, le daba un aire despreocupado.

Y no habría existido problema alguno —¿qué podían reclamarle al Maou sobre su aspecto fuera de las normas, conociéndolo?—, sino fuera porque reconoció lo que parecía un hematoma en su pecho. No necesitaba verlo mucho para saberlo. Eso no era un golpe, en lo absoluto.

Quizá ella habría pensado que finalmente Lord Weller había regresado a buscar el alma que le pertenecía de no ser porque vio el objeto de oro brillando en las manos del rey. Ahogó un suspiro resignado, antes de obligarse a correr a hacer lo que él solicitó. Debía darse prisa para volver. 

¡El chisme que saldría de todo aquello le exigía apurarse!

 

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Los dedos del rey temblaban de los nervios mientras colocaba un último elemento en su atuendo, estando a pasos de las grandes puertas que lo separaban del salón principal, donde se llevaría a cabo una pequeña ceremonia antes del banquete que se planeaba para la fiesta de su hija. Escuchó la música resonando con fuerza incluso desde metros fuera, y supo por ella que estaban a poco de comenzar. 

—Muy bien, Shibuya. Mira que la has vuelto a armar... —se dijo, al cerrar el broche sobre su pecho, a la altura del corazón. 

En el carruaje había sacado los hilos rotos de los botones que no se molestó en volver a intentar colocar. A como pudo, alisó la tela de esa sección, sin darle más importancia. Sabía que esa ropa no era para ese estilo tan "galán" —aunque él nunca podría verse a sí mismo de esa manera, de ninguna manera—, pero era su mejor opción en el momento. Se pasó una mano por el cabello, que terminaba de secarse. Se colocó derecho en su sitio y justo cuando la música bajaba de intensidad, abrió con fuerza las puertas, que siguieron sus movimientos gracias a los guardias del otro lado de éstas.

Todos los invitados volvieron su mirada en su dirección, y Yuuri intentó imitar los orgullosos pasos de la familia real a la que pronto pertenecería. Alcanzó a ver a Gwendal al fondo, a su lado, Gunter lucía igual de hermoso que el propio general, a unos pasos de él, distinguió la rubia cabellera de su futura suegra. Todos ellos se veían más imponentes que nunca, inalcanzables sería la palabra que él preferiría usar. Paseando su mirada en esa dirección —intentando ignorar por todos los medios la mirada de las más de 500 personas allí sobre él—, notó los cabellos dorados del Lord que le provocaba dolores de cabeza. Frunció el ceño ligeramente cuando Waltarona le dedicó una mirada resentida. Continuó su búsqueda.

Sus pasos no se detuvieron ni siquiera cuando empezó a escuchar murmullos a su alrededor. Caminó con pasos firmes, imponiendo su autoridad como pocas veces, mientras sus ojos ansiaban encontrar las dos figuras que había abandonado antes esa misma tarde. Cuando alcanzó el fondo del salón, su mirada dio directamente con la de Gunter, quien tenía una expresión de sorpresa. Shibuya no notó ni por asomo la manera en que el pelilila agarraba el brazo de su esposo con fuerza. Giró su rostro, al oír la voz de su hija.

—¡Yuuri! ¡Lo lograste! —alabó ella, aliviada, y el Maou se acercó a abrazarla, unos segundos después de depositar el regalo de sus padres en sus manos inquietas.

El moreno tenía rodeada a su hija con sus brazos cuando escuchó pasos familiares a su lado, en el momento en que elevó el rostro chocó de lleno con la mirada oscurecida de Wolfram. Tembló imperceptiblemente. Abrió la boca dispuesto a defenderse, para excusarse y recordarle que definitivamente llegó a la hora adecuada, cuando la voz seria del otro dijo:

—Todavía no decido si me estás haciendo sentir orgulloso, o terriblemente avergonzado.

El Maou le miró con una interrogante en los ojos, luego sintió la mano del otro sobre su pecho, mientras Greta se alejaba de él con una sonrisa divertida en los labios. Wolfram tenía sus ojos fijos en el dorado broche que le había regalado, justo sobre su corazón. Eso es lo que él pensaba. 

—Qué descarado... —escuchó Yuuri que decía, y estuvo por preguntarle a qué se refería cuando ocurrió el primer momento memorable de la velada.

El moreno levantaba la mirada de donde la mano del otro descansaba, justo al tiempo en que este invadía su espacio personal. Sintió el conocido cosquilleo en sus pecho cuando sus respiraciones se mezclaron, y cerró los ojos por inercia cuando sus labios tocaron los del otro, en un beso casto. Wolfram se alejó en segundos que para Yuuri se sintieron como horas enteras, sonriéndole de una manera en que nunca antes le había observado. Tan orgulloso, sí, pero parecía tan en paz... Si bien sabía que por sus venas corría sangre de demonio, en ese momento le pareció que conocía un verdadero ángel.

—Orgulloso será... —decidió, divertido, ante la expresión del Maou.

El no supo qué responder, más interesado en el hecho de que su orgulloso prometido posaba una mano sobre su pecho, deshaciéndose primero del broche de león que él le eligiera horas antes. Se extrañó cuando le dedicó una sonrisa traviesa, que a la vez evidenciaba cierto nerviosismo que no llegaba a comprender. Cuando el príncipe comenzaba a sacar la chaqueta azul de su traje es que el peso de las cosas comenzaba a caer sobre él. Pero, eso que pensaba ahora debía ser una total exageración. Recuerdos de una discusión matutina, y una larga charla con su consejero le hicieron eco. Luego un incidente en el bosque donde su ropa terminaba en no muy buenas condiciones. Intentó restarle importancia.

Quizá su contrariada expresión, aunada al silencio nervioso que le provocaron sus pensamientos, fue lo que despertó el interés del otro nuevamente. El rubio ya tenía la prenda de azul profundo en uno de sus brazos cuando otro de éstos alcanzó al moreno, rodeando su cadera, acercándose de nuevo a su rostro. Las manos del rey se pusieron sobre su pecho por inercia, sin llegar a detenerlo. Se siente un poco mejor cuando nota la sonrisa ladina en sus labios.

—A veces eres demasiado lindo...

Acepta el beso con gusto, porque necesitará al menos otros diez para lidiar con el regaño que tendrá luego de esto. Gwendal, Günter, Conrad incluido... Tendrá una buena migraña, esta seguro de ello. Siente la sonrisa nerviosa en el rubio, y manda la rectitud que esperaba de sí mismo al carajo cuando lo escucha reír por lo bajo. Sus brazos rodean el cuello del otro.

—Yuuri... —escucha que le advierte, entre divertido y asustado.

—Tu hermano me matará de cualquier modo—le recuerda, antes de besarlo de nuevo— Al menos... —se aleja un poco antes de repetir la acción— Que valga la pena...

El que la pequeña risotada del otro sea contra su boca es algo que nunca esperó que fuera tan placentero. Y el que Wolfram lo rodee posesivamente frente a medio pueblo también es igual de bueno. 


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