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Relación de Intereses por OneMinuteBack

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Capítulo Uno

El acompañante

El número 192a del Callejón Diagon era... inexistente.

Había un número 192 pero era una pequeña librería en la que nunca se había fijado, ubicada entre una tienda de túnicas y una de zapatos. Ni rastro de MagicMeet.

Harry se echó un glamour encima de proporciones épicas, y entró en la librería. Nada más pasar por la puerta, le entró un ataque de tos. Había toneladas de polvo ahí dentro. Caminó por un estrecho pasillo, entre paredes de libros amontonados sin cuidado a ambos lados. Después de lo que a él le parecieron años, consiguió llegar a un mostrador de madera antigua, donde un hombre mayor dormitaba en una silla.

— Perdone —llamó. El hombre roncó fuertemente— ¡Perdone!

El anciano se sobresaltó graciosamente, casi cayendo de la silla. Miró a Harry como si fuese un fantasma.

— ¿Sí?

— ¿Sabe dónde está el número 192a? —cuestionó. Le daba demasiado reparo pronunciar el nombre del negocio, aunque fuese con un glamour y nadie pudiera reconocerle.

— Tiene que llamar al timbre.

— ¿Disculpe?

— El timbre que hay en la pared —repitió el hombre.

Harry lo miró sin entender.

— ¿Qué timbre?

— En la pared, décima fila empezando por el suelo, tercer adoquín desde la derecha.

— Vale —respondió, no muy seguro—. Gracias.

Se dio la vuelta, volviendo a atravesar el desastroso pasillo, ahogándose otra vez en el proceso. Estaba seguro de que sus pulmones se resentirían después de eso.

Cuando consiguió salir a la calle, miró la fachada de la librería. Estaba seguro de que no había ningún timbre, pero no le costaba nada comprobarlo. Contó las diez filas desde abajo, y miró el tercer adoquín de la derecha y...allí estaba el timbre.

Harry frunció el ceño, pensando en lo raro que era todo eso, mientras se acercaba a la pared.

El timbre no era más que un diminuto botón de color rosa, tan pequeño como la yema de su dedo meñique. Encima de él habían unas diminutas letras doradas que ponían: MagicMeet.

Apretó el pequeño botón. Durante los tres primeros segundos, no pasó nada. De repente, la librería y la tienda de ropa se separaron, dejando ver otra tienda entre medio. Imaginó que era MagicMeet, aunque no tenía ningún cartel identificador. Por un momento miró hacia un lado y otro de la calle, pero no parecía que ningún transeúnte estuviera viendo lo mismo que Harry, y se preguntó que clase de hechizo tenía la tienda en él.

La pared del local era de un mármol rosa pálido brillante, con pequeñas vetas doradas que parecían danzar. No tenía cristaleras, supuso que porque no las necesitaban, ya que no había nada que exponer allí. Lo único que había era un puerta del mismo color que la pared, con un pomo en forma de frasco de Amortentia, que expulsaba burbujas en forma de corazón.

Respiró hondo antes de entrar.

El interior era tan extraño como el exterior. Debían haber al menos cien metros cuadrados de superficie, tanto el suelo como el techo y las paredes eran del mismo mármol que el de la fachada. En el centro, había un escritorio blanco, y una mujer sentada detrás.

Se acercó con lentitud. Extrañamente, sus pasos no resonaron como creyó que harían. Cuando llegó al escritorio, se encontró con una mujer de mediana edad, con el cabello negro y rizado, cardado en un alto moño negro. Llevaba puestas descuidadamente unas gafas sobre el puente de su nariz, sus ojos eran completamente negros, tenía un lunar justo sobre el labio superior y masticaba chicle de color fucsia.

— ¿En que puedo ayudarle? —preguntó con voz desganada. Su mano derecho jugueteaba con una pluma para escribir.

— He venido a solicitar información —dijo. Primero quería enterarse exactamente en qué consistía ese negocio, y luego ya vería qué hacer.

— Pues le informo que hoy es veinte de Junio, hay veintiocho grados, parcialmente soleado, y que mi gato se ha escapado esta mañana. ¿Algo más?

Harry intentó darse paciencia a sí mismo.

— Quiero información sobre los servicios que prestan.

La mujer alzó una ceja, y le escrutó sobre sus gafas.

— Quiere un acompañante —afirmó.

— Quiero saber en qué consiste tener un acompañante.

— ¿Usted qué cree? —replicó ella, como si le estuviera preguntando a un niño cuánto eran dos más dos.

Él nunca se había caracterizado por su paciencia, y presintió que no iba a salir nunca de esa conversación sin sentido.

— Mi mente de Auror cree que tal vez sea un negocio de prostitución, trata de blancas y tráfico de personas. Pero solo es una suposición. ¿Qué me dice usted?

La mujer sonrió. Su tono de voz se dulcificó al instante.

— Oh, ¿es usted Auror? Déjeme decirles que hacen una labor encomiable en esta ciudad. Y disculpe mi tono. Es que hoy he ido a la peluquería, y los gases de la poción fijadora me han dejado con un dolor de cabeza insoportable —explicó exageradamente amable.

— Claro —contestó secamente.

— En MagicMeet nos encargamos de realizar relaciones mutuamente beneficiosas.

— ¿A qué se refiere exactamente?

— A que, por ejemplo, usted va a asistir a una boda y quiere impresionar a todo el mundo, pero no tiene con quién ir. Pues usted viene aquí, nos indica sus preferencias y nosotros nos encargamos de encontrarle al acompañante perfecto para la ocasión.

— ¿Qué hay que dar a cambio?

— A nosotros, dos cientos galeones por la tasación. El precio con su acompañante lo tiene que negociar usted.

— ¿Y ya está?

— Por supuesto.

— Y si quisiera, ¿podría alquilar a alguien para situaciones eventuales?

— Bueno, nosotros no somos un restaurante a la carta. Tenemos una política de privacidad muy estricta, así que la asignación de su acompañante es anónima y de nuestra elección. Puede hacer encargos eventuales, pero nada le asegura que podrá disponer del mismo acompañante todas las veces.

Genial. Iba a tener que pagarle a un chico durante meses enteros hasta que este conquistase a Adam.

— ¿Desea hacer algún encargo?

Harry lo pensó durante unos instantes. La duda cruzó por su mente. Sabía que eso no era del todo correcto, pero tampoco sabía qué otra cosa hacer. No podía seguir en esa situación.

— Sí —contestó, seguro.

— Bien. ¿Hombre o mujer?

— Hombre.

— ¿Preferencias?

Dejó caer un suspiro. Por un momento no supo qué decir, pero luego recordó que cuando Adam y él eran amigos, el chico le había confesado que le gustaban los rubios, lo cual era extraño, porque Harry era la persona menos rubia de la faz de la Tierra.

— Rubio.

La mujer le miró de soslayo.

— ¿Nada más?

— ¿Puedo pedir lo que quiera?

— Puede pedir hasta un unicornio —contestó, con su tono mordaz de vuelta—, pero nada le garantiza que se lo consigamos.

Puso los ojos en blanco.

— Rubio, ojos claros, delgado. Amable, simpático, inteligente...

— ¿Edad?

— Entre veintidós y veinticuatro.

— Es decir: veintitrés —afirmó ella—. ¿Alguna preferencia para los momentos íntimos?

— ¿Perdón?

— Nosotros disponemos de algunos acompañantes más... liberales que otros. No me malinterprete —se apresuró a añadir—, nosotros no obligamos a nadie a tener sexo. No somos un prostíbulo. Pero si un acompañante decide tener sexo con su cliente, nosotros no se lo vamos a prohibir.

— ¿También cobran por cada polvo? —cuestionó con sátira.

— Por su puesto que no —negó ella exageradamente—. Nosotros solo nos encargamos de juntar a aquellos que necesitan compañía, con los que necesitan ingresos. Relaciones de intereses, recuérdelo. Y si a ellos les interesa el sexo, nosotros no se lo vamos a negar. Obviamente, hay algunos de nuestros acompañantes que no están dispuestos a esas actividades, por eso le preguntamos.

— Bueno, no voy a tener sexo son él —afirmó. El chico ni si quiera era para él, pero eso no se lo iba a decir—. Pero tendría que estar dispuesto a dar un par de besos de ser necesario.

— ¿Algo más para su lista de deseos? —se burló la mujer. Harry la ignoró.

— Que sea de mente abierta —añadió, recordando que los padres de Adam eran muggles.

— ¿Eso es todo?

— Sí.

— Firme aquí —miró el pergamino frente a él, en este estaban escritas todas sus preferencias, como lo había llamado la mujer, junto con una política de privacidad y una lista de hechizos y pociones —. Es la información sobre su encargo, un acuerdo con el que se compromete a realizar una trasferencia bancaria a nuestra bóveda por el valor de dos cientos galeones, nuestra política de privacidad, la cual prohíbe por nuestra parte la divulgación de su identidad y por la suya, la divulgación de la identidad de su acompañante, así como los servicios que presta, y se le informa de que queda terminantemente prohibido y que informaremos a la oficina de Aurores en el caso de que se use algún hechizo o poción que agreda, hiera, incapacite, subyugue, enamore o mate a su acompañante —Harry alzó una ceja ante eso último. La mujer se encogió de hombros—. Créame, hemos visto cosas muy extrañas.

Harry se preguntó si no debería informar a su jefe sobre esto. Al final terminó por soltar un suspiro, grabando su firma en el pergamino.

— Genial —contestó ella.

— ¿Por qué se esfuerzan tanto en esconder la tienda en el Callejón Diagon, si se anuncian en El Profeta? —preguntó con curiosidad.

— Oh, nuestro anuncio solo es visible para aquellos que realmente lo necesitan. Para el resto de gente, solo leerán propaganda de la librería de al lado.

Harry abrió la boca, extrañado por un momento. Luego recordó la Sala de los Menesteres en Hogwarts, así que en el fondo eso no era tan extraño.

— Ya.

— Felicidades, señor Potter. Acaba de iniciar una relación de intereses.

El moreno se paralizó durante un segundo.

— ¿Cómo...?

— Tenemos un hechizo anti-glamours aquí dentro. Pero no se preocupe —respondió ella, agitando el pergamino—, no vamos a decir nada.

— Bien —asintió con desgana.

— En un plazo máximo de una semana recibirá una lechuza con una citación donde se encontrará con su acompañante.

— Lo espero con ansias —pronunció con sarcasmo, mientras se dirigía a la salida.

La lechuza llegó dos días después citándole al día siguiente en una cafetería. Era un pequeño lugar en el Londres mágico que Harry nunca había visitado, con apenas una decena de mesas decoradas con un bonito mantel blanco y un bouquet de flores en el centro.

Se quedó pasmado en el pequeño pasillo que había entre esas mesas, al ver a Draco Malfoy allí sentado, leyendo el periódico y bebiendo algo de una taza de porcelana.

— Malfoy —murmuró asombrado.

El aludido levantó la vista, le miró de arriba a abajo con desdén y luego volvió a su lectura.

— Potter —respondió con voz aburrida.

Lo primero que pensó era que el rubio era su acompañante, pero el chico no parecía que tuviera ganas de tener un encuentro con él. Se sentó en la mesa de al lado, esperando a ver si Malfoy le decía algo, pero eso no ocurrió. Tal vez no era su acompañante después de todo, aunque ciertamente él entraba en la descripción física que había dado, porque su cabello era rubio y ordenado, sus ojos eran grises si no recordaba mal, y era delgado. La descripción sobre su personalidad era lo que no encajaba, porque Malfoy no era ni simpático, ni agradable, ni de mente abierta.

No podía ser él.

— Hola —dijo alguien frente a él. Apartó la vista de su antiguo compañero, para fijarla en el chico que le había saludo—. Soy Erik, creo que habíamos quedado.

Erik tenía el cabello rubio dorado, los ojos azules y una sonrisa amable.

— Hola —saludó, estrechándole la mano—, ¿tu eres mi acompañante? Quiero decir...

Merlín, ¿por qué eso era tan violento?

El chico soltó una pequeña risa, tomando asiento.

— Sí, soy yo —Harry asintió, sin saber cómo abordar el tema—. En el encargo no ponía específicamente qué necesitabas.

— Ya —respondió un tanto incómodo. ¿Cómo iba a decirle a un desconocido que quería que conquistase a su novio?—. Es un poco complicado.

— Tranquilo, no será nada nuevo, créeme.

Erik parecía totalmente tranquilo, y sus ojos azules no parecían juzgarle. Supuso que en su trabajo, ya estaba acostumbrado a estas situaciones.

— Verás, hace tres años que mantengo una relación con Adam, mi novio. Me gustaría terminar con la relación, pero él depende mucho de mi, así que he pensado que si él llega a conocer a alguien que pueda reemplazarme, la ruptura no sería tan dolorosa.

El chico se quedó mirándole durante un instante, intentando comprender lo que Harry intentaba decirle.

— ¿Quieres que me ligue a tu novio? —preguntó con asombro. Tal vez no estaba tan acostumbrado a estas situaciones después de todo.

— Sí.

— Eso es bastante extraño.

— Lo sé. No haría esto de haber otro remedio, pero ahora mismo no encuentro otra solución para terminar mi relación.

Los ojos azules de Erik lo miraban con duda. Harry rezó interiormente para que aceptase, pero al final vio al chico negar con la cabeza.

— Mira, lo siento mucho, pero ya tuve una mala experiencia con algo parecido a esto, y no quiero repetirlo. No me gusta meterme en relaciones —explicó, levantándose con una sonrisa de disculpa—. Estoy seguro de que MagicMeet puede encontrar a alguien que acceda a esto, pero no voy a ser yo. Lo siento.

Soltó un suspiro, viendo como Erik abandonaba la cafetería. A su lado, escuchó un carraspeo. Cuando giró su cabeza hacia la derecha, se encontró con Malfoy ocultando su risa tras su taza de porcelana.

Casi se había olvidado de él.

— Como me entere de que le has contado esto a alguien, me encargaré personalmente de que encuentren tu cuerpo en el fondo del río Támesis, ¿entendido?

Malfoy alzó una mano, con una sonrisa burlona en la cara.

— No he oído nada —afirmó.

Resopló, poniéndose en pie y saliendo del establecimiento de mala gana.

La semana siguiente, fue más de lo mismo. Iba a MagicMeet, le contaba su situación, le enviaban una tarjeta con la cita, conocía a su acompañante y, cuando le explicaba lo que quería, este se negaba.

— Quiero mil galeones.

Harry casi se echa a reír.

— Sólo vas a tener una cita con él, no a matarlo.

Nathan, el acompañante que le había tocado esa vez, que no era ni si quiera rubio, sino que tenía el cabello negro y los ojos marrones —la recepcionista de MagicMeet ya le había dicho que había conocido ya a todos los rubios disponibles de allí—, le miró impasiblemente y se encogió de hombros.

— Mil galeones o nada.

— Entonces será nada.

— Bien.

El chico se levantó y salió de la cafetería. Harry se recostó sobre su asiento, cerrando los ojos. Tal vez eso era una señal divina que le estaba diciendo que su plan no iba a funcionar o era demasiado cruel, y por eso no encontraba a nadie.

— Yo podría ayudarte.

¿Por qué siempre se olvidaba de que Malfoy estaba a su lado?

Abrió los ojos, mirando a su antiguo compañero del colegio. Malfoy había estado sentado en la misma mesa, leyendo el periódico y bebiendo lo que ahora sabía que era té, todos los días en los que Harry había ido a esa cafetería.

— ¿Qué?

— Que yo podría ayudarte.

Harry entornó los ojos, aunque el rubio miraba muy concentrado hacia su periódico. Pensó en negarse automáticamente, pero luego lo reflexionó. Si había alguien en el mundo, que no iba a juzgarle, pidiese lo que pidiese, ese era Draco Malfoy. Es decir, él ya pensaba lo peor de Harry, nada podía empeorar eso.

— ¿En serio? —cuestionó escéptico.

— Cinco letras: que se mueve, actúa o hace una cosa muy deprisa, empleando poco tiempo o menos tiempo del que se considera normal.

El moreno frunció el ceño, negando con la cabeza.

— ¿Veloz? —dijo.

— Cinco puntos para Gryffindor— alabó el otro con sarcasmo, escribiendo la palabra en el periódico. Luego lo dobló elegantemente y bebió un poco de té— Siéntate ahí.

— No soy tu elfo doméstico.

Malfoy rodó los ojos, soltando un larga exhalación por la nariz.

— Siéntate ahí, por favor —repitió más amable, señalando a la silla frente a él—, y negociemos.

Obedeció a regañadientes, tomando asiento donde le indicaba.

— ¿Qué quieres a cambio?

— Lo mismo que le ibas a dar a los demás.

— ¿Dinero? —preguntó extrañado— ¿No tienes a un papá rico?

El rubio de encogió de hombros con el rostro impasible.

— ¿Quieres mi ayuda o no?

Harry soltó un suspiro. Si iba a aceptar a Malfoy en eso, era mejor que se llevasen bien, o al menos lo intentasen.

— ¿Cuánto quieres?

— Dos cientos galeones por cada semana de trabajo.

— Ni de coña —negó al instante—. Eso solo te beneficiaría a ti, ya que cuanto más semanas tardes, más dinero ganas —para su sorpresa, el otro alzó una comisura de su boca, como si estuviera impresionado —. Te daré cien galeones por cada encuentro, y dos mil cuando consigas que Adam rompa conmigo.

— Cien por cada encuentro y cinco mil al terminar.

— Tres mil es lo máximo que te voy a dar.

Malfoy guardó silencio durante un instante, y luego asintió lentamente con la cabeza.

— Bien —aceptó, tendiéndole la mano—. Trato hecho.

Cuando estrechó la mano del rubio, tuvo la sensación de que acababa de cometer un error.

Notas finales:

¡Hooooooola pajarillos sin cola!

¡Aquí el primer capitulo de esta historia! (Ya que el anterior era el prólogo)

Bueno, ya sabéis la participación de Draco aquí. Sé que muchos pensabais que iba a ser el acompañante, pero no ha sido así, aunque ha terminado haciendo la misma función.

¿Soy la única fan de la secretaria de Magic Meet? Creo que J.K debería añadir este negocio a su Callejón Diagon jaja

  ¿Creéis que Harry habrá cometido un error o no? Habrá que esperar para saberlo xD

Intentaré actualizar a principios de la semana que viene, así que... ¡Hasta pronto!

 


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