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Amar en Tres Tiempos (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Tiempo Segundo:

Talón de Aquiles

 

Dejar el talón de Aquiles

 a la vista para —por lo menos—

 dar una patada

 antes de dejarse herir.

(Patricia Benito, Primero de Poeta)

 

 

 

—¡Ha quedado perfecto! —exclamó Eren lleno de jubiloso orgullo tras su arduo trabajo de la última hora. Tras quitarse con las manos los restos de ramitas de abeto que se habían quedado adheridas al bajo de sus vaqueros azules y a las mangas del suéter rojo de cuello alto que llevaba ese día bajo el mandil azul con el logo de la tienda, este tomó entre sus manos al gato negro que estaba echado a su lado, durmiendo, para ponerlo frente al pequeño árbol de Navidad que ahora decoraba una esquina del local y el cual estaba lleno de brillantes cintas plateadas y bolitas de translúcidos colores—. ¿Qué opinas, Khepera? ¿Te parece bonito?

El animal soltó una especie de suave gruñido gutural de manera amenazante y se removió con fuerza entre sus manos hasta que el chico se vio en la obligación de soltarlo; esa no era la primera vez que el condenado gato perdía la paciencia con el crío y en todas ellas acabaron con Eren sangrando tras ser víctima de las afiladas garras del temperamental felino.

 Tras lanzarle una última mirada llena de desprecio por interrumpir su descanso, Khepera, con la delgada cola muy erguida tras él, se subió de un brinco al mostrador y se recostó al lado de donde Levi estaba sentado trabajando, ronroneando suavemente en busca de mimos.

—Que mocoso más idiota —le dijo Levi mientras acariciaba un par de veces el lomo del gato. El suave y brillante pelaje negro pegándosele al bicho más y más al flexible cuerpo en cada una de las pasadas—. Sabes que esta bestezuela odia que lo despierten de forma brusca; por eso estás siempre lleno de rasguños. Cualquiera pensaría que con quince años ya serías un poco más listo —le soltó al chico a modo de reproche mientras dejaba de acariciar al animal, se quitaba unos cuantos pelos adheridos a sus pantalones de tela negros y tanteaba bajo el estante del mostrador hasta hallar un pequeño bote de alcohol en gel. Se echó un poco en las manos antes de proseguir con su trabajo de armar sets de tés, infusiones y accesorios que pondría a la venta y servirían como obsequios potenciales a sus clientes.

—Es terriblemente injusto que Khepera lo prefiera a usted antes que a mí, ¡ambos lo cuidamos! —protestó Eren y se acodó sobre el lustrado mostrador de cedro observando con ojo crítico como él hacía un intento por no destrozar el papel celofán trasparente que envolvía la cestita con su contenido mientras trataba, sin mucho éxito, de atar un lazo rojo con dorado en la cima de este—. Además, estando usted cerca suele mostrarse más arisco conmigo; cuando nos encontramos solos en casa, siempre es más dulce. Creo que el problema radica en que Khepera teme que usted llegue a pensar que me quiere mucho más a mí y eso lo pueda hacer sentir mal. Ya sabe que es muy sensible.

—Tch, jodido gato —masculló Levi entre dientes, ganándose un latigazo de la cola del felino que, con los ojos cerrados, se fingía dormido—. Lo que no me entra en la cabeza es por qué insistes en traerlo a la tienda —replicó. Llevaba meses soportando que el chico se apareciera por allí cada sábado, cargando con el trasportín del animalillo para que lo cuidaran mientras trabajaban. Una puta molestia, en su opinión.

—¡No puedo dejarlo solo en casa tanto tiempo! Ambos pasamos casi todo el día fuera y Khepera se sentiría solo —exclamó Eren, ofendido; mirándolo con aquel gesto retador que daba a entender que aquello era algo obvio y que él era un idiota por siquiera preguntarlo—. Además, recuerde lo que pasó hace dos años, el día que tuve ese partido de fútbol en la escuela y usted llegó tarde a casa y se dejó la ventana de la cocina abierta. Tardamos tres días en encontrarlo, ¡tres! Yo no quiero volver a pasar nuevamente por eso, ¿usted sí?

Antes de que pudiese siquiera abrir la boca y decirle al chico que entonces no trabajase más allí, Levi se mordió la lengua y guardó silencio. Todas las ocasiones en que su mal carácter le hizo perder la paciencia y terminó discutiendo con Eren, diciéndole que se largara, acabaron con el mocoso conteniendo a duras penas la angustia, la rabia y las lágrimas en ese par de impresionantes ojos verdes y con él sintiéndose el peor cabrón del mundo por haber sido quien provocara eso.

 Joder, no pensaba pasar aquel día por ese calvario.

Hacía ya unos cuantos meses que Eren había comenzado a ayudarle de forma oficial en la tienda de tés e infusiones que él tenía emplazada en la zona central de Shiganshina. Cada tarde de viernes, que este solía tener libres, y los sábados al completo, el chico asistía sin falta a cumplir su turno y, por lo general, ambos solían trabajar bastante bien en conjunto y sin contratiempos. Lo que para Levi, que estaba habituado a estar casi siempre solo, era casi un milagro.

Su tienda, Teterum, llevaba ya siete años en funcionamiento y, tras un gran esfuerzo de su parte por conseguir buenos proveedores y hacerse de una clientela habitual y estable, podía decir con orgullo que esta marchaba bastante bien. No era un establecimiento grande, por el contrario. El local solo contaba con una sala muy simple de tres metros cuadrados, de bonitas vidrieras frontales que otorgaban una claridad envidiable al interior y un oscuro piso de madera caoba que él se encargaba de mantener lustrado e impecable. Durante el último año, Levi se dejó convencer por Eren para pintar las paredes, antes blancas, de un amarillo muy suave que, según este, serviría de contraste con el azul acero que coloreaba la fachada de la tienda. Sorprendentemente tuvo que reconocer que la elección del crío fue acertada, y que el vibrante color acabó por aportar alegría a la estancia además de combinar muy bien con los amplios anaqueles de madera de cedro que ocupaban las paredes, y que era donde los recipientes de cristal con diferentes selecciones de infusiones, los delicados juegos de tazas, las teteras y algunos dulces, esperaban por la llegada de los compradores. La pequeña bodega donde apilaba la mercadería sin exponer, junto a las diminutas habitaciones que eran la simple cocina y el cuarto de baño, terminaban de completar aquel lugar. Uno con el que él se sentía más que satisfecho.

—Déjeme a mí —le pidió Eren de repente, instándolo a apartar las manos del desastre que estaba haciendo con el arreglo y comenzando a atar él mismo la brillante cinta roja y dorada con dedos hábiles. Levantando la mirada como si percibiera su atento escrutinio, los ojos verdes del chico se encontraron con los suyos y le sonrió tímidamente, con las mejillas tan rojas como su suéter—. ¿Ya ha pensado en lo que va a desear como obsequio, Levi?

Él gruñó en respuesta, como venía haciendo la última semana cada vez que el mocoso le hacía la misma pregunta.

 Faltaban apenas diez días para la gran fecha y ya parecía que todo el mundo se mostraba enloquecido respecto a la compra de regalos y lo que harían para las fiestas. Las tranquilas calles de Shiganshina se habían transformado y ahora lucían llenas de adornos y luces coloridas que volvían las largas tardes otoñales en un sinfín de hileras multicolores bajo las cuales los transeúntes se paseaban mientras recorrían tiendas, platicando alegremente, riendo a carcajadas, bebiendo chocolate o café caliente y llevando con ellos el aroma del incipiente invierno pegado a los abrigos. Y Levi, a pesar de regentar una tienda que se beneficiaba enormemente de aquello, odiaba la Navidad. Odiaba toda aquella algarabía absurda y sin sentido y no soportaba la idea de tener que celebrar algo solo porque otros se lo impusieran; pero, sobre todo, detestaba aquella fecha porque era su cumpleaños. Uno que él siempre intentaba pasar por alto, pero el cual todos sus cercanos se empeñaban en recordar. Una verdadera mierda.

—Simplemente olvídalo, mocoso. No es algo tan importante, ya te lo he dicho una y otra vez, ¿no? —insistió, arremangándose hasta los codos el grueso suéter gris trenzado y escogiendo otros cuantos productos para armar otro arreglo.

—¡Pero es su cumpleaños! —Eren, irguiéndose frente a él, lo observó frunciendo las dramáticas cejas castañas en señal de enfado y terquedad—. ¿No puede cooperar aunque sea una vez? ¡Me hace lo mismo todos los años!

Al observarlo en ese instante, todo indignada obstinación frente a sus ojos, Levi no pudo contener una leve sonrisa que solo sirvió para enojarlo aún más. A pesar de los más de cinco años que lo conocía, todavía le seguía pareciendo increíble lo mucho que Eren se parecía a su madre, Carla. El alto y esbelto muchacho poseía el mismo cálido tono de piel de esta, de un moreno muy suave, y las mismas facciones delicadas y bonitas, haciéndolos a ambos realmente atractivos; sin embargo, lo que más parecía destacar en ellos, siempre eran sus ojos, enormes y bordeados de tupidas y largas pestañas oscuras bajo aquellas cejas un poco gruesas que parecían enfatizar en todo instante cada una de sus palabras y expresiones; pero, mientras los iris de Carla poseían un amable tinte ámbar que recordaban días soleados, los de Eren eran del verdeazulado del mar en verano o, en ocasiones como esa, del verde vibrante y ardoroso producido en las brillantes llamas de la combustión del cobre. Ese, sin duda, era el favorito de Levi.

—Tch, entonces ya deberías estar acostumbrado y no quejarte tanto —le espetó mientras tomaba el bonito arreglo terminado para dejarlo a un lado y le acercaba al chico la siguiente cestita de mimbre, ya llena, para que la envolviera. Sin detenerse a pensar en lo que realmente hacía, estiró una mano hacia Eren y la posó sobre su cabeza para despeinar un poco su lacio cabello castaño oscuro, en un gesto para reconfortarle y calmar su malhumor. Sus dedos, casi por decisión propia, vagaron hacia la morena mejilla que poco a poco iba perdiendo la suave redondez de la niñez y se quedaron allí un momento—. Da igual lo que me obsequies, Eren; de verdad.

Para su sorpresa, el chico se apartó de su contacto como si le acabase de dar una descarga eléctrica. Sus ojos verdes, enormes e insondables, lo observaron con algo parecido al pánico; su rostro inundado de un rojo furioso.

—Y-yo… ya pensaré en algo —masculló, nervioso. Eren pasó una de sus temblorosas manos por el lomo de Khepera, que ahora dormía perezosamente junto a la caja registradora, entreteniéndose en el suave tacto de su pelaje—; aunque debería esforzarse un poco más. Usted siempre es así de malo conmigo.

Levi chasqueó la lengua para protestar justo en el momento en que las campanillas colgadas sobre la puerta tintinearon y un grupo de cuatro chicas, más o menos de la edad de Eren, entraron en la tienda. De inmediato el mocoso se dispuso a atenderlas, solícito, explicándoles sobre los distintos productos que tenían y aclarando sus dudas.

 En un principio, cuando Eren, con quince años recién cumplidos, le pidió que lo empleara a medio tiempo, Levi se negó rotundamente, alegando que no necesitaba ni quería un ayudante. Era verdad que su tienda vendía bien y que había días de mucho trabajo, pero no era un negocio lo suficientemente grande como para pensar siquiera en tener a alguien más contratado cuando con él mismo se bastaba; sin embargo, durante las dos semanas siguientes a su petición, el mocoso no lo dejó en paz. Cada vez que estaban los dos solos en su casa, ya fuese cuidando de Khepera o las noches que el chico se quedaba a cenar con él, este sacaba a colación el tema, alegando que necesitaba ganar un poco de dinero extra y que la única posibilidad que tenía de que Carla le diese su autorización era que fuera Levi quien lo contratase.

 Ya fuese por cansancio o porque simplemente casi nunca era capaz de decirle que no, el condenado mocoso acabó saliéndose con la suya y consiguiendo lo que quería, una vez más.

 Tras darle la noticia y tener que lidiar con su entusiasmo desbordante, Levi habló con sus padres. Tal y como Eren le había dicho, ni Carla ni Grisha estaban demasiado de acuerdo con la idea, indecisos ante la posibilidad de que el chico bajase sus calificaciones en la escuela, pero tras acordar un horario y las condiciones con Levi, le permitieron a su terco hijo conseguir aquel trabajo.

Las obligaciones de Eren en la tienda realmente no eran demasiadas: ayudaba en la limpieza y en la reacomodación de mercadería y cada fin de mes estaba a cargo de los inventarios. Otra de sus tareas era la atención de los clientes, algo que a él siempre le costaba bastante y que en cambio al mocoso se le daba muy bien gracias a su cara bonita y sus sonrisas amables, logrando que quienes fuesen a comprar salieran encantados del local. Y, sorpresivamente, ocho meses después, Levi acabó por darse cuenta de que tenerlo allí era agradable.

 A pesar de ser un maniático del orden y la limpieza a causa de su TOC y que tener a alguien más rondando su espacio y sus cosas solía ponerlo nervioso e irritable, Levi empezó a percatarse de que los días que a Eren le correspondía ir a trabajar siempre se sentía más tranquilo y contento. Poco a poco, muchas de las cosas que solían volverlo loco en un principio comenzaron a molestarle menos, e incluso dejó de importunarle el caótico sentido del orden y la decoración que el chico tenía, así como el barullo constante de la música rock que este solía poner a su antojo en el reproductor del equipo de la tienda para cantar alegremente mientras cumplía con sus labores. Además, cuando Eren estaba allí, siempre solían contar con un mayor número de clientela femenina, ya fuesen chicas de escuela o universitarias que se pasaban por allí y que, generalmente, no salían del local sin haber comprado algo.

 Sí, en definitiva era bueno para el negocio contar con el chico, pero Levi no podía evitar sentir una desagradable sensación de malestar cada vez que Eren coqueteaba descaradamente con las clientas a pesar de saber que para el mocoso estas no significaban nada. Por supuesto, él llevaba un par de meses cuestionándose aquello, y a la mejor conclusión que había llegado era al hecho de que su descontento se debía al claro indicio de que antes de que se diese cuenta, el chico acabaría por conseguirse una novia con la que perder el tiempo y Levi volvería a quedarse solo.

Mientras seguía separando juegos de tazas e infusionadores que iba colocando en las cestitas junto a los diversos tipos de tés e infusiones, no pudo dejar de pensar en lo curioso que resultaba que, a pesar de haber sido durante la mayor parte de su vida una persona que se sentía cómodo con su soledad, desde que aquel mocoso irrumpió en su vida, diez años atrás, eso pareció convertirse en parte de un recuerdo muy lejano; como una especie de vida que correspondía a otra persona.

De la noche a la mañana y sin siquiera proponérselo, Levi acabó adoptando un gato exigente y gruñón que parecía ser el rey de su casa y conviviendo a diario con aquel impertinente niño de ojos verdes y enormes sonrisas que se mostraba encantado con la idea de ser su amigo. Durante un tiempo se engañó a sí mismo diciéndose que aguantaba al crío solo porque lo ayudaba con el cuidado de Khepera, pero cuando comenzó a darse cuenta de que pensaba en este para cosas tan sencillas como sus preferencias de comida antes de preparar la cena o al pasarse por la pastelería y llevar algún dulce para la merienda si volvía temprano a casa, Levi terminó por darse cuenta de que estaba perdido. Total y absolutamente jodido por un mocoso que lo tenía en la palma de su mano.

Y fue así, con esa abrumadora y aterradora certeza, que los años fueron pasando inexorablemente. Eren dejó de ser aquel niño escandaloso y alegre para convertirse en un adolescente mucho más moderado pero con un carácter obstinado que llegaba a rivalizar con el de su madre, Carla. Antes de que ninguno de ellos se percatara como había ocurrido, el chico acabó superándolo en estatura por más de diez centímetros, rebasando con facilidad su metro sesenta y haciendo que ahora fuese Levi quien tuviese que levantar el rostro si quería verle a la cara. Era algo extraño el mirar atrás y ver lo mucho que cambiaron algunas cosas durante esos cinco años que llevaban juntos, pero debía admitir que no era del todo malo. Para él, que tras la muerte de su madre su círculo cercano se limitó a un tío al que apenas veía y a un par de amigos íntimos como era el caso de Hange y Erwin, el tener que adaptarse a convivir con un niño como Eren, que estaba rodeado de personas que lo querían, acabó por ser una experiencia no tan terrible como temió en un principio.

Lo doloroso, se dijo, sería el tener que desacostumbrarse de ella nuevamente, cuando el chico decidiese alejarse.

Tras ingresar la compra del grupo de jovencitas en el ordenador y completar la venta, Levi oyó como el chico se despedía de ellas con alegría antes de volverse hacia donde él estaba para seguir ayudándolo a envolver las cestas.

—¿Le ocurre algo? Parece… no se… descompuesto —le dijo Eren, con tono preocupado—. ¿Se siente mal?

La pregunta del mocoso lo descolocó durante unos segundos, sin saber que responder. ¿Realmente había bajado tanto la guardia como para que sus revueltos sentimientos fueran tan evidentes? Él era muy bueno guardando las apariencias, ocultando sus emociones; por eso, que el chico pudiese leerlo de ese modo, lo inquietaba y aterraba a partes iguales. No quería que Eren descubriera sus pensamientos egoístas.

Tras respirar profundamente un par de veces, Levi volvió a tener parte de su dominio sobre sí mismo y negó con un gesto. Sin atreverse a mirarlo por miedo a delatarse, retomó su trabajo.

—Nada, solo estoy un poco cansado. Anoche no dormí muy bien.

—Pues mamá dice que eso le ocurre porque se estresa demasiado por cosas insignificantes —acotó el chico, tragándose su mentira con facilidad, quizá porque ya estaba acostumbrado a lidiar con sus habituales ataques de insomnio—. ¿No ha vuelto a probar con el té de Ashwagandha? La otra vez me dijo que le hizo bastante bien. ¿Quiere que le prepare un poco cuando regresemos a casa?

Levi solo soltó un suave chasquido de lengua en respuesta que, al parecer por el asentimiento de cabeza del mocoso, este interpretó como un sí.

Al inclinarse hacia él en un intento de ver mejor lo que estaba haciendo, algunos mechones castaños le ocultaron el rostro a Eren. A diferencia del pasado en que el chico solía llevar el cabello mucho más corto, desde hacía un par de meses este había decidido dejárselo crecer un poco; no demasiado como para poder atárselo, pero sí lo suficiente para que las oscuras hebras le rozaran ya la nuca y la bronceada piel de las mejillas.

 Como era de esperarse, él protestó un poco por aquella falta de prolijidad en la apariencia de este, alegando que su acto de rebeldía solo serviría para hacerlo lucir como un mocoso desastrado; pero, en esa ocasión, a pesar de sus abiertas objeciones, Eren no había cedido. Y aunque Levi odiara admitirlo, lo cierto era que en el fondo, muy en el fondo, creía que al chico le sentaba bien; le gustaba.

Antes de ser consciente siquiera de lo que hacía, él tomó uno de aquellos sedosos mechones entre sus dedos, dejándolo resbalar entre ellos, lentamente.

El calor de la pesada y errática respiración que golpeó la piel de su mano lo hizo volver de golpe a la realidad. Se apartó de inmediato, pero aquellos ojos verdeazulados lo seguían observando atentos y ansiosos, en busca de algo que él era incapaz de comprender. Eren, con las mejillas arreboladas de un rosa pálido, abrió y cerró la boca un par de veces, como si deseara decir algo pero no encontrara las palabras adecuadas para hacerlo. Luego, simplemente, frunciendo las cejas en señal de frustración, apretó los labios y guardó un obstinado silencio.

¿Qué demonios se suponía que estaba haciendo?, se preguntó Levi, furioso consigo mismo. Definitivamente aquellos pensamientos absurdos lo estaban haciendo perder los papeles.

Como si presintiera que las cosas no iban del todo bien, Khepera, despertando de su reparador sueño, se estiró cuan largo era y comenzó a caminar con toda parsimonia por la superficie del mostrador, cual si fuese un modelo al que ambos debían admirar y, conociéndolo, lo más probable era que ese fuese el caso. Mostrando una buena disposición que pocas veces tenía, el gato se acercó a Eren en busca de caricias y halagos, restregándose contra él mientras ronroneaba sonoramente, entrecerrando los ojos con deleite cuando el chico comenzó a complacerlo entre suaves mimos y palabras bonitas.

Levi no pudo evitar sonreír al ver aquella imagen, comparando el pasado y el presente y deseando que quizá la vida se hubiese quedado estacionada en un punto intermedio entre ambos, cuando las cosas eran mucho más fáciles para los dos. Desde hacía unos cuantos meses atrás que su relación con Eren parecía estropearse de ese modo en algunas ocasiones, sin explicaciones lógicas aparentes y sin motivos que él pudiese entender; y aquel limbo de incertidumbre no era para nada agradable.

 Cuando el mocoso era pequeño y tenía alguna de sus rabietas, este, por lo general, solía olvidar el motivo de su enfado en un par de horas y volvía donde Levi como si nada; todo risas burbujeantes y palabras sinfín escapando de sus labios, relatándole de su día en la escuela, las cosas que había hecho con sus amigos y los problemas que tenía con su madre en casa. Por otro lado, en las contadas ocasiones que esos enojos fueron más duraderos, él solo esperó con paciencia a que el otro se calmara lo suficiente para disculparlo o, si Levi se sentía extrañamente generoso, alguna que otra vez acabó comprando el perdón del niño tras invitarlo a salir a algún sitio que este deseara ir o accediendo a jugar alguno de sus absurdos videojuegos; incluso hubo una oportunidad en que tuvo que aguantar que Eren, junto a sus amigos, Armin y Mikasa, volviesen su cocina un desastre porque querían hornear un pastel para Carla, aunque fracasaron de manera estrepitosa en el intento.

Sí, la etapa de Eren niño fue agotadora, pero bastante más fácil de manejar que lo que vino después cuando este empezó a crecer, y con él, los problemas.

Cuando el chico estaba a punto de cumplir los trece años y su infancia fue quedando atrás, las cosas comenzaron en verdad a complicarse para Levi. En un principio Eren seguía siendo el mismo niño de sonrisa fácil y alegre que siempre parecía estar a gusto a su lado, llenando su día a día con vivencias divertidas y momentos especiales; no obstante, poco a poco fue notando que había ocasiones en que este se mostraba taciturno y callado, se enfadaba con facilidad por tonterías y entonces parecía odiar al mundo entero y odiarlo a él en particular. Levi, a pesar de no saber mucho sobre críos, asoció estos arrebatos a los cambios típicos de la edad, y no les dio mayor importancia. Sin embargo, lo peor de aquel periodo de su vida vino después, durante la única vez que él decidió comenzar a salir con alguien de manera formal; nada más enterarse de que tenía novia, su relación con el chico se convirtió en una batalla campal.

 Por aquel entonces, Eren parecía tener la absurda idea de que por tener una pareja, Levi iba a dejarlo de lado y a olvidarse de él; motivo que hacía que el chico luchara con todas sus fuerzas ante esa odiada posibilidad. Obviamente, durante meses él intentó hacerle entender por distintos medios que eso no sería así, pero el mocoso no quiso creerlo del todo y, por mucho que Petra, la antigua maestra de este, deseó ganarse su aprobación, no hubo caso. Eren la detestaba, comportándose de una forma horrible cuando ella estaba en la casa e incluso llegando a arruinarles citas con sus caprichos o generando problemas con sus malos comentarios. Y a pesar de que una buena parte del tiempo Levi deseaba con todas sus fuerzas deshacerse de él, jamás tuvo el valor real de hacerlo.

Menos de un año después y sin siquiera darse cuenta de cómo llegó a ese punto, Levi se vio en la obligación de tener que elegir entre ambos. Petra le explicó que ya no se sentía demasiado entusiasmada ante la idea de seguir a su lado si él no ponía un poco de distancia con Eren y, cuando Levi le dijo que no iba a hacerlo y le sugirió que tal vez lo más correcto fuera que rompieran, ella pareció incluso sentirse aliviada con su decisión.

Y, como no, cuando se enteró de aquella noticia, el crío se mostró infinitamente satisfecho.

El mocoso era egoísta, Levi lo sabía; sin embargo, aquello no era algo contra lo que él se sintiera con las fuerzas suficientes para luchar. En una ocasión en que le comentó a Hange este asunto, ella solo le sonrió con conmiseración y le palmeó la espalda, diciéndole que estaba más que jodido ya que, sin proponérselo siquiera, Eren había acabado por convertirse en su talón de Aquiles. La gran y única debilidad de Levi Ackerman.

Y teniéndolo en ese momento allí, frente a él, permitiéndose perderse en su añorada cercanía, Levi se debatió internamente con desesperación, tratando de hallar un modo de arreglar las cosas entre ellos; y, aunque no le gustaba la idea, tuvo que reconocer que aquella desquiciada cuatro ojos de mierda tenía razón: cuando se trataba de Eren, siempre acababa cediendo ante este.

—Un libro —soltó repentinamente, todavía observando al chico jugar con el gato. Un sentimiento agradable y cálido lo embargó cuando aquellos iris verdeazulados volvieron a posarse sobre él—. Puedes obsequiarme cualquiera que no haya leído y creas que pueda gustarme, mocoso.

Eren lo miró expectante, con un brillo en la mirada que corroboraba que la tempestad había pasado, convirtiendo nuevamente aquel par de ojos verdes en un océano de verano y no en las turbias profundidades del fragoroso mar invernal.

—¡Lo haré! ¡Encontraré el libro perfecto! —exclamó este, entusiasmado; tanto que al posar ambas palmas con fuerza sobre el mostrador, presionó la cola del gato que, indignado, bufó colérico y le dio un zarpazo salvaje que le dejó sangrando el dorso de la mano izquierda, haciéndolo soltar un jadeo ahogado. Antes de que pudiese siquiera reprenderlo, Khepera saltó de aquel sitio y se dirigió con rapidez hacia la puerta que llevaba al almacén, probablemente sin intenciones de salir de allí hasta que Levi fuera a buscarlo en busca de su perdón.

—¡Mierda, Eren! ¡Te he dicho que tengas cuidado con esa bestia! —lo reprendió mientras sujetaba su mano y observaba los rasguños. No eran profundos, pero si sangraban bastante y habría que limpiarlos antes de que pudiesen infectarse—. Ven conmigo —le ordenó mientras lo precedía hacia el pequeño cuarto de baño que tenía la tienda.

Mientras rebuscaba en el botiquín de primeros auxilios, le pidió al chico que pusiera la mano bajo el chorro de agua fría y comenzó a sacar lo necesario para curarlo. Aquella habitación era muy reducida, contando apenas con un lavado pequeño y un retrete de enlozado celeste, además de una ducha de plato. Los azulejos y cerámicos blancos del suelo y las paredes daban un aspecto algo más espacioso, pero dos hombres adultos metidos allí, bueno, uno de ellos en proceso de convertirse en uno, dificultaban bastante la tarea de poder moverse con facilidad.

 Con la rapidez y agilidad que le daba la práctica de años por todas las veces que tuvo que hacer ese tipo de curaciones, Levi, en pocos segundos, terminó de vendar la mano del chico. Estaba a punto de abrir una vez más la boca para comenzar a reclamarle por el poco cuidado que este prestaba a su persona, cuando el inesperado peso de la cabeza del mocoso contra su hombro lo dejó mudo.

Años atrás, Eren se permitía casi siempre esos arranques de cercanía y contacto físico que a Levi ponían habitualmente tan nervioso: abrazos sorpresivos, sujetar su mano, echársele encima si estaba sentado, cosas que para el niño eran normales y a las que él se tuvo que ir acostumbrando poco a poco; sin embargo, con el tiempo y el crecimiento de este, estas muestras de afecto se fueron haciendo cada vez más esporádicas y escasas, hasta el punto de que en la actualidad, a menos que fuese por casualidad o por alguna necesidad específica, ellos no se tocaban tan abiertamente. Hasta ahora.

El calor que desprendía la cercanía del chico se le colaba a Levi a través de la piel junto con la suave fragancia del champú herbal que este ocupaba y que se mezclaba con la especiada esencia de todas las infusiones que tenía en el local y flotaban en el ambiente. Al notar el ligero temblor de aquel cuerpo contra el suyo, por un momento Levi entró en pánico y temió que el chico estuviese llorando por algo que él había hecho sin saber; pero, al sentir como los brazos de Eren rodeaban su cintura y lo atraían hacia sí para abrazarlo, no pudo evitar incomodarse un poco y ponerse nervioso.

—¿Puedo pedirle un obsequio por Navidad? —le oyó mascullar sobre la pálida piel de su cuello. El chico seguía con el rostro oculto y Levi podía notar la tensión que atenazaba aquellos músculos. Los acelerados latidos de ese otro corazón retumbando contra su propio pecho, casi como si este quisiese obligar al suyo a acompasarse a su ritmo.

—Puedes —accedió Levi, no demasiado acostumbrado a esas muestras de debilidad. Eren, en todos los años que se conocían, jamás le pidió nada y siempre se mostró contento y agradecido con todo lo que él le hubiese obsequiado. Que por primera vez deseara algo de su parte, de cierta forma lo alegraba.

—Una cita. Tenga una cita conmigo, por favor.

Las palabras, apenas susurradas y amortiguadas por las capas de ropa, parecieron quedar reverberando entre aquellas estrechas paredes con una intensidad inusitada. Eren no se apartó de su lado y Levi tampoco intentó que el chico lo hiciera, pero, mientras este esperaba su respuesta, una tensión nueva y antinatural pareció emerger y crecer entre ellos; como los malos sueños, quizá, que atacaban de pronto y uno nunca estaba lo suficientemente preparado para enfrentarlos.

—Eren, yo… —Levi guardó silencio, sin saber realmente que decir. Sin estar seguro de haber comprendido de verdad lo que el otro estaba intentando decirle; porque, desde el punto que lo mirase, era algo imposible, incorrecto—. Eren, escucha…

—Me gusta. Me gusta muchísimo —soltó el mocoso de golpe y en esa ocasión sí lo liberó de aquel abrazo y dio un paso atrás para levantar el rostro y mirarlo con aquella determinación centelleante que jamás daba lugar a dudas. Sus ojos verdes parecían arder—. Estoy enamorado de usted, Levi; así que por favor, salga conmigo.

Si un avión hubiese caído en ese momento dentro de la tienda destruyéndolo todo, él estaba seguro de que no se hubiese sentido ni la mitad de conmocionado de lo que se sentía ahora. Eren, todavía temblando un poco, con ambas manos apretadas en sendos puños y una desesperación anhelante pintada en el rostro, lo observaba determinado a obtener una respuesta.

 Una respuesta que él se sentía incapaz de dar.

A pesar de que ya no estaban tan cerca, de todos modos Levi dio un paso atrás para aumentar la distancia entre ambos, pero se chocó de lleno con el lavado que acabó por enterrarse en su cintura. Cerró los ojos un momento e intentó pensar en que decirle, esperando hallar las palabras menos hirientes para hacerlo entrar en razón sin lastimarlo; pero nada parecía venir a su cabeza. Mierda.

 ¿Por qué Eren le estaba haciendo eso?, se preguntó, impotente. Se suponía que el chico debería estar pensando en chicas o chicos de su edad, no en alguien como él, joder. No en un hombre que le doblaba la edad y sería, sin lugar a dudas, la peor elección que podría hacer en la vida. Aquello, seguramente, debía ser un error. La inexperiencia de un mocoso que nunca se había sentido atraído por nadie.

—Eren —comenzó él, intentando mantener un férreo control de sus propias emociones, aunque en aquella ocasión le estaba costando un poco—, comprendo que en este momento pienses que tus sentimientos son… reales, pero si te das un tiempo, quizá-

—Ni se lo ocurra decirme que lo que siento por usted es solo el producto de mi poca experiencia y mis hormonas adolescentes, porque si lo hace, le juro que me pondré furioso con usted, Levi —lo cortó este de golpe, observándolo con gesto tan ceñudo y tormentoso, que él, conociéndolo como lo hacía, previó de inmediato el desastre que se desataría si daba un paso en falso—. ¡Llevo enamorado de usted durante años! ¿No puede entenderlo acaso? ¿Cree que me arriesgaría a soltar todo esto si fuese una simple tontería, un capricho? ¡Pues no! ¡Pero estoy cansado de fingir que todo está bien, que no me importa, porque sí lo hace! ¡Quiero que se fije en mí como algo más que en un molesto hermano menor! ¡Quiero gustarle! ¡Quiero que me elija por sobre los demás! ¡¿Eso es tan difícil de ver?!

Antes de que Levi pudiese reaccionar siquiera, Eren salió del cuarto de baño hecho una furia y lo oyó correr presuroso hasta la parte principal de la tienda. Él acababa de llegar allí cuando observó que el chico agarraba su abrigo y su bolso dispuesto a huir de allí a toda prisa.

En un par de zancadas, Levi estuvo a su lado y sujetó su brazo para impedirle marcharse.

—Oi, Eren, necesitamos hablar —le exigió sin levantar la voz, pero sí con un tono de voz firme que no admitía réplicas; sin embargo, el mocoso osó contradecirlo, negando con un gesto.

—No. No hoy, por lo menos. No con usted creyendo que solo hablo estupideces porque soy un maldito adolescente hormonal. —Dando un tirón a su brazo, este se soltó de su agarre. En esa ocasión, él no hizo intento de sujetarlo nuevamente—. Nos vemos luego.

El alegre sonido de las campanillas anunciando el abrir y cerrar de la puerta de entrada en aquel momento le pareció un sonido horrible, deprimente. ¿Cómo había podido equivocarse tanto?

Durante unos cuantos minutos Levi se permitió quedarse así, de pie frente a la entrada y esperando nada o quizá sí; tal vez el que Eren regresara y le dijese que nada de aquello era cierto, que solo estaba bromeando. Que las cosas no tenían por qué cambiar entre ellos, así que no se preocupara. En verdad deseaba que el chico volviese y le asegurara que todo estaba bien, como siempre…

Pero, al oír el terrible silencio que se cernía esa tarde de sábado dentro de la tienda, Levi supo que no era así. No sin Eren y su plática incansable y su música horrible; no sin Eren con sus risas contagiosas y el brillo desafiante de sus ojos verdes; no sin Eren llenando un vacío en su vida que jamás pensó que existiera hasta que este llegó para ocupar ese espacio…

El cálido roce sobre sus piernas lo sorprendió un poco y Levi bajó la vista de inmediato, encontrándose con Khepera que se frotaba de un lado a otro sobre las perneras de su pantalón negro; los verdes y rasgados ojos del gato, lo miraron de forma indefinible, como si estuviera juzgándolo. Sin pensarlo demasiado, se arrodilló junto al felino y comenzó a acariciarlo con suavidad.

—Esta vez sí lo he jodido todo, Khepera. No creo que Eren vaya a perdonarme tan fácilmente. La he cagado de una forma terrible, tal vez nos termine abandonando a los dos.

En respuesta, el animal solo ronroneó más fuerte y se tumbó en el suelo para permitirle que él pudiese frotarle la peluda panza; algo así como un gesto de consuelo para, seguramente, levantarle el ánimo.

Mierda, ¿qué demonios se suponía que debía hacer ahora?

A pesar de que Levi hubiese preferido no creer en las palabras del chico y asumir que solo estaba hablando tonterías, él lo conocía lo suficientemente bien para saber que este no estaba mintiendo; todo lo que le había dicho era muy real, pero entonces, ¿qué?, se preguntó. Obviamente no podía llegar y aceptar aquel amor absurdo, Eren no era más que un niño que apenas estaba creciendo y el cual debía estar confundido; además, él no sentía lo mismo, ¿verdad? Por supuesto que Levi lo quería, pero no estaba enamorado de él. No de un chico al que le sacaba demasiados años, al que había visto crecer como a un hermanito menor y que además era de su mismo sexo.

Pero mientras volvía a retomar su trabajo en la tienda, Levi no pudo quitarse de la cabeza la decepción que vio en aquel par de ojos verdes y las palabras que Hange le dijo hacía no tanto tiempo atrás: «ese chico es tu talón de Aquiles, enano. Tu única debilidad».

Y mientras veía las horas de la tarde arrastrarse una tras otra y oía las risas y pláticas de los paseantes que se colaban en la tienda, Levi no pudo dejar de añorar que las cosas se solucionasen entre ellos. Quería a Eren de regreso, pero temía que esta vez conseguir su perdón no fuera tan fácil como pedir una disculpa e invitarlo a jugar.

Una jodida debilidad, ¿eh?, se dijo con desánimo; aquel pensamiento no era muy alentador.

 A Aquiles, se recordó, esa debilidad acabó por costarle la vida; y no pudo evitar preguntarse si en su caso, la ausencia de Eren podría tener un efecto parecido.

Quería creer que no, pero Levi comenzaba a temer que ese sería el resultado si no hacía algo pronto para remediarlo.

 

——o——

 

Nada más llegar a casa, Eren se fue corriendo a su cuarto y se encerró en él. Tiró su bolso mojado sobre la silla rotatoria del escritorio y, sin quitarse siquiera el empapado suéter verde claro y los enlodados vaqueros azules, se tumbó en la cama sin descalzarse. Seguramente la colcha de franjas grises y turquesas acabase llena del agua y el barro de sus deportivas azules, lo que sin duda haría enfadar a su madre, pero le daba igual. Estaba enfadado con el mundo, con su vida y sobre todo estaba furioso con Levi. Odiaba a Levi.

¿De verdad aquel hombre pensaba que por una maldita nota donde este le exigía que lo esperase porque necesitaban hablar, él iba a obedecer? ¡Que se fuera al demonio!

Habían transcurrido ya cinco días desde su absurdo arrebato y su precipitada confesión. Cinco largos días en los que no había cruzado ni una sola palabra con Levi, principalmente porque Eren se encargó de que fuese así. Por supuesto que, a pesar de su miedo y enfado, no dejó de lado sus responsabilidades, por lo que cada día luego de la escuela se pasó por la casa de su vecino para cuidar un rato de Khepera como venía haciendo desde los diez años; sin embargo, media hora antes de que el otro hombre regresara de la tienda, él reunía sus pertenencias, se despedía de su mascota y huía de allí como alma que lleva el diablo.

 Porque Eren aún no tenía el valor suficiente para enfrentarlo.

De mala gana se sentó en la cama y se quitó las deportivas, dejando que estas cayeran al suelo salpicando el impecable enmoquetado azul oscuro en el que sus anteriores huellas destacaban como un anuncio de neón, lo que le hizo torcer la boca en un gesto de desagrado al notar el desastre que acababa de producirse y por el que su madre pondría el grito en el cielo.

Una rápida mirada a su alrededor bastó para confirmar lo que Eren ya temía: su habitación, tras tantos días de impuesta reclusión, estaba hecha un asco. Su ropa sucia y limpia se hallaba tirada de cualquier manera sobre el piso y colgando fuera del armario empotrado junto a la puerta, como si a su menor descuido las prendas quisieran salir huyendo. El escritorio, ubicado frente a su cama, estaba desordenadamente lleno con sus cuadernos y textos de la escuela, así como de lápices y los materiales de su último proyecto de Artes; y, sepultado bajo todo ese caos, se hallaba su ordenador portátil que apenas y ya se veía. Al observar el revoltijo en que se había convertido la estantería de oscuro metal y vidrio que colgaba sobre el otro mueble, y que era donde él solía guardar sus videojuegos así como tomos de comics, juguetes antiguos y algunos libros que Levi le fue obsequiando a lo largo de los años, Eren recordó que esta fue la principal receptora de su ira tras su discusión, decidido como estaba a echar a la basura todo lo que pudiese recordarle al otro, aunque luego no tuvo el valor necesario para hacerlo. Lo único en aquella pequeña estancia de claras paredes azul cielo que parecía intacto a su arrebato adolescente, era la mesilla de noche junto a su cama, y él estaba seguro de que aquel milagro solamente se debía al hecho de que aquel diminuto rectángulo de madera oscura era tan pequeño que a duras penas entraba una simple lámpara móvil de color plateado y su reloj despertador. Cada vez que se olvidaba de ese detalle y dejaba allí sus llaves o la billetera, luego siempre acababa encontrándolas tiradas en el suelo.

Desanimado con la perspectiva de tener que pasarse la tarde del día siguiente limpiando y ordenando, se volvió a mirar hacia la ventana junto a su cama, perdiéndose en la fuerza y lentitud con que las gotas de lluvia chocaban contra el cristal y caían antes de perderse por completo en aquel fondo gris oscuro que era el cielo.

¿Por qué enamorarse de alguien no podía ser más fácil?, se preguntó desanimado. ¿Por qué el amor tenía que doler tanto? Sería tan genial poder dejar de querer a alguien con solo desearlo…

Aun así, y a pesar de que Eren no estaba seguro de poder arreglar en esa ocasión las cosas con Levi, aquella destemplada tarde de lluvia acabó arrastrando consigo a Armin y Mikasa hasta la librería de Hannes para ir a recoger su encargo. El buen ánimo que eso le provocó le duró hasta el momento en que llegó a casa del otro hombre y leyó la nota que este había dejado para él, por lo que tras cambiarle el agua a Khepera y dejarle su comida, Eren salió de allí furioso, dejándose olvidados el abrigo y el paraguas, empapándose de camino a su hogar e importándole poco si acababa enfermo a causa de ese descuido.

Ignorando el escalofrío que lo recorrió al perder el leve calor húmedo que le proporcionaba la colcha, se dirigió hasta el escritorio que estaba frente a su cama y comenzó a vaciar el contenido de su mochila, dejando todos sus cuadernos y textos escolares apilados sobre los que ya estaban allí e incrementando así su desorden. La gruesa tela negra del bolso todavía estaba llena de gotitas retenidas, pero, afortunadamente, el interior de este seguía seco a pesar del aguacero, lo que fue un alivio. No quería estropear aquellos regalos. No después de lo mucho que le costó conseguirlos.

Una buena parte de sus ahorros de aquel año se habían ido en la compra de aquellos presentes. El bonito ejemplar en pasta dura de Drácula, de Bram Stoker sería su obsequio de Navidad para Levi, y el pequeño separador de páginas que a él tanto le gustaba, el regalo por su cumpleaños número treinta.

 Tras dejar el libro dentro del armario para que no se estropeara, Eren tomó la pequeña cajita rectangular de color negro y se dejó caer sentado sobre el suelo. Al abrirla y ver nuevamente su contenido, lo invadió la misma emoción que sintió horas antes cuando finalmente pudo hacerse con él. Aquel separador era una fina lámina de cinco por quince centímetro de delicada filigrana labrada en plata, tan sobria y bonita que nada más verla, meses atrás, en la librería del amigo de sus padres, él se obsesionó en conseguirla para Levi; sin embargo su costo era alto y Eren no deseaba pedirle dinero a sus padres para pagar algo tan personal.

Fue así como decidió ponerse a trabajar y ganar su propio dinero y, tras hablar con Hannes para llegar a un plan de pagos mensuales, este aceptó guardárselo. Cada vez que Eren iba a la tienda a dejarle su cuota mensual, este lo molestaba hasta el hartazgo preguntándole cuando iba a presentarle a su linda novia secreta. Si el otro hombre supiese…

Tragándose las horribles ganas de llorar que lo invadieron repentinamente, cerró los ojos con fuerza, pegó las rodillas a su pecho para abrazarse a ellas y dejó caer su cabeza allí. Se sentía tan estúpido y lamentable.

A pesar de cómo habían acabado las cosas con Levi, Eren no se arrepentía realmente de haberle dicho a este como se sentía respecto a él. Llevaba años sabiendo que estaba enamorado, callándose todo lo que sentía, guardándose todas sus emociones; pero cada vez resultaba más y más difícil.

Cuando a los diez años de forma accidental conoció a Levi gracias a Khepera, Eren de inmediato se sintió fascinado por aquel chico un poco mayor que, tras sus maneras toscas y hurañas, le prestaba atención y se preocupaba por él. Por supuesto que su primer enamoramiento fue fácil e ingenuo, creyendo que él eventualmente crecería algún día y entonces podría decirle a Levi que le gustaba para que pudiesen estar juntos y ser felices por siempre. Un maldito cuento de hadas.

Pero la vida nunca era tan sencilla y los finales felices no estaban para nada asegurados; algo que Eren comprendió en su tercer año de secundaria, en el momento en que las cosas comenzaron a torcerse.

 El mismo año en que conoció a Levi, él todavía estaba cursando la primaria y participada activamente de los eventos deportivos. Eren, por aquel entonces, era bastante bueno en atletismo y, como todo niño, quería lucirse frente a sus personas importantes, por lo que durante semanas le suplicó a este que fuese a verle correr. Por supuesto que él se negó, alegando una y otra vez que no iba a perder el día estando rodeado de «mocosos ruidosos»; pero, para su sorpresa, Levi acabó por ir, ante lo que Eren, eufórico, se lo presentó a todos sus amigos y a todos sus maestros.

 Su mayor error, aunque no lo supo hasta casi dos años después.

Petra Ral había sido su profesora de Ciencias durante la primaria y una de las que a él más le gustaban. Ella era una mujer amable y bonita, con grandes y risueños ojos ámbar y una corta y lacia melena rubia rojiza que a Eren siempre le recordaba el color de las hojas en otoño. Al ser tan joven, de pequeña estatura y con una complexión delicadamente menuda, para los niños la maestra Petra se convirtió en algo similar a una dulce y atenta hermana mayor. Esta siempre los ayudaba en clases, les explicaba con amabilidad lo que no entendían e intentaba solucionar sus problemas. En definitiva, él, al igual que los otros alumnos, la adoraba, hasta que ella hizo estallar su sueño.

En un comienzo a Eren no le extrañó demasiado encontrarse algunas veces con Petra en la tienda de Levi y ni siquiera se inquietó cuando esta comenzó a ir a visitarlo cada vez más a menudo a su casa; de hecho, durante los primeros meses Eren se sintió hasta encantado de poder pasar el tiempo junto a dos de sus personas favoritas y se alegraba de que Levi y su antigua maestra pudiesen ser amigos, sobre todo porque su vecino no era muy dado a hacer amistades. Sin embargo, el verdadero problema ocurrió un día en que por casualidad entró en la cocina y los vio besarse, besarse de verdad. No como uno lo hacía con los amigos o con la familia, no; Levi y Petra se estaban besando como una pareja, y eso fue algo que él, a sus casi trece años, no fue capaz de soportar.

Lo poco que Eren recordaba de ese fatídico día era el hecho de haber salido corriendo de la casa de este y, tras llegar a su hogar, haberse encerrado en su cuarto a llorar hasta que se quedó sin lágrimas. Obviamente acabó por enfermar y su madre se volvió loca de preocupación al no saber qué demonios le ocurría; desasosiego que creció todavía más cuando, durante los cinco días siguientes, él se negó a ver a sus amigos, a salir de casa o a comer poco más que lo imprescindible. Pero, ¿cómo le podría haber explicado a ella o a su padre que su tristeza se debía a que tenía el corazón roto porque Levi había encontrado a alguien más a quien querer? Y en ese momento, aunque le dolió reconocerlo, Eren supo que entre ambos, su antigua maestra sería a ojos de todos la mejor elección para el otro hombre, por lo que él simplemente debía hacerse a un lado.

Sin embargo, y para su sorpresa, fue el propio Levi quien acabó por ir a buscarle para intentar arreglar las cosas. Este, con su mal carácter y brusquedad habitual, le dijo que era un mocoso estúpido por pensar que un cariño eclipsaba otro y que a pesar de estar en una relación con alguien eso no significaba que las cosas debían cambiar entre ellos, además de que Khepera lo extrañaba; y, aunque Eren no se lo creyó del todo, sí se sintió esperanzado; lo suficiente para recordarse de que él no era el tipo de chico que se daba por vencido sin luchar por conseguir lo que quería, y quería a Levi. Por ese motivo intentó volver a armarse de ánimos y ganas para que, en un futuro no tan lejano, este lo escogiese a él.

 Lo cierto era que, tres años después, Eren no se sentía demasiado orgulloso de su comportamiento por ese entonces.

Durante el año que más o menos duró la relación de Levi con su exmaestra, él se portó como un mocoso malcriado e insoportable cada vez que estos estaban juntos. Arruinó citas a propósito, ya fuese colándose en ellas o simplemente poniendo a Levi de tan malhumor que este prefería no ir. Se pasaba horas en casa de este poniendo una y otra excusa para no marcharse cuando ella estaba allí, aunque la verdad era que aquello lo hacía incluso antes de que Petra entrara en sus vidas; pero, sobre todo, Eren dejó de ser amable con ella, y cada vez que estaban los tres en la casa, el ambiente era tan pesado y desagradable que casi era un alivio cuando su antigua maestra finalmente se marchaba.

En definitiva, él no volvió a desaparecer de la vida de Levi por mucho que le doliese verlos juntos, decidido a que este no lo dejase de lado nunca más; y, cuando tiempo después comenzó a percatarse de que Petra ya no iba de visita y que su vecino nuevamente se pasaba directo de la tienda a la casa, un día Eren se armó de valor para preguntarle qué pasaba con ella. Levi, con su templanza característica, confirmó sus sospechas sobre la ruptura y, a pesar de saber que era un egoísta de lo peor, Eren se sintió en verdad feliz; volvía a tener una oportunidad de conseguir su amor. Volvían a ser solo ellos dos.

Pero fue desde ese momento en que también comprendió que enamorar a Levi no sería algo tan sencillo ni tan fácil. Él seguía siendo apenas un niño y le quedaba un largo camino para cambiar eso, además de, bueno, el pequeño detalle de que era un chico; pero, determinado como estaba, Eren se convenció de que si lo intentaba con todas sus fuerzas, este podría pasar por alto esos inconvenientes. Además, tenía lo más importante, el cariño de Levi; y, aunque hasta el día de hoy la mayor parte de sus conocidos asumían de inmediato que el otro hombre era para él algo así como un hermano mayor al que admirar y no la persona de la que estaba enamorado, Eren jamás se molestó en corregirlos, limitándose a sonreír y asentir en silencio, guardándose, de momento, todo aquel amor solo para sí.

Tal vez el conseguir que Levi le emplease en la tienda fue su primer gran paso para que este comenzara a verlo con otros ojos, dejando por fin atrás al niño que había sido. En un principio sus padres no estuvieron de acuerdo con su idea, alegando que a causa de eso iba a dejar de lado la escuela y a sus amigos; no obstante, cuando Levi en persona fue a hablar con ellos, ambos acabaron por aceptar ya que confiaban en el buen criterio de este, que prometió con fervor no permitir que él vagase ni descuidase sus deberes estudiantiles. Y fue así como comenzó una nueva rutina para Eren, una en la que conoció otra faceta del hombre al que quería y que poco a poco lo fue acercando cada vez más a él. Además de que así pudo asegurarse personalmente de que no volviera a ocurrir otro incidente como el de Petra.

Sí, en verdad había sido muy feliz durante ese tiempo, pero ahora todos sus esfuerzos acabaron por irse al demonio a causa de su arrebato. Al día siguiente se suponía debía asistir a la tienda por la tarde, pero, ¿cómo hacerlo si se sentía incapaz de enfrentar a Levi aún? Que este le hubiese dicho que lo que él sentía no era real y que solo estaba confundido, le había enfurecido. ¡Como si Eren no supiese mejor que nadie como se sentía! ¡Dios, si llevaba años enamorado de ese hombre! De hecho, todo sería mucho más fácil en su vida si simplemente hubiera podido olvidarse del idiota de Levi Ackerman y enamorarse de otra persona; pero claro, esa opción estaba fuera de todas sus posibilidades.

El inesperado abrir de la puerta lo pilló desprevenido, asustándolo un poco y haciéndolo sentir culpable a pesar de no estar haciendo nada malo. Eren, entornando sus ojos verdes y frunciendo el entrecejo, miró a su madre, molesto.

—¿No me dices siempre que debo tocar antes de entrar a algún sitio? ¡Podría haber estado desnudo! —protestó él.

Ella, sin inmutarse siquiera por su crítica, lo miró severa. Sus ojos ámbar, tan similares en forma a los suyos, parecían a punto de fulminarlo.

—Eren Jaeger, has dejado el pasillo hecho un asco de agua y lodo y… ¿sigues llevando la ropa empapada? ¡¿Es que quieres enfermarte?! —le dijo esta con furiosa incredulidad al verlo—. Además, yo fui quien te dio a luz, si no lo recuerdas. Te he visto desnudo miles de veces.

—¡Pero no desde que tenía doce años! ¡Por supuesto que no quiero que mi madre me vea desnudo ahora! —se defendió él, lleno de indignación. A pesar de saber que esta tenía razón y de la culpa que sentía, no iba a disculparse. Tras soltar un bufido de irritación, masculló entre dientes de mala gana—. Iré a limpiar el pasillo y luego me ducharé y me cambiaré de ropa, ¿satisfecha?

Entrando a su habitación como si fuese la propia, sorpresivamente su madre se arrodilló a su lado, apartándole con una mano el largo flequillo que le cubría el rostro y limpiando con sus cálidos dedos el ligero rastro dejado por las lágrimas mientras lo observaba con algo parecido a la tristeza y la infinita preocupación maternal. Hasta ese instante, Eren no se había percatado de que estaba llorando.

—En absoluto —acotó ella en respuesta—, pero lo dejaré pasar por esta vez. Por ahora ve a darte una ducha rápida y cámbiate esa ropa. Levi ha venido a verte y no creo poder entretenerlo más de quince minutos. Ya sabes lo impaciente que es.

Notando su rostro enrojecer y las lágrimas anegar sus ojos nuevamente, negó con un gesto vehemente que esperaba su madre comprendiera. A pesar de la emoción que le produjo en un comienzo el saber que este estaba allí por él, que una vez más había ido a buscarle, Eren no quería ver a Levi. No, mejor dicho, ¡no podía ver a Levi! No cuando se sentía incapaz de explicarse y no se atrevía a oír su respuesta. Si este volvía a rechazarlo probablemente se moriría.

—Dile que se marche, por favor —murmuró a penas, con voz ahogada y pánico en los ojos—. Mamá, de verdad yo… yo no…

—¿Pero no era esto lo que querías? ¿Lo que estabas esperando, Eren? —Carla volvió a acariciar su rostro y a sonreír con resignación, casi como si esperara esa reacción de su parte. Ella movió la cabeza en un gesto de pesarosa negación que desordenó un poco sus negros cabellos atados en una descuidada coleta baja—. Pero qué hijo más idiota tengo.

 Algo en su tono, en su manera de mirarlo y acariciarlo, le advirtió a Eren que ella… lo sabía. Sí, al parecer su madre llevaba mucho tiempo siendo consciente de sus sentimientos por Levi, de ese amor adolescente e impulsivo y aún así nunca lo juzgó ni lo hizo sentir mal, equivocado o diferente. Ella simplemente lo había aceptado tal cual era.

Dejándose arrastrar por un infantil impulso, la rodeó con sus brazos y enterró el rostro en su cuello, dejando que aquel conocido aroma a rosas mezclado con su propia esencia lo embargara y calmara su dolor, sus miedos. Permitiéndose por un instante regresar a ser el niño al que una caricia de consuelo por parte de esa mujer podía mejorar su mundo.

—Le dije que… lo quería, mamá; y lo más probable es que ahora me odie por eso —se atrevió a confesar, finalmente. Llevaba un par de días pensando en aquello, en la posibilidad de que a Levi no solo le hubiese impactado su declaración, sino también asqueado. Eren ya no tenía diez años y comprendía perfectamente que no a todo el mundo le parecería correcto que él estuviese enamorado de alguien de su mismo género. Incluso en el caso de que este pudiese aceptar su inclinación sexual, nada garantizaba que Levi, al que solo le había conocido una novia, pudiese llegar a sentirse atraído por él en algún momento.

—Lo dudo mucho; si así fuera, ni siquiera hubiera venido hasta aquí. —Ella acarició con suavidad su cabello y lo besó en la sien. Él solo se aferró más a ella, desesperado por no perder aquella estabilidad—. En verdad parece estar muy preocupado por ti, hijo. Además, no me parece correcto que lo hagas esperar de ese modo. Si no quieres verlo más, perfecto, nadie va a obligarte; pero tendrás que ser tú mismo quien se lo haga saber, Eren.

Él gimió bajito en señal de protesta.

—Eres injusta.

—Probablemente, pero soy tu madre, así que tengo todo el derecho del mundo para serlo contigo; así que ahora quítate esa ropa mojada, cambia ese ánimo y arregla esto de una buena vez. Mientras más dejas estar un problema, más difícil se vuelve perdonar y pedir disculpas. Además, a su modo tan extraño, él te quiere.

Eren se rio un poco, a pesar de que seguía notando un nudo en la garganta y el pecho oprimido por la angustia. Como le hubiese gustado poder creer en aquello con la misma seguridad que parecía hacerlo su progenitora.

—¿Eso también lo sabes por ser mi madre? —le preguntó, medio en broma, medio en serio.

—Exactamente.

 Con un último beso sobre su cabello, Carla volvió a ponerse de pie, alisando el delantal blanco de volantes que llevaba sobre sus deslavados vaqueros celestes y un holgado suéter rosa pálido. Por primera vez desde que entró en la estancia, ella se permitió echar una mirada reprobatoria al desastre que era la habitación de Eren. Todo rastro de comprensión y amor incondicional se vio empañado por su irritación.

—Eren Jaeger, espero que de aquí a mañana este sitio vuelva a ser un lugar habitable, si no es así, se lo diré a tu padre. —Luego de soltar un último resoplido cargado de indignación, ella se dio media vuelta, dejándolo nuevamente solo con todas sus inseguridades.

Levi le había ido a ver. Levi le estaba esperando.

A pesar de que él seguía lleno de miedos y dudas y aunque todavía estaba convencido de que en esa ocasión nada saldría como esperaba, por una vez quiso tragarse su inseguridad y aferrarse a la pequeña luz de esperanza que su madre intentaba mostrarle.

Amaba a Levi y no quería perderlo, aquellas eran sus dos certezas. Todo el resto de las inquietudes que albergaba su corazón, seguirían estando allí hasta que decidiera ser valiente y enfrentarlas, y lo haría, porque él nunca se daba por vencido sin siquiera intentarlo; Eren siempre luchaba con todas sus fuerzas hasta conseguir lo que quería, y en ese momento, solo deseaba que todos sus errores quedasen en el olvido y que ambos pudiesen retomar su relación como si nada hubiera pasado. Él, sobre todas las cosas, deseaba que Levi siguiera queriendo tenerlo a su lado.

Minutos más tarde, ya duchado y cambiado de ropa, se armó de valor suficiente para pedirle a su madre que hiciera pasar a Levi a su cuarto.

El suave repiqueteo de los nudillos de este sobre la madera de la puerta fueron el preámbulo para la alocada danza que empezó su corazón, pero, sentado sobre su cama, Eren vio a Levi entrar lentamente al cuarto, con las manos en los bolsillos de sus impecables vaqueros negros y la palidez de su piel contrastando con el gris acero del suéter que llevaba ese día. El negro cabello de este lucía húmedo y lo llevaba echado hacia atrás, dejando al descubierto la zona rasurada bajo las sienes y la nuca, a diferencia del peinado lacio, bajo y ligeramente separado al medio que lucía siempre. No pudo evitar preguntarse si aquel cambio en su apariencia se debería a que nada más llegar a casa y encontrar sus cosas pero no a él, Levi decidió salir a buscarlo a toda prisa, mojándose en el trayecto.

Quizá por miedo, además de un poco por vergüenza, Eren se negó a prender la luz de la habitación, dejándolos a ambos envueltos en esa ambigua penumbra, la cual era rota a medias por la luz que se colaba a través del pasillo. Aun así, y a pesar de la escasa iluminación, por primera desde todo el tiempo que lo conocía, percibió en aquellos acerados ojos grises el enorme sufrimiento que ese alejamiento de su parte acabó provocando en el otro. Su dolor había sido compartido.

—Tch, mocoso, ¿cuántas veces más piensas hacerme pasar por esta mierda? —le preguntó Levi con tono cortante, pero la palidez extrema de su piel, mucho más notoria que habitualmente, y sus pronunciadas ojeras oscuras, indicaban que llevaba días durmiendo mal. Además, el alivio en la tensión de sus facciones al verle, no pasó desapercibido a sus ojos.

—Lo siento —logró articular Eren, con una voz tan rota que no parecía ser la suya. Sus dedos temblorosos, cubiertos a medias por las largas mangas de su camiseta negra, se entretenían pellizcando de manera nerviosa la suave tela gris de su pantalón de chándal—. Yo en verda-

—Lo he pensado… mucho. Sobre lo que dijiste —explicó Levi, atajando su avalancha de disculpas. Sus ojos grises, habitualmente fríos, parecían tan llenos de dolor como los suyos cuando se encontraron durante un breve momento, aunque este de inmediato se apresuró a apartar la vista y a clavarla en un punto a la distancia, como solía hacer cada vez que se sentía especialmente incómodo—. Y, te creo, Eren. Lamento haber dudado de lo que… sentías. Sé que jamás me hubieses mentido con algo así.

Las palabras del otro fueron para él como la indulgencia ante una pena capital. Todo el dolor, todo el miedo, desaparecieron de golpe y simplemente fueron remplazados por un alivio extremo que pareció drenarle la sangre del cuerpo hasta volverlo un ser flácido e informe. Las primeras lágrimas fueron involuntarias, sin embargo las siguientes, a pesar de ser consciente de ellas, no las pudo contener; y antes de que pudiese hacer algo siquiera para controlarse, se encontró sentado en la cama de su cuarto, llorando desconsoladamente como cuando tenía diez años. Era patético.

Aun así, al sentir los brazos de Levi rodeándolo de forma protectora mientras este le decía una infinidad de veces cuanto lo sentía y el tipo de mocoso tan idiota que Eren era, él se olvidó de la vergüenza, de su determinación de ser un adulto genial y todo eso. Mientras pudiese seguir así un poco más, junto a Levi, el tiempo que este le permitiese estar a su lado, de la forma que fuese, como amigo, como hermano, a Eren le bastaría.

 Si era lo correcto, acallaría sus sentimientos una vez más. Haría lo que fuese necesario para no perderlo otra vez.

 

——o——

 

El sonido de las carcajadas de Eren elevándose sobre un viejo villancico que sonaba a través del equipo de música, distrajo a Levi lo suficiente de su trabajo para obligarlo a que levantara la vista para verlo. El chico, que estaba arrodillado en el suelo de la tienda frente al árbol de Navidad, intentaba desenredar a Khepera que estaba enrollado a más no poder en una de las cintas plateadas que decoraban este. El felino bufaba ofendido, con el negro pelaje erizado, mientras el mocoso se partía de risa por la situación.

—Tch, no sé quién de los dos da más problemas, si tú o ese bicho —soltó él mientras volvía su atención a corroborar la lista de pedidos que debían entregar antes de las seis de la tarde de ese veinticuatro de diciembre—. Oi, Eren, deja ya de jugar con el gato y ven aquí a ayudarme con esto. Nada más cerrar la tienda tendremos que ir a hacer unas entregas de última hora. Realmente será un alivio cuando puedas sacarte la licencia de conducir.

—¿De verdad cree que seguiré trabajando aquí para ese entonces? —le preguntó el chico, traviesamente, mientras depositaba al gato sobre el mostrador y terminaba de quitarle la cinta de las patas traseras.

Levi enarcó una de sus delgadas cejas negras y le lanzó una mirada severa.

—Tch, ¿acaso tienes una oferta mejor, mocoso de mierda?

—Quien sabe —le dijo este, adoptando una de las respuestas habituales que él utilizaba cuando no quería decir algo abiertamente y rompiendo a reír antes de comenzar a armar, tal como le había indicado, las cajas navideñas que debían entregar a domicilio, tarareando un villancico tras otro durante el proceso y permitiéndose sonreír orgulloso cada vez que iba acabando alguno de esos paquetes y Levi asentía en aprobación.

Mientras lo observaba trabajar, no pudo evitar que sus pensamientos volvieran nuevamente a ese día, más de una semana atrás y a aquella ardorosa confesión de amor. A pesar del tiempo transcurrido y del firme propósito que ambos parecían haber puesto en olvidar el asunto, Levi sabía que las cosas entre ellos no estaban del todo bien o, por lo menos, bien del mismo modo que lo estaban antes de que Eren abriera su maldita boca.

Y el principal problema no era el chico, que intentaba ocultar por todos los medios el dolor que se escondía tras sus ojos verdes con sonrisas falsas y bromas tontas, sino que el mayor obstáculo a salvar era él mismo y las emociones descontroladas y contradictorias que aquellas palabras parecían haber despertado en su interior. Un desastre total.

Durante los días que no vio a Eren gracias a los efectivos esfuerzos que el mocoso hizo por mantenerse alejado, Levi tuvo bastante tiempo para calmarse y pensar detenidamente las cosas.

En un comienzo todo fue un caos, incredulidad teñida de enfado y miedo que le aseguraba que era imposible que ese niño de quince años estuviese interesado de verdad en él. Levi le doblaba la edad, era un hombre y para colmo, se cargaba un carácter de mierda que espantaba a casi todo el mundo, mientras que Eren era todo lo contrario a él: demasiado bueno, demasiado alegre, demasiado impulsivo, demasiado joven e ingenuo. La sola idea de que ellos pudiesen llegar a tener una relación de pareja en un futuro parecía algo completamente inverosímil, imposible.

Aun así, al tiempo que los días seguían pasando uno tras otro, aquellas palabras parecieron ir anidando cada vez más profundo dentro de él junto con su malestar. Odiaba no ver al chico diariamente, extrañaba el tenerlo rondando a su alrededor y el modo en que complicaba su existencia con sus exigencias absurdas. Y mientras su malhumor comenzó a ser evidente y su desazón aumentó a pasos agigantados, fue la idiota de su amiga Hange quien, tras hacerle una visita en la tienda y oír toda la historia, se largó a reír como la desquiciada que era, explicándole encantada que el motivo de su disgusto no se debía solo a la ausencia del chico, sino que también al hecho de que Levi estaba tan interesado en el mocoso como este lo estaba en él, pero que a diferencia de Eren que había sido capaz de reconocer lo que sentía de manera abierta, Levi era un maldito cobarde que se negaba a admitir sus verdaderos sentimientos porque no sabía cómo lidiar con ellos.

Obviamente él negó hasta el hartazgo ese razonamiento absurdo, y molesto como estaba, acabó por echar a esta de la tienda, pero eso no cambió el hecho de que no pudo quitarse esa idea de la cabeza, por más que lo intentó; motivo por el que al día siguiente le dejó aquella nota a Eren pidiéndole que le esperase para poder hablar con él; sin embargo, al llegar a casa del trabajo y darse cuenta de que el chico no estaba y que parecía haberse largado de allí a toda prisa, Levi acabó corriendo a casa de los Jaeger, dispuesto a disculparse con el mocoso para que este lo perdonase y regresara a su lado.

Y ahora él se sentía como el ser más despreciable del mundo, porque lo cierto era que no podía dejar de pensar en las palabras de Hange y en la enorme dependencia que parecía haber llegado a tener de aquel maldito chico de ojos verdes y eterna sonrisa. En lo consciente y necesitado que estaba de su presencia.

Demonios, Eren Jaeger definitivamente iba a terminar por acabar con él y su cordura. Una auténtica putada.

Un par de horas después, cerca de las cuatro, tras haber acabado de despachar las últimas ventas de la tarde, Eren y Levi cargaron con cuidado en la parte trasera de su camioneta negra los paquetes que debían entregar a domicilio y lograron, con algo de esfuerzo, convencer a Khepera de que regresara a su trasportín, aunque nada más entrar en él, su fiera mascota comenzó a bufarles con odio y rencor por esa afrenta a su comodidad. Sin demora se pusieron en marcha, esperando acabar un poco antes de dos horas con las entregas, ya que los Jaeger, como parecía ser su costumbre durante los últimos años, le habían invitado a él y a Hange a cenar con ellos y Levi deseaba tener por lo menos un poco de tiempo para ducharse y cambiarse de ropa antes de ir a la casa de sus vecinos.

Finalmente fue Eren quien se encargó de ir haciendo las entregas mientras él fungía de chofer. Era divertido ver como el chico, ataviado con unos anchos pantalones cargo de color verde oscuro y un suéter rojo con motivos navideños, hablaba alegremente con los clientes, agradeciéndoles de manera efusiva su preferencia y deseándoles unas felices fiestas. Durante los años anteriores, Levi jamás hizo aquello. Él simplemente se limitaba a cumplir puntual con las entregas, a agradecer de manera formal y marcharse. Por supuesto, todos sus compradores parecían mucho más a gusto y felices con aquel mocoso. Incluso él.

Una hora y media después, ambos estaban de regreso en su casa, bastante agotados por la larga jornada de trabajo pero satisfechos por como resultó aquel caótico día. Levi se sentía un poco culpable por haber aprovechado el hecho de que el chico estaba de vacaciones en la escuela para hacerlo trabajar durante esos días en vez de dejarlo divertirse con sus amigos como hacían los jóvenes de su edad, pero el trabajo le había desbordado hasta tal punto que se vio incapaz de alcanzar a llegar con todo a tiempo él solo. Aun así, Eren, como siempre, no se quejó en absoluto; asegurándole que estaba bien con ello y que no tenía de que preocuparse, aunque por supuesto, Levi lo hizo de todas formas.

Mientras el chico se encargaba de colgar abrigos y bufandas en el perchero, él se agachó para sacar a Khepera de su trasportín, soportando su mirada airada de gran rey cuando pasó a su lado para dirigirse directo a su cesta acolchada que se situaba frente a la chimenea, sin importarle en lo más mínimo el haberle dejado la manga del blanco suéter de punto llena de sus oscuros pelos cuando lo golpeó casualmente en su camino. Cuando el felino se dio cuenta de que esta estaba apagada y por lo tanto no desprendía el calor deseado, soltó un maullido bajito y lastimero que seguramente quería indicar que el mundo le parecía una mierda.

Divertido por aquella reacción, Levi, acabando de limpiarse las rodillas de los vaqueros grises, estaba a punto de ponerse de pie y girarse para comentárselo a Eren cuando sintió un par de brazos rodeándolo por la espalda y aferrándose a su cuello, así como el ligero peso de otra cabeza al posarse sobre la parte superior de la suya. A pesar de que Levi no era demasiado asiduo a las demostraciones físicas de afecto, aquel contacto no le resultó desagradable, quizá porque ya estaba habituado al tipo de calor que emanaba siempre del cuerpo del chico y al suave aroma tan particular que tenía, o tal vez, simplemente, porque en el fondo él también deseaba tenerlo así de cerca; aun así, su corazón no pudo evitar acelerarse un poco, casi tanto como aquel que sentía retumbar junto a su espalda a la misma altura que el propio; casi como si ambos fueran dos piezas de un todo que se ensamblaran a la perfección y funcionasen mucho mejor juntas.

Aterrador.

—Oi, Eren —le dijo con rotundidad, aunque sin llegar a ser un verdadero regaño. Lo oyó suspirar con suavidad tras él, agitando con su cálida respiración los pocos cabellos negros que cubrían su nuca rasurada.

—Solo… permítame hacer esto un pequeño momento, ¿está bien? Luego, simplemente, puede olvidarlo. Por favor, finja que nunca pasó. —Su petición sonando casi como un ruego, tanto, que él no se pudo negar.

El tiempo que transcurrieron así, entrelazados en aquel extraño abrazo, a Levi le pareció irrelevante. Demasiado perdido en ese instante, en ese momento, en las mil sensaciones que este le trasmitía, se olvidó del resto del mundo que lo rodeaba y de sus propias negaciones. Sin importarle si aquello estaba bien o mal o si luego se arrepentiría de aquel pequeño arrebato; sin preocuparse de si después se reprocharía el permitirse bajar siempre la guardia con ese mocoso, en mostrarse tan débil frente a él.

De la misma forma sorpresiva que había ocurrido, Eren decidió por fin soltarle y apartarse un poco. Lentamente, Levi se puso de pie y se volvió a verle, pero el chico ya estaba huyendo hacia la puerta de entrada mientras se ponía a toda prisa el abrigo negro y comenzaba a enrollar su larga bufanda verde oscuro en torno a su cuello, tan concentrado en aquella «difícil» tarea que le era imposible mirarlo. Al notar como los morenos pómulos de este se hallaban teñidos de un evidente rubor, no pudo evitar sentirse un poco divertido por su tímida reacción después del osado arrebato que acababa de protagonizar.

 ¿Quién mierda podía comprender a Eren y sus contradicciones? Al parecer, no él.

—¿Ya te marchas? —le preguntó, a pesar de ya conocer la respuesta.

Este asintió con vigor. Medio rostro oculto bajo la abrigada lana de la bufanda para ocultar su vergüenza.

—Sí, mamá me pidió que llegara pronto a casa para ayudarla con la cena. No quiero que me regañe —explicó Eren con la voz ligeramente amortiguada a causa de la tela. Al volver a mirarlo a los ojos, se ruborizó aún más si eso era posible, pero le dijo de todos modos—: Entonces… ¿hasta más tarde?

Por un segundo Levi estuvo tentado de responderle que aquella pregunta era por completo innecesaria, porque rechazar una invitación de Carla Jaeger era como ganarse un pase directo al infierno de los problemas y las recriminaciones; sin embargo, debido a que su relación con Eren parecía pender de un delgado hilo, prefirió no tentar la suerte. Seguramente el chico estaba aterrado ante la idea de que él se hubiese enfadado por su nuevo atrevimiento.

—Sí, hasta más tarde —masculló, obteniendo en respuesta una alegre y verde mirada que aceleró en unos cuantos latidos su corazón.

—Entonces, me marcho. No se olvide de alimentar a Khepera y de dejarlo abrigado antes de marcharse; le he dejado una cena especial en la nevera y su bolsa de agua caliente está en la caja de sus juguetes, así que no se olvide de ponérsela debajo del cojín —se apresuró a explicarle el chico mientras avanzaba caminando hacia atrás hasta la puerta, con él a la zaga—. Y no se le ocurra llevar nada para él postre como hizo el año pasado; mamá preparó un pastel de chocolate por su cumpleaños, pero si le dice que arruiné la sorpresa va a matarme, así que déjelo como un secreto entre nosotros dos.

—Eren…

—… y si Hange le pregunta si puede venir con Moblit, dígale que sí. Mi madre se lo confirmó ayer en la noche cuando hablaron por teléfono, pero ella me dijo que al parecer esta no sonaba muy convencida y teme que Hange crea que solo aceptó su petición por obligada amabilidad.

—Oi, Eren…

—… y no se olvide de dejar todo bien cerrado y, ah… desconecte la electricidad. Recuerde lo que ocurrió el año pasado en casa de la señora Gunt-

—Oi, mocoso, cierra la boca de una puta vez y déjame hablar, ¿quieres? —le soltó molesto Levi, más que harto de toda esa diatriba nerviosa que el crío soltaba como una cascada.

Eren se calló de inmediato, observándolo con aquellos enormes ojos abiertos y expectantes; seguramente en busca de alguna señal que le indicara cual era ahora el motivo de su enojo.

Él no quería asustarlo, por supuesto que no, pero Levi llevaba días sintiéndose confundido y agitado por todo lo ocurrido entre los dos; buscando la oportunidad perfecta para hablar con él, consciente de que necesitaba conversar con el chico para intentar aclarar las cosas de una vez y no simplemente fingir que nada había ocurrido entre ellos, que su relación estaba cambiando; pero Eren, evitando con una habilidad sorprendente los escasos momentos que él podría haber aprovechado, siempre parecía poner una barrera entre ambos, como si no quisiera volver a abordar aquel tema. Y cuando Levi acabó por hacerse a la idea de no presionarlo durante un tiempo y seguir el ejemplo de este al fingir normalidad, el mocoso iba y tenía un arrebato como el de hacía unos minutos, desmoronando toda su fuerza de voluntad y sus buenas intenciones. E incluso teniendo el descaro para pedirle que luego simplemente lo olvidara.

¡Sí, claro! ¡Una mierda si aceptaba su petición! Como si fuese tan fácil hacer aquello, se dijo él con incrédula indignación.

—¿Lo decías en serio?

Eren lo miró desconcertado, parpadeando una, dos veces antes de fruncir el ceño en señal de confusión. Perdiendo la paciencia, Levi le bajó de un tirón la bufanda, para poder verle bien el rostro y que este no intentara ocultarse. El chico, sorprendido, abrió la boca y comenzó a boquear como un pez medio muerto.

—¿En verdad te gusto? ¿Realmente estás enamorado de mí y quieres estar conmigo, con todo lo que eso significa? Por qué comprendes lo que significa tener una relación de pareja con alguien, ¿no, Eren?

—Y-yo… yo… sí ¡Sí! —Una vez más el bonito tono bronceado de la piel del chico paso a tornarse de un rojo violento, pero en esa ocasión, sus ojos verdes ya no lucían culpables ni llenos de miedo, sino que volvían a mostrar aquella fiera determinación que a Levi siempre le había gustado tanto. No el Eren que aceptaba todo y se callaba las cosas por miedo, sino aquel que luchaba tercamente hasta que conseguía lo que quería—. Sé que quizá no entienda del todo lo que siento por usted o que piense que soy solo un mocoso confundido y que por eso no sé lo que quiero en realidad o que no le guste demasiado porque soy un chico… ¡Dios, sé que eso es lo peor! —le dijo con voz compungida y expresión de disculpa—. Soy un chico, sí, pero eso no cambia el hecho de que lo elijo a usted. Sobre todo el resto y las posibilidades que se me puedan presentar a partir de ahora, lo elijo a usted. ¡Y lo seguiré haciendo aunque me rechace una y otra vez!

Sí, aquel crío era un jodido problema, se dijo Levi mientras lo observaba allí, de pie frente a él, con ambas manos apretadas en sendos puños, la espalda muy recta y desafiándolo con aquella vehemente mirada a que lo desmintiera; y aun así, a pesar de toda su infantil bravuconería, lucía condenadamente vulnerable. Sus emociones, sinceras y expuestas, tan fáciles de leer para él como si estuviesen escritas en un libro.

Se rendía. Por él, todo el sentido común se podía ir al demonio.

—Tch, en verdad tienes un gusto de mierda, mocoso —le soltó Levi; y, cortando la poca distancia que los separaba, posó una mano en la nuca del chico para obligarlo a inclinarse levemente y así poder posar su boca sobre la de este.

Sintió más que oyó el ahogado jadeo que escapó de los labios de Eren a causa de la sorpresa, pero poco a poco, dejándose guiar por él y su insistencia, el chico acabó rindiéndose, permitiéndole que entrase en su boca y cerrando los ojos mientras su mano se aferraba con fuerza a su blanco suéter, como si así pudiese asegurarse que Levi no fuese a escapar de su lado. Como si él quisiera hacerlo. Como si pudiese hacerlo.

Suavemente, lentamente, sabiendo que ya no encontraría miedo o resistencia por parte del otro, profundizó el beso hasta convertir aquella tentativa caricia en algo más apasionado y exigente; no un arrebato sinfín que pudiese desencadenar en otra cosa, pero sí lo suficiente para permitir que en la memoria de ambos aquel recuerdo jamás pudiese borrarse.

De mala gana fue él quien dio por finalizado el beso. Apartándose despacio de los labios ajenos, separando su cuerpo del calor que el otro le otorgaba y acusando aquel doloroso distanciamiento casi como algo físico. Era un sentimiento aterrador.

Un atisbo de sonrisa se dibujó en sus labios al notar lo ruborizado que estaba aquel rostro frente al suyo; el evidente sofoco que embargaba a este, el perezoso y lento abrir de párpados del chico. Sus ojos verdes, por lo general tan vivaces, ahora lucían levemente velados por la emoción y el deseo, una expresión que, hasta ese momento, Levi jamás había visto en él.

Y el desear más de aquello lo asustó un poco.

—Oi, Eren, respira —le dijo al chico al tiempo que le daba una palmada en la mejilla para despabilarlo—. Respira —repitió. Pestañeando repetidamente, este pareció volver a la realidad y entonces sus ojos se posaron sobre él, con una expresión indescifrable que parecía rayar en la incredulidad—. Eso es. No me hace mucha ilusión la idea de que termines de palmarla aquí solo por un beso.

Para su eterna consternación, ante la mención de aquello, el mocoso se cubrió el rostro con las manos y, cuando Levi notó que sus delgados hombros comenzaban a agitarse de manera desacompasada, un ramalazo de culpa y pánico lo embargó al comprender que este había comenzado a llorar.

—Oi, oi, mocoso… para ahí. Ahora que mierda se supone que hice par-

—Estoy tan feliz —lo cortó Eren, volviendo a levantar el rostro para mirarlo. Tenía las suaves mejillas surcadas de lágrimas, sin embargo, la calidez de su sonrisa podría haber rivalizado con el sol de verano—. Yo no… Yo nunca esperé… Yo creí que…

—Tch, que mocoso más tonto —le dijo Levi, acariciando con una mano sus castaños cabellos hasta dejarlos todo alborotados—. ¿Quién se pone a llorar por un beso? ¿Se supone que eres una clase de jodida damisela en apuros?

Eren se rio. Una risa bajita y queda y que sin embargo hizo sentir a Levi como el hombre más afortunado del mundo. Una risa que le confirmó que quizá, por una vez en su vida, había hecho lo correcto.

—Dieciocho —masculló él repentinamente y antes de poder arrepentirse, notando con pavor como un traicionero calor subía por su propio rostro. Eren lo miró sin comprender nada en absoluto.

—¿Qué?

Tragando con dificultad, Levi desvió la mirada por un par de segundos antes de obligarse a volver a mirar al chico que parecía expectante.

Joder, aquella mierda era difícil.

—Te daré una respuesta real y adecuada cuando cumplas los dieciocho. De momento, tendrás que conformarte con esto.

Evidentemente confundido en un principio, Eren frunció el ceño y lo observó con insistencia, como si esperase que él le explicara más; sin embargo, cuando poco a poco comenzó a comprender lo que en verdad quería decirle con aquello, el chico abrió la boca, indignado, y le soltó con irritación:

—Eso es… eso es, ¡injusto! No puede llegar y besarme y luego decir que me espere. ¡Faltan más de dos años para eso! ¡Ni siquiera he cumplido los dieciséis aun!

Levi se encogió de hombros y chasqueó la lengua, restándole importancia al asunto.

—Míralo por el lado positivo, mocoso. Tienes más de dos años para convencerme de que te diga que sí y que no te rechace con una patada en el culo —añadió con malicia—. Además, puede que de vez en cuando me sienta generoso y repita lo de hoy.

La mirada sulfurada de Eren podría haber derretido el hielo, probablemente. Aquel par de dramáticas cejas se fruncieron de manera alarmante.

—Usted es de lo peor.

—Te lo advertí, ¿no? Te dije que tenías un gusto de mierda; ahora te aguantas. Y por cierto, feliz Navidad, Eren.

Soltando un gruñido de indignación, el crío pasó a su lado hecho una furia rumbo a la puerta, sin embargo Levi pudo leer la verdad en él, así como era evidente que Eren podía vislumbrar la suya.

 Ambos, de aquel modo tan extraño e incomprensible, se querían. Eso era lo único que importaba de momento.

—Aun me debe la cita —le exigió molesto el mocoso. Sus ojos verdes todo fuego colérico—. Y si intenta escaquearse, le juro que le haré la vida imposible —le advirtió antes de cerrar tras él con un portazo que retumbó entre aquellas silenciosas paredes y que hizo que Khepera se levantara todo erizado de su cesta pegando un agudo maullido de protesta.

Eren le había dicho que él era injusto, pero Levi creía que este se equivocaba por completo. Si existía alguien realmente injusto entre los dos, ese era este; el maldito chico de ojos verdes que lo hizo olvidarse de su sentido común, de sus reglas autoimpuestas; que hizo que dejase de importarle la diferencia de edad y lo que el resto podría pensar de aquello; aquel mocoso al que, a pesar de ser un hombre, había llegado a amar más que a nadie, no por lo que era, sino por quien era.

Sí, evidentemente era Eren el más injusto de los dos. Porque no importaba cuanto Levi luchara por prevalecer en aquella lucha de poder y voluntades, al final, iba a ser siempre él quien acabara cediendo a sus caprichos. Porque, después de todo, aquel mocoso era y sería siempre su talón de Aquiles.

Notas finales:

Primero que nada, a quienes hayan llegado hasta aquí, muchas, muchas gracias. Espero en verdad que les haya gustado y que esta larga lectura no resultara muy pesada, por el contrario.

Como dije antes, nuevamente este extraño one-shot ha resultado muy largo, y solo me puedo culpar a mí y a mi falta de capacidad de resumir ideas. Tener que ir acortando hechos y cosas que quiero explicar me resulta terrible, así que solo espero que la idea se haya entendido, que les pareciese bonito y que la segunda parte de esta serie de one-shots no resultara demasiado caótica. Al tener una historia en mi cabeza y solo poder pasar lo esencial a la hora de escribir, a veces temo que cosas que para mí están muy claras, no lo estén para los demás; motivo por el que pediré disculpas adelantadas y, si queda alguna duda, la aclararé encantada.

Realmente espero que este capítulo les haya gustado, con estos personajes un poquito mayores y su relación, bueno, ¿comenzando, supongo? No sé si a esto se le puede considerar un inicio pero quiero pensar que sí. Ya solo faltaría la tercera y última entrega, en donde ya tendremos a un Eren mayorcito de veinte años (y espero que no tan descontrolado, porque hasta yo acabé un poco atacada de los nervios con él en esta entrega) y a Levi ya cerca de los treinta y cinco. Con ese one-shot, ya estaría completando mi objetivo y desafío personal.

Por supuesto muchas gracias a todos quienes dejaron sus comentarios, votaron, agregaron a sus alertas, listas o favoritos. Esta vez en verdad me animó mucho lo bien que recibieron el primer one-shot, quizá porque yo misma me sentía muy insegura de él, así que fue un gran incentivo para seguir con este.

Un abrazo a la distancia para todos, y nos leemos en el siguiente y último capítulo: «Iridiscencia».

 

Tess


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