Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Amar en Tres Tiempos (Riren/Ereri) por Tesschan

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Tiempo Tercero:

Iridiscencia

 

A algunos nos bañan en gris, a algunos en satín a algunos en brillo. Pero de vez en cuando encuentras a alguien iridiscente. Y cuando lo haces nada se les compara jamás.

(Wendelin Van Draanen, Flipped)

 

 

 

—Oi, mocoso, ¿piensas levantarte o no? Dijiste que hoy tenías que estar temprano en la universidad, así que saca tu trasero de mi cama de una maldita vez.

Abriendo con algo de dificultad los ojos, Eren pestañeó un par de veces, lentamente, perezosamente, antes de poder enfocar con mayor nitidez su alrededor. A través de la blanca cortina que cubría el ventanal frontal que daba hacia la calle, pudo distinguir un trozo del cielo que parecía tan oscuro como el firmamento nocturno, por lo que la única luz del cuarto provenía de la lámpara de la negra mesilla de noche de su lado, la cual otorgaba a la habitación monocroma un tinte cálido y acogedor que lo invitaba a volver a dormirse. Sería tan fácil…

De mala gana se sentó en la cama para obligarse a mantenerse despierto, estremeciéndose un poco a notar el gélido aire matinal contra su torso, aunque eso ayudó a terminar de despabilarlo del todo. Al permitir que su verde mirada vagara por la estancia, Eren comprobó que ya no estaba el desastre de prendas de ropa que ambos habían dejado tiradas sobre la moqueta negra al desvestirse a toda prisa la pasada noche. De seguro, pensó con algo de culpabilidad, Levi se había encargado de recogerlo todo esa mañana para guardarlo luego con pulcritud en el armario empotrado que ocupaba una de las níveas paredes del cuarto; este detestaba el desorden casi tanto como la suciedad y podía volverse loco por ello. Incluso. Notó él, su lado de la cama parecía más ordenado, con el edredón blanco perfectamente estirado y un cojín negro ocupando el lugar en el que debería haber estado el otro hombre.

Levi, no obstante, se hallaba de pie junto a la cama y lo miraba con ensayada impaciencia mientras le tendía una taza de lo que, Eren supuso por el aroma, debía ser café. Él detestaba el café, sobre todo por las mañanas, pero dadas las circunstancias y la certeza de que tendría un larguísimo día por delante, lo aceptó y dio un sorbo del amargo brebaje, intentando con todas sus fuerzas no hacer una mueca de asco al beberlo que mellara su orgullo; sin embargo el otro hombre, conociéndolo bien, arqueó una de sus delgadas cejas negras y le sonrió apenas, con un dejo de suficiencia dibujado en los delgados labios que lo hizo sentir, una vez más, como el niño que de seguro este aun pensaba que era.

Eren lo odiaba.

—¿Qué hora es? —le preguntó a Levi con voz ligeramente enronquecida por el sueño. Sentía que no había dormido casi nada y lo más probable era que fuese así. Dios, ¿cómo podía ser tan tonto? Él mejor que nadie sabía que no debería haberse quedado allí la noche anterior, consciente de cómo acabarían las cosas entre ellos una vez estuviesen a solas en el cuarto, mucho menos teniendo que rendir un examen de Anatomía a primera hora de la mañana ese lunes. Realmente tenía que ser un completo idiota, se dijo; uno enamorado, sí, pero idiota al fin y al cabo.

—Las siete. Intenté despertarte a la seis y media como me pediste pero eras peor que un jodido muerto —le reclamó el otro, clavando sus acerados ojos grises en él—. Si te das prisa en alistarte puedo llevarte en el coche hasta la universidad. Hoy en la mañana tengo agendada la entrega de un cargamento de productos para la tienda, así que debo estar allí a las nueve como muy tarde.

Eren asintió y volvió a tomar un largo trago del caliente y espeso líquido. Por lo menos le alegraba que Levi hubiese tenido la decencia de añadirle un poco de leche y azúcar para hacerlo más pasable. Las primeras veces que este le obligó a beber café para que se despabilara un poco tras una larga noche, se lo preparó negro y amargo, una auténtica tortura para él. Aun así, Eren debía reconocer que ese asqueroso brebaje lo obligaba a despertar del todo.

Al contemplar a Levi, él notó que este ya lucía completamente despierto y vestido. Su lacio cabello negro estaba todavía húmedo tras la ducha y, a pesar de que el frío de finales de marzo aún se hacía notar, sobre todo durante las mañanas y a última hora de la noche, iba descalzo. La clara camisa gris que el otro había elegido para aquel día, a juego con el pantalón de traje unos tonos más oscuro, dejaba al descubierto la pálida piel de sus fuertes antebrazos al llevarla arremangada hasta los codos y también la delicada base de su cuello, casi como si fuese una tácita invitación a posar allí los labios y trazar el mismo sendero que estos recorrieron la noche anterior. Eren, a pesar de ya no ser un adolescente con las hormonas alborotadas, y mucho menos un niño sin nada de experiencia sexual, de igual modo sintió como el pulso se le aceleraba, calentándole la sangre y logrando que el corazón le latiese con tanta fuerza dentro del pecho que durante unos segundos temió que este le estallase.

Levi no era justo, para nada. Por más tiempo que pasara, por más que él creciera y experimentara cosas, siempre era quien estaba en completa desventaja de los dos. No importaba cuanto corriera tras el otro hombre intentando alcanzarlo, Eren sabía que jamás lo lograría, y no solo por la diferencia de edad que compartían, sino por todo el resto de cosas que parecían separarlos. Y eso dolía un poco…

 Y lo odiaba.

En aquel preciso instante, como si presintiera que su presencia fuera necesaria, Khepera hizo acto de aparición en la habitación con su lánguido y cadencioso paso de rey y su eterna actitud de desprecio hacia al mundo. Al clavar en Levi los afilados ojos verdes de alargadas pupilas verticales, lanzó un maullido prolongado y lastimero, una señal clara de que estaba muriendo de hambre y nadie todavía mostraba la decencia de ir a atenderlo. De seguro un auténtico crimen en su opinión.

—Tch, maldita bestia malcriada —protestó el otro hombre, pero ni sus ojos ni sus palabras mostraban señal alguna de un real enfado; por el contrario, Eren, que ya lo conocía bastante bien, podía detectar el evidente cariño por el animal que Levi intentaba ocultar. Cuando levantó la vista y su gris mirada volvió a fijarse en él, sus nervios de chico enamorado hicieron, nuevamente, aparición—. Date prisa, mocoso. Iré a alimentar a este pequeño demonio y a prepararte algo para que comas en el camino. Si vas a estar todo el día en clases no puedes andar solo con una condenada taza de café.

Dejándose llevar por uno de sus habituales impulsos, y armándose de una valentía que no era demasiado propia de él, Eren depositó la taza sobre la mesilla de noche y sujetó una de las muñecas de Levi para impedir que este se marchara. Cuando la sorpresa en sus claros ojos dio paso a un ceño ligeramente fruncido y a una mirada interrogante, él tiró con fuerza de este hacia sí; lo suficiente para tenerlo cerca; lo suficiente para poder percibir el calor que su cuerpo desprendía y el ligero aroma a limpio y cítricos que le era tan característico; lo suficiente para confirmar que era real, que estaba allí; que Levi, tan inalcanzable como lo había sido a sus quince años, acabó por elegirlo a él después de todo. Lo suficientemente cerca para acallar las dudas de su corazón y poder decir que, de momento, era suyo; aunque no lo mereciera.

—¿Qué pensamientos idiotas son los que ahora están torturando esa cabeza tuya, mocoso? —le preguntó este, posando una de sus pálidas manos sobre su cabeza y enredando entre sus dedos algunas de las hebras de su largo y desordenado cabello castaño—. Pareces preocupado.

Una parte de Eren, la que estaba harta de esa situación, deseó apartar al otro y gritarle que parara de hacer aquello, que dejase de tratarlo como a un niño porque ya no lo era; sin embargo la otra, más traicionera y necesitada, le dijo que estaba bien así, que no tenía sentido luchar contra sus necesidades. Mientras Levi lo siguiera notando y preocupándose por él, debería bastarle. Aquello, se recordó, era mejor que nada.

—Es por el examen de hoy —mintió Eren, porque, ¿cómo le explicaba a este sus dudas, sus inseguridades? Eran tantas las emociones arremolinadas dentro de él, tan enredadas y tumultuosas, que algunas veces temía que acabaran por despedazarlo. Sus sentimientos por Levi, se dijo Eren, siempre parecían tener ese efecto sobre él; uno que era tan inquietante como doloroso.

—Sigues siendo un pésimo mentiroso —le dijo el hombre frente suyo con aquella seriedad que no admitía réplicas. Un estremecimiento lo recorrió cuando los dedos de este delinearon la parte superior de su oreja izquierda en una suave caricia antes de presionar allí con poca delicadeza, haciéndole soltar un quedo quejido de protesta y dolor—. Jodidamente rojas, mocoso —añadió, triunfal—. Comienza a explicar que es lo que ocurre contigo de una puta vez, antes de que empiece a perder la paciencia.

Nervioso, Eren se mordió el labio inferior, devanándose los sesos en busca de una verdad que pudiese decir y satisficiera lo suficiente a Levi para que lo dejase en paz pero, que a la vez, no lo obligase a revelar sus pequeños miedos.

Dios, amar a alguien del modo en que él lo hacía con el otro no debería ser posible. No era justo para quien lo experimentaba; para nada justo.

Sin detenerse a pensar si era correcto o no, simplemente decidió soltarle aquello que parecía siempre primar sobre todo lo demás; aquel sentimiento que llevaba desbaratando su mundo por casi diez años:

—Te amo, Levi —le soltó de golpe, clavando con determinación sus ojos verdes en aquella imperturbable mirada gris de tormenta. De inmediato Eren notó el calor furioso que le abrasó las mejillas, así como el ligero temblor de sus manos sudorosas—. Te amo —repitió con mayor fuerza y convicción en esa ocasión, tragándose su miedo y desafiándolo de ese modo a que este le dijese que eran tonterías—. Te amo como no creo poder volver a amar a nadie el resto de mi vida.

Para su sorpresa, este no lo regañó ni se burló de él como tantas otras veces cuando, según Levi, comenzaba con sus cursilerías; de hecho, la mirada del hombre sobre él se volvió extrañamente intensa e insondable, cargada de todas esas emociones que siempre intrigaban tanto a Eren y que, por más que intentaba, nunca lograba descifrar del todo. De pie frente a él, que todavía seguía sentado en la cama, era Levi quien en ese instante tenía una leve ventaja en altura entre ellos dos. Durante los últimos años, Eren había crecido bastante más de lo pensado, alcanzando finalmente la estatura de su padre que superaba el metro ochenta y haciendo que el otro hombre, a quien diez años atrás sentía tan inalcanzable, ahora pareciera mucho más frágil y menudo a su lado. Estar así en ese momento, teniendo que levantar el rostro para poder verle a la cara y enfrentarle, le hacía recordar parte de ese pasado cargado de añoranza y mucho más fácil de sobrellevar.

—Tch, que mocoso más idiota —soltó este al fin, pero en vez de apartarse como pensó que ocurriría, percibió como Levi se inclinaba un poco más hacia él, enredando los dedos de la mano que aún lo acariciaba entre sus cabellos, hasta volver la distancia entre ellos algo inexistente.

 En cuanto Eren sintió los cálidos labios de Levi cubriendo los suyos en un suave beso, creyó que el mundo podría partirse en dos, despedazándose luego en múltiples fragmentos y él no lo notaría siquiera; no cuando su deseo y pasión desmedida amenazaban con consumirlo hasta hacerlo cenizas. No cuando podía perderse en aquella delicada caricia olvidándose del resto de sus inseguridades. No cuando el dulce sabor de aquella otra boca, mezclándose con el suyo, era mucho más tentador que sus miedos absurdos.

El fuerte ruido de algo golpeando sordamente el suelo los asustó, haciendo que se separaran con violencia. Eren abrió los ojos y pestañeó confundido al oír como una exclamación de sorpresa, seguida de una retahíla de imprecaciones muy subidas de tono, escapaban de los labios de Levi que parecía furioso. Al bajar la vista para ver lo que había ocurrido, se percató de que el caliente líquido que todavía quedaba en la taza había caído sobre la moqueta negra, salpicando los pies desnudos del otro y desparramándose por todos lados. Khepera, subido sobre la mesilla de noche, los miraba enfadado y comenzó a maullar con insistencia, en protesta por su demora en atenderlo.

—¡Joder, Khepera! —le gritó enfurecido Levi al animal, mientras se sentaba sobre la cama y ponía uno de sus pies sobre el muslo contrario para poder examinarlo con detenimiento—. ¡Mierda! ¡Joder! ¡Mierda! ¡Maldita bestia!

Al incorporarse un poco más para poder mirar de cerca, Eren de inmediato notó que la blanca piel del empeine, surcada por tenues venitas azules, comenzaba a mostrar unas pocas manchas rojizas donde el líquido la había salpicado, provocando leves quemaduras. Al oír como el otro soltaba un siseo entre dientes a causa del dolor, empezó a preocuparse de verdad.

—Déjame ver —se apresuró a decirle, apartando las mantas con rapidez y levantándose de la cama de un salto para atenderlo, pero Levi negó con un gesto firme y lo miró ceñudo, poniéndose también de pie. Su entrecejo estaba más fruncido que de costumbre y unas líneas de tensión se apreciaban en la comisura de sus labios.

—No es necesario, ya me encargo yo. En realidad no es nada tan grave —le aseguró este con firmeza al notar su mirada de preocupada incredulidad, sin darle tiempo a decir nada más—. Solo limpia un poco este desastre y vístete de una puta vez, ¿quieres? Si en media hora no estás listo, me largo solo. ¡Y tú, ven aquí! —le ordenó al felino que los miraba a los dos con inusual atención, entrecerrando sus ojos verdes y con las negras orejas pegadas a la pequeña cabeza triangular, listo para escapar a la menor señal de peligro.

Sin decir nada más, Levi salió del cuarto, desprendiendo enfado por cada poro de su piel y siendo seguido por Khepera que, por una vez, se mostraba manso y obediente, de seguro sintiéndose culpable por lo que acababa de hacer y aterrado ante la evidente furia de su dueño.

De pie en medio del extremadamente ordenado y espartano cuarto de Levi, muerto de frío por no llevar encima nada más que un bóxer negro y una camiseta azul de manga corta que había conocido tiempos mejores, Eren pensó en lo mucho que odiaba la forma en que las cosas podían arruinarse en un abrir y cerrar de ojos; en lo injusto que siempre le parecía todo cuando sus sentimientos por Levi estaban involucrados.

 Tenía diecinueve años y al día siguiente sus tan ansiados veinte serían una realidad, pero, la dura verdad era que no se sentía mucho mejor que cuando tenía quince. Levi y él finalmente eran una pareja formal como había deseado durante tanto tiempo, por lo que Eren ya no tenía la obligación de ocultar lo que sentía por el otro del resto del mundo que pudiese juzgarlo, ni de Levi por temor a que lo rechazara ni de él mismo por sentirse culpable; su deseo finalmente estaba cumplido, por lo que debería ser feliz, ¿no? Aun así, durante el último mes, su miedo y ansiedad no habían hecho más que aumentar, porque sentía que jamás sería suficiente para el otro. ¿Cómo iba a serlo si seguía siendo solo un mocoso con el cual este siempre debía cargar? Eren sabía que no era lo que Levi realmente necesitaba en su vida y el reconocer aquello era doloroso en extremo.

Sí, estaba a un paso de cumplir los veinte, pero no se sentía mucho mejor que cuando tenía quince. Y dolía… y lo odiaba.

 

——o——

 

El trayecto de regreso a casa desde la universidad ese día resultó penoso y pesado, con él muriendo de sueño a causa del poco descanso de la noche anterior y después de una larga jornada de clases. Además, ya era muy tarde, pasadas las ocho por mucho, y a pesar de que el inicio de la primavera ya era un hecho, una inesperada lluvia les cayó encima nada más bajar del autobús y antes de que tuviesen tiempo siquiera de guarecerse.

Armin, que caminaba a su lado intentando proteger dentro de su anorak azul el pesado y grueso volumen sobre fauna marina que había pedido prestado en la biblioteca de la facultad de Biología Marina para los deberes que debía realizar esa semana, tenía el corto cabello rubio pegado al cuero cabelludo y se estremecía de tanto en tanto cuando las tupidas y gruesas gotas lo mojaban sin piedad. Eren, incluso a pesar del ruido de la lluvia al caer, podía oír el desagradable chapoteo que hacían las blancas deportivas de este al pisar los charcos de agua que les era imposible evitar; estaba seguro de que una vez llegaran a casa, estas parecerían casi inservibles.

Por su parte él tampoco se hallaba mucho mejor. Esa mañana fue demasiado optimista al escoger su atuendo, y, con la prisa por salir a tiempo para no empeorar el malhumor de Levi, solo atinó a ponerse un par de vaqueros negros y una camiseta manga larga del mismo color; la sudadera roja que llevaba fue su única concesión al frío matinal y ni siquiera la capucha de esta servía para protegerlo del agua que caía a raudales. Jamás el par de calles que separaban su casa de la parada del autobús le parecieron a Eren tan lejanas.

 En más de una oportunidad, desde que entraron a la universidad, su amigo le propuso la idea de alquilar entre ambos un sitio que les quedase más cerca del establecimiento, alegando que así ahorrarían el tiempo de viaje diario, que no era poco; tiempo que podrían utilizar en estudiar o descansar y del que, viviendo tan lejos, no disponían. Y lo cierto era que él lo había meditado a consciencia, sobre todo los días en que las clases de la carrera de Medicina lo dejaban tan agotado que apenas y se sentía humano; pero era entonces que pensaba en Levi, y en la escasa posibilidad que tendría de verlo a diario si se mudaba de allí. Si ya de por si les era complicado dejar algo de tiempo para pasar juntos, con aquel hombre trabajando seis días a la semana y con él estudiando constantemente, Eren estaba convencido de que su relación terminaría en menos de tres meses si se mudaba a la otra punta de la ciudad, donde no podrían verse casi nunca.

El retumbar de un trueno a la distancia los azuzó a apurar el paso, sobre todo cuando la lluvia comenzó a caer con mayor intensidad, calándolos hasta los huesos. Enfadado, maldijo por lo bajo. Se sentía cansado y notaba como el malhumor estaba empezando a hacer acto de presencia en él al hallarse incómodo. Quizá, se dijo Eren, lo mejor sería pasarse antes por casa de Levi ya que esta se encontraba más cerca que la suya. Allí tenía algo de ropa de recambio y estaba seguro de que, aunque el otro no lo estuviese esperando debido a que era lunes, no se enfadaría por verlo llegar.

Aun así, el pensamiento de volver allí le resultó tan doloroso como deprimente. Por supuesto que Levi no descargó en él su enfado después del desastre que Khepera originó esa mañana, pero Eren se sentía tan necesitado de poner un poco de distancia entre ellos, la suficiente para aclarar sus confundidos sentimientos, que prefería evitarlo por lo menos durante ese día. Llevaba dos semanas en las que apenas lograba conciliar el sueño durante un par de horas cada noche, desvelándose pensando en tonterías y dejando que sus miedos lo consumieran. Miedos que, por una vez, él no se creía capaz de poder compartir con el otro.

Con cierta perversa ironía, Eren se preguntó qué pensaría Levi si le dijese que él era el responsable de su deficiente descanso al haberle contagiado su insomnio. De seguro, se dijo, este le respondería que era un mocoso tonto. El mismo chiquillo ingenuo que había sido a sus diez años.

—Deberías explicarle cómo te sientes, ¿sabes? —le dijo Armin repentinamente, logrando llamar su atención—. Levi nunca ha sido demasiado bueno leyendo los sentimientos de las personas, así que de seguro se debe estar volviendo loco a causa de tu comportamiento, Eren. Preguntándose qué fue lo que hizo mal esta vez para disgustarte de ese modo.

Él miró sorprendido al otro chico, entreabriendo los labios para soltar una excusa que su cerebro fue incapaz de formular y notando el nudo que se formó prontamente en su pecho al oír aquello.

—No estoy disgustado con él, ¡y tampoco estaba pensando en Levi! —mintió, notando como de inmediato un traicionero rubor le ascendía desde el cuello hasta el rostro, algo que ni siquiera la lluvia pudo ocultar. Su amigo solo lo miró con un dejo de indulgencia en sus ojos azules, mientras en sus labios se dibujó una sonrisa cargada de suficiencia, evidentemente satisfecho ante lo acertado de sus suposiciones y lo mal mentiroso que él era.

—Eren, sé que no me equivoco al decir que Levi es la mayor fuente de tus preocupaciones, por lo menos desde que cumpliste los quince; y estas últimas semanas no pareces ser tú mismo, créeme. Luces triste, además estás más desconcentrado y malhumorado que de costumbre —le explicó el otro chico, utilizando aquel tono de sabiduría extrema que no admitía réplicas—. Habla con él, Eren; de seguro Levi entenderá lo que sea que necesites decirle. Si a pesar de todo ha llegado hasta este punto por ti, es evidente que te quiere, ¿no?

Sintiendo las palabras de su amigo como una puñalada en el corazón que iba directa a sus miedos, él intentó tragarse lo mejor posible su dolor y se apresuró a asentir desganadamente, aunque los sagaces ojos de Armin, cuyas pestañas doradas estaban apelmazadas y llenas de gotitas de agua, lo miraron de una forma escrutadora y no muy convencida de su aceptación.

—Me lo pensaré, ¿vale? —le dijo a su amigo, más por dejarlo tranquilo que porque fuese a ser verdad. Sabía que por más que lo deseara, jamás podría confiarle a Levi ninguna de sus preocupaciones y sus angustias, porque eran infantiles y lo que él menos deseaba era que este desestimara sus miedos diciendo que eran niñerías sin sentido. O, por el contrario le dijo una cruel vocecilla dentro de su cabeza, quizá simplemente temía que el otro acabara reconociendo que eran verdad.

Durante los casi dos años que llevaban saliendo de manera formal, Eren había sido muy feliz junto a Levi. Este, a su manera un poco fría y ruda, siempre era bueno con él e intentaba darle el gusto en lo posible, cumpliendo sus pequeños caprichos y las cosas que a veces le pedía: tenían citas cuando Eren deseaba ir a algún sitio en especial e iban al cine o a pasear si él estaba aburrido, cenaban en casa de sus padres por lo menos dos veces al mes mientras que otras noches, simplemente, se quedaban en casa de Levi para ver una película sentados en el sofá y pasar el rato. En todo ese tiempo Eren jamás sintió que el otro no intentara corresponder sus sentimientos ni nada parecido, pero durante el último mes, tras un regaño por parte de su madre, en el que esta le hizo ver lo injusto que a veces era al exigirle cosas a Levi, fue que comenzó a comprender que ella tenía razón y siempre era él quien imponía sus sentimientos, sus necesidades y sus deseos al otro hombre; nunca al contrario. Siempre era Eren quien parecía desesperado por formar parte de la vida de Levi, como si de aquel modo pudiese asegurar su permanencia en ella.

Fue por eso mismo que, luego de pensarlo un poco, llegó a la conclusión de que, todo lo que ambos tenían en ese momento, solo era producto de su obstinada insistencia y su poca capacidad de obtener un no por respuesta cuando algo se le metía en la cabeza. Había sido él, se recordó Eren, quien presionó al otro para que tuviesen su primera cita y todas las que le siguieron a esa; y también había sido él mismo quien instó a Levi, casi a base de súplicas y chantajes, a que volviese a besarlo unas cuantas veces más después de su extraña y desastrosa confesión en la Navidad de sus quince años; y, de igual modo, fue gracias a su obstinación que, nada más cumplir los dieciocho, prácticamente obligó a este a que le diese una respuesta definitiva sobre formalizar su relación. Sí, había sido Eren quien siempre exigió cosas y Levi, de una u otra forma, fue quien cada vez acabó cediendo y aceptando; dejando que fuese él quien guiara todo aquello: el cuándo decírselo a sus padres y amigos, el decidir el tiempo que pasaban juntos, los sitios a los que salían; incluso la primera vez que hicieron el amor, casi nueve meses después de comenzar a salir oficialmente, fue solo porque él decidió que debían hacerlo.

Y estaba cansado.

Por primera vez Eren creía que, si no fuese por sus deseos egoístas, ellos jamás hubiesen estado juntos. Aquel hombre frío e independiente del que se había enamorado no lo necesitaba en realidad, no como él lo hacía, al menos; y mientras que un mundo sin Levi para Eren sería un lugar triste y monótono, tan gris que perdería toda la magia que veía en él, estaba seguro de que para el otro seguiría siendo igual, tal vez incluso más tranquilo sin su constante presencia rondándolo ni sus exigencias y deseos infantiles para atormentarlo.

 Eren sabía que lo más altruista sería dejar libre a Levi para que este pudiese encontrar a otra persona, alguien que se adecuase mucho más a él y sus necesidades, pero la idea de dejarlo resultaba tan dolorosa…

—Armin, creo que soy una mala persona —le soltó repentinamente a su amigo cuando iban llegando a la larga y tranquila calle que llevaba hacia sus respectivos hogares, logrando que el otro chico lo mirase extrañado.

—¿A qué viene eso ahora?

A pesar de que Eren sabía que la lluvia haría que sus lágrimas pasaran desapercibidas, pestañeó un par de veces con fuerza, conteniéndolas a duras penas para intentar fingir ser más fuerte de lo que en realidad se sentía.

—A que, pese a saber cuál es la decisión correcta que debo tomar por el bien de Levi, no quiero hacerlo porque me da miedo. No deseo perderlo, Armin; ni siquiera creo que pueda vivir sin él, y por eso soy un completo egoísta. Soy lo peor que le ha pasado en la vida.

Un sonido largo y lastimero interrumpió de pronto su autoflagelante discurso y los puso de inmediato en alerta. Ambos detuvieron su andar y guardaron silencio, prestando atención y buscando con la mirada la fuente de aquello, pero sin lograr hallarla. Unos pocos minutos después el sonido volvió a repetirse con mayor insistencia, siendo incluso audible sobre el inclemente repiqueteo de la lluvia al golpear la acera que a cada instante parecía más y más fuerte.

 Dejándose llevar por un impulso, Eren se acercó hasta la casa esquina del primer pasaje, siguiendo la fuente del triste sonido. Aquella vivienda llevaba unos cuantos meses sin habitarse y el crecimiento del césped había comenzado a descontrolarse, haciendo que luciera casi como un prado salvaje y agreste.

—Eren, no. Ni se te ocurra —le dijo alarmado Armin que estaba unos cuantos pasos tras él—. Esto está completamente oscuro, ¡no se ve nada! Si es alguna cosa peligrosa podrías ponerte en riesgo y-

—No me pasará nada —respondió con seguridad, ignorando las nerviosas advertencias del otro chico como hacía siempre que una idea se le metía en la cabeza.

 Sin pensárselo dos veces, Eren saltó la blanca verja desconchada para agacharse y ponerse a rebuscar entre el largo césped, ignorando el hecho de que el barro le estaba dejando los vaqueros hechos una pena y que sus manos no acabarían mucho mejor. Unos diez minutos después, mojado y embarrado hasta lo imposible, finalmente encontró lo que buscaba. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro cuando el pequeño y húmedo cachorrillo, que tiritaba de frío, lo miró con sus redondos ojos asustados. Era adorable… y estaba solo…

La idea nació en su cabeza nada más tener al animalillo entre sus brazos. Soltando una risita alegre, se lo enseñó a su amigo como si fuese un gran hallazgo.

—¡Mira, Armin, es un cachorro! —le dijo a este, señalando lo evidente, aunque por una vez no le importó parecer un idiota. Nuevamente se sentía animado y contento—. Parece que lo han abandonado.

La pesarosa mirada que el otro chico le lanzó estaba cargada de una conmiseración mal disimulada. Eren sabía que Armin intuía en el gran lío que acabaría metido gracias a ese pequeño animal y estaba preocupado por él.

—Va a matarte, ¿sabes? Si le haces la misma treta por segunda vez, va a arrancarte la cabeza —le advirtió su amigo con algo similar al miedo y la incredulidad ante su osadía—. Esta vez Levi va a decirte que no.

Levantándose con agilidad a pesar de que sus vaqueros mojados parecían pesar el doble, negó con un gesto vehemente y acunó al animalillo entre sus brazos, asombrándose de lo pequeño que era. Una sonrisa de suficiencia asomó a sus labios al decirle a Armin:

—Va a decir que sí, siempre acaba haciéndolo —admitió él con convencimiento, pero, nada más decirlo, notó el regusto amargo y doloroso que estas palabras dejaron al expandirse por su boca. Al notar la atenta mirada del rubio chico sobre él, Eren intentó disimular, pero en aquella ocasión le fue difícil y solo logró que una tensa mueca ocupase el lugar en el que debía ir su sonrisa.

Arrancándole de un tirón el mojado bolso lleno de libros que le colgaba de un hombro, Armin lo liberó de su peso y le indicó con un gesto de su barbilla la dirección de la casa de Levi, que estaba apenas a unos pocos pasos. La luz de la sala se hallaba encendida, lo que indicaba que este ya había llegado a casa y de seguro estaría descansando. Ese día no tenían planeado verse, pero Eren tuvo la repentina y acuciante necesidad de vivir un poco más en su mentira egoísta, deseando que Levi borrara con su presencia todos los miedos y dudas que lo embargaban. Quería seguir fingiendo que él era la elección correcta para el otro, a pesar de saber que no era así.

—Podrías vivir sin Levi —le dijo de manera repentina su amigo mientras caminaba a su lado, rumbo a su destino. Eren contuvo el aliento al oírlo—. Dolería, probablemente, pero podrías hacerlo. Sin embargo, no creo que sea lo correcto —admitió Armin con seguridad absoluta—. Eres egoísta y está bien, creo que el amor tiene que tener un poco de eso también; pero, lo más importante, es que lo quieres; lo has querido durante años por sobre todo y sobre todos, y él lo sabe. Por eso te ha elegido, Eren. Tú nunca has sido una imposición forzosa para Levi, ni cuando eras niño ni mucho menos ahora. Para él, siempre has sido un regalo. Solo basta con ver el cómo te mira para darse cuenta de eso.

En esa ocasión, como si sus contenidas emociones ya no pudiesen ser retenidas, las lágrimas escaparon de sus ojos una tras otra, siendo borradas por las persistentes gotas de lluvia antes incluso de que pudieran acabar de caer.

Le hubiese gustado tener la convicción de Armin y poder creer en las palabras de este, pero le era difícil, demasiado. Porque Eren se sentía insuficiente y la elección menos acertada de todas. Porque sabía que Levi podía tener a alguien mejor… y dolía.

 Y lo odiaba.

 

——o——

 

El ligero sonido de la cerradura de la puerta de entrada al abrirse y la risa queda y amortiguada de Eren, pusieron a Levi de inmediato en alerta. Acababa de terminar de cenar y en ese momento se hallaba limpiando la cocina, por lo que pensó en llamar al chico para que fuese hasta allí y saber cuál era el motivo de su visita; sin embargo, y antes de que pudiese decir nada, lo oyó hablar dulcemente con Khepera, utilizando elmismo tono suave y meloso de cuando era apenas un crío y llegaba a su casa de visita, ansioso porque tanto el gato como él se convirtieran en sus amigos. Ese mocoso no iba a cambiar nunca, se dijo con resignación; aun así, no pudo evitar sonreír un poco enternecido ante aquello.

Tras tomar un paño para secarse las manos, Levi vio como el felino cruzaba la puerta de la cocina a una velocidad endemoniada para subirse de un salto a la blanca encimera y resguardarse allí. Khepera parecía alterado, con el pelaje negro erizado y una expresión de aterrado odio que pocas veces le había visto. Intentó acariciarle el lomo para tranquilizarlo, pero este le bufó para alejarlo. El comportamiento del animal era tan extraño, que él no pudo más que preguntarse qué demonios le habría hecho esta vez Eren para ponerlo así.

Nada más salir de la cocina, Levi tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no comenzar a maldecir como un loco y mandar al chico a la mierda. Eren, de pie en medio el recibidor y dándole la espalda, estaba chorreando agua y lodo desde la coronilla de su largo cabello castaño hasta sus desastradas deportivas negras. Un pequeño y sucio charco estaba empezando a formarse a sus pies, sobre el pulido piso de tarima caoba, el cual parecía irse extendiendo más y más a medida que el agua iba escurriendo del cuerpo del muchacho.

 Joder, se dijo Levi con nerviosa exasperación; limpiar eso iba a ser una auténtica putada. Aun así, lo que más lo preocupó en ese momento fue que el mocoso iba a acabar por agarrar una pulmonía si no se daba pronto una ducha caliente y se ponía algo de ropa seca.

—Oi, Eren, ¿qué demonios? —le dijo con cierta irritación para llamar su atención—. ¿Por qué no me llamaste para que fuera a recogerte a la universidad si viste el tiempo de mierda que hacía? ¿Acaso quiere-? ¡Joder! ¿Qué carajo es eso que tienes allí? —le preguntó entre espantado y receloso al observar una pequeña cosa peluda y apelmazada que se encontraba acurrucada en los brazos del chico y lo miraba con unos castaños y redondos ojos enloquecidos. Eren, en cambio, parecía feliz; total y completamente resplandeciente de felicidad.

—¡Es un cachorro, Levi! ¡Me lo he encontrado fuera cuando volvía de clases! ¿No crees que es lindo?

Aquella imagen pareció repetirse ante él como un déjà vu, algo diferente, sí, pero bastante similar.

 Diez años atrás, Levi se había encontrado a ese mismo chico fuera de su casa, empapado hasta lo imposible y con una diminuta cría de gato moribunda entre las manos. Por ese entonces él tenía veinticuatro y una vida tranquila y ordenada, una vida que se convirtió en un auténtico caos cuando aquel condenado mocoso de ojos verdes irrumpió en ella volviéndolo todo patas arriba, y, antes de darse cuenta de cómo había sucedido, Levi acabó cargando con el cuidado de ambos. Ahora, diez años después, el chico ya casi tenía veinte y lo superaba por más de una cabeza en altura, pero allí estaban, otra vez, con este empapado hasta el tuétano y cargando con un nuevo bichejo que, de seguro, no traería más que problemas y desastres.

Aun así, al verlo sonreír, al contemplar lo contento que parecía por aquello, algo dentro suyo se removió y lo obligó a ablandarse. Eren siempre sería su debilidad, su maldito talón de Aquiles, por lo que de nada le serviría negarlo o intentar luchar contra eso. Que putada.

—Lindo y una mierda, tch. Devuelve esa cosa a donde la encontraste, Eren. Ahora —le advirtió a pesar de saber que, como tantas otras veces, aquella discusión acabaría en nada.

Tal y como esperaba, aquellos ojos verdes, tercos y combativos, parecieron encenderse en brillante exasperación. De inmediato sus cejas dramáticas se fruncieron un poco y sus labios formaron una mueca obstinada. Estaba enfadado.

—¡No podemos hacer eso! —lo rebatió de inmediato—. Está lloviendo a cántaros, Levi. Es demasiado pequeño y está solo, si lo dejamos allí se morirá. ¿Quieres cargar con esa culpa en tu consciencia? ¡Pues yo no! —acabó, y para dar mayor énfasis a sus palabras, oprimió más a la bola peluda contra su pecho, logrando que esta soltara un quedo gemidito de protesta.

Intentando mantener la calma y no gritarle un par de obscenidades para hacerlo entrar en razón, respiró despacio y le dijo:

—Tenemos un gato, Eren. Un puto gato que es un demonio —le recordó a modo de advertencia; pero, como si aquello hubiera hecho el efecto contrario, este pareció iluminarse al oírlo.

—¡Y es por eso que lo he traído! Pensé que sería una buena compañía para Khepera ahora que yo no puedo pasar tanto tiempo con él debido a la universidad —le explicó con alegría—. Los dos se harán amigos enseguida y entonces ya no se sentirá tan solo. Es una idea estupenda, ¿no lo crees?

Como si quisiera dejar claro que esa «idea» no le gustaba ni un poco, el gato hizo acto de presencia en el recibidor, todavía erizado y escondiéndose tras las piernas de Levi, como si él fuese una barricada contra la amenaza enemiga. Un gutural y amenazante gruñido escapó de su garganta cuando notó al pequeño cachorrillo que lo miraba interesado desde los brazos del mocoso y le movía la cola.

 Oh, demonios… eso iba a convertirse en un infierno.

—Eren, Khepera va a destrozarlo. Sabes que este gato es peor que Satanás —le recordó, pero el testarudo chico, como si quisiera demostrarle lo equivocado que estaba, puso al cachorrillo en el suelo y lo soltó para que este diera unos tambaleantes pasos. Nada más hacerlo, el felino salió disparado detrás de las perneras de sus vaqueros negros y se lanzó veloz como un rayo a tirarle un zarpazo del que el pequeño bicho se salvó solo porque Levi, al esperarse algo así, reaccionó rápido y alcanzó a interceptarlo, agarrándolo del pellejo del cuello. Al verse capturado por él, este le bufó indignado, furioso porque no le dejasen defender su territorio—. Amigos y una mierda —masculló, ante lo que el otro se rio.

—Puede que sea un poquito más difícil de lo que creí —admitió Eren entre divertido y azorado, y él, al oírlo, también se vio en la obligación de sonreír—, pero estoy seguro de que llegarán a llevarse muy bien en el futuro. De todos modos, si las cosas se complican mucho, quizá pueda hablar con mis abuelos o con Armin…

—Mejor cierra de una vez esa ruidosa boca tuya si solo vas a soltar mentiras, mocoso. Ambos sabemos que no vas a buscarle un lugar donde quedarse a esta bestezuela; ya me tragué ese cuento una vez y mira como estamos ahora. —Levi se apoyó al gato contra el pecho y comenzó a acariciarle lentamente el lomo para tranquilizarlo, intentando ignorar el hecho de que su blanca camiseta de manga larga quedaría llena de los negros pelos de Khepera. El animal se encontraba rígido y temblaba un poco, pero él estaba casi seguro de que era más a causa de la furia contenida que sentía que de miedo. Tras dejar escapar un pesado suspiro de resignación, lanzó a Eren una firme y acerada mirada ante la que el chico lo observó muy serio—. Este maldito chucho será tu responsabilidad, Eren. Yo ya tengo suficiente con este condenado gato y cuidar de un perro es mucho más difícil. Tu responsabilidad —volvió a repetir, recalcando aquello. Por supuesto, el inmediato grito de alegría y júbilo del mocoso no se hizo esperar.

—¡Gracias, gracias, gracias! ¡Sabía que dirías que sí, Levi! —le dijo el chico entusiasmado, intentando echársele encima para envolverlo en un húmedo y sucio abrazo del que él escapó apenas, retrocediendo a tiempo unos cuantos pasos. Eren lo miró ofendido.

—Oi, oi, alto ahí. Ni se te ocurra, mocoso. Primero te bañas y te cambias de ropa, luego ya veremos. Y llévate a esa cosa contigo para lavarla; no la quiero dando vueltas por ahí toda sucia y dejándome la casa hecha un asco —le dijo con rotundidad, señalándole a la oscura y gimiente bola de pelos que en ese instante olfateaba todo a su paso con curiosidad. Aun así, ablandándose un poco, se acercó a Eren lo suficiente para acariciar con suavidad su morena mejilla y limpiar una mancha de lodo que allí tenía. Tal y como supuso que ocurriría, lo vio sonrojarse con violencia y percibió como aquellos ojos verdes se oscurecieron ligeramente, quedando semivelados tras sus espesas y largas pestañas cuando bajó la mirada, avergonzado; sin embargo, fue el ligero ramalazo de dolor que vio en estos durante un segundo antes de quedar ocultos, lo que lo desconcertó, haciéndolo sentir profundamente miserable. Finalmente Levi lo soltó, dándole un suave empujón en el pecho para obligarlo a ponerse en marcha—. Ya, ve e intenta desenterrarte un poco mientras yo limpio toda esta mierda que has dejado —le soltó; sus ojos vagaron con desagrado del sucio desastre que era el chico en aquel momento al caos de agua y barro que arruinaba su perfecto piso—. Joder, como odio que llueva.

 Eren lo miró lleno de arrepentida culpabilidad.

—Lo puedo hacer yo. Solo dame un par de minutos y-

—No, tú sube a cambiarte o te enfermarás —le dijo con firmeza. Al ver como este fruncía los llenos labios, debatiéndose entre obedecer o protestar, Levi tuvo el repentino deseo de acercarse a besarlo para borrar esa mueca, pero se contuvo. ¡Demonios, él no era así! Nunca había sido así, maldición… Hasta Eren, se recordó. Parecía que todo el desastre de su mundo comenzaba y acababa con aquel caótico chico.

Tch, que mierda.

Respirando profundo para controlar un poco mejor sus emociones, Levi frunció levemente el ceño antes de decirle:

—Y desvístete en la lavandería, mocoso; no quiero que dejes la moqueta del cuarto llena de lodo y agua. Ya tuve suficiente con limpiar el desastre que provocó este condenado gato por la mañana.

—Lo sé, lo sé. Ya no soy un niño al que tengas que regañar siempre —replicó este, y aunque su tono fue tan alegre y despreocupado como de costumbre, el evidente dolor que percibió en su mirada le dejó claro que no era más que una farsa bien ensayada. Y se sintió culpable.

Tras volver a sujetar al cachorro entre sus brazos, Eren se encaminó al interior de la vivienda, sus húmedos y ruidosos pasos perdiéndose por el corredor hasta que Levi ya no fue capaz de oírlo. Khepera, más tranquilo ya, comenzó a removerse inquieto contra su pecho, pidiendo que lo bajara. Nada más hacerlo, el felino se fue corriendo rumbo a la sala, seguramente a resguardarse en su cesta para que nadie osara quitarle su lugar.

Sintiéndose en extremo tonto, pensó con cierto desánimo que a él le gustaría poder hacer lo mismo en la vida de Eren. Encontrar un modo de marcar al chico como suyo y saber que seguiría perteneciéndole por el resto de su vida; que nada cambiaría entre ellos, pasara lo que pasase.

Joder, lo estaba perdiendo… Finalmente.

Mientras iba hacia el cuarto de la limpieza en busca de los utensilios necesarios para poder limpiar aquel desastre, Levi no pudo dejar de pensar en lo complicada que se había vuelto su relación con el mocoso durante las últimas semanas. Más veces de las que le hubiese gustado admitir, había notado al chico triste y ensimismado cuando estaban juntos. Era como si la habitual alegría burbujeante de este se hubiese visto empañada a causa de su desacostumbrado mutismo, un mundo propio al que a Levi no le estaba permitido entrar ni aunque lo intentase. Otras veces en cambio, Eren se mostraba casi desesperado por hablarle; era como si el muchacho deseara decirle un montón de cosas, pero no se atrevía a hacerlo o simplemente no sabía cómo, algo que lo frustraba y deprimía bastante. Aun así, cada vez que él intentó preguntarle qué era lo que le ocurría, esperando una sincera respuesta de su parte, este simplemente se limitó a contestar que no era nada antes de volver a fingir que todo estaba bien entre ellos.

Bien y una mierda, se dijo Levi molesto.

 Intentando desterrar aquellos malditos pensamientos de su cabeza, comenzó a secar el piso lo mejor posible con el trapeador, entregándose a la tarea con fuerza renovada. Limpiar era algo que siempre lo ayudaba a calmarse y a centrar sus ideas.

El sonido de la alegre risa de Eren le llegó levemente atenuado desde la otra habitación. Aguzando el oído, oyó como este le hablaba con dulzura al cachorro mientras se dirigían hacia la escalera para subir a la segunda planta, y para él, de algún modo egoísta y retorcido, el tenerlo allí, el oírlo, el saber que podría verlo con solo ir a buscarlo, provocó que su pecho se llenara de dicha y al mismo tiempo doliera. Siempre que el chico estaba en la casa era así: una invasión total a su rutina y a su orden, a su tranquilidad. Eren siempre llenaba todo de caos y sonidos alegres; de esa extraña sensación de que, donde fuera que él estuviese, todo parecía más claro y nítido, más luminoso. «Iridiscente». Aquella simple palabra, en opinión de Levi, representaba mejor que nada lo que aquel maldito chico provocaba en su vida, los miles de cambios que había hecho con su sola presencia, trasformando su aburrido y monótono mundo gris en uno lleno de un sinfín de colores luminosos. Odiaba estar sin Eren, y admitirlo lo jodía más que nada, pero, sobre todo, lo aterraba. Él sabía perfectamente que no sería capaz de soportar el abandono del mocoso si este en algún momento decidía dejarlo; Levi lo amaba demasiado y eso convertía la idea de perder a Eren en el mayor de sus miedos.

Mentalmente agotado, acabó de secar el exceso de agua y de lodo, decidiendo dejar para el día siguiente el resto de la limpieza. No tenía ánimos para hacer más por aquella jornada.

Una vez volvió a guardar las cosas en su sitio, puso a calentar agua para prepararle al chico un poco de chocolate que le ayudase a entrar en calor y, tras darse cuenta de que probablemente este no habría cenado aun, Levi se dirigió hacia la nevera y buscó lo necesario para hacerle también unos cuantos sándwiches. Por lo general Eren y él solían turnarse para preparar la cena las tardes entresemana en que ambos quedaban para comer juntos en su casa, dependiendo la mayor parte de las veces de cuál de los dos tuviese más tiempo libre esa jornada; pero los lunes nunca eran uno de aquellos días, jamás. No obstante, se dijo Levi, esa noche parecía estar siendo una excepción de muchas maneras, y, egoístamente, se preguntó si podría convencer al mocoso de que se quedase a dormir allí en vez de marcharse a casa de sus padres, corriendo el riesgo de empaparse otra vez en el camino y enfermarse. Pero al observar por la ventana que daba al jardín, comprobó que la lluvia estaba comenzando a amainar, y, con ella disminuyeron sus esperanzas de que el otro aceptara su propuesta.

Demonios, ¿en qué tipo de patético ser se estaba convirtiendo?, se preguntó con rabia.

Desde que Eren y él formalizaron su relación, dos años atrás, Levi sentía que todos los sentimientos que siempre reprimió por este parecieron explotar dentro suyo repentinamente, amenazando con ahogarlo. Eren no era su primera pareja, claro que no, aunque sí era el único chico con el que acabó corriendo el riesgo de mantener una relación estable. Antes de conocerlo, durante todas las ocasiones en que decidió estar con alguien, Levi siempre instauró de manera muy clara los límites que no se permitía cruzar nunca, y el respetar el espacio del otro era uno de ellos; algo que mantuvo sin problemas, de manera inquebrantable, hasta que llegó Eren a su vida. Por algún motivo que no lograba llegar a entender, con el chico le parecía imposible no cruzarlo. Existían días en los que sentía deseos tan profundos y desesperados por monopolizar al mocoso, que acababa asustado de sí mismo. Y no era un sentimiento agradable, para nada.

Estaba acabando de preparar los sándwiches de queso y ternera para ponerlos a calentar, cuando Eren entró en la cocina llevando a al pequeño bichejo con él, cargándolo en sus brazos. El cachorro, finalmente limpio y seco, lo miró con ojos enormes y brillantes, soltando pequeños ladridos nerviosos de vez en cuando y moviendo la cola enloquecido. Levi se acercó a examinarlo y levantó una de sus patitas marrones con negro, comprobando que era un macho. Esté, contento por su cercanía, intentó darle un lengüetazo del que escapó por suerte, haciendo que el mocoso se riera.

—Tch, esta bestia que has traído va a ser enorme. Estoy seguro de que es cruce de labrador con algo más —determinó pasados unos minutos después de revisar al perrillo—. Mañana llamaré a la veterinaria para solicitarle una hora, de seguro necesitará vacunas y todas esas mierdas.

—Me han suspendido las clases del miércoles por la mañana, así que yo podría llevarlo si quieres —se apresuró a ofrecerse Eren, solícito y obediente; el mismo tipo de comportamiento que él le había visto años atrás, cuando le endosó a aquel maldito gato. Diez o veinte, daba igual, el mocoso seguía siendo el mismo manipulador de siempre, se dijo Levi.

—Ya veremos. Por ahora dame a esa cosa para alimentarla y lávate las manos para que tú también puedas cenar. Te he dejado un plato con sándwiches sobre la isleta, aunque puedes calentarlos si lo prefieres; también preparé un poco de chocolate —añadió—. Y deberías avisarle a tus padres que estás aquí, mocoso; no vaya a ser cosa de que se preocupen porque aún no regresas a casa. Carla suele perder la cabeza cada vez que te retrasas por algo.

—No soy un niño.

Las palabras de Eren, cargadas de una rabia y una determinación que pocas veces utilizaba con él, lo sorprendieron un poco.

 Levi, quitándole al cachorro de las manos, lo dejó suavemente en el suelo y le puso un cuenco con leche tibia que el animalillo se lanzó a beber con desesperación, salpicando todo a su paso. Cuando acabó de lavarse las manos en el fregadero, buscó un paño para secárselas y volvió a levantar la mirada para clavar sus ojos grises en Eren. El chico seguía de pie en el mismo lugar y con la misma mueca de rabiosa obstinación pintada en el rostro. El largo cabello castaño oscuro ya casi le rozaba los hombros y al llevarlo todavía humedecido tras el baño, este dejaba caer pequeñas gotitas sobre su camiseta sin mangas gris oscuro, formando sendas manchas sobre la tela. Un rápido vistazo le bastó para comprobar que los desgastados bajos de los pantalones de chándal negros también estaban un poco mojados y que este, como no, iba descalzo; un detalle que le pareció algo tan íntimo como vulnerable, pero ante el cual su sentido común le advirtió a gritos que aquello terminaría con el mocoso enfermo por el resto de la semana.

Joder.

—Ya sé que no eres un niño, Eren —le dijo con tranquilidad, intentando bajarle la rabieta, pero este solo apretó aún más la cincelada y firme barbilla y lo miró de una forma extraña; un sinnúmero de violentas emociones reflejándose en sus expresivos ojos verdeazulados.

—No, no lo sabes; solo finges saberlo —le rebatió el chico, dando un par de pasos hasta encararlo de frente, por lo que él se vio obligado a echar la cabeza ligeramente hacia atrás para poder mirarlo—. Sé que cosas debo hacer y cuáles no, Levi. Ya no tengo diez ni quince años para que andes detrás de mí recordándome siempre las cosas. Mañana cumpliré los veinte, ¡veinte! Ya soy un hombre y no necesito que me cuides. No quiero que lo hagas.

Esa declaración fue un duro golpe para él, tan brutal y dolorosa como una patada en pleno plexo solar y dejándolo, del mismo modo, momentáneamente sin la capacidad de respirar.

Lo estaba perdiendo.

—Comprendo, no volveré a entrometerme en tus asuntos —respondió Levi un par de minutos después, con fría tranquilidad. La intensa mirada del maldito mocoso sobre él lo tenía al borde de los nervios. Solo deseaba que este se largara a cualquier otro sitio y lo dejara ordenar sus confusos sentimientos en paz—; pero necesito que me aclares que mierda es lo que quieres entonces de mí, Eren, porque creo que últimamente ya no te entiendo un carajo.

Como si sus palabras hubiesen desencadenado un torrente, Levi contempló como el chico pareció desmoronarse frente a sus ojos; mostrándole un dolor y miedo tan profundo, tan desnudo, que incluso él se sintió abatido. Antes de que pudiese reaccionar siquiera o decirle algo, se vio envuelto por los brazos de Eren y notó la suave presión de los labios de este contra los suyos, un contacto familiar que habían compartido una infinidad de veces, pero que, inevitablemente, seguía despertando dentro suyo la anticipación y el deseo, la sensación de perfecta irrealidad que aquellos besos siempre provocaban; sin embargo, en esa ocasión sintió que la desesperación y la angustia también eran las protagonistas, demandando más que otorgando en cada embate de la lengua del otro contra la suya y apenas permitiéndole respirar.

Aun así Levi no se quejó; simplemente enredó las manos en el castaño y húmedo cabello ajeno y le permitió a este hacer hasta que estuviese satisfecho, hasta que el dolor y la pena remitieran, hasta que Eren volviese a ser el mismo Eren de siempre, su Eren. El de los diez, el de los quince, el de los veinte; el que se reía y alegraba por tonterías y tenía enfados rápidos que hacían estallar el mundo. El Eren que le exigía cosas caprichosamente y volvía su vida del revés. El Eren que siempre le decía que lo amaba y parecía ser feliz solo con eso, sin pedir nada más a cambio. Él que llegó a su vida una lluviosa tarde de marzo, una década atrás, para pintar su mundo de un brillante color iridiscente, coloreándolo y cambiándolo por completo; tanto como a él mismo.

Levi amaba a Eren más que a nada, más que a nadie; incluso más que a su propia existencia, porque sabía que si el chico no estaba allí, junto a él, todo dejaría de tener sentido. Amaba a Eren como nunca creyó llegar a amar a nadie en su vida, y por eso mismo convivía con el miedo profundo y constante de perderlo, de que finalmente llegase el día en que el chico abriera los ojos y decidiese que estar a su lado no era lo que en verdad quería. Tal vez por eso mismo durante los últimos meses, con un millón de cosas cambiando en torno a ellos y su relación, Levi comenzó a comprender que ese momento se acercaba de manera inexorable. Eren estaba creciendo y ya no lo necesitaba del mismo modo en que lo hacía antes; el chico y él ya no podían ser lo que habían sido el uno para el otro hasta ese entonces y, saber aquello, dolía de un modo horrible.

Perder el calor de los labios de Eren, cuando este dejó de besarlo, fue para Levi como una especie de doloroso abandono, pero se lo permitió. Podía sentir la errática y acelerada respiración del chico golpear cálida contra su boca y notaba entre sus dedos, aferrados aun a esos largos cabellos, el ligero temblor que embargaba su cuerpo. A esa escasa distancia, con la frente de uno sobre la del otro y sus narices rozándose apenas, Levi podía mirarlo con detenimiento y apreciar lo mucho que este había cambiado, lo mucho que había crecido. Su rostro moreno ya no tenía la redondez infantil de la niñez y sus rasgos ahora eran más cincelados y definidos, convirtiendo al niño de sus memorias en el hombre que este reclamaba ser; sin embargo, cuando sus ojos verdes volvieron a abrirse y lo miraron con atención, inseguros y cargados de un millón de miedos, ansiosos porque él lo notase, Levi no pudo más que pensar que, a pesar de todo, en el fondo Eren seguía siendo el mismo, y eso de alguna manera lo hizo feliz.

—Quiero que me veas como tu igual —murmuró el chico con un hilo de voz tan tenue que, incluso a esa ínfima distancia, sonaba quedo y apagado—. Quiero ser tu compañero, Levi; no el niño al que siempre debes cuidar y por el cual necesitas preocuparte constantemente. Quiero ser en quien te apoyes cuando tengas problemas o si un día ha sido desastroso y deseas mandarlo todo al demonio. Quiero que comprendas que yo también puedo cuidar de ti, porque te amo y no quiero perderte. Y quiero que comprendas que lo que más temo, lo que más me aterra, es saber que no soy suficiente para ti, porque, por mucho que lo desee, no puedo crecer más deprisa ni detener tu tiempo hasta lograr alcanzarte. Yo…

En esa ocasión fue él quien lo besó y acalló sus palabras, sintiéndose aliviado de una forma egoísta que jamás había experimentado y también infinitamente agradecido con el curioso y caprichoso destino que, diez años atrás, en una tarde de lluvia similar a esa, trajo a ese chico a su lado y determinó que lo mejor para ambos sería que estuviesen juntos a pesar de sus mil diferencias y todas las cosas que tenían en contra; aquel incomprensible y misterioso destino que decidió que aquel molesto y ruidoso mocoso de ojos verdes sería su compañero, la persona indicada para él y con la que desearía pasar el resto de su vida.

Cuando puso fin al beso, lentamente Levi soltó a Eren y dio un par de pasos hacia atrás, alejándose de él. Necesitaba poner algo de distancia entre ambos para intentar calmar un poco su desbocado corazón y así poder pensar con claridad, sin que la cercanía del otro le nublase el juicio.

—No quiero que cambies, Eren —le dijo al chico con honestidad, tragándose por una vez su maldito orgullo. Los verdes ojos de este lo miraron un poco dolidos, pero él siguió de todas formas—, o creo que eso me gustaría decir —terminó de explicar—. Aunque me jode admitirlo, lo cierto es que yo también tengo miedo de que dejes de necesitarme. Me asusta pensar que llegará el día en que decidas que no soy lo que en verdad deseas y te marches.

—¡No puedes siquiera pensar eso! —explotó Eren, parecía desesperado y un poco furioso—. ¡Llevo años enamorado de ti e intentando que me notes! ¡¿Cómo voy a dejar de quererte así como así después de todo lo que me ha costado conseguir que me des una oportunidad?!

—Porque tenemos una diferencia de quince años de edad, mocoso —le explicó con tranquilidad, aunque esa verdad seguía produciéndole cierto resquemor—; y porque decidiste que querías estar conmigo cuando eras poco más que un crío que no sabía casi nada de la vida. Jamás creí que realmente me exigirías que formalizáramos en cuanto cumplieses los dieciocho —reconoció—, siempre pensé que antes de que ese momento llegara conocerías a alguien más y te olvidarías de mí.

Eren, con ambos brazos apoyados sobre la isleta de la cocina, lo fulminó con la mirada.

—¿Me dices ahora que jugaste con mis sentimientos durante todo ese tiempo? ¿Qué todo lo que hice para intentar gustarte durante esos dos malditos años no valió de nada porque tu promesa era solo un truco para mantenerme tranquilo y contento?

El arrebato de furia del chico le hizo darse cuenta a Levi del error que había cometido al escoger sus palabras y de lo mal que todo aquello sonaba dicho de esa manera. Joder, lo que le faltaba.

Apoyó la cadera contra la encimera y se cruzó de brazos, intentando desesperadamente hallar las palabras adecuadas para calmar la tempestad que inevitablemente se avecinaba.

—No tan así. —Dejó escapar un débil suspiro y chasqueó la lengua, frustrado—. Sabía que en ese momento sí creías estar seguro de lo que sentías, pero, ¡mierda, Eren, tenías quince años! No eras más que un mocoso que estaba creciendo y que no tenía ni una puta idea de lo que era tener una relación sentimental, mucho menos con alguien que te doblaba la edad. Por eso cuando Carla fue a hablar conmigo, le-

—¡¿Ahora resulta que le contaste a mi madre sobre nosotros?! —le preguntó Eren indignado; aun así, oculto tras su fulgurosa mirada verde, Levi pudo apreciar la evidente vergüenza que eso le provocaba. Él solo rodó los ojos por lo idiota que aquel chico era a veces.

—¿En verdad creíste que ella no iba a sospecharlo nunca, Eren? —Una maliciosa sonrisa se dibujó en sus labios al ver el gesto de recelosa duda que apareció en el rostro del otro—. Tch, mocoso tonto. Tu madre es una mujer lista, ¡por supuesto que supo de inmediato que te traías algo conmigo!

 El chico lo miró ceñudo.

—Ella nunca me dijo nada —admitió este a regañadientes. Parecía un poco confundido tras oír eso—. Siempre creí que se enteró de lo nuestro cuando decidimos decírselo.

Levi se encogió de hombros.

—Después de esa Navidad ella comenzó a sospechar que ocurría algo entre nosotros porque te notaba demasiado contento —le dijo, lanzándole una significativa mirada acusatoria. Eren se ruborizó un poco y pareció encogerse en su lugar—, así que, tras pensárselo un poco, se decidió a ir a la tienda para hablar conmigo y preguntarme si era así. Quería saber cuáles eran mis intenciones contigo.

—¿Y qué le dijiste?

A pesar de que la pregunta del mocoso no reflejaba más que una auténtica curiosidad, Levi pudo notar la evidente ansiedad escondida tras ese par de ojos verdes. Para Eren su respuesta era algo en verdad importante, demasiado; tal vez tanto como lo había sido para él el darla en ese entonces.

—Qué te me habías confesado y que yo… correspondía tus sentimientos —reconoció, maldiciéndose mentalmente al notar como un golpe de calor le abrasaba el cuello y las pálidas mejillas. La intensa mirada del chico clavada en él lo puso más nervioso aun—. Le dije a Carla que teníamos un acuerdo, por lo que esperaría hasta que tú cumplieras los dieciocho para tomar una decisión sobre tener o no una relación contigo. Le expliqué que deseaba darte tiempo para que crecieras y pudieras pensar bien las cosas antes de decidir si en verdad querías estar junto a mí —soltó de golpe. Mierda, aquello era condenadamente difícil—. Además, le prometí hacerme a un lado si veía que comenzabas a mostrar interés por alguien más, alguien más acorde a tu edad —especificó. Eren pareció pasmado al oír aquello, y al notar lo blanco que lucían sus nudillos al tener las manos presionadas con fuerza sobre la blanca superficie de la isleta, Levi comprendió que de seguro este estaba haciendo un enorme esfuerzo por no pegarle un puñetazo—. También me comprometí con ella a no sobrepasarme contigo de ningún modo hasta que fueses mayor de edad.

Aquello, al parecer, fue la gota que colmó el vaso de la paciencia del mocoso. Andando los pocos pasos que los separaban, Eren se acercó hasta él y lo sujetó de los brazos con fuerza, encarándolo y obligándolo a mirarle. Sus espesas cejas castañas estaban fruncidas en señal de disgusto y parecía enfadado y dolido, sobre todo dolido, ante lo que Levi se sintió un poco culpable.

—¿Fue por lo que le prometiste a mi madre que siempre rechazaste mis lamentables avances? —le preguntó con seriedad glacial. Incapaz de apartar la vista en aquella ocasión, él solo asintió. El mocoso apretó los dientes con rabia—. ¿Sabes lo mucho que me desesperaba pensando en que no te gustaba lo suficiente? ¿La cantidad de veces que me deprimí por no poder ser lo que necesitabas? ¡Me rechazabas cada vez que deseaba tocarte, Levi! ¡Durante dos años prácticamente tuve que rogarte hasta el hartazgo para que me besaras un maldito puñado de veces, y luego siempre me sentía como si solo estuvieras cumpliendo mi capricho! ¡¿Y todo porque se lo prometiste a mi madre?!

Un poco harto con aquel melodrama, se apartó del férreo agarre del chico y le advirtió con una mirada asesina que no volviera a sujetarlo cuando vio que este, obstinado como era, pensaba hacerlo. Él también se sentía un poco en su límite.

—Mierda, mocoso, claro que no fue solo por prometérselo a tu madre. Tenías quince años, Eren; quince putos años y las hormonas a mil. Estabas ansioso por experimentarlo todo y me aterraba la idea de dejarme llevar si no me trazaba límites. Sabía que si te dejaba avanzar más de la cuenta, finalmente terminaría por perder el control contigo y haría más de lo que debía. ¡No soy de piedra, joder! ¿En verdad crees que en más de una ocasión no quise mandarlo todo al demonio y hacer lo que en verdad deseaba hacer contigo? Tch, te quejas porque tuviste que esperar más de dos años, ¡pues yo también tuve que hacerlo, Eren!

Un evidente sonrojo tiñó de inmediato los altos y morenos pómulos del rostro del chico. Por un momento Levi sintió la tentación de acercársele para poder besarlo y delinear con sus dedos las enrojecidas mejillas, intentando hacerle olvidar su enfado y vergüenza; pero prefirió no hacerlo, un poco por orgullo y un poco por molestia, y también porque comprendía de que aquello era algo serio y necesario para su relación.

—Podrías habérmelo dicho —contratacó Eren de todas formas, ante lo que él le miró con sorna.

—Y te habría importado una mierda, como la mayor parte de las cosas que no te gustan. Lo más probable es que, de haberlo sabido, eso solo te hubiera incitado más —soltó. Con lo terco que este era, Levi estaba seguro de que con solo haber oído la palabra «prohibición», el mocoso hubiese hecho hasta lo imposible por conseguir que él cediese—. Estar con un menor es ilegal, Eren; además, si hubiera llegado a pasar algo más que unos cuantos besos entre nosotros por ese entonces, Carla me habría cortado los huevos.

—A los dieciséis podría haberme casado contigo. Eso es legal —insistió el otro con obstinación.

—Tch, seguro. Tu madre me habría arrancado la cabeza de solo proponerle la idea. Creo que intentó comportarse de forma civilizada durante todo ese tiempo solo porque nunca le di mayores razones para sospechar que nuestra relación seguía siendo principalmente platónica, aunque me vigilaba todo el maldito tiempo —masculló de mala gana al recordar esa desagradable parte de su historia con Eren, el cual en ese instante lo observaba un poco abatido al oír su pequeña confesión—. Oi, mocoso, deja de poner esa expresión de mierda; no te estoy contando nada de esto para que te sientas mal, solo pienso que es bueno que lo sepas. Además, estoy seguro de que ella no te confió ninguna de sus preocupaciones porque sabía que no le harías ni puto caso si te prohibía verme o quedarte a solas conmigo.

Tras pensarlo un momento, Eren asintió con desánimo.

—Es cierto —reconoció. En esa ocasión cuando lo miró, una emoción distinta anidaba en sus ojos verdeazulados; ya no la indignada rabia ni la vergüenza, sino algo más cercano al dolor. Ese dolor que Levi llevaba días percibiendo y que, por una vez, no pudo determinar a qué se debía.

Tomando finalmente una decisión, sujetó la mano del chico y tiró de él para sacarlo de la cocina y llevarlo escaleras arriba, rumbo a la habitación. Eren parecía sorprendido, pero no opuso resistencia, ni siquiera cuando él lo obligó a sentarse en la cama e hizo lo mismo a su lado. En ese instante Khepera entró corriendo y se ocultó detrás de un par de negros cojines que lo camuflaban casi por completo; solo sus afilados ojos verdes y sus puntiagudas orejas eran visibles tras su improvisada trinchera. Al oír los quedos lamentos y agudos gemidos provenientes del primer piso, ambos comprendieron quien era el causante de ese escándalo.

Soltando un suspiro agotado, Levi se puso de pie y volvió a bajar a toda prisa, encontrando al chucho que Eren había recogido por el segundo peldaño de la escalera, haciendo enormes esfuerzos por subir al tercero a pesar de que, seguramente, esta debía parecerle enorme, un obstáculo insalvable; pero, aun así, lo seguía intentando. Del mismo modo que Eren, durante todos esos años, lo hizo con él.

Joder.

Levi agarró sin muchas contemplaciones al pequeño bichejo y se dispuso a regresar al cuarto. Una vez llegó allí, dejó al cachorro dando vueltas por el piso de la habitación y volvió a sentarse junto al chico que seguía muy quieto en el mismo sitio que lo había dejado antes. Eren tenía las manos unidas y fuertemente apretadas sobre las rodillas y la mirada clavada en un punto de la oscura moqueta negra. Parecía asustado y dolido, temeroso de lo que seguramente fuera a ocurrir.

—Háblame, mocoso. Dime que es lo que te preocupa en realidad, de que tienes miedo. —Estiró una mano y la posó sobre las del chico, instándolo a que las soltase para poder entrelazar una de ellas con la suya—. Antes siempre me lo contabas todo.

Levi le vio tragar saliva con fuerza, percibiendo el ascendente y descendente movimiento de su nuez y la tensión que embargaba su cuerpo. Cuando la cabeza de Eren se apoyó sobre su hombro, él solo inclinó un poco más la suya para que rozara con esta, permitiendo que sus oscuros cabellos negros se enredaran con los castaños del chico.

—Durante el último tiempo me he dado cuenta de que he sido yo quien te ha obligado a casi todo, Levi: el que comenzáramos a salir, el contárselo a mis padres, nuestras citas, incluso el sexo. Siento que siempre es lo que yo deseo de nuestra relación, sin pensar nunca en lo que de verdad quieres. —El profundo dolor en su voz, junto a sus palabras, fue un duro golpe para él—. A veces he llegado a pensar en que lo haces porque no me quieres lo suficiente y nada te motiva, que te aburre estar conmigo y prefieres darme el gusto para que no haga uno de mis dramas; pero otras, en cambio, creo que es todo lo contrario, que acabas dándome el gusto porque me amas y no deseas disgustarme, ya que para ti sigo siendo solo un niño, un maldito mocoso —masculló este con un tono cercano a la desesperación—. Incluso he llegado a preguntarme… si estarías mejor con alguien que no fuese yo. —La voz de Eren, tranquila hasta ese momento, pareció quebrarse, y cuando notó la leve humedad sobre la tela de su camiseta, supo que era porque el chico estaba llorando—. Te amo, Levi, más que a nada. Por eso no quiero que seas infeliz a mi lado.

Durante unos cuantos minutos ambos guardaron silencio, roto solo de vez en cuando por los lastimeros gemidos del perrillo que andaba desquiciado olfateándolo todo.

 Había tantas cosas que deseaba decirle a Eren, tanto que explicarle, pero no sabía por dónde comenzar. Él no era bueno con toda esa mierda de las palabras y demostrar sus sentimientos; estaba demasiado acostumbrado a guardarse todo para sí mismo y esperar a que el resto lo adivinase de alguna forma; pero con aquel chico nunca era así. Ese condenado mocoso siempre lo obligaba a abrazar su parte más patética y sensiblera, joder; esa que era blanda y creía en el amor, pero sobre todo creía en Eren y el cariño que este le profesaba; siempre en Eren.

—Tiempo —le dijo pasados unos pocos minutos. El chico levantó la cabeza de su hombro y lo miró confundido—. Siempre he pensado que lo que más tenemos a nuestro favor es tiempo, Eren: para que crecieras y te convirtieras en un adulto, para que pudieses disfrutar de tu vida completamente antes de atarte conmigo. —Levi dejó que su mano libre se posara sobre la mejilla del otro y le secó las lágrimas—. Nunca he deseado que tengas prisa en crecer, porque me gustas así, como eres; de la misma forma como me gustabas cuando eras pequeño y volvías mi casa un desastre o cuando eras un maldito adolescente que hacía un caos de mi cordura. Lo que más he deseado durante estos últimos años es darte tiempo, mocoso tonto, todo el que pudieses necesitar; porque para mí no hay nada más importante que tú. Nada.

 El llanto de Eren en esa ocasión sí lo pilló por sorpresa, porque no fue algo moderado y calmo como el de minutos antes, sino tan escandaloso como lo era siempre el chico, dejando que toda la angustia contenida durante ese tiempo saliese fuera, liberándolo finalmente.

Tras pensarlo un poco y armándose de valor, convenciéndose de que era la decisión correcta a pesar de todas las dudas que albergó sobre aquello durante las semanas anteriores, Levi, poniéndose de pie, se dirigió hacia el armario y rebuscó en uno de los cajones. Cuando sintió los bordes de la alargada y pequeña cajita enterrarse en su apretado puño, notó como una corriente de anticipación y nerviosismo lo recorrió por completo, pero ya daba igual, se dijo. Llevaba pensando en ello un largo tiempo, pero siempre acababa descartando la idea por parecerle precipitada, sobre todo por el mocoso; pero, por una vez, mandaría todas sus precauciones y dudas al demonio. Por una vez iba a permitirse ser egoísta.

Sacó unos cuantos pañuelos descartables de la caja que tenía sobre la mesilla de noche y se los pasó al otro para que se limpiara la cara y se sonara la nariz. Cuando el chico estuvo un poco más calmado, le estampó contra el pecho, y sin mucha delicadeza, la pequeña caja. Eren, sorprendido, dejó de llorar de inmediato y lo miró confundido, permitiendo que sus verdes ojos vagaran desde su rostro impasible hasta la cajita que descansaba ahora en su regazo.

—Feliz cumpleaños.

—¿Levi? —le preguntó dubitativo.

—Sé que estoy un poco adelantado, pero ábrelo igualmente —le soltó de malos modos, demasiado avergonzado y nervioso para intentar mostrarse más amable. Eren asintió mansamente.

Cuando los largos dedos del muchacho lograron abrir con cierta torpeza la cajita alargada, su curiosidad e incertidumbre se tornaron en confusión, levantando de inmediato la mirada para buscar la suya y exigir una explicación.

—¿Esta llave…?

—Es de la casa —le dijo él con fingida indiferencia.

—Lo sé, pero… es que tengo una, ya sabes. Yo no entiendo…

Perdiendo la paciencia, Levi acortó la distancia entre ambos y sujetó con fuerza la castaña cabeza del otro, chocando su boca contra la suya para robarle un beso duro y poco delicado que, tras separarse, pareció dejar al chico sin habla.

—Tch, ¿por qué eres siempre tan lento cuando necesito que utilices esa cabeza tuya, mocoso? Deseo que vivamos juntos, joder. No quiero ver cómo te marchas cada maldito día sin poder hacer nada por evitarlo; estoy harto de tener que dejarte ir. Yo… también me cansé de esperar.

La boca de Eren se abrió y cerró compulsivamente un par de veces, como lo haría la de un pez cuando acaban de sacarlo del agua; sin embargo, antes de que él pudiese hacer nada, este se puso rápidamente de pie y le echó los brazos al cuello, casi tumbándolo en el piso a causa de la diferencia de peso y estatura entre ambos.

—¡Sí, sí, sí, sí! ¡Claro que me vendré a vivir contigo! —le soltó eufórico. Levi notó el vibrante sonido de su alegre risa sobre la base del cuello y se sintió infinitamente feliz también—. ¡Te amo tanto! ¡Llevo tanto tiempo queriéndote que no sé com-!

Levi acunó su rostro entre ambas manos y lo besó una vez más; suavemente, delicadamente, un beso para sellar aquella extraña unión que pareció haber comenzado entre ellos diez años atrás y que por fin ahora estaba llegando al sitio adecuado.

 Tch, puto destino.

Sin soltarlo del todo aún, se apartó lo suficiente para poder mirarlo mejor. Eren tenía las mejillas enrojecidas y los ojos de un verde brillante. Ya no era el niño al que él había conocido una tarde de lluvia ni el intenso adolescente que se le había confesado casi al borde de la desesperación; ahora, se dijo, aquel que tenía en frente era el hombre del que estaba enamorado, verdadera, loca y profundamente enamorado. Eren era su elección y lo seguiría siendo siempre; porque, pasara lo que pasase entre ellos, Levi continuaría eligiéndolo a él y solo a él, por el resto de su vida.

—Yo también te amo, Eren —le dijo finalmente, compartiendo por primera vez con este aquellas palabras que llevaban tantos años forjándose dentro suyo pero que jamás se atrevió a decir en voz alta. Notó como los ojos del mocoso se llenaban de lágrimas y depositó otro corto beso sobre su boca fuertemente apretada, de seguro para no ponerse a berrear—. Te amo muchísimo. Gracias por haber llegado a mí, por haberme permitido conocerte. Gracias por haber llenado de color mi vida tan aburrida. Tú has sido mi más preciado regalo.

Esa vez, cuando volvieron a besarse, fue una mezcla de risas quedas, muchas lágrimas y palabras entrecortadas por parte de ambos que apenas se entendían pero que, aun así, parecían tener sentido para ellos, tal vez porque las cosas entre los dos siempre habían sido así: enredadas, confusas y dramáticas; con Eren siempre exigiendo cosas que a él le parecían imposibles hasta que acababa cediendo para intentar contentarlo y contenerlo, enredando sus vidas cada vez más hasta formar con ellas un nudo imposible de desatar. Y estaba bien así, se dijo Levi, porque para él era perfecto. Estaban juntos y se querían, por lo que nada más debía importar.

 

——o——

 

—Un poco menos de treinta y ocho. Por lo menos ha bajado algo —le dijo Levi a Eren mientras dejaba el termómetro en la mesita de noche y se sentaba a su lado en la cama, tendiéndole un vaso con agua y un par de analgésicos—. Tu padre me dejó una lista de medicamentos antes de irse, así que los iré a comprar más tarde; también me ha dicho que para mañana ya deberías estar mejor, pero que igual será necesario que guardes reposo unos cuantos días más. Carla me llamó hace un rato, mientras Grisha te examinaba. Ha dicho que vendrá a verte pasado el mediodía y te traerá algo especial de comer, aunque te quedarás sin el pastel hasta que te recuperes por completo. Tch, que mocoso más tonto eres, enfermarte por una mierda de lluvia; solo a ti se te ocurre pasar así tu cumpleaños.

A pesar de sentir la cabeza pesada y notar sus músculos terriblemente adoloridos, Eren se rio. Lo cierto era que le importaban bien poco los malestares que lo aquejaban, ¿cómo iba a preocuparse por eso cuando se sentía tan contento? Acababa de cumplir los veinte y por fin podría comenzar una vida junto a Levi, una vida de verdad; y aunque él sabía que todavía le quedaba un largo recorrido para poder llegar a sentirse su igual, si era que lograba hacerlo algún día, por lo menos Eren ya no tenía prisa en que ese momento llegara. El hombre por el que tanto luchó en el pasado le había dicho que lo amaba, y él era feliz solo con saber eso.

Una corta carcajada escapó de sus labios y Levi rodó los ojos con exasperación. Khepera, que estaba enroscado sobre su regazo, se despertó de su sueño, estirando las patitas negras con pereza y bostezando de forma entregada, tensándose de inmediato cuando oyó los gemiditos del cachorro, Bes, que pedía porque también le subiesen a la cama, algo que Eren hizo enseguida.

En aquella ocasión el nombre del animalillo fue una completa elección de Levi. Desde un principio él le dijo a este que deseaba bautizar al cachorro con el nombre de un dios de la mitología egipcia para que fuera a juego con Khepera, y, aunque Levi se opuso y protestó un poco, al final acabó cediendo. Buena parte de esa mañana se la pasaron buscando y pensando en algo que les pareciese adecuado, hasta que el otro hombre acabó decidiéndose por Bes, el dios protector del hogar, y a Eren le pareció bien; aunque Levi luego adujo que su elección solo se debía a lo feo que era el animal, algo que él no creyó en absoluto. Cuando una hora atrás él se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha, había pillado al otro acuclillado en el rellano de la escalera acariciando al cachorro, aunque, por supuesto, Levi luego se justificó diciendo que solo estaba cerciorándose de que este no tuviese garrapatas ni pulgas que pudieran infectar la casa. Sí, claro.

—Si es así, tal vez pueda mudarme para el fin de semana —le dijo contento, acariciando el lomo de Khepera que en ese instante mirada con ojos entornados a su recién descubierto némesis que, tumbado cerca de él, lo contemplaba con adoración y le movía la cola—. No son muchas cosas las que tengo que trasladar desde la casa de mis padres, en realidad. Creo que con un viaje en coche sería más que suficiente.

Levi enarcó una ceja y le sonrió levemente, un dejo de suficiencia adornando sus delgados labios.

—¿Tan ansioso estás por venirte aquí, mocoso?

—¡Por supuesto que sí! —exclamó él, totalmente seguro—. Temo que te arrepientas si te doy más tiempo, así que pienso asegurarme.

 En esa oportunidad Levi sí rio y negó con un gesto. Este le apartó un mechón de cabello que se había escapado de la desmadejada coleta, remetiéndoselo tras la oreja. Durante un par de segundos acunó su mejilla con cariño antes de darle un pellizco, no tan delicado, en la misma, y arrancándole a Eren un gemido de dolor.

—Todavía puedo darte una patada en el culo y echarte fuera si no mantienes la limpieza y el orden, mocoso de mierda. No quiero ver tu puto caos regado por todos lados, ¿entendido? Ya tengo más que suficiente con estas dos bestias que has traído a casa. Y recupérate pronto para educar a este bicho —le dijo señalando con un gesto de su morena cabeza al cachorro—, porque si vuelve a mear en mi piso, lo despellejaré vivo y con su piel le haré un abrigo a Khepera.

Como si quisiera demostrar su descontento con ese comentario, el felino soltó un bufido al que Bes respondió con un pequeño ladrido feliz. De inmediato, rápida como un rayo, una de las garras del gato fue a dar con una de las oscuras orejas del cachorrillo que gimió bajito, más apenado que herido; ante aquella imagen, Eren no pudo evitar sonreír. Estaba seguro que pasado un tiempo, antes de que ninguno de ellos se diera cuenta siquiera de cómo, los dos acabarían por hacerse amigos; solo era cosa de tener paciencia y dejar que aprendieran a conocerse. Su historia con Levi no había sido muy diferente a esa, se recordó; con aquel hombre detestándolo e intentando mantenerlo lejos y con él insistiendo una y otra vez, hasta que finalmente se hizo un huequito en su vida y este acabó por quererlo. Eren estaba convencido de que sus mascotas también tendrían un final feliz.

—Lo sé, lo sé —le dijo con paciencia—. Me portaré bien.

—Ya lo veremos —le respondió Levi, sin parecer muy convencido, y se dispuso a ponerse de pie—. Iré a prepararte una limonada caliente antes de que aparezca Carla por aquí. No quiero que comience a reclamarme lo mal que te cuido; tu madre tiene un carácter espantoso cuando está enfadada, tch. Deberías haber heredado el temperamento de tu padre, mocoso.

Antes de que el otro pudiese apartarse más, Eren sujetó una de sus pálidas manos entre la suya, impidiéndole moverse. Quizá debido a que ese día él estaba enfermo, Levi no lo fulminó con la mirada como solía hacer cuando actuaba de ese modo. Este simplemente se limitó a mirarlo paciente e inmutable, como si estuviese esperando a que Eren soltara alguna de sus tonterías. Y tal vez fuera así, se dijo, pero por una vez no le importó lo más mínimo.

—Tú también eres lo más importante en mi vida, Levi —le confesó al otro con sinceridad, repitiendo las mismas palabras que este le dijo la noche anterior y que para él significaron tanto—. Te he amado por diez años, ¿sabes? Un largo, largo tiempo; la mitad de mi vida. Yo también soy muy feliz de haberte conocido.

Vio al otro sonrojarse con violencia y como intentaba ocultar su bochorno tras una mirada acerada y su habitual ceño fruncido, mientras le mascullaba algo que sonó como un «mocoso idiota»; aun así, Levi se inclinó hacia él para dejar un casto beso sobre sus labios resecos, sin importarle ni los virus ni el hecho de que probablemente acabaría siendo él quien cayese enfermo en un par de días. A sus ojos, pensó Eren, eso debía ser amor de verdad.

Y, mientras lo veía salir del cuarto, acarició a los dos animalillos que reposaban a su lado y que, de una u otra manera, acabaron siendo parte de esa extraña familia, porque sí, eso era lo que Levi y él serían desde ahora: una familia. Seguramente tendrían días buenos y malos, así como otros en los que simplemente se odiarían por tonterías y en los que Eren acabaría llorando, esperando porque Levi dijese algo que lo obligase a entrar en razón y entonces volvería a reír, porque todo entre ellos recobraría sentido. Pero, sobre todo, se amarían, porque llevaban mucho tiempo haciéndolo; en distintas edades y de distintas formas, por supuesto, pero el amor siempre era amor por más mutable que fuera a través del tiempo. Y el de ellos, se recordó, no se había extinguido ni un poco en diez años, todo lo contrario.

La noche anterior Levi le había dicho que le amaba y que era él quien le dio color a su mundo, pero Eren no estaba de acuerdo en ello, porque, en su opinión, eran ambos. Si la vida que compartían ahora les parecía maravillosa, era porque estaban juntos, Levi y Eren, Eren y Levi, cada uno de ellos aportando lo justo para crear aquel precioso mundo iridiscente que les pertenecía a ellos dos.

Definitivamente, se dijo, las estrellas fugaces podían conceder deseos. El suyo acababa de cumplirse.

Notas finales:

Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Espero que la lectura fuese de su agrado y que, por lo menos, compensara el tiempo invertido en ella, sobre todo porque ha sido una lectura larga, como todos los capítulos de esta historia.

Lo siguiente, por supuesto, es disculparme por esta enorme tardanza, pero me ha costado mucho sacar este capítulo adelante, no solo por el largo considerable que tiene, sino porque estoy aquejada de una fea contractura en el hombro izquierdo que me ha mantenido muy limitada y muy lenta a causa del tratamiento y la medicación, así que prácticamente podría decirse que estoy atrasada con la vida. Además, la amabilísima Akira Kousei me ha hecho el gran favor de betear este capítulo, lo que ocasiona un poco más de retraso a la hora de su publicación; pero, es gracias a ella y su gran trabajo que tuvieron una entrega más cuidada y bonita. Así que, ¡muchas gracias, Akira!

Y finalmente es un orgullo para mí el poder decir que, después de cinco largos meses, he llegado al capítulo final de esta historia, lo que me tiene muy contenta, no solo por haber podido terminarla, sino porque también es mi primera historia acabada (aunque sean poquitos capítulos) y porque creo que este pequeño reto que tomé no resultó tan mal después de todo. Me siento satisfecha con el resultado y espero que todos ustedes, quienes leyeron y me acompañaron en esto, también se sientan de ese modo.

Amar en Tres Tiempos, como dije en un comienzo, nació de muchos de mis caprichos, como mi gusto por las relaciones a lo largo de diversas edades y de mi inesperado encuentro en una tarde de lluvia allá en Londres; fue por eso que esta historia comenzó también así, con una tarde lluviosa para Eren y un inesperado encuentro que cambió su vida, y terminó con otra tarde de lluvia y un nuevo cambio para él, algo que, a mi parecer, cerró todo el ciclo.

El personaje de Khepera, como lo comenté en un principio, fue el resultado de cuervito-chan, que no me pude traer a casa, obviamente; pero, su personalidad algo retorcida, es la de mi gato mayor, que en verdad cree que es un rey y yo no he tenido el valor para corregirlo. Además, tanto los nombres de Khepera y Bes pertenecen a la mitología egipcia, ambos son dioses y me gustó la idea de que las características de cada uno se adaptasen a estos animalitos. Las tonterías que se me ocurren mientras escribo sueles ser infinitas.

También pido disculpas por si este capítulo resultó demasiado fluff. En un comienzo (en mi cabeza, al menos) no lo era tanto, pero a medida que escribía, fue resultando así. Culpo a la medicación de eso y a Savage Garden por su tema, Truly, Madly, Deeply que fui incapaz de sacarme de la cabeza en el proceso de creación, pero creo que también en parte es culpa mía. Este capítulo ya era el último, así que supongo que inconscientemente deseaba que tanto Eren como Levi tuvieran algo bonito.

Y por último, esto es algo que no estaba en mis planes hacer, para nada, pero deseo exponérselos y ver que tal resulta.

Hace un par de días mi adorada Akira, luego de devolverme el capítulo beteado, me comentó que le hubiese gustado saber que pasaba con Eren y Levi años después de este final, y me sugirió que escribiese un pequeño epílogo para la historia. Reconozco que esto no es algo que tuviese siquiera pensado, porque como dije desde un comienzo, esto ha sido un romance en tres tiempos; pero luego de hacerme esa propuesta, algunas cosas comenzaron a formarse en mi cabeza, por lo que, tras bosquejar algunas ideas, acabó surgiendo algo que creo podría funcionar para cerrar definitivamente esto.

De hacer un pequeño epílogo no sería algo largo (quince páginas como mucho, la mitad de esto), y este se ubicaría unos buenos años después del capítulo tres. Sería algo sencillo, más para ver el cómo ha tratado la vida a esta pareja que otra cosa. Sin embargo, en esta ocasión seré egoísta y caprichosa, por lo que decidí no ser yo quien tome la decisión de que este pequeño extra vea o no la luz, si no que la dejaré en manos de ustedes, quienes han leído hasta acá, porque me parece lo más justo. Si desean un epílogo, háganmelo saber y prometo tomarlo en cuenta. Por eso mismo, a pesar de que la historia está terminada para mí, la dejaré marcada como “en proceso”. Si para mediados de abril ven que la historia ha pasado a “completa” sin una nueva actualización, es porque no habrá más capítulos y este será el final definitivo.

Sin más, muchas, muchas, muchísimas gracias por haberme acompañado hasta aquí, por haberle dado una oportunidad a esta loca historia y haber comentado sobre ella, votado y añadido a sus favoritos, listas y alertas. Comencé a escribir esto con muchos miedos y dudas, pero hoy he acabado muy feliz y sintiéndome un poquito orgullosa, así que por todo eso, mi más sincero e infinito agradecimiento. La magia para que esto llegase hasta aquí, realmente fue de ustedes.

Un beso enorme y una brazo a la distancia para todos y mis mejores deseos. Espero tengamos la oportunidad de volvernos a leer.

 

Tess


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).