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La Joya de la Corona (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

 

CAPÍTULO 3:

JAULA

 

De nada le sirve a un pájaro estar en una jaula de oro cuando lo que necesita es volar.

(Chamalú, Jaula de Oro)

 

 

 

El suave y tranquilizante borboteo del agua que caía de la fuente así como el raspante ruido de la hoja de la espada al pasar una y otra vez sobre la piedra de afilar, eran los únicos sonidos que parecían reinar en ese instante dentro de la amplia habitación a pesar de que ellos tres estuviesen allí.

Eren, observando con detenida atención el tablero posicionado frente a él, tras pensarlo un poco más, tomó finalmente una arriesgada decisión y movió su reina tres casilleros hacia adelante para eliminar la posible amenaza que era la torre enemiga; no obstante, nada más hacer su movimiento, Armin, con una expresión de intenso reproche dibujado en su rostro aniñado, avanzó sin un ápice de piedad el alfil a su cargo, eliminando en el proceso a su dama recién posicionada; el rey negro, que era el suyo, quedó entonces acorralado en una esquina, siendo al mismo tiempo amenazado no solo por el monarca contrario, sino que también por los dos alfiles blancos del otro chico. Después de un rápido vistazo de su parte, tuvo que reconocer, de mala gana, que un solo movimiento de su parte bastaría para que acabara humillantemente derrotado por su amigo.

—Jaque Mate. Una vez más —le dijo Armin corroborando sus sospechas. El pesaroso movimiento de cabeza que acompañó a las palabras de este produjo que la corta melena rubia del muchacho se agitara en todas direcciones, mientras que sus pálidos ojos azules, del mismo color de su túnica de lana,  buscaron los suyos de inmediato, frunciendo un poco el ceño al mirarlo—. Por Dios, Eren, ni siquiera lo estás intentando. Hoy has jugado peor que otros días.

—En verdad me esfuerzo, solo que esto es… aburrido. Además, no creo que siquiera sea posible ganarte alguna vez; eres demasiado listo para mí —se defendió él, intentando mostrarse conciliador, pero a la vez creyendo por completo en cada una de sus palabras. A sus dieciséis años, Armin Arlert era sin lugar a dudas el joven más listo de todo el reino de Marley, y no solo era él quien lo pensaba; su propio hermano se lo corroboró en una ocasión que Eren se atrevió a preguntárselo. Si no fuera por el maldito error que cometieron aquel fatídico día, un par de años atrás, estaba seguro de que su amigo ahora estaría ocupando una posición en el Consejo Real, tal como lo hizo su abuelo hasta el día de su fallecimiento. En ese momento, sin embargo, Armin solo era un prisionero con tan pocos derechos y opiniones como él mismo.

Eren estaba tan harto de todo eso…

Mikasa, sentada en uno de los bancos de piedra que se hallaban emplazados en el pequeño jardín, se esmeraba en acondicionar su arma con precisión militar; pero, nada más oír sus palabras soltó una queda risita y le lanzó una mirada cómplice que él le devolvió con una ligera sonrisa, ante lo cual su rubio compañero gimió con evidente exasperación.

—No hay caso con ustedes dos —masculló y se dejó caer pesadamente contra el acolchado respaldo, tapizado de blanco, de la elaborada y pesada silla de cedro; observándolos con la mirada torva y recriminatoria que una madre le dedicaría a sus hijos díscolos, le dijo a Eren—: No sé ni para qué me esfuerzo contigo. Es evidente que no quieres mejorar tu concentración. Zeke se sentirá muy desilusionado de ti. Una vez más.

El deje de remordimiento que el suave regaño de su amigo despertó en él, se esfumó de inmediato ante el nombre de su hermano mayor. Haciendo una mueca de desagrado con los labios, Eren se puso lánguidamente de pie y comenzó a acomodar con parsimonia, en el tablero circular, las piezas del bello juego de ajedrez; las figuras, moldeadas y talladas en jade blanco y verde, relucían de forma suave bajo la luz crepuscular del pálido sol invernal que se colaba por el enorme ventanal que daba hacia el jardín y el débil resplandor de las velas que titilaban en los pesados candelabros de cristal que decoraban diferentes superficies de la estancia. Aquel era el último obsequio que Zeke le había hecho, se recordó mientras sus largos dedos acariciaban la pulida superficie del rey blanco. Un nuevo intento de soborno por parte de este para comprar su afecto e intentar mantenerlo contento y cooperador. Satisfecho de vivir encerrado en su maldita jaula de oro, sedas y mármol; sin ninguna queja, sin ningún deseo, sin ningún sueño.

Dios, odiaba su vida.

—Zeke nunca está satisfecho, Armin; no importa lo mucho que Eren se esfuerce o haga para agradarlo. Él siempre esperar más y más.

En esa ocasión fue la suave y dulce voz de Mikasa quien salió en su defensa, mucho más conciliadora de lo que seguramente él mismo lo habría sido en lo referente a su hermano. La chica, abandonando su posición sentada junto a la piedra de afilar, se puso de pie con una gracilidad que contrastaba un poco con su atuendo tan masculino, el cual consistía en un par de cómodos y ajustados pantalones para montar negros a juego con las botas altas que calzaba, y una abrigada túnica de lana blanca que le llegaba a medio muslo y sobre la que se ajustaba el cinto de cuero de la espada; en definitiva, el mismo tipo de vestimenta que ocupaban Armin y el propio Eren. A pesar de ser tan bonita como la madre de esta lo fue en vida, con sus grandes y rasgados ojos gris oscuro de largas pestañas, que contrastaban con su suave piel pálida, y el largo cabello negro sujeto en una coleta alta que la hacía lucir delicada y estilizada, Mikasa no parecía darle ninguna importancia a ese hecho, comportándose tal cual lo haría un muchacho y enfocándose solamente en cumplir lo mejor posible su cometido.

Sin percatarse de que él la estaba observando con detenimiento, la muchacha contempló con ojo crítico y experto su afiladísima arma: un hermoso y pesado ejemplar de espada larga forjada en acero, cuya doble hoja era tan mortífera como la propia Mikasa. Aquel, se recordó Eren, fue un regalo del padre de esta hacia ella cuando su amiga cumplió los doce años y se decidió que Mikasa, a pesar de ser una mujer, le sucedería en el rol de guardián cuando él ya no estuviese: la eterna obligación del primogénito varón de la familia Ackerman por generaciones.

Aparentemente satisfecha con la inspección, su amiga sacó del pequeño morral de cuero envejecido que cargaba, una estilizada botella de vidrio azul llena de aceite de clavo. Tras quitar el tapón, ella vertió una pequeña cantidad del líquido en un paño y comenzó a pulir el arma con largos, lentos y expertos movimientos adquiridos a lo largo de los años de práctica.

Mikasa, al igual que Eren, había nacido con el género equivocado al rol que estaba destinada a desempeñar en su vida.

Los Ackerman fueron, hacía mucho tiempo atrás, un pequeño clan de guerreros que vivían en las montañas al interior de Marley, apartados de todos los demás clanes y sin deseos de pertenecer a ningún reino. Eran un pueblo solitario que sobrevivía a base de la caza y el cultivo mientras intentaban que su descendencia se asegurara casándose y procreando solo entre ellos para no mezclar su sangre y correr el riesgo de que esta se debilitara. Los hombres de este clan eran fuertes y de aptitudes extraordinarias para la guerra, tanto así que uno de los primeros reyes de Marley, temeroso de que estos pudieran revelarse contra él y hacerse con el reino, decidió ofrecerles un beneficioso trato: innumerables favores, tierras y obsequios a cambio de que ellos le jurasen fidelidad y aceptaran conformar su Guardia Real; y a pesar de que no todos los miembros del clan estuvieron conformes con aquella propuesta, la mayor parte de ellos aceptó, mientras que, los pocos que se opusieron, decidieron abandonar el reino y probar suerte al otro lado del mar.

Durante años los miembros de esta familia fueron los más respetados entre los pobladores de Marley, no solo por los cargos que ocupaban dentro del reino, sino por lo que ellos mismos representaban; sin embargo, poco a poco su descendencia fue cada vez menor, y si ya eran un clan pequeño cuando decidieron firmar aquel acuerdo, en las últimas décadas acabaron por extinguirse completamente. De hecho, los padres de Mikasa y ella misma fueron los últimos de aquella línea directa de sangre, por lo que su amiga, a pesar de no ser el varón que debió haber sido al nacer, tras la muerte de su madre cuando apenas tenía seis años, fue obligada a abandonar su feminidad para convertirse en una guerrera; en la espada y el escudo que lo protegerían a él a costa de su propia vida si era necesario. Mikasa se convertiría en el Guardián de la Joya, tal cual lo fue su padre y el padre de este, y el de este otro, mucho tiempo atrás.

Y aquella imposición era, para Eren, una nueva injusticia en aquella horrible vida en la que ellos tres estaban prisioneros.

—Mikasa tiene razón. Nada de lo que hago deja contento a Zeke, así que no tiene sentido esforzarme —soltó él, dejando la pieza del rey en su posición y volviendo a sentarse frente a su amigo. Tomó entre sus dedos el bajo de su simple túnica de lana verde oscura y comenzó a juguetear con él entre sus dedos—. Solo le gusta hacerme la vida imposible.

—¡Por supuesto que no es así, Eren! Todo lo que él hace es porque le preocupa tu seguridad; como a nosotros, ¿verdad, Mikasa? —argumentó con tranquilidad su rubio amigo, lanzando una penetrante mirada a la aludida y esperando que ella lo apoyara; no obstante, la chica solo respondió con un desganado encogimiento de hombros y siguió concentrada en su trabajo.

Ante la evidente tontería que acababa de oír, él dejó escapar una carcajada rota y llena de dolorosa ironía.

—Mi querido hermano no se preocupa por mí, Armin; se preocupa por su lugar como consejero real —le recordó al otro con total contundencia—. Soy varón, lo que ya le ha complicado la vida de forma considerable, como le encanta recordarme cada vez que tiene oportunidad. Que además no haya mostrado avances a pesar de estar a punto de cumplir los diecisiete, lo está volviendo loco y haciéndole temer que su cabeza sea cortada, como la de nuestro padre.

—Y como podría pasarle a la tuya si no refrenas un poco más tu lengua y mal temperamento, Eren. Tienes que mostrarte cooperador y amable, ¡lo sabes! —soltó su amigo a modo de reproche—. Aunque sea solo para aparentar, deja de incordiar a Zeke. Sabes que por lo menos en lo referente a ti, su palabra es la palabra del rey.

Él dejó escapar un bufido de indignación y, poniéndose rápidamente de pie, plantó con fuerza ambas palmas sobre la pulida superficie de la pequeña mesa redondeada de mármol blanco que estaba entre ellos. El tablero y las piezas tintinearon un poco ante el seco golpe, pero a Eren no le importó; se inclinó hacia delante de manera amenazadora, con sus verdes ojos casi echando chispas de la rabia que sentía y acercando su rostro tanto al de Armin, que aún se hallaba sentado, que pudo percibir a la perfección las motitas azul oscuro que danzaban en sus iris y los arcos de un oscuro dorado que formaban sus pestañas. Por supuesto, el otro chico no se amedrentó en absoluto

—¡No voy a cooperar con el idiota de mi hermano ni con un maldito rey que nos mantiene encerrados aquí tal cual si fuésemos ganado! —explotó—. ¡No me convertiré en otro de sus juguetes para darle más poder! ¡No soy su maldita posesión! ¡Mi madre me dij-!

—Creo que tu madre hubiese preferido que siguieras vivo, Eren —volvió a añadir Armin con voz suave y mesurada. La conmiseración patente en sus ojos hizo que él se sintiese más frustrado aun—. Ella misma cooperó en su momento porque sabía que era lo mejor que podía hacer.

—¡Ella cooperó porque no tenía opción! —respondió él con rabia, notando el regusto amargo y venenoso del odio en cada una de sus palabras.

Su amigo negó con un gesto.

—Siempre hay opciones, Eren. Siempre —insistió Armin; y, en esa ocasión, los tres volvieron a quedarse en completo silencio.

Desesperado y enfadado, con la rabia bullendo como pesada lava dentro de sus venas, tras pegar un manotazo que lanzó de golpe todas las piezas del juego al alfombrado suelo, él le dio la espalda al otro chico y se alejó de la mesa, dirigiéndose hacia los jardines donde Mikasa seguía puliendo su espada y le miraba de tanto en tanto con aire preocupado.

Aquella no era la primera vez que discutían aquel asunto, claro que no, y Eren estaba seguro de que estaba lejos de ser la última; pero, sí era la primera desde que aquella horrible idea comenzó a anidar dentro de él con tanta fuerza. Aquel pensamiento que era casi como una serpiente ponzoñosa arrastrándose de manera sutil dentro de su cerebro, que lo hacía despertar de noche entre jadeos y pesadillas de sangre mientras que en el día solía volverlo loco al esparcir su veneno e intoxicándolo. Durante dieciséis años Eren evitó pensar en aquella opción, convenciéndose cada día de que si soportaba un poco más, si persistía un poco más, finalmente llegaría el momento en que sería libre del todo; pero, durante las últimas semanas, siendo cada vez más presionado por Zeke, más consciente de lo que le esperaba si no hacía algo pronto, se encontró pensando más y más en ello, planteándose si sería lo correcto, si aquella decisión lo ayudaría a escapar para siempre de su jaula y el destino que querían imponerle.

—Tal vez… lo mejor sería que muriera —soltó él finalmente; notando el corazón acelerado a causa de la angustia y los nervios que le produjo poner sus pensamientos en palabras.

Armin, que había estado balanceándose de manera precaria en las patas traseras de la pesada silla de cedro, perdió el equilibrio y se calló al alfombrado suelo con un golpe sordo, soltando un gemido, al tiempo que Mikasa dejó escapar un estrangulado gritito y lo observó con sus oscuros ojos grises muy abiertos y llenos de incrédulo pánico.

—¡Eren! —exclamó esta, furiosa. De inmediato ella dejó la pesada espada sobre la mesa del jardín, produciendo un ruido metálico que reverberó entre las verdes paredes cubiertas de follaje y flores. Se acercó hasta él con paso amenazante y posó sus pálidas y encallecidas manos sobre sus hombros, mirándolo llena de reproche, aunque un deje de miedo seguía impreso en su hermoso rostro—. ¡No digas, eso! ¡No vuelvas a decir eso! —le exigió su amiga, casi con desesperación. Sus delgados labios estaban tan apretados que apenas y parecían una fina línea blanca contra su boca—. ¡No lo voy a permitir!

—¡¿Es que has perdido la cabeza?! —le preguntó Armin, alarmado, mientras volvía a ponerse de pie y recogía la silla para dejarla en su sitio—. ¡¿De qué te serviría morir si lo que quieres es conocer el mundo?! ¡Has dicho que deseas ser libre, llevas años diciéndolo! ¡Pues un muerto no lo es, Eren! —le soltó el otro molesto; toda su amabilidad habitual siendo sustituida por un golpe de violenta ira.

Pasándose las manos con desesperación por el largo cabello castaño que ya le llegaba casi hasta los hombros, comenzó a pasear con pasos largos y pesados por la habitación que cumplía la función de comedor, salón de entretención y estudio. Al levantar la vista y observar las paredes pintadas de blanco y rosa, decoradas con motivos dorados en las elaboradas molduras del techo y las ventanas, se sintió enfermo. Odiaba cada pequeño rincón de esa estancia que ya se conocía de memoria, desde el suelo de mármol blanco cubierto de una mullida alfombra en tonos grises, rosas y dorados que se tragaba el sonido de sus pisadas, hasta los elegantes muebles que la conformaban y la hacían lucir como la habitación de un príncipe. Todo lo que allí se encontraba era bello y costoso: el pulido mármol blanco y veteado de gris de las dos mesillas gemelas de forma circular, que se encontraban ubicadas frente al enorme ventanal cubierto de pesados y ornamentados cortinajes burdeos; los elegantes y decorados candelabros creados en trabajado cristal que servían para iluminar el cuarto con su anaranjada luz artificial; el par de divanes de cedro, que al igual que las sillas, estaban tapizados en un suave y acolchado terciopelo blanco que los hacía muy cómodos; así como el enorme librero que iba de piso a techo y se encontraba repleto de gruesos y coloridos tomos empastados de libros que Eren ya había leído, más de una vez.

Cuando se observó en el recargado espejo dorado que colgaba de una de las paredes del lugar, la imagen que este le devolvió, de un alto, delgado y moreno chico de dieciséis años, con el liso y descuidado cabello castaño oscuro un poco demasiado largo y cuyos ojos verdes hablaban de toda la rabia y desesperación que llevaba dentro, de la impotencia que sentía lo ahogaba cada día más, él se odió tanto como odiaba ese lugar y la vida a la que lo habían condenado.

¿Cuándo la libertad dejó de ser un derecho que debería haber poseído de nacimiento para convertirse en un sueño imposible?, se preguntó Eren lleno de colérica angustia. Él solo deseaba lo que todos los demás poseían solo por formar parte de este mundo; pero sabía que mientras siguiera allí, encerrado en el palacio, su deseo jamás se realizaría.

—Lo sé, pero nada ha cambiado en todo este tiempo… y estoy desesperado —confesó finalmente, apartando los ojos con rabia de su imagen en el espejo. Sus pasos volvieron a llevarlo al pequeño jardín que correspondía a una de las seis estancias que pertenecían a su ala privada en el palacio, y se dejó caer sentado al borde de la pequeña fuente de agua que allí se encontraba, pasando uno de sus largos dedos por las ondas que se iban formando a medida que esta caía con suave parsimonia, distorsionando su reflejo. Tras inspirar profundo un par de veces, notó como el suavemente agradable aroma de los jazmines de invierno en floración, que recubrían los muros, lo embargaba poco a poco, calmando su explosivo temperamento—. Zeke me informó hace unos días que el rey Willy ha estado seleccionando candidatas para ser la madre de la próxima Joya —les dijo. Un horrible sentimiento, mezcla de miedo e impotencia, lo embargó por dentro y se incrementó al ver los rostros llenos de espanto e incredulidad de sus amigos—. Si no salgó de aquí pronto, me obligarán a engendrar un hijo en cuanto cumpla los diecisiete años, como a cada una de mis predecesoras.

—Aún faltan tres meses para ello, Eren. —Mikasa, que había llegado a su lado, comenzó a acariciar con lánguidos movimientos su cabeza castaña, como cuando él era un niño asustado del mundo y quería reconfortarlo. No creía que aquello hubiese cambiado mucho a pesar del tiempo transcurrido y del hecho de que ambos ya eran casi adultos.

—Tres meses no son nada —admitió con amargura—. Además, no voy a arriesgarme a condenar a un niño inocente al mismo destino que he tenido que padecer yo.

Los tres guardaron durante unos minutos un pesado silencio.

—¿Le has explicado a tu hermano que no dará resultados? ¿Le has hablado de lo que te predijo tu madre? —le preguntó Armin, que también se aproximó al jardín para quedar más cerca de ellos, aunque este prefirió permanecer apoyado contra la mesilla de mármol donde descansaba el arma de su amiga. Su curiosidad innata se evidenciaba en su rostro, atento y ansioso por conocer su respuesta.

Eren frunció el ceño y asintió.

—Algo así. Le dije que, por más hijos que tuviese, nada de mi legado se iba a traspasar a ellos; que ni siquiera estaba seguro de que yo fuese capaz de despertar el don, pero no quiere escuchar excusas. El rey Willy está convencido de que si tengo una hija, todo volverá a encausarse porque el poder de la Joya recaerá en ella; y Zeke está de acuerdo con él. Me ha dicho que no me preocupara, que él mismo se encargará de que las seleccionadas fuesen muchachas adecuadas y agradables; que estaré satisfecho con su elección —sus labios se torcieron en una mueca de desagrado al solo imaginar aquella posibilidad.

—Voy a asesinarlo —masculló Mikasa con voz letal. La mano posada sobre su cabeza se volvió un poco más pesada y, sin necesidad de mirarla, Eren supo que de seguro ella estaba ardiendo de ira, con los oscuros ojos grises ennegrecidos a causa de la cólera—. Mataré a ese malnacido.

—¡Por Dios, cálmate tú también, Mikasa! Si lo que dice Eren es cierto, tenemos que pensar en un plan para salir de aquí antes de que ese tiempo se cumpla, no andar soltando amenazas ni ideas estúpidas —les recriminó Armin lanzándoles una mirada de advertencia a ambos. Despacio, este se llevó la mano derecha a la boca y comenzó a mordisquear su pulgar, ansioso—. Si tan solo contáramos con algún aliado…  Con alguien que pudiese ayudarnos a salir por lo menos del palacio… Creo que, una vez estuviésemos fuera, podríamos arreglárnosla por nuestra cuenta… Tal vez, incluso, podríamos lograr cruzar el mar —sugirió su amigo con ojos brillantes y esperanzados. No obstante, a pesar de lo maravillosa que sonaba aquella idea de Armin, él sabía que era tan imposible como un sueño, por lo que meneó la cabeza con pesar.

—No dejarían de buscarme. Nada más sepan que nos hemos fugado, el rey Willy y Zeke removerán todo Marley si es necesario para hallarnos. No pueden perderme, eso debilitaría el poder del reino; no solo represento prosperidad, sino que también estabilidad política; la certeza de que estando yo aquí, ningún enemigo podrá siquiera acercársenos —soltó Eren, explicando una vez más todo aquello que tanto su madre como Zeke llevaban años grabando en su cabeza, aunque con formas y propósitos bastante diferentes entre sí. Atrapó entre sus dedos un ejemplar de nenúfar blanco y rosa que flotaba en el agua de la fuente y acarició suavemente sus bellos y humedecidos pétalos—. Además, recuerda lo que pasó la última vez que salimos de aquí sin autorización; lo horrible que fue —le dijo a este con amargura. La brutalidad de aquel suceso todavía estaba viva en su memoria, al igual que la advertencia que el propio monarca le hizo ese día—. No podemos arriesgarnos y pasar por eso una vez más.

Hacía cosa de unos dos años atrás, cuando acababa de cumplir los quince, Eren, cansado de escuchar las fabulosas historias que sus compañeros siempre le relataban sobre la vida fuera del palacio, decidió que había llegado el momento de dejar de ser solo un pasivo oyente y convertirse en el protagonista de su propia aventura. Fue así que él, luego de unos cuantos días de súplicas y rabietas infantiles, logró finalmente convencer a Armin y Mikasa para que le ayudasen a escapar durante una tarde a la ciudad para poder recorrerla. Eren solo deseaba dar una vuelta y explorar un poco el mercado; quería conocer aquel lugar sobre el que tanto le contaban sus amigos, de donde le traían obsequios y cosas curiosas; un sitio que él jamás había tenido la oportunidad de ver con sus propios ojos, sabedor de que no le estaba permitido poner un pie fuera de los terrenos privados del rey. Una tentación pintada de tabú.

Tras planificarlo durante una larga semana, junto a Armin y Mikasa lograron armar lo que, en ese entonces, les pareció un buen plan; el cual consiguieron poner en marcha cinco días después, una hermosa mañana de primavera que auguraba una jornada maravillosa para los tres.

Eren, luego de rogar bastante a su hermano mayor, consiguió que Zeke hablara con el monarca para que este autorizara el que lo dejasen dar un paseo por los jardines principales del palacio durante unas cuantas horas. Su hermano, como la mayor parte de las veces que él deseaba salir de sus aposentos, se mostró reacio en un principio, argumentando que Eren no estaría seguro en un sitio tan abierto y desprotegido, además de que no tenía ninguna necesidad real de perder el tiempo de aquella manera cuando debería estar empleándolo en su aprendizaje; no obstante, él había mostrado un comportamiento tan obediente y ejemplar los días previos a su petición, que al final Zeke se dejó convencer y cedió ante su capricho.

Tras la petición que su hermano realizó en su nombre al heredero de los Tybur, el joven rey accedió solo poniendo dos condiciones a Eren: que el paseo de este debía realizarse durante las primeras horas de la mañana y que, además, dos de sus guardias personales los acompañarían en todo momento, para así evitar posibles complicaciones. Ellos tres, ansiosos por tener su pequeña aventura, aceptaron de inmediato, sin medir ni un poco las consecuencias que esto podría traer consigo en el futuro.

Tal y como ya sabían, los Jardines Reales eran terrenos verdes y hermosos que abarcaban varios acres y que bordeaban el castillo central. Estos estaban repletos de flora exuberante y exótica de distintas partes del mundo, según les explicó Armin, algo de lo que Willy Tybur, el actual rey de Marley, se enorgullecía enormemente, pues fue él mismo quien se encargó de supervisar su construcción.

Durante las primeras dos horas, como ya tenían planeado, Armin, Mikasa y él, riendo y platicando entre susurros de lo que harían una vez estuviesen fuera, se perdieron recorriendo los diferentes patios que parecía albergar aquel lugar y disfrutando en verdad de su recorrido, mientras que, fieles a su labor, los dos guardias asignados por el monarca los seguían en silencio y a una distancia prudente para darles un poco de privacidad y libertad sin llegar a perderlos de vista.

Lo cierto era que escabullirse del palacio en aquella oportunidad no fue un gran problema para ellos. Cuando comenzaron a elaborar su plan, Armin les explicó que conocía una salida secreta en la zona sur de los jardines que desembocaba directamente hacia el rio y, por la cual, podrían llegar hasta la mitad de su recorrido sin levantar sospechas y regresar una vez hubiesen completado su cometido. Sin embargo, lo que les complicó un poco más los planes, fue el poder deshacerse de los dos guardias que los escoltaban. Eren y sus amigos habían concebido la ingenua idea de perderlos de vista en alguna de sus vueltas por los jardines, aprovechándose de la exuberante vegetación e intrincados recovecos para escabullirse antes de que los hombres pudiesen encontrarlos; pero al haber recibido estos órdenes directas de Zeke para que no despegaran sus ojos de Eren bajo ninguna circunstancia, les fue imposible librarse de ellos como tenían planeado. No obstante, fue Armin, nuevamente, quien les ofreció una solución. Previendo que algo así podría suceder, el chico les explicó que había llevado consigo un potente preparado a base de adormideras de su propia elaboración, y que solo necesitaban hacer que los guardias bebiesen un poco del brebaje para dejarlos incapacitados.

Luego de otra larga hora de paseo bajo el sol de primavera, Armin, tan amable y cordial como siempre, consiguió que estos, acalorados en extremo al encontrarse ataviados con sus pesados uniformes de tela y cuero, aceptaran beber un poco del agua que su amigo les ofreció, la cual previamente hubo mezclado con la potente solución somnífera. Menos de media hora después, los hombres del rey cayeron en un pesado sueño y ellos tres pudieron por fin marcharse sin complicaciones.

Aquellas pocas horas de libertad fueron las mejores que Eren recordaba haber pasado en su vida, incluso ahora. Se deleitó viendo cosas que no conocía, desde los coloridos tenderetes que ofrecían productos frescos como pescados y verduras, hasta tiendas de artesanía orfebre donde collares, brazaletes y anillos de todo tipo resplandecían bajo la luz solar. Los aromas de las tiendas de perfumistas y vendedores de especias se confundían con los de los puestos de comida que tentaban a los paseantes con sus preparados, mientras la caótica cacofonía del mercado, donde los gritos de los vendedores ofreciendo sus mercancías se mezclaba con las conversaciones de los posibles compradores que iban de un lado a otro. Y él, poco acostumbrado a tanto alboroto, en ese momento sintió como todo ese ruido disonante llenó sus oídos hasta ensordecerlo y desorientarlo; por lo que debió ser sujetado de la mano por Mikasa, quien lo aferró con fuerza para no acabar perdiéndolo entre el gran número de personas que allí se aglomeraban.

Por alrededor de unas cuatro horas, ellos tres se entretuvieron recorriendo todo el mercado, entrando en diferentes tiendas para descubrir lo que estas ofrecían, probando distintos tipos de comida que él no había visto en su vida, y deteniéndose de vez en cuando en algún resquicio de sombra para sentarse un rato a beber agua y contemplar a las personas que por allí pasaban, conjeturando sobre qué posibles motivos los habrían llevado aquel día hasta ese sitio. No obstante, su tarde de diversión se vio brutalmente interrumpida con la llegada de un séquito de doce guardias reales que, nada más hallarlos, los ataron de pies y manos como si fueran criminales, escoltándolos de regreso al castillo en un barullo de murmullos y comentarios curiosos por parte de los asustados pobladores, quienes se preguntaban qué tipo de atroz crimen podrían haber cometido tres jovencitos de su edad para ser tratados de ese modo.

Tal y como Eren temió que ocurriría en su degradante viaje de vuelta al palacio, nada más ver a Zeke de pie bajo el enorme portal de entrada, muy erguido y tenso en su uniforme de consejero real y haciendo gala de su alto porte, comprendió de inmediato que este estaba furioso con él. Su hermano, conteniendo la rabia a duras penas, lo miró con un odio tan intenso cuando los ojos de ambos se encontraron que, durante una fracción de segundos, Eren incluso temió que este fuese a bajarlo del caballo, donde iba tumbado, para golpearlo como hubo hecho en algunas ocasiones en el pasado cuando él acabó por colmarle la paciencia; pero, la inesperada aparición del rey Willy a lomos de su caballo para recibirlos, terminó con todo el aire amenazante de Zeke, aunque Eren estuvo seguro de que este no olvidaría esa afrenta. Su hermano nunca olvidaba.

Hasta ese momento, él había estado muy pocas veces en presencia del actual monarca. La primera vez fue durante la ceremonia de coronación y asenso, cuando Eren no tenía más que cinco años y su madre aún vivía y era la Joya. Por aquel entonces, el recién coronado rey Willy contaba con apenas veinte años y una enorme responsabilidad que asumir tras el repentino fallecimiento de su padre. Durante toda la ceremonia, mientras contemplaba con atención a ese hombre, él, en su ingenuidad infantil, solo pudo pensar en que este lucía demasiado joven para ser el monarca de Marley y cargar con todo el peso de un reino sobre sus hombros. Cuando horas más tarde estuvo de regreso con su madre en la privacidad de sus habitaciones, Eren le habló de esto y de lo triste que lo hacía sentir. Mientras ella lo consolaba con dulces caricias, le explicó que el joven rey no era el único que llevaba una gran responsabilidad a cuestas legada por su linaje, pues él también la tenía y, algún día, cuando ella ya no estuviese, sería su momento de ser igual de importante para Marley. En aquel momento Eren fue incapaz de comprender lo que su madre intentaba decirle, pero en ese instante, de pie frente al monarca de su pueblo, supo que de cierta forma, eran iguales.

Para ese entonces, el joven rey Willy ya se había convertido en un hombre hecho y derecho. Su figura no era corpulenta ni imponente como la de Zeke, que estaba de pie a su lado, sin embargo algo en él imponía autoridad y respeto, a pesar de ir ataviado con botas altas para montar y un simple y holgado atuendo en color crudo destinado para salir al campo, o llevar el largo cabello rubio, del mismo tono claro que su corta barba, un poco alborotado. Montado sobre su impresionante corcel palomino, el monarca dejó que sus claros ojos los recorrieran fría y evaluativamente cuando un par de guardias los obligaron a presentarse ante él; en el momento en que su mirada llego hasta Eren se detuvo allí, observándolo con torva seriedad. Y fue en ese preciso instante en el que él fue consciente de que su pequeña travesura tendría consecuencias desastrosas.

El ver en primera fila como torturaban y ejecutaban lentamente a los dos guardias que ellos durmieron y burlaron fue la primera parte de su castigo. Eren, que hasta ese momento había vivido encerrado toda su vida en su pequeño mundo protegido, sintió que el corazón se le detendría en ese preciso instante: de rabia, de indignación, de horror y de miedo, pero sobre todo de culpa, porque sabía que sí él no hubiera tomado esa decisión, nada de aquello hubiera ocurrido. Además, los temblorosos sollozos ahogados de Armin, sentado a su lado, y la impasible expresión de Mikasa, cuyos ojos grises lucían vacíos, no hacían más que acrecentar sus remordimientos; el peso de aquellas dos vidas perdidas que pesarían para siempre sobre su consciencia.

Sin embargo, fue la segunda orden del rey la que acabó por llenarlo de rabia hacia sí mismo. Eren, teniendo claro que su falta había sido grave, se había preparado para que su cautiverio se volviese más estricto aun, por lo que la sentencia de que, cualquier salida fuera de las habitaciones que se hallaban en el ala del palacio que le estaba reservada quedaba completamente prohibida, incluso para tener audiencia por el rey, no lo pilló por sorpresa. Pero lo que nunca esperó, lo que jamás imaginó que pudiese ocurrir, fue que tanto Mikasa como Armin, que hasta ese entonces contaban con la misma libertad que cualquier ciudadano de Marley, fuesen sometidos al mismo castigo. A ambos chicos se les impuso completa prohibición de abandonar el palacio, ante ninguna circunstancia y bajo amenaza de encarcelamiento y posterior ejecución si desobedecían y eran sorprendidos en ello. Y en el caso de que fuese Eren quien rompiera esa norma, serían sus compañeros quienes acabarían con las cabezas cercenadas a modo de advertencia y castigo. Con aquello, Willy Tybur le estaba dejando muy claro que él, en su posición de monarca, no aceptaría ninguna afrenta a su poder, por lo que Eren debía comprender cuál era el lugar que le correspondía y resignarse a ello, callada y obedientemente.

Si tan solo fuese en verdad todo lo poderoso que se suponía debía ser, él mismo se encargaría de matar a ese detestable rey, se dijo con pesimismo al rememorar esos terribles sucesos del pasado. Eren estaba convencido de que el mundo sería un mejor lugar sin el heredero de los Tybur gobernando en él.

—Bueno, esa vez no queríamos huir de verdad, solo deseábamos dar una vuelta por los alrededores —replicó Armin pasados unos cuantos minutos y sacándolo de sus sombríos pensamientos. El chico lucía tan tranquilo y seguro como siempre, pero Eren notó que un dejo de temor hizo temblar casi de forma imperceptible sus palabras y que sus ojos azules se apagaron un poco. Aun así, cuando volvió a mirarlos, tenía el ceño ligeramente fruncido y la determinación pintada en él—. Dame un mes —le dijo con rotundidad—; un mes para idear un plan y encontrar el modo de salir de aquí, Eren. Si para ese entonces no he podido encontrar nada, entonces yo mismo te ayudaré a acabar con tu vida si eso es lo que en verdad deseas.

Tan veloz y silenciosa como lo sería una pantera salvaje, Mikasa abandonó el lado de Eren y se enfrentó a Armin que seguía apoyado junto a la mesa. Por un momento él temió que la chica cogiera la espada que estaba sobre la superficie de esta y lastimara a su amigo con ella; pero, en cambio, Mikasa sujetó con fuerza a Armin de la pechera del grueso blusón celeste que llevaba ese día y lo levantó un par de centímetros del suelo, lo suficiente para que su rostro aniñado quedara a la altura del de ella. En verdad la joven guerrera lucía aterradora.

—Vuelve a decir eso y yo misma acabaré contigo, Armin. —Mikasa, lentamente, volvió a dejarlo en el piso de gravilla y, tomando la espada de un manotazo, la enfundó de un fluido movimiento en la funda que colgaba de su cinto—. Nadie hará daño a Eren. Nunca. Ni siquiera él mismo. Se lo prometí a mi padre, y voy a cumplirlo aunque me cueste la vida —le espetó con frialdad, y dando un par de largas zancadas, se dirigió hacia el interior de la habitación principal, perdiéndose por las escaleras de caracol que llevaban hacia la segunda planta donde se hallaban los cuartos de ellos tres.

Sin poder evitarlo, Eren dejó escapar una pequeña risilla y miró divertido a Armin, que aún tenía la boca abierta por el asombro y los ojos llenos de pánico; este se sostenía el pecho con una mano donde la otra chica lo había sujetado y, cuando miró en su dirección, parecía casi a punto de ponerse a llorar.

—¿Crees que hablaba en serio? —le preguntó casi con un hilo de voz.

Eren, tras pensarlo detenidamente un momento, asintió con un gesto.

—Temo que lo más probable es que sea así. Mikasa se toma mi protección muy en serio —tuvo que admitir; pero, poniéndose de pie en un lánguido y lento movimiento, se acercó hasta donde estaba su amigo y posó una mano en su hombro antes de sonreírle suavemente—. Aun así, me parece bien, Armin. Acepto tu propuesta; te daré un mes. Sin embargo, si no tienes resultados en el trascurso de ese tiempo, también deberás cumplir la otra parte, ¿está bien? —El dolor presente en el rostro de su amigo lo hizo desear arrepentirse de su petición, pero se aferró a su determinación y se mantuvo firme—. Solo, te pediré una cosa más. Si ese día llega y las noticias no son buenas… intenta que sea sin mucho sufrimiento, por favor. En el fondo, sigo siendo un cobarde —pidió Eren y sonrió débilmente, intentando aparentar completa tranquilidad, como si planificar su propia muerte fuera un suceso irrelevante. Pero a pesar de su férrea resolución, la mirada llena de conmiseración que su amigo le dirigió quebró algo dentro de él, liberando toda su inseguridad y miedo de golpe. El ruego desesperado por un milagro que no creía llegara a tiempo.

El suave cabeceo afirmativo de Armin arrancó destellos dorados a su cabello rubio. A pesar de la corta edad que tenía, sus ojos se asemejaban a los de un hombre que había vivido y aprendido mucho más de la vida. Y Eren no pudo dejar de preguntarse si quizá, de algún modo tras todo lo que les tocó vivir durante esos años, aquel extraño chico lo había hecho.

—Lo prometo. Dentro de un mes tendrás mi respuesta, sea cual sea la que deba ofrecerte —respondió con seguridad y extendió una de sus delicadas manos hacia él para sellar aquel extraño pacto entre ambos.

Soltando un ligero suspiro, Eren estiró su brazo para estrechar la mano que el otro le ofrecía, confiando ciegamente en que su amigo cumpliría con su parte del trato, por dolorosa y terrible que esta fuese.

Cuando finalmente se separaron, ambos se quedaron sentados allí fuera, disfrutando del agradable calor antinatural que proporcionaba aquel jardín cubierto de espeso follaje y contemplando como la noche invernal se cerraba prontamente sobre ellos mientras el oscuro cielo de Marley comenzaba poco a poco a cuajarse de estrellas. Armin con voz suave y cadenciosa, comenzó a explicarle la procedencia de estas mientras las señalaba de tanto en tanto y él fingía prestarle atención.

Solo un poco más, se dijo Eren. Solo un poco más y dejaría de ser finalmente un ave enjaulada. Vivo a muerto, escaparía finalmente de esa horrible prisión que su propio linaje le impuso; la cárcel de oro y mármol al que el poder que, supuestamente debía tener, lo encadenó de por vida.

«Serás el último de nosotros, Joya. Después de ti, seremos libres».

Las últimas palabras de su madre, la última profecía que hizo en su lecho de muerte, parecían quemar con fuerza dentro de su cabeza. Ella había sido un Oráculo y jamás sus predicciones estuvieron erradas. Sus palabras eran siempre una verdad absoluta.

Él sería el último en su linaje: porque fue el único varón en una larga estirpe que vio nacer solo mujeres y porque no podría cargar un hijo al que trasmitirle su don; porque a pesar de ya haber cumplido los quince nada de su poder parecía haber despertado, porque no era la Joya que todos esperaban y cada vez que se observaba en el espejo, el reflejo de sus ojos verdes se lo recordaba. Eren no era poderoso, no era especial; tan solo era un chico ordinario del que todos esperaban grandes cosas que jamás podría cumplir.

Pero sería libre y sería el último. Su madre jamás mentía.

Estaba seguro de que nunca en su vida un mes le parecería tan largo.

Notas finales:

Como siempre, lo primero, a todos quienes hayan llegado hasta aquí, muchas gracias. Espero que el capítulo fuese de su agrado y sirviera para compensar el tiempo invertido. Es la idea, por lo menos.

Y por lo demás, ya está aquí esta nueva entrega que se demoró un poquito más de lo previsto. Quería tener este capítulo para el domingo pasado, pero ocurrieron diversas cosas y no se pudo; sin embargo quiero avisar que intentaré ir sacando un capítulo de La Joya de la Corona cada dos semanas, ya que relativamente son más cortos que los de mis otras historias (entre doce y veinte páginas) por lo que creo puedo llevar más o menos el ritmo. Si las cosas salen bien, la próxima actualización tendría que ser para el domingo 17/02.

Por otro lado, espero el capítulo les haya gustado. Ya ha parecido finalmente Eren, después de tanto, y lo más probable es que de aquí hasta que él y Levi se encuentren, sea un capítulo para cada uno; así que en la siguiente actualización, Levi vuelve a ser el protagonista.

Y como ya es costumbre, aviso a quienes siguen mis otras historias que el último capítulo de Amar en Tres Tiempos se retrasará hasta el sábado 17/02. Llevo una semana caótica y aun no puedo acabarlo, así que estos días daré prioridad a In Focus que es para el viernes 16/02 y debe pasar antes al beteo.

Y por supuesto muchas gracias a todos los que leen, dejan sus comentarios, mp’s, votan, añaden a sus listas, alertas y favoritos. Anima mucho saber que la historia les gusta.

Un abrazo a la distancia y hasta la siguiente.

Tess


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