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La Joya de la Corona (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

 

CAPÍTULO 5:

SANGRE

 

Eres sangre de mi sangre y huesos de mis huesos. Te doy mi cuerpo para que los dos seamos uno. Te doy mi espíritu para que los dos seamos uno.

(Diana Gabaldon, Forastera)

 

 

 

El inconfundible sonido de pasos pesados y veloces repiqueteando en la pequeña escalera de caracol que llevaba a las habitaciones, puso a Eren inmediatamente en alerta. Desde casi una hora atrás, él era el único que aún permanecía en las dependencias que ocupaba junto a sus amigos; ambos chicos habían sido requeridos casi al mismo tiempo en el palacio, por lo cual solo unos cuantos guardias del rey vigilaban la entrada. Eren sabía que ninguno de esos hombres osaría jamás ingresar de ese modo a su área privada sin contar antes con un permiso previo o algún motivo que lo acreditara, por lo cual su única visita podía ser él: Zeke.

De seguro su querido hermano mayor había planificado todo para quedarse a solas con él.

Actuando a toda prisa, Eren agarró de un manotazo el pesado libro sobre medicina natural que estuvo leyendo hasta tarde la noche anterior, dispuesto a dirigirse hacia el diván emplazado junto al ventanal central; sin embargo, tras pensárselo un poco mejor, dejó caer algunos otros tomos, de diferentes asignaturas, desde su desgastado escritorio de roble al alfombrado suelo, solo para molestar a Zeke con su desorden. Luego, quitó de un tirón la gruesa cobija de lana verde de la cama ya hecha y la tiró de cualquier manera sobre esta, dejándola hecha un desastre. Acabó el efecto de caos arrojando un par de cojines al suelo y, tras sacar algunas de sus prendas de vestir del armario, las lanzó sin cuidado alguno por el cuarto.

Satisfecho con su trabajo, Eren finalmente soltó su largo cabello de la coleta baja que llevaba, se quitó las altas botas negras a toda prisa, arrojándolas al suelo sin cuidado alguno, y cambió su impecable túnica blanca de lana por una gris clara que el día anterior Armin acabó manchando con tinta por accidente. Contento con su logro, se dejó caer sobre el elaborado diván forrado en terciopelo verde oscuro, fingiendo estar concentrado en su lectura. Menos de un minuto después, su hermano entró en la estancia sin llamar siquiera, abriendo las decoradas y pesadas puertas de roble como si fueran las de sus propios aposentos.

—¿No deberías tener la gentileza de llamar al menos? —le preguntó a Zeke sin apartar los ojos del libro. La luz de mediodía entraba de lleno al cuarto por el amplio ventanal del balcón que daba hacia uno de los jardines laterales. Esta, debido a los árboles de fuera, dibujaba formas movedizas sobre las desgastadas páginas y por un momento él se permitió relajarse lo suficiente para olvidar quien estaba allí y lo que podía hacerle—. ¿Acaso no eres tú mismo el que nunca se cansa de repetirme que necesito mejorar mis modales? Tal vez convendría que te aplicaras el consejo, hermano mayor.

—¡Deja de jugar con mi paciencia, Eren! —explotó este, furioso. Su voz destilando rabia cual si fuese veneno—. ¡¿Por qué has rechazado ver a las dos muchachas que envié ayer para que te hicieran compañía y platicaran contigo?! ¡Siempre te quejas de que te aburres encerrado aquí, contando solo con la compañía de tus amigos y la mía! ¡¿No me has dicho en un montón de ocasiones que deseabas tener la oportunidad de hablar con otras personas, de conocer a otra gente?! ¡¿Entonces por qué?!

Se encogió de hombros con languidez, volviendo lentamente la página del libro que estaba apoyado sobre sus rodillas recogidas. Sus ojos verdes seguían las líneas sin comprender nada en absoluto de lo que leía, sin embargo era una buena excusa para no tener que mirar a su hermano. De seguro en ese instante Zeke se hallaba tan rígido como una alabarda debido a la indignación que sentía.

—Hubiera apreciado mucho más el gesto si no estuviera al tanto de lo que tú y nuestro bienamado rey se traen entre manos —contestó Eren, sin molestarse en ocultar el desprecio que sentía hacia ambos y que fue patente en su tono condescendiente—. Y mi respuesta sigue siendo no, así que puedes irte al demonio con tus amabilidades, Zeke.

El bajo y ronco gruñido que este dejó escapar estaba lleno de frustración e impotencia; un claro signo de su enfado que, tanto en el pasado como ahora, lo instaba a retroceder y claudicar en sus reclamos para evitarse mayores problemas; pero esa vez no, se dijo él con determinación. La rabia que su hermano estaba experimentando en ese momento era su pequeña victoria personal; una de la que se sentía orgulloso.

Ya casi habían transcurrido dos semanas completas desde que Armin, comprendiendo su desesperación, aceptó su alocado plan de ayudarlo a escapar de allí u otorgarle una forma rápida de morir. Cada día, tras acabar sus correspondientes actividades obligatorias, ellos tres, incluyendo a Mikasa que solo estaba al tanto de su propósito de huir del palacio, se encerraban en el cuarto de su rubio amigo para seguir planificando su escape, planteándose las posibilidades que tenían y los riesgos que debían asumir según los inconvenientes que fueran surgiendo en el camino.

No obstante, casi desde el mismo instante en que Eren decidió que había llegado el momento de poner fin a ese suplicio de vida que llevaba, Zeke comenzó a mostrarse más y más insistente para que él lograra algún avance con sus «supuestas» destrezas mágicas, obligándolo a meditar y practicar durante horas, sin ningún resultado positivo. Al mismo tiempo, las insinuaciones de este sobre que la búsqueda de posibles candidatas para ser la madre de la próxima Joya estaba llegando a su fin, se hicieron cada vez más recurrentes durante sus visitas. Por lo que Eren sabía, el rey Willy ya tenía hecha su elección. Solo faltaba que el monarca acabara de forjar los acuerdos con las familias de las «afortunadas» antes de que pudiesen ser presentadas ante él.

Dios, Eren se sentía enfermo solo de pensar en que, a causa de una ambición desmedida, alguna de esas pobres muchachas podría ser condenada a cargar durante meses con un hijo al que no podría querer ni criar porque le pertenecería al rey.

Estaba tan harto de todo… Si tan solo pudiese destruir ese mundo podrido…

—¡Muchacho estúpido! ¡¿Es que no comprendes que intento ayudarte?! ¡Solo deseaba que las conocieras un poco, saber si alguna de ellas lograba llamar tu atención! Ambas jóvenes son hijas de importantes familias amigas de los Tybur. Muchachas bien educadas y completamente adecuadas que nuestro propio rey ha seleccionado para ti por sus enormes cualidades, ¡y has logrado que una de ellas sufriera un ataque de nervios a causa de que Mikasa amenazó con decapitarla si no se marchaba de aquí, Eren! —rugió su hermano lleno de cólera apenas contenida—. Tu amiga ha perdido totalmente la cabeza en su papel de guardiana. Incluso se atrevió a desenvainar su espada y empuñarla contra ellas, ¡dos chicas indefensas! Una insubordinación así…

Intentando ocultar la sonrisa que le provocó recordar ese divertido episodio, él apartó los ojos de su libro y levantó la vista hacia el otro hombre, mirándolo muy serio.

Zeke, como de costumbre, lucía impecable en su uniforme de consejero real. El oscuro color añil de este hacía resaltar de forma impresionante los crueles ojos grises de su hermano mayor, ocultos tras las gafas redondeadas, mientras que los ribetes en dorado y rojo, que decoraban la casaca del traje, eran un perfecto contraste para su claro y bien peinado cabello rubio, el cual ya sobrepasaba la altura de la nuca en la parte posterior a pesar de llevar el corto flequillo partido al centro para despejar su fuerte y cincelado rostro, delineado por su espesa barba dorada. A sus veintiséis años, Zeke Jaeger era un hombre tan alto y fornido como lo fue su padre en vida, mucho más de lo que Eren lo era ahora con su escaso metro setenta y cinco y su figura demasiado enjuta. Aunque deseara enfrentarlo, intentar imponerse ante él, Eren sabía que físicamente le sería imposible y tenía las de perder frente a su hermano mayor; sin embargo, se negaba a doblegarse ante Zeke. Armin siempre le había dicho que la mejor arma ante un enemigo poderoso era una lengua hábil y la inteligencia suficiente para sacarle provecho. Y él era listo.

—Mikasa solo cumplía mis órdenes, así que no es su responsabilidad ni existe una insubordinación de su parte. Ella es el Guardián de la Joya, por lo que solo vela por mi bienestar —explicó, recalcando el hecho de que su amiga solo podía ser ordenada por él y nadie más—. Le dije que no deseaba verlas y las invitara a marcharse, pero que, si se atrevían a desobedecerla y cuestionaban mi voluntad, podía obligarlas a obedecer como le pareciera mejor —continuó Eren con tranquilidad. El pálido rostro de Zeke comenzó a enrojecer de cólera tras oírlo. Sus ojos, de un gris frío y apagado habitualmente, parecían refulgir con leves tonos azules en ese momento a causa de la rabia—. Te lo advertí, hermano. No aceptaré a ninguna chica que me ofrezcan. No tendré un hijo. No condenaré a nadie más a esta maldita farsa de vid-

Aunque el puñetazo lo pilló un poco por sorpresa, logrando que se tragara las protestas y su cerebro quedara en blanco durante unos cuantos segundos a causa del impacto, Eren solo apretó los dientes para tragarse un quejido y volvió a mirar a su hermano, retador. El regusto metálico y salobre de la sangre que brotó dentro de su boca se expandió por su lengua, pero, en vez de amedrentarse ante el castigo, el caliente líquido recorriendo su garganta lo avivó por dentro. Estaba ardiendo de rabia.

A pesar de que aquella no era la primera vez que Zeke lo golpeaba cuando desobedecía o intentaba revelarse ante sus órdenes, sí era una de las más violentas de los últimos meses, ya que por los general este prefería abofetearlo debido a que el riesgo de dejar marcas visibles era menor. Durante las últimas semanas, su hermano cada vez perdía más fácilmente la paciencia con él, dejando de lado el razonamiento y los tratos beneficiosos, para pasar a ordenarle arbitrariamente. Zeke nunca había sido un hermano cariñoso, por supuesto, pero siempre se medía mucho en el daño que podía infligirle ya que, después de todo, Eren era la Joya; pero aquella, se recordó, era la tercera vez que él tenía que aguantar un castigo físico en menos de una semana, lo que solo podía significar que el rey Willy se estaba impacientando al no ver resultados de su parte y, por lo tanto, la posición de Zeke dentro del Consejo se debía estar debilitando también. De seguro su medio hermano se encontraba ahora obligado a demostrar pronto los avances que él había tenido en el uso de su magia y su capacidad de utilizar el don, o, encargarse personalmente de que Eren engendrara una hija que pudiera convertirse en la nueva Joya. De no ser así antes de que él cumpliera los dieciocho, estaba convencido de que este correría con el mismo destino del padre de ambos. Willy Tybur estaba lejos de ser un rey benevolente que perdonara los fallos; Eren lo sabía de primera mano.

—Lo harás aunque tenga que amarrarte a esa cama y obligarte hasta que cumplas, Eren —espetó Zeke. Su hermano le arrebató el libro de las manos, leyendo el título de este con desdén antes de arrojarlo al otro lado del cuarto, donde acabó desparramado sobre la gruesa alfombra tejida en intrincados diseños dorado y diversos tonos de verde. Al recorrer la desordenada estancia con la mirada y luego contemplar su desastrado aspecto, un gesto de profundo asco surcó su rostro—. En vez de perder el tiempo leyendo tonterías como esta, deberías aplicarte en practicar tus habilidades. Pronto cumplirás diecisiete años, hermano. Ninguna Joya ha llegado a esa edad sin haber despertado aun.

—Y ninguna Joya fue antes un varón —le recordó—. Yo no tengo poder, así que pierde las esperanzas. Este legado desaparece conmigo.

Durante un instante, cuando le vio alzar el brazo derecho, él temió haber sobrepasado los límites y que Zeke volviera a propinarle un puñetazo; pero al parecer, tras pensárselo mejor, su hermano apretó los puños con fuerza a los costados y lo observó con los labios fruncidos en una desagradable mueca de repulsión, como si el solo hecho de verlo le diese repugnancia.

El sentimiento era mutuo, así que Eren no podía culparlo.

Zeke era el hijo primogénito de su padre, Grisha Jaeger, y el único familiar vivo con el que él contaba en esos momentos. Su hermano mayor había nacido producto del matrimonio de su progenitor, un talentoso médico en ciernes, con Dina Fritz, la única hija de una importante y poderosa familia aristocrática de Marley; aquel matrimonio fue un favorable arreglo que benefició a ambas familias, y gracias al cual Grisha entró a trabajar al palacio como médico personal del rey, ganándose de inmediato la confianza de este y acabando por ocupar un importante puesto de consejero real antes del fallecimiento del anterior monarca. Fue tanto el aprecio y la confianza que el antiguo cabeza de familia de los Tybur le tuvo, que unos pocos años después de entrar al palacio, su padre acabó siendo el seleccionado del rey para convertirse en quien engendrara a la siguiente Joya, por lo que Carla fue entregada a Grisha para cumplir con su rol asignado y así traer al mundo una hija que heredara su poder.

No obstante, el verdadero problema vino luego de aquello, cuando Eren nació y resultó ser un varón que rompió irremediablemente con una larga y perfecta estirpe de Joyas femeninas. Un bebé de ojos verdes en vez de dorados, como sus predecesoras, y cuya existencia parecía hacer peligrar el enorme poder que debía obtener.

Desde un principio el Consejo Real cuestionó la decisión del anterior monarca, asumiendo que el responsable de aquel potencial desastre era Grisha; sin embargo el rey, cegado por su favoritismo, acalló las dudas e instó a su padre a que siguiera intentándolo hasta que una hija naciera de su unión con Carla. Grisha, que para ese entonces ya estaba encaprichado de ella debido a su belleza, acabó aceptando el mandato real con gusto y decidió residir permanentemente en el palacio, abandonando para siempre a Dina y Zeke.

Su hermano, que por aquel entonces contaba solo con diez años de edad, debió ver como su familia se desmoronaba cuando su padre decidió dejarlos de lado por una mujer y un hijo que jamás podrían ser suyos, ya que ambos eran propiedad del rey; y, así mismo, presenciar como su madre languidecía hasta la muerte a causa de la tristeza, la vergüenza y el odio que este hecho le produjo, dejándolo huérfano antes de que cumpliera siquiera los doce y cargado con un enorme resentimiento hacia su progenitor y la mujer que se los había arrebatado.

Cuando, una década después del nacimiento de Eren, Grisha fue sentenciado a morir decapitado por haber provocado la muerte de Carla, Zeke, que para momento ya llevaba cinco años sirviendo de ayudante de consejero en el palacio, pasó a ocupar el puesto de su padre como un miembro en pleno del Consejo y, al mismo tiempo, se convirtió en el responsable de su cuidado y bienestar. Sería quien velara por la nueva Joya.

Él, ingenuamente en un comienzo y a pesar de la enorme pena que le dejó el perder a su madre, se alegró en secreto al enterarse de que tenía un hermano mayor y sería este quien lo cuidaría de ahí en adelante. El abuelo de Armin, quien era el responsable de sus estudios por esos años, le contó que Zeke también había sido un niño huérfano, como Eren lo era en ese momento, y que su gran inteligencia y talentos lo habían llevado a ocupar un lugar importante en el palacio, como debía hacerlo él en un futuro.

Después de esa noticia, durante días Eren trabajó duramente, ansioso por destacar e impresionar a su hermano cuando este por fin fuese a verle; pero, bastó solo un breve primer encuentro entre ellos para que comprendiera que ninguna de sus ilusiones infantiles se haría realidad. Zeke, frío y odioso, le vio con desprecio nada más presentarse; una actitud que no mejoró en los años siguientes, en los cuales, en vez de mostrarse comprensivo y conciliador debido a sus similitudes, este descargó toda la crueldad que le fue posible sobre él, no solo por ser el otro hijo de su padre, aquel por el que le había abandonado cuando era pequeño, sino también porque portaba la herencia de Carla, el don de convertirse en Joya, y por lo tanto, el embrujo que su hermano pensaba fue el principal responsable de que su propia madre muriera.

Como si ser la Joya fuese un regalo en vez del castigo que realmente era, se dijo él con dolor. Como si su padre lo hubiera amado alguna vez…

Aproximándose al diván donde Eren seguía sentado, Zeke alzó una mano y sujetó su barbilla con más fuerza de la necesaria, impidiéndole bajar la mirada. El odio que destilaban sus ojos, como oscuras nubes de tormenta, era imposible de pasar por alto, mientras que el agarre de sus dedos se le hundía en la carne con deliberada crueldad y saña.

—Nunca me he cuestionado tu inutilidad, hermanito, pero el rey Willy es generoso, y sigue teniendo esperanzas en tus capacidades, por lo que ha decidido ser benevolente contigo, por más que el resto de sus consejeros pensemos lo contrario y hayamos sugerido algunas otras «medidas». Pero descuida, Eren, serás útil para Marley, como es tu deber. Ten una hija y obtendrás tu tan ansiada libertad, te lo prometo —le dijo este con calculada amabilidad, soltándolo por fin—. ¿No es eso lo que siempre has deseado?

Notando el rostro adolorido tanto por el puñetazo anterior como por el reciente arrebato de furia de su hermano, él se puso de pie con un lánguido movimiento para encarar al otro. Estaban lo suficientemente cerca para que la tela de su negro pantalón rozara las perneras del traje del otro, pero no le importó. Eren conocía lo bastante bien a Zeke para intuir que sus palabras guardaban un significado mayor del que le estaba contando, y en cuanto pudo ver el brillo frenético y enfebrecido de su mirada, comprendió el motivo. Nada más una niña de su sangre naciera, iban a matarlo. Con la existencia de un nuevo recipiente, mucho más adecuado que él para albergar a la Joya, Eren dejaría de ser necesario y Willy Tybur ordenaría su sentencia.

La rabia que sintió en ese instante recorrerle las venas pareció fluir a través de él poderosa y espesa. Eren notaba el gusto de la sangre en su boca, y fue como si eso le despertara los sentidos y lo reavivara, por lo que se echó a reír a carcajadas; no una risa alegre nacida de la alegría, sino un sonido horrible, proveniente de la desesperación y la angustia. Un grito de locura al entender cuáles eran los planes del rey y su hermano mayor para su futuro.

Zeke, por otro lado, lo miró horrorizado, como si él hubiera perdido la cabeza. Con regocijo, Eren lo vio tantear su costado, en busca de la espada que siempre cargaba con él, pero, por orden real después de la muerte de Carla, nadie, a excepción del Guardián de la Joya, tenía permitido portar armas en sus habitaciones privadas. Su hermano estaba totalmente desprotegido en su presencia, y saber eso lo hizo sentirse poderoso.

¿Amenazarlo con quitarle la vida? ¡Dios, él mismo estaba decidido a morir de forma voluntaria de ser necesario para obtener su libertad!

Una vez pudo contenerse lo suficiente para refrenar sus carcajadas y poder verlo nuevamente al rostro, Eren le dijo a este con una fría letalidad:

—Mi respuesta sigue siendo la misma de momentos atrás, Zeke. Tú y nuestro estimado monarca pueden irse al infierno y arder juntos en él. —Al oírlo, su hermano lo miró con sus ojos entornados, augurando peligro; pero él no se amedrentó en absoluto. Ahora era intocable, ingobernable—. No le daré a Willy Tybur una hija para que lastime y mantenga en cautiverio como han hecho él y su padre conmigo. Y no despertaré jamás mi poder, porque no lo poseo. Jamás fui la Joya que estaban esperando, y ruega porque nunca lo sea, Zeke, porque si llegase a convertirme en ella, te juro que destruiré este reino hasta que no sea más que cenizas. Me vengaré por mí y mi madre, y por todas las demás mujeres que debieron sufrir este mismo destino que nos ha mantenido encadenados desde el nacimiento durante siglos. Así que ruega, por tu bien, que mi don jamás se despierte; porque si mi sangre llega a arder a causa del poder de la Joya, tú serás el primero en ser calcinado por ella, después de todo, compartimos un lazo irrevocable, ¿no, querido hermano? La misma sangre que corre por tus venas lo hace por las mías.

Los ojos de Zeke se abrieron enormes tras las gafas al oírlo, llenos de un terror que Eren jamás había visto en su hermano, no producido por él al menos. Se sentía bullir y explosionar por dentro, como si toda la rabia por las injusticias y los agravios de su vida le insuflara vigor al latir de su corazón y este no fuera más que un órgano de rencor y dolor acumulado. Jamás en su vida había deseado tanto convertirse en la Joya como en ese momento, aunque sus deseos distaban mucho a los que debieron tener cualquiera de sus predecesoras. Eren no ansiaba traer paz y armonía al mundo, no. Él deseaba guerra e imponer justicia. Deseaba sangre y fuego…

—¿Ha concluido ya su visita?

La monótona voz de Mikasa, educada y carente de emoción alguna, se coló en su cabeza sacándolo de aquella extraña y violenta ensoñación. Un poco mareado, Eren pestañeó repetidamente un par de veces para tratar de enfocar correctamente su difuso entorno e inspiró profundo, notando las manos frías y temblorosas, a pesar de que la pequeña chimenea de su habitación estaba encendida.

Su amiga, ataviada con su masculina túnica blanca y negros pantalones de montar, se hallaba de pie bajo el umbral de la puerta. Su negra y alta coleta se balanceaba tras ella suavemente, y su pálida mano derecha descansaba sobre la empuñadura de su espada con naturalidad; sin embargo, ella no lo observaba a él sino a Zeke. Su hermano mayor seguía clavado en su sitio, boquiabierto y perplejo, tan rígido como si el terror lo hubiese convertido en una estatua de hielo.

—Ya han traído la comida —informó Mikasa con nada de amabilidad en su tono, nuevamente intentando reclamar sobre ella la atención de Zeke—. ¿Se quedará a compartirla con nosotros o volverá a sus obligaciones?

Finalmente este pareció oírla y regresar a la realidad, percatándose de que la muchacha estaba allí, junto a ellos, y parecía molesta. Dejando escapar un pesado suspiro, Zeke lo miró una vez más como si no lo reconociera en absoluto, como si ambos de pronto fueran completos desconocidos. Su hermano abrió la boca para decirle algo, pero tras echar una rápida mirada a Mikasa, que no le quitaba los ojos de encima, volvió a cerrarla de inmediato.

—No me quedaré, tengo trabajo que hacer —masculló este con voz apenas audible, sin despegar los ojos de él a pesar de estar respondiendo a su joven guardiana—. Por hoy ha sido suficiente, así que me retiraré enseguida —dijo esta vez más calmado, pasando una mano por su nuca y respirando profundo. Su semblante, serio y adusto, demostraba que había vuelto a ser el mismo hombre frío y controlado de siempre—: Mañana enviaré a dos muchachas más para que te hagan compañía, Eren. Espero que las recibas como corresponde y seas amable con ellas, o muchos de tus privilegios te serán retirados. Sabes a lo que me refiero —le advirtió su hermano, lanzando una significativa mirada a Mikasa que se tensó de inmediato, sabedora de que si él volvía a desobedecerle, Zeke se encargaría de que tanto ella como Armin tampoco contaran con la posibilidad de acompañarlo—. No quiero más problemas de tu parte, hermanito —le dijo este aproximándose hasta donde él estaba. Acercando una mano a su rostro, le acarició con suavidad la mejilla que antes había golpeado y que aun sangraba un poco por dentro—. Nos vemos mañana, Eren. Sé un buen chico.

Con paso raudo, su hermano se apresuró a abandonar la estancia, pero no antes de lanzar una mirada de advertencia a Mikasa que, de pie al lado de las puertas abiertas de la habitación, lo miraba enrabiada. Durante un instante Eren temió que ella sacara su espada y lo desafiara ahí mismo, pero fiel a su posición, ella inclinó levemente la cabeza ante el otro cuando pasó a su lado y se tragó el rencor lo mejor que pudo hasta que lo oyeron bajar las escalas.

Nada más saber que habían vuelto a quedarse a solas, ella perdió todo protocolo y prácticamente se le echó encima, para abrazarlo enredando sus fuertes brazos entorno a su cuello. Ver como el pálido y bonito semblante de esta se había transmutado en una expresión de preocupación, dolor y miedo que la convertían en alguien muy distinta a la Mikasa que habitualmente era, lo llenó de profunda rabia. Su amiga no merecía esa vida.

No obstante, de algún modo, se dijo Eren mientras la rodeaba con sus brazos para tranquilizarla, él también se sentía cambiado y extraño, como si algo dentro suyo acabara de romperse pero no pudiera llegar a comprender el qué era ni como poder repararlo.

Por primera vez en la vida estaba asustado de sí mismo, tuvo que reconocer; tanto como lo había estado Zeke antes de que su amiga llegara a la habitación y los obligara, con su presencia, a regresar a la realidad, calmando así a la bestia que parecía estar creciendo dentro de él.

Cuando los delgados y ásperos dedos de esta rozaron su mejilla que ya comenzaba a inflamarse, un duro rictus se formó en sus labios y sus oscuros ojos grises brillaron con enfado e indignación apenas contenida.

—Algún día mataré a ese malnacido. Ya es la tercera vez en lo que va de esta semana que te ha hecho lo mismo sin justificación alguna. Solo está descargando su frustración contigo —renegó ella con dolor—. Debí suponer que Zeke se traía algo entre manos cuando me mandaron a llamar desde la Guardia Real, pero me confié en que Armin se quedaría contigo, Eren. Nunca imaginé que sería tan imprudente como para dejarte solo.

—No fue imprudente, Mikasa. A él también le dijeron que debía presentarse en el palacio porque el archivero lo requería con urgencia —explicó Eren con paciencia, apartando con delicadeza las manos de su amiga y volviendo a sentarse en el diván. Sentía sus piernas tan temblorosas que temía no pudieran sostenerlo por más tiempo. Lo último que deseaba era desplomarse en frente de esta; algo que seguramente provocaría un escándalo—. Mi hermano es listo y sabe cómo hacer las cosas —añadió, cansado—. Necesitaba hablar conmigo a solas y sabía que la única manera de lograrlo era haciéndolos salir de aquí mediante un mandato que no pudiesen desobedecer.

—Podría habernos pedido que esperásemos fuera del cuarto como otras veces —insistió esta con obstinación.

—¿Para qué se repitiera lo de la última vez? —le preguntó él, arqueando una de sus pobladas cejas castañas y sonriendo—. Mikasa, entraste a mi habitación hecha una tromba y desenfundaste tu espada contra él.

—Porque acababa de abofetearte —se defendió ella—. El deber del Guardián…

—El deber del Guardián es proteger a la Joya, una Joya que no soy —le recordó—. Sin embargo, prefería que mi amiga se comportara un poco mejor y no le diera a mi hermano excusas para apartarla de mi lado. —Mikasa, contrita, clavó la mirada en el alfombrado suelo. Eren, tomando su mano, le dio un leve apretón a modo de consuelo.

Estaba a punto de comenzar a contarle a esta lo que Zeke le había dicho sobre las candidatas y sus planes, cuando oyeron abrirse y cerrarse pesadamente las puertas principales del recinto, seguido de los acelerados pasos de alguien corriendo por las escaleras y el corredor que separaba las habitaciones. Jadeante, Armin se quedó de pie bajo el umbral, sosteniéndose el pecho que subía y bajaba con desenfreno e intentando recuperar el aliento. Su aspecto, habitualmente impecable, en ese momento lucía desastrado con la corta melena rubia un poco revuelta y sudada, a causa de la carrera desesperada, y la túnica de lana beige demasiado arrugada y sucia, al igual que sus pantalones marrones que parecían llenos de barro y, ¿hojas? Eren no pudo evitar preguntarse qué demonios le había ocurrido al otro chico para quedar así.

—¿Q-que ha… pas-sado? —preguntó Armin sofocado, mirándolos a ambos con sus celestes ojos enormes y enloquecidos. Tragó fuerte e inspiró profundo durante unos segundos antes de proseguir, mucho más calmado—. Acabo… de cruzarme en el patio exterior con Zeke… y parecía furioso —explicó entrando a la estancia para reunirse con ellos—. ¡Me agarró desprevenido y amenazó con partirme el cuello si seguía colaborando con tus planes, Eren! Además, aprovechando que no había nadie que lo viera, me arrojó contra uno de los setos, sin darme tiempo a defenderme —admitió un poco avergonzado, por lo que sus mejillas se tiñeron de un rosa furioso; sin embargo, su mirada decidida y preocupada no se apartó de él—. ¿Te ha dicho algo sobre el escape? ¿Crees que Zeke sospeche…?

—No, no. Solo está furioso conmigo porque rechacé a sus candidatas a «futura madre de la Joya» —respondió él, haciendo una mueca de dolor al sentir como se tensaba su mejilla. Al percibir como los ojos de su amigo iban de inmediato a su rostro magullado, se arrepintió de haberse permitido esa muestra de debilidad—. Lo importante es saber cómo estás tú, ¿te lastimaste mucho con el golpe?

—Yo estoy bien, los arbustos amortiguaron la mayor parte del impacto, aunque quedé un poco rasmillado; pero, ¿qué demonios te ha ocurrido a ti, Eren? —inquirió este, alarmado, sin dejar de verlo. Su mirada buscó la de Mikasa que frunció sus delgados labios aún más; estaba furiosa—. ¿Es nuevamente obra de Zeke?

—Claro que lo es, ¿quién más se da el derecho de tratar así a Eren? —protestó su amiga sentándose a los pies del diván con muy poca delicadeza y observando a Armin con reproche—. No deberías haberlo dejado solo —le espetó—. Sabes que es imprescindible que uno de nosotros dos siempre se encuentre a su lado. Es peligroso dejarlo sin protección.

—No me marché porque lo deseara, Mikasa. Me mandaron a llamar del Archivo Real, ¡no puedo desobedecer las órdenes de mis superiores, así como tú tampoco! —exclamó Armin, alarmado—. Además, Eren no se quedó solo. Dos de los guardias del rey vinieron a resguardar las puertas y uno entró para vigilar el interior de la primera planta; nada malo podía ocurrirle estando ellos aquí. Por lo demás, Zeke no había anunciado su visita para esta tarde, y él siempre lo hace. Jamás imaginé…

De un momento a otro la discusión de sus amigos comenzó a provocarle una jaqueca espantosa a Eren, o quizá ya la tuviese desde antes y ahora solo se le estuviera acrecentando, no estaba seguro. Lo único que sabía con claridad era que deseaba que se callaran un instante al menos. Necesitaba silencio, el suficiente para calmar su corazón que retumbaba con tanta fuerza que parecía a punto de salírsele del pecho y lo hacía sentir ardiendo por dentro, como si fuera fuego en vez de sangre lo que corría por sus venas.

—Cállense —les pidió en un susurro apenas audible que le sonó lejano e irreal, como si él estuviese en otro sitio y solo una ínfima parte de su esencia permaneciera en ese cuerpo—. Cállense —volvió a repetir unos segundos después, esta vez con mayor fuerza, pero nuevamente lo ignoraron por completo. Mikasa y Armin, enfrascados en su discusión, seguían echándose la culpa uno al otro por lo sucedido mientras que él solo sentía que iba a morir en cualquier momento, ¿es que no podían darse cuenta de ello? Estaba tan harto y furioso… Tan desesperado por escapar… Eren, lleno de una ira que no comprendía, apretó con tanta fuerza la mandíbula que notó como la herida de su mejilla se reabría y brotaba sangre de esta, esparciéndose por su boca con aquel regusto metálico y salobre que la caracterizaba, y eso lo hizo sentir tan vivo…—. ¡Cállense! —gritó con rabia, y aquello bastó para que los otros dos cerraran la boca de inmediato. Los ojos de ambos fijos en él e idénticas expresiones de incrédulo espanto dibujadas en sus rostros.

Eren sonrió satisfecho, sin entender porque lo hacía. Mientras una parte de él se sentía desesperada, como si estuviera agonizando, otra estaba pletórica de júbilo. Ansiosa por algo que no alcanzaba a comprender.

Con una rapidez que era ajena a él, de dos zancadas Armin llegó a su lado y sujetó su rostro como había hecho su hermano antes, pero sin llegar a lastimarlo. Cuando los ojos de ambos se encontraron, la imagen que Eren vio reflejada en esos iris azules no se asemejó para nada a la suya. Aquel extraño que lo observaba parecía alguien tan ávido de dolor y crueldad que él mismo tuvo deseos de gritar a causa del miedo y advertir a sus amigos de que huyesen, pero sus labios permanecieron fuertemente cerrados.

El aniñado semblante de su amigo lucía preocupado al contemplarlo, con sus oscuras cejas rubias fruncidas en un gesto de completa concentración y aquella mirada que denotaba el sinfín de interrogantes y posibilidades que pasaban en ese momento por su cerebro.

Una mano de Eren aferró la muñeca de este, no con fuerza desmedida, pero sí de un modo que él sintió extraño, como si no le perteneciera: una sutil señal de amenaza que Armin no pasó por alto, arqueando una ceja a modo de muda interrogante. Mikasa, aun sentada junto a sus pies, se levantó lentamente y contuvo el aliento cuando sus ojos verdes se posaron en ella. De forma inconsciente esta llevó su mano a la empuñadura de la espada que descansaba a su costado izquierdo para desenfundarla, pero, al notar lo que había estado a punto de hacer, un horror inmediato hizo presa de ella.

—¿Quién eres? —le preguntó Armin calmadamente, llamando una vez más su atención.

Eren observó a su amigo y lo notó desdibujado, como si estuviera mucho más lejos de lo que se hallaba en realidad. Deseaba tranquilizarlo, decirle que no le pasaba nada, pero era como si las palabras no pudiesen salir de su boca, como si su propio cuerpo hubiese dejado de pertenecerle. Aun así, él podía sentir el desenfrenado pulso de este latir bajo sus dedos y podía oler su miedo, llamándolo, excitándolo. Y se sintió tan asqueado como eufórico.

Por fin… por fin…

Su potente risa resonó entre las blancas paredes, estruendosa y espeluznante. Tan antinatural como todo lo que estaba sintiendo en ese momento. Eren deseó gritar y escapar de aquello, pero se sentía atrapado en una jaula que era incapaz de ver; una de la que no tenía salida posible.

Antes de que pudiese abrir la boca implorando por ayuda, el mundo pareció distorsionarse y partirse, y él se vio arrastrado a la total oscuridad.

 

——o——

 

Sintiéndose pesado y algo enfermo, Eren abrió lentamente los ojos, pestañeando despacio al tiempo que dejaba escapar un quedo suspiro entre sus labios resecos. La tenue luminosidad de la lámpara de aceite de su mesilla de noche era la única fuente de luz del cuarto, pero aun así le hirió un poco la vista al intentar enfocar en medio de la semipenumbra que lo rodeaba. Todavía le dolía bastante la cabeza y notaba el cuerpo cansado, pero como si de los sucesos de un libro se tratasen, uno a uno comenzaron a llegarle los recuerdos de lo acontecido esa tarde; del horror que experimentó al no poder ser dueño de sí mismo y sus acciones.

Suspirando nuevamente, Eren, en un desesperado intento por mitigar un poco el frío reinante en la habitación que lo hacía temblar como una hoja, se arrebujó todavía más bajo las pesadas colchas de lana verde de su mullida cama. Al volver la cabeza al amplio ventanal que daba hacia el balcón y ocupaba casi por completo una de las blancas paredes del cuarto, notó que el cielo nocturno ya se apreciaba totalmente oscuro y cargado de estrellas entre las semitransparentes cortinas que lo cubrían, por lo que supuso sería muy tarde, aunque podía estar equivocado. Enero ya había dado comienzo, por lo que los días mucho más cortos y las noches frías e interminables ya eran un hecho.

Él odiaba el invierno.

Sentándose con algo de dificultad en la enorme cama, se preguntó cuánto habría dormido en realidad. Recordaba con claridad que apenas pasaba del mediodía cuando su hermano fue a visitarlo, por lo que, si ya era de noche, solo podía significar que llevaba horas sumido en la inconciencia, ¿o habrían sido días? No estaba seguro del todo. Dios, seguía sintiéndose tan confundido…

Apretando los dientes para que dejasen de castañearle, Eren apartó las mantas y posó los pies desnudos en la cálida y mullida superficie de la alfombra verde y dorada que cubría el piso del cuarto. Tras respirar profundo un par de veces, se levantó con cuidado, pero todavía así le sobrevino un ligero mareo que lo obligó a cerrar los ojos un momento y apoyarse en uno de los postes de la cama para no caer al suelo. Cuando volvió a abrirlos, notó con alivio que el mundo finalmente había dejado de girar a su alrededor.

Al sentirse tan débil e inestable como un cervatillo recién nacido, por un momento Eren tuvo la tentación de llamar a Mikasa o a Armin para que le echasen una mano y, de paso, lo pusieran al tanto de lo ocurrido; no obstante, fue el silencio sepulcral que reinaba en las estancias que eran su prisión el que acabó por convencerlo de que lo mejor sería esperar al día siguiente. Aun así, se dijo preocupado, era extraño que ninguno de sus amigos estuviese a su lado velándolo como solían hacer cada vez que él enfermaba o algo le ocurría, sobre todo Mikasa con lo aprensiva que era en lo referente a su protección; pero dado todo lo acontecido ese día, de seguro ellos también debían estar cansados.

«Te temen», susurró una molesta vocecilla dentro de su cabeza. El peligroso y traicionero filo de una daga que lo hirió con total facilidad porque aquel temor ya estaba comenzado a enraizar dentro suyo. «Se alejan de ti porque te temen».

—¡No es así! —masculló Eren entre dientes, con rabia. Mikasa y Armin eran todo lo que él tenía, su familia, sus seres más queridos; ellos jamás pensarían siquiera que podría lastimarlos o hacerles daño, era completamente absurdo. Además, se recordó, ambos chicos dormían en las habitaciones emplazadas frente a la suya cruzando el corredor, por lo que de seguro ellos habían confiado en oírlo enseguida si él llegaba a necesitarlos y por eso decidieron otorgarle un poco de privacidad. Sí, solo debía tratarse de eso.

Dando un par de dubitativos pasos, Eren se dirigió hacia el pequeño tocador ubicado en una esquina del cuarto. Estaba tan adolorido y mareado que debía detenerse cada tanto para apoyarse en el frío muro y así evitar caer desplomado al suelo. Ciertamente debía dar una imagen patética en ese momento, pensó con pesar, pero tal vez no fuera tan malo después de todo. Si le decía a su hermano que estaba terriblemente descompuesto, este quizá decidiera aplazar el encuentro con las muchachas seleccionadas para otro momento.

El reconfortante calor proveniente de la chimenea encendida lo golpeó directamente, haciéndolo estremecer un poco y suspirar de satisfacción al mismo tiempo. Al notar que los leños estaban casi enteros y la hoguera seguía muy viva, supuso que había tenido compañía hasta hacía poco y eso lo hizo sentir aliviado, ahuyentando sus tontos temores. Un libro sobre estrategias bélicas aún descansaba abierto sobre el diván situado frente al fuego, por lo que supuso que sería Mikasa quien lo estuvo velando; de los tres, ella era la única que se interesaba por ese tipo de cosas.

Una vez llegó a su destino, Eren, con manos temblorosas y algo de dificultad, se sirvió un poco de agua de la jarra que siempre mantenía allí. Mientras bebía, lentamente se contempló en el espejo que estaba frente a sí. A pesar de la escasa luz que reinaba en la habitación, podía notar sus ojos algo velados, tintados de un verde oscuro y opaco que no correspondía al suyo, mucho más claro y verdeazulado; además, tenía ojeras, horribles manchas oscuras que hacían lucir su piel morena de un tono enfermizo. Sin embargo, el detalle que más llamó su atención, fue que la inflamación por el puñetazo que Zeke le propinó esa tarde ya no estaba. Aun podía notar una pequeñísima laceración interna donde la carne acabó abriéndose por el impacto con sus dientes, pero los efectos físicos externos ya no eran perceptibles.

Al llevar su mano hasta la zona lastimada y comprobar que ya no dolía, él no pudo más que admirarse del talento médico de Armin y como este hacía milagros con alguna de sus cataplasmas y ungüentos.

De forma inevitable al pensar en lo ocurrido, el recuerdo del comportamiento de su hermano y la conversación que sostuvieron esa tarde volvió a ponerlo de malhumor. Eren sabía que cada día, cada hora que transcurría encerrado allí, era un paso más hacia su propia muerte. Odiaba la idea, por supuesto, a sus dieciséis años el mundo seguía siendo un sitio desconocido e inexplorado del que solo sabía a través de los libros y el cual ansiaba ver con sus propios ojos, pero prefería mil veces morir siendo libre y dueño de sí mismo, que teniendo que obedecer ciegamente a alguien más. Además, se recordó, el rey Willy ya tenía planes para deshacerse de él una vez consiguiera lo que deseaba. Quitarse la vida antes de eso solo sería su forma de venganza al arruinarle los planes.

El bastardo se lo tendría merecido.

Una corriente gélida se coló en la habitación sacándolo de sus sombrías cavilaciones. Al volver el rostro, Eren se percató de que el ventanal ahora estaba abierto de par en par, con las diáfanas cortinas de un blanco casi translúcido ondeando en el viento y haciendo a su vez que el fuego de la chimenea crepitara con fuerza en protesta, lanzando pequeñas chispitas que volaban como luciérnagas por la habitación y se apagaban antes de caer a la alfombra cual si fuesen estrellas fugaces.

Sonriendo ante el bello espectáculo que sus ojos veían, cruzó despacio hasta la otra punta del cuarto y volvió a cerrar el ventanal, inspirando antes de hacerlo el leve aroma de los jazmines de invierno que rodeaban el jardín y sintiéndose revivir.

Todavía no estaba muerto, aún tenía esperanzas, se recordó. Armin le había prometido sacarlo allí antes de un mes, y aunque ya hubieran trascurrido dos semanas desde aquello, seguían teniendo tiempo. Su amigo era el chico más listo del reino de Marley, un verdadero genio que nunca cometía errores, y Eren estaba segurísimo de que en esa ocasión Armin tampoco lo haría; no con la vida de ellos tres en juego. Solo debía tener paciencia y seguir luchando un poco más, seguir aguantando un poco más. Él jamás se daba por vencido. Por muchos golpes que la vida le diera, Eren siempre seguía levantándose.

Acababa de llegar a los pies de su cama, donde un pesado baúl de cuero y hierro reposaba, cuando las hojas de la ventana volvieron a abrirse de par en par, como minutos antes.

Soltando un suspiro cargado de frustración, volvió a dirigirse hacia el balcón para cerrarlas, sin embargo, el recuerdo de haber vivido una situación similar en el pasado lo asaltó de golpe, robándole el aliento.

Era una memoria muy lejana, una de cuando él no tendría más de cinco o seis años de edad y el rey Willy acababa de subir al trono. Por ese entonces su madre aún era la Joya y Eren, como el niño impresionable que era, sentía una admiración enorme por lo que ella hacía, deseoso porque llegara el momento en que el poder también despertara en él y así poder cumplir con el rol para el cual había nacido.

Había sido una noche de invierno similar a esa, tranquila y fría, sin nada que la diferenciara del resto de veladas que ambos pasaban en aquel impuesto encierro, hasta que el joven monarca llegó a sus habitaciones para hablar con su madre y pedirle consejo; a pedir la ayuda de la Joya.

Aquella, se recordó Eren, fue la primera y única vez que lo oyó: el viento cantando para ella. Por supuesto él se había quedado fascinado al escuchar como los aullidos de la ventisca poco a poco se convertían en palabras, en fragmentos de canciones que le resultaban incomprensibles pero que Carla era capaz de oír e interpretar en vaticinios. Cuando aquel mágico ritual llegó a su fin y ambos volvieron a la cama, Eren le hizo saber a esta que podía escuchar al viento, pero no interpretarlo. Los dorados ojos de su madre se habían abierto enormes de la sorpresa al oírlo, pero entonces sonrió y lo abrazó con fuerza, asegurándole que él podía escucharlo al ser su hijo. Sangre de su sangre. Alma de su Alma. La próxima Joya que obtendría el don. La más especial y poderosa entre todas ellas.

«No puedes oír cantar el viento aun porque todavía no es tu momento, hijo mío. Pero llegará, llegará. Así como también hablaran las llamas para ti. Porque tú eres todo fuego y sangre, Eren. Nunca lo olvides».

Sorprendido por aquel recuerdo perdido que acababa de recuperar, se dejó caer sentado en el alfombrado suelo del cuarto e intentó tranquilizarse lo suficiente para poder ordenar las ideas de su cabeza. Bastante nervioso, Eren miró sus manos desnudas, sintiéndolas entumecidas y frías como el hielo, pero al mismo tiempo notando como si una corriente de lava fluyese a través de ellas. Al rememorar lo ocurrido ese día con sus amigos tras su discusión con Zeke, no pudo evitar preguntarse si aquello sería una prueba de que finalmente el poder de la Joya estaba despertando en él.

Dios… no podía ser, no.

Durante años, desde antes de cumplir los quince, Eren esperó pacientemente porque este llegara, porque parte de la magia que pertenecía a su linaje despertara dentro suyo como estaba predicho, porque su herencia se hiciera presente, pero eso jamás ocurrió. Él no era poderoso, jamás sería la Joya, y estaba resignado a no poseer el don, entonces, ¿por qué ahora ocurría aquello?, se preguntó angustiado. No deseaba ser la Joya, no podía serlo. Estaba decidido a desaparecer, ya fuera marchándose o perdiendo su vida, pero si realmente estaba despertando y su hermano o el rey llegaban a enterarse… Estaría perdido. Jamás podría escapar de Marley. Nunca le permitirían morir hasta que tuviera un heredero.

«Serás el último de nosotros, Joya. Después de ti, seremos libres».

¿Cómo pudo ser tan idiota para haberlo malinterpretado todo? No era que él no pudiera convertirse en la Joya por ser un varón, sino que su poder jamás se transmitiría a nadie más. Su madre siempre supo que él heredaría el don, nunca lo dudó, pero le vaticinó que sería el último de ellos, entonces, ¿moriría antes? ¿Sería incapaz de procrear descendencia? Eren no tenía idea, pero existía un motivo que lo diferenciaba del resto, algo que ocurría u ocurriría en el futuro. Carla había sido un Oráculo, el mejor de todos según le dijo el abuelo de Armin en una oportunidad. Un enorme y triste poder que le otorgaba a quien lo poseía la pesada carga de prever el futuro pero no estar en posición de cambiarlo a su antojo.

¿Él también habría heredado el don de la adivinación?, se preguntó ansioso. Por lo que su progenitora le había contado, no todas las Joyas eran iguales. Algunas eran más poderosas, otras menos. Unas cuantas, como ella, solo tenían la capacidad de Ver, mientras que otras, como su abuela, podían sanar y crear; sin embargo, ninguna de ellas podía utilizar la magia a su antojo, porque estaban incompletas, solo eran la mitad de un todo encerradas en aquella jaula de oro. Si realmente su poder estaba despertando, se cuestionó él, ¿para que serviría? ¿Podría aprovecharlo para escapar de Marley?

Si tan solo pudiese saberlo…

Como si ansiara aclarar sus inquietudes, el viento a su espalda se volvió todavía más salvaje, entrando en la habitación con la fuerza de un vendaval y logrando que la tenue luz de la lámpara se apagara sumiéndolo todo en la oscuridad, a excepción del fuego de la chimenea. Eren, concentrado en la ardiente hoguera, oyó más que vio como algunas cosas caía al suelo, produciendo un sonido amortiguado al golpear sobre la alfombra, pero sus ojos permanecieron clavados casi de manera hipnótica en las llamas danzantes frente a él. Como si estas lo llamaran, como si le hablaran… Y entonces lo supo.

Poniéndose lentamente de pie, Eren se acercó hasta el tocador y tomó la botella de cristal tallado que allí descansaba, estrellándola contra el borde del mueble y haciéndola añicos, sin importarle lo más mínimo que el transparente liquido se derramara sobre la alfombra ni que el afilado y alargado trozo de vidrio se enterrara en su mano derecha hasta hacer brotar la sangre.

Dirigiéndose hacia la chimenea, se dejó caer de rodillas frente a esta, tan cerca que podía sentir el calor del fuego quemándolo y metiéndosele dentro de las venas, pero en vez de asustarse eso lo enardeció, porque era lo correcto, era su esencia y deseaba abrazarla. Así que, colocando su mano herida sobre las llamas, la apretó aún más, hasta que el cristal se enterró tanto en su carne que las gotas de sangre se convirtieron en ríos carmesí que fluyeron para convertirse en un espejo. Uno tan claro y tan nítido como él nunca hubo visto antes.

—Ah, así que era eso… —susurró apenas y volvió a ponerse de pie con un movimiento fluido e incorpóreo—. Ahora lo comprendo.

Soltando un leve suspiro, Eren cerró los ojos y se sintió en paz consigo mismo, sin dudas, sin recriminaciones. Finalmente todo tenía sentido. Había encontrado su destino.

Sin dudar más, levantó el trozo de cristal que su mano aun sostenía y, empuñándolo cual daga, de un veloz movimiento lo guio con diestra precisión hacia su pecho, clavándolo allí de una estocada certera y profunda que le arrancó un grito desgarrador de agonía. Sin piedad alguna, lo enterró aún más profundo en su corazón, hasta que este dejó de latir y él cayó desplomado en el suelo.

Muerto.

 

Notas finales:

Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Espero que la lectura fuese de su agrado y compensara el tiempo invertido en ella.

Por lo demás, ya está aquí el capítulo seis de esta historia después de un largo tiempo. Realmente espero que les gustase, por mi parte, ha sido mi capítulo favorito de momento y amé escribirlo, motivo por el que me tiene muy ilusionada. Este fanfiction hace que mi imaginación se desate un poco de los límites, así que me entusiasmo un poco con esto.

La siguiente actualización será pronto en esta ocasión, el treinta de este mes para ser exactos, así que no deberán esperar mucho para saber qué ocurrirá esta vez con Levi y Eren. Lo cierto es que el capítulo siete es tan entretenido como este, ya está escrito, así que puedo afirmarlo.

Aprovecho igualmente de avisar sobre dos cosas. Lo primero es que, por motivos de tiempo, este capítulo no ha podido ser beteado, así que cualquier falta y horror, es completamente mi error, ya que está tal cual salió de mis manos. En cuanto tenga el capítulo corregido y con los arreglos pertinentes, realizaré los cambios que correspondan, así que espero no hubiese nada demasiado feo que entorpeciera la lectura.

También, debido a mi lo mismo, mientras releía los capítulos anteriores antes de escribir los nuevos, me encontré con errores tan tontos que yo misma tuve ganas de dejarme un mensaje para criticarme, así que preferí evitarme ese mal rato y arreglarlos en lo posible. Esta historia tendrá un beteado como corresponde en algún momento de los próximos meses, es la idea, pero de momento hice lo que puede y espero haya quedado mejor de lo que estaba.

Para quienes siguen el resto de mis historias, aviso que la siguiente actualización de para In Focus, que será el domingo siguiente. Y creo que eso sería todo.

Una vez más gracias a todos quienes leen, comentan, envían mp’s, votan y añaden a sus favoritos, listas y alertas, son siempre un enorme incentivo para continuar esforzándose.

Un abrazo a la distancia y mis mejores deseos.

 

Tessa


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