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La Joya de la Corona (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

CAPÍTULO 8:

CAUTIVO

 

Soy neurótica, perversa, destructiva, fogosa, peligrosa: lava, inflamable, desenfrenada. Me siento como un animal salvaje que escapa del cautiverio.

(Anaïs Nin, Incesto)

 

 

 

A pesar de llevar horas esperando por ello, el suave golpeteo en la puerta puso a Eren inmediatamente en alerta. Ni Zeke ni el rey Willy habían hecho aún acto de presencia, por lo que se hallaba de los nervios anticipando su visita y lo que esta podría significar para él; no obstante, al oír el segundo llamado reverberando quedamente por la estancia, comprendió que, una vez más, no era su hermano quien iba a verle.

Maldición.

Durante la última hora, luego de que el sol se pusiese y la alta luna hiciera su aparición, Eren no había hecho más que esperar aquella visita mientras permanecía sentado frente a la chimenea, tirando pequeños trozos de madera al fuego crepitante y disfrutando de como las llamas lanzaban pequeñas chispas que danzaban antes sus ojos como si fuesen luciérnagas, o por lo menos como imaginaba que estas serían por lo que había leído en sus libros. A sus casi diecisiete años, él jamás había visto una realmente.

Tras despertar esa mañana de aquel extraño sueño compartido, mucho más repuesto y optimista que horas antes, Eren no había sido capaz de pensar en nada más que en todas las cosas de las que se había visto privado a lo largo de su vida; desde pequeñas trivialidades como el poder pasear libremente por el mercado o ir al río durante los días del verano, hasta no tener poder de decisión alguno sobre su propio futuro. Desde el mismo momento de su nacimiento, él había sido un simple esclavo condenado a vivir de ese modo hasta el día de su muerte, luego de haber engendrado un hijo y de ese modo condenar de paso a otra vida para que cargara con un destino similar; y era por ello que Eren estaba decidido a romper con aquel círculo vicioso. Él sería el último de los suyos, su madre lo había augurado y ella jamás erró en sus vaticinios, y durante el sueño de la noche anterior, el hombre de la mirada de luna le prometió que iría en su búsqueda y lo rescataría, y Eren estaba decidido a creerlo, porque todo en aquel desconocido hablaba de determinación y certezas. No había mentira alguna en sus palabras.

Por ese motivo, ahora todo dependería de él y su capacidad para aprender a manejar el poder de la Joya a su favor antes del rescate, ya que no podía cargar el peso de todo ello en los hombros de su socio nocturno. Si deseaba escapar de ese sitio junto a Mikasa y Armin, Eren, obligatoriamente, necesitaría volverse más hábil y fuerte por el bien de sus amigos y por el de él mismo. Protegería a estos pasara lo que pasase.

Como venía ocurriendo desde esa mañana, luego del tercer llamado a la puerta, esta se abrió sin esperar su autorización, permitiendo así que la altísima y delgada figura de Yelena hiciera su aparición una vez más.

Al igual que durante sus dos visitas anteriores, ella nuevamente venía cargando con una bandeja de comida que dejó sin palabra alguna sobre la mesilla que estaba junto al diván antes de mirarlo con aquellos insondables ojos oscuros como pozos que poseía. Era tan evidente el desagrado que esta sentía hacia él, que Eren incluso se sintió divertido.

—¿Así que mi querido hermano realmente no tiene intención de venir a visitarme hoy? ¿Te ha designado a ti el desagradable papel de niñera, Yelena? —le preguntó mordazmente a la muchacha, provocándola.

Por lo que él sabía, aquella chica tenía una lealtad absoluta hacia Zeke desde que era poco más que una niña, motivo por el cual su hermano la mantenía a su lado, ya fuese fungiendo como su secretaria o simplemente su guardia personal. Eren estaba casi seguro de que Yelena estaba al tanto del horrible trato al que lo sometía Zeke, pero apostaría que esta incluso lo aprobaba, ya que jamás había apreciado lástima en su mirar cuando este perdía los papeles con él y acababa lastimándolo.

Observándolo con lánguido desprecio, Yelena se apartó con una mano el corto y rubio flequillo que caía sobre su frente, negándose a responder de inmediato a su pregunta.

Esta, al igual que Mikasa, solía vestir con ropas masculinas en vez de las faldas y vestidos que eran los atuendos habituales para las mujeres dentro del palacio. Esa noche, por ejemplo, ella iba ataviada con una túnica de lana de un rojo tan oscuro como la sangre coagulada, la cual moría sobre sus muslos cubiertos con calzas negras del mismo color de sus botas altas. Casi de manera desganada, llevaba colgado sobre las estrechas caderas un cinto de cuero donde descansaba una corta espada. Eren, por supuesto, jamás la había visto desenvainarla ya que, hasta ese día, nadie a excepción del Guardián entraba con armas a los aposentos de la Joya; pero su amiga de la infancia le había contado en una ocasión que Yelena era una espadachina no solo muy hábil, sino que también increíblemente mortífera. La pequeña arma asesina de Zeke cuando este lo requería.

—Su hermano ahora mismo se halla ocupado desempeñando importantes asuntos para su majestad. Es mi deber para con él ocuparme de tareas menos agradables cuando lo requiera —respondió esta con una serenidad carente de emoción que aun así hizo a Eren torcer los labios con disgusto al encajar el golpe de aquella velada insinuación de desprecio.

Intentando que su orgullo no hiciese explotar su mal carácter, relajó su postura y volvió a lanzar unas cuantas virutas de madera al hogar. Nada más ser alcanzadas por las llamas, estas ardieron de inmediato en un brillo incandescente antes de desaparecer para siempre.

—Mmm… ¿Entonces eso significa que el rey aún no sabe nada sobre mí despertar? —preguntó él despreocupada y tentativamente, esperando así obtener algo de información sobre su posición actual. Yelena, como siempre, permaneció impasible—. Supongo que Zeke pensó que necesitaría ganar un poco más de tiempo para que así mis heridas sanaran antes de que nuestro apreciado monarca pudiese verme, o de seguro su cabeza correría el riesgo de acabar rodando como la de nuestro padre, ya sabes.

En aquella oportunidad sus palabras sí tuvieron el impacto deseado en ella, haciendo que sus delgados labios se apretaran en una fina línea de enfado y sus oscuros ojos lo recorrieran en busca de posibles lesiones. Lesiones que, por fortuna o desgracia para él, ya eran inexistentes debido al poder de la Joya en su interior.

—No veo nada fuera de lugar en usted que pueda generarle problemas a mi señor con su majestad —replicó ella—. ¿Qué tendría que temer?

A pesar de que las palabras de la muchacha sonaron calmas y llenas de valentía, hasta quizás un poco llenas de desprecio, Eren pudo percibir cierto miedo subyacente en ellas, lo que lo llenó de satisfacción.

Una vaga sonrisa curvó sus labios débilmente, y cuando los ojos de ambos se encontraron en un mudo duelo, él no se amedrentó a pesar de saber lo peligrosa que sería su afirmación, sobre todo con Yelena y la desmedida devoción que esta sentía hacia su hermano mayor.

—Que me he vuelto intocable para él —respondió con tranquilidad, poniéndose de pie con un lánguido movimiento y enfrentándola a pesar de la distancia que los separaba—. ¿O es que acaso mi querido hermano no te contó que estuve a punto de matarlo? —le preguntó con fingida sorpresa, lo que evidentemente la enfureció todavía más; aun así, su rígido rictus fue la única evidencia de ello—. Tal vez debería haberlo hecho. No sabes cuánto me arrepiento de mi tonto error.

El movimiento de ella fue tan certero, tan veloz, que Eren ni siquiera lo vio venir; no hasta que sintió la fría hoja de la espada presionar contra su garganta expuesta y percibir como un fino hilillo de cálida sangre corría desde el pequeño corte sobre esta para perderse dentro de la camisola gris que llevaba puesta. Algo en la expresión de Yelena, probablemente la pasión poco habitual que destellaba en sus grandes ojos oscuros, le hizo comprender que de verdad había tocado una fibra sensible.

A pesar de que su corazón latía desenfrenado a causa del miedo, adoptó la máscara de imperturbable valentía que solía utilizar y posó su mano izquierda sobre la filosa hoja de la corta espada, apartándola sin importarle en absoluto la sangre que comenzó a caer rápidamente al suelo en gruesos goterones debido a los cortes que acababa de hacerse.

—Aparta —le ordenó a la mujer con dureza, frunciendo el ceño—. Recuerda tu posición en el palacio, Yelena. Y la mía. —Al ver su sorpresa, él le sonrió con cierta maldad—. Soy la Joya, y pertenezco al rey. Si me dañas, ni siquiera la sangre de toda tu familia bastará para calmar su ira. Tal vez ni siquiera la de mi hermano.

Aunque decir aquello no le produjo placer alguno, Eren percibió como sus palabras tuvieron un efecto inmediato sobre esta, ya que la espada se apartó de su garganta nada más abrir sus dedos para soltarla, volviendo a quedar inocentemente envainada en el cinto de aquella mujer.

—Me disculpo por mi atrevimiento, Joya —le dijo Yelena inclinando brevemente la cabeza ante él, solemne. Aun así, todo en su postura decía a gritos que, si por ella fuese, con gusto ya lo habría hecho desaparecer de la vida de Zeke—. Aceptaré obediente el castigo que decida para mí.

Lleno de frío desprecio por aquella situación absurda que ponía a unos sobre otros, Eren negó con un gesto y con paso lento se dirigió hacia la puerta. Él no tenía libertad porque se la habían robado desde su nacimiento, pero aquella mujer había decidido perderla voluntariamente al servir a un hombre que de seguro ni siquiera la valoraba. Entre ambos, quien más lástima merecía ciertamente era Yelena.

—Acabemos con esta maldita farsa de una vez, ¿quieres? —le espetó molesto—. Simplemente… deseo estar solo.

Unos veinte minutos después, tras haberle permitido abandonar momentáneamente su encierro para ocupar el cuarto de baño y asearse un poco, Yelena volvió a escoltarlo hacia su habitación, dispuesta a encerrarlo una vez más como había ordenado Zeke.

Eren, de pie junto a la puerta todavía abierta, la observó con detenimiento: una alta y pálida figura ataviada en sangre, y de seguro cubierta hasta el alma de ella; todo por alguien que no lo merecía en lo más mínimo.

—¿Sabes, Yelena? Puede que un día me harte de todo esto y decida destruir este mundo en fuego y sangre —le dijo, sin comprender del todo bien de dónde provenía aquel pensamiento, pero al mismo tiempo teniendo la completa certeza de que no eran simples palabras vacías—. Llegado ese momento, tal vez incluso decida hacerte arder con él.

Ella, imperturbable, solo asintió con un seco cabeceo.

—Si su hermano está a mi lado cuando eso suceda, entonces no podría sentirme más satisfecha.

Las miradas de ambos permanecieron conectadas unos segundos más, los suficientes para que él viera morir toda emoción en aquellos dos pozos abisales antes de que la inmutable máscara de lealtad ciega cubriera aquel rostro nuevamente. Sin despedirse siquiera, ella cerró una vez más las pesadas planchas de madera labrada de la puerta, siendo el tintineo metálico de la llave al girar en la cerradura, seguido del profundo silencio sepulcral de las estancias vacías, el peor recordatorio de su solitario cautiverio.

La jaula de oro para el ave sin alas que él era.

Tras picotear sin demasiadas ganas parte de la cena fría que la ayudante de su hermano le había llevado, Eren se dirigió hacia el pesado arcón que estaba a los pies de su cama y rebuscó en él hasta hallar lo que necesitaba.

Una vez más se dejó caer sentado con las piernas entrecruzadas ante la chimenea, tan cerca de esta que podía sentir como el calor del fuego traspasaba la ligera tela de los anchos pantalones negros y la camisola gris que llevaba esa noche; tan cerca que notaba las llamas abrasándole el rostro pero al mismo tiempo percibiendo como estas le daban la bienvenida, casi de forma maternal.

Tomando un par de leños del portaleña, los lanzó al fuego, esperando que este se avivara y comenzara a arder con fuerza renovada. Una vez comprobó era así, Eren quitó las vendas teñidas de sangre que ahora cubrían los dedos y la palma de su mano izquierda, sonriendo con irónico pesar al notar que, como había supuesto que ocurriría, los cortes ya solo eran una rojiza línea sobre la carne; del mismo modo que aquella mañana al despertar, los únicos vestigios del arrebato de Zeke eran la usencia de sus amigos y su corazón adolorido.

—Céntrate, idiota —se dijo a sí mismo con determinación, decidido a que el desánimo no hiciera presa de él; no tenía tiempo que perder. El hombre de los ojos de luna iría a su encuentro dentro de cinco semanas, se lo había prometido, así que Eren sería útil mientras esperaba su llegada. Lucharía con las armas que le habían sido otorgadas.

Desenvainando de su funda la pequeña daga de plata que acababa de sacar del arcón, recorrió con un dedo el intrincado diseño profusamente labrado de la hoja de esta y presionó la yema del mismo sobre la afiladísima punta, logrando que la sangre saliera en gotas rojas y espesas que resbalaron por su mano sin producirle miedo alguno. Aquella bella arma, se recordó, había pertenecido a su madre, pero ella se la obsequió semanas antes de su fallecimiento. Él siempre se había preguntado si el propósito de su progenitora con ese regalo era el que pudiese defenderse llegado el momento o, simplemente, que contara con una opción para acabar con su vida si sentía que ya no podía continuar.

«Pero, yo no moriré así; porque soy todo fuego y sangre», se dijo, recordando aquel pensamiento que lo asaltó nada más despertar de aquel vívido sueño, cuando las lágrimas aun caían por su rostro y todavía podía sentir el calor de otros labios sobre los suyos. Labios que habían calmado su dolor y lo llenaron de esperanza cuando se sentía vacío y derrotado. Labios que le regalaron palabras amables y consolaron su pena. Labios que parecían reclamar una pertenencia que él no deseaba otorgar, porque si algo odiaba Eren, era la idea de pertenecer a alguien, ya que él solo ansiaba ser libre y dueño de sí mismo. Romper finalmente sus cadenas.

Aun así, cuando ese desconocido estaba a su lado en sueños, todo se sentía tan distinto, tan correcto, como si estuviese bien el entregarse a alguien de ese modo tan total, sin levantar ninguna barrera de por medio. Y lo odiaba, le daba miedo, pero incluso a pesar de ello, no conseguía sacarse a este de la cabeza por más que lo intentaba, porque quien habitaba dentro de él parecía clamar por aquel otro con toda la fuerza de su alma.

Pero aquella dependencia emocional acabaría una vez consiguiese su objetivo, se prometió. Una vez lograra escapar del palacio y cruzar el mar, Eren dejaría de ser la Joya y se convertiría en un chico como cualquier otro, con una vida sencilla y un futuro sencillo. Uno que él mismo decidiría.

Todas aquellas horas pasadas en solitaria y silenciosa contemplación, habían servido para que Eren comprendiera por fin, que no era que el poder de la Joya no habitara dentro suyo como temía a veces, sino que el problema radicaba en que él, inconscientemente, lo rechazaba tanto como lo anhelaba. Eren siempre había deseado la libertad frente a todo lo demás, y con la Joya las cosas no funcionaban de ese modo. Para ella todo era entrega absoluta y aceptación; convertirte ciegamente en su recipiente sin arrepentimientos posteriores, y aunque a él la idea de acabar perdiéndose le aterraba, lo hacía aún más el terminar siendo la posesión del rey hasta el final de sus días.

Además, desde su despertar esa mañana había podido percibir el enorme dolor que esta cargaba desde hacía mucho, mucho tiempo atrás. El sutil peso de aquella arcaica angustia en su corazón, llorando la ausencia y los sueños rotos, la distancia impuesta, la separación forzosa. Eren sentía aquella pena como si fuese la propia, y si darle a esta lo que más deseaba significaría el fin de aquel cruel círculo, entonces lo haría.

Determinado a hacer lo correcto, se tragó su miedo y deslizó la hoja de la daga por el interior de su muñeca, cortando profundo para que la sangre brotara roja y brillante; un rio carmesí y vivo cuando lo dirigió hacia las llamas.

—Bien, Joya, creo que ha llegado el momento de que tú y yo comencemos a entendernos —dijo a lo que fuese habitara dentro suyo, notando como un frío debilitante comenzaba a invadirlo a medida que la sangre abandonaba su cuerpo—. Voy a ofrecerte un trato.

Durante un momento, mientras notaba como sus párpados pesaban cada vez más y sentía la vida escapársele poco a poco, temió haber cometido un error, haberse equivocado tanto en sus suposiciones que acabaría muriendo por aquella tontería; no obstante, cuando oyó aquel suave sonido vibrar en su interior y vio las llamas alzarse hacia él como crepitantes lenguas rojizas que abrazaron su cuerpo, supo que había tomado la decisión correcta.

Eren, por decisión propia, se convertiría finalmente en la Joya de la Corona.

Ser el cautivo de esta sería el comienzo de su libertad.

 

——o——

 

—¡Perfecto! —dijo Isabel contenta mientras daba una última mirada apreciativa a su trabajo. Llevaba cerca de dos horas con aquel complicado dibujo, pero se sentía enormemente satisfecha con él—. ¿Quieres verlo, comandante?

Erwin, que estaba sentado tras su robusto escritorio escribiendo concentrado, levantó la rubia cabeza al oírla y asintió con una leve inclinación. Izzi, levantándose de un salto de la butaca que ocupaba junto a la chimenea, corrió hasta donde el hombre se encontraba y le entregó el cuadernillo de dibujo con fingida inocencia, apretando los labios para no sonreír por aquella travesura.

El ligero alzamiento de una de aquellas pobladas cejas fue el único signo de sorpresa que el hombre mostró ante su trabajo: un preciso retrato al carboncillo de él mismo donde una sonrisa cargada de maldad curvaba sus labios mientras que su mirada denotaba un brillo de inteligente malevolencia, cual si fuese un demonio; efecto que se acrecentaba aún más gracias a los pequeños y elaborados cuernos que ella había dibujado sobre su cabeza.

Por un instante, mientras esperaba su reacción, Isabel temió haber sobrepasado finalmente el límite de la paciencia de Erwin Smith; sin embargo, cuando sus ojos verdes se encontraron con aquellos azules, este no lucía para nada molesto; de hecho, una sonrisa cargada de ironía se dibujaba en sus labios otorgándole un aire de velada diversión.

—Cada vez te superas más, Isabel. Eres realmente buena en esto —la alabó Erwin, haciendo que ella se llenara de completo y total orgullo, ante lo que sonrió contenta—. De seguro mis hombres lo encontrarían muy acertado.

—¿Verdad que sí? Intenté captar tu verdadera esencia —explicó ella, toda seriedad fingida—. Nifa dice que he mejorado muchísimo en poco tiempo; incluso me ha pedido que le haga un retrato del chico que le gusta. Trabaja en el mercado y es muy amable con nosotras, siempre nos obsequia manzanas cuando vamos de compras. Coquetean descaradamente, ¿sabes? Tendrías que irte pensando seriamente el conseguirte una nueva doncella, comandante. Estoy segura de que él le pedirá matrimonio cualquiera de estos días —le explicó ella dejándose caer sentada en el alfombrado suelo junto al escritorio, sin importarle nada que su lindo vestido de muselina celeste se arrugara a su alrededor como si fuesen los delicados pétalos de una flor—. También llevo un par de días trabajando en un dibujo de mis hermanos, pero no he podido acabarlo todavía —reconoció Izzi cuando vio que Erwin volvía cuidadosamente la página del retrato que había hecho de él y contemplaba el dibujo inacabado de Farlan y Levi que estaba debajo.

A pesar de no estarlo viendo directamente, Isabel podía recordarlo a la perfección, como si estuviese grabado en su cabeza. Al pensar en ellos, un dejo de nostalgia y pena la invadió nuevamente; la desesperada añoranza por volver a verlos y estar juntos como la familia que eran. Si no había sido capaz de acabar ese dibujo aún, era simplemente porque cada vez que comenzaba a trabajar en él se ponía a llorar.

—Es un gran trabajo —le dijo el comandante con aquella serena tranquilidad que lo caracterizaba—. Tal vez, cuando lo acabes, podríamos mandar a que lo enmarcasen.

—¿Lo dices de verdad? —le preguntó ella con un jadeo de sorpresa.

Erwin asintió.

—Claro, así podrás enseñárselo a tus hermanos cuando regresen por ti.

Nada más oírlo, Isabel se iluminó, soltando un gritito de alegría que no se correspondía en nada a los numerosos modales educados y rígidas reglas de etiqueta que tanto Nifa como Rico Brzenska, su estricta institutriz, intentaban meterle a la fuerza sin comprender que ella era un caso perdido.

Al ver el gesto contrariado de Erwin ante su alocado comportamiento, supuso que este estaba pensando algo parecido.

—Tus modales, Isabel —la regañó, pero ella percibió con claridad que la dureza de su tono no llegaba a sus ojos. Tras un mes viviendo allí junto a este, ya había descubierto que en el fondo el comandante era un hombre muy blando.

Sin importarle para nada si era incorrecto o si el elaborado recogido de su cabello se arruinaba, se tumbó de espaldas en el suelo y miró el bonito escayolado que decoraba el techo del espartano despacho de este. Durante las últimas dos semanas, luego de comprender que por más mal que se portara en aquella casa nada cambiaría para ella, Isabel había tomado la costumbre de pasar unas cuantas horas allí tras la cena, ya fuese dibujando o tan solo leyendo algún libro de los muchos que aquel hombre tenía. Erwin solía trabajar hasta tarde y siempre parecía muy ocupado, pero aun así cada día se tomaba un tiempo para preguntarle por sus lecciones del día, oír su interminable lista de quejas sobre Rico o simplemente hablar con ella en general. Incluso, en dos ocasiones que Isabel fue particularmente buena, este, a pesar de lo estricto que intentaba mostrarse todo el tiempo, le había obsequiado chocolates y le permitió leer las cartas que uno de sus hombres le había enviado, pudiendo así obtener algunas noticias sobre sus hermanos para calmar en parte el dolor de su corazón

Sí, Erwin Smith era alguien muy extraño, ya que bajo su máscara de hombre despiadado y pragmático, se escondía una persona realmente amable. De hecho, a pesar de haber amenazado a Farlan y a Levi de mantenerla como rehén hasta su regreso, con peligro de llegar a la horca si ellos no cumplían su parte del trato, nada más verlos partir, este se había inventado la tapadera de que ella era la hija de un familiar lejano que al fallecer la dejó huérfana, por lo que ahora estaba bajo su tutela. Isabel, en vez de ser tratada como la delincuente que era, ahora debía esforzarse por cumplir el papel de una educada señorita, recibiendo clases de mil cosas que no entendía ni quería y fingiendo ser alguien que no era en realidad.

—No sé para qué te esfuerzas tanto conmigo, comandante. Al final no servirá de nada —le dijo ella, jugueteando con el lazo de seda azul que adornaba su pecho—. Cuando mis hermanos regresen de su viaje y recibamos la recompensa que nos prometiste, nos iremos a Shiganshina. Allí compraremos una casa, una casa de verdad, donde podremos tener un huerto para cultivar y animales que criar. Vamos a ser muy felices los tres, ya lo verás. No necesito de una educación para eso; estás malgastándola en mí.

Erwin, que aun llevaba puesto el verde uniforme de la Guardia, cruzó los brazos sobre su amplio pecho y la miró con curiosidad.

—¿Y no planeas casarte en algún momento y formar una familia, Isabel? ¿Tener hijos?

Sintiendo que las mejillas se le calentaban de golpe, Isabel dejó escapar un sonido ahogado que sonó como un «sí». Ni siquiera a Nifa, a quien le tenía mucha confianza desde que comenzaron a ser amigas, había sido capaz de contarle sobre Levi y como parecían haber cambiado las cosas con él tras su último encuentro; lo mucho que sus sentimientos se habían revuelto luego de que este la hubiese besado prometiéndole que hablarían a su regreso.

¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?, se preguntó desanimada. Antes de que todo aquello comenzara, ella jamás había pensado de ese modo en su hermano, porque bueno, eran familia; sin embargo, ahora parecía ser incapaz de sacárselo de la cabeza. Incluso, aunque le avergonzara admitirlo, lo cierto era que en más de una ocasión se había encontrado fantaseando en que formaría ese tipo de hogar junto a él.

—Supongo, pero tampoco necesito educación para ello —protestó ella—. Sé leer y manejarme de forma decente con los números. Eso es más que suficiente, comandante.

El otro suspiró con pesar.

—Todo padre quiere siempre que sus hijos sean más y mejores que él, así que la educación es importante vayas donde vayas, Isabel. Ya seas una dama de la Corte o una simple granjera. —Curiosa por sus palabras, ella volvió a sentarse, abrazando sus rodillas envueltas por el vestido y mirándolo con atención—. El conocimiento da libertad, da poder. Con la educación adecuada, hasta un bufón puede convertirse en rey.

Algo en la forma en que Erwin dijo aquello, con una convicción y certeza absoluta, la hizo estremecer por dentro.

Un mes de atenta observación había bastado para que Izzi fuera capaz de leer entre las verdades y las mentiras de ese hombre; entre las amenazas vacías, que lanzaba para provocar miedo y que sus órdenes se cumpliesen, y aquellas verdades absolutas, como la que acababa de confiarle. Erwin Smith era un hombre complejo y misterioso, alguien lleno de profundos secretos que aún no podía descifrar del todo; sin embargo, algo que ella sí había sido capaz de descubrir, era que la lealtad que este profesaba a la corona de los Reiss, era tan falsa como su sentencia de muerte. No pudo evitar preguntarse cuáles serían los verdaderos motivos que movían a ese hombre.

—¿Por qué nosotros? —inquirió repentinamente, logrando que aquella azul mirada la contemplara con total atención—. ¿Por qué no otros ladrones que fuesen más fáciles de convencer y manejar o tus propios hombres? Eres listo, comandante, lo sé; por eso me extraña que hubieses elegido la opción más riesgosa de todas.

Un atisbo de sonrisa asomó a los labios de Erwin, pero en esa ocasión fue un gesto extraño e indescifrable, como si dijese mucho y nada al mismo tiempo.

—¿No deberías saberlo tú mejor que yo, Isabel? —preguntó con suavidad—. Lo que estoy pidiendo, es un imposible, casi un milagro; pero sí alguien puede conseguirlo, ese es tu hermano. Levi Ackerman ciertamente es especial sobre todo el resto.

No Farlan, no ella, sino Levi y su extraordinaria habilidad, se dijo pensativa mientras asimilaba aquellas palabras. Aun así, Isabel no podía encontrar fallos en la lógica de Erwin, ya que ella misma había pensado algo similar en más de una oportunidad.

—Si no te odiara tanto por haberme separado de mi familia, comandante, creo que hasta me agradarías. Eres un hombre interesante —admitió—. Pero que no se te suba mucho a la cabeza, ¿está bien? Recuerda que aparte de mis hermanos, el resto de hombres que he conocido solo han sido borrachos, ladrones y proxenetas. Estas solo un poquito por encima de ellos.

La carcajada de Erwin, alta y clara, la hizo sentir bien y extrañamente reconfortada. Durante esas dos semanas de acercamiento mutuo, aquello era algo que también se había vuelto casi habitual entre ellos: risas fáciles y simples acompañadas de charlas intrascendentes, como si fuesen viejos amigos de toda la vida; tanto era así que Nifa le había confiado, unos días atrás, que desde su llegada a la casa, Erwin parecía más contento y menos taciturno. Mucho más feliz de lo que esta le había visto desde que trabajaba para él. E Isabel, que conocía lo dolorosa que era la soledad tras haberla vivido en carne propia, no pudo evitar preguntarse si quizás, en el fondo, ese hombre imponente era realmente alguien muy solo.

La siguiente hora la pasaron simplemente platicando, con Erwin ya decidido a dejar su trabajo de lado por esa noche mientras ella le explicaba, con todo detenimiento, lo irracional que le parecía la petición de Rico de que leyese un libro que no comprendía en absoluto o la necesidad, casi vital, que esta le daba a que aprendiese a utilizar de manera correcta el sinfín de cubiertos de una comida formal, cuando su función acabaría siendo finalmente la misma.

Mientras ella hablaba y hablaba, teniendo la completa atención del otro, un ramalazo de culpa y vergüenza la azotó con violencia al darse cuenta de lo fácil que era acostumbrarse a una vida cómoda y sin miedo. Una vida donde no tenía que pensar en si tendría que robar para comer al día siguiente, ni debía hacer guardias durante las horas de descanso por temor a que alguien invadiese su hogar para acabar con ella y su familia. No, allí todo era simple y sencillo: estaba bien alimentada y tenía una habitación agradable para ella sola; recibía clases aburridas y le otorgaban diversos entretenimientos como recompensa; tenía vestidos bonitos que podía cambiar cada día y daba paseos por el parque sin tener que preocuparse nunca, nunca, de que uno de sus errores estúpidos podría poner en peligro a sus hermanos. Sí, aquella era una buena vida, y aun así se sentía tan sola y desdichada sin ellos…

—¿Isabel? —le preguntó Erwin de pronto con preocupación—. ¿Qué ocurre?

Con sorpresa, ella notó las cálidas lágrimas que caían por sus mejillas y ahogó apenas un sollozo que acabó convirtiéndose en un quedo gemido de dolor. Abrió la boca para intentar explicarle al comandante lo que le ocurría, pero las palabras, que siempre parecían fluir de ella como un torrente, por una vez se negaron a acudir a sus labios.

Negó y sollozó aún más, tanto que Erwin acabó por ponerse de pie para acuclillarse junto a ella, posando una de sus grandes manos sobre su hombro derecho a modo de consuelo. Sin embargo, antes de que ninguno de ellos pudiese decir nada más, el sonido de airadas voces provenientes del corredor, seguidas de pasos veloces, los alertó de que algo inusitado ocurría.

Cuando la puerta del despacho se abrió de par en par, Nifa, ataviada ya con su blanco camisón de dormir y la bata del mismo color que llevaba encima, los miró con aterrada expresión de culpa y mil disculpas en los labios; no obstante, fue la delgada y encapuchada figura cubierta con una larga capa negra la que llamó su atención, sobre todo cuando esta apartó a la doncella sin miramiento alguno para entrar a la estancia y levantó el rostro, tirando hacia atrás de la tela que cubría su cabeza, permitiendo así que su larga cabellera castaño rojiza quedara al descubierto.

—¡Erwin, esto es una emergencia! ¡Se han puesto en movimiento! —soltó la recién llegada casi sin aliento; sin embargo, cuando se percató de que el otro hombre no estaba solo, sino que Isabel también se hallaba allí, los castaños ojos de esta se abrieron con enorme sorpresa antes de volver a entrecerrarse con total disgusto.

—¡Tú! —exclamó Izzi indignada al reconocerla, levantándose con asombrosa facilidad y lanzándose en el acto hacia aquella mujer. Pese a ello, su alocado ataque se vio interrumpido cuando Erwin, apresándola con uno de sus fuertes brazos, la apegó contra su pecho sin permitirle escapar a pesar de sus furiosos intentos—. ¡Voy a sacarte los ojos, maldita víbora traidora!

Soltando un suspiro de fastidio, Carly frunció sus rojos labios en un mohín y la miró con desprecio.

—Ciertamente —comenzó esta mirando tanto a Erwin como a ella con mal disimulado rencor—, no logro comprender que ven todos ustedes en esta condenada cría. Cada hombre en el que me intereso acaba enredado con ella. Que alimaña más persistente eres, Isabel Magnolia.

Llena de ira, Izzi enterró con saña el tacón de uno de sus botines en el empeine de Erwin y, en cuanto este se descuidó a causa del dolor, ella se lanzó como una fiera contra la otra mujer, agarrándola del largo cabello y haciéndola chillar.

Si no fuera por Carly y sus sucias jugarretas, Isabel y sus hermanos seguirían juntos y felices. Aquella puta traidora pagaría por haber provocado su sufrimiento. Por haber separado a su familia.

 

——o——

 

Como si fuese el augurio de una tormenta, a medida que el día transcurría y la hora acordada para el encuentro planeado por Smith se acercaba, la tensión en todos ellos comenzó a aumentar, llegando al punto de hacerse casi insoportable.

Aquel día, después de haber pasado buena parte de la mañana recorriendo la ciudad y el puerto, Erd les había aconsejado que descansaran un par de horas durante la tarde antes de bajar a la primera planta para tomar la cena ligera que Hannes les tendría preparada mientras esperaban que su contacto llegara.

Antes de partir de Mitras, Erwin les había informado que un barco les estaría esperando en el puerto de Shiganshina para trasladarlos a Marley. Aun así, debido a la delicada misión que tendrían que llevar a cabo, les explicó que este no sería un navío real como era lo habitual en ese tipo de situaciones, ya que de ser avistado en las costas de la nación vecina, podría levantar sospechas y provocar conflictos políticos innecesarios; no obstante, el condenado comandante les aseguró que quien les ayudaría a cruzar el mar era alguien de su total y completa confianza. Alguien que ninguno de ellos conocía y a quien sin embargo tendrían que confiar ciegamente su vida.

Joder, como detestaba arriesgar sus cartas tan lleno de incertidumbre, pensó Levi mientras tomaba asiento en el reservado al lado de Farlan y observaba con hastío como Auruo comenzaba una nueva ronda de críticas contra lo que fuese.

Aun así, aquellos dos días habían estado lleno de emociones y nuevos descubrimientos para él y su amigo, desde el mercado, que les resultó extrañamente similar a la zona comercial de Mitras, con sus tenderetes coloridos llenos de productos tentadores y la inconfundible cacofonía de las ventas a voz en grito, hasta el puerto, donde todo era un ajetreo constante, con el muelle lleno de cajas y barriles provenientes de los grandes barcos atracados o de los botes pequeños que iban llegando de tanto en tanto cargados de marineros que ya deseaban echar pie en tierra.

Aquel conglomerado de gente de diferentes razas y nacionalidades, había hecho sentir a Levi extrañamente vivo, como si en aquel lugar pudiese ser quien deseara y sin tener que dar respuestas a nadie. Esa parte del país parecía un pequeño retazo de ninguna parte, donde todos podían mezclarse y comenzar una nueva vida desde cero, tal como había hecho Hannes tras cruzar el mar hacía mucho tiempo atrás. Tal vez, cuando hubiesen acabado ese maldito encargo y recuperaran a Isabel, ellos tres podrían pensar en comenzar su nueva vida desde allí, una pequeña ciudad junto al mar…

Al pensar en el vasto océano que había conocido por primera vez el día anterior, Levi no pudo evitar que su cabeza se llenase una vez más de aquel sitio de ensueño y del chico, Eren, con quien había vuelto a soñar la pasada noche. El chico a quien había prometido nuevamente liberar, y a quien consoló y besó con la desesperación de un alma herida y necesitada; y, en esa oportunidad, se recordó él, por decisión propia. Demonios.

Por más que lo pensaba, por más que intentaba hallar una explicación lógica a lo que le estaba sucediendo, Levi no lograba descubrir por qué motivo sus sueños se estaban convirtiendo en algo más que meras alucinaciones de su inconsciente, porque si de algo estaba seguro, era de que esos sueños eran reales y ese muchacho existía en algún lugar, llamándolo incansablemente, desesperado por su ayuda.

Él jamás había creído en la magia, porque, ¿cómo hacerlo cuando la vida era una mierda que te golpeaba una y otra vez? Pero en esos momentos, por primera vez se estaba plantando la posibilidad de que quizá sí existiese algo más, aunque fuera una pequeña conexión entre dos personas. Su madre solía decirle cuando era pequeño, que allí fuera siempre había alguien más esperando por uno, la otra mitad de un todo que convertía a dos personas comunes en algo extraordinario; por supuesto, Levi nunca creyó en aquello, pero ahora no podía negar que fuera lo que fuese lo que había entre ese condenado mocoso y él, no era normal en absoluto.

Joder, la otra mitad de un todo, ¿eh?

Volviendo finalmente a la realidad, Levi se sumergió una vez más en el caos que era el comedor de la posada a esas horas, comiendo despacio su estofado de pescado y dando pequeños sorbos a su jarra de cerveza mientras oteaba todo a su alrededor. Una rápida mirada le bastó para comprobar que la atención de Erd, Gunther y Auruo, se centraba más en todos quienes entraban al lugar que en su propia cena, terriblemente tensos a pesar de que se suponía estaban acostumbrados a ese tipo de situaciones.

Aunque habían cambiado sus uniformes desde el día anterior nada más llegar a la posada, los tres seguían vistiendo de manera bastante similar entre sí, con amplias camisas de basta tela blanca y ajustados pantalones de color oscuro, lo que le hizo preguntarse si en la Guardia Real se les exigiría algún tipo de vestimenta específica aun en sus días de civil. Farlan y él, no obstante, simplemente habían vuelto a llevar sus antiguas prendas. Levi jamás imaginó lo feliz que podría sentirse al volver a ponerse una de sus desgastadas y blancas camisas o los remendados pantalones marrones que llebaba ese día bajo las botas altas. Aquello, de cierto modo, le había recordado quienes eran ellos en realidad y por qué motivo estaban allí; le recordaba que a pesar de tener que compartir con aquellos hombres, su amigo y él seguían siendo un mundo completamente aparte de estos y sus malditas reglas.

—Llega tarde —dijo Gunther de pronto. Con lentitud, se puso de pie y miró a su alrededor; los castaños ojos entrecerrados y el mentón fuertemente apretado a causa de la tensión—. No parece que haya entrado nadie sospechoso durante la última media hora y ya lleva más de diez minutos de retraso. Si el contacto del comandante no llega…

—Llegará —le aseguró Erd, tirando del brazo de su amigo para que volviera a sentarse a su lado—. Nadie se atrevería jamás a incumplir un acuerdo con él.

—Yo sí lo haría, si tan solo se me presentara una oportunidad. Solo deseo que llegue el día en que pueda joder a ese maldito engreído —susurró Farlan junto a su oído antes de volver a meterse en la boca una cucharada de estofado.

Levi, preocupado de que alguien más hubiese podido oírlo, miró a su alrededor para cerciorarse de que no fuese así. Comprendiendo que no había necesidad de inquietarse ya que la atención de los tres guardias estaba centrada en la puerta del local, se sintió enormemente aliviado. Aun así, sus ojos grises de inmediato buscaron los celestes de su amigo, dándole una dura mirada de advertencia para que dejase de arriesgarse de ese modo. Farlan, no obstante, simplemente se encogió de hombros antes de sonreírle con fingida inocencia.

—Eso es muy cierto —intervino Auruo con sus aires de superioridad—. El comandante Smith es admirado por todos sus hombres. No solo tiene un historial intachable respecto a sus logros, sino que también sus méritos éticos… ¡pero qué demonios crees que haces, maldita mocosa! —explotó con furia cuando una joven y rubia chica, que transportaba una pesada bandeja, tropezó accidentalmente, derramando unas cuantas jarras de cerveza sobre él y dejándolo empapado—. ¡Mira como me has dejado, idiota!

—Yo… ¡lo siento! ¡Lo siento mucho señor! —se apresuró esta a disculparse, inclinándose hacia Auruo para ayudarle a secarse con el blanco delantal que llevaba sobre su sencillo vestido rosa. Sus enormes ojos azules parecían cargados de arrepentimiento, pero algo en ellos le hizo pensar a Levi que aquella niña estaba mintiendo—. Si me permite ayudarlo…

—No, no, solo lárgate de aquí. No sé cómo Hannes permite que chicas tan tontas trabajen en su local —le respondió este con desprecio. La joven mesera lo miró con velado odio.

—Lo siento, de verdad. No era mi intención —continuó esta, volviendo a actuar su papel—. Por favor, tan solo no le diga al señor Hannes que… —Las palabras de la cría murieron en sus labios en cuanto él rodeó su delicada muñeca con una mano, apresándola para que no pudiese escapar. Un destello de peligro y muerte asomó a esos iris azules, una advertencia que Levi comprendió de inmediato, pero aun así no la dejó ir.

—Oi, mocosa, ¿qué es lo que en verdad quieres? —le preguntó en apenas un murmullo que, sin embargo, logró que la atención de los otros se centrara en ellos dos. La rubia muchacha de nariz aguileña y retadores ojos, lo miró sagaz, sonriendo a penas y librándose de su agarre con una fuerza y habilidad increíbles.

—Dentro de una hora más, al costado de la Iglesia quemada a las afueras del pueblo, estarán esperándolos. Lleven sus cosas porque partirán enseguida —respondió esta en el mismo tono bajo y fluido que había utilizado él minutos atrás—. No lleguen tarde o el barco zarpará sin ustedes.

Sin más, la falsa mesera se dio la media vuelta, mezclándose con rapidez entre el gentío e ignorando las llamadas y preguntas que algunos otros clientes le hacían a su paso, perdiéndose dentro de la cocina una vez llegó a ella. Levi estaba seguro que, de ir a buscarla nuevamente, no la hallarían por ningún lado.

—¿Una… niña? —masculló Erd aturdido—. Demonios, jamás pensé que tendríamos que buscar a una de las meseras. Pensé que sería un hombre de confianza —protestó este, enfurruñado.

—No trabaja aquí, simplemente se disfrazó como una para mezclarse entre estas y así poder acercarse a nosotros sin levantar sospechas. Llegó hace unos veinte minutos, vestida como chico, por cierto. Venía junto a ese sujeto que ahora mismo está a punto de marcharse —les explicó Farlan mientras bebía tranquilamente de su jarra y les señalaba con un gesto de la barbilla al alto y corpulento hombre rubio que acababa de abandonar la posada.

Erd lo miró boquiabierto.

—¿Los viste llegar y no nos dijiste nada? —le preguntó, lleno de indignación.

Al notar las miradas de consternación que los tres guardias les lanzaban, su amigo se encogió de hombros, fingiendo inocencia.

—¿Qué? Pensé que lo habrían notado. Es lo habitual.

—¿Lo habitual para quién? ¿Los ladrones? —le preguntó Auruo mordaz, todavía intentando arreglar el desastre que era su ropa empapada de cerveza.

Nada más oírlo, una suave sonrisa asomó a los delgados labios de Farlan, dándole un aire peligroso que Levi conocía bien. En más de una ocasión había visto a su amigo sonreír de ese modo antes de propinar una puñalada certera a tipos que lo superaban considerablemente en altura y corpulencia. Si Auruo no se iba con cuidado, acabaría formando parte de la misma lista que Erwin Smith.

—Exacto: ladrones —respondió este con calma.

El otro hombre chasqueó la lengua con fastidiado escepticismo, en lo que Levi acabó notando con horror, era una muy mala imitación de él mismo. Eso lo irritó en extremo, pero contuvo como pudo el enorme deseo que tenía de volarle a ese idiota todos los dientes de una patada.

—Como si el comandante se mezclara con ese tipo de gente —continuó Auruo—. A parte de ustedes, claro.

—Tch, entonces lamento ser yo quien te de la mala noticia de que eso es lo que va a pasar, idiota —le dijo Levi con frialdad glacial. Este lo miró confundido—. Al parecer, los negocios de tu querido comandante no son tan limpios como deseas creer.

—¿Qué quieres decir con eso, Ackerman? —lo interrogó en esa ocasión Gunther. Por la expresión seria y meditabunda que el hombre mostraba, él supuso que este ya tenía una idea más o menos clara de lo que estaba a punto de avecinarse.

—Que si la Guardia Real no puede llevarnos al otro lado por temor a desatar un conflicto político, solo puede hacerlo alguien a quien las leyes le importen una mierda —soltó Levi sin miramiento alguno—. Cruzaremos hasta Marley estando fuera de la ley.

El gemido ahogado de Erd se perdió entre el parloteo del gentío y el ensordecedor ruido que hizo la jarra de Auruo al estrellarse contra el suelo. Cuando la mirada de su amigo se cruzó con la suya, una sonrisa asomó a los labios de ambos.

Al fin estarían en terreno conocido.

 

——o——

 

Poco antes de la hora acordada, los cinco abandonaron la posada tras recoger sus pertenencias y despedirse de Hannes. A pesar de que la noche era fría y la brisa marina arreciaba con fuerza entumeciendo la piel expuesta, las calles del puerto seguían siendo bastante transitadas y bulliciosas; aunque en esa oportunidad, con el mercado y las tiendas de alimentos o enseres ya cerradas, eran las tabernas y los prostíbulos los que entraban en pleno funcionamiento.

Erd les había aconsejado llevar solo lo imprescindible para el viaje, ya que una vez desembarcaran en Marley, deberían emprender nuevamente un trecho del camino por vía terrestre. Por ese motivo, su equipaje se había aligerado considerablemente en comparación a su llegada, consistiendo solo en unas pocas pertenencias personales y algunos suministros, lo que resultó ser un alivio, ya que no contarían con los caballos durante esa parte de su travesía. Todo el resto quedaría al cuidado de Hannes hasta su regreso, y Levi no pudo evitar preguntarse, con cierta preocupación, si él sería parte del grupo en ese momento.

Llegar a la iglesia quemada no fue una tarea difícil. Luego de contarle a donde debían dirigirse, el dueño de la posada les había señalado la ruta más corta y segura para ir al sitio acordado sin llamar demasiado la atención.

En el momento en que se despidieron de este, los ojos del hombre habían vuelto a posarse más de un tiempo prudente en los suyos, como si deseara contarle algo, explicarle algo, pero aun así no pudiese hacerlo por algún motivo. Levi se sentía bullir a causa de tantas interrogantes sin respuestas que parecían estarse agitando cual tormenta en su interior, y, una vez más, se preguntó si aquel viaje a Marley le otorgaría alguna respuesta a las interrogantes que lo atormentaban.

Joder, ese viaje le estaba cambiando completamente la vida.

El sitio señalado para el encuentro se hallaba ubicado en la otra punta de la zona portuaria, donde las viviendas ya eran inexistentes y los acantilados comenzaban a hacer su aparición, por lo que el bramido del mar chocando contra las rocas parecía ser el único sonido reinante en la noche.

Gunther, precavido como era, había extraído una pistola de su morral y la escondía entre los pliegues de su negra capa de viaje, mientras que Erd, sentado en uno de los derruidos muros que rodeaban el calcinado edificio en ruinas, toqueteaba sin descanso la empuñadura de la espada que llevaba colgada al costado. Auruo, por el contrario, se apoyaba de espaldas contra uno de los pocos pilares que seguían en pie y cruzaba los brazos sobre el pecho, manteniéndose tan inmóvil como si fuese parte de las ruinas. Era evidente que los hombres de Smith estaban nerviosos, y él no podía culparlos. Levi notaba ya como la adrenalina producida por la anticipación hacía vibrar su cuerpo como si fuese una corriente viva.

Las dos negras sombras que aparecieron desde el linde del bosque cercano, los pusieron inmediatamente en alerta, por lo que todos volvieron a colocarse de pie mientras observaban acercarse a los desconocidos visitantes con cierto recelo.

Él, conteniendo una profunda respiración para dejarla escapar suavemente entre sus labios entreabiertos, percibió como Farlan se tensaba un poco a su lado y buscaba dentro del bolsillo de su pantalón negro uno de los cortos puñales que llevaba para empuñarlo en la mano; sus claros ojos atentos a quienes se acercaban y una expresión serena y neutral en el rostro.

Levi, imitando a su amigo, cerró sus dedos en torno a su propio cuchillo, pensando en si Isabel tendría que verse en algún momento en la obligación de utilizar la daga que él le había dejado. Rogaba porque jamás fuese así.

—Paz —musitó el más alto de los recién llegados. A pesar de que la distancia a la que se encontraban era lo suficientemente corta para que pudiesen hablar con normalidad y verse a la perfección, no dejaba de ser un espacio prudente; el suficiente para poder atacar o defenderse si fuera el caso. El hombre que acababa de hablarles levantó las manos desnudas hacia ellos para que las observaran un momento, antes de llevarlas hacia su propia cabeza para quitar la capucha de la negra capa que lo cubría. El movimiento que hizo la prenda al hincharse y ondearse a causa de la brisa, le permitió a Levi vislumbrar un trabuco colgando de su cadera y el inconfundible brillo filoso de una espada corta—. ¿Son los hombres de Smith?

Erd, que era quien fungía como líder de aquel grupo, asintió secamente y se aproximó un poco más al otro hombre, mientras que Auruo, que había estado extrañamente silencioso y quieto para ser él, dio un par de sigilosos pasos tras su compañero, de seguro listo para salir en su defensa si la situación lo ameritaba.

A pesar de que la noche era bastante oscura debido a la luna menguante, el rostro del recién llegado se hizo visible para ellos en cuanto los miró directamente. Levi no pudo evitar sorprenderse un poco al verle, ya que a pesar de que este era alto y con la complexión musculosa de un toro, el chico de corto cabello rubio que estaba ante ellos no debía de sobrepasar los dieciocho años.

—Son ellos, Reiner. Es imposible confundir la cara de este idiota —habló desinteresadamente el más pequeño de los recién llegados, señalando con un gesto de la cabeza a Auruo que frunció todavía más el ceño. Cuando la capucha de este cayó hacia atrás, pudieron ver a la misma chica que había estado sirviendo bebidas en la posada y que fue quien les hizo llegar el mensaje.

—¡Tú! —exclamó el insultado Auruo con total indignación—. Maldita mocosa…

—Hey, hey, amigo. Alto ahí —lo detuvo el tal Reiner con un tono amable que al mismo tiempo dejaba claro que no admitiría réplicas—. Todo lo que Annie haya hecho, fue porque las circunstancias lo ameritaban. Sin rencores, ¿está bien?

No demasiado convencido con aquello, este fue a protestar una vez más, pero la mano de Gunther posándose en el hombro de su compañero, bastó para que Auruo cerrara la boca y asintiera a regañadientes.

—Por seguridad, el comandante Smith no nos proporcionó mucha información respecto a esta parte del viaje —comenzó Erd ya sin su suspicacia inicial, pero todavía sin mostrarse del todo relajado, como si temiera que en cualquier momento las cosas se complicaran y todo se fuese al demonio—; solo nos dijo que él y su capitán tenían un acuerdo, por lo que este nos llevaría hasta Marley y, una vez completáramos nuestra misión, nos traería de regreso a Paradis.

La mirada cargada de secretos que intercambiaron Annie y Reiner puso a Levi un poco nervioso; sin embargo, cuando los celestes ojos de esta volvieron a posarse sobre él, examinándolo, reconociéndolo como su igual, se sintió mucho más tranquilo, de la misma forma que al parecer también se sintió Farlan, ya que este asintió en su dirección a modo de reconocimiento, ante lo que la muchacha cabeceó ligeramente en respuesta.

—Sí, mi capitán los espera —corroboró el alto chico rubio con más amabilidad, haciéndoles un gesto para que lo siguieran y se pusiesen en marcha hacia el bosque de dónde habían salido minutos antes—. Por cierto, yo soy Reiner Braun y, esta muchacha de aquí, es Annie Leonhart. Ambos formamos parte de la tripulación del Titán —les explicó este avanzando en la semipenumbra con la seguridad y experiencia de alguien que conocía aquel camino a la perfección.

El jadeo ahogado de los tres subordinados de Smith no les pasó desapercibido a ninguno de ellos, pero fue finalmente la temblorosa voz de Auruo, quien cerraba la comitiva, la que se hizo oír sobre el resto.

—¿N-no se supone que las mujeres en alta mar están prohibidas porque traen mala suerte? —preguntó este con evidente crispación.

El bufido despectivo de Annie se perdió entre la potente carcajada de su compañero, quien, volviéndose a verlos por sobre su hombro, les dirigió una mirada llena de socarronería.

—Digamos que nuestro capitán tiene… ideas algo especiales respecto a eso —señaló divertido, cerrándoles de ese modo la boca a todos esos malditos supersticiosos que, encontrándose de manos atadas debido a las órdenes de Erwin, solo debieron seguirlos con obediencia.

El resto del camino no fue largo, pero sí un poco dificultoso. Claramente Reiner y la menuda Annie sabían cómo moverse por los límites del bosque sin la necesidad de la luz de una lamparilla ni temer errar en su camino; pero ellos no eran tan hábiles y se notaba, demasiado. En más de una ocasión, alguno de los tres guardias reales acabó tumbado en el suelo cubierto de hojas y musgo, mientras que las maldiciones parecían proliferar como una letanía.

Solo una vez la claridad de la luna rota que decoraba el cielo volvió a iluminar su camino, el recorrido se hizo menos dificultoso y más veloz, saliendo finalmente a una de las playas bajas ocultas tras los roqueríos que parecía completamente deshabitada debido a la complejidad del terreno.

—Llegaremos una vez doblemos la siguiente curva, pasando aquellas rocas —les indicó Annie, hablando casi por primera vez desde que se les había unido esa noche. Envuelta en su capa de viaje marrón oscuro y ataviada con calzas negras y botas altas, parecía pequeña y menuda, casi como una niña jugando a disfrazarse de chico; sin embargo, a diferencia de su gesto servicial y suplicante de horas antes, ahora lucía seria y taciturna, como si el mundo le pareciera una mierda y no le interesara ni un poco. Levi no pudo evitar preguntarse cuál sería la historia que esta guardaba para haber acabado en ese tipo de vida. En sujetos como ellos, siempre, siempre existía una historia.

Tal y como la chica les había dicho, una vez las escarpadas rocas oscuras de los acantilados dejaron de ser visibles, ante sus ojos se mostró una pequeña bahía natural de clara arena y palmeras que le hacían de barrera, donde la oscura silueta de un estilizado barco cortaba el horizonte, meciéndose suavemente sobre las olas.

—Vaya, realmente es preciosa —exclamó Erd con verdadera admiración; sus ojos brillando mientras contemplaba el pequeño y ligero barco que cada vez era más visible para todos—. Es una balandra de dos mástiles, ¿verdad? Aunque parece un poco modificada para soportar unos cuantos cañones más. Son estupendas para navegar por los bajíos sin dificultad. ¿Cuántos nudos alcanza? —preguntó este entusiasmado. Al notar la mirada de asombro con que todos lo miraban, Erd se rascó la rubia perilla, avergonzado, y sonrió apenas—. Bueno, cuando era niño mi padre era carpintero y trabajaba arreglando barcos en el astillero, por lo que solía llevarme con él casi todo el tiempo y aprendí bastante —explicó—. Luego de su muerte, mi madre decidió regresar a Paradis, así que jamás pude poner en práctica nada de lo que él me enseñó.

El atento asombro con que ellos cuatro lo contemplaban mientras oían su historia se convirtió de pronto en verdadero pasmo. Incluso Farlan, que había estado bastante entusiasmado observando la embarcación, alzó sus rubias cejas con sorpresa.

—¿Eres de Marley? —le preguntó con incredulidad su amigo al otro hombre.

Erd se encogió de hombros.

—Claro, como lo son ellos también —respondió, señalando al rubio par de chicos que volvieron las cabezas para mirarles; Annie, con su eterna expresión de aburrimiento, y Reiner, con una mezcla de resignación y aplomo al ser descubiertos—. Se sorprenderían de la gran cantidad de ciudadanos de Marley que han llegado a vivir de manera ilegal a Paradise en algún momento buscando una mejor vida. Aunque parezca un lugar de cuento, aquel reino está realmente maldito.

El tono en que este dijo aquello, cargado de una dureza inusitada, hizo que Levi se preguntara que sería lo que había tenido que vivir Erd allí. Al igual que Hannes, Annie y Reiner, el joven guardia parecía cargar con un pasado bastante penoso.

Joder, en algo más de veinticuatro horas había conocido a cuatro personas que venían del reino enemigo, aquellos que podían ser socios comerciales pero jamás aliados, jamás amigos. No obstante, allí estaban, se dijo él; compartiendo con ellos y confiando en que no les rebanarían el cuello a la menor provocación. Cuatro extraños que habían huido de su propio país, mucho más rico, mucho más seguro y próspero en apariencia, pera comenzar de nuevo.

Además, Levi no lograba quitarse la inquietante sensación de que su joven visitante nocturno también residía en la nación vecina, por lo que no pudo evitar preguntarse si el enorme sufrimiento que el niño parecía cargar tendría alguna relación con ese «reino maldito» del que hablaba Erd.

Probablemente, hurtar una joya de leyenda no sería el único robo que debería cometer antes de regresar a casa. Mierda.

—No se equivoquen, por favor. Marley es un país hermoso —intervino Reiner de repente, su voz teñida de añoranza—, simplemente que…

El agudo sonido de un silbido rompiendo el silencio de la noche y elevándose entre el mar rugiente los puso en alerta. De inmediato un par de luces se encendieron en la cubierta del barco, al tiempo que las siluetas de algunos tripulantes comenzaron a ser visibles desde la proa, como si les estuviesen esperando. Sin embargo, no fue hasta que estuvieron a una mínima distancia de la embarcación, cuando recién se percataron del pequeño bote que yacía en tierra. Este contaba con la capacidad suficiente para transportar a unas diez personas, pero solo dos hombres se encontraban sentados en su interior. Estos, cubiertos por las sombras nocturnas, los contemplaban con evidente curiosidad.

—Los hombres que ha enviado el comandante Smith, capitán —le informó Annie a uno de los desconocidos que rápidamente se puso de pie, seguido por el otro.

A la escasa luz de la luna era difícil contemplar a la perfección a aquellos hombres de mar, pero el nombrado capitán bajó de un hábil salto a la blanca arena y se dirigió a su encuentro sin precaución alguna, a pesar de las susurradas súplicas y advertencias de su acompañante.

Una vez estuvo frente a ellos, este les sonrió abiertamente, posando ambas manos en sus delgadas caderas y dejando que la brisa marina jugueteara con su larga casaca negra, dando la impresión de que dos enormes alas flotaban tras él. Era alto y delgado, ataviado por entero con el oscuro color de la noche, desde sus altas botas hasta el sombrero de ala ancha que llevaba puesto sobre el largo cabello castaño oscuro que tenía recogido en una alta coleta. Sus facciones morenas eran delicadas pero firmes, con una nariz ligeramente aguileña y un enorme ojo castaño que los observaba tras sus gafas ovaladas con avidez y un aire de feliz locura, mientras que el izquierdo se encontraba cubierto con un negro parche.

—Buenas noches, amigos míos, buenas noches —les saludó con una pronunciada reverencia que rayaba entre el respeto y la burla, por lo que todos ellos, a excepción del joven castaño que iba tras él y parecía al borde del colapso nervioso, se lo quedaron mirando, confusos. Cuando este volvió a levantarse para verlos al rostro, les sonrió jocoso—. Sean todos bienvenidos al Titán. Tal como he prometido a su comandante, les llevaré sanos y salvos hasta Marley.

La sonora inspiración de Farlan, seguida de una ahogada carcajada, hizo que Levi volviera de inmediato sus plateados ojos hacia este, cuyo rostro había adoptado la habitual expresión de excitación que siempre ponía cuando había hecho un descubrimiento importante.

—¿Capitán? ¿De verdad? —preguntó su amigo sin poder creérselo del todo, pero aun así con una inusitada alegría en su voz—. ¡Pero si eres-!

—Hange Zoë, capitana pirata —lo cortó esta con total alegría a pesar de los gestos de incredulidad que se apreciaban en los rostros de los tres guardias reales y las miradas socarronas de los dos marineros rubios—. Bienvenidos sean, a la vida delictiva.

Notas finales:

Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Espero que el capítulo fuese de su agrado y haya compensado el tiempo invertido en él.

Por lo demás, realmente espero que el capítulo les gustase; para mí fue muy divertido escribirlo, ya que finalmente pude mostrar la historia desde la perspectiva de Isabel y al mismo tiempo enseñar tres escenarios diferentes a través de los personajes, sin dejar de lado que Hange y su grupo finalmente han entrado en escena. Tenía muchas ganas de escribir sobre ella y lo que su presencia significará para la historia. La inspiración para que esta y los chicos fuesen piratas, nació del comentario de una amiga sobre el hecho de que Hange perdiera su ojo izquierdo en el manga y de la preciosa visual novel, Attack on Titan: Pirate's Way, de Terra7, en donde tanto Annie como Bertholdt y Reiner son piratas.

Aun así, mi conocimiento sobre barcos y navíos era nulo, por lo que estos últimos dos meses he estado leyendo mucho sobre ellos, al igual que sobre términos de la marinería y lo que fueron los piratas, desde textos informativos hasta novelas en esa temática. Por supuesto, estoy segura de que erraré en más de una ocasión, porque es demasiada información y mi conocimiento no demasiado amplio, pero espero que todo lo relevante a esta parte del relato termine siendo una lectura amena para ustedes.

Siento que en esta ocasión a Eren y Levi les haya tocado estar separados nuevamente, pero era por motivos importantes ya que cada vez van apareciendo más incógnitas que llegado un punto comenzarán a aclararse. Igualmente, y de manera personal, me siento un poquito orgullosa de haber podido desarrollar un escenario con siete personajes en escena. En un comienzo para mí, cuando comencé a escribir, tres personajes siempre eran un reto importante, pero poco a poco he ido ganando confianza y me atrevo a creer que no ha quedado tan mal después de todo. Solo espero se entendiese sin complicaciones ni enredos.

Una vez más buena parte de la inspiración para escribir este capítulo ha venido de la mano de Lindsey Stirling: Beyond the Veil, Electric Daisy y Master of Tides, fueron los temas elegidos en esta oportunidad.

Para quienes siguen el resto de mis historias, aviso que por motivos personales y familiares todo va con un poquito de atraso, pero va, igual que las respuestas pertinentes para comentarios y mensajes. La siguiente actualización es para In Focus, que espero tener en unos diez días como mucho, pero entre medio aparecerán algunas de las pequeñas viñetas de Ese algo llamado Amor, que son fáciles de escribir y siempre alegran mi corazón.

Una vez más agradezco a todos quienes leen, comentan, envían mp’s, votan y añaden a sus listas, favoritos, alertas y marcadores. Son siempre mi mayor incentivo para continuar con esto.

Una abrazo a la distancia y mis mejores deseos para ustedes. Hasta la siguiente.

 

Tessa


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