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Minifics Cherik por midhiel

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Charles Xavier conocía demasiado bien a Magneto, Erik para él. Sabía que era melodramático la mayor parte de las veces, especialmente aquella cuando se le ocurrió transportar por los aires un estadio entero y arrojarlo para cercar la Casa Blanca. Sí, a Erik le encantaba el teatro, por eso Charles no se molestó en buscarlo después de su última discusión con él. Enfadado, Magneto se había marchado de Westchester volando hacia Genosha o quién supiera adónde y prometiéndole que esa vez la ruptura sería para siempre.

 

Charles no se inquietó, solo volvió a su recámara a dormir y continuar con su vida al día siguiente. Así pasaron los días, las semanas, un mes, un mes y medio. Erik era obstinado y teatral pero no pasaba más de cinco semanas a lo sumo sin visitarlo. Charles finalmente se preocupó y se conectó a Cerebro. Lo rastreó durante horas sin hallarlo. Seguramente debía seguir enojado y con el casco puesto, o.  .  . tal vez .  .  . Charles no quiso ni imaginar la segunda opción y volvió a conectarse de cuenta nueva.

 

-¿Nada aun? – le preguntó Hank cuando salió de la cámara.

 

Charles se pasó la mano por el rostro. No estaba para nada tranquilo.

 

-Prepara el jet – ordenó -. Iremos a Genosha a buscarlo.

 

Hank no replicó y se dispuso a cumplir con la orden.

 

Cuando las nubes se disiparon y distinguieron la isla intacta, Charles suspiró recién con alivio. Aterrizaron en una pista cerca de las viviendas, Hank apagó los motores y bajaron. Afuera los esperaba Ink.

 

Charles se preocupó otra vez. Era raro que no fuera Magneto en persona quien los estuviera aguardando. Tal vez seguía enfurecido o.  .  . tal vez.  .  . prefirió no pensar en ello.

 

El mutante los guio hasta una estructura rectangular de metal, que Charles sabía que era la casa de Erik. Por el camino, leyó la mente de Ink: hacía un par de semanas que Magneto vivía recluido allí y únicamente permitía que Toad y Selene entraran a veces. Solo salía a trabajar o buscar alimentos durante la madrugada para no toparse con nadie. Ink ni ningún otro conocía la razón de su aislamiento.

 

-Solo el profesor puede entrar – ordenó Ink a Hank antes de abrirles la puerta.

 

Charles asintió y Hank se hizo a un lado. Al entrar, encontró el sitio a oscuras. Palpó la pared para encontrar algún interruptor, hasta que alguien más encendió las luces. La habitación se iluminó por completo: era sencilla y precaria, con una mesa rústica y larga de madera y sillas de metal alrededor, había algunos muebles y un par de ficheros con los cajones prolijamente cerrados. Charles observó al frente y se topó finalmente con Magneto. No se lo notaba enojado, sino taciturno y triste, y llevaba el casco puesto. Ahí estaba el motivo por el cual no había podido encontrarlo.

 

-Erik – suspiró Charles, recuperando el alma -. ¿Estás bien? ¿Qué te pasó?

 

Erik se quitó el casco y lo dejó sobre la mesa. Luego se acercó a abrazarlo con fuerza y lloró. Charles le devolvió el abrazo y sepultó la cara en su hombro. No necesitó leerlo porque la ansiedad y confusión que Magneto tenía eran tan intensos que llegaron a él sin buscarlo. Entendió el motivo y sonrió, emocionado.

 

-¿Es cierto? – le susurró al oído con la voz trémula -. ¿Estás esperando un hijo nuestro? ¡Oh, amor mío! – rio entre lágrimas -. No sabías cómo iba a reaccionar. ¿Cómo pudiste pensar que me asustaría con una noticia así?

 

Erik deshizo el abrazo y lo tomó de las mejillas para que se miraran. Al fin, en medio del llanto, sonrió.

 

-Fui un tonto, Charles, lo reconozco. Pero a esto no lo habíamos planeado. No sabía cómo lo tomarías, yo quiero tenerlo, lo adoro, pero sabes cómo me pongo cuando algo inquieta y me recluí. No sabía cuándo ni cómo darte la noticia.

 

-Erik, eres tan – Charles no quiso terminar la frase y rio para no enojarse -. Mira, me hiciste viajar hasta aquí. Pero me encanta porque podré atenderte y consentirte en tu propia casa – lo besó -. Mañana quiero que regreses conmigo, amor, quiero protegerlos y cuidarlos a ti y al bebé. Tendrán todo mi afecto.

 

-¿Cómo pude dudar de ti? – murmuró Erik conmovido y aliviado.

 

Se besaron intensamente.

 

“Te amo,” le transmitió Charles mentalmente. “Te enojas conmigo por tonterías, te recluyes y al final te las ingenias para hacerme el hombre más feliz. Te amo, los amo a los dos más que a mi vida misma.”

 

Erik lo apretó más contra sí y prolongó el beso. ¿Cómo podía haber dudado de su Charles? Ahora tenían una vida entera y la nueva que habían creado para amarse y estar juntos. Ya no habría más teatros, ni melodramas porque no habría más motivos para poner en duda el amor que se tenían.

 

………..

 

 


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