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De los pies a la cabeza y pasando por las patas, orejas y cola por Marbius

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6.- F de Festividades.

 

Aunque en un inicio la adición de Marlene McKinnon en la vida de Sirius pareció una de tantas relaciones infructíferas de las que su amigo ya había tenido por docenas en el pasado, al final resultó no ser así cuando luego de un mes seguían juntos y al parecer felices.

—Me van a provocar náuseas —se quejó James una de las últimas mañanas de diciembre en que tenían clases antes de partir para vacaciones de Navidad, y en donde Marlene había insistido sentarse con Sirius y comer con él del mismo plato igual que si se tratara de pajarillos del amor.

Sólo la presencia de otra amiga de Marlene pidiéndole a ésta ayuda con una tarea que tenían para la primera clase consiguió que Marlene soltara el brazo de Sirius y se retirara, pero incluso aunque hacía varios minutos que se marchara, el aroma dulzón de su perfume permanecía.

Remus estornudó, no por primera vez. —Déjalos. Si estuvieras en su lugar, actuarías igual.

—Sólo si se tratara de Evans —refunfuñó James sin negarlo—. Pero le diferencia estriba en que Evans y yo estamos destinados a estar juntos, y Marlene es… No te ofendas, Padfoot, pero ella es temporal en tu vida. Una más de tantas por venir.

—¿Ah sí? —Inquirió Sirius con desinterés, que desde que había recuperado los cubiertos de Marlene (ella había insistido en también compartirlos) no dejaba de comer con voracidad canina.

—Da la impresión de que te está matando de hambre —dijo Peter.

—No, sólo… Quiere que hagamos más cosas juntos, es todo —dijo Sirius, llevándose a la boca un gran bocado de comida.

Remus volvió a estornudar, y Peter le tendió su pañuelo.

—Al menos deberías de pedirle que cambie de perfume —dijo James—, porque está afectando al… pequeño problema peludo de Remus.

—O que simplemente se mantenga alejada de Remus —secundó Peter.

Sirius frunció el ceño pero no dijo nada, en tanto que Remus desestimó aquel efecto secundario de sensibilidad a los olores como algo pasajero. ¿Y qué si el perfume de Marlene le provocaba estornudos al por mayor? No era como si le afectara, salvo cuando Sirius estaba con ellos y ella insistía en unírseles; o cuando abrazaba a Sirius y su perfume se impregnaba en su ropa y contaminaba el dormitorio; o cuando tan sólo existía, era novia de su amigo, y los estornudos eran el menor de sus problemas cuando lo que en realidad tenía era el corazón roto.

—No es para tanto —murmuró Remus con voz gangosa antes de sonarse la nariz—. Seguro que me acostumbraré. Por cierto, ¿alguien ya avanzó en su tarea de pociones? Estoy teniendo dificultades enormes para explicar por qué el uso de ingredientes secos tiene mayor eficacia que los frescos cuando se trata de brebajes de larga duración…

Con el cambio de tema, que ninguno pasó por alto que era intencional, Remus consiguió desviar la atención de Sirius y la adición de Marlene a sus vidas a él mismo, y de esa manera pudieron tener un desayuno como cualquier otro.

Pero como era de esperarse, la calma fue efímera.

 

—… y le dije que no, rotundo no. Es decir, ¿no es demasiado pronto para eso? Apenas tenemos un mes saliendo, y aunque Marlene crea que es tiempo suficiente para conocer a sus padres, yo soy de la opinión contraria y-… ¡Hola, Remus! ¿Tan pronto volviste?

Cumpliendo una detención con el profesor Slughorn por haber derretido su tercer caldero en lo que iba del año escolar (cortesía de Marlene, que había insistido en hacer dupla con Sirius y lo obligó a trabajar solo), Remus estaba de vuelta en los dormitorios y con la palma de las manos en rojo vivo luego de haber limpiado el estropicio que su error había causado.

Cansado, sí, pero también enojado porque Sirius había sido salvo contadas excepciones su compañero de trabajo en pociones, su salvador si cabía decirlo, porque Remus no era tan bueno en esa asignatura como en otras, y necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir para conseguir aprobarla con una nota decente. Y el que Marlene de pronto hubiera decidido que quería trabajar con su novio no sólo había mandado al traste sus ambiciones de al menos no hacer explotar el aula, sino que también había arruinado uno de los pocos momentos en los que tenía a Sirius para sí mismo.

El colmo había sido volver a los dormitorios oliendo a productos de limpieza y con dolor en la espalda baja por tanto inclinarse para tallar, y tener además que escuchar los planes navideños de Sirius para ese año, en donde al parecer Marlene le había invitado a pasar las fiestas con ella y su familia.

—¿Y qué, vas a ir o no? —Preguntó Remus, ignorando el saludo de Sirius y yendo directo al grano.

Más temprano ese día, después de que Slughorn hubiera aplicado un hechizo de desvanecimiento para al menos lidiar con el estropicio mayor de su poción, Sirius había intentado disculparse con Remus por haberlo dejado en la estacada y con ello propiciar aquel desastre, pero éste lo había ignorado, y no habían tenido oportunidad de hacer las paces.

—Uhmmm…

—Pensé que vendrías a pasar Navidad conmigo y mis padres —dijo James, que desde los pies de su cama estaba empacando lo que necesitaría al volver a casa—. Mamá ya me envió un búho preguntando si había algo que pudiera ella cocinar que te hiciera sentir como en casa y ya le respondí que cualquier platillo sería bueno mientras no fuera comida francesa.

—Gracias, Prongs —murmuró Sirius, pero si algo era bien sabido entre ellos era su desagrado total por toda aquella clase de platillos, pues los Black, siempre Toujours Pur, insistían en su preparación para ocasiones especiales.

—Eso no responde mi pregunta —dijo Remus, que había caminado hasta su cama y se estaba despojando de su uniforme, que en esos momentos olía tanto a lejía que le estaba resultando incluso tan detestable como el perfume que Marlene insistía tanto en utilizar.

—Ugh, ¿puedo abrir una ventana? —Eludió Sirius por segunda vez la pregunta, abriendo entonces un resquicio por donde se colara el aire frío del exterior pero que al menos sirvió para eliminar el aroma.

—Tal vez yo debería hacer lo mismo cada vez que vienes de estar con Marlene —gruñó Remus por lo bajo, pero no tanto como para pasar desapercibidos.

—Remus.

—Moony… —Le rozó Sirius la muñeca, pero éste se soltó sin problemas de su débil agarre.

—Me iré a dar una ducha, estoy del asco y me doy asco a mí mismo —ignoró Remus sus intentos de comunicación, y marchando de vuelta fuera del dormitorio porque en lo absoluto le interesaba si Sirius pasaba o no Navidad con Marlene y su familia (ni un poco, ni una pizca, completamente nada), se forzó a tragarse las repentinas ganas de llorar que de pronto le atacaron, y que le forzaron a parpadear repetidas veces para controlarse.

¿Y qué si Sirius y Marlene disfrutaban de Navidad como pareja en casa de sus padres? ¿Y qué si a cambio él tenía otra deprimente Navidad en casa de los Lupin? No era como si algo fuera a cambiar. «Pero me importa, y mucho», pensó Remus, que limpiándose el borde de los ojos con la esquina de su manga, descubrió ahí un leve rastro de perfume que le hizo sentir peor.

Remus estornudó dos veces seguidas, y con pesar descubrió que ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo había hecho en el día.

Y con ello, su humor sólo se volvió más sombrío.

 

Navidad en casa de los Lupin estuvo aderezada con una cena modesta, un intercambio escaso de regalos, y que Remus se retirara temprano a dormir, o al menos esa fue la excusa que le dio a sus padres y en su lugar permaneció acostado hasta cerca de medianoche, cuando por fin su necesidad de Sirius pudo más que su orgullo.

Así que rebuscando en su baúl hasta dar con lo que buscaba, Remus se prometió una única vez, sólo para aliviar la nostalgia que le provocaba estar lejos de Hogwarts y sus amigos, mientras sacaba de entre el fondo de sus pertenencias una vieja camiseta de Sirius que él le había sustraído por ‘accidente’, aunque más bien con alevosía y ventaja, y de la que había fingido ignorancia cuando su amigo revolvió todo el dormitorio buscándola.

De confección muggle, un tanto andrajosa y con el estampado del frente ya deslavado luego de tantas puestas, lo que Remus apreció de la prenda no fue su forma ni color, así como tampoco la suavidad de la tela entre sus dedos, sino el aroma del cuello y la espalda, que era Sirius en su totalidad, con pino, limón, quizá hasta un poco de té negro (al favorito de su amigo en las mañanas) y la siempre tenue esencia perruna que hizo a Remus enterrar el rostro en la camiseta y aspirar profundo.

Lo mejor incluso era que olía sólo a Sirius, sin aquel asqueroso perfume dulzón de Marlene McKinnon contaminando todo, y Remus volvió a darle otra aspirada con los ojos cerrados antes de volver a guardar todo lo que había sacado de su baúl, y sin importarle que la tapa no volviera a cerrar hermética como antes, se recostó de vuelta en la cama con la camiseta de Sirius arrebujada contra su pecho y la tela del cuello a la altura de su nariz.

Con aquella presencia de Sirius a su lado, el sueño no tardó en apoderarse de él…

… sólo para recibir un despertar inesperado.

—¡Woah! —Exclamó una voz, y al instante despertó Remus, listo para atacar y huir tal como su instinto y sentidos se lo pedían.

Por un instante creyó Remus encontrarse en peligro, o pudiera ser que vulnerable y después de una de sus transformaciones, pero el terror sólo duró una fracción de segundo, y entonces recordó que eran vacaciones, que la luna llena todavía estaba dos semanas de distancia, y que se encontraba en la casa de sus padres pasando las vacaciones con su familia.

Lo cual por cierto no explicaba por qué James estaba en la entrada de su habitación, todavía con la mano sujetando el pomo de su puerta, y expresión divertida en el rostro.

—Hey, Moony —lo saludó con una sonrisa que era mitad nervios y mitad malicia—. Vinimos a invitarte a desayunar en casa de mis padres y… ¿No es esa la camiseta favorita de Sirius? Si mal no recuerdo, lleva todas las vacaciones buscándola a pesar de que insiste haberla empacado en su baúl. Yo le dije que seguro la había dejado bajo su cama, pero al parecer los dos estábamos equivocados, ¿eh?

—Uhhh…

Con tantas palabras y tan temprano en la mañana que todavía no conseguía despejarse del todo a pesar de lo abrupto de su despertar, Remus no tuvo claro si debía de preocuparse acerca del plural con el que James justificaba su presencia ahí o el que lo hubiera atrapado in fraganti cediendo a la tentación de irse a la cama con una prenda de Sirius.

James solucionó por él la encrucijada al sugerirle casi en un susurro que la metiera debajo de las sábanas, y justo a tiempo, porque entonces la puerta se abrió del todo, y Sirius apareció al lado de su amigo con una sonrisa amplia y contagiosa.

—¡Moony! Es hora de levantarse, dormilón, que el sol ya salió y es Navidad. Los regalos esperan por ti, y nosotros también.

Preguntándose si el calor que de pronto le subía por el cuello y le hacía arder las mejillas era sólo una sensación o también una señal visible de lo que sentía al ver a Sirius casi diez días antes de lo que tenía previsto, Remus abrió la boca para preguntar qué hacían ahí, cómo es que habían llegado y también desde cuándo, además de una explicación mejor de por qué Sirius no estaba con los McKinnon pasando las fiestas en la mansión que Marlene presumía tener, pero en su lugar sólo atinó a articular un par de sonidos inconexos y después callarse.

—¿Tanto nos extrañaste que ahora ya no puedes hablar o es que el gato, o debería decir el lobo, tiene tu lengua? —Bromeó Sirius, que sin irse por las ramas se lanzó a la cama de Remus y cayó sobre éste en un extraño abrazo. Con Remus bajo su cuerpo y acariciando su cuello con la nariz, Sirius aspiró una vez y musitó—: Feliz Navidad, Moony.

Remus abrazó de vuelta a Sirius y lo imitó, hundiendo el rostro en su largo y sedoso cabello negro en búsqueda de aquellas fragancias que lo identificaban, reconfortado de pronto por la perfección del momento, que incluso si era efímero, lo iba a guardar como un tesoro en su memoria.

—Feliz Navidad, Padfoot —susurró a su vez.

Desde el dintel de la puerta, James se aclaró la garganta. —Aunque enternecedor, apreciaría si se apresuran. Mamá dijo que el desayuno estaría a las nueve en punto y faltan menos de diez minutos para eso.

—Mierda, es cierto —maldijo Sirius de pronto, dejando ir a Remus, que por un instante demostró el pesar de soltarlo con un ramalazo de dolor que le surcó el rostro, pero que se recompuso con la misma rapidez—. Hemos venido por ti, Remus.

—Ya que no sabemos cómo estar juntos sin planear alguna travesura que salga mal, mamá ha sugerido que los invitemos a ti y a Peter a pasar unos días con nosotros. Ellos enviaron un búho esta mañana a tus padres y ellos aceptaron, así que hemos venido a través de la red floo por ti —explicó James con naturalidad, entrando de una vez por todas al cuarto y abriendo los cajones de Remus en búsqueda de ropa para los siguientes días.

—Pero…

—Sin peros, querido Moony —dijo Sirius, que sentado al lado de Remus le había pasado un brazo por los hombros con ligereza—. Será divertido. Los padres de James han recibido una nevada impresionante durante los últimos tres días y muero de ganas porque bajemos por la pendiente en su trineo mágico.

—Y mamá ha horneado galletas de chocolate como si esperara recibir a todos los alumnos de Gryffindor y no sólo a un par de amigos —secundó James, que ya había abierto el baúl de Remus y estaba lanzando dentro sin mucho orden calcetines y cuanta prenda encontrara y que considerada prudente llevar—. Eso sin mencionar de un caldero completo de chocolate caliente con especias.

—Oh, suena… delicioso —admitió Remus, que estaba más atento a los dedos de Sirius rozando la porción de piel desnuda de su brazo que a la siempre maravillosa comida de Euphemia Potter—. Supongo que si mis padres me han dado permiso…

—¡Esa es la actitud, Moony! —Le dio Sirius un último apretón antes de dejarlo ir, y daba la impresión de estar a punto de brincar fuera de la cama y ayudarle a James a empacar cuando tomó en consideración el bulto que había quedado justo bajo su trasero y que le molestaba al sentarse—. ¿Qué es esto…?

—¡Sirius! —Intentó James distraerlo, pero fue demasiado tarde.

Con una ceja arqueada, Sirius extrajo de entre las sábanas su propia camiseta, una que atesoraba desde el verano y que había utilizado sin parar porque había sido un regalo de Cecil, aunque eso no se lo había contado a ninguno de sus amigos.

—Oh, vaya. Ya la había dado por pérdida irremediable.

—Te dije que no la habías empacado entre tus cosas —dijo James—. Seguro que se confundió entre la ropa de Remus y fue así como acabó aquí, ¿verdad, Moony? —Le ofreció éste a su amigo una salida fácil que Remus aceptó.

—Exacto. Eso debió pasar.

—¿Y entonces cómo llegó a tu cama? —Preguntó Sirius, que tras alisar un poco la tela, se la llevó a la nariz—. Mmm, huele a ti.

—Lo siento —murmuró Remus, apenado de haber cedido a la tentación y en el proceso haber quedado expuesto ante la única persona con la que no podía permitírselo—. Prometo lavarla.

—No lo hagas, huele bien —dijo Sirius, que luego agregó—: Huele muy bien, de hecho.

—Oh.

—Tal vez deberías de decirme qué jabón usas.

—Más tarde, chicos. Primero empacar y después intercambian tips de lavandería, ¿vale? —Les apremió James, que de alguna manera había conseguido meter al baúl de Remus toda clase de prendas pero sin formar ningún conjunto para los próximos días.

Mientras Sirius ayudaba a James, Remus procedió a cambiarse el pijama por jeans y un suéter verde que era su favorito para estar en casa pero que se restringía de llevar a Hogwarts por obvias razones.

—¿En verdad planeas vestir así? —Le chanceó Sirius—. ¿En serio, Moony?

—Lo dice el que salió con un Slytherin —dijo James, subiéndose las gafas—. Eres un hipócrita, Sirius Black.

—Demian Kiyoki es punto y aparte del resto de los Slytherins —se defendió éste, y fue Remus quien puso fin a su discusión al bajar de golpe la tapa de su baúl.

—En marcha.

A su salida, Remus intercambió con sus padres información de los Potter, que sólo estaban a una chimenea de distancia y habían sido más que claros que la presencia de su hijo en su hogar sería muy bien recibida durante el tiempo que quisiera permanecer con ellos.

—Diviértete, cariño —dijo Hope Lupin al despedirse de su hijo, pero mantuvo al mínimo los besos y los abrazos para no avergonzarle frente a sus amigos.

—Pórtate bien —fue el consejo de su padre, pero Remus no pasó por alto el brillo de nerviosismo en sus ojos, pues Remus había crecido un tanto aislado en su hogar y sin muchas esperanzas de llegar a la adultez y hacer amigos, así que el simple hecho de verlo hacer precisamente eso le puso un tanto sentimental.

Tras las despedidas, llegó el momento de dirigirse a la chimenea, y con un pinchazo de polvos floo por turno, pronto estuvieron los tres saliendo directo a la casa de los Potter, que a diferencia del hogar de los Lupin, estaba rebosante de decoraciones navideñas, el alegre ritmo de la música que sonaba en una radio, y el inconfundible aroma de las galletas de jengibre y canela que Euphemia Potter cocinaba durante esa temporada como si se tratara de un servicio profesional.

—Ya estamos de vuelta, mamá —llamó James a su progenitora mientras dejaban el equipaje al lado de la chimenea y se encaminaban a la cocina, donde Euphemia ya tenía puestos platos y le estaba dando los toques finales al desayuno de ese día.

—Oh, Remus querido —abrazó Euphemia a Remus, y éste no pudo resistir la tentación de rodearla con los brazos y dejarse apretar en la suavidad de sus formas y en el delicioso aroma que despedía a especias—. Me alegra tanto tenerte aquí —expresó antes de soltarlo de una vez por todas.

—Es una pena que Peter no pudo venir —dijo James, respondiendo una pregunta que Remus todavía no había formulado—. Él y su familia fueron a visitar familia al sur de Francia, y al parecer no volverá sino hasta la tarde previa en que tengamos que volver a clases así que se perderá de esta junta no oficial de los Merodeadores.

—Al menos tenemos a Moony —dijo Sirius, que desde que vivía con los Potter no se cortaba en recibir sin pena ni tapujo las atenciones de estos como si él también fuera de la familia. Y en cierto modo lo era, como el segundo hijo que ellos no tuvieron.

—Muy bien, hora de desayunar. Jamie, ¿podrías llamar a papá? Está en su estudio leyendo El Profeta.

—Sí, Jamie, ¿podrías? —Se burló Sirius, y James le propinó un golpe en el brazo antes de salir y cumplir con su encargo.

Atrás se quedaron Remus y Sirius, ayudando a Euphemia a poner la mesa y alistando todo aquello que ella les indicara.

Al final, los cinco se sentaron a la mesa, y por primera vez desde que hubiera dejado Hogwarts, Remus se sintió de vuelta completo. Más allá de haber hecho una escapada de la solemnidad de su hogar en donde el tema de su licantropía era siempre un tema a punto de aflorar, con los Potter aquellas preocupaciones desaparecían, y en compañía de al menos dos de sus tres mejores amigos, sentía Remus por fin que era Navidad y que estaban celebrando como era debido.

—¿Me pasas el pan, querido? —Le pidió Euphemia a Remus en un momento.

—Sí, querido, ¿y a mí la mantequilla? —Pidió Sirius después, batiendo las pestañas.

—No es bueno burlarse de los demás —le amonestó Euphemia, pero Sirius no se inmutó.

—Pero Remus es mi querido Remus. James puede atestiguarlo.

Pfuego, en pfealifaf pfuego —dijo James a través de la boca llena de comida, pero se apresuró a clarificarlo apenas deglutir—. No, mamá. En serio es verdad.

—No se preocupe, señora Potter —dijo Remus con una sonrisa tímida—. Así es Sirius, ya estoy acostumbrado.

—Si es el caso… Pero recuerden no pelear.

—Son chicos, es normal a su edad —le recordó su esposo, y para prueba bastó observar las interacciones que se daban entre ellos, en donde James le lanzó a Sirius un trozo de waffle con miel a la cabeza, en tanto que éste se enfocó en intentar alimentar a Remus con un trozo de pan con mantequilla, a la par que el mismo Remus se había aliado con James para arruinar la sedosa cabellera de Sirius utilizando para ello pedazos de su propio waffle.

No una mañana típica en el hogar Potter, eso por descontado, aunque sí un tipo que se estaba volviendo más común, en donde Sirius formaba parte de la diversión, y tanto Euphemia como Fleamont encontraban de su total agrado.

Y que dicha fuera la verdad, Remus también, pues agradecía el haber sido invitado.

 

Sin Peter para tener que distribuirse entre la habitación de James y el cuarto de invitados que ahora pertenecía a Sirius, Remus tuvo ante sí la gran decisión de sufrir porque estaba en la misma habitación que el causante de su desamor, o… Sufrir porque no lo estaba.

Realmente una situación de perder-perder en la que no veía solución, no fue sino hasta que James intervino y declaró que ya que Remus estaba acostumbrado a dormir entre Peter y Sirius, lo mejor sería no alterar su patrón de sueño alejándolo de éste último, por lo que sería con él con quien compartiría dormitorio mientras se quedara con ellos.

Sirius lo tomó de buen agrado. A fin de cuentas, era una persona gregaria a quien le gustaba la compañía, y en el remoto caso de que Remus se hubiera quedado en el cuarto de James, podían apostar diez galeones seguros a que antes de cinco minutos ya estaría Sirius con ellos buscando estar cerca del ruido y el bullicio.

Así que Remus subió a la habitación de Sirius llevando consigo su baúl, y permaneció callado mientras observaba la decoración tan… Sirius Black que ahora imperaba en cada muro y superficie.

—¿Te gusta? —Preguntó Sirius con una amplia sonrisa.

—Es muy… tú —dijo Remus sin comprometerse—. Aunque más bien parecía un cuarto muggle.

—Esa era la intención —declaró Sirius, que se había hecho de pertenencias directo desde el Londres muggle, con una tornamesa, discos de bandas punk locales, ropa casual que los jóvenes de su edad vestirían, así como de libros, revistas y posters que ahora tapizaban las paredes—. La señora Potter incluso me acompañó a comprar todo esto, y no podría estar más agradecido…

 

Los acuerdos de cama esa noche fueron enteramente platónicos cuando lo helado del piso descartó el que Remus durmiera ahí, y ya que el colchón de Sirius era doble y no sería ni remotamente su primera vez en posición supina y de lado a lado, lo único que hicieron fue conjurar una almohada extra y dormir a pierna suelta luego de un día completo de diversión.

Entre sueños, Remus se entregó a la placidez que el tener a Sirius a su lado y proveyéndole calor sólo podía darle. A mitad del camino de la luna en el cielo, Remus agradeció la compañía extra, pues su cuerpo todavía permanecía helado si no recibía ayuda, y por inercia se pegó a él hundiendo el rostro justo entre sus omóplatos y aspirando su esencia.

Incluso a través de las brumas de la inconsciencia, Remus se descubrió pensando que no le importaría quedarse así por el resto de sus días, pero claro, la vida tenía otros planes.

Clinc-clinc.

Temprano, mucho más temprano de lo que Remus habría querido despertarse, un ruido insistente contra el cristal lo hizo abrir un ojo y a tratar de dilucidar de dónde provenía.

Clinc-clinc.

«Es la ventana», pensó Remus, que de buenas a primeras creyó que lo que estaba escuchando era el granizo golpear los cristales, pero por supuesto, no era la época adecuada para eso, sin olvidar mencionar que afuera estaba nevado, y era imposible que fuera el caso. La nieve no hacía esa clase de sonidos al caer. Lo siguiente que pensó fue que alguien estaba lanzando piedrecillas a su ventana, con toda probabilidad James, pero al instante desechó esa idea porque su amigo era perezoso para madrugar a menos que se tratara de una práctica de Quidditch, y con el frío que hacía afuera, era de dudarse que se hubiera levantado antes que el sol para proponerles un partido amistoso.

Clin-clinc.

—Mierda —maldijo Sirius entre sueños—. No de nuevo…

—¿Qué-…? —Alcanzó Remus a enunciar antes de que Sirius apartara las cobijas de sí mismo y de paso de él, y a grandes zancadas se encaminó a la ventana.

Con un fuerte tirón de la manija, Sirius abrió un resquicio por donde no sólo se coló una fuerte ráfaga de frío, sino también un búho moteado con enormes ojos dorados y cejas que le iban a juego y le daban un perpetuo aspecto de aburrimiento.

—¿De quién…? —Volvió Remus a abrir la boca, pero para entonces Sirius ya estaba retirando el enorme paquete que el ave traía anudado a una pata y que era la causa de que esa mañana hubiera interrumpido sus horas de bien merecido descanso y sueño.

—Marlene —dijo Sirius, respondiendo a pesar de todo—. Todos las mañanas, sin falta, y cuando no son largas cartas de amor, son regalos de lo más extraños.

—Oh —musitó Remus—. Sabía que de algún lado reconocía ese búho. ¿No le vas a dar un ratón como pago? Después de todo lo que voló con ese paquete haciéndole peso en la pata, y si tiene que hacer el viaje a diario…

—Nadie pidió que lo hiciera —rezongó Sirius—, y me molesta tanto que podría darle a Wormtail sin remordimiento de consciencia…

—Padfoot…

—Ok, vale —gruñó Sirius, que recogiendo su varita de la mesa de noche invocó un pequeño ratoncito que le lanzó al búho y que éste al instante atrapó al vuelo—. Y ahora vuelve con tu dueña y dile que basta con el correo, que nos veremos en Hogwarts —dijo Sirius antes de abrir más la ventana y permitirle la salida, aunque tanto él como Remus tuvieron claro que ese mensaje no le llegaría a Marlene McKinnon, y que bien podía esperar Sirius a la mañana siguiente un despertar idéntico a ese.

Apenas el búho de Marlene volvió a remontar el vuelo, Sirius cerró la ventana, y sin molestarse en revisar el paquete o el enorme pliego de pergamino que le acompañaba, volvió a la cama quejándose de sus pies fríos.

—¿No vas a siquiera revisar qué te envió? —Preguntó Remus en voz baja, pues aunque estaban a solas y las paredes de la casa de los Potter eran gruesas y no había riesgos de ser oídos por nadie más, la costumbre de su dormitorio en Hogwarts prevalecía.

—¿Para qué? Seguro que son galletas caseras que ella preparó, duras como piedras si me preguntas… O una nueva fragancia que seguro no te gustaría, ¡espera!, que podría apostar que odiarías… ¿Qué más?, también me ha enviado libros, un par de pociones reconstituyentes que ni de broma me tomaría, joyas-…

—¿Qué tienen de malo las joyas? —Inquirió Remus—. Antes aceptaste aquel anillo de Demian Kiyoki. Es más, incluso hasta la fecha lo utilizas.

—Es diferente.

—¿Ah sí, cómo es diferente? Explícame —dijo Remus, sin disimular el filo en su tono de voz.

—Demian no era como Marlene. Demian… él tenía claro lo que éramos y lo que no, y no pretendía que fuéramos más de lo que podíamos ser. En cambio con Marlene… ¿Te mencioné por qué al final no me decidí a pasar Navidad con ella?

Remus denegó con la cabeza y aguardó a la respuesta que su amigo tuviera para ofrecerle, pues cierto era que moría de curiosidad por saberlo.

—Porque Marlene me dijo que sus padres estaban ansiosos por conocer, y cito: “Al chico con el que su preciosa hija iba a casarse apenas graduarse de Hogwarts.”

—Ouch.

—Exacto —resopló Sirius, de espaldas y mirando el techo raso—. Y no es que me oponga al matrimonio teniendo sólo dieciocho años-…

—¡Sirius!

—… pero sólo podría ser con la persona correcta, y Marlene no lo es —finalizó su amigo sin inmutarse. Luego giró el rostro, y se sinceró con Remus—. Creo que romperé con ella apenas volvamos a clases. ¡No, y un cuerno! Estoy decidido, romperé con ella. Habría preferido hacerlo lo antes posible, pero sería una patanería de mi parte hacerlo por carta, y ni loco aceptaría su oferta de visitarla.

—¿Y encontrarse en algún territorio neutral?

—¿Qué, tan desesperado estás tú también por mi rompimiento? —Bromeó Sirius, pasando por alto la repentina palidez que se manifestó en el rostro de Remus—. No te juzgo. James se siente igual. Yo… —Sirius resopló—. Yo debí haber confiado más en mis instintos y no haber cedido a la presión de salir con Marlene.

—Entonces ella no es la persona correcta.

—Te puedo jurar por mi peso en galeones que no —dijo Sirius, acompañando su declaración con un suspiro—. Como sea, es mejor saberlo incluso antes de presentarle a Padfoot.

—¿Qué, todavía sigues con eso? —Expresó Remus su sorpresa con una risita nerviosa.

—Siempre —dijo Sirius, la pupila de sus ojos contraída y resaltando el gris acerado de su iris—. Puede que… incluso ahora más que nunca.

—Oh, Sirius…

Un tanto rígido por la cercanía de su amigo y de paso sintiendo el pulso de sus venas palpitándole en las sienes bajo un código morse de ‘bésalo’, ‘declárate’ y ‘ámalo’ que era casi imposible de resistir, Remus agradeció cuando de pronto se escuchó en la casa el ruido de un retrete funcionando y después el de las cañerías, que al menos le sirvió para desviar la mirada y huir con cobardía antes de que en sus propios ojos se revelara la verdad de sus sentimientos por Sirius.

—Debe ser la señora Potter. Ella se levanta temprano para tener el desayuno listo cuando bajemos —explicó Sirius, que al instante sonrió—. Seguro ya puso la tetera a calentar.

—No me vendría mal un té.

—Ya, a mí igual.

Y apartando las cobijas una segunda vez, en esta ocasión salieron ambos de la cama, listos para empezar su día.

 

Aquellos días que Remus pasó con los Potter se contaron entre los más felices que tenía en una larga temporada, pues la señora Potter cocinaba de maravilla, el señor Potter contaba increíbles historias alrededor del fuego, eran libres de su tiempo para ir y venir por la propiedad a pesar de las incesantes nevadas, y en las noches, cuando Sirius dormía, Remus se abrazaba a su espalda y disfrutaba tanto como le permitían sus párpados de su calor y compañía, de la cual no parecía encontrar una satisfacción absoluta a sabiendas de que su idílica visita tendría que llegar a un fin pronto.

Por fortuna para Remus, sus padres no pusieron objeciones cuando les pidió permiso para alargar su estancia y disfrutar de la entrada del Año Nuevo en compañía de sus amigos, por lo que esa noche los tres se reunieron en la habitación de James para beber de una botella de firewhisky que éste le había sustraído a su papá del armario de licores (Remus sospechaba que era una farsa, que el señor Potter estaba al tanto y tácitamente les concedía la autorización) y de paso hablar de las metas para su próximo año.

—Bien. Primero, asegurarme que Lily Evans sea mía, conseguir el primer lugar en las clases y… Ganar la próxima copa de Quidditch —dijo James, que pasando de los diminutos vasos en que bebían, se empinó la botella y bebió un largo trago antes de pasársela a Sirius—. Tu turno.

—Por descontado, romper con Marlene, salir con más chicas y chicos, y… Quizá un tatuaje —enumeró Sirius sus ambiciones para ese 1977 que recién comenzaba, y al igual que James bebió directo de la botella antes de cederle a Remus su turno—. Espero no seas delicado con la saliva.

—Uhm, no —recibió Remus la botella, que al contrario de lo que Sirius podía pensar, de pronto había despertado en él en instinto de darle un beso francés sólo para cerciorarse de si conservaba algo del sabor de su amigo—. Supongo que mis metas son… Sobrevivir a las próximas lunas llenas sin heridas mayores, uhm, no reprobar pociones, y comer mi peso en chocolate este San Valentín.

—Buh —le abucheó Sirius, que ya estaba un poco achispado por el alcohol y consideró que esas metas no se salían de lo ordinario—. Pensé que al menos dirías algo como conseguir un mejor novio que Eddy Pritchard, ser la mente maestra de un par atentados épicos contra los Slytherin, y… No sé, ayúdame, James.

—Lo que Remus quiera hacer este próximo año no es asunto mío para decidirlo —dijo James, alzando ambas manos para escabullirse del compromiso—. Además, sus metas fueron buenas. Eres tú el que no lo ve así.

—Exacto —replicó Remus—. ¿Y para qué querría yo-…?

Pero antes de que pudiera rebatir la parte de atacar a los Slytherin con más bromas pesadas que seguro les acarrearían infinitas horas de detención con McGonagall, Sirius se le adelantó haciendo mención a ese otro propósito que había anunciado antes.

—¡¿Y por qué no, Moony?! Porque si se trata de no haber superado a Pritchard, déjame te digo que él no era nada digno de ti, y que podrías conseguir algo mejor que ese pecoso Ravenclaw. Tú vales más que eso.

—¿Ah sí? —Ironizó Remus, quien dudaba de su estatus como soltero codiciado en Hogwarts, así que no se imaginaba siendo el interés romántico de nadie, chicas y chicos incluidos.

—¡Por supuesto que sí, Moony! —Enfatizó Sirius con la misma vehemencia y convicción que podía demostrar James cuando se trataba de Quidditch—. Eres divertido, inteligente, con ojos bonitos y un trasero que-…

—Muy bien, creo que es el alcohol hablando por ti, Padfoot —interrumpió James la retahíla de su amigo al tomarlo del brazo y apretar—. Y estoy seguro que Remus sabe bien cuáles son sus propios encantos y no necesita que seas tú quien se los recuerde.

—Pero-…

—Puedes decírselo en la mañana cuando estés sobrio, y si es que te atreves.

—Lo haré, ¡juro por Merlín que lo haré!

«Si tan solo…», pensó Remus, que no se había tomado en serio las palabras de su amigo puesto que no quería crearse ninguna clase de ilusiones sólo para verlas destruidas cuando a la mañana siguiente Sirius requiriera de alguna poción para la resaca y declarara que el firewhisky lo había puesto fuera de sus cabales.

—Eres lindo, Moony —dijo Sirius de pronto, sujetando el rostro de Remus en una de sus manos y dedicándole una sonrisa bobalicona—. No dejes que nadie te haga pensar lo contrario. Ni siquiera ese intelectualoide de Pritchard. Pronto conseguirás a alguien mejor que te haga feliz como mereces…

—¡Oh, Sirius! —Se exasperó James, que le dio un tirón y con ello la mano de Sirius dejó de mantener contacto con la mejilla de Remus—. No me hagas lanzarte un hechizo tranquilizador porque los dos lo lamentaremos.

—Déjalo —dijo Remus con la misma voz que utilizaba cuando cumplía con sus labores de prefecto—. Ya tendré oportunidad de burlarme de él en la mañana.

—Es una pena que Sirius se emborrachó antes de ver el amanecer —se lamentó James, que ayudó a Remus a cargar con Sirius de vuelta a su habitación, y juntos lo depositaron sobre la cama—. ¿Quieres dormir conmigo? Sirius puede volverse un pulpo cuando está así.

—Nah, creo que puedo con él —dijo Remus sin inmutarse—. Después de todo, necesitará quién le sostenga el cabello si decide que vomitar es su mejor opción.

—Es tu decisión, Moony. Suerte con eso. Buenas noches, y feliz año nuevo —dijo James al despedirse, y Remus respondió con un mensaje similar pero sin apartar la vista de Sirius, quien había quedado de espaldas y roncaba con la boca abierta.

—Oh, Padfoot —musitó, enternecido porque a pesar de que era un adulto capaz de beber alcohol y emborracharse hasta aquel grado, el verlo así, tan vulnerable y con el mismo aspecto que tuviera cuando era un crío (minus el cabello de esa longitud y tanta definición en los pómulos) le hizo desear poder acurrucarse a su lado sin temor a malentendidos.

En respuesta, Sirius lanzó un ronquido particularmente ruidoso que Remus habría jurado que era capaz de hacer vibrar las ventanas y despertar al resto de los ocupantes de la casa.

Retirándole las botas que Sirius solía vestir, Remus hesitó unos segundos antes de continuar con sus pantalones, pues sabía por experiencia lo terriblemente incómodo que era dormir con jeans, así que le soltó el botón y bajo la cremallera, para después deslizar la prenda por sus piernas y quedarse con ella entre los dedos.

Sin saber bien qué hacer con los pantalones, Remus optó por doblarlos y colocarlos así en una silla cercana. Luego se mordió el labio inferior, y convencido de que lo hacía por el bien de Sirius, le tiró del borde de la camiseta que vestía.

—¿No preferirías dormir en tu pijama, Sirius? —Preguntó en voz baja, y al no obtener una respuesta negativa, Remus decidió que contaba como un permiso no verbal de hacer con él lo que considerara más prudente.

Que al fin y al cabo, sería mejor para Sirius dormir envuelto en sus pijamas de franela que en bóxers y camiseta, así que Remus se encargó de desvestirlo, admirar su trabajo, y después volverlo a vestir con las puntas de sus orejas teñidas de un saludable color cereza.

Luego hizo lo mismo consigo, y echando sobre ambos una manta, se quedó observando el perfil de Sirius a contraluz, por una vez agradeciendo la luna creciente que hacía eso posible, y que en escasos cinco días vendría a cobrar su favor al volverse llena y hacer de las suyas en su organismo.

Pero mientras ese día llegaba, Remus se deleitó con la muda observación de Sirius y su perfil relajado; la aristocrática nariz recta que culminaba con un pequeño botón; los labios delineados y de un perfecto grosor, que si los rumores eran ciertos, para besar y ser besado; el arco de sus cejas y el toque altivo que lo delataba como un miembro de la noble familia Black aunque Sirius renegara de ello; y por supuesto, las largas pestañas negras que hacían sombra y que en esos momentos decoraban sus ojos cerrados, ocultando el gris que hacía a Remus recordar la luna…

—Sirius, uhm… —Susurró Remus de pronto, dejándose llevar por el momento—. Yo… Me gustas. Te… —Se mordió el labio inferior con saña y luego lo volvió a intentar—. Te amo. Sólo quería decirlo. Por si acaso jamás reúno el valor de hacerlo cuando estés despierto, al menos lo conseguí mientras dormías…

Ajeno a ello, Sirius dejó escapar un ronquido de tal intensidad que se despertó a sí mismo, y sus ojos observaron por un segundo a su alrededor antes de girar la cabeza y enfrentarse a Remus, quien contenía el aliento y al parecer esperaba su sentencia de muerte.

—Moony… —Dijo Sirius con la voz gruesa por el sueño.

—Vuelve a dormir, Padfoot.

Sirius parpadeó con lentitud, y asintió una vez. —Ok —dicho con la misma docilidad que un crío.

Remus creyó haber esquivado el peligro, pero entonces Sirius se giró de lado quedando cara a cara con él, y pasándole un brazo por encima de la cintura, lo atrajo más cerca, entrelazando sus pies porque al parecer era una noche helada como pocas y tenía frío, y Remus por su parte ardía como una braza con la cercanía de la próxima luna llena.

«Tiene que ser eso, no hay otra explicación», lo racionalizó Remus, que con todo… Aceptó la cercanía con resignación; una parte de sí agradecido por la oportunidad que se le había presentado con Sirius, y otra parte de igual tamaño lamentando lo efímero de su satisfacción. Porque no tardaría en amanecer, y entonces Sirius se apartaría sin saber que consigo traía un pedazo más del corazón de Remus.

En silencio, porque no quería tener que explicarse ante su amigo, Remus se tragó las ganas de llorar que de pronto le invadieron, y forzándose a cerrar los ojos y a apreciar lo que tenía, se obligó a dormir.

Y en sueños, el lobo y Padfoot corrieron lado a lado sobre un campo nevado.

 

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Notas finales:

Y si me preguntan, es buena señal que Sirius mande al diablo a McKinnon, pero todavía falta un poco para el Wolfstar~ Aj sí, y hay un poco de Jilly así que estén preparados porque Remus y Sirius no son los únicos que sufrirán por amor en este fic.


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