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Gotas de lluvia sobre mi cabeza (Arco DC) por clumsykitty

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GOTAS DE LLUVIA SOBRE MI CABEZA

 

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC

Género: AU -Sci-Fi/Omegaverse

Parejas: Superbat, JayDick, Halbarry como principales.

Derechos: Los personajes pertenecen a DC y los abogados. Yo solo soy un gusanito.

Advertencias:  Pues esto no será agradable, hay mucho dolor, sangre, sufrimiento como lo propio de un Omegaverse. Gente mala haciendo cosas malas. Yo pensando mil locuras con eso. Inspirado en la saga “Injustice”.

 

NOTA CLUMSY: Por las dudas, esto que leeréis aquí no es una oda al canon, hay cambios de hechos y circunstancias para mi complacencia pura y vil. Si no estáis cómodos con eso, os invito a partir en busca de mejores historias que os hagan sentiros a gusto.

 

Gracias por leerme.

 

 

Tres cosas.

 

La primera, la Peste del Agua que exterminó tres cuartos de la humanidad, el primer cuarto en los primeros días de contacto, los otros dos conforme los infectados sobrevivientes iban muriendo.

 

La segunda, el nuevo orden, porque casi se extinguieron los Omegas, así que los abundantes Alfas ayudados por los siempre serviciales Betas cazaron a todos los Omegas restantes.

 

La tercera, Bruce Wayne odiando con toda su alma su condición de Omega, quizá tanto o más que a sus sentimientos por el Alto Consejero.

 

 

 

 

 

El miedo era un enemigo poderoso, desde tiempos antiguos los seres humanos siempre habían sido esclavos del miedo, en particular el que proviene de aquello que no pueden controlar. Primero fueron a los elementos, luego a los fenómenos naturales, las nuevas energías… luego la Peste del Agua. Con un mundo que sufrió el descongelamiento de sus polos por contaminación, el porcentaje de agua en la Tierra se elevó, rodeando a los sobrevivientes del contagio y obligándolos a refugiarse en donde pudieran. Aquellos que no habían logrado escapar de las ciudades, vieron a éstas convertirse en nidos donde la ley del más fuerte imperaba igual que cuando el ser humano todavía no conocía la civilización. Pareció que todos volvían a sus instintos básicos, siempre guiados por el miedo al agua. Las lluvias, las inundaciones y tsunamis fueron ahora los monstruos de los cuentos de niños que aprender para sobrevivir mientras se corría de un lado a otro de infectados, o peor que ellos, del Régimen.

Cuando los gobiernos cayeron al no poder soportar la crisis ni las emigraciones masivas, aquellas mentes astutas listas para aprovechar el momento salieron de las sombras para hacerse del poder, estableciendo un nuevo sistema de gobierno que diera orden al caos. El Régimen. Primero, hombres y mujeres que sabían cómo guiar a las aterrorizadas masas, luego, cuando los cambios en las castas obligaron a tomar medidas más extremas, cedieron su lugar al líder supremo, el Alto Consejero. Un Alfa como ningún otro, cruel como ningún otro. Bajo el discurso de paz y orden para sobrevivir a la Peste del Agua se escondía una dictadura que no admitía cuestionamientos. Era bastante malo que las personas nunca preguntaran nada y simplemente inclinaran sus cabezas al Alto Consejero sin preguntar cómo o por qué de pronto apareció imponiéndose de esa manera.

Bruce Wayne si lo sabía.

Sus padres habían sido asesinados en un disturbio, cuando trataban de escapar. Thomas, su padre, le había contado de tierras donde no existiera esa contaminación, el miedo a encontrar un infectado escondido bajo una alcantarilla o un soldado del Régimen. Debía ser, porque ese territorio que una vez fue Ciudad Gótica, era solamente parte de un continente, una extensión mayor de tierra que había sido separada por la elevación del agua. Debían existir otros sobrevivientes, y con suerte, ningún Régimen ahí. Querían una libertad que no encontraron, solamente un disparo que los dejó tumbados en un callejón con un pequeño Bruce llorando de miedo antes de que una mano tirara de él para salvarlo de los infectados que devoraban cuerpos indefensos que aparecieron cuando la lluvia lo hizo en medio de relámpagos.

Esa lección no la olvidaría como tampoco lo que el miedo puede conseguir en una mente que no está entrenada para enfrentarlo. Bruce había sido rescatado por Alfred Pennyworth, un Beta cordial, educado y con un humor particular en un mundo donde lo común era ser agresivo e indiferente. Igual que su padre, Alfred sabía de las cosas que existieron antes de la Peste del Agua, conocía el idioma antiguo, la historia perdida que más tarde fue borrada de manera misteriosa. Con su ayuda, se hizo el cazador que ahora era, treinta años más tarde, sabueso y luchador adiestrado en cuanta técnica pudiera encontrar y aprender. Quería la verdad, y la justicia, por ello lentamente había comenzado su propia lucha que no tenía más destino que enfrentarse al Régimen, creando a Los Insurgentes, rebeldes del sistema que buscaban la liberación de Ciudad Gótica-Metrópolis.

Para ser un Omega, aquello no estaba bastante mal, considerando que lentamente con el paso de los años su casta fue disminuyendo en número sin razón lógica aparente. Para el agua todos eran igual, soldados, Insurgentes, ciudadanos… el virus no tenía preferencia por alguna casta. Su mejor sospecha tenía que ver con el Régimen al descubrir que siempre se habían visto esos transportes blindados antes de que Omegas desaparecieran de cierto sector en la nueva urbe creada cuando apareció el Alto Consejero. Antes de ello, Ciudad Gótica y Metrópolis no estaban unidas, las inundaciones terminaron por empujar las viviendas hasta fundir ambas ciudades en una sola, Nueva Metrópolis, un enjambre de pasadizos, corredores llenos de gente hambrienta, soldados e infectados en su nivel bajo. Arriba, en los altos rascacielos, se encontraba la Élite.

Los Wayne debían ser parte de esa Élite, sin embargo, esos Alfas que el Alto Consejero envió tras el líder de la Insurgencia dieron con su verdadera identidad, revelándola al público de humor tan volátil y moldeable por su fobia al agua. Bruce tuvo que huir de su hogar que terminó igualmente inundado, perdido entre arbustos salvajes y la vigilancia del Régimen que hizo uso de sus bienes como lo hacía con todos aquellos que aún guardaban cosas de valor. ¿Libertad?, ni la palabra conocían. Esa peste de Alfa fue elevándose, obligándolo a mejorar los Supresores que salieron a escondidas, para salvar a los Omegas que iban extinguiéndose, escondiéndolos del fino olfato de los siempre agresivos, muchas veces crueles Alfas. Por esa fuga y la búsqueda de una buena fórmula, es que Bruce terminó de manera accidental con una Manada que jamás pidió.

La culpa, sin duda, era de Alfred y su manía de hacerlo sentir mal, había escuchado de un ataque de infectados que terminó en una masacre cuando los soldados simplemente abrieron fuego sin distinguir entre enfermos y ciudadanos. Al llegar a la escena, encontró a un pequeño niño, Richard Grayson, llorando entre los cuerpos de su familia acribillada. No pudo dejarlo ahí, menos cuando la lluvia estaba por caer y Alfred insistió en que sería bueno tener más compañía. Bruce no era un típico Omega, no iba a caer en esas trampas hasta que Alfred los abrigó al cachorro y a él juntos en un día de intensa lluvia. Richard -o Dick- se quedó con ellos, como un cachorro adoptado que sabía sacarlo de quicio con sus bromas y sentido del humor. Luego encontraron a Jason Todd, Bruce no supo si era una suerte o una maldición porque sería el más rebelde de todos, un cachorro que había aprendido a sobrevivir en la calle. Por último, encontraron a Timothy Drake. Tim. La serenidad para tanto escándalo en el refugio.

Cuando Dick tuvo edad para acompañarle en las cacerías como le llamaban, mostró sus buenas habilidades circenses que siempre iban a caracterizarle. Juntos se toparon con ese maníaco que Bruce ya había detectado e incluso enfrentado de manera indirecta, al que llamaban Guasón. Un hombre de rostro deformado que los chismes de la gente decían que era por haber estado en contacto con el agua. Era un Alfa sin cordura que amaba lastimar y destruir cosas por sobre cualquier soborno o amenaza que se le hiciera. Sospechaba que él era parte de la red que secuestraba Omegas, entregándolos al Régimen a cambio de dejarlo libre para aterrorizar a los ya histéricos ciudadanos, un brazo de control que mantenía a la Élite en su poder. El Guasón había puesto en peligro a Dick cuando uno de sus Supresores falló y casi estuvo a punto de localizarlo. Desde entonces los métodos de Bruce fueron estrictamente metódicos con él y consigo mismo. El olfato de aquel demente era demasiado bueno como su maquiavélica mente.

“Um… ¿qué escondes con ese cachorrito, Batsy? Huele tan bien.”

Batman, el Hombre Murciélago, así le habían apodado entre los Insurgentes por su traje oscuro que le permitía andar incluso bajo la lluvia y que usaba más que ropas normales. Decían que parecía uno de esos murciélagos que contagiaban el virus al vivir en zonas húmedas, igual que los perros callejeros y otros animales sobrevivientes al hambre o a los infectados. Lo cierto que eso le dio la idea para buscar un refugio en la zona de cuevas profundas de la antigua Ciudad Gótica, lejos de ojos indiscretos, sabuesos Alfa o drones vigilantes del Régimen, protegidos curiosamente o debido al destino bromista por una enorme bandada de murciélagos intactos del virus que fueron celosos guardianes que alejaban curiosos. Habían pasado muchos años sin incidentes ahí abajo, todos esos cachorros huérfanos crecieron seguros, lo suficientemente sanos para seguirle los pasos y continuar la búsqueda de esas tierras perdidas, una oportunidad para salir de esa Nueva Metrópolis siempre nublada, lluviosa, decadente y con el ambiente lleno de muerte.

Mensaje recibido, un gusto verte de nuevo.

Leyó la respuesta a su mensaje, guardando su comunicador con su mirada sobre un callejón donde unos perros peleaban con infectados por el cadáver de una mujer. Dejó esa escena para ir hacia la zona de la vieja Metrópolis donde se alzaban los más altos rascacielos, burlando los puestos de seguridad al saltar o escalar a los niveles más altos. Tenía una ruta memorizada, esa puerta oculta de metal que lo conducía a un elevador que se disparaba en silencio hacia el territorio de Alexander Luthor, un Alfa de lo más peculiar. Era inteligente como ambicioso, su lealtad a sí mismo el arma más peligrosa. Gran amigo del Alto Consejero también patrocinaba en secreto a La Insurgencia. Como la mente ávida de hacer negocios en todo momento, veía en el Régimen la pérdida de oportunidades para seguir haciéndose de poder o riquezas. Un aliado molesto pero indispensable.

—Buenas noches, Bruce —sonrió el Alfa al recibirle del otro lado del elevador cuando éste se detuvo en su piso exclusivo.

Sabía su nombre como todos ahí, buscándole una noche de sus rondas para exponerle su intención de apoyarlo con los recursos que le habían faltado. Lex tenía un laboratorio que apoyaba las labores insurgentes, pero Bruce lo usaba más para otra razón.

—Tengo lo que pedías.

—Yo también —asintió Lex, mirándole una vez que pasó por el área de esterilización— Debo expresar mi enorme admiración a tu causa paterna, Bruce. Mira que ofrecerte como conejillo de indias para que Dick no corra peligro alguno… bueno. ¿Cómo están los demás cachorros?

—Vine por el paquete no a charlar.

—Por favor, Bruce, es una noche linda. Hay cosas que discutir, además, sabes que debo revisar que me hayas traído buena información.

Wayne le dedicó una mirada antes de lanzar a la enorme mesa circular un chip que se deslizó hasta la mano de aquel hombre calvo de sonrisa tranquila, con sus ropas suaves que solamente la Élite podía costearse.

—Dime que es lo que creo que es.

—Revísalo.

Luthor sonrió al levantar el chip, presionando un botón en la mesa que abrió una entrada de lectura donde lo insertó. Varias pantallas holográficas aparecieron sobre la mesa con datos de análisis, algunas imágenes y videos.

—No me sorprende viniendo de ti. Metahumanos dentro del Régimen. No eran un simple chisme.

—Dijiste que habían liberado una cápsula genética, eso solo fue el sobrante de la investigación sobre los Metahumanos.

—Personas capaces de resistir el virus —Lex rió, leyendo la información— superdotadas al mismo tiempo por la mejora de su ADN. Si como dices, la cápsula solo es la migaja restante del experimento, entonces ahora sabemos por qué ciertas personas son más… fuertes que otras. Pero claro, es cosa que ya sabías con tus amigos.

—Hay que neutralizar los Metahumanos del Régimen.

—Calma, Bruce.

—El paquete.

El Alfa rodó sus ojos con una risa quieta, girándose sobre sus talones para ir a una pared que empujó suavemente, mostrando un compartimento secreto, extrayendo de ahí un pequeño maletín que entregó a Bruce, palmeando su dura tapa con el símbolo de LexCorp impreso. Bruce lo abrió, examinando el contenido, una docena de gruesas ampolletas con un líquido azulado.

—Los mejores Supresores, pueden hacerlos pasar por Betas con una duración aproximada de medio año, toda una maravilla frente a los insulsos inhibidores de días. Bueno, tú ya lo has…

—Me voy.

—Bruce, espera —Lex le cortó el paso, alzando sus manos en alto— Hay algo que debes saber también.

—¿Es relevante para la causa?

—Sé la razón de los Omegas en descenso.

—Los masacran.

—Sí y no, ¿puedes al menos sentarte a escuchar?

Los ojos azules de Bruce endurecieron, mirándole unos segundos antes de sentarse junto a esa enorme mesa. Lex sonrió, sacudiendo apenas su cabeza antes de irse a servir una bebida espumosa y amarillenta en una copa larga, tomando asiento del otro lado de la mesa. Dio un par de sorbos a su bebida antes de hablar, sin que el Omega moviera un solo músculo.

—Sabes que recientemente soy buen amigo, confidente del Alto Consejero.

—Sí.

—Aunque no conozco todas sus actividades, me gano su confianza para acceder a ellas.

—…

—¿Sabes del Celo de un Alfa, Bruce?

—Breve, poderoso, fatal.

—Excelente manera de describirlo. También sabes que el Alto Consejero es un Alfa. Un Súper Alfa.

—Ve al grano, Luthor.

—Hay algo en él, estoy tratando de averiguarlo. Pero desde hace unos años sus Celos han sido cada vez… ¿cómo decirlo?

—Como es.

Lex rió, bebiendo otro poco. —Demandantes, es la palabra que estaba buscando. Tan demandantes que necesita muchos Omegas para complacerse. Betas también, pero hay mejor efecto con los primeros.

—¿Y luego los extermina para que no resulten preñados?

—No, Bruce, es lo que trato de decirte. Mueren luego de estar con el Alto Consejero.

—¿Qué? —Bruce frunció su ceño— ¿Los asesina?

—Pude al fin estar en el último que tuvo y… —Luthor se llevó una mano al pecho— Incluso un Alfa como yo se siente intimidado ante semejante despliegue de dominio. Pero te doy mi palabra de que el Alto Consejero deja vivos a sus placebos, como les llama, están… sí bastante adoloridos o traumatizados no sabría diferenciar, pero vivos. Es que luego amanecen muertos y eso también me consta que no es por alguna mano extra asesinándolos. Simplemente… mueren.

—¿Has tomado muestras?

—Todavía no.

—Debes hacerlo, quizá están probando algo en ellos y ese Alto Consejero.

—La cuestión es que se me dijo que el líder del Régimen tiene Celos cada vez más frecuentes porque ha alcanzado su cenit y su gen Alfa está buscando dejar descendencia. Ramilletes de diferentes Omegas han sido ofrecidos como tributo por la Élite, ninguno ha sobrevivido. Ninguno.

—¿Si no puede preñar a nadie, morirá?

—La agresión se eleva, pero no encontraremos ese final tan ensoñador, Bruce —Lex se inclinó sobre la mesa, haciendo a un lado su copa— Verás, todo este comportamiento tan instintivo proviene de su desesperación también producto de la pérdida de su pareja y su cachorro no nacido. El Alto Consejero tuvo una pareja como lo escuchas, pero ella murió con el bebé en su vientre.

Bruce frunció su ceño bajo su máscara, apretando un puño. Una situación muy común en la ciudad con la peste, que había atestiguado varias veces y, sin embargo, le seguía recordando una memoria que llevaba consigo salpicada de culpa. Escuchando a Luthor tuvo la sensación de que era una mala broma del destino que siempre se topara con esa desgracia en particular.

—Los hijos y las parejas no se pueden sustituir.

—No me lo digas a mí. Ese vacío dejado por el rompimiento de un vínculo inició más adelante esos Celos que fueron escalando en fuerza. A la par que ascendió al poder.

Bruce le miró fijamente, entrecerrando sus ojos mientras daba sentido a las palabras del Alfa, mismo que asintió al notar su expresión.

—Esas dos cosas sucedieron al mismo tiempo. Te dije que me ganaría su confianza para obtener sus secretos.

—Un Alfa cegado por el dolor azotando una metrópoli que necesita sobrevivir.

—Entre otras cosas. Sé que no me consideras tu amigo, pero me importas Bruce —la mirada de Luthor fue serena y decidida— Comienza a considerar la opción que una vez te ofrecí. Estarías a salvo, podrías continuar con el movimiento y, sobre todo, tendrías a tus hijos lejos de la crueldad del Alto Consejero. Puedes esconderte tras los Supresores, tras ese carácter tuyo tan gentil y social, pero sigues siendo un Omega, eres la némesis del Régimen. Tarde o temprano vas a toparte frente a frente con el Súper Alfa y todo estará perdido.

No hubo respuesta de Wayne más que levantarse con un giro, llevándose consigo el maletín. Lex negó, terminando su copa de golpe antes de ver por el largo ventanal de su piso a la decadente ciudad tan lejos de la Élite. Bruce se quedó perdido en sus pensamientos mientras se abría paso entre ladrones y parejas teniendo sexo casual. Vender bebés potencialmente Omegas era un negocio del mercado negro. Pasó a un callejón, ocultándose tras un contenedor para abrirse paso en una alcantarilla que lo llevó a las orillas de la ciudad, la zona de las cuevas, guiado más por la costumbre que la vista, bajando y subiendo, entrando por recovecos secretos hasta terminar en lo que bien podría llamar hogar. Una vez que pasó la zona de desinfección, dejó su traje para abrir las compuertas del refugio, siendo recibido por un tranquilo Alfred que le ofreció una gruesa toalla.

—Su baño está listo, Amo Bruce.

—Preferiría ver a los chicos.

—Yo sugeriría primero el baño. Los pensamientos del trabajo deben desinfectarse también… ahora que está toda la familia reunida.

Bruce levantó su vista al escuchar eso, prestando atención a las lejanas y huecas risas de la sala.

—Jason…

—Por favor, Amo Bruce. El baño mientras termino de preparar la mesa.

El Omega asintió, serio, caminando hacia su propia recámara. Jason se había marchado años atrás cuando las actividades de los Insurgentes le parecieron muy poca cosa, decidiendo unirse a esa pandilla de forasteros que igual rompían la ley como peleaban contra el Régimen. Algo que ponía en aprietos a Bruce la mayoría de las veces, sin decirle nada porque la razón de ese abandono tenía un episodio que su hijo no le perdonaba. Se dio un baño rápido, mirándose al pequeño y viejo espejo, las cicatrices de su cuerpo por las peleas de tantos años. No lo habría dicho frente a Lex Luthor, pero tenía razón en que no estaba haciéndose joven y un Súper Alfa tarde o temprano sería su sentencia de muerte. Si bien su vida no era tan importante, la de todos sus muchachos sí, aún el inestable Jason. Pensar en Dick siendo cazado y muerto lo estaba haciendo reconsiderar aquella opción que lo convertiría en el esclavo de Luthor. Era eso o morir junto con sus hijos.

—¿Amo Bruce? La cena está servida —tocó Alfred del otro lado de la puerta.

—Enseguida voy.

Tomó el maletín que abrió, mirando una de las ampolletas. Buscó en la pequeña gaveta de una esquina la pistola donde introdujo la gaveta, mirando el calendario junto al espejo. Aún faltaban dos semanas para que su antiguo Supresor caducara, más era su costumbre siempre asegurarse de la efectividad de la vacuna antes de dársela a Dick. Extendió su brazo izquierdo, inyectándose con un siseo suave de la pistola, tomando aire al dejar todo en su lugar, caminando en pijama hacia la habitación estrecha que era el comedor. Alfred siempre lo impresionaba con la manera en cómo lograba que un lugar tan lúgubre y lejano a una casa real se viera tan hogareño. Jason estaba del otro lado de la cabecera donde él se sentaba, a la derecha de su asiento estaba Dick, a la izquierda Tim. Los tres giraron su rostro al verle, el del más pequeño iluminándose.

—Padre.

—Jason, buenas noches. Dick, Tim.

—Adelante, Amo Bruce —invitó Alfred, señalando las bandejas con la comida— El joven Jason nos ha engalanado con pescado.

—¡Wow! —Tim olfateó, preparando sus cubiertos.

Bruce no dijo nada, sentándose para cenar con ellos. Dick le dio su reporte de sus rondas como acostumbraba a hacerlo, entre bromas o algunos comentarios sobre lo que había escuchado en las calles, esos rumores a los que había que prestar atención. Luego lo hizo Tim, aunque su narración fue breve pues aún estaba en entrenamiento y Wayne no le permitía misiones en solitario como a Dick, quien incluso le acompañaba en algunas de la Insurgencia.

—¿A mí no me preguntarás?

—Seguro, ¿qué nos cuentas de ti, Jason?

El otro nada dijo, mirándole con ojos entrecerrados y distrayéndose cuando Alfred les ofreció un poco de postre para terminar. Tim se mordió un labio, mirando hacia Bruce y sus hermanos, jugando con su cuchara.

—Hey, enano, ¿qué pasa? —le animó Dick.

—¿Hay algo que quieras contar, Tim? —preguntó Bruce con calma.

—Bueno… sí.

—Adelante.

—Hoy hice un nuevo amigo.

—¿Otro libro? —bromeó Dick.

—No… es real —murmuró Tim— Estaba perdido, no reconocía nada y me pidió que lo ayudara a volver a su casa.

—¿Dónde estaba su casa? —Bruce se inclinó sobre la mesa.

—Pues… no lo sé. Dijo que su casa estaba en lo alto, así que lo acerqué a los rascacielos de la Élite, pero me dijo que no, que su casa flotaba por encima de las nubes.

—¿Por encima de las nubes? —Jason bufó despectivo— ¿Qué era, un pájaro?

—Jason.

—Era un chico como yo, tonto. Quizá un poquito más grande y alto, era muy amable.

—¿Qué sucedió después?

—Bueno, padre… yo estaba buscando una manera que subiera a una de las gárgolas cuando desapareció. Lo busqué por todos lados, ya no estaba.

—¿Voló a su casita sobre las nubes que nadie puede atravesar sin terminar hecho carbón?

—Jason, te lo advierto.

—¿Pudo preguntarle su nombre, Joven Tim?

—Sí, Alfred. Me dijo que se llamaba Conner.

—Pues creo que podemos hacer un brindis con este dulce pastel que nos ha hecho Alfred en honor al misterioso Conner y su amabilidad —asintió Dick— Lo digo en serio.

—Gracias.

—Por Conner, entonces —se burló Jason, aunque se cuidó de que su tono no provocara a Bruce.

Dick era una Omega, Jason un Alfa y Tim un Beta. Extraña combinación con dos hijos que no le causaban decepciones como era el caso de Jason, siendo Tim quien más le tranquilizaba cuando el Alfa llegaba a exasperarle. Jason esperó a que todos acabaran para hablar con él a solas en un recoveco, lejos de los oídos siempre indiscretos de Dick o la curiosidad de Tim. Ya esperaba algo así, nunca se aparecía sin que tuviera algo que decirle. Bruce tomó aire, recordando la mirada de Alfred, no más peleas. Todos debían estar juntos, palabras que estaban costándole mucho llevar a cabo, Jason olía a sangre, muerte y otras cosas más que por su salud mental prefirió no ahondar en ello, cruzándose de brazos al quedarse ambos en silencio.

—¿Y bien?

—También estoy muy bien, gracias.

—Estás vivo, lo cual ya es un logro.

—Igual que tú. La Insurgencia no va a sobrevivir más tiempo, lo sabes.

—¿Es lo que querías decirme?

—No —Jason bufó, sacando de su chaqueta una minitarjeta que le tendió— Me hicieron llegar esto para ti.

—¿Quién?

—Lo ignoro, cuando llegamos al muelle uno de los chicos me lo dio, solo me dijo que alguien lo había llevado y que debía entregarse a Batman.

—La revisaré —Bruce le miró, apretando la tarjeta— Tú tampoco vivirás mucho, Jason. Ese grupo…

—Eres un Omega, no puedes entender. Buenas noches.

Wayne castañeó sus dientes, pero se contuvo de decir algo, aún con ese espantoso carácter de Alfa que Jason tenía, seguía extrañándolo. El muchacho se topó con Alfred quien no aceptó un no de parte de Jason para quedarse. Bruce los observó unos segundos y luego fue a lo que todos llamaban en parte mofa, la Baticueva, mirando las pantallas y leyendo las noticias que todos los miembros Insurgentes recolectaban día con día, aun pensando en la oferta de Lex Luthor. Alfred apareció minutos más tarde con una bandeja donde una taza de té humeaba apetitosa, observándole.

—Me pregunto qué clase de preocupación puede tener el Amo Bruce para no haber intentado dar unas nalgadas al Joven Jason. Algo definitivamente más preocupante.

—¿Un té para dormir?

—A veces el sueño trae las respuestas que ya no podemos encontrar en la vigilia.

Con un intento de sonrisa, Bruce negó, mirando los mapas, los planes, todo lo que involucraba a la Insurgencia, a su familia.

—No ha servido nada.

—¿Qué cosa, Amo Bruce?

—Todo lo que he hecho.

Alfred alzó sus cejas, dejando la bandeja frente al Omega de manera sugerente, acomodando sus ropas en sus llamadas maneras de mayordomo. Bruce jamás había terminado de entender exactamente que era un mayordomo porque Alfred hacía muchas cosas, como hablarle así.

—Un solo árbol puede sentirse intimidado ante la cantidad de hermanos suyos en el bosque, y pensar que por sí mismo no es importante. Sin embargo, para las aves que hacen su nido en sus ramas, significa esperanza.

—¿Soy un árbol? —quiso bromear Bruce, alcanzando la taza de té.

—Hay cambios que no pueden verse, amo Bruce. No podemos controlar a la Tierra, sus lluvias, sus inundaciones. No podemos controlar el miedo que invade a las personas. Pero sí podemos controlar lo que somos y hacemos. Usted ha hecho mucho, cuando llegue el momento, verá el fruto de tantos años de pelea sin descanso.

—Fracasé con Jason.

—¿Realmente lo hizo? Porque otros muchachos Alfas flotan muertos por alcantarillas y en los muelles. Red Hood es un nombre con respeto.

—No de la clase que me gustaría.

—Hay que aceptar las cosas por lo que son, no por lo que queramos que sean, Amo Bruce. Ahora, beba ese té, vaya a su cama y duerma sus horas.

—¿Mañana todo estará bien? —Bruce le miró. Alfred sonrió.

—Mañana lo sabremos. Buenas noches, Amo Bruce.

—Buenas noches, Alfred. Y gracias por seguir conmigo.

—Siempre, amo.


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