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Inspector Grinch por Elbaf

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Notas del capitulo:

Hace casi un año que tenía esta historia en hiatus. Por suerte he revivido de mis cenizas (o algo así) y ya la tengo bastante avanzada. Lo que no está escrito, está esquematizado, así que esta historia ya tiene el final decidido.

 

Espero que os guste y lamento haber tardado tanto en escribir.

 

Os ailoviu.

Aomine había vuelto a su casa con su sobrino antes de que la cena pudiera enfriarse. Tan solo vivía a escasos metros del local, así que no tardaron mucho. Mientras iban en el ascensor, Aomine se quedó pensativo, aquel pelirrojo que acababa de ver le sonaba de algo, pero no sabía bien de qué. Estaba seguro de que le había visto en algún sitio, aunque no era capaz de recordar dónde exactamente. Hiroshi había tirado de la manga de su abrigo cuando las puertas del ascensor se abrieron y le llevó casi a rastras hasta la puerta de su casa. Cuando entraron, el niño comenzó a buscar la película en una de las largas colecciones de DVD’s que tenía Aomine en su salón, donde buena parte de ellos eran de temática infantil, solo para cuando su sobrino se quedaba a dormir en su casa. Mientras tanto, él se dirigió a la cocina a preparar unos platos para la cena. Aunque le puso uno al niño, sabía que no lo iba a emplear, puesto que la caja de Supidaman de su MajiMealle había gustado tanto que probablemente hasta durmiera con ella. Por su parte, sí que tomó dos platos donde puso sus hamburguesas y sus patatas y lo colocó todo en una bandeja, que llevó al salón donde el niño le esperaba para pulsar el play. -¡¡Vamos, tío Daiki!! La película ya va a empezar. - Voy, voy. Estaba cogiendo unos platos para que no cenáramos sobre… El niño había cogido su hamburguesa y había empezado a comérsela en el sofá, donde algunas manchas de kétchup ya habían ensuciado la tapicería. Aomine solo sonrió y negó con la cabeza. Ya lo limpiaría más tarde. A fin de cuentas, no es como si nadie fuera a inspeccionar su sofá o como si invitase a nadie a quedarse en su casa a menudo. Tan solo 45 minutos más tarde, los dos habían terminado su cena y Hiroshi estaba sobre el regazo de Aomine, durmiendo tranquilo, con una gran y dulce sonrisa. Aomine apagó la televisión y tomó al niño en brazos con cuidado. Subió hasta su habitación y, despacio, le quitó las zapatillas y la ropa y le puso un pijamita de dibujos. Le acomodó en la cama y le arropó con cariño. Luego, bajó al salón de nuevo y recogió todos los restos de la cena. Tiró los envoltorios de las hamburguesas y las bebidas a la basura y aclaró los platos, para meterlos al lavavajillas. Mientras terminaba de dejar todo el orden, se puso a pensar de nuevo en el pelirrojo. Volvió a su habitación y comenzó a ponerse el pijama. - Sé que le he visto en algún sitio… Pero no sé dónde… - se repetía una y otra vez. No es que a Aomine le interesara el pelirrojo especialmente, sino que le molestaba mucho tratar de recordar algo, pero no ser capaz. Se metió en la cama y abrazó al niño que, instintivamente, se aferró con los puños a su camisa. No tardó en comenzar a quedarse dormido, eso sí, no dejó de pensar hasta que se durmió por completo en ese pelirrojo, aunque no logró recordar absolutamente nada. Al día siguiente, el niño le despertó saltando en la cama, con la energía propia de un infante de cuatro años. -¡Vamos, tío Daiki! Hay que prepararse, tenemos que ir a ver a Papá Noel – Aomine respondió con un gruñido indescifrable. Cuando habló, lo hizo con la voz pastosa y ronca. - Ah, Hiroshi… Lo de Papá Noel no es hasta la tarde, campeón… Aún faltan muchas horas para que llegue ese momento… - ¡Pero tenemos que escribir la carta! ¡Y ducharnos! ¡Y comer! ¿Vas a preparar algo de comer? ¿Ya sabes cocinar o iremos al sitio ese de siempre de tu amiga con grand…? – Aomine salió de las sábanas y le puso la mano en la boca al niño. -Eso no se dice, si lo dices ni tu padre ni tu madre me dejarán volver a quedarme contigo, ¿entiendes? – el niño asintió – Bien. Entonces, iremos a comer allí, sí… -Nee, tío Daiki… - ¿Huh? - ¿Por qué no tienes novia? Mamá dice que cuando eras más joven tenías a muchas chicas… - Bueno… No… no es algo que sepa manejar – dijo sobándose la nuca – No soy capaz de mantener una relación. Trabajo mucho, Hiroshi… A ninguna chica le gusta que le dejen plantada por el trabajo – miró a su sobrino y le sonrió – Lo entenderás cuando seas más mayor… - Pero, tío Daiki… Yo… A veces te veo triste – confesó el pequeño – y no me gusta… Quiero verte feliz como papá y mamá… - aquello sorprendió a Aomine que volvió a abrazar a su sobrino y a llenarle el rostro de besos. - Eres un diablillo adorable, pero yo ya soy feliz, Hiroshi… Cada vez que vienes a verme, soy feliz. A pesar de todo, el niño no se había terminado de convencer por las palabras de su tío. Pero, a los pocos segundos, una idea cruzó su mente y sonrió con alegría. Kuroko Hiroshi tenía un plan brillante. Uno que no podría fallar jamás. Como no podía ser de otra manera para Aomine, la mañana pasó entre risas y juegos con su sobrino. Había preparado un desayuno decente de tostadas y cereales con leche y algo de fruta y había logrado arrancar un elogio de su sobrino. No es que fuera nada del otro mundo, Momoi seguía sin tener ni idea de cocinar y Kuroko, bueno... seguía con su frase de «nadie hace un huevo hervido mejor que yo», por lo que el nivel no era demasiado alto. Después de ducharse y jugar un ratito a la consola, Aomine decidió que ya era hora de escribir la carta a Papá Noel. El dichoso viejo gordo. -Quiero... – el niño se lo parecía pensar bastante – La nueva película de Supidamany quiero el muñeco de Supidaman, además del videojuego de Supidamany... – al niño se le iluminaron los ojos al habérsele ocurrido un regalo más que genial - ¡Quiero un coche de policía! Porque de mayor quiero se policía como el tío Daiki. Ah, los niños. Capaces de hacerte el hombre más feliz del mundo solo con una frase... - Pero tiene que ser un coche especial porque si no seré tan gruñón como él. ...y de destrozarla solo con la siguiente. - Oye, coleguita, que yo no soy gruñón, solo que... - Solo que al tío Daiki no le gusta la Navidad, ni las personas que se quieren, ni las fiestas, ni los chistes, ni divertirse... - Oi, enano... - Ni tener novia, ni celebrar su cumpleaños, ni cantar, ni bailar... - Hiroshi... - Ni salir a comprar, ni Papá Noel, ni los villancicos, ni... - ¡Kuroko Hiroshi! – el niño se calló de golpe – No es eso, campeón – dijo suavizando la voz al ver que había asustado al niño – Es solo que el tío Daiki está muy ocupado para esas cosas. Tiene mucho trabajo, cariño y, si algún día quieres ser policía, tendrás que entender que no siempre se puede tener tiempo libre. - ¿El tiempo libre... es como en el baloncesto? – Aomine sonrió como solo sonreía a su sobrino. - Más o menos, el tiempo libre es cuando ya no tienes que trabajar y te quedan algunas horas para hacer aquellas cosas que te gustan y que te hacen feliz. - Pero tú pasas mucho tiempo conmigo, tío Daiki... - Eso es porque el poco tiempo libre que tengo me gusta pasarlo contigo, porque tú eres una de las cosas que más me gustan y más me hacen feliz – Hiroshi se sintió afortunado y tremendamente especial, por lo que no pudo contenerse y abrazó a su tío con toda la fuerza que tiene un infante de cuatro años. Luego, el pequeño miró a su tío con adoración. Cogió el bolígrafo con el que estaba escribiendo de forma bastante irregular, pues apenas hacía unos meses que había aprendido a escribir hiragana, no conocía ni los kanji de su nombre y, con sumo cuidado, escribió el último regalo que quería para estas navidades. El más especial para él. «Que el tío Daiki tenga más tiempo libre para que sea más feliz». Aomine hubiera roto a llorar sino fuera porque aquello le hizo pensar bastante. Si un niño de cuatro añitos era capaz de ver que el trabajo ocupaba prácticamente toda su vida... quizá había algo tremendamente evidente que él era incapaz de ver. Suspiró, abrazó al niño y le llenó de besos. Hiroshi no entendía por qué, puesto que él solo había pedido un regalo para su adorado tío a Papá Noel y sabía que Papá Noel no fallaba nunca. Pero, igualmente correspondió el abrazo de su tío y le devolvió todos los besos que pudo. Guardó la cartita en un sobre que ponía «Oficina de Correos de Papá Noel. 96930, Polo Norte» y se la dio a su tío para que la guardase hasta la tarde, cuando por fin fueran a verle y se la pudiera dar en mano. Aomine trató de explicarle a su sobrino que, si se la iba a dar en mano, no tenía sentido que pusiera la dirección, pero su sobrino le trató de idiota al decirle, literalmente: -Tío Daiki, bruto. Si se pierde y no tiene dirección no podrán hacérsela llegar de nuevo... Así que no tuvo más remedio que darle la razón al niño y salir de allí en dirección a uno de los restaurantes de sushi más famosos de todo Tokio. Al niño no le gustaba mucho ese restaurante. No por la comida, porque era realmente deliciosa y le daban unos de esos palillos infantiles con dibujitos que, a pesar de que no eran de Supidaman, pasaban el filtro de calidad del pequeño. El motivo por el que a Hiroshi no le gustaba aquel lugar era por la «amiga» de su tío Daiki. No es que el niño supiera mucho acerca del mundo de los adultos, pero había algo en aquella chica que no terminaba de gustar al pequeño. Cuando entraron, nada más verles, Horikita Mai se lanzó a los brazos de los dos. - ¡Ao-chan! ¡Hiro-chan! ¡Qué alegría veros! - Me llamo Kuroko. Kuroko Hiroshi – dijo el niño con el ceño fruncido – No Hiro-chan. La chica le ignoró, como solía hacer después de saludarle y se enfocó en el tío del niño. Horikita Mai había sido modelo de lencería unos años atrás y el objeto de adoración de Aomine. Sin embargo, cuando se hizo apenas un poco mayor, con poco más de 23 años, la industria prefirió a modelos aún más jóvenes y ella tuvo que empezar a trabajar en cualquier cosa que encontrase. Hasta que hacía unos pocos años se había cruzado en la vida de Aomine. Él la reconoció de inmediato y le pidió que le firmase un autógrafo y ella en seguida se dio cuenta, especialmente al ver el coche al que iba a subirse el moreno, de que ese hombre además de guapo, tenía bastante dinero. Por lo que, desde ese día se había planteado la tarea de conquistarle. Y ella estaba absolutamente convencida de que lo hubiera conseguido antes o después si no fuera por aquel enano llorón, como ella lo llamaba, porque al nacer, justo un par de semanas después de haber intercambiado los teléfonos, Aomine había dejado de prestar atención a la chica y la había dedicado al cien por cien al niño. Además, por mucho que a Aomine le costase reconocerlo, Horikita Mai ya no era la chica que llenaba portadas de revistas. No es que fuera muy mayor, apenas rondaba los 30, pero su obsesión por mantenerse joven y hermosa la había llevado a sesiones de cirugía estética y a un montón de barbaridades que no habían hecho sino estropear su piel, su rostro y su cuerpo. Por eso, para alegría de su pequeño sobrino – que era igual de observador que su padre y poseía la capacidad de análisis de datos de su madre, aún a tan temprana edad – su tío apenas le hacía más caso del que se hace a un amigo, lo cual, a ella, por supuesto, le sacaba de sus casillas. - Hola, Mai-chan – no obstante, había ciertas cosas que nunca cambiaban – ¿Tienes una mesa para dos? - Claro, Daiki, ¿la de siempre? - Esa estará bien, gracias. Les condujo a la mesa y luego se alejó de ellos meneando excesivamente las caderas, bamboleándolas de un lado a otro. Hiroshi miró hacia arriba. - ¿Qué buscas, campeón? – el niño se encogió de hombros. - No encuentro el lugar del que sale la música – Aomine le miró sin entender, su sobrino señaló a Horikita Mai – Ella se fue bailando sin música... Aomine soltó una risotada fuerte. Entendía la confusión del niño, era obvio que no entendía absolutamente nada sobre romance o conquistas, pero era cierto... Eran tan obvios sus intentos de lucirse frente a él que eran hasta ridículos. Es decir, él no era idiota, sabía que la chica quería algo con él. Pero, como le había dicho a su sobrino, él no tenía tiempo para pensar en novias. Ni ganas de aguantar a otra persona que no fuera él mismo o su sobrino. Además, con el paso del tiempo, cuanto más la conocía, más se daba cuenta de que era una «chica regalo». Por fuera tenía un envoltorio precioso y cuidado, pero dentro estaba ese horrible jersey tres tallas más grande que todo el mundo recibía alguna vez en su vida. Y que no tardaba en correr a devolver a la tienda. Por lo que sabía de antemano que cualquier esfuerzo por hacerle caer en sus redes iba a ser totalmente infructuoso. Incluso ella lo tenía bastante claro, pero eso, lejos de alejarla de su cometido, no hizo más que empujarle a lograrlo con más ahínco. Siempre le cobraba de menos, le ponía algunas piezas de sushi más de las que había pedido, le invitaba al café... Y mientras aquello siguiera así, Aomine no tendría mucho problema. Aunque no dejaba de ser triste que todo lo que ella pudiera ofrecerle para conquistarle fueran banalidades como esas que él no tenía ningún problema en pagarse. Comieron copiosamente, aunque el niño no tanto. Tenía más apetito que su padre y cualquier cosa que no fuera cocinada por su dulce mamá era bienvenida, así que aún acabó con unas cuantas piezas de sushi. Satisfechos, ambos emprendieron el camino hacia el centro comercial, con el pequeño Hiroshi tomando la mano de su tío y dando alegres saltitos de felicidad. ¡Iba a conocer a Papá Noel! Aomine, por su parte, estaba muy cerca de soltar improperios. Cuanto más se acercaban al lugar de destino, las luces, los villancicos y la gente feliz era más y más abundante. Le iba a terminar dando un ataque de diabetes entre tanta felicidad. Y todo esto fue a peor cuando llegaron al lugar en el que Papá Noel se iba a sentar. Aún faltaban casi tres horas para que el dichoso barrigudo apareciese y ya había como doscientas jodidas personas ahí esperando. Aomine bufó al ver que, algunas, ni siquiera traían niños con ellos. Kagami se miraba divertido en el espejo. Solo le faltaba colocarse la peluca, el gorro y la barba, pero lo demás lo tenía todo. - Vaya, Taiga – su hermano le miraba divertido apoyado en el marco de la puerta – por fin tu metabolismo es el de un ser humano normal y te ha salido barriga – Kagami rompió a reír. - Eh, Tatsuya... ¿Crees que este traje me hace gordo? – los dos rompieron a reír. - Ni la mitad de lo que deberías estar realmente... - Eres cruel... - Y tú nunca me trajiste el pony que pedí de niño. - Es que siempre fuiste un niño malo, bro... Entre risas, Tatsuya ayudó a su hermano a terminar de vestirse apropiadamente, sin que ni una sola de sus rojizas hebras sobresaliera de su peluca. - Te ves increíblemente navideño, bro – Kagami sonrió ante su cumplido – Nos veremos cuando acabes, ¿te parece? Podremos ir a cenar y a beber algo... Aún quedan dos días para que tengas que repartir los regalos... – dijo con un guiño divertido. - En ese caso sí que me apetece beber algo, hace mucho que no pasamos una noche de borrachera fraternal. - Haces que suene peor de lo que es... - Bueno, solemos acabar realmente borrachos, así que... probablemente sean peores de lo que realmente recordamos. - Buen punto – dijo resignado dando por finalizada la conversación, pues ya le habían venido a buscar para que fuera hasta el lugar donde recibiría a los niños. Decir que el sitio estaba realmente abarrotado era poco. Ahí había más gente que en las malditas rebajas, lo que le hizo sudar y temblar un poco. Pero recordó que ponerse nervioso no servía de nada y que, además, no tendría que hablar con todas esas personas, solo un ratito con cada niño y niña y, luego, hacerse una foto en la que apenas se le iban a ver los ojos. Suspiró y salió sonriendo, saludando a todos con alegría. La persona encargada de todo le miraba con el rostro severo desde un lugar en el que solo Kagami podía verle y recordó que había olvidado una cosa muy importante. Tenía que decir su frase. -HO, HO, HO... ¡FELIZ NAVIDAD! Los niños saltaron y rieron al verle, mientras le llamaban a gritos, tratando de llamar su atención. -¡¡Tío Daiki, mira!! Es Papá Noel, el auténtico, el de verdad – Aomine hizo muchos esfuerzos por no rodar los ojos y soltar un bufido. En su lugar, sonrió a su sobrino y le revolvió el cabello. Tardaron un rato largo, quizá un par de horas – aunque a Aomine le parecieron diez – y, por fin, le tocó el turno a Hiroshi, yendo corriendo y entregando a un ayudante de Papá Noel su carta. Sonriendo como nunca, se subió a sus piernas y le miró con unos ojos brillantes y llenos de vitalidad. Kagami se quedó de piedra al reconocer al niño y se quedó hasta sin habla, mientras el niño le pedía un montón de cosas. Sin embargo, disimuladamente, Kagami buscaba con los ojos al tío del niño y lo vio con cara de hartazgo, esperando un poquito más adelante. Mierda que era jodidamente sexy aquel hombre, aunque lo que su hermano le dijo fuera remotamente cierto, él estaba convencido de que había mucho más bajo aquella fachada que Tatsuya le había pintado. Reaccionó cuando el niño le tiró del traje, bajó la vista y le miró sonriendo. - Hay una última cosa que quiero, Santa... – Kagami le animó a seguir hablando – Ese es mi tío Daiki – dijo el niño señalando al moreno que, instintivamente les miró atento – Y trabaja mucho, es muy bueno, pero es un poco gruñón... Así que me gustaría que, como eres tan bueno y puedes hacer cosas geniales... ¿Podría pedir un deseo para él? – Kagami se quedó sorprendido, pero le sonrió, revolviendo sus cabellos. - Claro, pequeño, ¿qué es lo que quieres para él? - Quiero que sea feliz. Quiero que tenga tiempo libre, que es cuando no tienes que trabajar tanto y puedes hacer las cosas que te gustan – le explicó, porque estaba orgulloso de haber aprendido algo nuevo – Y... también quiero que... – el niño se llevó una mano a los labios – Quiero que mi tío Daiki tenga una persona especial. Como mamá tiene a papá y eso... Como una novia... – recordó a Horikita Mai y puso una expresión rara – Pero quiero que sea una persona que le quiera mucho y le haga muy feliz... ¿Podrás, Santa? Kagami sonrió enternecido. - Haré todo lo que esté en mi mano, te lo prometo. El niño sonrió feliz, dispuesto a hacerse la foto de rigor con Papá Noel, pero entonces, Kagami le hizo mirarle. - ¿Qué te parece si llamas a tu tío y nos hacemos la foto los dos con él? Al niño le pareció la mejor idea del mundo y fue corriendo a por su tío, que se dejó arrastrar sin entender nada. Y se arrepintió de todo, cuando sintió como el niño le hacía sentarse en la otra pierna de Papá Noel. Kagami tuvo que evitar romper a reír. Se le veía tan incómodo, pero con tantas ganas de complacer al niño que no pudo negarse. Cuando Aomine miró a Kagami, pudo ver solo sus ojos, pero reconocía el color de la noche anterior. Le miró sorprendido, justo cuando saltaba el flash. La foto era realmente cómica, Hiroshi feliz de la vida, Papá Noel mirando a Aomine y Aomine devolviéndole la mirada como si acabara de ver un fantasma. Kagami cogió un papel y un bolígrafo que le pidió con rapidez a uno de los ayudantes y garabateó su número de teléfono. Se acercó a Aomine y, sin que el niño se diera cuenta y sin darle tiempo a contestar se lo metió en el bolsillo de la chaqueta. - A partir del día 25 estoy libre – dijo guiñándole un ojo – A tu sobrino le haría ilusión que aceptaras una cita con Papá Noel – sonrió y se dio la vuelta, sentándose de nuevo en la silla y con otra niña ya sobre sus piernas. Aomine se quedó sin habla y solo pudo reaccionar cuando sintió a su sobrino tirando de su camisa. Kagami pasó el resto del día con una sonrisa imborrable y a la espera de que su teléfono sonara, aunque solo fuera un mensaje de aquel moreno. Tatsuya observaba todo desde lejos. Definitivamente aquel era Aomine Daiki y, aunque él sabía que lo que había contado de Aomine era verdad... Había visto en él algo aquella noche que le hizo pensar que, quizá, solo quizá, también había algo de verdad en las palabras de su hermano.

 


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