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Antes que anochezca por OldBear

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Notas del fanfic:

Es una mezcla de la mitologia nordica dentro del mundo de Harry Potter. 

 

DISCLAIMER: este fic contiene muerte de varios personajes dentro del mismo fic, referencias a abusos fisicos y psicologicos y hay algunas escenas quizas descriptivas de muerte. Si aun asi quieres leer, bienvenido.

Capitulo 1. El reflejo.

12 de marzo del 2005. 5:00 pm. Zona Horaria Rusa.

“Aun sigo esperando al salvador de los desvalido, de los malditos, de los desolados.”

 

Se mordió los labios y cerró los ojos antes de pedir el deseo. Inhaló profundamente y buscó entre sus más grandes anhelos cual sería el afortunado en ser elegido para esa gran ocasión. Terminó escogiendo el mismo de siempre, tenía ya un par de años pidiendo la misma cosa, y jamás se cumplía, pero tenía esperanzas de que algún día se hiciera realidad. Sacó todo el aire de sus pulmones al tiempo que apagaba las velas; aun continuaba con los ojos cerrados cuando soplo la última.

 

Era el día doce de marzo, su cumpleaños número once.

 

Cuando abrió los ojos se dio cuenta que las cosas seguían igual. Misma casa; mismo frio; misma desgracia.

 

Antes, teniendo poca noción de las cosas, se imaginaba que los deseos de cumpleaños se realizaban al instante.

 

 Pero año tras año se había dado cuenta que a veces ni siquiera llegaban a cumplirse. Se pasó la mano por el pelo y sonrió ligeramente. Tenía un pequeño presentimiento, algo tan insignificante que no podría alcanzar a ser ni una corazonada, pero confiaba en que a su deseo no le faltaba mucho para cumplirse.

 

Desvió su mirada hacia la ventana. Afuera soplaba un viento helado que azotaba el cristal llevando consigo unos cuantos copos de nieve, se acercó y al abrirla sintió el frío calándole los huesos inmediatamente. Respiró profundamente y se estremeció por las bajas temperaturas. Todo a su alrededor estaba cubierto por un manto blanco que parecía purificar todo cuanto tocara.

 

“Odio la nieve” pensó mientras volvía a cerrar la ventana. La nieve era sufrimiento y soledad. Todo lo malo que había ocurrido en su vida había ido acompañado de nieve. Y ahora él solo la veía como un lienzo en blanco en el cual dibujar las desgracias.

 

Su rostro se reflejó por un momento en el cristal de la ventana. Sus ojos apagados, su espíritu quebrado.

 

Sintió como alguien se le acercaba y le daba un beso en la mejilla, agradeció el gesto y correspondió el abrazo que vino después. Se olvidó de la nieve por un segundo, del frio, de sus problemas y sus desagracias, y prefirió envolver a aquella persona con todas sus fuerzas.

 

La nieve había sido la responsable de quitarle todo a la persona que le aferraba, y por eso la aborrecía tanto. Su deseo siempre era para su salvador, aquel a quien tanto amaba y por el que lucharía con uñas y dientes. Y esperaba pacientemente que algún día se cumpliera.

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Noviembre.

 

"Aun caminando a la horca pienso en un final feliz

¿Cuanto tiempo he de esperar por el?

El tiempo se acaba, suena el reloj.

El fin ya viene. ¿Sera triste o feliz?"

 

Lunes 2 de noviembre del 2005. 1:00 am. Zona horaria de Rusia.

 

Se sentía asqueado. Esa era una sensación que no le abandonaba desde algunos años atrás. Se preguntaba si algún día ese sentimiento desaparecería; mientras tanto parecía acompañarle a cada momento.

 

 Sintió que el hombre se separaba de él, no le gustaba ver a la cara a ninguno de sus clientes, tenía miedo de encontrar en sus ojos su reflejo de prostituto.

 

—Estuviste delicioso hoy muñequito—escuchó hablar al sujeto mientras el ruido de telas indicaba que se colocaba la ropa. —Siempre has sido mi favorito.

 

No le contestó, no tenía nada bueno para decirle, de su boca, sin que tuviese la necesidad por el apremio de su cliente, no había salido ni saldría ningún comentario al estilo “puta sexy” como decían la mayoría de las personas del lugar. Él simplemente intentaba vaciar su mente para tomar valor y hacer lo que tenía que hacer. Se quedó acostado en la cama totalmente desnudo mientras miraba el techo.

 

Paredes pintadas de morado claro. Una cama matrimonial con sabanas negras y un gran espejo en la pared lateral, además de un sillón cuyo color no hacia juego con nada eran lo único que había en la habitación. Eso y un nauseabundo olor a cigarrillo. El olor parecía haber penetrado en las paredes de todo el lugar pues no sabía de una sola habitación que no oliera a eso; además de sexo, sudor y vomito. 

 

Aun no podía evitar que todo aquello le produjera nauseas y un horrible dolor de cabeza,  pero muy bien sabia que en su situación nada podía hacer.

 

El sujeto, con toda su ropa ya colocada, se le acercó y Harry le vio de reojo. Volvió a sentir el olor de su colonia barata. Usaba demasiada. Y la pestilencia del cigarrillo mezclado con aquel aroma hizo que de nueva cuenta sintiera ganas de vomitar. Debía medir un metro sesenta y cinco, era robusto y el frio y el Alcohol hacían que sus mejillas siempre estuvieran sonrosadas. Erwan Erzon le recordaba horriblemente a su tío Vernon, exceptuando que Erwan no le decía fenómeno, solo…

 

—Muñeca de Porcelana—giró su rostro ante el tan odiado apelativo—nos vemos mañana.

 

Erzon se le acercó y con su lengua dibujó una línea por toda su mandíbula, era espantoso el afán de aquel hombre por dejar su saliva alrededor de todo su cuerpo, como queriendo marcarle. Luego de escuchar la puerta cerrarse y al saberse solo, comenzó a buscar su ropa para vestirse.

 

Regla número dos de Lujuria: Nadie se viste hasta que el cliente no salga de la habitación.

 

Se acomodó los ajustados pantalones y la camisa casi traslucida antes de salir de la habitación. Erzon suponía su último cliente así que se dirigió a la parte trasera del prostíbulo. Caminó por un pasillo de color naranja fosforescente, tratando de ignorar los gemidos y ruidos bestiales que se oían a través de las puertas que dejaba atrás. Antes de llegar se detuvo frente a una pequeña puerta pintada del mismo tono que la pared, la abrió y tomo su abrigo y bufanda. Se los colocó y lamentó no tener otros pantalones para cambiarse los que llevaba puestos, con el frío que hacia fuera la delgada tela no le ayudaría mucho. También deseo un par de guantes, pero por lo menos los bolsillos de su abrigo le servirían de algo.

 

Siguió su camino entre los pasillos y abrió la gran puerta de metal que lo separaba del patio trasero. Ya había algunos reunidos ahí, ajustándose más los abrigos para que el frio no les consumiera. Otros fumaban y soplaban el humo entre sus manos desnudas para luego frotarlas, parecían absortos en su trabajo, como si nada mas ocupara su realidad, y tal vez nada más lo hacía.

 

En un rincón más alejado algunos se suministraban, con la misma inyectadora de siempre, la dosis diaria de narcóticos.  Recorrió con la vista todo el lugar y fue a sentarse solo cerca de la pared de escape.

 

Con más de dos metros de alto era treparse por ella o caer en manos de la policía, un lujo que la gran mayoría no podía darse.

 

 

Si se saltaba al otro lado se encontraba con la parte posterior de una perrera, y solo quedaba el suficiente espacio entre los dos para que una persona pasara. Sabía que tan solo hacía falta correr hasta llegar a un callejón y atravesarlo a riesgo de ser mordido por unos perros que más que custodiar, acechaban ansiosamente a alguna victima potencial.

 

La puerta se abrió para darle paso a Ludwig, uno de los cantineros de la noche. Vio como el hombre se acercaba a una de las prostitutas y esta le entregaba un cigarrillo. El frío se hacía más intenso y la nieve debajo de él le estaba calando los huesos, pero no iba a levantarse, estaba exhausto y el camino a casa era largo para no descansar antes.

 

Esa noche dos de sus clientes habían estado más salvajes de lo normal, el no podía quejarse, mientras no le hicieran heridas en el rostro o le ocasionaran alguna desfiguración en su piel, todo estaba bien.

 

Claro que no para él.  

 

La puerta volvió a abrirse y Luciana asomó su alborotada cabellera de rizos cobrizos, caminó hasta Harry y sin sentarse a su lado le tendió un cigarrillo como era su costumbre. Harry negó con sus acostumbradas gracias, tosió un poco y la muchacha se encogió de hombros.

 

—Te lo ofrezco por si algún día aceptas—le dijo encendiendo el cigarrillo y llevándolo a su boca. Apagó el fosforo con dos de sus dedos y guardó la cajita en el bolsillo de su abrigo.

 

Luciana tenía algunos veintiocho años, era mexicana y parecía haber perdido el acento hacia un tiempo. Cuando tenía quince, diciéndole que podía reunir dinero para su familia la metieron en un camión lleno de chicas de su edad. Ella tenía la esperanza de ir a un sitio donde el trabajo fuera más fácil de conseguir, y por consiguiente, el dinero también. Cuando se dieron cuenta que las harían prostituirse ya estaban muy lejos del hogar. Perdió contacto con las otras chicas cada vez que la hacían subirse a un camión o a un bote y viajar a otro lugar. Cuando cruzó el mar Atlántico había estado sedada, así que no se enteró que la habían llevado a Europa hasta que vio por primera vez la nieve.

 

“Los blancos las buscan indias, los indios las buscan blancas” le había dicho una vez ella “todos pagan por acostarse con alguien de cultura diferente. Los primeros hombre con los que estuve, tres franceses, un ingles, dos holandeses y un chino… o era japonés…” siempre se reía al agregar la ultima parte “viaje por el mundo, y ni cuenta me di” En su último traslado la habían tenido en Finlandia, y no se entero a que país había llegado hasta que alguien que hablaba ingles se digno a decírselo, ya para entonces tenía veintidós. Ahora sin dinero y sin papeles se había unido a la gran familia de Lujuria.

 

— ¿Cuánto tiempo piensan tenernos esperando?—preguntó en su pobre ingles, tiritando de frio mientras encendía otro cigarrillo y lo fumaba con desesperación.

 

Harry no le contestó, aquella consistía en la rutina de siempre. Tan pronto era la hora de cerrar todos tenían que dirigirse a aquel lugar a esperar su pago del día. Siempre les hacían esperar más de la cuenta y siempre había menos de lo que correspondía. Pero nadie podía quejarse, la mayoría tenía una gran cola que le pisaran para estarse quejando con la policía.

 

Otro más pasó por la puerta y fue a reunirse con los que se drogaban en busca de algo.

 

“Ese tiene que tener quince años” pensó Harry y cerró los ojos un momento.

 

Muchos de los que estaban en Lujuria eran desamparados sociales, ni familia ni amigos a los cuales acudir. Varios vivían en el prostíbulo por que no podían pagar ningún otro lugar, y para no dormir en la calle compartían cama con sus compañeros en la misma habitación en la que se atendían a los clientes. Esto era porque tenían que mandar dinero a familiares lejanos que solo dependían de su trabajo.

 

 En otros casos habían adquirido una gran adicción por los narcóticos y estos consumían todo lo que llegaba a sus bolsillos.

 

 Luciana ocupaba una de las habitaciones junto con una chica de diecisiete, todo lo que reunía se lo daba a un aprovechado que se lo gastaba en alcohol y le decía que la amaba. Harry intentaba decirle que él solo la usaba como cajero automático, pero ella ni caso hacia. Se había obsesionado, hacia mucho que había perdido las esperanzas en su vida, y ahora creía que aquel hombre se las devolvería.

 

 Cuando las personas llegan a cierto punto en su vida ya nadie puede hacerlas retroceder. Y, lamentablemente, Luciana había llegado a ese punto el mismo día en que la subieron a aquel camión cuando tenía quince años.

 

Él era uno de los que vivían en su propio departamento, era pequeño y no estaba en excelentes condiciones, pero por lo menos no tenía que quedarse en aquel lugar.

 

La puerta volvió a abrirse y un hombre alto y ancho de espaldas, de unos cuarenta años y ataviado en un grueso abrigo, apareció seguido de un flacucho con lentes e igualmente bien abrigado. Inmediatamente todos se pusieron alerta: el dinero había llegado.

 

 

El hombre alto echó un vistazo a su alrededor y sonrió al ver la mirada de todos puestas en su persona. En sus ojos se veía  el gusto que le daba el saberse superior a todos los que estaban ahí afuera, esperando bajo la nieve.

 

Le hizo una seña a quien cargaba una caja que contenía los sobres con el dinero de todos. El alto la abrió  y tomando uno de los sobres comenzó a leer los nombres que traían inscritos. Nunca se había preocupado por aprenderse el nombre de nadie, para él todos los que estaban ahí eran inferiores; cuerpos en venta; mercancía barata.

 

Como era su costumbre, dejó a Harry para el último, le dijo al que lo acompañaba que podía retirarse y le hizo una seña al otro para que se acercara.

 

Harry metió las manos en el bolsillo y se acerco al que tenía su dinero. El hombre apestaba a Vodka, como si se hubiera echado una botella entera en la cabeza, arrugo la nariz ante el fuerte olor.

 

— ¿Cómo estas muñeca de porcelana?—aun después de tantos años se le escapaban una que otra palabra de aquel idioma, pero esa pregunta se la hacían tantas veces que jamás la confundiría.

 

Harry no contestó.

 

— ¿Es que no piensas decir nada? —el hombre alto alargó su mano para acariciarle los labios, luego deslizó su brazo hasta llegar a la cintura de Harry.

 

—Solo dame mi dinero por favor—pidió Harry en el mismo idioma que el hombre.

 

El alto unió sus labios en un furioso beso no correspondido que a Harry solo le supo a alcohol. Sintió como sus labios eran succionados sin ninguna delicadeza y le fue imposible no sentir nauseas cuando una mano buscó su sexo. En ese momento Harry entendió que su noche no había acabado.

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Caminó por las oscuras calles de Samara en silencio, viendo uno que otro transeúnte y algún auto pasar a su lado. Respiraba hondo para que el helado aire penetrara en sus pulmones y le purificara cuanto pudiera. Era algo que siempre hacia al momento de volver a casa, con aquella acción podía olvidarse por unos pocos segundos de todas esas manos que le tocaban y que lo perseguían hasta en sueño. Un par de borrachos dormían en el piso y casi se tropieza con ellos. Estaba agotado, su departamento quedaba a varias calles al oeste y los pies le dolían, además de que no había comido nada desde medio día. Como era su costumbre caminó diez minutos sin dirección aparente, era algo que hacía para despistar cualquier posible observador.

 

 Cuando llegó a su edificio sintió que alguien estaba detrás de él, se giró rápidamente y no alcanzó a ver a nadie. Con el corazón en la boca abrió la puerta y entró, casi todas las noches su imaginación le daba un susto. Subió las escaleras hasta el quinto piso y tomó las llaves del bolsillo de su abrigo. El calor que había en el apartamento le dio una agradable bienvenida, la calefacción no funcionaba del todo bien pero al menos no los dejaba congelarse. El lugar era por demás pequeño, no que tuviese muchas cosas en cualquier caso. Se dio cuenta que su pijama estaba doblada en el sofá, sonrió por ese detalle y se acercó a sentarse.

 

Sin levantarse se deshizo de sus ajustados pantalones y luego deslizó sus piernas en los holgados  de poliestireno. Quitándose el abrigo y la camisa se puso una camiseta verde remendada por su propia mano, y luego se colocó nuevamente su desgastado abrigo.

 

Revisó el sobre con el dinero y se dio cuenta, que como siempre, faltaba algo de su dinero, suspiró con resignación. En otros tiempos habría exigido su parte correspondiente, era injusto que además de recibir una miseria tuvieran que aguantar que les robaran día con día, pero sabía que de hacer eso terminaría en la calle, y a veces el hambre pesaba más que la dignidad.

 

Llevó el sobre junto con las llaves hasta la mesa de la cocina. Tosió un par de veces más y sin los zapatos se dirigió al pequeño baño, se miro en el espejo por unos segundos y luego abrió el botiquín en busca de una botella de medicina para la tos. Después de beber un poco se quitó los lentes de contacto y los guardó en un pequeño frasco de plástico, arrastró los pies hasta llegar al cuarto, en la cama Hugo ya dormía profundamente. Colocó sus gafas junto a la cama, se hizo un espacio en el lecho y abrazándose al cuerpo junto a él se durmió profundamente. Ya eran las dos de la madrugada.

 

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Silencio, sombras, espíritus que van y vienen.

¿Ha llegado ya la hora de mi muerte?

La calma, un susurro, un reflejo que se muestra lejos.

¿Sera que el día menos pensado ha llegado?

 

 

—Síguenos—le habían dicho. Y las dos niñas habían tomado sus manos y tirado de él.

 

Corría a toda velocidad intentando seguirles el paso, no sabía cómo podían correr tan rápido, pero estaba seguro que si ellas lo soltaban las perdería de vista.

 

—Mi nombre es Hu. — mencionó la que estaba vestida completamente de rojo, a su izquierda. Y extrañamente le pareció que se lo había susurrado en el oído.

 

Tuvo la misma sensación cuando la otra, vestida de blanco, dijo:

 

—Y yo soy Mu.

 

Miró a su alrededor mientras corría. El cielo, el suelo y todo lo que alcanzaban a ver sus ojos era gris, sombrío y totalmente lúgubre.

 

— ¿Cómo te llamas tú?

 

No supo nunca cual de las dos se lo preguntó.

 

— ¡Harry!—dijo en un grito y las dos niñas se rieron de él. Su propia voz sonó diferente a sus oídos.

 

Intentó respirar profundo y sintió que había algo extraño en la atmosfera. Era como si en aquel lugar no hubiese aire. Cada vez que inspiraba no lograba conseguir nada, y sus pulmones se sentían… ¿vacios?

 

Extrañamente no parecía necesitar el aire.

 

Se percató de que corrían hacia el único árbol que parecía tener vida. No era gris ni lúgubre, y era tan alto que sus ojos no lograban mirar la punta.

 

—Monumental—exclamó Mu.

 

— ¿Verdad que es hermoso?  ¡Es como el reflejo de la vida!—Hu habló mientras soltaba su mano y terminaba de llegar sola al árbol, acelerando increíblemente aún más su paso.

 

—Le tengo envidia a Hu. —la pequeña Mu terminó de conducirlo sola a su destino—ella puede alejarse todo lo que quiera, porque casi siempre vuelve. Pero yo no. Porque si me pierdo, jamás regreso.

 

Así tan cerca del árbol como estaba le pareció que era imposiblemente enorme. Sus ramas, que adquirían formas increíbles, se expandían hasta donde la vista ya no alcanzaba.

 

—Sube. — le ordenó Mu y comenzó a escalar, con sorprendente facilidad, por una parte del tronco.

 

Las dos niñas iban detrás de él, y le indicaron que se sentara sobre la rama que él quisiera, y así lo hizo; escogiendo una que estaba a 130 metros del suelo.

 

Hu y Mu se sentaron cada una a un lado. Mu a su derecha y Hu a su izquierda.

 

— ¿Qué es esto?— preguntó, esta vez controlando su tono.

 

— ¿No lo reconoces?—le cuestionó Mu.

 

— ¿Por qué debería?— dijo girándose hacia ella— ¿Qué hago yo aquí?

 

—Porque ya llegó el tiempo. —Hu ensortijó su pelo con el dedo índice y sonrió de medio lado—El final está muy cerca.

 

— ¿El final?— pregunto al tiempo que las hojas del árbol se mecían.

 

El no sintió la brisa.

 

—El final. —Confirmó Hu—y el final está cambiando.

 

—No comprendo lo que dicen

 

—Se acabó el tiempo—exclamó Hu de repente, al tiempo que se levantaba sobre la rama y le hacía señas a Harry. — Debes irte. Perdimos mucho tiempo buscándote y es demasiado tarde ya. Mu y yo debemos partir. Y tú también.

 

—Pero es que…

 

Mu, girándose un poco colocó una mano sobre la cara de Harry. Su pequeña y delicada palma apenas si lo cubría.

 

—Luego. —susurró en su oído, y sin decirle más palabra, lo empujó hacia atrás y el cayó.

 

Cuando sintió el impacto del suelo contra su espalda abrió los ojos de golpe, con el corazón acelerado y la respiración irregular fijó su vista en el techo de su apartamento, y se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Y se había caído de la cama.

 

Se incorporó despacio y vio la cama vacía. Se sentó, tardó unos minutos en recuperar la calma, tomó un hondo suspiro y agarrando sus lentes salió de la habitación.

 

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“Me sonríes, caigo en tus brazos. Pierdo la razón; soy todo tuyo.”

 

Lunes 2 de noviembre del 2005. 10:05 am. Zona horaria Rusa.

 

— ¿Has tenido la sensación de que caes por un profundo agujero, sin poder tocar fondo, y con ganas de hacerlo pronto para que todo acabe?

 

La voz de Hugo le llegó cuando entró en la pequeña sala. Estaba sentado sobre el respaldo del sofá, con el dedo índice de la mano derecha delineando 5 centímetros del marco de la ventana. Y su vista clavada en aquel punto.

 

— ¿Te sientes de esa forma?—preguntó Harry.

 

El otro frunció el ceño. Parecía buscar las palabras adecuadas para responder. Entre tanto Harry entró a la cocina para buscar algo que comer. Por experiencia sabía que Hugo siempre quería utilizar las palabras correctas, hacerse entender sin dar muchas explicaciones. Y era capaz de tardarse hasta quince minutos si así el caso lo requería.

 

Se encontró con que el otro había hecho café. Ya casi estaba frío, pero se sirvió una taza de todos modos. Le gustaba bastante dulce. Miró el reloj de la cocina y se dio cuenta que había dormido más que nunca. Cuando volvió a la sala tomó asiento en la silla de madera junto al sofá, y se dispuso  esperar que el otro contestara.

 

—No lo sé.

 

Tomó un sorbo del frio café.

 

— ¿Alguien te ha molestado?—su voz era suave y baja, casi pareciera que no había hablado.

 

Hugo movió la cabeza lentamente de lado a lado.

 

—Aquí no he hablado con nadie. En el edificio solo hay niños estúpidos. —hizo una pausa y se señaló el pecho— es que tengo una opresión aquí. Y a veces no me deja respirar. En esos casos pienso en el profundo agujero.

 

El silencio en la habitación se hizo profundo, pero duró poco. Afuera nevaba. En aquel lugar parecía no parar de hacerlo. Los copos de nieve golpeaban constantemente la ventana, como si estuvieran pidiendo permiso para entrar. El pequeño departamento —Hugo llegaba a compararlo con una pobre casa de muñecas— no estaba en las mejores condiciones y permitía que el frio se colase hacia el interior. Pensó en que ya era hora de que se marcharan de allí. Demasiado tiempo en el mismo sitio no les convenía.

 

Su mente volvió a colocarse en la conversación con Hugo. Se imaginó la sensación de caída y opresión que le había descrito. Ambas habían sido incansables compañeras en muchas etapas de su vida. Pero, desde el ultimo día que había hecho magia, habían decidido no volver a separase de su persona.

 

— ¿Tienes alguna idea de por qué tienes esa sensación?

 

Hugo volvió a negar con la cabeza. Entonces se detuvo y dudó un momento.

 

—Puede que te parezca extraño—comenzó a decir alejando su vista de la ventana y fijándose en el otro—pero existe algo, dentro de mi cabeza, como un pequeño, muy pequeño pajarito, rodeado de mucho ruido, que susurra que el fin está llegando.

 

La taza de café quedó a centímetros de sus labios. Se quedó estático, con la mente volando a mil por hora. Reacomodó su cuerpo en la silla y frunciendo la frente miro con suspicacia a Hugo.

 

— ¿Soñaste con algo extraño?

 

Harry se levantó de la silla para acercarse al sofá y poder mirar por la ventana.

 

—Es solo que tuve un sueño donde me hablaban del fin.

 

— ¿Te hablaban?

 

Asintió despacio.

 

— ¿Has oído hablar de Hu y Mu?

 

Hugo tardó un momento en responder. Su hijo había leído infinidad de libros, y tenía la sensación que sabría quienes eran aquellas niñas.

 

—Me da la sensación de que si. Pero no logro recordar. ¿Qué más había en tu sueño?

 

—Un gran árbol. Con ramas que no tenían fin.

 

En el apartamento junto al de ellos se escuchó, de repente, música clásica con el volumen bastante alto. Era el señor Jarinovi; un viejo malhumorado que siempre ponía su radio a un volumen molesto a las 10:15 am y a las 3:45 pm.  Era casi siempre más puntual que el reloj.

 

Hugo se levantó rápidamente del sillón.

 

—Espérame aquí— dijo, y desapareció hacia las habitaciones.

 

Lo último que Harry sintió luego de que su hijo se marchara, fue un pequeño dolor detrás de su ojo izquierdo. De repente, para él, la música cesó.  Luego dejo de sentir.


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