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The Gift por midhiel

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The Gift

Capítulo Dos

Al contarle la verdad a Jean, Charles quebró sin darse cuenta las barreras mentales que le había levantado para protegerla. La mente de la joven se expandió con todo su poder y pudo viajar a través del tiempo y el espacio. La mitad de esa noche tuvo un sueño tranquilo, pero en la segunda mitad revivió mentalmente la destrucción de Genosha.

Jean asistió como si estuviese viendo una película, sin intervenir pero observando los detalles. Se encontró en una habitación con Erik, que preparaba una maleta pequeña para viajar a Westchester e instalarse allí hasta el parto. Ya estaba de siete meses y le había prometido a Charles que se quedaría para tener un alumbramiento tranquilo y con los recursos necesarios. Jean se sacudió en sueños un tanto incómoda pero su propio poder la confortó para que siguiera observando lo que acontecía.

Se escucharon estruendos que Erik reconoció como bombas y misiles. Se agachó tanto como la barriga se lo permitía, y se refugió detrás de la cama. Otro estruendo más desplomó una parte del cielorraso. Era peligroso, tenía que huir. Salió al pasillo apresurado y bajó las escaleras tan rápido como su estado se lo permitía. Toda la estructura de la casa era de metal ya que él mismo la había construido, pero no podía sentirlo. Salió a la calle y se encontró con mutantes que corrían y otros yacían heridos o directamente muertos. El fuego lo cubría todo. Erik miró hacia ambos lados con desesperación y se dirigió apresurado hacia un callejón estrecho que formaban dos edificaciones. El vientre le estaba pesando y le dolía la espalda pero era tal la adrenalina, que apenas lo notó. Pasara lo que pasase necesitaba escapar con premura.

Distintos soldados con escudos y armas de fuego se acercaban formados en dos filas. Al llegar al corredor, Erik se encontró con Emma. Estaba petrificada, sin poder reaccionar. Era la primera vez que se encontraba en peligro y no podía protegerse mediante su forma de diamante.

-¡Emma! – la llamó Erik, tratando de hacerla entrar en razón -. ¡Vamos, Emma!

Erik la empujó para que corriera con él. Un soldado los vio y les disparó. La bala le impactó en el muslo derecho. Erik gimió, mitad de dolor y mitad confundido por no haber advertido el proyectil. Atravesaron juntos el callejón. Erik rengueaba y Emma le daba apoyo para que se sostuviera en ella. Llegaron a la salida y se refugiaron detrás de unos barriles. Por instinto, Erik quiso quitarse la bala pero el metal no le respondía, ni siquiera podía percibirlo.

-Anularon nuestros poderes – comentó desesperado.

Emma solo asintió.

Erik recargó la espalda dolorida contra el barril para recuperar el aliento. La situación era desesperante y él estaba con un embarazo avanzado y herido en la pierna.

-Emma, escucha – pidió entre jadeos -. Debemos llegar como sea al refugio. Solo ahí estaremos a salvo.

-Está a kilómetros de aquí – respondió Emma asustada -. ¿Cómo vamos a llegar, Erik?

Una camioneta estacionó junto a ellos. Erik la reconoció como la de su viejo amigo Toad. El hombre sapo bajó la ventanilla del conductor y les ordenó que entraran. Emma abrió la puerta y con Magneto se metieron dentro del vehículo, que arrancó al instante. Erik se sentó y al fin suspiró con alivio. Se masajeó el vientre para controlar a la criatura, que le respondió con un golpecito. Luego se apretó el relicario de plata de sus padres, que llevaba siempre al cuello, pero no pudo percibir el metal.

-Nadie puede hacerlo, Magneto – comentó Eric Gitter, alias Ink -. Parece que crearon un campo de energía o algo así.

Erik se echó hacia atrás cerrando los ojos. Al menos estaba a salvo por el momento.

Jean despertó aturdida. Era normal en ella sufrir pesadillas y sueños pesados. Respiró profundo y sintió algo que nunca había sentido antes: la necesidad de volver a dormirse y continuar reviviéndolo. Además, se daba cuenta que de alguna manera su padre fallecido le estaba transmitiendo los eventos. Tal vez eran recuerdos propios que guardaba en su psiquis aun desde antes de nacer o Erik estaba tratando de comunicarse. Arrellanó la cabeza en la almohada y se durmió de inmediato.

Ink había trabajado de enfermero por cinco años en un hospital antes de mudarse a Genosha. Era el único que tenía conocimientos médicos y, en el refugio, le extrajo la bala, le limpió la herida y se la vendó. Le aseguró que estaba fuera de peligro a lo que Erik bromeó que era irónico que justamente él muriese de un disparo.

El refugio que Erik había edificado junto con Genosha estaba preparado para un ataque. En el fondo, Magneto siempre había sospechado que los humanos lo buscarían y aniquilarían su sueño. Se trataba de una estructura rectangular y extensa de metal, camuflada con la abundante vegetación selvática, alzada en el medio de la jungla. Allí tenían comida para abastecerse treinta mutantes por medio año, medicinas, agua, y energía eléctrica. De igual forma, Erik decidió que se mantuvieran en penumbras para no ser advertidos.

Durante toda esa semana más mutantes arribaban heridos, algunos casi moribundos. Llegaron a sumar cuarenta personas. Los recursos médicos se estaban acabando y el ejército se había posicionado en toda la isla. Solos, perseguidos y sin poderes, no podían salir.

Erik por primera vez sintió miedo. Su embarazo iba a continuar progresando y no llegaría a Westchester. Sabía que Charles tenía que estar buscándolo desesperado pero entendía que le sería imposible encontrarlo con el despliegue militar que había y el campo que anulaba los poderes. No le quedaba más que esperar y tener fe. Pero él no era optimista como Charles y la vida le había enseñado a no albergar esperanza.

Erik se sentó en un rincón y aprovechó la oscuridad para meditar. Emma lo había estado observando, en realidad, llevaba observándolo desde que llegaron al refugio. Le tenía celos a Charles Xavier y lo detestaba. Ahora había una criatura como evidencia de su amor y la odiaba. En el fondo, gozaba sabiendo que Erik sufría por la situación en que lo había dejado el ataque. No tenía suministros ni tecnología para el parto. Emma no necesitaba su poder telepático para saber lo que Magneto estaba pensando aislado en ese rincón.

-Hay muchos heridos que necesitan curaciones diarias – habló Emma mientras se sentaba a su lado. Erik la observó un momento y volvió a bajar la cabeza -. La anestesia ya está escaseando. Ink comenta que nos quedaremos sin medicamentos, ni paños, ni antisépticos en cuestión de días. No habrá forma de atender a los heridos.

-Esto es una guerra, Emma – suspiró Erik y se pasó la mano por la cara -. La humanidad nos declaró la guerra a todos, no se trata de mí, no se trata de ti, se trata de todos los mutantes.

-Lo pensaste, ¿cierto?

Erik la miró sin entender.

Emma se tomó el atrevimiento de apoyarle la mano sobre el vientre. Hizo un poco de presión y sintió el movimiento de la criatura. Desde hacía rato había querido hacerlo para verificar que efectivamente Erik le daría un hijo a Xavier.

-Ahora es el momento para que Ink te ayude a traerlo al mundo, ¿no crees?

-Tiene siete meses – contestó él confundido -. No tenemos la tecnología para mantenerlo en una incubadora.

-Deberías arriesgarte – murmuró Emma, mirándolo fijo a los ojos. Desvió la vista hacia su boca, solo ella sabía cuánto había anhelado que la besara -. Sé que le tienes fobia a las cirugías, te leí, encanto – Erik parpadeó pero ella estaba diciendo la verdad -. Te torturaron con elementos quirúrgicos y te simularon operaciones cuando los nazis querían desatar tu poder. Desde entonces, no soportas ver esas herramientas y el solo pensar en una cirugía te estremece.

Erik se echó hacia atrás y Emma le retiró la mano del vientre. Ella tenía razón, sentía fobia por las operaciones porque había sufrido mucho con las torturas de Shaw. Esa era la verdadera razón por la que había tardado tanto en asentarse en Westchester a pesar de los reclamos de Charles. No quería ir a ningún hospital a que lo examinasen y la idea de que su hijo nacería por cesárea le provocaba miedo. Miedo, sí, eso era a lo único que Magneto le temía, a eso y a perder a Charles y a su hijo, a perder a su familia otra vez.

Emma continuó.

-Ahora tienes los recursos para que sea menos dolorosa. Si dejas pasar el tiempo, se volverá fatal.

Jean se incorporó en la cama, respirando a horcajadas y envuelta en sudor. Había sentido a Emma con su envidia y su malicia, y a su padre con su incertidumbre y más que miedo, terror. Miró las paredes y notó que, a pesar de la angustia, no había desatado su poder. Tal vez estaba aprendiendo a controlarlo. Se envolvió en una bata púrpura y se acercó a la ventana. Su habitación daba al este y vio que el sol despuntaba detrás de los árboles. Los demás no tardarían en despertar y las clases comenzarían pronto. Fue a darse una ducha y a prepararse para la jornada. Además, tenía que repasar una lección de historia.


………….

Un par de horas más tarde, Jean bajó al comedor de los estudiantes. Se sirvió cereales y leche en un tazón, jugo de naranjas y un par de galletitas de chocolate, puso todo en una charola y enfiló hacia una mesa oculta en un rincón. Quería estar sola y pasar desapercibida.

-Pero mira quien pasa con su andar de niñita consentida – oyó a John, alias Pyro, mofándose -. ¿No es la misma Jean Grey que anoche despertó a toda la escuela?

Se escucharon risas. Jean se mantuvo altiva y llegó hasta su asiento. Apoyó la charola en la mesita y se sentó.

-¿Piensan que habrá gritado tanto porque estaba sola? – continuó Pyro. Las risas y festejos de los demás lo incentivaban -. Yo creo que había alguien más en esa habitación, Jean. Ninguna chica grita así al menos que alguien la esté cogie . . .

Se oyó un golpe y Pyro cayó despatarrado en el suelo. Jean volteó y vio a Bobby, alias Iceman, con el puño cerrado y mirando con odio a John. Detrás venía Rogue, lista para abrazar al jovencito de fuego si era necesario.

-¿Tu madre no te enseñó a tratar a las damas? – recriminó Bobby.

-Ah, el escuadrón de la princesita Jean – se burló Pyro y se ganó otra bofetada más fuerte que la anterior.

“Princesita.”

La palabra revolucionó la mente de Jean. Otra vez su poder se puso de manifiesto. Se tomó la cabeza con las manos y cerró los ojos. Se sintió pequeña, muy pequeña, una niña que acaba de nacer. No podía caminar, no podía sentarse siquiera, solo se sacudía y lloraba porque estaba aprendiendo a respirar y le dolían las vías respiratorias al sentir el aire por primera vez. Tenía frío y se sentía incómoda entre unos brazos extraños que la sostenían.

-Tráiganla.

Era la voz de Erik, la reconoció al instante. Su tono era débil y transmitía dolor. Jean reconocía que era el mismo que tenían sus padres después del accidente cuando estaban agonizando.

La depositaron sobre una piel que era caliente y cómoda. Allí Jean se sintió reconfortada y no sufrió más ni frío ni molestias. Hasta se le había ido el dolor al respirar y se estaba callando lentamente. Sintió un brazo cálido y tierno que la envolvía. Una mano le acarició el cuerpo con mucho amor y le apoyó la yema del índice en la punta de la nariz. Jean reconocía esa piel, ese afecto, ese olor, que ahora estaba mezclado con alcohol y sangre.

-Aquí estás, mi Wanda, mi hermosa princesita.

Jean volvió en sí. Estaba llorando. De a poco le llegaban los ruidos del salón. Los jóvenes balbuceaban.

-¡Bobby! ¡John! – era la voz imperante de Hank. Sostenía a Iceman y a Pyro de cada brazo y los empujaba para separarlos -. Ustedes sí que son el fuego y el hielo. Se ganaron una visita al despacho del director Xavier, que hoy no está con tiempo para sus espectáculos.

-¿Por qué no repites lo que le dijiste a Jean, llamita cobarde?

-Porque no se me antoja, cubo de hielo.

-¡Quieren que me transforme aquí mismo! – vociferó Hank y todos los estudiantes se hicieron a un lado.

Pyro y Iceman pasaron saliva y sacudieron la cabeza.

-Perdón – se disculpó Bobby.

-Lo siento, profesor McCoy – lo imitó John.

Jean se tambaleó un poco hasta ponerse de pie.

-Todo se inició por mi culpa – habló la joven con valor -. Bajé a desayunar y supongo que mis compañeros siguen molestos por lo de anoche – y al decir esto, clavó una mirada admonitoria en John.

Pyro se mordió el labio y bajó la cabeza.

Hank liberó a los jóvenes y se acomodó las gafas para observarla mejor.

-Jean, ven conmigo, niña – le pidió con suavidad.

Jean obedeció pensando que la llevaría con Charles para que diera explicaciones. En realidad quería acercarla hasta el botiquín, que tenía en su despacho, para curarla porque la nariz le sangraba.

-Wanda – murmuró la joven, reviviendo lo que acababa de sentir -. Ese era mi verdadero nombre.

………………
























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