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Por ti por Emmyllie

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Notas del capitulo:

Muchísimas gracias por sus hermosos e inspiradores reviews a:

Gine Haise

Martina Sánchez

Loretta Mink

¡Las adoro! Son lo máximo, guapuras. Me alentaron como no tienen una idea con sus bellas palabras. ¡El fic no sería lo mismo sin ustedes! Muchas gracias por todo su apoyo <3


Son las 23:30 h del sábado 13 de abril, así que cumplí con el día establecido, por mucho que la página diga lo contrario X'D

Escribí el capítulo durante cada espacio libre que tuve, incluso hubieron veces que aprovechaba el receso en la universidad para avanzar un poco. Está bastante emocional, angustioso y dramático, así que les pido a quien sea susceptible a deprimirse con facilidad, que por favor se abstenga de leer o lo haga bajo su propio riesgo. En especial al final, donde se produce una de las escenas más tristes de todo el fic :c

Uno de los protagonistas acepta sus sentimientos, mientras toma una decisión bajo el influjo de las drogas...

¡A leer!

Capítulo 8: Atado a ti

Con una barra de chocolate a medio comer en las manos, la piel más pálida de lo normal y una expresión de genuino hastío trazada en el rostro, Black observaba en silencio a Vegeta, quien se paseaba de un lado a otro con el móvil en una mano y la misma estirada lo más posible en un vano intento de captar algo de señal. Desde que Raditz emprendió su marcha sendero abajo, el ambiente entre ambos azabaches se había vuelto denso e incómodo, entre ellos incorporado un mutismo que apenas se rompía cuando Saiyan le cuestionaba a Sallieri cómo se sentía. Llevaban más de una hora allí sin hacer absolutamente nada, prácticamente atascados en medio de un paraje inmenso y más hostil de lo pensado en un inicio, resintiendo en sus cuerpos el inclemente frío que crecía conforme pasaban los segundos. Los nubarrones de lluvia lucían más negros y cargados de lo que se veían instantes atrás, posados amenazantes sobre aquel cielo increíblemente limpio y azul, tan característico de la zona montañosa en que se encontraban.

Goku agradecía que el dolor de cabeza hubiera decrecido un poco, aunque la sensación de inestabilidad corporal seguía dificultándole bastante el moverse con fluidez. La pareja de su gemelo le había dado una tableta mediana de chocolate, esperando que con las calorías del dulce menguaran aunque fuera un poco los síntomas que padecía el menor de los hijos Son. El chico de cabellos en flama estaba tan desesperado como agobiado, peleando por mantener su atención en el bienestar de Kakarotto, y no en el hecho de estar totalmente a solas con Black.

Resopló, metiendo de vuelta el celular a su bolsillo, resignándose a que era inútil buscar señal. Escuchó el particular sonido que hacían los dientes de Goku al arrancar un trozo de chocolate, por mera inercia girándose a mirarlo. Sus ojos parecieron ponerse de acuerdo para contemplarse, justo cuando el joven de cabellos rebeldes apartaba el dulce de su boca. Saiyan no pudo evitar posar su vista en esos rosados y carnosos labios, fantaseando inconscientemente con cómo SERÍA sellarlos con los suyos en un beso lento, profundo Y APASIONADO. Una vez más se activó esa sensación de descontrol sobre sí mismos, logrando que ese imán invisible que parecía atraerlos con desmedida fuerza, hiciera uso de su poder para despertarles el deseo De sentirse más cerca.

El subconsciente de Black le imploraba levantarse de donde estaba, mermar los centímetros que lo separaban del orgulloso e indomable chico que tenía delante, para así dejar fluír el furioso cauce de sus emociones. Todo en él lo llamaba, lo incitaba, lo embriagaba; esa piel acanelada, esos penetrantes orbes tan oscuros como el más profundo abismo, ese rostro de rasgos afilados, esa voz seductora y varonil, ese cuerpo tan malditamente tonificado y apetecible. Incluso su carácter evasivo, despectivo y frío le encantaba, su corazón siendo atrapado en un absorvente bucle de sensaciones y sentimientos indescriptibles siempre que se quedaba a solas con él. Era tan confuso, tan bizarro, tan denigrante; ¿desde cuándo se dejaba llevar con semejante facilidad por aquel músculo que latía en su pecho, el cual durante toda su vida le había sido prescindible? Así no era su forma de ser, realmente le repugnaba ese lado tan vulnerable de sí mismo. ¿Qué más daba si Vegeta Saiyan se hallaba a menos de un metro de distancia? ¿Qué más daba si sus negros y escrutadores ojos yacían fijos en los suyos? ¡¿Qué más daba si su ser entero le suplicaba mandar al diablo su orgullo para entregarse a él?! Goku sucumbía cada vez más a la ilógica conexión entre ellos, cayendo ante el hechizo inexplicable que lo atraía al novio de su hermano.

El primogénito de los Saiyan, por su parte, peleaba su propia batalla para mantener intactas su lealtad y autocontrol. En un mero impulso de su inconsciente, dio los pasos suficientes para que la distancia entre el gemelo de su prometido y él fuera considerablemente más escasa, siéndole mucho más sencillo esta vez poder perderse en sus brillantes y expresivos orbes. Poco a poco iba identificando gestos claves en él, como el hecho de morderse sutilmente el labio cuando estaba nervioso, o entrecerrar con ligereza sus párpados para evadir su mirar sin tener que desviar el rostro. Percibía el palpitar errático de su corazón, así como un shock de adrenalina vertiéndose en sus venas. Su sistema al completo reaccionaba al estímulo de su cercanía, su piel añorando con delirio el tacto de esos dedos y sus labios deseando más que nunca fundirse con esos ajenos en un mismo compás. Sabía que era incorrecto, tenía claro que estaba mal, pero sus sentidos se hallaban tan embriagados por el seductor encanto de la encarnada copia de Kakarotto, que en ese preciso instante le resultaba casi imposible rebelarse al potente deseo de su subconsciente. Algo en lo más hondo de su ser le rogaba que se aferrara a Black y por nada en el mundo lo dejara ir, su alma reconfortándose tan sólo con tener sobre sí la completa atención de su mirada.

Imprevistamente un trueno retumbó con fuerza, el eco del estruendo propagándose por todo aquel solitario tramo de la montaña, la tonalidad del cielo oscureciéndose, dos relámpagos seguidos parpadeando en lo más alto. Pronto los negruzcos nubarrones soltaron su contenido, una sucesión de grandes y fríos goterones de lluvia cayendo sin piedad alguna sobre ambos jóvenes.

–Oh, genial– ironizó Vegeta, percibiendo como la piel de su rostro se erizaba por culpa de las congelantes gotas que lo empapaban. –¿Alguna otra situación cliché para añadirle al momento?

Su compañero de azabaches y rebeldes cabellos no pudo evitar sonreír con burla al oír sus palabras, el contexto que los envolvía haciéndose cada vez más irrisorio y estúpido a su parecer. Primero, se quedaban varados allí; segundo, los dejaban totalmente solos, y tercero; se ponía a llover a cántaros. ¿Qué faltaba? ¿Un desprendimiento de tierra a causa de la lluvia? ¡Que absurdo!

Se cubrieron las cabezas con las capuchas de sus impermeables chaquetas, al menos la parte superior de sus cuerpos quedando momentáneamente aisladas del aguacero. La temperatura descendía rápidamente, haciéndolos pensar acertadamente que pronto sus ropas no serían de ayuda contra el implacable frío de la montaña. En acuerdo tácito iniciaron el descenso, Vegeta optando por sujetar a Goku de la mano para frenar cualquier traspié producido por sus síntomas.

Cuidaban cada paso que daban, pues el suelo estaba resbaladizo, la composición del mismo tornándose mucho más inestable debido a la humedad. Sus dedos no se soltaban en ningún momento, los dos sintiendo una deliciosa calidez en sus pechos al compartir tan inocente contacto. Era como si una intangible burbuja los rodeara, como si aquel inexplicable e inverosímil vínculo que los unía, se hiciera más presente que nunca entre ellos. Y aunque una voz en sus mentes les repetía cual mantra que eso no estaba bien, la rebeldía de sus corazones la silenciaba sin problema. ¿Qué más daba si era erróneo su sentir? Aquella misteriosa atracción los superaba.

–Cuidado– delante de ellos apareció una zanja algo profunda, de seguro hecha a raíz de algún desprendimiento de suelo, a lo que Saiyan reaccionó tirando de Black para impedirle seguir avanzando, pues si para él sería relativamente complicado pasar a través de allí, más aun para su compañero que no tenía al máximo su sentido del equilibrio. –Si atraviesas sin precaución, podrías resbalar y golpearte contra las rocas– le dijo, analizando el terreno. –Se ve muy inestable.

–Deja de tratarme como a un inútil– se quejó el chico de cabellos alborotados, soltando con desdén el agarre entre sus manos, mientras arrugaba el entrecejo y resoplaba más que indignado.

–Lo haría si dejaras de comportarte como un mocoso de cinco años– retrucó Vegeta, cruzándose de brazos y dedicándole una mirada tan penetrante que parecía querer escanearle hasta el alma.

–¿Disculpa?– increpó el menor, enarcando una ceja. –¡Tú eres el maldito controlador entre los dos!

–¿Controlador?– repitió Saiyan, frunciendo el ceño. –¡Sólo cuido que no te pase nada malo, idiota!

–¿Ah, sí? Bueno, nadie te pidió que lo hicieras– replicó Sallieri, dedicándole una mirada asesina.

–Raditz lo hizo– señaló el mayor, conteniéndose para no golpear ese bello rostro de facciones perfectas. –Pero, ¿sabes qué? Tienes razón, no tengo por qué cuidarte– espetó, más que hastiado.

Dio un par de pasos lejos de él, justo al tiempo que la lluvia amainaba un poco. Calculó y de un salto atravesó la zanja, girándose para observar al hermano de su novio con expresión ceñuda.

–Anda, Sallieri– exclamó, retomando su pose de brazos cruzados. –Demuéstrame que puedes solo.

De súbito desaparecieron la atracción, el vínculo ilógico y sus ganas de sentirse más cerca, dejando en su lugar un sentimiento de rechazo hacia el otro, sumamente poderoso y repentino.

–Jódete, Saiyan– escupió Black, ignorando todo malestar físico e impulsivamente cruzando de un brinco aquella profunda zanja, quedando así justo frente a él, a pocos centímetros de distancia.

–Tu inmadurez me supera– bufó Vegeta, sosteniéndolo de los hombros para ayudarle a mantener el equilibrio, pues notó que su arranque de terquedad lo desestabilizó bastante. –Eres un idiota.

–Y tú un imbécil– contra atacó Goku,entrecerrando sus párpados. –No es broma, Saiyan; si estuvieras conmigo en vez de con Kakarotto, hace mucho tiempo te habría mandado al demonio.

Vegeta rió, erizando cada bello en el cuerpo del contrario. Y es que esa risa sonó tan suave, masculina y sensual, que Black temió que ese solo gesto derribara los muros de su autocontrol. Aspiró y su nariz se impregnó del olor a tierra y hierva húmedas, pero el aroma que predominaba era la varonil y embriagadora fragancia que exudaba cada poro en la acanelada tez del mayor.

–Si estuviera contigo, Sallieri, créeme que no tendría ni un reparo en besarte ya mismo– susurró Saiyan, su voz impregnada de seducción, mientras una ladina sonrisa bailaba en sus finos labios.

De pronto todo desapareció a su alrededor, dejándolos en medio de esa invisible burbuja que de nueva cuenta los rodeaba con sus cálidas barreras. Sus ojos se enlazaron en una mirada intensa y profunda, el latir de sus corazones sincronizándose hasta palpitar a un mismo ritmo. Ya no importaba el frío, ya no importaba la lluvia, ya no importaba lo inapropiado de la situación. El imán tiraba de los extremos de ese hilo que parecía atarlos, atrayéndolos hasta dejarlos a tan poca distancia que sus alientos se entremezclaban. Vegeta no fue consciente cuando las manos posadas en los hombros del menor, bajaron hasta estrecharlo por la cintura, ni Black se percató cuando sus brazos rodearon afanosos la exquisita anatomía que tenía en frente. Simplemente se dejaron embeber en el hechizo de su cercanía, la lógica reducida sin piedad por los sentimientos.

–Esto es tan…

–Absurdo, lo sé– lo calló el mayor, pegándolo contra sí hasta amoldar sus cuerpos a la perfección.

–Quiero besarte– confesó Black en un entrecortado susurro, temblando bajo el cúmulo de emociones aglomerándose en su pecho. –Pero es ridículo, porque te odio– prosiguió, su voz tan suave y nerviosa, que infundía una inmensa ternura. –Me encantas, maldito imbécil– admitió, su rudo carácter aflorando, pese a lo cierto de sus palabras. –¡Siento que me estás enloqueciendo!

–También me encantas, niñato engreído– expresó a su vez su compañero, afianzando el aferre de sus dedos entorno a su cintura. –Y besarte no es lo único que quiero hacer– espetó, el calor propagándose como un yameante fuego a través de sus venas. –Aunque te deteste, aunque seas la persona más insufrible que he tenido la desgracia de conocer…– murmuró ya en contacto directo con sus labios, sus respiraciones volviéndose una sola. –Algo en ti me vuelve absolutamente loco.

El flashazo de una visión surcó sus mentes, mientras se envolvían en un abrazo lleno de necesidad. Goku temblando, Vegeta sintiéndose desfallecer. Se empaparon del calor que transmitía el otro, inhalando el característico aroma que destilaba cada uno. Cítrico y dulce, mezclándose en una única fragancia que parecía actuar como el más efectivo de los afrodisíacos.

–¡Vegeta, mírame!– pidió en un grito Goku, interceptando al mencionado justo en el estacionamiento del edificio donde llevaban más de tres meses viviendo juntos. –¿De verdad quieres cortar así de fácil con esto? ¿De verdad estás terminando conmigo sin siquiera darme la oportunidad de demostrarte que sí podemos intentarlo estando lejos unos cuantos meses?

–Unos cuantos meses…– ironizó éste en un casi inaudible susurro, sonriendo amargamente. –¡No pretendas bajarle el perfil a las cosas ahora!– lo contradijo, enfrentando sus ojos con una mirada llena de resentimiento y dolor. –¡Serán dos largos y malditos años! ¿Acaso no piensas? ¡En esos dos años pueden pasar mil cosas, incluso podríamos hasta conocer a otras personas y…!

–Wow, wow…– lo interrumpió el menor, alzando una mano a la altura de su pecho y dando un paso hacia atrás con expresión horriblemente dolida. –Veo que ni siquiera me has mandado al diablo formalmente y ya estás pensando en conocer a otras personas– resopló, endureciendo el gesto y la mirada. –Entiende bien esto, Vegeta; yo puedo estar lejos de ti por años, sólo conformándome con verte a través de una cámara o escuchar tu voz por medio de un teléfono, pero eso jamás sería razón suficiente para siquiera pensar en reemplazarte con alguien más.

–Yo no dije eso…

–Sí, sí lo hiciste. Sigue tu propia recomendación y no pretendas bajarle el perfil a las cosas– lo cortó Goku, mostrando en sus ojos una desilusión y decepción latentes. –Una relación a distancia no es sinónimo de infidelidad, por si no lo sabes. Pero está bien, hagámoslo como tú quieres…– se volteó, apretando sus párpados con fuerza para impedirle a las traicioneras lágrimas correr libres por sus mejillas. –Te lo haré fácil, para que así no tengas que lamentarte por ser quien rompió lo nuestro. Podrás culparme a mí por siempre si así te sientes en paz contigo mismo…– tomó aire, consciente de que estaba a punto de matarse en vida sin vuelta atrás. –Esta relación se terminó.

Vegeta quedó atónito, observando como su hasta hace unos momentos futuro esposo, se alejaba de él a paso rápido, sin siquiera girarse a dedicarle al menos una última mirada. Quiso detenerlo, decirle que las cosas no podían acabar así; quiso correr hasta él para abrazarlo y no dejarlo ir jamás, pero todo no quedó más que en deseos muy ocultos en su subconsciente, ya que en la realidad sólo permaneció en silencio en el mismo lugar, totalmente estático, dejándolo escapar.

Simplemente se quedó allí, presenciando como su gran amor se iba sin hacer nada para evitarlo.

–¿Quién eres?– murmuró Saiyan, notando una fuerte opresión en su pecho, producto de la reciente y sumamente real visión apenas experimentada. –¿Quién eres y por qué me dueles tanto, Sallieri?

–Eso mismo me pregunto yo– musitó a su vez el aludido, escondiendo el rostro en el hombro del mayor, mientras un dolor punzante, fruto del recuerdo, atravesaba su corazón. –Sólo sé que algo me une a ti; algo que no logro explicarme, pero que está ahí, presente siempre entre nosotros.

Vegeta suspiró honda e inaudiblemente, acariciando con suavidad esos cabellos azabaches, tan rebeldes y alborotados como los de Kakarotto. Un amague de remordimiento lo atacó, más murió casi al instante, ya que la certeza de que el sentimiento que lo invadía al estar con Black era producto de algo muy real e incomprensible, se hizo tan tangible y relevante en su interior, que no tardó en creer que no había nada de malo en tenerlo posesivamente sujeto entre sus brazos.

–Siento que me importas demasiado– confesó el menor, creyéndose un completo estúpido al estar mostrándose así de vulnerable frente al chico de cabellos en forma de flama. –Y eso no me gusta.

Éste lo apartó un poco de sí para conectar sus ojos, regalándole una sonrisa genuina, tan colmada de transparencia y pureza, la cual en muy contadas ocasiones se permitía mostrar. Hizo a un lado un par de suaves mechones oscuros, que le dificultaban contemplar a cabalidad sus pupilas, en su sangre propagándose una ternura y dulzura inigualables al ver como esas níveas mejillas se coloreaban de un suave, casi imperceptible carmín. Le delineó los labios con la yema de su índice, completamente omnubilado en el caudal inmenso de sensaciones que Black le despertaba.

–También me importas– susurró, bajando un instante sus impenetrables barreras. –Y demasiado.

Sus  bocas amagaron encontrarse al fin, no obstante el resonar de otro trueno estalló de golpe, forzándolos a separarse a causa del sobresalto. Nuevamente la lluvia se desató con fuerza, incluso más que antes, cayendo sobre ellos con la misma intensidad de una potente y fría ducha.

–Hay que irnos– sentenció Vegeta, la magia del momento rompiéndose de súbito. –Pronto anochecerá, por lo que debemos volver, a menos que queramos morir congelados aquí– tiró de Black, sujetándolo nuevamente de la mano, empezando así el camino en descenso una vez más.

Sallieri no protestó, negado a admitirse a sí mismo que se sentía sumamente protegido junto a él.

~~~

–¡Ouch!– emitió el menor de los hijos Son, haciendo un tierno mohín. –¡Eso duele mucho, Raditz!

–Ya lo sé, Kakarotto– espetó el nombrado, bufando irritado. –Pero debo curarte bien esa herida.

Minutos  después de comunicarse con el servicio de emergencia dispuesto para quienes visitaban la montaña, un equipo de rescatistas expertos en alpinismo acudió al lago, afirmando que tenían gran conocimiento en primeros auxilios y pidiéndoles que no perdieran más tiempo y bajaran enseguida del gigantezco monte, asegurándoles que ellos mismos se encargarían de traer sanos y salvos a Black y Vegeta. No les quedó más remedio que acatar al pie de la letra dicha orden, por lo que tomaron sus pertenencias para emprender a la brevedad posible el descenso a través del sendero designado, Raditz ocupándose de resguardar la seguridad de su hermano en todo momento. La caminata fue en completo silencio, pues todos se sentían preocupados por el par de integrantes que faltaban en su grupo. Sólo deseaban que los montañistas dieran pronto con ellos, la incertidumbre llenándolos de pensamientos que no hacían otra cosa más que intranquilizarlos.

Y allí estaban dos horas más tarde, protegidos bajo el acogedor amparo de la casa rural perteneciente a los Son, el joven de largos cabellos azabaches encargándose de ser el soporte de todos, mientras se disponía a atender la fea laceración que Kakarotto se había hecho en la frente.

Kyabe y Tarble se duchaban en sus respectivas habitaciones, mientras Lapis se mantenía atento a cualquier señal de vida que se vislumbrara al exterior de la vivienda. En aquella zona faltaba todavía para que cayera la noche, sin embargo sabían que a más altura era muy distinto. De seguro en ese tiempo ya había anochecido, por lo que sólo les quedaba esperar alguna novedad.

–¡Mierda, Raditz!– exclamó su hermano, alejándose con un salto de él. –¡Eres un asco suturando!

–Esa boca– se asombró él, no habituado a que el menor soltara ofensas. –¿Desde cuándo insultas?

–¡Desde que tu falta de destreza en medicina me hizo ver estrellas de la peor manera!– se quejó Kakarotto, presionando los nudillos contra su punzante herida. –Además, ¿por qué te sorprendes? Ustedes no son los únicos que pueden utilizar palabras altisonantes– refutó, haciendo una mueca.

–Black y tú cada día se parecen más– opinó Raditz, algo perturbado. –Deja los reclamos, ya acabé.

Metió todo de vuelta al botiquín, levantándose para devolverlo a su lugar. El menor de ambos lo imitó, añorando sumergir su cuerpo en agua caliente, pero posponiéndolo para esperar a Vegeta.

Se situó al lado de Lapis, quien yacía de pie junto a la ventana que daba al frente de la casa, decidido a no moverse de allí hasta que su novio hiciera acto de presencia. Algo en su pecho se removía de forma bastante desagradable, como una serpiente arrastrándose en su interior y dejando a su paso sólo incertidumbre. No sólo era el saber que su perfecto chico posiblemente estaba en peligro por culpa del indómito lugar donde se encontraba, sino que la simple idea de pensarlo a solas con Black era lo que no paraba de darle vueltas. ¿Acaso desconfiaba de ellos? ¿Acaso su amado no le había demostrado lo suficiente cuán enamorado estaba de él? No, nada de eso. Simplemente algo inexplicable lo atormentaba sin aparente razón, forzándolo a permanecer en vigilia de ser necesario para aguardar el regreso de quien era el dueño absoluto de todo su ser.

–Tranquilo– el ojiazul le palmeó el hombro, regalándole una sonrisa conciliadora. –Van a regresar.

–Lo sé– suspiró Son, llevándose una mano al cabello en gesto inquieto. –Sólo espero estén bien.

–Lo estarán– aseguró Lapis, revolviendo esas hebras ya de por sí alborotadas. –Ambos son igual de orgullosos y obstinados, así que dudo mucho que la montaña pueda con ellos– bromeó. –Además están juntos, sé que Vegeta no permitirá que nada malo le pase a Black y éste hará justo lo mismo.

Kakarotto asintió, luchando por corresponder a sus palabras con una sonrisa esperanzadora. Sin embargo apenas le salió una mueca, la idea de imaginarse a su novio protegiendo a alguien más que no fuera él, por alguna razón produciéndole a su sistema un rechazo en demasía agobiante.

¿Acaso era posible que estuviera celoso de su propio hermano?

«No.» Pensó, sintiéndose fatal consigo mismo. «¿Por qué debería desconfiar de él? ¡Es absurdo!»

Era ridículo, una completa tontería. Black jamás le había dado motivos dignos de orillarlo a dudar, ¿por qué ahora el fantasma de su inseguridad le jugaba tan mal? Además si ese fuera el caso y su gemelo realmente actuara tan vilmente, era un hecho innegable que Vegeta jamás caería en su juego. ¡Ellos se amaban con locura! ¿Qué necesidad habría de engañarlo?

¡Sí que pensaba estupideces!

Negó con la cabeza, despejando de su mente esa telaraña de cavilaciones tan bizarras y absurdas.

«Debió afectarme la altura…» Se dijo, soltando un profundo e inaudible suspiro. «¡Soy un tonto!»

–¿Te sientes bien?– la voz alarmada de Lapis lo bajó de su nube, trayéndolo de golpe a la realidad.

–S-Sí…– titubeó, esbozando una pequeña y azorada sonrisa. –Me perdí en mi mente, eso es todo.

–Bien– asintió él, escrutándolo a detalle. –En eso te pareces a Black; él hace a menudo lo mismo.

Son sonrió, esta vez sin reparos y de forma genuina, mientras perdía su mirada a través del cristal.

~~~

Horas después, al fin los seis se hallaban reunidos al interior de la amplia estancia, tras Goku y Vegeta ser interceptados a la mitad de su descenso por la montaña. Los rescatistas los encontraron bajando la empinada escalera de rocas que era considerada por todos como el reto máximo de los senderistas, apenas cuarenta minutos antes de que la oscuridad cubriera con su manto el camino. Ambos empapados, calados de frío, exhaustos y agitados, pero afortunadamente sanos y salvos.

Lo primero que Kakarotto hizo al verlos llegar, fue correr a abrazar a su chico de cabellos en flama. Enseguida se impregnó de la humedad que éste traía en la ropa, estremeciéndose al rozar con los dedos su acanelada piel y percibir cuan fría estaba. Pese a todo se aferró a él con anhelo, agradeciendo internamente que estuviera bien. Por un momento el miedo había cegado su razón, llevándolo a pensar en los escenarios más catastróficos y desoladores. Sin importarle nada lo besó, brindándole de su calidez a esos finos labios que se sentían demasiado fríos al tacto con los suyos. ¿Qué importaba si la escena les resultaba cursi o incómoda a los demás? Son sólo quería confortarlo y de paso confortarse a sí mismo, no poniendo reparos en demostrar cuanto lo amaba.

Vegeta lo estrechó también, consciente de que sería en vano convencerlo de alejarlo para evitarle quedar empapado con la humedad que desprendían sus prendas, correspondiendo sin dudar al apasionado beso con que esa dulce y adictiva boca había asaltado la suya. Se perdió en el calor de esa tez nívea y tersa, dejándose envolver por el mar de sensaciones que el menor de los gemelos hacía nacer en su ser. Lo besó con calma, aunque sin menguar la intensidad, embebiéndose en el embriagante sabor que destilaban esos labios sonrosados y exquisitos. Sus pensamientos se hicieron difusos, su mente reclamándole a su corazón el anterior y por demás horrendo desliz de sus sentimientos. ¿Cómo podía siquiera considerar sentir algo así de magnífico por alguien más? El amague de remordimiento volvió y esta vez para quedarse, la culpa tomando gustosa un sitio en su interior. ¿Qué clase de basura era? Decir que Saiyan se sentía miserable, resultaba poco para describir su caos emocional. Kakarotto era su mundo, su vida, su todo. ¿En verdad pretendía traicionarlo y encima con su propio hermano? ¡Era un maldito imbécil! ¿Cómo podía ser tan ruín?

–Discúlpame, bebé– musitó el mayor, quitando con delicadeza el surco de rebeldes lágrimas que caían en cascada por las pálidas mejillas del joven de cabellos alborotados. –Sólo quise asegurarme que estuvieras bien; nunca estuvo entre mis planes asustarte tanto– susurró, besando su frente con delicadeza, mientras el menor le dedicaba una sonrisa llena de añoranza.

–No vuelvas a hacerlo– pidió Kakarotto, abrazándose a él con fuerza. –Moriría si te pasara algo…

–No digas sandeces– le reprochó Saiyan, sujetándolo del rostro para mirarlo. –¿Vamos adentro?

Su novio asintió, sonriendo con ternura aun a pesar del silencioso llanto que lo aquejaba. Depositó un último y casto beso en sus labios, tomándolo de la mano para encaminarse juntos hacia la casa.

Sin notar que, camuflados bajo un abundante flequillo azabache, un par de ojos seguía sus pasos.

–Vamos adentro también– sugirió Lapis, observando la sombra que velaba la mirada de Black.

–Ve tú– le contestó, luchando contra la punzada en su pecho que le hacía difícil hasta el respirar.

–Pero estás mojado– hizo ver el ojiazul, enarcando una ceja en confusión. –Te enfermarás si no…

–Ve tú– repitió Goku, el tono de su voz tornándose hastiado y amenazante. –Necesito estar solo.

Lapis suspiró, resignándose a aceptar la obstinada petición de su amigo. Notó a Raditz viendo la escena desde el marco de la puerta, a lo que sólo se encogió de hombros en gesto indiferente. Dirigió sus pasos hasta allí, girándose a mirar a Black al llegar a la entrada. Lo observó alejarse, internándose en la arboleda ubicada a metros de distancia, claramente no importándole en lo más mínimo estar empapado hasta decir basta y calado de frío hasta la médula. ¿Qué rayos había pasado allá arriba para que el mayor de los gemelos se mostrara tan retraído y sombrío? Lapis tenía varias sospechas, pero no quería dar nada por hecho hasta hablarlo de frente con él.

–¿Qué…?

–Ni idea– se antepuso a las palabras de Raditz, pasando junto a él sin mirarlo. –Pregúntaselo a Vegeta, él fue quien estuvo más de tres horas a solas con Black– comentó, entrando a la casa.

El mayor de los hermanos se quedó ahí, considerando más que nunca la posibilidad de que entre Saiyan y Sallieri sucedía algo. Para él no pasó desapercibida la mirada de dolor y odio que Goku le dedicó a la parejita mientras se besaba, mucho menos la mueca que hizo al contemplar como Vegeta se iba con Kakarotto sin siquiera dignarse a darle un mísero vistazo a él. No era estúpido, los signos de afinidad excesiva entre ambos se hacían cada vez más evidentes, despertando en su interior una serie de emociones nefastas en las que todavía no quería ahondar. Pues sabía que, de descubrirlos juntos en algo más que no fuera una simple conversación, no se andaría con rodeos. Lo mínimo que haría sería cuestionarlos por tamaña deslealtad, seguro de que no podría callar semejante traición. Realmente esperaba estar equivocado, pues algo así de ruín le era inadmisible.

–¿Qué ocurre, Rad?– la dulce voz de Tarble lo sacó de sus cavilaciones, sobresaltándolo ligeramente y por consiguiente haciéndolo voltear para mirar ese rostro tan encantador y bello.

–Nada– se apuró a decir, atrayéndolo hacia él y dejando en sus labios un casto beso. –Sólo pensaba, pequeño– le sonrió, abrazándolo y aspirando su aroma. –¿Qué rico hueles– le susurró.

El menor de los Saiyan se ruborizó con el último comentario, escondiendo el rostro en el fornido pecho de su novio para no evidenciarse. Lo escuchó reír suavemente, mientras posaba los dedos pulgar e índice en su barbilla para levantarla y que así sus ojos conectaran en una intensa mirada. Antes que pudiera formular palabra alguna, los labios de Tarble fueron sellados por los de Raditz en un beso acompasado y dulce, su cuerpo siendo aferrado con delicadeza y suavidad.

Al separarse se miraron con el amor brillando en sus pupilas, por acuerdo tácito llendo escaleras arriba para continuar con sus demostraciones de afecto en la privacidad de su habitación. Por supuesto aquello no incluía nada de índole sexual, pues el mayor de los hermanos Son tenía claro que bajo ninguna circunstancia obligaría a su novio a vulnerar los tiempos de su propio cuerpo.

Por más que ansiara consumar su relación, Raditz sería paciente hasta que Tarble estuviera listo.

~~~

Bajo el resguardo de un enorme ciprés, Black yacía encogido sobre sí mismo, ocultando el rostro entre los brazos que rodeaban sus piernas. Una cascada de brillantes y gruesas lágrimas se deslizaba por sus mejillas, al tiempo que su cuerpo se sacudía por el influjo de los espasmos propios de su silencioso llanto. El flequillo cubriendo sus ojos, los mismos fuertemente cerrados. La ira, la tristeza, la frustración, la incertidumbre; todo mezclándose en él de la forma más caótica posible, desencadenando un solo sentimiento indescriptible que lo agobiaba al punto de desgarrarle el alma. Temblaba, no sólo por sus incontrolables sollozos, sino a causa de la humedad y el frío que calaba sus huesos y su piel. En medio de la oscuridad, no era más que un bulto sin forma, nadie imaginando siquiera el tormento implacable de sus emociones. A esas alturas le daba igual romperse como lo estaba haciendo, prácticamente fantaseando con la idea de desaparecer.

Alzó el rostro, sus ojos reflejando un vacío inmenso, aun a pesar de la penumbra del lugar. El caudal de sentimientos que Vegeta Saiyan despertaba en él habían sobrepasado el límite, el potente puño de la verdad dándole de lleno en el orgullo. Pues por mucho que lo negara, por mucho que se rebelara, lo que sentía por el novio de su hermano era evidente. Sin saber cómo, sin saber por qué, sin saber siquiera bajo qué circunstancias, se había enamorado perdidamente de él.

Cegado por el rechazo empuñó el mango de esa navaja que solía llevar siempre consigo, el letal filo de la misma destellando en la oscuridad. La decisión quizás era cobarde, pero no sabía cómo más reaccionar y ciertamente su racionalidad estaba lo suficientemente nublada para aconsejarlo.

No quería traicionar a su hermano, quien sin siquiera cuestionar nada le había brindado un afecto sincero, mucho menos quería permitirle al primogénito de los Saiyan atreverse a jugar con él. Todo se le vino encima de golpe, el caos de sus sentimientos siendo más de lo que podía soportar. ¿En qué momento cambió tanto? ¿En qué momento ganó tanto terreno su corazón? Black repudiaba la patética versión de sí mismo en que se había convertido, por lo que su única salida a tan absurda e irrisoria situación no era nada más ni nada menos que terminar con todo de una vez. ¿De qué valía existir? A nadie le haría falta. Durante dieciocho años estuvo ausente de las vidas de su padre y hermanos, de seguro ellos superarían rápidamente su permanente ausencia. Después de todo Kakarotto tenía lo que él tanto añoraba, por mucho que le lastimara admitirlo.

Pateó lejos el frasco vacío de metanfetaminas, odiando los estragos que había hecho en su cuerpo. Tras adentrarse a lo más profundo de ese mini bosque, había dado con una dosis de sus narcóticos favoritos en el bolsillo interno de su chaqueta. Preso de su nefasto sentir no dudó ni un segundo en consumir de un solo golpe las seis píldoras que quedaban, esperando que el falso bienestar que solían producirle las anfetas, consiguieran alejarlo por lo menos unas horas de su maldita realidad. Pero no; más allá de hacerlo sentir mejor, la droga había acentuado su dolor emocional, orillándolo a tomar esa decisión absurda y cobarde que, estando en sus cinco sentidos, ni siquiera consideraría como una mínima posibilidad.

Se descubrió el brazo derecho, notando la piel del mismo excesivamente pálida y fría. Posó la punta de la navaja a la altura de su muñeca, presionando con fuerza hasta perforar su carne. No sintió nada, el hielo que apresaba su cuerpo actuando como el más efectivo de los anestésicos.

Como en trance contempló la sangre deslizándose por su brazo hasta caer en la hierba, una retorcida sonrisa formándose en sus labios gruesos y ya violáceos por culpa del frío. Uno, tres, cinco; cortó su piel sin ningún reparo, aprovechándose de que no era capaz de sentir dolor alguno. Su cabeza dio vueltas, el olor metálico de aquel espeso líquido carmesí colándose por su nariz.

Su consciencia lo abandonaba, de pronto el sueño haciéndose insoportable. Soltó la navaja, oyendo muy lejano el tintineante ruido que hizo al chocar de lleno contra una pequeña piedra. Se recostó sobre el suelo en posición fetal, anhelando dormir por siempre para así olvidar su miseria.

No escuchó el repentino crujir del follaje muy cerca de él, tampoco el resonar de los pasos de quien se sintió morir al verlo inmóvil tirado en la ierva. Sólo se permitió arrastrar hacia la inconsciencia, dejándose arrullar entre los brazos de una oscuridad profunda que lo invitaba a hundirse en la inmensidad de su abismo por toda la eternidad.

Su nombre fue pronunciado con desesperación por una voz que conocía muy bien, sin embargo ya era tarde…

Demasiado tarde.

Notas finales:

¿Quién encontró a Black? ¿Será que podrá salvarse? ¿O de verdad es demasiado tarde?

Hace mucho no escribía un desenlace tan horrible, pero les aseguro que de aquí salen los hilos que deberán unirse para concluir la historia.

Estamos a la mitad de la trama y créanme... lo que leyeron es apenas la punta del iceberg.

Black aceptó que ama a Vegeta, pero éste repudia el hecho de haber estado a punto de traicionar a su novio. Raditz comienza a sospechar de ellos, puede que Lapis también lo esté haciendo. Y Kakarotto siente celos (según él infundados) por su hermano... ¿Qué rayos saldrá de todo este enredo?... bueno, deberán ser pacientes para averiguarlo :)

La única pareja que no tiene problemas es el Radble <3


¿Qué les pareció el capítulo? ¿Valió la pena leerlo? ¿O mejor me voy a hiatus?

Saben que toda opinión, sugerencia o lo que quieran, pueden hacérmela llegar a la cajita de comentarios ^^

Sus reviews son el motor que echa a andar mi escurridiza inspiración :3


¡Y ya son más de 1555 lecturas! *se muere de ternura (?)*

Gracias por todo su apoyo, en serio me emociona un montón ^^

¡Iluminan mi pequeño y muy oscuro corazón!


Próxima actualización: sábado 27 de abril :)

Nos leemos pronto mis amores ^^

¡Los amo!


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