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Prisma. por 1827kratSN

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En medio de sus trémulas memorias destacaba los labios curvados y de un rojo intenso perteneciente a una mujer. La odiaba. Odiaba esa piel marcada por labial que demostraba burla, odio, y que jamás emitía palabras dulces como tanto deseó por años. Detestaba a esa fémina. Heredó su piel clara como la leche y esos cabellos negros tan oscuros como el carbón, pero nada más. Todo lo demás, lo que apreciaba, lo que podía sentir suyo, pertenecía a la herencia de su padre.

 

—Me gusta su cabello, Hibari-san. Es liso y bonito.

—A mí no.

—¿Por qué?

 

No le respondió ni esa vez ni en otra ocasión. No quería traerse amargas memorias, así que simplemente evitaba ese tema. No quería volver a recordar las características de esa mujer a la que un día simplemente vio desaparecer para darle paz a su existencia. No quería asociar su pasado con su presente.

 

—Es de un color tan penetrante —sonrió—, y siento que si paso mis dedos por sus hebras…, me mancharé la piel.

 

Se quedó mirando a aquel muchacho de castaños cabellos alborotados y mirada chocolate, una existencia tan expresiva que a veces era molesta. Lo vio curvar esos labios en una sonrisa, apreció esas mejillas abombarse un poco antes de enrojecer, y finalmente admiró aquellas manos que se elevaban separando sus dedos mientras seguía en ese monólogo.

 

—Es tan de usted, y por eso me gusta.

 

Odiaba su cabello, no lo cuidaba, a veces ni siquiera lo peinaba porque era una tarea molesta e innecesaria porque era tan liso que tomaba la forma sin mucho esfuerzo. Pero cuando escuchó las palabras de ese herbívoro al halagar su cabello, sintió que tal vez no era tan malo tenerlo. Por primera vez sintió que podía apreciar un poco el legado que le dejaron y denominarlo como suyo.

 

—Eres infantil.

—No es verdad —protestó.

 

Tomó esas manos, deslizó sus dedos por la piel ajena, sus ojos detallaron la vergüenza que pintaba esas mejillas de carmín, y sus labios soltaron un leve ruidito burlón. Guio esos dedos delgados hacia sus hebras, acercó su rostro al del castaño y dejó que este hiciera con él cuanto deseara.

Sintió la duda en ese muchacho, pero luego de sólo segundos la sensación pasó a ser una caricia muy suave, un roce tan delicado que cerró sus ojos y se dio el lujo de disfrutar. Los dedos de aquel herbívoro repasaron su cuero cabelludo una y otra vez, sintió como se trazaban líneas imaginarias, como su cabello se amoldaba a los movimientos…, y suspiró.

 

—Gracias.

 

Su padre solía decirle que lo “amaba”, Kyoya lo creyó hasta que un día vio la discusión de esa persona con aquella mujer, las maletas, esas manos balancearse sin ritmo y luego la puerta al ser azotada. Si en verdad lo amó, ¿por qué lo dejó con aquella mujer? No lo entendía, incluso en aquel tiempo cuando ya llegaba a sus veinte años no podía entenderlo. No lograba comprender por qué un padre simplemente se olvidaba de sus lazos sanguíneos y se iba a para jamás volver.

Lo dejó con aquella bruja que lo usó hasta que pudo.

Y luego incluso esa horrible mujer se fue para no volver, pero en parte eso le agradó. No sabía si estaba viva o muerta, no sabía si lo recordaba o siquiera si alguna vez se compadeció del niño al que dejó a su suerte. No quería saberlo tampoco porque su vida fue más sencilla desde que ella se fue. Supo salir adelante solo, libre de las marcas que constantemente marcaban su piel. Se sintió dichoso de ver los moretones curarse hasta desaparecer.

 

—Se ha cortado.

—No es nada.

—Lo es para mí —las manos del chiquillo eran cálidas y lo sujetaban con suavidad—. Espere un momento y lo curaré.

 

Vio el algodón, el alcohol, las banditas y algo de gasa mientras aquel castaño le hacía una curación. El toque era tan diferente a cuando él mismo se limpiaba las heridas dadas tras las constantes peleas y trifulcas en las que participaba… Era tan diferente a los duros agarres que esa mujer hizo en sus manos en protesta por haberse lastimado.

Las palabras de confort del castaño eran tan diferentes a sus memorias donde aquella mujer le gritaba una y otra vez para recalcar sus fallos. El toque de Tsuna en su mejilla era tan ajeno a los golpes en las reprimendas dadas por su madre.

 

—Buen trabajo el de hoy, Hibari-san.

 

Esa frase se diferenciaba por una sola palabra a la que aquella mujer le decía al finalizar el día, y aun así se sentía tan ligero. Era tan raro que un “buen” significara tanto en comparación a un “pésimo”. Era tan difícil acostumbrarse a la sensación de haber hecho algo bien y correcto porque durante toda su vida sólo recibió negativas y reproches, o simplemente un silencio por miedo o demasiado respeto.

 

—Las cicatrices se borran, Hibari-san.

—No es cierto.

 

No se borraban, muchas no lo hacían. Muchas veces vio sus manos marcadas por los golpes con la regla, un palo o lo que su madre tuviese al alcance, esas cicatrices se borraban con los días…, pero la raya que adornaba sus costillas derechas jamás se fue porque el vidrio se incrustó y lo abrió. Ambas cicatrices las hizo esa mujer en medio de esos arrebatos de furia en los que lo golpeaba o empujaba contra algún objeto, pero muchas jamás se borraron y cada vez que se miraba a un espejo o simplemente tocaba su piel por error, las notaba claramente… Como si fuera la primera vez.

 

—Es cierto… hay algunas que perduran por sobre todo lo demás.

—La piel no se cura fácilmente.

—El alma jamás se cura tampoco.

 

No entendía algo tan abstracto como el “alma”, no podía asociar aquello con algo factible o real. No entendía lo que significaba una cicatriz en aquel sentido y, aunque el chiquillo intentó explicarle, no pudo entenderlo.

No hasta que un día despertó en medio de un cuarto de hospital, rodeado por el olor a medicamento y escuchando el sonido de los aparatos a su alrededor. Porque en esa ocasión su mirada se topó con el rostro lloroso de aquel muchacho quien le dijo esas palabras.

 

—Estaba tan preocupado por usted, Hibari-san. Tenía tanto miedo de perderlo.

 

Nunca se sintió necesario para alguien más que para sí mismo. Nunca escuchó a alguien sufriendo por su estado de salud. Nunca sintió ese dolor extraño en su pecho debido a que causó que otra persona llorase por su causa. Nunca se sintió tan confundido como cuando sintió las manos del castaño acunar sus mejillas y como los labios ajenos besaron su frente con devoción.

 

—¿Por qué?

 

No entendió por qué de pronto sintió tan necesaria la compañía de ese castaño, tampoco el por qué se sentía tan libre cuando aceptaba ir a caminar en compañía de ese chico; mucho menos el motivo de que sintiera que podía olvidar todo el dolor que le causó su madre para reemplazarlo con las memorias de esas sonrisas, de la risa suave y de las caricias cálidas que Tsuna le brindó.

 

—¿Puedo curar sus cicatrices?

—Esas no se curan.

—No hablo de su piel —sonrió—, hablo de las heridas de su alma.

—¿Cómo lo harás?

—Pues…

 

La primera vez que permitió un contacto tan cercano con alguien que no fuese su padre fue también la primera vez que aquel castaño unió sus labios por contados tres segundos. Hibari podía rememorar ese instante con facilidad. La calidez de la respiración que chocó con su labio superior, la tibieza y leve humedad de los labios ajenos, la imagen de ese rostro avergonzado que cerró los ojos fuertemente, sus manos que por alguna razón sujetaron los brazos ajenos para que no se alejara.

No entendió el sentido de “curar un alma”.

Y aun así dejó que ese castaño ingresara a su vida e intentase “eso”.

Entonces algo cambió, algo en él mismo, algo que se reflejaba en el leve cosquilleo de sus manos cuando eran sujetas por las del chico, o de aquella calidez que nacía en su pecho… y también en la curva en sus labios que forjaron una sonrisa amable en respuesta a cada gesto que Tsuna le dedicó. No pudo darle nombre, pero era muy agradable.

 

—Estoy enamorado de usted, Hibari-san.

 

Escuchó esa frase muchas veces, demasiadas, y aunque no podía responder algo por medio de palabras, porque era algo abstracto que no entendía…, siempre le acariciaba la mejilla y le besaba por largo rato hasta que aquel castaño riera con dulzura y lo abrazara. No estaba seguro de si las cosas iban a estar bien si seguían así, pero como todo en su vida desde que Tsuna se volvió su todo, lo disfrutó sin pensar en nada más.

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

One shot realizado para la dinámica “Hurt/Comfort” organizada por el grupo 1827 (KyoTsu) Amor eterno ??’– en Facebook. La verdad la hice al apuro porque hoy es la fecha límite y se me había olvidado :’v

Espero les haya gustado un poquito~

Los ama: Krat~

Besitos~


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