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Amor inesperado. por roses-wept

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Snape salió de las mazmorras esa noche cuando estaba a punto de dormir, algo inusual, a menos que fuera necesario que hiciera guardia junto con los demás profesores. ¿Por qué lo había hecho? No lo tenía claro. No tenía ninguna intención clara.

Ya era conocedor de la enemistad entre Draco y Potter, y no sólo por el evidente enfrentamiento que tenía lugar en todas sus clases y por las miradas de franco odio que se lanzaban los niños siempre que se veían, sino porque Draco le había informado muy alegre que Potter se presentaría esa noche en la sala de trofeos. Snape ya se imaginaba cómo había empezado la enemistad: Potter había, seguramente, herido el orgullo de Draco, cosa que su lindo y bien parecido ahijado jamás le perdonaría, tratándose de un orgulloso Slytherin. Él, como su profesor, le hacía la vida difícil a Potter casi siempre, pero no tenía intenciones de involucrarse directamente en esa pelea de niños, después de todo, Potter y su amigo tendrían suficiente con Filch. Eso se había dicho, y sin embargo, estaba fuera de la cama, recorriendo los pasillos, sin tener claro qué era lo que esperaba hacer o encontrar.

Estaba por girar en una esquina de los corredores cuando alguien apareció del otro lado y se estampó de lleno con él. El cuerpo de pequeña estatura rebotó. Esa cabellera rubia y bien peinada no le permitió confusión alguna: se trataba de su ahijado, Draco.

-¡Padrino! -exclamó, aliviado-. Eres tú… Me diste un buen susto…

-¿Qué haces fuera de la cama, Draco? Pensé que solamente Potter y Weasley estarían merodeando.

-Sí, lo siento -dijo sin verse verdaderamente arrepentido-. Quería comprobar que fueron -soltó una risa-. ¡El inepto de Potter realmente ha ido a la sala de trofeos! No creo que Filch tarde en aparecer. Puede que aún los encuentres, no deberías perderte la diversión.

-Está bien, Draco, pero regresa sin más demoras. No tiene caso si eres castigado también.

-Lo sé… No vemos más tarde -se levantó en puntas y le besó la mejilla antes de desaparecer corriendo, justo como había llegado.

Snape continuó con su camino a la sala de trofeos, y no se llevó sorpresa alguna al ver que no había nadie. Seguramente Filch había llegado y reprendido a los niños, o seguramente los hábiles Gryffindor se había escapado. No le dio más importancia y con esas preguntas en mente, continuó su tranquilo deambular. Era una linda noche: la luz blanca de la luna entraba a raudales por los grandes ventanales. Disfrutaba de la calma, cuando el silencio fue desgarrado por potentes ladridos y gruñidos provenientes del tercer piso. El corazón casi se le subió a la garganta: lo primero que se le vino a la mente fue que Potter y Weasley, en su huida, habían dado con el inmenso perro de tres cabezas de Hagrid. Corrió con todas sus energías al pasillo prohibido, maldiciendo durante todo el camino. ¿Por qué el inútil de Hagrid tenía que encontrar adorable a ese maldito perro de tres cabezas? ¿Por qué el maldito viejo tenía que pensar que era buena idea tener un perro de tres cabezas en una escuela en la que hay niños tontos como Potter? Finalmente se le vino a la mente la reacción que tendría Lily al saber que su adorado hijo fue despedazado por un perro gigante y entonces, sintió una punzada de culpa golpearle en el pecho y quedarse atorada en su garganta. Abrió la puerta de golpe, esperando ver sangre y carne regados, tal vez ropa desgarrada, pero ahí no había nada de lo que había imaginado, solo Fluffy, mostrándole con ferocidad sus colmillos, antes de volver a ladrar ruidosamente. Snape se quedó de piedra. Cerro la puerta. Si antes había tenido una probada de auténtico pánico, ahora solo se sentía estúpido, realmente estúpido. Por supuesto que Potter no iba a morir de esa manera siendo el elegido: si moría, tendría que ser a manos del señor tenebroso, o a manos de sus mortífagos, como menos. Con eso dio por terminada su caminata y regresó a su cama de muy mal humor. Eso había sido estúpido, muy estúpido.



Harry despertó al día siguiente calientito y sin deseos de levantarse, cansado, pero muy feliz porque todo hubiera salido bien la noche anterior, y estuvo de mejor humor aún cuando notaron que Malfoy estaba molesto porque su plan no había servido para conseguir lo que tanto quería. Con ese eran ya dos fracasos, considerando que Harry formaría parte del equipo de Quiddich gracias a las provocaciones de Malfoy.

En general había sido un gran día, o al menos había ido muy bien para Harry, hasta que tuvieron la clase de pociones. El profesor había estado pensativo y eso le hizo creer que también saldrían bien librados de la clase de pociones ese día, pero supo que no sería así cuando llegó el final de la clase.

-Tú tienes que quedarte aquí, Potter.

Harry y Ron se miraron desconcertados, Harry pidiendo una explicación a Ron con una mirada silenciosa y Ron encogiéndose de hombros al no tener idea de qué pasaba. Al final, Harry le hizo una señal a Ron con la cabeza para indicarle que se adelantara. Ron cerró la puerta del aula cuando salió, dejándolos en silencio. Harry ya sentía sus latidos acelerados y suspiró con frustración. Desde esa primera clase tan desagradable, no había tenido que enfrentarse de esa manera a su profesor de nuevo. Todo lo que quería era irse de ahí, sin embargo, caminó hasta quedar de pie frente al escritorio del adusto profesor y se preguntó de qué podría tratarse en esa ocasión. El profesor se encontraba escribiendo en un pergamino, aparentemente sin prestarle la menor atención.

Después de lo que fue un minuto, el hombre dejó la pluma y por fin lo miró. Era de nuevo esa mirada oscura y fría, que solo transmitía odio y que solo le dedicaba a él, pero esta vez había algo más: el hombre estaba molesto, estaba muy enojado con él. Tragó saliva, nuevamente preguntándose qué podría ser en esa ocasión.

-Muy bien, Potter, ¿puedes decirme por qué estás aquí?

Harry trató de encontrar la respuesta, realmente intentó, pues había tratado de responderse a sí mismo esa pregunta desde que se había quedado a solas con el profesor, pero no se le ocurría nada. Sin embargo, sintió algo pesado caer en su estómago cuando se le ocurrió que quizá Malfoy le había contado acerca del duelo de magia. Bajó la cabeza, derrotado.

-No lo sé, señor -dijo apenas en un murmullo.

-Yo sé que puedes hacerlo mejor, Potter.

Harry abrió la boca sin saber qué decir. Su cara reflejaba toda su frustración. La atmósfera era realmente opresiva y sabía que Snape esperaba una respuesta, pero no podía decirle lo único que tenía en mente.

-No creo que haga falta que te explique lo que haces.

Ante el silencio y la mirada baja del niño, Snape continuó.

-Me dejas atónito, Potter. Seré más explícito entonces. Quizá quieras explicarme qué hacías fuera de la cama a altas horas de la noche.

La sensación en el estómago de Harry empeoró. Había estado en lo correcto: Malfoy había ido con el chisme con Snape, después de todo, este siempre se ponía de su parte. Apretó los dientes con enojo.

- ¿Y bien, Potter?

-Malfoy… -fue lo único que pudo decir y entonces, Snape, con expresión tranquila, se levantó, listo para bajar las escaleras y acercarse.

-Ah, sí… El señor Malfoy me contó que habían acordado tener un duelo de magia.

-¡Así es! Él nos dijo…

-Pero -interrumpió Snape acercándose lentamente-, es bien sabido por todos que vagar por los pasillos después del toque de queda está terminantemente prohibido.

Harry hizo una mueca. Snape tenía razón: Malfoy no había quebrantado ninguna norma.

-¿Crees que puedes justificarte porque el señor Malfoy te dijo que tuvieran un duelo de magia? Pudiste negarte, y sin embargo decidiste violar el toque de queda a sabiendas. Por lo visto, no sientes respeto alguno por las normas ni por nadie en este colegio. El señor cree que puede saltarse las normas por ser Harry Potter, el niño que vivió… -dijo con sorna-. Qué imprudente se es en la insolencia.

-¡Eso no es verdad! -saltó Harry a defenderse, con las mejillas encendidas-. No es justo que siempre me regañe solo a mí, cuando Malfoy…

-¡Silencio!

Snape se veía nuevamente enfadado y había dejado su rostro contorsionado a un palmo de distancia. Harry se hizo hacia atrás.

-Draco no anda haciendo estupideces como deslizarse en medio de la noche por lugares peligrosos -añadió levantando un poco más la voz en un arrebato de ira. Harry palideció e hizo una mueca de culpa. Snape lo supo entonces con certeza y de pronto estuvo furioso.

-Te recomiendo, Potter -dijo en voz peligrosamente baja mientras acercaba más su rostro-, que no vuelvas a merodear por los pasillos durante la noche, o yo mismo me encargaré de que seas expulsado.

Snape lo sujetó bruscamente de la túnica, levantándolo un poco del piso.  Harry miraba con ojos muy abiertos el rostro tenso enmarcado por mechones negros que estaba a centímetros de distancia.

-¿Qué vas a decir, Potter?

-Sí, señor.

Habiendo obtenido la respuesta que deseaba, Snape lo soltó con brusquedad, empujándolo levemente en el proceso.

-Lárgate.

Harry no lo pensó dos veces: salió lo más rápido que pudo del aula, sin deseos de ver una última vez a su profesor y deseando, más que nada, volver a reunirse con Ron y hablar con él de lo sucedido. Snape, por su parte, vio salir con prisa al niño, desconcertado al notar que sentía algo asentarse en su interior, algo que solo se le ocurrió describir como “amargo”, siendo esa nueva y desconocida sensación la que apaciguó lentamente su enojo.


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