Encuentro XII:
Fuerza Magnética
Eren, por lo común, es bastante despistado. No es que no preste atención a las cosas, simplemente que su mente viaja con facilidad a otros parajes, a otras situaciones, por lo que su atención suele disiparse del mismo modo que la niebla en el viento. No obstante, cuando se trata de Levi, parece como si sus ojos no lograran despegarse de este, como si no pudieran dejar de verle; casi como una fuerza magnética que lo conduce de forma irremediable en su dirección desde que sus miradas se encontraron por primera vez.
Y es quizá debido a esa atracción que el otro ejerce sobre él, que Eren nota su presencia aun sin verlo, casi como una atracción física; quedándose sin aliento cuando aquellos acerados ojos grises se encuentran con los suyos, sintiéndose morir de la vergüenza.
Su rostro arde a causa del bochorno y se cohíbe, pero cuando Levi asiente en su dirección, intenta sonreír de todos modos, porque sabe que necesita arriesgarse si quiere una oportunidad real con este; así que, nuevamente, da un paso más y se arma de valor, sonriéndole de forma más abierta y juguetona, casi como si le retara. El leve trazo de una sonrisa en aquellos delgados labios es su recompensa, y con ese pequeño premio, él se siente revivir.
Ese extraño intercambio de gestos, sonrisas y miradas, se prolonga durante unos pocos minutos, hasta que Armin vuelve a asomarse fuera y le informa que Hange desea saber si se ha escarchado a causa del frío y de allí su demora. Contrito, Eren se disculpa, pero su amigo, tan perspicaz como siempre, dirige rápidamente su mirada hacia la tienda del frente, notando a Levi que sigue de pie allí, con la escoba en la mano y mirándolos escrutador.
—Despídete de una vez y date prisa en entrar, Eren. Los clientes no tardarán en llegar —le dice este con suavidad, mirándolo como un padre benévolo al hallar a su hijo en una pequeña travesura.
Una vez Armin desaparece de su vista, sus ojos vuelven a buscar a Levi que sigue observándolo con aguda atención. Aunque no desea hacerlo, y preferiría mil veces quedarse allí a pesar del frío que se cuela bajo la camisa blanca del uniforme, él susurra un silencioso «adiós» para el otro y se dispone a entrar al local.
Jamás una mañana le ha parecido tan larga a Eren, tal vez porque su mirada traicionera no para de viajar hacia la librería del frente que ahora luce tan lejana. Con cada abrir de la puerta del local de este, su corazón se acelera, como si esperara que en cualquier momento fuese Levi quien saliera y así él pudiese observarlo aunque fuera un instante; pero sabe que son ilusiones banas.
Es así como las horas se arrastran hasta que llega el mediodía, y con su llegada, la cafetería se repleta de clientes que pululan de aquí para ya y llenan el local con la cacofonía de voces y risas mezcladas con la música de fondo.
El estridente grito de alegría de Hange se eleva entre el bullicio y una sonora carcajada escapa de sus labios, produciendo que la atención de casi todo el mundo recaiga en ella, aunque parece no notarlo.
—¡¿Pero qué sorpresa es esta?! ¡¿No se supone que tú no te juntas con los aburridos y simples mortales, enano?!
—Tch, me debes un almuerzo, cuatro ojos de mierda. El del otro día fue una auténtica porquería.
El sonido de aquella conocida voz paraliza a Eren como si hubiese recibido una descarga eléctrica, pero antes de que pueda volverse siquiera para buscar la mirada de Levi y confirmar que está allí y no es un sueño, Sasha le avisa que uno de sus pedidos está listo y debe ir a atender.
Su corazón, desenfrenado, eufórico, retumba locamente dentro de su pecho; pero es cuando ese par de ojos de tormenta se encuentran con los suyos, que la sangre en sus venas comienza a correr a un ritmo vertiginoso.
Como ha sido casi siempre desde que se conocieron, como si no pudiera evitarlo, él se acerca a la mesa donde Levi está sentado solo y distante, como es su costumbre.
Eren sabe que es una tontería, que no tiene nada que hacer allí, pero, después de tantos días sin poder tenerlo así de cerca, necesita verlo, necesita hablarle; necesita creer que para el otro es lo mismo y que aquella inesperada visita a la cafetería ha sido solo una excusa.
—¿A qué hora sales hoy, mocoso?
La pregunta de Levi lo pilla desprevenido, por lo que él, confundido como se siente, no sabe que responder; su cerebro parece haber desconectado de todas sus funciones primordiales.
—Sobre las seis —murmura apenas, demasiado perdido en ese atractivo rostro y la curiosa forma que este tiene de observarlo, como si viera más de lo que Eren mostrara; como si pudiese verlo de verdad.
—No puedo cerrar antes de las siete, pero si no te importa esperarme un poco, podríamos salir luego por allí —le dice Levi; su gris mirada perdida en la distancia—. Bueno, solo si tú quieres.
Tal vez sea consecuencia del cansancio al haber dormido poco la noche anterior debido al estudio, pero durante un instante a él le cuesta comprender aquello. No obstante, cuando la palabra «cita» finalmente se cuela en su aletargado cerebro, Eren se siente desfallecer.
—Y-yo sí… ¡sí! —suelta en un ahogado jadeo, seguido de una alegre risa que hace que algunos clientes se vuelvan a verlos con curiosidad.
Levi chasquea la lengua en señal de fastidio, pero sus delatores ojos brillan de alivio, alegría y expectación, porque está contento. Y aunque la sonrisa no llega a sus labios, él sabe que se encuentra allí, porque comienza a conocerlo.
Tal vez, piensa Eren, son todas esas evidentes diferencias entre ambos las que los unen; un lazo tan complejo como lo es la fuerza magnética. No importa cuánto se alejen el uno del otro, siempre acabarán regresando al lugar adecuado.