Encuentro IV:
Querido Desconocido
Mientras termina de atender una mesa, Eren, que lleva nervioso toda la tarde, ve a Isabel señalarle con un gesto que se acerque a la barra donde Sasha, quien la remplaza ese día, ya está atendiendo. El turno de su prima ha terminado y Eren no puede más que sentir envidia. Son pasadas las seis y a él le quedan dos horas aun, pero querría intercambiar lugares con ella para poder ir a la librería del frente. Durante la noche se quedó despierto elaborando un plan, un buen plan en su opinión, para hablar con aquel hombre. Él nunca ha sido un gran lector, así que le pedirá consejo para comprar algo; y, si las cosas salen bien, se arriesgará un poco más e intentará invitarlo a tomar un café, porque un café siempre es un buen plan de inicio.
Y finalmente conocerá a su querido desconocido.
No obstante, nada más pensar en hacerlo o, peor aún, en la posibilidad de que el otro acepte, Eren siente algo vivo removerse dentro de su estómago. Jamás ha invitado a alguien a salir, ¡nunca! Y está tan asustado…
—Me pasaré por la librería para entretenerlo un rato —le dice su prima, como si aquello fuese algo planeado de antemano y no otra de sus ideas arbitrarias—. Hange dice que cierra cerca de las nueve.
—No es necesario, Izzi —insiste él, pero ella lo mira desafiante, como si creyese que habla solo idioteces; y prefiere callar.
—¡Lo es! —asegura esta, dando una palmadita en su brazo con su diminuta mano enguantada—. E intentaré sonsacarle información importante, como si sale con alguien. Nos vemos, primo.
Eren la ve despedirse alegremente del resto y oye las campanillas cuando esta sale a la fría intemperie. El cielo fuera luce oscuro y una vocecilla dentro de él, la del cobarde que siempre intenta acallar, le dice que mejor deje aquello para otro día, que puede esperar.
Pero decide no hacerle caso. No desea pasar los próximos días en aquella incertidumbre; una noche de tortura ha sido suficiente.
Tras tomar el pedido en una nueva mesa, se acerca donde Sasha y se lo extiende. Ella le pregunta sobre San Valentín y Eren nota nuevamente el cosquilleo de los nervios extenderse dentro de su estómago al recordar al misterioso chico de la librería.
Mientras piensa en cómo responder a la pregunta, el nuevo tintinear de las campanillas es seguido por la alocada carrera de una sonrojada Isabel. Sus ojos verdes lo miran enloquecidos y ella toma una profunda bocanada de aire antes de soltarle:
—¡Está cerrando, así que márchate! ¡Ahora! ¡Ya!
Eren se sonroja hasta la raíz de su castaño cabello al notar la curiosa mirada ámbar de Sasha sobre él. Y aunque debería enfadarse con Isabel por su descuido al hablar, no lo hace, porque las palabras de ella pesan más que cualquier otra emoción.
¡Perderá su oportunidad!
—Sigo en turno —le suelta, aturdido, pero esta se quita la bufanda y el abrigo a toda prisa.
—Te suplo yo. Dile a Hange que es una emergencia. ¡Ve!
Eren se siente culpable por esa mentira, pero también sabe que es por algo importante, y se justifica. No es solo un encaprichamiento pasajero ni un enamoramiento banal, aquel querido desconocido es el hombre de su vida. Está seguro.
Tras hablar con Hange y disculparse, recoge sus cosas y sale a toda prisa, poniéndose el abrigo mientras camina hacia la librería. Tal y como Isabel le advirtió, la tienda está cerrada, pero las luces en el interior delatan la presencia de alguien.
Durante unos segundos Eren se debate entre llamar o no a la puerta, pero decide esperar. Ya no podrá seguir el plan que tenía y su mente es un caos porque está ansioso y desesperado; necesita hablar con aquel misterioso extraño aunque solo sea para preguntarle la hora y poder oír finalmente su voz.
Dios, está perdiendo la cabeza.
Recostado contra el muro espera a que este salga. Un par de minutos después lo ve abandonar su local, dejando todo cerrado. Cuando su querido desconocido alza el rostro al cielo, Eren observa con detenimiento su perfil y contiene el aliento al notar lo guapo que es, con sus delicados rasgos afilados y su piel tan clara en contraste con el cabello oscuro: los colores del invierno.
Da un par de pasos y este lo nota. El asombro en el pálido rostro muta a un ceño fruncido y a una acerada mirada de aquel par de ojos grises. Nervioso, Eren intenta sonreír, pero siente el rostro rígido como una máscara. Traga fuerte y respira profundo, armándose de valor nuevamente. Este, se dice, es el primer paso.
Y él, estúpido como se siente, inseguro como suele ser, lo único que hace es tender una mano hacia el otro y esperar un milagro. Porque su plan perfecto se ha ido al demonio y solo le queda eso, improvisar. Dejar que sea la suerte, o el destino, quien decida por él.
El suave y frío roce de los dedos ajenos contra los suyos lo hace contener el aliento mientras su corazón se agita dentro de su pecho. Su querido desconocido está allí, mirándolo; aceptando su muda invitación cuando podría haberle pegado un puñetazo por su atrevimiento.
—Hola, soy Eren —se presenta con una voz que no oye como propia y las manos temblándole de nerviosa ansiedad—. Me preguntaba… si te gustaría tomar un café conmigo.
Y, mientras espera por una respuesta, cree morir de vergüenza; sin embargo, cuando aquellos ojos gris tormenta lo observan, piensa que no le importaría hacerlo de verdad si ese hombre lo sigue mirando.
—Soy Levi —responde el otro con una voz profunda y bonita que acelera el pulso de Eren, sobre todo cuando un deje de sonrisa asoma a esos labios—. Claro, por que no.
Definitivamente un plan no tiene que ser perfecto para resultar maravilloso. Su querido desconocido, que ha dejado de serlo, ha dicho que sí. Tal vez, los milagros sí existen.