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4 días y 3 noches para la eternidad por Marbius

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3.- DOMINGO.

 

We got the whole night,

won't you spend it with me?

Live it with me?

We got our lives,

but living ain't cheap

Living ain't cheap

5 Seconds of Summer - Empty Wallets

 

1:06

La siesta, que en un inicio estaba planeada a durar una o dos horas máximo, se extendió por el resto de la tarde y una buena porción de la noche, de tal manera que cerca de la una despertó Sirius con un sobresalto cuando Remus se removió de su abrazo, y adormilado le explicó que iba al sanitario.

Todavía con los párpados pegados del sueño, Sirius lo dejó marchar y contó hasta diez antes de él también levantarse, pues su estómago protestaba de hambre y no creía poder volver a dormirse si antes no comía nada.

Del piso recogió sus pantalones y de paso los de Remus, a quien se los entregó al toparse con él a la salida del baño.

—Muero de hambre —dijo Sirius, rascándose el estómago y esbozando una mueca al encontrar ahí gotas secas del semen que jamás se habían limpiado. Y mejor no pensar en el desastre entre sus piernas…

—Ven, creo que tengo… No sé, algo debe de haber en la alacena —respondió Remus, que aceptó los dedos de Sirius entrelazándose con los suyos así como también el tirón con el que lo llevó a la cocina—. ¿Tienes preferencia por algo en específico o…?

—Un filete —dijo Sirius, sentándose a la mesa con pesadez—, pero siendo honestos, me conformaría con lo que sea. Tengo tanta hambre que me comería a mí mismo.

Remus rió entre dientes. —Al menos puedes apostar por el buen sabor.

—Y carne de primera —le siguió Sirius la broma al palmearse la pantorrilla, que a pesar de casi dos años de no practicar rugby, todavía se mantenía en excelente condición física.

—Vale… Tengo aquí —dijo Remus al abrir el diminuto refrigerador y husmear dentro—. Definitivamente no tengo le necesario para un sándwich…

—¿No hay jamón?

—No, y tampoco pan ahora que recuerdo. Pero hay papas.

—Ok…

—Y queso. Oh, y una tira de tocino en buen estado.

Sirius apretó los labios, pues con aquellos tres ingredientes no se imaginaba qué clase de cena podrían conseguir para los dos, pero claro, como había demostrado Remus desde el momento en que sus caminos se cruzaran a la salida de la biblioteca, no debía subestimarlo.

Al final consiguió hacer Remus unas papas guisadas con minúsculos trazos de tocino, que aderezadas con sal y el queso que les derritió encima, acabó por ser una cena tardía de lo más exquisita. El toque final lo dio con los restos de un poco de crema ácida y pimienta, y con fruición devoró Sirius su plato y lo que sobró en el sartén sobre la estufa.

—Es bueno verte comer así —comentó Remus, que con la cena preparó un poco de té y en esos momentos tenía la taza sostenida entre sus manos y cerca de la nariz—. Habla de tu buen apetito.

—Tengo un buen apetito para casi todo lo que es bueno en la vida, quizá excepto el alcohol y un buen cigarro —respondió Sirius, llevándose a la boca otro bocado—. Eso y el sexo.

—Oh.

—Para el sexo tengo un enorme apetito.

Remus ahogó una media risa, y el vapor de su taza de té desperdigándose en la habitación lo delató.

—Muy bien entonces…

 

[Una selfie con ojos entrecerrados y una sonrisa perezosa en los labios. Sirius de espaldas sobre un cobertor floreado y con su mano libre haciendo el símbolo de la paz.]

SeriamenteSirius <3 #podríaacostumbrarmeaesto

@levans podrías, deberías, ¿pero quisieras? Recuerda mis advertencias, Sirius Black.

SeriamenteSirius @levans ¿por casualidad no sabes qué significa la J en el nombre de Remus?

Levans @SeriamenteSirius sí, pero averígualo por ti mismo y demuestra tu valor.

 

6:58

—¿Valor? —Repitió Sirius la palabra, pues se le escapa el significado completo. ¿Hablaba Lily de valor como valentía, o de su propia valía?

En todo caso, optó por hacer a un lado el comentario de Lily y por su cuenta insistirle más a Remus hasta que éste le diera su segundo nombre y por fin satisficiera su curiosidad.

El mismo Remus que en esos momentos yacía a su lado con la boca ligeramente entreabierta y exhalaba un suave ronquido que era más tierno que molesto a los oídos de Sirius. Por la ventana y a través de las cortinas mal cerradas se colaban ya los primeros albores, y la tenue iluminación le ayudó a Sirius a apreciar las pecas que Remus tenía sobre el puente de la nariz, así como también una docena de pequeñas cicatrices apenas perceptibles si no era desde cerca que éste le había confesado haber conseguido de niño cuando por error atravesó una puerta de cristal y se llevó consigo la peor parte.

Era extraño pensarlo de esa manera, pero Remus no había parecido cortarse al narrarle a Sirius aquel relato, por lo que él a su vez le había mostrado un par de marcas que tenía en los muslos, y que eran viejos castigos a los que su madre alguna vez le había sometido con sus agujas para tejer, y que le grajearon de Remus una expresión horrorizada, idéntica a la de James cuando se lo contó a éste años atrás en confidencia.

Sirius no estaba seguro si había sido la hora (cerca de las tres, antes de que dejaran los platos sucios en el fregadero y optaran por devolverse a la cama), el ambiente (de intimidad, con sus manos entrelazadas por encima de la mesa) o simplemente la compañía… Pero en cualquier caso así habían iniciado ellos dos su domingo, intercambiando secretos y olvidando el sexo que horas atrás les había tentado.

En su lugar se habían vuelto a acostar, y cubriéndose con el edredón floreado se habían abrazado con fuerza en la estrechez de la cama hasta que los escalofríos de la madrugada por fin se acabaron.

Habían charlado más. Sirius con el rostro enterrado en el cuello de Remus y el mentón de éste puesto en su coronilla.

De todo. De nada. Grandes confidencias, pequeños datos de su infancia, uno que otro comentario bobo, el ocasional beso también…

Así habían acabado por dormirse, y Sirius tenía la impresión de que al despertar serían personas diferentes a las que ya nadie más podría reconocer como sus viejos yos.

Y realmente así había sido, pues mientras observaba a Remus dormir, sentía también en el pecho un extraño sentimiento que no se encontraba ahí apenas 48 horas antes florecer como un diente de león. Era pequeño todavía, frágil a la merced de cualquier resoplido, pero no por ello inexistente.

Sirius sonrió para sí al pensar en las implicaciones que eso tendría en su vida, pero antes de que pudiera adentrarse en la familiaridad de la idea, su teléfono vibró al recibir un mensaje nuevo.

No el primero, y seguro que no sería el último hasta que volviera a Grimmauld Place, pero sí uno de tantos que alguien en su familia le habría enviado tratando de dar con su paradero.

Hastiado de ellos, de los Black en conjunto incluso si eso también incluía sentirse harto de sí mismo en ocasiones por no ser capaz de desprenderse del todo del heredado estigma familiar, Sirius había mantenido su teléfono en modo avión, sólo cambiándolo para el ocasional post en Instagram o responder algún mensaje que James o Lily le hubieran enviado. El resto no los revisaba, y a esas alturas ya se habían convertido en una buena pila a la que tendría que rendir cuentas a más tardar al final de su día.

Porque Sirius era más del tipo de persona que se lanzaba al agua en lugar de primero tantear con un pie, no hesitó en hacer una rápida revisión entre llamadas, mensajes y textos perdidos, en donde abundaban aquellos de su familia, otros tantos de sus amistades, y unos cuantos más que no venían mucho al caso y que podía ignorar. El único que llamó realmente su atención (además de un par de notificaciones de James donde hablaba del partido ganado y la gran celebración que eso había propiciado entre los miembros del equipo) fue Regulus, quien por regla general no se comunicaba con él por medios electrónicos más que para lo esencial y en ese momento ya le había hecho media docena de llamadas y en cada mensaje suyo había escrito “Llámame en cuanto veas esto. Es importante.”

Sirius contempló la pantalla de su móvil por largos minutos, indeciso si realmente Regulus tenía urgencia por hablar con él o era sólo era una táctica desesperada para que le informara de su paradero, pero la desidia acabó por hacer lo más, así que en lugar de una llamada, le dedicó a su hermano un par de palabras.

“¿Qué quieres?”, y ni una más, que envió con un leve temblor de sus dedos y apenas unos segundos después apareció como leída.

“¿Dónde te has metido? Potter dice que no estás con él pero se niega a decirme tu paradero.”

“Ya, mejor así. ¿Qué pasa, Reg?” Y luego tras decidirse a no darle a su hermano la mano alta. “¿Pasaste estas noches con Barty Crouch?”

La respuesta de Regulus no se dejó esperar: “No, ese asunto está finiquitado y para bien.”

—Jodido cobarde… —Murmuró Sirius para sí, pues no dudaba que Regulus hubiera optado por la deshonrosa renuncia de su identidad sólo para complacer la hipocresía de sus padres.

“El tío Alphard está en la ciudad y quiere vernos a ambos. Es con él con quien me estoy hospedando”, escribió Regulus, y Sirius arqueó una ceja, puesto que el tío Alphard (hermano de su madre y tan diferente de ella en carácter como era posible a pesar de los poderosos genes Black) generalmente se encontraba en algún viaje alrededor del mundo, casi siempre en sitios exóticos, aunque tampoco era extraño saber que su último paradero era un spa en Japón o en el lujo de Dubai.

Hasta donde Sirius estaba enterado, la distancia que ponía Alphard Black del resto de su familia obedecía al simple y llano elemento de no tolerarlos tanto como ellos no lo soportaban. En su opinión, el tío Alphard era genial y sus regalos los mejores, pero por supuesto, la opinión siempre se encontraba dividida entre los primos. Ahí donde Sirius sentía predilección por su tío y su estilo de vida, Bella podía ser cruel y llamarlo toda clase de insultos.

Sin embargo, un hecho patente estaba claro para Sirius, pues después del debacle cuando su prima Andrómeda se distanció de la familia para casarse con un compañero de estudios que para nada encajaba en el prototipo de lo que los Black podían considerar un ‘matrimonio adecuado’, había sido el tío Alphard quien expresamente le diera a la joven pareja dinero suficiente para empezar su familia y también el mensaje de ser felices para con ello conseguir que quienes no estuvieran de acuerdo al menos tuvieran una apoplejía. Si aquello era o no un chiste macabro, en cualquier caso hizo feliz a Sirius, quien ya tenía en buen concepto a su tío Alphard, pero sólo mejoró a partir de entonces.

“¿Dijo para qué quiere vernos?”, escribió Sirius en respuesta, y por primera vez Regulus se tardó en responder.

“Sería mejor si nos reuniéramos con él y lo habláramos cara a cara.”

—Nunca cambias, Reg. Siempre tan escurridizo… —Masculló Sirius, y a su lado, Remus se movió en sueños.

«Bah, esto puede esperar», pensó Sirius, desconectando su móvil una vez más, y tras dejarlo sobre la mesita de noche, acurrucarse con Remus, que lo recibió en sus brazos y le preguntó qué hacía despierto a esas horas.

—Nada importante —replicó Sirius con honestidad, que aspirando el perfume de Remus, no tardó en quedarse dormido.

 

10:29

Apenas un par de horas después (y no las suficientes a juicio de Sirius, quien se resintió porque Remus abandonó su lado de la cama), alguien tocó a la puerta con celeridad y resultó ser la casera de Remus, quien estaba de pasada para dejarle una bolsa con cerezas que su hermana le había enviado desde el campo.

Desde la cama y porque las paredes eran delgadas como corredizas de papel, Sirius escuchó toda la historia, de cómo la hermana de la casera se había quedado con diez arbustos que su difunto esposo había plantado antes de estirar la pata en un ridículo accidente al caerse del tejado para reparar un par de agujeros, y cómo en el duelo se había negado a podarlos, así que estaban en temporada de fruto y le daba pena verlo en el suelo picoteado por las aves, así que le estaba enviando cerezas a cuanta persona conociera y más. Un relato que duró sus buenos diez minutos y que hizo a Sirius apreciar la paciencia de Remus, quien a pesar de lo adormilado o de haber levantado sólo con los pantalones de su pijama a pesar de que el clima tiraba más a lo gélido que lo templado, tuvo la decencia de agradecer el regalo y despedirse con cortesía.

Sirius esperó a que Remus volviera a la cama, pero entonces apreció que no era tan temprano como creía, y que la espalda le dolía luego de tantas horas recostado, así que mejor se levantó para unírsele.

Tras una corta parada en el sanitario para orinar y lavarse la cara y los dientes, Sirius se reunió con Remus en la cocinilla, que abrazándose a sí mismo esperaba frente al fogón a que la tetera hirviera. A su lado en la encima, dos tazas.

—Hey —le abrazó Sirius por detrás, apreciando la tibieza de su torso desnudo, pero también su piel erizada por el frío.

—Buenos días —articuló Remus, echando la cabeza hacia atrás y apoyándola un instante en Sirius—. ¿Dormiste bien?

—De maravilla. ¿Qué tal tú?

—Lo mismo. —Remus exhaló—. Pensé en llevarte un té a la cama y convencerte de salir.

—¿Uh?

—Es domingo, y a los alrededores abren varios mercadillos. Por lo general es gente que trae sus productos del campo, así que es buen día para comprar víveres para la semana a mitad de precio.

—Ah, ok. —Sirius aflojó un poco el agarre que tenía sobre Remus, pues de pronto se sintió un poco estúpido.

En Grimmauld Place daba lo mismo el día para las compras. Tenían empleadas que se encargaban de ello, y dicha fuera la verdad, no era una ocupación en la que Sirius siquiera pensara. Para él, la comida aparecía casi como por arte de magia en su plato, y le importaba de poco a nada cómo había llegado ahí, sólo reparando si se presentaba una ausencia.

—Tal vez puedas comprarte algo rico con la libra y los peniques que te quedan —le chanceó Remus, sacándolo de su estupor, y Sirius por fin pudo sonreír.

Dándose vuelta entre sus brazos, Remus encaró a Sirius y lo besó, los dos disfrutando del momento a pesar del frío y reconsiderando sus intenciones de salir al exterior cuando en el piso había una cama y condones esperando por ellos, pero entonces la tetera silbó, y el té que bebieron les infundió valor líquido para salir y vivir una nueva aventura juntos.

—Te va a gustar —dictaminó Remus luego de que ellos dos tomaran una ducha juntos (que finalizó con un orgasmo doble y salir titiritando porque la caldera de pronto dejó de funcionar), y vestidos para enfrentarse al clima, salieron del piso tomados de la mano.

No duró, por supuesto. Acabaron por soltarse conforme lidiaban con la concurrencia en las calles y que a la par que se acercaban al mercadillo se tupió aún más, pero ya fuera por ello, o a pesar de ello, Sirius decidió que precisamente tomarse de las manos era su mejor opción, y sujetándola la izquierda de Remus con su derecha, lo siguió de puesto en puesto mientras metían productos diversos en su bolsa de compra.

Aquí y allá se detenía Remus a charlar con los dueños de los puestos, intercambiando frases de rigor acerca del clima, respondiendo preguntas de cómo iban sus cursos en la universidad, y a cambio poniéndose al tanto de las vidas de los vendedores, a quienes al parecer tener en un concepto mayor que de simple desconocidos.

—¿Qué, alguna vez trabajaste aquí? —Preguntó Sirius con sorna, y Remus se limitó a dedicarle una sonrisa enigmática—. No lo dirás en serio…

—Pero si yo no he dicho nada —fue su respuesta igual de reservada—. Además no fue un trabajo tal cual. Más bien ayudaba los domingos a montar y desmontar, y a cambio me regalaban víveres y uno que otro libro.

—Ya decía yo que tu colección era demasiado grande para un simple estudiante sin dinero extra que no fuera de su subsistencia básica.

—Nunca una colección de libros es demasiado grande, Sirius Black —le desafió Remus a contradecirlo, y sus ojos se encontraron con firmeza, las pupilas contraídas y el desafío lanzado.

Y ya que en realidad podía admitir su derrota cuando se enfrentaba a un gran hombre, fue Sirius quien desvió la mirada primero.

—Vale, tienes toda la razón.

Zanjada la cuestión, continuaron con las compras, y Sirius pasó a tomar nota de cómo Remus conseguía realizar trucos de magia con el dinero. No en el sentido de entregar piezas falsas o hacer algo deshonesto, sino más bien… Hacerlo durar, casi multiplicar su valor. Un rápido vistazo a su billetera le había confirmado que Remus contaba con apenas unos cuantos billetes y poquísimas monedas, pero de alguna manera en cada puesto que visitaban le hacían grandes descuentos, por no mencionar que sin parar le entregaban un par de extras en apariencia inofensivos, una col por aquí, dos zanahorias por acá, y hasta un frasco de mermelada de melocotón casera que Remus se hizo el remolón de aceptar como regalo y a cambio prometió pasar a la casa de la dulce anciana que se lo entregó para limpiarle los tubos del desagüe.

—He descubierto tu truco —le dijo Sirius al cabo de media hora verlo ejercer su carisma entre los vendedores, pues los conocía a todos y los saludaba por nombre, con afabilidad, y a cambio estos le correspondían con creces—. Eres… Encantador.

Remus rió entre dientes. —¿Lo soy? ¿Eso es lo que piensas?

—No podrás negarlo. Te acaban de obsequiar una barra de pan sólo por preguntarle a esa mujer cómo estaba sanando su cadera y ofreciéndote a pasar el jueves para ayudarle a podar su seto. A menos que eso sea una frase clave para otro tipo de actividades más obscenas, pero viniendo de ti no lo creería.

—Menos mal que tienes esa clase de fe en mí —dijo Remus, y luego agregó—: Y por cierto, es un seto de verdad. Nada obsceno, lo juro. Pasa que está posicionado cerca de las tuberías, y el exceso de agua lo hace crecer como loco en esta temporada.

—Así que no sólo tienes carisma, sino que además tienes habilidades para hacerla trabajar a tu favor. Eres bastante más de lo que había sospechado, señor Remus J. Lupin…

—Y allá vamos de nuevo… —Adivinó Remus con aquel llamado, poniendo los ojos en blanco mientras se dirigía a un puesto de comida y Sirius le seguía porque sus manos seguían entrelazadas.

—Algún día tendrás qué decirme de qué es esa J —le chanceó Sirius.

—Preferiría si no.

—¿Jacob? ¿Julian? Porque entonces podría tocarte Hey Jude con mi guitarra.

Remus lo volteó a ver por encima de su hombro. —¿Sabes tocar la guitarra? —Sirius asintió con una amplia sonrisa—. Ya veo que no soy el único con talentos de entre nosotros dos.

Sirius iba a replicar que lo suyo era simple aprendizaje luego que de pequeño las clases de piano y violín le resultaran de lo más aburridas pero sus padres insistieran en que debía ocupar sus tardes aprendiendo un idioma y un instrumento, así que además del francés tenía conocimientos de guitarra y no se le daba nada mal, pero para entonces Remus los había guiado bajo un improvisado toldo en donde había unas cuentas mesitas y una viejecita atendía pedidos de un reducido menú disponible.

Remus saludó a la anciana de nombre y presentó a Sirius, quien no se quedó atrás en cuanto a personalidad y demostrar su propio encanto, y juntos pasaron a ocupar una mesa.

Al instante estaba de vuelta la viejecita con dos tazas de humeante té y dos rebanadas gruesas de pastel de naranja que depositó sin mayor comentario.

—Espero no te moleste, es lo que siempre pido aquí —comentó Remus, y Sirius no tuvo quejas porque incluso desde veinte centímetros de distancia el pan olía delicioso a casero y hecho con amor.

El primer bocado sólo sirvió para corroborarlo, y para sorpresa suya, Remus sacó su móvil (un modelo viejo pero bien cuidado) y le tomó una fotografía.

—Lo siento —masculló con apuro cuando Sirius enarcó una ceja de la sorpresa—. Prometo no compartirla con nadie.

—Nah, puedes subirla a Instagram —comentó éste, pues no le había pasado por alto que Remus tenía una cuenta vacía, sin fotografía de perfil ni ninguna otra. Simplemente una cuenta que al parecer se había sacado por presión social o curiosidad, y para la cual no tenía uso real—. A tus seguidores les encantaría.

—¿Qué, a ti, a James y a Lily? Pf, creo que paso.

—¿Y dejar pasar este momento? Ni hablar, Lupin —dijo Sirius, sacando su propio teléfono y tomando una fotografía de Remus, que con la taza de té en sus manos y un par de migajas en el labio superior, le cortó el aliento.

Y así sin más, se convirtió en una foto que no quería compartir con nadie más, sólo atesorarla para sí mismo.

—Te has quedado callado de pronto —dijo Remus—. ¿Salí con los ojos cerrados o…?

—No, pero creo… —«Esta foto es mía y de nadie más»—. Creo que si vamos a conmemorar esta salida, al menos deberíamos de ser los dos los que salen.

Fue así como acabaron posando lado a lado, su primera fotografía juntos.

 

[Sirius y Remus lado a lado, las tazas de té en alto con los meñiques extendidos, ambos con migajas de pan de naranja en las comisuras de los labios. Ojos límpidos, donde el gris y el dorado respectivamente, brillan como nunca antes.]

SeriamenteSirius Tú carisma me ha hecho pensar en el efecto que tienes sobre los demás, pero sobre todo en mí @remusjlupin


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