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Linger (Cherik. Mpreg) por midhiel

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Linger

 

Este fic está dedicado a @KiKaLoBe, ella sabe por qué y se merece mucho más que esto.

 

Capítulo Dos: Expectativa

 

Charles seguía sumergido en su dolor. Una persona altiva como él se sentía patética en ese estado pero no podía cambiar porque es imposible luchar solo contra la depresión. Esta fue la idea que impulsó a Hank para no alejarse de su lado. Permaneció cuidándolo, aun cuando el telépata le reprochaba que lo estaba haciendo por lástima y él odiaba que los demás lo compadecieran. Sin embargo, Hank no le hizo caso y no se alejó. Los demás se marcharon de a poco, sintiéndose inútiles y devastados ante la angustia de quien fuera su líder. Charles tampoco los quería cerca y se los hizo notar.

 

Una noche, cuando el telépata y Hank ya estaban acostados en sus respectivas recámaras y las luces de la mansión se habían apagado a excepción de las tenues que alumbraban la avenida, Charles percibió por primera vez una energía extraña dentro de su vientre. Hacía dos meses que se había separado de Erik en Cuba y, por lo tanto, hacía dos meses que su vida se había transformado de forma drástica.

 

Al principio trató de ignorar la percepción porque ya había pasado por tantas situaciones bizarras que no encontraba motivos para inquietarse por ella. Podía ser alguna secuela de la droga que Hank probaba en su cuerpo sin resultado todavía para que volviera a caminar, o alguna de las píldoras que le recetaban para el dolor y para dormir, o, simplemente, parte de la resaca por el whisky que había bebido después de la cena. No le dio importancia y se durmió pronto con la ayuda de un tranquilizante. Tragó la pastilla con dos tragos largos de agua, se acomodó entre las cobijas y soñó que su mente tendía un puente hacia aquella energía, que se le presentaba ahora en la forma de un haz de luz. Charles no podía dilucidar de qué se trataba porque a pesar de estar dentro de su cuerpo, se percibía como otro organismo. De pronto, pudo sentir vida latente y se despertó en medio de la madrugada lleno de sudor y con los ojos abiertos como platos.

 

Respiró profundo mientras jadeaba. Bajó la mirada hacia su vientre. Notó por primera vez que lo tenía ligeramente abultado. Se lo palpó con curiosidad. La energía provenía de allí y estaba viva y latente. Lo pensó por un segundo y descartó la idea. No era posible que se tratara de un embrión porque él era un hombre. Sin embargo, había vivido demasiadas circunstancias raras últimamente desde que conociera a otros mutantes además de Raven y ayudara a la CIA. Como experto en genética, conocía la teoría de la evolución. ¿Podía ser posible que los mutantes hombres desarrollaran la capacidad de gestar como un siguiente paso para la adaptación de la especie humana? Una idea descabellada pero interesante para una tesis.

 

Charles se frotó la cabeza, mientras trataba de tranquilizarse. Creía que ya estaba imaginando locuras, poniéndole algún  peso científico. Encendió la lámpara de su mesa de luz y estiró el brazo para acercar la silla a la cama y montarse en ella. Hacía pocas semanas que habían instalado un ascensor eléctrico en la casa para que él pudiera desplazarse de manera independiente. Bajó hacia el sótano, donde Hank tenía su laboratorio. Dentro del ascensor, enfocó la mente en la extraña energía de su abdomen. Pudo sentir ondas cerebrales precarias y se asustó. Junto a ellas pudo oír también un latido incesante. Era definitivamente un embrión lo que tenía adentro.

 

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Charles no se movió de allí. Estaba petrificado por la sorpresa. Al principio no supo qué sentir, o, mejor dicho, no podía esclarecer sus sentimientos. Estaba abrumado. Volvió a cerrar la puerta para regresar a su recámara. En realidad, lo hizo por impulso porque no tenía en claro qué acción tomar porque estaba en shock.

 

Regresó a la cama y se acostó. Por el camino la emoción le fue ganando. Volvió a concentrarse y sintió las ondas y el latido. Era increíble pero esperaba un hijo. En medio de la crisis que estaba sufriendo, no se había preparado para tal sorpresa. Se acarició el vientre y cerró los ojos con una sonrisa, que no había tenido en dos meses. Estaba feliz por primera vez. En ningún momento se le pasó por la cabeza la idea de abortar simplemente porque sentía que ya estaba adorando a la criatura. Era parte suya y parte de Erik y, además, en medio de la angustia por la separación y por el asesinato del que había sido cómplice, se trataba de una nueva vida que lo llenaba de esperanza.

 

Charles durmió y fue la primera noche que tuvo un sueño tranquilo.

 

Por la mañana, bajó a desayunar más temprano de lo habitual y esperó a que Hank se levantara. El científico lo encontró ya sentado a la mesa. Charles le soltó la noticia directo.

 

Hank estaba adormilado y al principio creyó no entender bien.

 

-¿Qué dijiste? – le reclamó con un bostezo y se acercó a la mesa con café y cereales.

 

-Estoy esperando un hijo, Hank – repitió Charles, alegre -. Ayer lo noté antes de dormir. Siento sus ondas cerebrales y los latidos.

 

Hank se sentó a su lado. Estaba preocupado, pensando que Charles trataba de sobrellevar la depresión con ideas descabelladas.

 

-Mira, a veces cuando estamos muy tristes, para mitigar la pena.  .   .

 

-¡Por Dios, Hank! – suspiró Charles, cansado, y rio -. No empieces con explicaciones médicas porque esto es verdad. Vamos – movió la silla -. Acompáñame al laboratorio y examíname tú mismo.

 

-Charles.   .   .

 

El telépata lo miró fijo.

 

-Hazlo por mí, Hank, y si es una locura lo que estoy diciendo, te prometo que voy a empezar a cambiar mi carácter. Buscaré ayuda profesional como me propusiste porque me doy cuenta de que la necesito, pero si estoy esperando un hijo, buscaremos juntos un obstetra. Por favor, te lo pido.

 

Hank le había propuesto varias veces que hiciera terapia para abrirse y salir adelante con la ayuda de un profesional. Si Charles le prometía que lo haría, Hank realizaría lo que fuera por ayudarlo.

 

Bajaron juntos al laboratorio por el ascensor. El científico le tomó los signos vitales y después le pidió que se acostara en la camilla y se quitara la camisa. Lo auscultó no una sino varias veces. Con el estetoscopio le escuchó las entrañas y notó los latidos tenues. Era increíble que ya pudiera oírlos a los dos meses con ese instrumento pero se trataba de una criatura engendrada por los dos mutantes más poderosos. Aunque más increíble era el hecho de que Charles estuviera efectivamente embarazado.

 

-Es imposible – musitó el científico, tratando de encontrar otra explicación -. Debes darme una muestra de orina.

 

-Está bien – rio Charles. Él estaba convencido.

 

La muestra dio positivo. Charles había desarrollado GCH por su mutación. Los dos platicaron largo y tendido. El telépata estaba seguro de que se trataba de un paso más en la evolución. Su cuerpo mutante podía desarrollar las hormonas y adaptarse para gestar aun siendo hombre.

 

Con las pruebas tácitas, Hank se dio cuenta de que su amigo tenía razón y se alegró. Lo abrazó con fuerza. Charles reía.

 

Esa noche para la cena, Hank preparó el plato favorito del telépata y se lo sirvió en la vajilla ancestral de los Xavier, que se guardaba en los muebles más antiguos de la cocina. El científico ya no podía esconder su entusiasmo y Charles, por primera vez, se sintió feliz de tenerlo cerca. Era un momento transcendental en su vida y necesitaba a su amigo.

 

Mientras comían, Hank se quitó los anteojos y se los limpió, luego, se los volvió a acomodar y los asentó sobre el puente de la nariz. Hacía todos estos movimientos de lo excitado que estaba.

 

-Imagina cuando consiga el suero, Charles. Podrás levantarte, podrás caminar, le ayudará a tu columna a soportar el embarazo y cuando la criatura nazca – sonrió de oreja a oreja -, te servirá para atenderlo con mayor comodidad. De igual manera, yo no me iré de aquí, te lo prometo.

 

-Lo sé, Hank – afirmó el telépata alegre -. Te conozco – se acarició el vientre y volvió a concentrarse para sentir las ondas. Le fascinaba percibirlas y la conexión que estaba logrando con su hijo mientras se formaba -. Espera – recordó -. Me habías dicho que un posible daño colateral del suero sería perder la telepatía.

 

-Es muy probable – confirmó el científico -. Los químicos que estoy usando en el suero, afectarían tu ADN y anularían tu mutación.

 

Charles lo pensó. Adoraba la idea de volver a usar las piernas y se daba cuenta de lo necesario que sería ahora que tendría que afrontar el progreso de un embarazo, más adelante dar a luz y después atender a su bebé, pero no quería perder de ninguna manera la capacidad de conectarse mentalmente con él.

 

-Quiero que suspendas la creación del suero – pidió y se acarició el vientre -. Prefiero no caminar y mantener mi poder para sentir y comunicarme con mi hijo.

 

Hank no se sorprendió porque adivinaba el instinto paternal que estaba creciendo en su amigo.

 

-De acuerdo, Charles. Me alegra que digas esto porque significa que vuelves a tener esperanza y a creer en ti. Al menos, en tu poder.

 

Charles comprendió que era cierto y se miró el estómago. La criatura lo había transformado de manera extraordinaria en poco tiempo. Era maravilloso que aquella última noche feliz que pasara con Erik hubiera dado como resultado semejante regalo. Regalo, sí, el regalo que Erik le había hecho sin saberlo.  .   todavía.

 

-Sin embargo, seguiré buscando la fórmula – continuó Hank y lo trajo a la realidad -. No deseo verme azul todo el tiempo.

 

-Si te ayudará en tu apariencia y eso te hará bien, que sea bienvenido  - sonrió Charles.

 

……………

 

Con los contactos de Hank, Charles se comunicó con un obstetra, el doctor Pallieri, que atendía en el centro de Nueva York. Recién hacía dos meses que por el Conflicto de los Misiles, el mundo había descubierto a los mutantes y este médico estaba a la vanguardia de la ciencia. Por lo tanto un hombre embarazado lo fascinó y contaba con los recursos y la discreción tan necesaria para atender a Charles.

 

Los controles de rigor demostraron que el embarazo se presentaba normal y saludable, aunque el gestante fuera un hombre. El médico le recomendó un tratamiento que no difería del de cualquier mujer embarazada con una dieta estricta, poco y nulo esfuerzo, descanso y que bebiera mucha agua.

 

Charles cambió su humor y tenía más energía. Reía con las bromas tontas de Hank y hasta soltaba alguno que otro chiste. Había mejorado su aspecto también: tenía color en las mejillas, se aseaba con frecuencia y estaba subiendo de peso. Su amigo agradecía a esa criatura que sin saberlo, estaba logrando maravillas en su padre.

 

Quedaba la cuestión de Erik. Era el otro progenitor y tenía que saberlo. Hank le propuso a Charles reconstruir Cerebro para rastrearlo y el telépata aceptó. La levantaría en la cámara que el padrastro de Charles había preparado para un posible ataque nuclear y donde Alex había entrenado. Quedaba junto al laboratorio.

 

Hank se puso de lleno a reconstruir la máquina. Charles encargó en la librería más completa de la ciudad, todos los libros de obstetricia que pudieran traerle y se encerraba en su despacho a leerlos. Esperaba ansioso a que su amigo terminara Cerebro porque día a día crecían sus ganas por comunicarse con Erik.

 

Era cierto que él mismo había decidido que se separaran cuando yacía herido en sus brazos. Fue doloroso para ambos porque se amaban, pero Charles no podía seguir con un hombre que había elegido matar y lo había vuelto cómplice del asesinato. Esto aún lo llenaba de bronca e impotencia. Sin embargo, ahora se tocaba el vientre, percibía las ondas y sonreía con esperanza.

 

Con el correr de las semanas hizo a un lado la idea de resignificar a Erik y a su relación. A pesar del daño que le había hecho, su amante todavía tenía bondad, esa misma que él había leído en su memoria, y tal vez podían reconstruir lo que la venganza destruyó. Ninguno de los dos había dejado de amarse y si había amor y un hijo de por medio, Charles quería creer que podían volver a soñar con un futuro juntos.

 

Pasaron los meses y la conexión con su hijo aumentaba. Todo se volvió alegría cuando pudo, además de las ondas, percibir sus movimientos y Hank participaba gustoso apretándole el vientre para sentirlos. Charles le hablaba mentalmente y la criatura le respondía moviéndose. Al entrar en el sexto mes, el vientre abultado y la columna dañada le provocaron contracciones. Pallieri fue determinante: reposo absoluto y cero movilidades, apenas para ir al baño, que tenía junto a la alcoba. Charles se confinó en su recámara y Hank le fue de más ayuda que nunca. Servicial, lo atendía y cuidaba. Los dos seguían expectantes y felices.

 

Una noche vernal de mayo, Charles estaba cerrando un libro y se preparaba para dormir. Ya había cenado, se había enjuagado los dientes y estaba listo para conciliar el sueño. La única luz potente en su recámara provenía de la lámpara de la mesa de luz porque las de la avenida que se filtraban por el ventanal del balcón cerrado, eran tenues. De repente, pudo jurar que había alguien más dentro de la habitación. Se apoyó el índice en la sien para concentrarse pero no captó ninguna mente más, aparte de la suya y la del bebé, que se sentía brillante por estar abriéndose a la vida. Charles estaba sentado en la cama, con varias almohadas contra la espalda, y una manta que lo cubría hasta el pecho. Había cojines alrededor que disimulaban su vientre. Por eso Erik, que lo estaba observando escondido en un rincón y con el casco puesto para que el telépata no pudiera notarlo, no se dio cuenta del embarazo.

 

Charles se puso en alerta. Era extraño porque no se sentía solo pero tampoco encontraba a nadie. Como no podía salir de la cama para buscar en los rincones, siguió concentrándose inútilmente.

 

Erik tuvo el impulso de abandonar su escondite y correr a abrazarlo. Él también había sufrido por la separación y todavía lo hacía. Para mitigar su pérdida, había rescatado a Emma Frost de la CIA con la esperanza de que llenara ese vacío pero ella no era Charles.

 

 

El telépata siguió concentrado un rato más pero el cansancio que le provocaba el embarazo comenzó a ganarle. Ubicó los cojines en un extremo de la cama para tener más espacio y se acomodó de costado para dormir.

 

Erik estudiaba cada uno de sus movimientos pero le observaba el rostro, recordando esos labios que había besado tantas veces, y no reparó en el vientre crecido. Esperó con paciencia a que se durmiera profundo para acercarse al lecho. Dudó antes de quitarse el casco. Finalmente se lo colocó debajo del brazo y bajó la cabeza hacia Charles para besarle la frente. Erik era un obstinado porque moría de ganas por regresar con él. Decía que se sacrificaba por la causa mutante pero si Charles hubiera abierto los ojos esa noche y lo hubiese mirado, él le habría pedido perdón de rodillas y lo hubiese abandonado todo para que estuvieran juntos otra vez.

 

Lástima que Charles estaba agotado y tenía un sueño profundo.

 

 

………………

 

El doctor Pallieri estaba asombrado con la adaptación del organismo de Charles para la gestación. Más allá de las incomodidades que le producía el crecimiento del vientre por el problema de la columna, no había inconvenientes importantes. Se programó una cesárea para la mitad del octavo mes.

 

Los días previos a la operación, Hank se puso como loco. Charles trataba de tranquilizarlo desde la cama recordándole que era a él a quien le tajarían el vientre y no estaba alterado, pero si Hank continuaba así, terminaría enviándole una descarga mental para aplacarle los nervios.

 

La noche anterior a la cesárea, Charles se preparó para dormir como otras veces. Hank tuvo que ayudarlo a ubicarse de lado en la cama y le acomodó almohadones debajo de la barriga porque el vientre pesado ya le molestaba para sentarse, acostarse, o realizar cualquier movimiento.

 

-¿Cómo te sientes? – preguntó Hank antes de apagar la luz del velador -. Leí que las madres forman un vínculo importante con sus hijos durante el embarazo y les cuesta hacerse la idea de dejarlos salir de su vientre. Bueno, no sé – se rascó la nariz -. Es una teoría.

 

Charles se observó la barriga y corroboró que era cierto. Por un lado quería conocer a su hijo, si era una niña o un niño, aunque por la forma del vientre deducían que se trataba de un varón. Pero también le costaba perder esa relación tan íntima que tenía con la criatura en todo momento. Sin embargo, debía dejarlo salir al mundo y acompañarlo para que aprendiera y disfrutara de él. En una palabra: tenía que dejarlo vivir y crecer. Era una misión fascinante e inquietante al mismo tiempo la de ser padre.

 

Hank apagó la luz.

 

-Mañana te despertaré a la seis para que nos preparemos – le recordó y añadió -. Espero que puedas dormir porque yo no sé si podré de la ansiedad.

 

-Tendré que hacer el esfuerzo y tú también, Hank. Recuerda que debes conducir hasta la clínica.

 

Hank volvió a encender la luz y corrió a la mesa donde estaba el bolso preparado para la internación. Lo abrió y revisó por enésima vez que no faltara nada. Charles no opinó, simplemente sonrió y soltó un bostezo. Estaba nervioso como él pero el sueño le ganaba. Hank apagó otra vez la luz y lo dejó solo.

 

En medio de la penumbra, Charles se masajeó el vientre, pensando que sería la última noche que su hijo estaría allí dentro.

 

“Buenas noches, mi vida,” se despidió mentalmente y la criatura lo escuchó por la conexión que habían desarrollado. “Mañana nos conoceremos al fin.”

 

A la diez de la mañana y cinco minutos, Charles, con anestesia local en la zona del vientre, oyó por primera vez el llanto de su hijo. Abrió los ojos completamente porque los tenía entrecerrados, y esperó ansioso a que se lo acercaran. Hank aguardaba en la sala de espera así que estaba solo con los profesionales. Un enfermero le aproximó al bebé que lloraba, estrenando sus potentes pulmoncitos. Se lo acomodó con cuidado en los brazos sobre el pecho y Charles lo observó casi llorando. Mientras le suturaban la herida, la criatura se fue calmando con los latidos de su corazón. Su padre le hablaba mentalmente diciéndole lo mucho que había esperado para conocerlo, lo feliz que estaba de que hubiera venido al mundo y que estuviera sano, y que ahora tenían toda una vida por delante para disfrutarla. El bebé era una bola arrugada pero Charles notó que tenía las facciones de Erik. Esto le provocó nostalgia y pensó que ahora que ya no tendría que guardar reposo, podría bajar al sótano para rastrearlo y contarle del regalo que tenían.

 

“Te llamarás Magnus,” le avisó mentalmente. El niño ahora dormía tranquilo sobre su pecho. “Es el alías que solía usar tu otro papá y te pareces tanto a él, que es el nombre perfecto.”

 

Charles se sentía feliz como nunca. La criatura le daba esperanza, alegría y paz. Estaba determinado a cuidarla y disfrutar de ella el resto de su vida. También encontrar a Erik cuando Hank acabase de reconstruir Cerebro para ver si podían platicar o, al menos, darle la oportunidad de que conociera a su hijo.

 

¡Qué lejos estaba de imaginar la tragedia que pocos meses más tarde lo abatiría!

 

 

………………..

 

¡Hola! Este es otro fic que dejé en suspenso durante mucho tiempo. Les aviso que se viene mucha angustia así que si a alguien no le agrada está prevenido. Es para mi amiga Kika y a ella le encanta así que tendrá su buena dosis de drama.

 

Besos y gracias por leer

 

Midhiel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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