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EL ENTE por juda

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Cuando despertó se encontró solo en la cama, sentía los párpados pesados, como si hubiese dormido mil años (o llorado centurias).
-Matías? -lo llamó, sin pensar demasiado, extrañándolo a su lado. Lo llamó por costumbre, de manera automática, y cuando vio entrar corriendo a René, con un gesto de preocupación en la cara, todo el bagaje de recuerdos le cayó encima.
-Noooo, René vos no, Matías! vos no René -le suplico casi gimiendo mientras comenzaba a llorar desesperado y negaba con la cabeza pero aun así extendiendo los brazos en busca del calor de su mejor amigo. Se sentía en lo profundo de la nada misma.

René se apresuró a llegar a su lado, lo abrazó con fuerza, lo besó en la frente y mientras de manera torpe le secaba las lágrimas, comenzó estirarlo de los brazos.

-Vamos Damian, levántate, vamos a tomar un café en la cocina.

-No quiero, René, todavía no. Quiero dormir y despertarme cuando ya no duela.

-Va a seguir doliendo por un tiempo, es necesario que lo aceptes. Vamos bebé -se acercó de nuevo, le tomó del rostro con ambas manos y lo obligó a mirarlo -Un paso a la vez, no te voy a pedir mucho, tampoco me voy a ir de tu lado, voy a estar contigo el tiempo que necesites. Pero te voy a pedir un pasito chiquitito: una ducha y un café en la cocina. Si?

Damian asintió. 

René no quería quedarse en ese cuarto, tuvo que pasar la noche en el sofá del living.

Intentó dormir junto a su amigo pero el frío le había congelado las extremidades hasta el punto de ponerse azules las uñas de las manos. No entendía como Damian podía dormir en esa habitación y no morir hipotérmico. Dos veces se despertó destapado. No creía en situaciones paranormales, pero estaba casi seguro que la última vez que se despertó, la manta se había corrido sola.

El primer día fue una ducha y un café en la cocina.

(René había hablado a la empresa y Damian podía tomarse una semana de licencia).

La segunda, tercera y cuarta noche tuvo idéntico ritual: huida hacia el sofá con el frío atenazando las extremidades.

Las mañanas eran llanto, consuelo, ducha, café en un bar.

En el quinto día hubo una pequeña mejoría, el llanto ya no era constante y había un poco más de resignación en el rostro de Damian.

René, en su afán por levantar el ánimo a su amigo, no se había percatado de pequeños detalles escabrosos e inexplicables. Detalles que si no hubiese estado atento a su pecoso, seguramente no habrían pasado desapercibidos, como por ejemplo: la puerta de la pieza que se abrió lentamente cuando los dos conversaban sentados sobre la cama o la pantalla de la computadora que había reflejado una sombra cruzar hacia la habitación.

Mientras aun permanecían en el bar, Damian lo convenció de que regresara a su propia casa. René aceptó pero bajo la condición de que regresaría esa noche con 20 acolchados y dormirían juntos.

El pecoso le regalo una sonrisa pequeña, aun no comprendía el frío del que le hablaba su amigo.

Regresar al departamento y estar a solas, fue durísimo, pero tenía que hacerle frente a su luto.

Se fue directo al cuarto y se sentó en la cama.

-Voy a poder tocarte nuevamente? nos volveremos a ver? -gimió y cuando se cubrió el rostro con ambas manos para llorar, la cortina de la habitación se elevó ante la fuerza de una ventisca inexistente.

-En la próxima vida, amor, nos vamos a encontrar, ¿verdad? ¿me buscarás? -gritó ahogado y la luz de la habitación parpadeo. -Me prometiste que nos encontraríamos siempre. Dios, Matías, ¿por qué te fuiste? ¿que voy a hacer sin ti? -jadeó y se tiró en la cama sin notar que la puerta se abría y cerraba, que el colchón se hundía junto a él tomando la forma de un cuerpo y que su cabello se desacomodaba en el costado derecho, como si una mano lo estuviese acariciando.

Los pequeños sonidos extraños que se multiplicaban en la casa eran opacados por el llanto de Damian. El pecosito no escuchó los crujidos de la manera del piso, ni los pasos que se acercaban al cuarto, el rechinar de los goznes de la puerta o el pequeño suspiro dado cerca de él.

Había una presencia en el hogar que también sufría la separación. La pasión de Matías era tal que se veía imposibilitado de alejarse.

El mayor había pasado de ser un amante a un ente enclaustrado en el limite de la no-vida.

Al mediodía tocaron el timbre, Damian se levantó de mala gana y fue a ver quien era, pensando que podría ser René que regresaba con los 20 acolchados.

Cuando abrió la puerta se encontró con un rostro serio y por un segundo no lo reconoció, era una cara que solía cruzar en el pasillo o en el ascensor y que siempre tenía una sonrisa lista para iluminar el ambiente con un saludo silencioso.

-Vecino, perdón, recién me enteré de lo que ocurrió -dijo el muchacho bonito de cabello negro y ojos azules en un susurro, acercándose -quería saber si necesitabas algo, estoy para lo que pueda ayudar.

-Gracias -murmuró Damian intentando una sonrisa, pero el temblor del labio inferior le imposibilitó realizarla. Retrocedió dos pasos y se tapó el rostro.

-Vecino! -gimió el otro y se acercó hasta ponerle una mano en el hombro.

-Dios!! Perdón!!! Es todo muy, muy doloroso. -lloró -Gracias por acercarte. Sé que eres mi vecino pero no sé como te llamas. Yo soy Damian. Por favor entra, estaba por prepararme un café, ¿quieres tomar uno conmigo? Eso si, no tengo nada para invitarte. -aclaró mientras se limpiaba las lágrimas con la manga de la camisa.

-Debes estar con hambre, haz algo, prepara ese café y yo traeré unas masas que compré hace unas horas. Ya regreso. -y dicho esto desapareció hacia el departamento de al lado. 

El pecoso se fue hasta la cocina y puso la cafetera. Mientras lavaba dos tazas, cerró las puertas de una alacena sin darse cuenta de que él no las había abierto.

-Damian, permiso! -gritó el vecino.

-Pasa! Sientate en el comedor, ya llevo el café.

-No, permíteme que te ayude -le dijo desde su espalda, tomando las tazas que el pecoso acababa de llenar con la infusión -tu lleva el azúcar.

-Gracias vecino.

El muchacho se detuvo frente a él, depositó nuevamente una taza en el mesón y con una sonrisa triste le extendió la mano.

-Mi nombre es Alex.

-Gracias por acercarte, Alex -respondió Damian y la luz del dormitorio se prendió y apagó sin que ninguno de los dos lo notara.


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