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La luz de tus ojos y lo oscuro de tu corazón por Marbius

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2.- Antagonismo.

 

Aquellas fueron unas fiestas navideñas sin nada de alegría.

James cocinó para los presentes la cena de esa noche, en parte por Navidad pero también para cumplir con el requisito de celebrar un nuevo piso para él, Lily y Harry (el cuarto ya en ese 1980), pero fueron pocos los que asistieron, y más pocos aun los que alzaron sus copas para brindar por un muy bien necesitado cambio.

Lily rompió a llorar durante el postre, y ya que Sirius se quedó a consolar a James, fue el turno de Remus para acudir al lado de su amiga.

—Ya no puedo más —dijo Lily apenas entró Remus a su recámara, donde la cama de ella y James estaba puesta en un rincón para darle espacio a la cuna de Harry.

Desde la aparición de la profecía que traía consigo dos posibilidades igualmente aterradoras, ni Lily ni James podían (o toleraban) tener a Harry fuera de su vista, y la consecuencia de ello también se manifestaba en constantes mudanzas y vivir con el alma al vilo porque al despertar cada mañana no sabían si sería su último día con vida.

El que sus amigos y conocidos estuvieran también luchando y perdiendo innumerables batallas tampoco contribuía a levantar los ánimos, y que ya más de la mitad de los asientos en su círculo cercano estuvieran vacíos porque ese año habían tenido más bajas de las que querían admitir sólo agregaba al perpetuo estado depresivo en el que todos estaban inmersos.

—Esto no es vida, Moony —continuó Lily con los ojos anegados en llanto—. Dumbledore insiste que es lo mejor para nosotros, para Harry, pero siento que me sofoco dentro de estas cuartas paredes. Nuestros mejores amigos mueren casi a diario luchando por nosotros, en lugar de nosotros, y la culpa... Oh, la culpa es lo peor, saber que no podemos hacer nada.

—Mientras haya vida hay esperanza, Lily —dijo Remus, sentándose a su lado en la cama y tomándole las manos entre las suyas—. Todos los que luchamos lo hacemos con conocimiento de causa, y si nuestras mejores posibilidades incluyen protegerlos a ustedes, a ti a James y sobre todo a Harry, que así sea.

—Pero-...

—¿Es por Edgar Bones?

—Es por su familia completa —confesó Lily, que había recibido las noticias de su muerte y del resto de los Bones con calmada resignación, y sólo había podido procesar su duelo hasta después—. Nunca fuimos cercanos durante nuestro tiempo en Hogwarts porque él iba unos cursos por delante de nosotros, pero... Después de que Harry nació, después de la profecía... Él... Edgar insistió en que daría lo mejor de sí por un mundo mágico donde nuestros hijos pudieran crecer sin temor. El que muriera... Ha sido todo tan terrible.

Remus asintió, pues la noticia de la muerte de Edgar había llegado junto con la de su esposa y dos niños pequeños, además de sus padres. Toda una rama familiar extinta porque Edgar había tenido el valor de luchar por sus ideales y convicciones.

—Tengo miedo, Moony, mucho miedo... —Dijo Lily con el mentón temblando incontrolablemente—. Y me avergüenzo tanto porque da la impresión de que soy la única que se siente así... Que soy la única cobarde que no puede mirar a la cara a la realidad.

—Oh, Lily, por supuesto que no —replicó Remus apretando sus manos—. Todos estamos aterrorizados por igual, y no tienes nada de qué sentirte avergonzada. ¿Y qué si a veces esta guerra te hace sentir como si no pudieras soportar un minuto más de esto? Pasará.

Lily rompió a llorar y se abrazó a Remus. —¿Lo juras? ¿Juras que esto pasará?

—Lo juro, Lily —dijo Remus, que abrazándola con fiereza, lo hizo por ella, y también por Harry.

Esa guerra terminaría, y quedaba en sí que serían el bando ganador.

 

Remus pasó las primeras tres lunas llenas de 1981 visitando campamentos de hombres lobos diseminados al norte de Gran Bretaña, casi siempre viviendo sin contacto mágico o humano, bajo sus propias reglas y sin intenciones de tomar partido durante esa guerra.

A su retorno, aunque Remus volvía con la vaga sensación de fracaso, Dumbledore se mostraba más y más satisfecho de sus avances, revelándole a Remus que a veces la falta de un enemigo podía considerarse una ganancia durante los momentos más cruentos de la lucha, pero éste ya no lo creía así. Con las muertes que a diario aparecían reportada en El Profeta y el que los Potter hubieran tenido que mudarse una vez más apenas la semana pasada, Remus ya no contaba victorias, sino días de mayor o menor sufrimiento.

Todos parecían estar llegando el límite de sus fuerzas, y la evidencia de sus suposiciones podía contabilizarse en los rostros demacrados de sus pocos amigos sobrevivientes, la ausencia de sonrisas, el sempiterno miedo en la base del estómago, donde las noticias eran sólo malas noticias esperando a ocurrir, y los presentimientos y malo presagios razones de pánico...

Remus tuvo uno de esos cuando al regresar a su piso (vacío, Sirius estaba en una misión y con toda seguridad volvería con un retraso de varios días) descubrió la cerradura de su puerta forzada. No por magia, sino un certero golpe en el cristal de la entrada y la perilla sin llave.

«Justo lo que hacía falta», pensó Remus con acritud, pensando en el ladrón muggle que había forzado su entrada sólo para descubrir que adentro no había ninguna clase de electrodoméstico muggle porque ni él ni Sirius los necesitaban teniendo las varitas a su disposición. Lo único que podía considerarse de valor eran algunas viejas reliquias que Sirius había heredado de su tío Alphard, pero que a cualquier muggle con prisa por llevarse algo que pudiera revender con prisa, sólo eran cachivaches sin importancia y basura.

Con todo, Remus creyó prudente tener la mano dentro de su túnica y sujetar su varita por si acaso... Igual era un vulgar ladrón, pero también podía ser un yonqui agresivo o... Un idiota homofóbico que considerara su afrenta personal el que él y Sirius vivieran juntos y por lo tanto su deber el tomar cartas en el asunto.

Así que Remus abrió la puerta de su piso e hizo uso de sus sentidos lobunos para identificar si adentro había alguien.

Y alguien precisamente estaba ahí.

Remus inhaló hondo, buscando en la fragancia cualquier señal de peligro.

Sangre. Y miedo. También…

Adentro, el piso seguía tal como lo había dejado una semana atrás antes de marcharse salvo por pequeños detalles como un par de platos diferentes en el fregadero y una copia más nueva del periódico sobre la mesa de la cocina, pero no fue eso lo que atrapó la atención de Remus, sino el bulto en el sofá que permanecía quieto y sólo se movía al compás de una irregular respiración.

Remus extrajo su varita del bolsillo, y con la punta en alto y un hechizo en labios, avanzó con cuidado para buscar una mejor posición de ataque. Sus primeros tres pasos fueron precisos, pero el cuarto fue su perdición al pisar un fragmento del cristal de la entrada y hacerlo crujir.

Al instante, ese alguien que dormía en su sillón se despertó, y tanto él como Remus aguardaron expectantes a que el otro hiciera un primer movimiento.

Él, porque Remus reconoció su aroma al instante incluso si durante todos los años que tenía de conocer su existencia sólo habían intercambiado insultos y el ocasional comentario repleto de frialdad. Habían sido rivales naturales durante sus años de Hogwarts, y ahora con la guerra era de suponer que al haber elegido bandos contrarios debían de ser acérrimos enemigos a punto de ir por la yugular del otro, pero largos segundos cargados de tensión transcurrieron, y ninguno de los dos movió un músculo.

En plena forma para atacar y repeler cualquier ataque, fue Remus quien descubrió tener consigo la ventaja, pues él permanecía acostado, y su varita no estaba a la vista.

—Espero una respuesta honesta —dijo Remus en un siseo, la punta de su varita chisporroteando para demostrar que no estaba jugando—, y más vale que lo entiendas si aprecias aunque sea un poco tu vida...

Que literalmente, al entrar en la guarida de los leones, no podía ser el caso, pero más valía ser claro.

—¿Qué diantres haces aquí, Regulus? —Preguntó Remus, y sólo entonces el hermano de Sirius abrió la boca y reveló la razón de su presencia ahí.

—Ayuda... —Una pausa—. Necesito hablar con Dumbledore...

Y después... La ruina de Remus, y con él, de Sirius.

 

Remus había inmovilizado a Regulus y con cautela se había acercado a él para cerciorarse del paradero de su varita, pero éste se le había adelantado al dejarla sobre la mesa de la cocina, a una buena distancia entre ambos y lejos de su alcance.

Al inspeccionarle las ropas, Remus no descubrió una segunda varita, pero sí el horripilante tatuaje de su antebrazo y no pudo evitar mirarlo con asco.

—Necesito hablar con Dumbledore —repitió Regulus su petición de antes cuando Remus corroboró que al menos de momento se podía fiar de un ataque frontal—. Es un asunto de vida o muerte.

—Todo lo es en estos días de guerra —replicó Remus con los dientes apretados, devanándose los sesos en búsqueda de una razón plausible para estar teniendo justo esa conversación con Regulus.

—No lo entiendes, Lupin —insistió Regulus con un brillo afiebrado en sus ojos grises de la misma tonalidad que Sirius, según corroboró Remus al tenerlo tan de cerca—. De esto depende... todo.

—¿Y realmente te importa eso, Regulus? —Rebatió Remus, que no podía corresponderle la cortesía de llamarlo por su nombre porque para él era Regulus. Reg, también Reggie por las memorias que Sirius le había compartido de su infancia...

Regulus resopló. —Mira, no tengo a nadie más a quien acudir y mi tiempo se agota: O me ayudas, o todo se va a la mierda.

El uso de aquella profanidad muggle alertó a Remus, que con todo se contuvo y apenas reaccionó.

—Supongamos, sólo supongamos... Llamo a Dumbledore, y le muestro tu tatuaje. Al instante estarán aquí los aurores para llevarte a Azkaban, o si tienes la suerte de que sea Moody a quien le asignen tu caso, que decida matarte a la menor provocación. ¿Era ese tu plan al irrumpir en mi piso?

En lugar de responder, Regulus inclinó el mentón y señaló su bolsillo izquierdo. —No me importa, siempre y cuando te encargues de que Dumbledore tenga eso en su poder.

Sin quitarle de encima los ojos del rostro, Remus repasó una segunda vez los bolsillos de Regulus y examinó a detalle el guardapelo que encontró ahí. En su primer examen, lo había pasado por alto, pero en cambio ahora... El peso en su mano le resultó inquietante, y la sensación de desagrado sólo aumentó cuando Remus casi pudo jurar que esa cosa tenía un tenue palpitar.

La repulsión que le provocaba el guardapelo en sus dedos asemejaba a una quemadura.

—¡Merlín, pero qué-...!

—Necesito hablar con Dumbledore —repitió Regulus por tercera vez, su boca contorsionada en un rictus de absoluta angustia—. No sé a quién más acudir, pero es mi última opción, y yo la suya...

Y para Remus, quien conocía bien ese sentimiento porque Dumbledore representaba la luz en los tiempos de oscuridad, accedió a concertar con él una cita.

 

En una sucesión de acontecimientos que a posteriori le resultarían irrisorios por la gravedad del momento y lo aturdido que se encontraba, Remus envió a Dumbledore un patronus pidiendo hablar con él en la brevedad posible y utilizando para ese fin la clave que habían establecido de antemano para remarcar la urgencia, y unos minutos después recibió a su fénix Fawkes en su salita, que depositó una corta nota sobre su regazo y leyó con avidez:

 

“Llegaré a la hora del té.

Dumbledore.”

 

Remus consultó la hora en su reloj de bolsillo y con malestar comprobó que tenía por delante cuarenta minutos para las cinco de la tarde.

También hambre y sed, que luego de estar fuera de su piso por tantos días, no hacía ni quince minutos que fantaseaba con un tentempié, una ducha, y dormir por las siguientes doce horas, pero Regulus había arruinado sus planes y había impuesto los suyos como prioritarios, si es que eran verdad.

Presionándose el tabique nasal entre dos dedos, Remus hizo un movimiento con su varita y liberó a Regulus, que no se atrevió a moverse salvo para enarcar una ceja.

—No confío en ti —dijo Remus con firmeza—, atrévete a hacer cualquier movimiento inadecuado y juro que te aturdiré hasta que llegue Dumbledore.

Regulus no respondió nada, pero siguió a Remus hasta la cocina y no hizo ningún intento por recuperar su varita cuando éste la recogió de la mesa y se la guardó en el bolsillo.

—¿Té? —Preguntó Remus, para quien la cortesía inglesa estaba tan arraigada que bien podían ser enemigos jurados, pero siempre con una bebida caliente y los meñiques levantados.

Regulus aceptó su ofrecimiento y pronto estuvieron de cara a cara con sus tazas y el terrorífico guardapelo puesto entre los dos.

Mientras esperaban a Dumbledore, Remus no cesó de preguntarse cómo se vería esa escena desde fuera. Un Mortífago y un miembro de la Orden, un Slytherin y un Gryffindor, pero también... El hermano de Sirius, el novio de Sirius. El mismo Sirius que estaba ausente y que podría llegar en cualquier momento y llevarse la más grande sorpresa de su vida. La idea hizo sonreír a Remus por el borde de su taza de té, y aunque Regulus lo vio, se abstuvo de comentar.

No fue el mismo caso cuando un chasquido anunció la llegada de Dumbledore, pues apenas encontrarse con su antiguo director de Hogwarts, Regulus perdió gran parte de su arrogancia y apareció más joven a los ojos de Remus, casi idéntico a sus años de alumno, casi a punto de romper en llanto...

—Director —murmuró Regulus.

—Tengo entendido que deseas hablar conmigo, Regulus —respondió éste con más calma de la que Remus consideraba apropiada para el caso.

—Yo... Necesito hablar con usted —remarcó Regulus la imperiosidad de su petición.

Remus hizo ademán de retirarse para concederles privacidad, pero Dumbledore lo detuvo con un movimiento de su cabeza y también Regulus pareció aliviado de contar con él para lo que sería su sesión de confesionario.

Dumbledore hizo aparecer una silla y se sentó entre ellos, clavando su vista en el guardapelo sobre la mesa.

—Una pieza interesante —dijo de manera conversacional—. Incluso podría pasar por-...

—Una reliquia de Salazar Slytherin —interrumpió Regulus—, porque lo es... Lo era... Ahora es más que sólo eso.

—Continúa —le instó Dumbledore, que entrelazó las manos sobre su regazo y escuchó con atención el relato con el que Regulus le deleitó.

Mudo de sorpresa por la manera en que las palabras de Regulus se encadenaban una tras otra, Remus escuchó a éste hablar de su papel activo como Mortífago, de su iniciación, de los atentados en los que había estado presente y las víctimas que se había cobrado... También de las dudas, del miedo, del arrepentimiento... Regulus habló con frialdad, sin compasión por sí mismo, en cambio con abundantes dosis de auto-desprecio y vergüenza, pero en ningún momento bajó el mentón.

Su historia cobró un giro al hablar del encargo al que su amo lo había sometido; la petición de un elfo doméstico, de Kreacher, a quien Remus conocía de nombre por las historias que Sirius le había contado de la criatura que pertenecía a los Black, y que había escapado de la muerte una vez, pero no dos...

—Kreacher se sacrificó por mí —dijo Regulus con los ojos acuosos y un leve dejo de pánico en la voz—. Me sacó de la cueva donde el guardapelo estaba escondido y... Ocupó mi lugar en el lago.

—¿Y el objeto que Tom Riddle escondió en esa cueva es precisamente este guardapelo? —Confirmó Dumbledore rozando la cadena.

Regulus asintió. —Sí. Es un inicio no estaba seguro de qué podía tratarse, sólo tenía sospechas, pero ahora...

—Está vivo —dijo Remus sin pensarlo, humedeciéndose después los labios resecos—. Cuando lo toque... Ese guardapelo tiene vida.

—En efecto, Remus —confirmó Dumbledore su acusación—. Pues si se trata de lo que creo que es, es magia oscura muy poderosa, pero también nuestra mejor oportunidad para ganar esta guerra.

—Intenté destruirlo por mi cuenta, pero es imposible para mí —masculló Regulus—. Y ahora él lo sabe... El Señor Tenebroso va detrás de mis pasos, y no es seguro para mí tener eso más en mi poder. Mi única esperanza es dejarlo en las manos adecuadas, y... enfrentar a mi destino —finalizó Regulus, que pareció dispuesto a marcharse dejando atrás su varita, pero Dumbledore desbarató sus planes.

—En ese caso, Regulus, ¿estás dispuesto a unirte a nuestra causa?

—Pero-...

—Reconocer y aprender de tus errores es todo lo que necesitas para tener nuestra protección, pero tienes que tomar la decisión de a cuál bando perteneces y llegar hasta el final con todas sus consecuencias.

Remus no pasó por alto el plural de la frase de Dumbledore, pero ni por asomo se imaginó que después de la larga pausa en la que Regulus aceptó cambiar sus lealtades y entregarse de lleno a su causa sería él quien más envuelto se vería.

—Sí —accedió Regulus a entregar su confianza en Dumbledore—. Estoy de su parte para ponerle fin a esto.

—En ese caso —dijo Dumbledore—. Remus… Hay algo que debo pedirte…

Y las desgracias se cernieron sobre él. Y después sobre Sirius.

Sobre ambos, como velos mortuorios.

 

Porque la vida de Regulus corría peligro mortal, Dumbledore dispuso para éste un acomodo en el que podía esconderse y además cooperar a la Orden cumpliendo encargos de investigación como había hecho Remus durante el primer año que perteneció a la organización.

El propio Remus respiró aliviado cuando Dumbledore le confirmó que ahora Regulus estaba de su lado y era sincero con sus intenciones, pero se atragantó con su saliva cuando el Director le entregó un trozo de pergamino con una dirección de Londres y le indicó memorizarla.

—Me sabe mal pedirte esto, Remus —dijo Dumbledore con contrición—, pero es mejor mantener este asunto lo más privado posible, y ya que tú estás al tanto de Regulus y de su nueva naturaleza, es mi deseo que te encargues de él y veles por su bienestar.

Remus observó a Dumbledore y luego de vuelta al papel. —No, Director, yo no... Reg... Regulus... ¿No podría alguien más cuidar de él? Alguien de su entera confianza.

—Tú ya eres de mi entera confianza —dijo Dumbledore posando una mano sobre su hombre y prodigándole un firme apretón—. Cualquier otro tendría serias dudas de las intenciones de Regulus, pero tú estuviste ahí, tú sabes la verdad, y por lo tanto sólo tú puedes encargarte de este trabajo.

Con un nudo en la garganta porque aquello le sabía más a traición que todo lo que había hecho por la Orden hasta ese momento, Remus accedió a la petición de su viejo mentor.

 

/*/*/*/* Próximo capítulo: Con comentarios (27-may)/Sin comentarios (10-Jun).

Notas finales:

Digamos que este fic se mueve sobre la línea de 'qué tal si Regulus hubiera acudido a Dumbledore pidiendo ayuda y cómo afectaría eso a Sirius y a Remus', que como imaginarán, bien cargado de angst~


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