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Ni la muerte nos separará por koru-chan

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Ni la muerte nos separará


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T r e s


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A la semana me vi entregándole aquel viejo Cd de carátula amarilla en sus manos. Miró la portada y abrió la caja como si tocase un diamante único y puro.


Never Mind the Bollocks…―murmuró con una sonrisa de medio lado.


―¿Tienes donde escucharlo?―cuestioné mientras sacaba un Discman de mi mochila. Éste abrió enorme sus ojos; los cuales no pude dejar de a preciar. El azul que poseía su iris era hipnotizante, de otro planeta e incluso de otra galaxia. Además, tenía la particularidad de cambiar de tonalidad dependiendo de la luz natural o artificial. Tétrico y llamativo a la vez.


―Tengo un pequeño radio en casa, pero no me quiero perder la oportunidad de probar uno de esos―apuntó al aparato que me había costado trabajo juntar peso por peso para poder comprarlo. Era mi tesoro y era cuidadoso con el; como con los Cds originales que adquiría.


Me quité la mochila y me senté sobre el cerámico del piso contra la baranda del tercer nivel. A la derecha estaba mí salón desocupado. El pasillo estaba solitario.


Prendí el aparato mientras alzaba mi vista hacia el chiquillo. Con este gesto, el de segundo grado se sentó junto a mi colocando su viejo bolso entre sus piernas mientras observaba atento como introducía el disco dentro del circular aparato plástico. Se lo tendí y le pasé un audífono mientras me colocaba el de la oreja izquierda y él disponía el suyo en la oreja derecha.


―Este es uno de sus mejores discos―murmuré viendo como éste tenía los ojos cerrados y su cabeza apoyada contra el enrejado de la baranda como si estuviese en un trance.


―¿Para ti?―negué cerrando también mis ojos.


―Eso dicen. No sé cual será mi Cd favorito de ellos. No puedo elegir uno, todos tienen algo que me gusta.


―Típico de un fan acérrimo―despegó su cabeza de la barandilla y me miró serio. No pude evitar carcajearme.


Era curioso como la franqueza del chico me había atraído; ambos, poco a poco, terminamos congeniando a pesar de ser completamente diferentes. Yo me consideraba ruidoso y deslenguado, extrovertido, algo torpe e impulsivo. El de segundo, en cambio, era muy silencioso, observador y meticuloso. Su personalidad lo destacaba su seriedad innata. Pero incluso con ello a cuestas, él era divertido. Tenía labia y mucho material de conversación. El muchacho era callado, pero podíamos estar horas platicando sobre música, horas debatiendo sobre el significado de las letras de las canciones que oíamos o sobre los vídeos musicales que acompañaban a las canciones. A veces sólo filosofábamos como si estuviésemos bajo los efectos de una droga dura cuando, únicamente, teníamos el pésimo almuerzo del precario establecimiento en el cual estudiábamos.


Bastó sólo una semana para sentir como si conocía a Takanori hace años.


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C u a t r o


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Me asomé bajo la escalera secundaria del primer piso. Ahí había un hueco pequeño. Estaba algo polvoriento y la muralla garabateada. Era chico, no se podía estar de pie y sólo se podía ingresar de rodillas. A pesar de la estrechez, podíamos estar sentados perfectamente bien. Era como estar en otra dimensión porque el bullicio del exterior no se oía. Era acogedor y cómodo; era como estar en un sótano a dos metros bajo tierra―aunque sólo estuviésemos en el primer nivel; metidos en un hoyo y afuera estuviese la sala de maestros, director e inspectoría general―. Era cierto, estábamos en el colegio, pero ahí era como no estar; un lugar sin leyes ni jerarquías. ¡No podía creer que nunca me hubiera percatado del potencial que aquel sitio tenía!


Entonces, aquel perfecto lugar se volvió nuestro escondite secreto.


Nos íbamos ahí después de la hora de almuerzo y escuchábamos música en mi reproductor de Cds por un largo periodo; sin preocupaciones del paso de los minutos, sólo disfrutando aquel momento de perfecta soledad compartida. Habían veces en las cuales sólo hablábamos; debatíamos sobre nuestros gustos musicales y las diversas bandas que disfrutábamos. Takanori sabía de varias que yo no conocía. Pero en su mayoría, nos gustaba las mismas agrupaciones. En otras ocasiones, simplemente, nos gustaba analizar las letras terminando por darnos cuenta que la melodía no tenía nada que ver con estas. Habían otras instancias donde nos sometíamos a un mutismo que no queríamos romper porque era óptimo y así nos gustaba. A veces nos perdíamos realmente de la realidad y el silencio casi sepulcral nos alertaba...


Como aquel mismo día donde el timbre ya había sonado hace bastante tiempo. Nos percatamos cuando salimos del interior del escondite y no vimos ninguna alma transitando. Miré el gran reloj del hall el cual me confirmó lo obvio.


―¡Mierda, son las tres cuarenta!―me alerté precipitándome hacia la angosta escalera en la cual habíamos estado debajo.


―¿Qué importa?―murmuró con desgana mi nuevo amigo siguiendo mi paso, pero con notable lentitud. Me afirmé de la barandilla blanca desgastada viendo como sus ojos azulados me observaban desde abajo―. Deberíamos haber esperado el cambio de hora a las cuatro―y estaba en lo cierto. Sólo quedaban veinte minutos para ello. Veinte minutos perdidos a estas alturas. Bufé e hice una mueca de medio lado.


―Tienes razón―verbalicé esperando que su paso cansino llegase a mi altura―. Para la próxima, nos quedamos hasta el cambio de hora―le sonreí y este asintió. Cuando llegamos a su nivel, me despedí agitando mi palma mientras él se quedaba mirando mi ascender. Cuando llegué al descanso y pisé el siguiente escalón me asomé afirmándome del pasamanos agitando mi diestra de nuevo viendo como el contrario, esta vez, también meneó la suya. Le sonreí y terminé de subir. Tras atravesar el pasillo―para llegar a mi salón que quedaba al final de este junto a la escalera principal―, ingresé al aula siendo recibido por el cuchicheo y la mala cara de mi tutora. Claro, inevitablemente me tuve que comer un regaño por parte de la maestra obesa de matemáticas.


―Idiota… ―susurró Takashima mirándome de soslayo mientras tamborileaba su cuaderno de cálculo con molestia. Entre cerré mis ojos observándolo con detención al mismo tiempo que tomaba asiento aún con la voz lacerante de la mujer contra mis tímpanos la cual no dejó de sermonearme hasta que el timbre sonó y, en automático, tomó sus cosas y se marchó. Suspiré. Entendía que aquel día se me había pasado en demasía el tiempo. No entré quince minutos tarde a la clase, sino cuarenta. Le fruncí el ceño a mi compañero de puesto.


―¿Qué te pasa?―cuestioné su actitud fastidiada y su despectivo insulto lanzado sin razón aparente.


―¿Esto se va a volver costumbre?―me reprochó mientras lo miraba sin entender―. ¿Vas a perderte todos los días? Ya ni nos tomas en cuenta―murmuró dolido mientras percibía como dos pares de ojos nos volteaban a ver curiosos. Rodé mis cuencas. Sentía que Uruha estaba exagerando. No era mi culpa que se quisiera quedar solo como viejo a margado. Además, yo lo invitaba. Siempre le preguntaba si quería juntarse con nosotros, pero su respuesta siempre era la misma.


―¿A qué viene todo este drama, Uruha?―hablé en voz baja tras ver como el maestro de historia ingresaba―. Siempre te invito para que vengas con Ruki y conmigo, pero tú no quieres, ¿qué puedo hacer?―gruñí y él alzó una de sus cejas.


―¿Ruki? ¿Ahora el “chico raro” también tiene seudónimo?―soltó una carcajada seca―. Entonces, ¿también será parte de nuestra banda?―se mofó―. Te lo digo y te lo vuelvo a repetir. ÉL NO ME GUSTA. No me juntaría con él porque su presencia me repele; algo muy malo tiene el sujeto―estaba harto del prejuicio.


―Mira qué coincidencia, a Ruki tampoco le caes bien―la disputa concluyó con un bufido ofuscado de parte de mi mejor amigo. Kai y Aoi, sentados adelante, se terminaron por voltear extrañados por nuestra reciente y áspera discusión. Normalmente Shiroyama y yo éramos los que siempre teníamos enfrentamientos y roces. No nosotros, los inseparables Takashima y Suzuki, eso no pasaba.


Resoplé mirando de vez en cuando al castaño quien garabateaba con demasiada presión ejercida contra su lápiz grafito. Inevitablemente la punta se quebró. Éste alzó la vista y me encontró en medio de mi escrutinio. Aparté la mirada e hice como si prestara atención a la clase cuando no entendía nada de lo que el maestro escribía en la blanca pizarra.


Takashima no era así y por ello, no lo podía entender. Él es el amistoso del grupo; él fue quien se acercó primero a Aoi y él fue, también, quien habló primero con Kai. Entonces, en mi cabeza no cabía ese desprecio contra Ruki. Ni siquiera se había molestado en conocerlo porque lo único que repetía era que no le gustaba Takanori. No le gustaba, no le gustaba y no le gustaba. No había caso.


Intenté varias veces juntarlos, pero al parecer ambos se repelían como perros y gatos. No quería perder a mi mejor amigo y tampoco quería perder a mi nuevo amigo. Así que tenía que dividirme o, en definitiva, perder a uno.


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