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Corre Noah, corre. por Neko_san

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Notas del capitulo:

¡Hola! ¡Espero que se encuentren bien y ansiosos por este capítulo salido recién del horno!

Esta vez toca la historia de otro personaje esencial.

Sin más; ¡A leer!

 

10.

Simón Lawrence.

Si tuviera que resumir mi vida lo más corto posible, lo haría desde cinco puntos-reacciones:

  1. La reacción impotente.

  2. La reacción antipática.

  3. La reacción empática (o como curiosamente me gusta llamar: femenina).

  4. La reacción de Noah.

  5. Y la reacción demencial de mi madre.

    Cada uno con su respectivo autor, y en su respectivo momento.

    Mi vida comienza con el primero: la reacción impotente.

 

    – ¡Ya basta! ¡No le hagas nada!

    – ¡Cállate! ¡No es mi culpa que haya nacido incapacitado!

    Los alaridos histéricos de Magda se combinan con los roncos y gruesos de mi padre; otro sonido sordo se une en segundos: la bofetada que le propina a su mejilla.

    Recuerdo la posición en la que estaba aquella noche en medio de todo ese desastre: tirado sobre cuatro en el suelo, observando la alfombra verde que me recibió, con la nariz goteante de sangre que lentamente empezaba a conducirse a mis labios; estaba impasible, esperando el segundo golpe proveniente de la dura mano de mi papá, que jamás llegó.

    Los estrepitosos pasos de Magda llegan y me levanta como si pesara lo mismo que una pluma –bueno, tenía tres años y medio en ese entonces y ella era ama de llaves, habría desarrollado su propia musculatura de tanto sostener cosas pesadas entre sus brazos: ropa recién lavada, bolsas de compras–. Me compone, y me limpia con los pulgares la sangre que cae:

    –Vete, ve a tu alcoba. No salgas.

    No estoy ni miedoso, ni ansioso. Le hago caso y corro a la primera habitación de la casa que encuentro.  Me quedo en la esquina de la puerta esperando a lo siguiente que pasara.

    – ¡Puta! ¡Ya estoy harto de que me vengan a decir que tiene que dejar de asistir a la escuela porque es especial! ¡Porque sus programas no están hecho para niños especiales!

    – ¡No es la culpa de él! ¡Y no lo vuelvas a tocar!

    – ¡Claro que no es la culpa de él; es la tuya! El único niño de aquí que es rarito. Yo ya no puedo pagar por enviarlo a un mejor colegio.

    – ¡No lo llames así! ¡Yo soy la que se rompe el lomo trabajando doble turno!

    Podía sentir desde esa distancia la impotencia que debía sentir mi padre. Lo veía en sus ojos cuando me miraba, cuando se tiraba del cabello cuando veía otra carta del colegio o las cuentas, cuando escupía mi nombre, cuando me pellizcaba o me jalaba del brazo e, incluso, cuando dormía, porque a juzgar por los quejidos que daba parecía que también le jodía la vida en sueños.

    No podía mantener a un niño como yo, y eso de alguna manera le frustraba. Quizá pensara que lo mejor o lo ideal hubiera sido que naciera normal; pero ahí estaba yo: tambaleando su vida porque no podía hablar. Y eso le salía caro.

    – ¡Descarada! ¡Tú eres la que gasta la mitad del dinero comprando esas pastillas y aparatos que no sirven para nada!

    Se escuchan un par de golpes en las paredes, algo difuso; parece un forcejeo.

    – ¡Vete de aquí! ¡No te necesitamos! ¡No te quiero ver cerca de él!

    Una última bofetada resuena entre las paredes y los fuertes pasos de mi padre pasan por el pasillo, cerca de donde estoy, pero se desvía hacia la entrada y al salir da un golpazo a la puerta.

    Se había hecho tan común esas discusiones: yo hacía algo mal-él se enojaba-Magda le gritaba-él se levantaba y le daba la bofetada-ella corría hacia mi o me gritaba que me encerrara-yo lo hacía-ellos peleaban-después se tranquilizaban dándole la última bofetada- y luego a dormir. Un nuevo día nos esperaba; solo que, ese fue el último que lo vimos.

    No volvió aparecer en nuestras vidas.

    Dentro de un rato –que no podría medir–, viene junto a mí, se arrodilla a mi altura y me abraza. Llorando, pero firme. Sin arrepentirse.

    –Todo va a estar bien, ahora todo va a estar bien. –Repite como un disco rayado.

    Posterior al abandono de mi padre tuvimos que mudarnos a la casa de la abuela Annie. Ella vivía entre los suburbios y lejos de la gran ciudad en donde estábamos. Era una mujer de casi setenta años, su rostro parecía una pasa; pero era muy buena para una edad en la que a la mayoría que la alcanza todo le parece molesto.

    La ayuda financiera de mi papá y del estado dejaron de presenciarse y mi madre empezó a tener problemas económicos; tuvo que trabajar más que el doble turno por ello. Mientras tanto, yo me quedaba con Annie viendo telenovelas románticas de los cuarenta o películas tan viejas como Lo que el viento se llevó. No tenía amigos, ni nada para jugar, así que me quedaba junto a al sofá de mi abuela oyendo como Rhett Butler le decía a Scarlett O’Hara: Francamente, querida, me importa un bledo, una y otra vez.  Y después de hartas sesiones de querida, me importa un bledo, seguían las canciones de Elvis Presley, Frank Sinatra, entre otros, que rugían en el tocadiscos que ella tenía.

Aquí entra la segunda reacción: antipática, de la mano con la tercera: empática.

    Nuevo año, nueva escuela. El inicio de la primaria en el único colegio en el que sus programas se ajustaban a mí y, encima, el único de todo el maldito pueblo; por lo consiguiente venían todos los escuincles aquí.

    –Bien chicos, él es Simón Lawrence –Me señala la maestra recién graduada sosteniéndome con cuidado, como si fuera una reliquia–. él no puede hablar debido a un problema en sus cuerdas vocales; las cuerdas vocales son los que nos permiten poder emitir palabras, comunicarnos... –pasó un largo rato explicando lo que padecía con su voz infantil–... pero es igual que nosotros. Tratemos de ayudarlo cuando lo pida y tratémoslo bien.

    Pero todo ese discurso diplomático no duro mucho.

    Apenas se daba vuelta para escribir en el pizarrón, los otros, mis compañeros, me fastidiaban: me lanzaban bolas de papel, el maldito que se sentaba atrás enrollaba su dedo pulgar con el índice y lo despedía golpeando mi nuca o las orejas y... yo ante eso, no podía pedirles que pararan. Ya saben, no puedo hablar. No me podía quejar y ellos se salían con la suya.

    Una vez me bastó entender eso cuando me volteé y, olvidando mi mudez, abrí la boca para mover mis labios, pero sólo salió aire de allí. Y me sentí un completo imbécil. Ellos se rieron.

    Una mañana, cuando la paciencia parecía deslizarse por un agujero para siempre, tomé mi lápiz con fuerza y, cuando se lo iba a meter en el medio del ojo para que parara, alguien dijo:

    –No lo molestes, Thomas. ¡Maestra, Thomas está molestando a Simón!

    Y eso marcó una antes y un después.

    La maestra le sermoneó como los demonios y todo el mundo se río. Ahí florece la antipatía de Thomas y su grupo de retrasados, mientras que por otro lado mis compañeras –todas niñas–se desarrolla la empatía. Comienza una guerra campal entre ellos en la que yo estoy en el medio –yo sería el trofeo– y la maestra está por otra parte siendo de juez.

    Ellos me molestaban y ellas respondían, me defendían a puño y espadas.

    Allison, la niña que dio el primer grito de guerra, me integró en su grupo enteramente femenino y de rosas. Me la pasaban los recreos con ellas y sus Barbie, en tanto Thomas me miraba con odio por otra parte.

    Las niñas y los niños se diferenciaban de alguna forma. Desde un principio pensaba que todos en el mundo eran una mierda porque sí, por la misma razón que ellos son crueles: porque les dan las ganas y porque sí. El grupo de sexo eran dos mundos separados que, francamente, no me importaba descubrir por qué era así.

    En el medio de todo ese planteo, comencé a pasar mí tiempo en algo mejor: vomitar.

    –Simón, ya llamo a la ambulancia. –Grita Magda corriendo hacia la sala para alcanzar el teléfono mientras yo me ocupo de vomitar todo lo que puedo. Tiempo después, me desmayo.

    Las malditas píldoras. Las malditas píldoras que ella me hizo tragar.

    La habían estafado otra vez con “píldoras milagrosas que harán que su hijo recupere la voz; son cien por ciento efectivas” o; “unas buenas sesiones de masajes en la laringe harán que las cuerdas vocales empiecen a desarrollarse” o; “tome este aparato novedoso usted. Debe colocarlos de dos a tres horas en la parte...”.

    A mí no me gustaban, eran asquerosas. Además, siempre me provocaban dolores de cabeza, mareos o fiebre. Pero Magda era tan insistente...

    Yo era el conejillo de india de todos esos experimentos; sólo que esta vez sí me cogió un efecto secundario.

    –La combinación nociva de toxinas como el Celebrex y el Ocupan pueden ocasionar alteraciones neurológicas negativas... –Escucho desde mi camilla, atado con tantos sueros que no puedo contar, al doctor cabecera explicándole algo a Magda –... no me es fácil decírselo pero, debido a los daños hechos en su sistema nervioso... Simón presentará estados convulsivos producto de las drogas que le ha estado suministrando.

    Ahora soy convulsivo... hija de puta, pensé con seis años. El insulto se lo debo a mi padre.

    Tras semanas en reposo y expresándole todo el odio que le tengo a Magda, regresé a la escuela.

    Las niñas y la profesora se amontonan eufóricas a recibirme. Y los otros me miran desde lo lejos del salón.

    Hoy, durante una escabullida del grupo de las chicas durante el recreo, vi a Thomas en el salón sonriendo y jugando con el hámster de la clase dentro de su jaula de cristal. Al perecer le gusta, y mucho..., el sentimiento de odio es mutuo entre nosotros. Me gustaría ver cómo reacciona cuando encuentre al viejo Fred en la pecera con el joven pez payaso Gary.

    Cuando está por salir me escondo entre la orilla de la puerta y, una vez cerciorado de que haya salido del salón del todo, me acerco a la jaula de Fred. Está comiendo frutos secos tranquilamente. Cuando me nota nos miramos y le sonrío. Meto mi mano en la jaula y lo tomo. Sigue impasible, como yo.

    Bien Fred, esto no es personal, pero pareces gustarle mucho a Thomas y... tú sabes que él me ha hecho daño. Sólo quiero darme un pequeño gusto. Rezaré por tu alma, porque yo sé que cuando los animales mueren no van a la granja como todos los adultos dicen.

    Una vez mantenido esa breve conversación con Fred –para aclarar las cosas–, ladeo mi cabeza en dirección a la pecera y le sonrío a Gary. Otro que va por la vida impasiblemente. Miro a Fred y, en un segundo, estiro la mano con la que lo sostengo arriba del agua y...

    Unos pasos, hay alguien detrás.

    Me viro a ver y lo primero que encaja mi campo de visión es a Thomas, parado pálidamente en la entrada.

    Bien Fred, te has salvado. Pero el desprecio por no poder verlo llorar por la muerte del roedor me acarrea.

    Sale disparado, y sé a dónde se dirige: a la maestra. Tomo control otra vez de la situación y coloco al hámster devuelta a su lugar.

    Al cabo de unas horas nos encontramos en la dirección, con nuestras respectivas madres, la directora a cargo y unos cuantos compañeros, entre ellos  Allison. Él está haciendo todo un espectáculo señalando lo que trataba de hacer, pero no le tomo atención.

    –Él quería matar al hámster. Vi que iba meterlo a la pecera para que se ahogara.

    – ¡No es verdad! Simón había ido al baño. –Grita furiosa Allison contra Thomas.

    – ¿Tú qué sabes, tonta?

    –Yo lo vi. Cuando él sale de nuestro círculo es porque irá al baño. ¡Simón no lo hizo!

    –Él no sería capaz de eso. –Magda.

    –Yo tampoco lo creo. Simón es uno de mis mejores alumnos... yo, definitivamente no creo que él haya querido hacer eso. –Mi maestra.

    – ¡Thomas creó eso porque lo odia!

    Todas están conmigo; no hay duda. Thomas está entre la espada y la pared.

    – ¡Tú no lo viste! ¡No puedes saber que él fue al baño!

    – ¡Sí lo sé!

    – ¡No lo puedes! Él no les avisó porque no puede hablar, el tonto es mudo.

    Un ruido sordo, familiar para mis oídos, se emite.

    La madre de Thomas le acaba de dar una buena bofetada. Le ha dejado boquiabierto.

    –Lo siento, yo tampoco lo creo. Me haré cargo de Thomas. Lo siento.

    No podía creerlo, su madre también estaba a mi favor.

    Luego de eso cada uno volvió a su casa. Pasaron varias semanas en que él se ausentó a clases. Durante esas semanas, fue que comencé a notar un ligero cambio en nuestro estilo de vida: ropa nueva, juguetes, una Magda más feliz –sé que ocultaba algo–. Le habrían dado un aumento en su trabajo, supuse.

    El día en que Thomas volvió pasó normal; o eso creí hasta que en la salida –donde siempre me vuelvo a solas a la casa de Annie– extrañamente les vi a él y a su grupo. Me quedé intacto observándolos mientras los demás niños del colegio se volvían, los otros me miraban como si yo fuera una presa que estaba a punto de atacar. Y vaya que lo hicieron.

    Cuando se echaron a correr hacia mí, supe instantáneamente que querían vengarse y que, si quería seguir viviendo, debía correr lo más rápido posible para llegar a casa.

    – ¡Atrápenlo!

    Ahí estaba yo: corriendo en medio de la calle siendo perseguido por una bandada de estúpidos.

    Una de las piedras que habían empezado a lanzar alcanzó mi oreja y sentí como un rayo de dolor palpitaba en esa área. No me importó. Seguí huyendo hasta que finalmente me adentré a la casa y ellos pararon en seco.

    Pude percibir como un líquido espeso y caliente bajada de mi oreja al cuello. Dejé la mochila a un lado, me fui al baño y me subí al pequeño cajón para alcanzar y verme mejor en el espejo.

Me habían herido.

    –Simón, ¿qué te ha pasado? –Y lo peor, Magda había llegado temprano por alguna razón.

    No le iba a contestar. Sólo fruncí el ceño y me quedé ahí dejando que la sangre siguiera  fluyendo.

    Magda se alarmó y se acercó para sacar de las cajas de cartón el botiquín de primeros auxilios. Unos minutos más tarde me había vendado dando un círculo en mi cabeza para sostener mejor el algodón que absorbía la sangre. En cuclillas a mi altura se detuvo, miró al suelo y yo presagié que algo bueno no venía de eso.

    –Simón, hay... una clínica en la ciudad que me han recomendado para casos como el tuyo...

    Fruncí más el ceño. No le bastó con dejarme convulsivo.

    –No me mires así, sólo quiero lo mejor para ti.

    No me importaba, no me iba a quedar ahí para escucharla.

    Me bajé del cajón y, saliendo de las cuatro paredes de la habitación del baño, di un portazo dejando ahí a Magda en la soledad.

    Eso tampoco importaba, sabía que ella tenía la última palabra sobre mí.

    Un día amaneció y me levantó a primera hora de la nada para decirme que iríamos a la clínica. En ese momento estábamos en el autobús. Íbamos a tardar tres horas de recorrido desde el pueblo a la ciudad.

    Nunca entendí la obsesión irracional que tenía porque yo hablara. Tal vez pensara que así tendría una mejor calidad de vida pero... ¿las personas iban a cambiar también? ¿Iban a dejar de ser mierdas? No lo creo. Una mejor calidad de vida sería si ellos murieran. Ser normal te integrará a la sociedad. Ni por que tuviera la posibilidad de hablar lo haría. No tengo nada que decir como pensarían otros; y si no hubiera otra opción que hacerlo, le citaría a Magda: Francamente, querida, me importa un bledo. Eso es todo.

    Llegados a este punto la cuarta reacción se pone en marcha: La reacción de Noah.

    Llegamos al lugar. Y por primera vez, se veía profesional; no como aquellos lugares con la constante promesa escritos en letreros y situados en lugares pequeños en suburbios. No. Éste estaba en el centro de la ciudad y tenía una apariencia prometedora. Aunque no me hacía ilusiones.

    Entramos al lugar, fuimos recibidos por la secretaria. Nos indicó que tomáramos un pasillo que llevaría al consultorio de ese nuevo doctor, y que esperáramos a nuestro turno. Allá fuimos a dar.

    Nos sentamos en unos cómodos asientos y nos quedamos ahí. Realmente no le prestaba atención a nada, pero cuando Magda comenzó a hablar inmediatamente le pedí –con lenguaje de señas– que me diera unos centavos para comprar algo en la máquina expendedora que estaba al final del pasillo. Todo eso para no escuchar sus sandeces.

    Cuando yo le hablaba, –lo que trataba siempre de impedir– ella era tan susceptible. Como cuando le decían que x pastilla me sentaría bien. Yo le pedía algo y ella me lo daba por el solo hecho de haberla mirado.

    Ahí iba yo entonces corriendo a la máquina expendedora. Tomé una moneda de cincuenta y presioné el primer botón de gaseosa o de lo que fuera. La lata de naranja salió, lo tomé entre mis manos y, cuando me volví, vi a un niño.

    Tenía el pelo castaño hasta las orejas, el color de sus ojos eran extraños: una mezcla de oliva con celeste. Llevaba una campera verde, unos jeans y unos zapatos con stickers de Buscando a Nemo.

    Tenía una sonrisa tétrica y entonces me recordó a los otros. Con esa imagen en mente, tomé con más consciencia la lata de jugo y, esperando a algún movimiento raro para disparar la lata y romperle la cabeza, comenzó a mover las manos.

    Me llamo Noah Payne, ¿tú cómo te llamas?

    La lata se me escapó de las manos y se fue rodando. Me había hablado en señas. Magda sabe hablar también en señas, pero era yo quien más lo utilizaba. ¿Cómo se habrá dado cuenta de que yo...?

    Su mirada me asustaba. No me veía como si fuera un bicho raro, tampoco me miraba con empatía, era... como si estuviera fascinado, feliz.

    Pensé que le agradaba ver que era mudo, y eso me cayó mal. ¿Cómo era posible que alguien reaccionara así?

    ¿Tú cómo te llamas? –Volvió a preguntar.

    ¿Cómo sabes que soy mudo? –Cuestioné esta vez yo.

    Sólo lo supe. Yo soy sordo, no puedo escuchar.

    – ¡Simón, nos llaman! –Magda viene por mi ansiosa. Me alza, pero yo y el niño nos quedamos viendo.

    Adiós, Simón. –Señala y luego me saluda.

   Sin duda había sido el encuentro más extraño que había experimentado en mi corta vida.

   –Hay una cirugía, es nueva. Se ha practicado en lo extenso de Europa y Asia con resultados extraordinarios. Los niños y hasta los mayores en pocos meses pueden hablar sin dificultad. Se trata de un trasplante por cuerdas vocales artificiales... –Dice el doctor sentado delante de numerosos diplomas que recorren toda la pared trasera; pero a mí no me importa.

    Ese niño se veía feliz. Creí que los niños como yo también odiaban al mundo entero. Él sí es un rarito.

    –...antes de proceder a la cirugía necesitamos que se lleven a cabo unos cuantos análisis para verificar que sea apto para...

    Análisis tras análisis, huida tras huida, todo continua sobre ruedas. Magda se ve más radiante que nunca. Y yo sólo me quedo pensando en ese tal Noah.  

    –Simón –El llamado de Magda me tira de las nubes. Abre la puerta de mi habitación lentamente. Algo me pedirá la bruja... –. Hice una cita de juego con un niño.

    Los ojos se me salen como en las caricaturas. Salgo de la cama y a punto de reprocharle por no preguntarme antes, hace pasar al niño de la clínica. Noah.

    Otra vez con su sonrisa tétrica.

    –Sus padres me dijeron que ustedes charlaron brevemente en la clínica; y él te quería conocer. –Le da un empujón a su espalda para que entre más a mi cuarto y se va.

    Tenía unas inmensas ganas de tirarle algo por la cabeza a Magda, pero tenía un invitado delante. Nos quedamos mirando como dos pistoleros del medio oeste a punto de desenfundar sus pistolas para causar una masacre; bueno, era más yo que él. Él lucía dispuesto a ser el perdedor del duelo.

    Me estira la mano provocándome un tonto sobresalto y, de pronto, me doy cuenta de algo que hasta entonces no sabía: le tenía cierta aversión a los chicos, a los hombres. Las mujeres, salvo Magda, me sentaban bien. Los hombres me hacían recordar a mi padre y a los otros, tal vez por eso yo desconfiaba de su buena fe. De su mano queriendo estrechar la mía.

    Robóticamente avanzo, la estrecho y eso es todo.

    ¿Cuántos años tienes? Yo tengo siete.

    Me sorprende la capacidad para entablar una conversación, y lo que es más: el atrevimiento de venir a mi casa.

    ... Siete también.

    Tenemos la misma edad. –Señala con furor.

    ...¿Por qué me miras así?

    Estoy sonriendo.

    Por eso.

    Porque me caes bien.

    Noah empezó a poner mi vida de cabezas. No era como los otros niños, eso era definitivo.

Las citas de juegos continuaron. Él venía a mi casa la mayoría del tiempo porque tenía movilidad, en cambio yo iba de vez en cuando. Él vivía en el centro, yo en un maldito pueblo.

    A pesar de que yo era el mudo, él era el que más hablaba. Siempre tenía algo que contar.

    ¿Qué se siente ser sordo? –Pregunto.

    La idea de no poder escuchar absolutamente nada me parece tentadora. Es como un: no me importa lo que digan, no los escucho. Y eso es exactamente lo que yo quiero.

    ...Se escucha un zumbido todo el tiempo. Me gustaría poder escuchar.

    ¿Por qué alguien querría escuchar a otros?

    ¿Cómo se siente escuchar?

    ...No lo sé. –Me encojo de hombros. –Lo único bueno es la música.

    A mí me gusta leer o ver historietas.

    La súbita presencia de Noah en mi vida se fue acomodando.

    ¿Tienes amigos en la escuela?

    Sí, a muchos.

    Su respuesta me sorprende. Ha de ser por eso que está todo el día con esa boba sonrisa: es feliz. Tiene padres cálidos, un auto y una casa. Eso lo explica todo.

    –Me alegra poder decirles que Simón sí es apto para la operación. –Nos dice el doctor en su consultorio.

    Magda estalla en lágrimas, en tanto yo... no me importa. Sólo espero que no me deje inválido.

    Otro día en la escuela. Ya estoy preparado para ajustar mis zapatillas y esperar a la bandada de retrasados para huir. Pero vaya sorpresa que me encuentro. Noah está esperándome en la salida. Los dos raritos de la ciudad se han vuelto amigos, puedo oír a Thomas decir.

    Corro inmediatamente junto a Noah, le tomo por el brazo y, justo en el momento oportuno, los otros entran en acción a lanzarnos piedras y perseguirnos. Lo arrastro junto conmigo.

    Desafortunadamente casi al llegar los otros nos alcanzan, cuando veo que uno está por lanzar una piedra en dirección a Noah, lo empujo. Los otros vienen hacia mí y me golpean entre todos, turnándose. Noah trata de hacer algo al respecto, empujándolos, pero es en vano.

    Estando en el suelo de uno de los bosques, los otros se aburren de patearnos y se van entre risas.

    Estamos empapados de heridas y de sangre, pero podemos ponernos de pie. Nos sujetamos, sin decir algo al respecto, de los hombros del otro, y nos ayudamos mutuamente a desplazarnos a mi casa.

    Esa misma tarde le conté de los otros, y le amenacé con que no volviera a acercarse a mi colegio ni de chiste. Se enfadó al saber que no le diría a Magda para acabar con esto, pero logré controlarlo diciéndole que, aunque pudiera hacerlo, no lo haría, ya que es la única escuela que se adapta a mí.

    Tu mamá me dijo que te harán una cirugía para que puedas hablar. –Me dice aun limpiándose la sangre de su boca.

    Asiento tratando mis propias heridas.

    Es genial. Podrás hablar. ¿Estás contento?

    Sí. –Respondo sin importancia. Se mira un poco desconcertado. –No pongas esa cara, tú también hazte una cirugía.

    Eso sería fabuloso.

    Sí, por eso no te pongas triste, tonto.

    Llegó el día de la maldita cirugía y por el contrario de lo que había pensado, estaba cubierto de sudor del temor que sentía.

    No vale la pena hablar de eso, ya todos saben qué sucede: me ponen en una camilla, la máscara de anestesia y todo se vuelve negro hasta que te despiertas con una mini taquicardia.

    Me hicieron un gran tajo en el cuello. Y los días posteriores a la operación fueron los más dolorosos que ninguna persona podría experimentar. Me aseguré de demostrarle lo cuanto despreciaba a Magda por someterme a esta mierda; lástima que solo la podía fulminar con los ojos. Noah no apareció en toda la semana por recomendación del doctor; pero lo que sí aparecían eran las constantes jaquecas o migrañas, los mareos, las náuseas, e inclusive el hambre. En ese estado solo podía ingerir cosas liquidas, pero aun así dolía. Tenía la garganta hinchada como la de un sapo y cuando pasaba algún líquido, hasta mi saliva, obstruía todo a su paso. Era como comer algo del tamaño del puño de una mano y tratar que eso pase por ahí.

    Prefería mil veces morir de hambre.

    Noah vino un día en que no lo esperaba a visitarme e, inexplicablemente, me sentí aliviado; salió de mis labios una sonrisa.

    Todo la negatividad que emanaba desde mis poros se disipó. Fue eso lo que me hizo percatarme más de nuestra... amistad; me di cuenta que así es cuando sabes que tienes un amigo. Él lo era, ahora, oficialmente.

    En un tiempo el recuperó su audición y yo la voz. Era un mundo nuevo para nosotros; nos ayudábamos en controlar los rieles de nuestras voces. Él nunca había escuchado la suya, por lo que nunca aprendió a agudizar, en cuanto él me ayudaba a pronunciar palabras.

    No voy a decir que Noah era un rayo de luz en mi vida que había entrado al abrir por la ventana de la mansión –que representa mi mundo–de maldad en la que estoy viviendo; él sólo era un cuarto que me encontré en esa misma mansión: un cuarto acolchonado, aseado, con buen aroma y silencioso. Era un pequeño oasis dentro del mismo infierno, eso es todo.

    Partiendo de esa misma revelación, comencé a tratarlo más como un verdadero amigo.

    Pero a veces me preguntaba...: ¿cómo reaccionaría si la vida comenzara a patearlo? ¿Se quebraría? ¿Enloquecería? Era una pregunta que tentaba a más de uno responder.

    En cuanto a su reacción, que me es tan difícil describir, sólo puedo asemejarlo como aquel cuando te esteras que alguien más cumple años en la misma fecha que tú o resultan tener el mismo signo zodiacal. Me imagino decir a Noah en ese preciso momento en que me descubrió: “¿Hay más niños como yo?” o “¿No soy el único en este planeta? ¡Eso es fantástico! ”.

    La última reacción que se desencadena es: la reacción demencial de Magda.

    La primaria terminó. Empieza una nueva etapa: la secundaria.

    Para mi consuelo había más establecimientos secundarios por lo que cabía la posibilidad de no encontrarme con los otros o con cualquiera con el que haya compartido el salón.

    Para mi fortuna, sólo me encontré con una:

    – ¡Simón! –El grito de guerra: Allison.

    Estaba sentada en unas de las filas sin nadie aun. A penas puse un pie en la clase me reconoció y gritó mi nombre entusiasmada.

    Verla me trae viejos recuerdos. Pero quién sabe. Tal vez se repitan los mismos patrones y la necesite para que sea mi puño y espada. Me es realmente indiferente.

    –Ey –Atino a decir y me mira estupefacta. Parpadeando mil por segundo.

    Se me había olvidado el dato: tengo una cicatriz vertical en mi cuello y, que luego de la cirugía seguí actuando como un reverendo mudo. Ellos no se merecían una palabra mía.

    – ¿Puedes hablar?

    –Sí. –Coloco mis cuadernos sobre la mesa a su lado y con las manos libros señalo la cicatriz.

    –Pero... eso te lo hicieron cuando aún íbamos a la primaria, ¿no es así? ¿Por qué no hablabas entonces?

    Espero que el primer día pase volando...

    Cuando ya todos hicimos nuestra reputación, camaradas y eso, las invitaciones a fiestas siempre estaban al acecho y, como todo adolescente a sus ahora trece años, quería ir a una.

    –Voy a una fiesta. –Aviso a Magda bajando de las escaleras de nuestra nueva casa con nuevo auto incluido.

    –No, no vas a ir. Es muy tarde. –Protesta.

    –Sí, por eso es una fiesta y no un cumpleaños. No voy a llegar cuando amanezca. –Cojo las llaves al lado de la puerta pero ella me los arrebata torciéndome los dedos. – ¿Qué te pasa? Es sólo una fiesta, no queda lejos.

    –Cuando yo digo que no irás es porque no irás. Tú no sabes lo que puede haber allí... drogas, alcohol... o quién sabe qué.

    Río irónico. –No te preocupes, tú ya me has dado suficientes drogas cuando niño.

    La cara se le comprime, se ha ofendido.

    –Hazme un favor y dame las llaves. Me puedes recoger si quieres, te doy la dirección. No voy a beber ni a drogarme.

    – ¡No! ¡No irás! ¡Es peligroso, Simón! ¡Entiéndelo! ¡Te pueden hacer algo!

    – ¿Hacer algo?

    –Sí. No te olvides que eres sensible. Tu herida aún tiene que recuperarse y...

    –El doctor ya ha dicho que se ha recuperado. Hace tres años Magda, hace tres años.

    – ¿Y las convulsiones? Y... ¿y si te sucede algo? –Luce como una paranoica, mirando a todas partes como si algo estuviera conspirando contra ella. –D-Definitivamente no irás. ¡No irás!

    Ese día lo dejé pasar; pero iba a volver. Las cosas no iban a quedarse así.

Una, dos, cinco, siete, doce intentos y las cosas se ponían cada vez más violentas.

    Sus excusas eran ilógicas y yo simplemente quería salir. Se había vuelto una perra histérica, con rabia, le salía espuma por la boca y paranoica. Entre palabras sé lo que quería decir: “Es que eres débil y no quiero que el mundo te haga daño allá afuera” “Aun eres mi niñito”.

    Y el odio comenzó a crecer con más fuerza.

    Inicié escapándome desde la ventana de mi cuarto cada noche que quería salir. Era la forma más fácil. O a veces me excusaba diciéndole que iría a dormir donde Noah, siendo ciertas veces ciertas y otras, no.

    No bebía, no fumaba, ni me drogaba. Ni siquiera bailaba; solamente me quedaba con mi grupo cercano de compañeros de la escuela y eso era todo. Miraba como los demás hacían el ridículo en la casa del anfitrión. Sólo quería salir de esa jaula y Magda ya se imaginaba que saldría en las primeras planas de la noticias con el título de: “Joven no identificado es encontrado sacrificado en vida. Varias fuentes testifican que lo habían visto aspirar medio kilo de crack, inyectarse heroína y bailar con un cerdo alocado”.

    Pero decidí enfrentarme una vez más. Y, esa fue de las batallas más conmemorativas.

    Entre discusiones a ella se le había escapado la mano de su total control y la estrelló en mi mejilla.  

    Me hizo caer. Ella se paralizó y, cuando estuvo a punto de agacharse para ayudarme, lo noté.

    La barriga de Magda estaba más hinchada.

    No era grasa... tenía forma redondeada.

    – ¿Estás embarazada?

    No contestó. Se quedó con la mano en el aire.

    –... ¿De quién? –Sin darme cuenta había empezado a unir piezas de un puzzle.

    No la he visto con ningún hombre. Ella recibió un ascenso: por eso la casa y el auto. E, irónicamente pensé: ella es ama de llaves y se la pasa trabajando. Con el único hombre que estaría en contacto es con su patrón.

    –... ¿Es de tu jefe? –Me restauro y la veo, en su estado paralitico. – ¿Te acostaste con tu jefe? ¿Por eso recibiste el ascenso?

    No... Aun cuando estábamos en la casa de Annie a ella le iba bien en este nuevo trabajo. Nueva ropa, una Magda más feliz...

    – ¿Te revolcaste con él? Por eso te dio el trabajo en un inicio. Te daba un plus extra cada vez que lo hacían, y a ti te gustaba. –sonrío. –. Ahora te dio otro plus extra con doble cero porque te quedaste embarazada.

    Dios... esta mujer está demente. Deschavetada, loca.

    No dice nada. Está arrinconada como si yo fuese un león que está apunto de comerla.

    –Quería... yo quería pagar la operación.

    –Te acostaste con un hombre casado... ¡Te acostaste con un hombre casado! ¡Yo no quería la maldita operación! ¡La odié como a esas patillas que me hacías tragar! –Puedo sentir como la garganta se me desgarra de la furia, del coraje que quiero escupirle. – ¡Ahora vas a tener otro hijo! ¿Vas a poder pagarle la cirugía a él? Espera... ¿es él o ella?

    Entre una batalla de quién se pone más loco, comienza a arrojarme lo primero que tiene al alcance. Cuadros, almohadas de los sofás, cubiertos y vasos...

    No voy a cubrirme, solo corro a mi habitación. Se siguen escuchando como se estropean cosas abajo.  Da alaridos y gritos descomunales.

    Esa misma noche una vieja teoría que tenía en mente pasó a afirmarse: la razón por la que las niñas, la profesora y ella siempre estaban de mi lado, por qué se veían incapaces de verme como el malo, era porque me veían débil. Y la idea de que ella me siguiera viendo de esa forma... la detestaba.

    De ese evento pasaron siete meses y Melanie se integró a nuestra desastrosa familia de ahora tres miembros.

    Era sana, ninguna dificultad que le impidiera tener una vida normal. El hecho de que fuera niña me confortaba. Al menos no me hacía recordar a los otros.

    Pero aun cargando a una niña sana y prematura en sus manos, Magda me seguía observando con el rabillo del ojo. Paulatinamente y a la vez todo el tiempo. Me generaba la sensación de que me seguía prestando más atención a mí, a un chico de catorce y... ahora de dieciocho.

 

Esta canción es buena, seguro le va a gustar.

Tomo mi celular con la osadía de no importarle que el profesor pueda pillarme, detengo la reproducción de la música en cuestión, aparto los auriculares para que no me estorben, tecleo y mando el mansaje a su destinario.

« The Neighbourhood – Daddy Issues »

«Para: Noah Payne.

Notas finales:

¡Hola de nuevo! Espero que les haya gustado la historia. 

Emprender esto desde la perspectiva de Simón me ha gustado mucho. Y además, creo que su plan para no extender mucho su historia se le salió de las manos Jajaja. 

¡Los leo en el capítulo que viene! 


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