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Corre Noah, corre. por Neko_san

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos! ¡Espero que estén muy bien! 

Y como prometí: ¡aquí está el capítulo!

Sin más que agregar; ¡A leer!

16.

El paradero de Tom aparece esa misma tarde, al cabo de llegar a casa todos los canales están cubriendo la noticia: «Nuevo cuerpo hallado en bosque... » «Otro presunto caso de asesinato... » «... identificado como Tom Foster. ». Repito la reacción con la que abarqué la noticia de   Logan, sólo que esta vez omito acudir a Mica.

     Las entrañas se me revuelven, y aquel malestar que me palpaba los primeros días en que envié mis fotos, vuelven a amartillarme la cien y cualquier parte vulnerable de mi cuerpo. En esta ocasión no puedo contar con el hombro de nadie. Paso todo el tiempo posible en mi habitación porque sé que si merodeo por la casa con el rostro que llevo ahora mismo, mis padres no dudarán en la convicción de que algo malo me sucede. Por un momento me dan ganas de enviarle un mensaje a Simón, pero suprimo la idea ante el hecho de que mi móvil está pinchado.

     Las clases del día siguiente son suspendidas como duelo por la defunción de Tom y Logan, pero en parte, también se trata como parte del proceso de investigación que se ha abierto.

Una nueva persona termina por desaparecer, aparentemente de mí mismo colegio: Melinda Green.  

     No he hablado con Mica ni con Simón. Me muestro inconforme con los informes que brindan las noticias. ¿Es lo mismo que me habría avisado Mica? ¿Acaso hay algo más...?

     Las estaciones de Policías se encuentran abarrotadas de personas coléricas que se quejan de la inseguridad y reclaman que encuentren al asesino; por su parte, ellos han respondido con la seguridad de que se trata de un asesino serial (por lo tanto, una persona que mató a los tres chicos) y con un incremento de patrullas, que sigo cada noche que pasan por las húmedas calles de mi casa, rondando por cada recoveco que les es posible escrutar. Ambos casos, los aborda el padre de Mica.

     El celular aun no me entrega ningún mensaje o llamada de esa persona, y empiezo a desesperarme. Hay momentos en el que sólo quiero tirarlo a alguna parte y hacerlo trizas. Aplastarlo. Estrujarlo. Dañarlo de mil y un maneras como si lo que en realidad estuviera destruyendo fuera al maldito detrás de los mensajes... pero no puedo, aún lo necesito.

     Las clases se reanudan, y todos en el autobús estamos con un sabor amargo en nuestras bocas.

     Desvío mi mirada cada que puedo de los frondosos pinos.

     «–... golpes en la cabeza –resuena en mi mente la voz de la reportera– con un instrumento de metal. »

     –... fue cuando lo vi con otro  –capto a alguien charlando–, y comprendí por qué ya no me hablaba.

     –Hay personas que envían otro tipo de mensajes; pero prácticamente el recado es el mismo. Tú no le interesaste, y él te envío esas señales para que te dieras cuenta...

     No puedo reprimir la mirada de disgusto que les dirijo a las dos chicas sentadas a mi derecha. Paran en seco cuando advierten mi rostro, y sellan sus bocas para acompañar el silencio sepulcral que hay en la trayectoria. No tardo en reprimirme por lo que acabo de hacer.   Es sólo que hablaban con tanta animosidad, como si Logan y Tom les importara un...

     El autobús se detiene y todos bajamos. Busco a Mica entre las personas en el pasillo, pero no lo veo. La firma seguridad de que vendrá hasta mí para detallarme acerca de los últimos sucesos se tambalean cuando empiezo a cuestionarme por qué es necesario saberlo. Esto no tiene nada que ver con esa persona, ¿por qué debería estar al tanto entonces? Podría ver solo las noticias. Tal vez lo único de valor que deba ser mencionado es que mi celular está pinchado. No dudo en que Mica deba estar ocupado, por lo que se lo diré en otra ocasión.

     Voy hacia mi casillero y deposito mis cosas. Una vez en la puerta del curso que me espera, se oyen estruendosos ruidos, gritos y veo sombras difusas moviéndose con violencia a través del vidrio esmerilado que trae la puerta.

     – ¡No es mi culpa! ¡No lo vi ebrio, por eso lo dejé ir!

     Para mi sorpresa, la puerta se abre y salen dos de mis compañeros, con expresiones espantadas, hacia alguna dirección a toda prisa. Los alaridos se escuchan con más claridad y me adentro para ver qué ocurre.

     – ¡Tú estabas ebrio! Se tuvo que ir solo, sabía que no podrías acompañarlo sin que hicieras el ridículo. –La voz proviene de una de mis compañeras, que le grita enfurecida a un chico y, a juzgar por su mejilla enrojecida, parece ser que le descargo una buena bofetada.

     – ¡Él se murió por tu culpa!

     –Rosalie, cálmate. –Mi compañero trata de alejar sus manos.

     –Ve a la maldita policía y entrégate.

     – ¡Cállate! –El golpe contra su mejilla retumba en toda el salón.

     Varios reaccionan y lo apartan; en cambio ella, se queda helada con la mirada fija a un lado.

     Dos profesores llegan e interrumpen la riña. Se llevan consigo a ambos de mis compañeros intentando que se sosieguen.

     – ¿Qué ha pasado? –pregunto inconscientemente.

     –Se pusieron a discutir sobre Tom –me contesta la misma chica que me avisó sobre Rory–, entonces empezaron a echarse en cara algunas cosas y... luego ella lo abofeteó.

     –... Gracias. –Apenas puedo expresar y me desplazo hasta tomar asiento en mi pupitre.

     Pasada media hora entramos en examen. Un examen del cual no me preparé.

     Leo una y otra vez las preguntas, pero la total frustración que siento se divide por dos potenciales causas: porque no puedo recordar nada de las clases pasadas y, por el calor que sube desde mi espalda, mi lado derecho e izquierdo, que no me dejan concentrar.

     Mis miradas se sortean entre el papel que representa el examen y los pupitres vacíos que me rodean.

     Al cabo del golpeteo del timbre entrego mi evidente blanco examen y me dirijo hacia los baños. Abro la llave del grifo y arremeto con agua fresca mi rostro.

     Esa persona no ha aparecido hasta ahora. ¿No debería sentirme liberado? ¿No... significa eso que ya desistió? Más allá de pensar en qué le habrá ocurrido, ¿lo importante no es que ya desapareció de mi vida? ¿No debería seguir adelante? Estoy a punto de graduarme, están los exámenes y luego la universidad. Atormentarme con estos acontecimientos no sirve de nada; no tienen nada que ver con esa persona.

     Salgo de los lavados con la conclusión de continuar con mi vida como lo llevaba anteriormente.

     Retorno a mi salón y me acomodo en el asiento.

     Delante de mí está Rita, la chica que me informó sobre Rory y, ahora, del percance entre mis compañeros. Noto que está sola, con el rostro relajado y haciendo garabatos en su cuaderno. No parece molestarle la soledad en la que está inmersa. « ¿Siempre fue así? », me pregunto. « ¿Hubiera logrado esa misma paz si esa persona no se hubiera aparecido y no estuviera rodeado de nadie? », cuestiones así me brotan mientras la admiro. « Tal vez... viví mi vida creyendo que tenía amigos porque es lo que más anhelaba, y, cuando descubrí que sólo me engañaba... no quise aceptar que era cierto, porque le temía a la soledad.»

     Pero aun con la decisión tomada de seguir mi vida como lo era, algo me hace sentir fatal.

     Tenemos Algebra, pero apenas consigo prestar atención.

     Al término de la clase, entramos en receso. La tensión flota en el aire.

     Presiento una punzada, como si me estuvieran observando. Me viro a buscar la fuente, hasta que pillo a dos chicas, mirándome con pena. Después advierto que no son solo ellas: también otros me dan miradas furtivas.

     Vuelvo mi cabeza para enfocar el asiento vacío de Logan; se me presentan recuerdos de él.  En especial, la vez que me ayudó con la pelea de Rory. Ladeo hacia mi derecha: el asiento de Tom, y luego a mi izquierda: el asiento de Melinda. Todos vacíos. Y Rita, la única de mi alrededor, delante.

     Entonces se me llena la cabeza del rostro de Logan y sus padres, también los de Tom. Y todo aquel que me haya rodeado, ha desaparecido.

     « –Hay personas que envían otro tipo de mensajes; pero prácticamente el recado es el mismo. », recuerdo.

     El corazón se me estanca cuando sitúo mi vista hacia Rita. Con las manos temblorosas y sudor frío brotando de ellos me impulso para ponerme en pie. La sigo con la mirada, que para ella pasa inadvertida, en tanto me encamino para salir del salón. Llevo mi mano al bolsillo de mi jeans y saco mi móvil. Trato de buscar el número con toda la prisa posible; choco contra alguien en el pasillo.

     –Lo siento. –Indico con poca importancia, con mis ojos en la pantalla, y entro a los baños.

     Ingreso al baño privado que acostumbro y presiono «Llamar».

     Cada pitido me presenta una tortura; atienden. Todas mis fuerzas flaquean, y no creo poder emitir algo de mi boca.

     –... ¿Qué quieres? Dime qué quieres y te lo daré –suplico con un hilo de voz. Su respiración me estremece. –. No le hagas daño... no le hagas daño a Rita, por favor... Te lo ruego.

     Después de lo que parece ser una eternidad, se traspasa una respiración excitada, como si se estuviera riendo, y luego lo que parece un forzamiento de la garganta: como un claro «está bien» sin voz. Y sin más, cuelga.

     Quedo atónito. Todo lo que me temí se volvió realidad. Asesinó a todos los que se sentaban cerca de mí: a Logan, a Tom y a Melinda... e iba a hacer lo mismo con Rita. Esa persona nunca desapareció. Continúo enviándome mensajes, pero en diferentes formatos, como la chica del autobús dijo. ¿Por qué nunca se me ocurrió llamarlo? Todo este tiempo... estuvo frente a mí.

     Una garrafa de culpa me asalta, y con ello mis lágrimas se deslizan. Me falta el aire, y no creo que el nudo que me presiona la garganta estuvo alguna vez tan apretado.

     –Yo los maté... –sollozo.

     No puedo formular ningún pensamiento ya, así que limpio mi rostro con el antebrazo y, con ayuda de otra embestida de agua fresca del grifo, espero no lucir llamativamente demacrado.

     –Noah ¿estás bien? –Me pregunta Rita cuando paso de su pupitre. –. Te ves pálido.

     –Sí... estoy bien. –alego, forzando una sonrisa.

     Las clases concluyen y salgo con todos en una fila colectiva hasta la salida.

     Concentrado en el autobús que me espera, logro captar por el rabillo a una patrulla a un lado del colegio. Llegan graves exclamaciones acompañado de una voz más serena hasta donde estoy: dos hombres están envueltos en una acalorada discusión. El de la voz serena es el padre de Mica.

     –Procederemos a seguir las pistas que...

     – ¡No puede hacerles caso a ellos; son críos! ¿Qué van a saber esos? –Interrumpe el hombre a su lado, con el rostro rojizo y contraído.

     –Por favor, cálmese... estamos en vía pública... –pide Charles con un deje de nerviosismo, notando como llaman la atención.

     –Me importa un comino. Mi hija está desaparecida y lo único para lo que sirve la policía es para venir a escuchar las confesiones de unos niñatos que... –se detiene en seco–. Mi hija no hubiera desaparecido sino fuera por su culpa. –Le da una mirada entre iracunda y afligida, y se aleja.

     Mis pies se mueven involuntariamente en dirección al padre de Mica, que se apoya en el techo de la patrulla lanzando un jadeo. Cuando estoy a unos pocos metros me percato de lo que hago, y no tardo en saber por qué: porque sé quién mató a Logan, a Tom y... a Melinda. Y quiero decírselo, quiero decírselo a gritos.

     –Noah –profiere mirándome por encima de su hombro. Se media vuelta para encararme. –, ¿qué tal estás?

     Súbitamente mis ansias de contarle todo se afloja.

     – ¿Estás bien? –Frunce el entrecejo, comenzando a examinarme– ¿Te sucede algo?

     –Yo... –el motor del autobús resuena enfáticamente–. Sólo quería saber si Mica estaba con usted –miento, y me vuelvo a echar un vistazo al autobús–. No es urgente. Tengo que irme antes de que el autobús me deje. –Sin esperar respuesta y mirar atrás, me apresuro a alcanzar al vehículo.

     Exhalo un largo e inesperado suspiro una vez ocupo asiento. Me escocen los ojos. Y, me doy cuenta de que llevo sintiendo un indecible remordimiento por obvias razones, y miedo, miedo a todo el mundo y por lo que vaya a pasar ahora en adelante.

     La cena es silenciosa; no me fuerzo en entablar conversación o, ni siquiera, de disgustar la comida que me llevo a la boca. Me temo que ya no puedo controlar lo que el mundo piense de mí, porque ya no me puedo controlar ni a mí mismo.

     La noche es aún peor. No puedo retener ni una gota que se desliza hasta mi mentón.

     Ya no puedo contar con nadie... fue un error meter a Mica en esto. Todo el tiempo esto concernía entre yo y esa persona, nadie más. E imploro porque no le suceda nada malo. Le diré que todo está zanjado, y me valdré por mí mismo. Haré lo que tenga que hacer.

     Al día siguiente un inexpresable alivio me envuelve cuando vislumbro a Rita en el salón, sana y salva. Por una fracción de segundo, siento que he hecho algo bien.

     Mica trató de alcanzarme durante todo el día: cuando entré al colegio, en el receso y, por último, en la parada de autobuses; pero conseguí escabullirme en todos los casos.

     Desciendo del autobús y tras levantar la vista, diviso el auto de Magda, la madre de Simón, estacionado a mi derecha, frente a mi casa. Con un mal sabor en mis labios, aumento el paso y me adentro a la sala de estar. Efectivamente es Magda; se levanta apresuradamente del sofá cuando advierte mi presencia, al igual que mis padres.

     –Noah. –Tiene el rostro pálido, los labios agrietados y grandes huecos oscuros entornan sus ojos.

     Su voz agitada me alarma, por lo que apresuro a inquirir:

     – ¿Qué pasa? –Atisbo a mirar a mis padres, que tienen la misma apariencia de Magda, y luego busco a Simón confiando en que se encuentre en alguna parte de la sala, pero es en vano: no está.

     – ¿Has visto a Simón? ¿Estuvo contigo anoche?

     –No... no, ¿por qué?

     Me quita la mirada y se lleva una mano a la frente.

     –No lo ha vuelto a ver desde ayer. –contesta Adele en su lugar.

     – ¿Qué? ¿Cómo que no ha...?

     –Le dije que no fuera... le dije que no fuera allí. No me contesta y ahora esto...

     Todo el lugar comienza a moverse en dirección contraria; salgo de la sala y llevo mi mano en busca de mi móvil hacia la única persona que puedo recurrir en este caso.

     –Noah ¿a dónde vas? –Oigo a Magda en cuanto llego a la puerta y la abro para salir de la casa.

     –Tengo que buscarlo. –Apenas contesto y me llevo el móvil a la altura de mi oreja.

     – ¿Noah?

     –James, tenemos que buscar a Simón... –recorro con mis ojos a la fila de casas que tengo delante, y luego al sol en una orilla. –. No está.

     – ¿Hablas en serio?

     –Sí, tienes que ayudarme.

     –Bien... –su tono se altera al igual que el mío–. Iré a buscarte, no tardo.

     Unos pasos se acercan hasta donde estoy. Me vuelvo a ver a Magda, Adele y a Harold surgir de la casa.

     –Iré a la policía... ¿por qué no me ocurrió antes? –vocifera Magda tirándose histéricamente de los cabellos.

     –Yo te acompañaré –añade Adele. Se vira hasta mí. –. Noah, entra a la casa.

     –Voy a buscarlo –Su expresión se tensa–. No voy a entrar hasta que lo encuentre – Le doy la misma expresión severa, indicándole que nada en el mundo me podrá detener. –. Es mi mejor amigo.

     Los dos nos miramos por un largo tiempo, sin intención de ceder al otro, hasta que James llega en su motocicleta. No me reprende o intenta evitar que me monte encima para irme.  James y yo ya estamos lo suficientemente lejos para oírlos o verlos.

     Al llegar a un lugar ciertamente familiar para mí, la noche se ha postrado. Bajamos de la motocicleta y, olvidando nuestra enemistad por Simón, pregunto:

     – ¿Por qué estamos aquí?

     –Anoche tocamos y Simón vino a verme. Se fue temprano, nosotros no nos podíamos ir hasta más tarde... No pude acompañarlo.

     No tardo en captarlo –: Bien. Magda dijo que no regresó desde ayer... Podemos buscarlo por los alrededores –señalo con mi dedo índice las manzanas que nos rodean –. Tal vez... –siento como mi voz está a punto de quebrarse–, tal vez esté por aquí. Dividámonos: yo iré por la derecha y tú por la izquierda.

     –Bien. –Sus zapatos resuenan al chocar con prisa sobre la superficie.

     Nunca había visto a James tan preocupado como ahora.

     Hago lo mismo que él, pero por un momento mis pies vacilan: « ¿Y si está en alguna parte del bosque? », pienso. Una imagen desagradable de sangre y partes desmembradas se me aparece, junto a la voz de Ezra describiéndome cómo encontraron el cuerpo de Logan.

     Doy una sacudida a mi cabeza, tratando de enfocarme en las calles, los rincones, y los callejones por los que atravieso. La oscuridad de la noche obstruye la visión que trato de agudizar. Voy por el mismo camino que nosotros siempre tomábamos, con la esperanza de que lo haya tomado una vez más.

     En un apartado lugar, donde en medio de las casas resaltan un gran hueco vacío entre ellas y las luces de los faroles parpadean, vislumbro un bulto ensombrecido en la profundidad de un callejón sin salida.

     Por mi garganta transita una incómoda y sonora saliva. Muevo mis pies con cautela hasta entrar y descender lentamente hacia... la persona en el suelo. Apenas consigo ver bien; está bocabajo. Le doy media vuelta y las lágrimas empiezan a brotarme.

     – Simón ¿estás bien? ¿puedes escucharme?

     – ¿Noah? –susurra, sin fuerzas y gimoteando.

     Inspecciono su cuerpo esperando no encontrarme con la misma escena de mi mente... pero aprecio como mis manos se humedecen a medida que avanzo a palparlo.

     Tomo mi celular y procedo a llamar una ambulancia. Justo en el instante en que cuelgo, recibo una llamada.

     – ¿Noah? No lo he encontrado por ninguna parte. ¿Dónde estás?

     –Estoy sobre la calle Privet... he llamado una ambulancia; lo tengo conmigo.

     Mientras espero por James, quien no debe estar muy lejos, llamo a Magda. Pasado pocos minutos arriba; se balancea un poco, hasta que finalmente se inclina para examinar a Simón, somnoliento.

     –Está herido –musita observando sus manos, dándose cuenta al igual que yo de la humedad. Manosea otras partes de su cuerpo y se agita. –. Está muy herido, Noah. –Alza la vista para mirarme con horror, me toma la mano y la conduce hacia su costilla derecha.

     Mi mano ve más que mis ojos en la penumbra del lugar: siento una frescura y algo tan blando, que se me pone la piel de gallina.

     Inmediatamente James se despoja de su chaqueta y la envuelve en la herida; Simón lanza gemidos.

     Todo pasa a una velocidad que no puedo expresar en cifras, días o con exactitud.

     –Noah –la voz agitada me despierta de mi ensimismamiento: es Mica, quien viene corriendo de lo que es un largo pasillo con algunas camillas en la esquinas, hombres y mujeres con batas y una luz roja y azul que relampaguea en la puerta de cristal con la inscripción de «ENTRADA».    –. Noah... ¿estás bien? Mi papá me avisó que estabas aquí.

     En mi mente vuelven los últimos acontecimientos: el camino hasta el hospital en la ambulancia, los llantos que profirió Magda cuando llevaron a Simón a cuidados intensivos, la plática con los policías, y como llegué hasta aquí, a un lado de un corredor aislado.

     Estoy seguro de James estuvo conmigo en todo momento, pero ahora no está; tal vez esté hablando con los policías.

     –Vamos al baño. –añado sin más.

     Ambos llegamos; me coloco frente a él, rendido:

     –Fue mi culpa... le pedí que no se metiera con Rita, entonces lo hizo con Simón; no es una coincidencia. Él sabía quién era Simón, por eso lo hizo... lo vio en mi móvil, porque está pinchado; Ezra me lo dijo. Y mató a Logan, a Tom y... seguro que a Melinda también... porque se sentaban a mi lado –Todo la suplicia interna que retuve, sale a flote. Miro sus ojos azules con toda la sinceridad y debilidad que puedo demostrar. –. Yo lo llamé ayer... y me dijo «está bien» – Escasamente alcanzo a entenderme con los sollozos que reproduzco. –. Quiero que esto termine, Mica... Yo los maté igualmente. –Confieso bajo su total atención.

     Aguardamos unos minutos en completo silencio. Da un paso para acercarse más y, con un rostro flexionado, habla:

     –Vamos a ir con mi padre, y le contarás todo. Él se hará cargo; pondrás una denuncia, y ellos lo encontrarán –dice con un deje grave y serio, que nunca escuché en su voz–. No puedo prometer nada acerca de tus fotografías; pero te apoyaré. Voy a quedarme a tu lado, como lo estuve haciendo.

     Puedo ver la misma sombra que tengo en mis ojos, en los suyos: No podemos hacer más.

     Asiento en un ademán afirmativo.

     –Bien... –Sonrío patéticamente ante la derrota, entre saladas lágrimas.

     Mica se adelanta y me envuelve en un confortable abrazo, el cual devuelvo con fuerza.

     –Va a terminar. Lo vamos a encontrar, Noah.

     –Sí –afirmo en su hombro–. Deja... quiero decírselo a mis padres primero.

     –Está bien –ambos nos liberamos–. Llámame cuando estés listo para hablar con mi padre.

     Me retiro, no sin antes detenerme en la puerta –: Gracias, Mica. –Y salgo.

     Encuentro a mis padres fuera de la habitación de Mica.

     –Magda está con él, nosotros no podemos entrar por ahora –me avisa Harold. –. Se pondrá bien... –baja la mirada hasta mis manos; al igual que él noto como estoy empapado de sangre: las manos, las mangas de mi abrigo, y las rodillas de mis jeans. –. Volveremos por la mañana.   Será mejor que volvamos a casa para que te cambies.

     Mientras nos dirigimos a la salida, atisbo a James dialogando con los mismos policías con los que recuerdo haber conversado también. Chocamos nuestras miradas, y sólo me permito asentir como saludo antes de salir del hospital.

     El viaje transcurre silenciosamente, preparándome para cuando llegue el momento de hablar con ellos.

     Subo las escaleras y me sumo en los pocos pensamientos que puedo formular una vez llegado a mi habitación; trato de reunir todo el valor y la determinación que me quedan.  Aprecio mis manos en tono rojizo oscuro y fijo que lo mejor sería darme una ducha primero.    Deposito mi ropa en la canasta ya acumulada de otras prendas que usé en los últimos días y entro a la ducha. El corazón no ha cesado de martillarme sin piedad, y ni siquiera el agua caliente puede calentar mis manos frías.

     «No quiero llorar», me digo. Tomo un poco de aire que entra de la ventana que da a la calle.    Me desplazo, con una incómoda sensación en mi estómago, para salir de mi cuarto; pero me topo con Adele en el umbral.

     –Mamá... –Mi corazón se acelera a mil por hora. –, tengo que hablar cont... –Entonces recibo una bofetada.

     Aturdido, me llevo la mano hasta la mejilla que empieza a arderme y palparme; nunca me había golpeado. La miro desconcertado, incapaz de reproducir mi voz.

     Tiene los ojos brillantes, reflejados notoriamente por una capa de lágrimas contenidas.    Levanta algo de su brazo; un papel entre su mano... mi fotografía. La fotografía que me dio  Mica cuando lo encontró en los baños. Detrás, en el suelo, visualizo la canasta de ropa; había guardado la foto en el bolsillo antes de ducharme ese mismo día. Olvidé hacerlo trizas.

     –Mamá... –intento acercarme, pero retrocede–... Mamá, déjame explicártelo. No es lo que piensas.... –frunce el entrecejo apartando la vista de mí. Arruga la fotografía volviéndolo en una pelota y emprende a voltear para irse, aun sin dirigirme ni una palabra. – ¡Mamá!  Escúchame, por favor –Hace caso omiso mientras camina hasta su habitación, enfrente del mío. –. Ma...

     Sé lo que debe estar pasando por su cabeza: «No te eduque para que hicieras eso», « ¿Cuantos lo habrán visto?», «Ese no es mi Noah».

     Harold aparece subiendo las escaleras. Echa un vistazo a mi cuarto y luego a la de ellos, en la que está Adele sentada en una orilla de su cama, sin expresión ni movimiento.

     – ¡Mamá! –grito desesperado, asustado de su reacción.

     – ¿Qué pasa? –Harold se encamina hasta Adele. – ¿Qué te pasa, Adele? ¿Qué tienes en la mano? –Ya no puedo reprimir el llanto.

     Adele forcejea para no darle la fotografía, pero Harold consigue tomarla. La explora, y luego se alza a despedazarme con la mirada.

     –Papá, dejen que les explique –Me encamino hasta ellos, pero Harold se apresura a cerrar la puerta. –. No... Por favor, abran –suplico apoyando mis manos sobre la puerta. –. Yo no lo quise hacer... tienen que creerme. Mamá...

     No abren, ni tampoco creo que lo vayan a hacer. Retorno a mi cuarto, cierro la puerta detrás y sin poder hacer más lloro como nunca antes. Avergonzado, humillado, y... rendido.

     Los he perdido... los he defraudado. Y no pienso que mejore algo si les cuento la verdad.  Todo se ha acabado, he perdido. El tiempo pasa con cada lágrima que derramo, con cada duro martilleo de mi corazón, y las punzadas de dolor en mi sien.

     Ya nada volverá a ser lo mismo.

     Sí, ya he tomado una decisión.

     Sé que habrán pasado horas, debe ser muy tarde. En ningún momento volví a escuchar la puerta abrirse. Escribo las últimas dos palabras sobre el papel, lo doblo, y lo guardo en el bolsillo interno de mi abrigo; es lo único de importancia que llevo.

     Salgo de mi habitación, y sin indicios de Adele o Harold, bajo de los peldaños con cuidado.    Giro la manija de la puerta y recibo al patio, al aire fresco de la noche, y las casas vecinas.  Antes de alejarme, contemplo la casa en la que viví como nunca antes.

      «No voy a llorar», repito. Sin prisa, recorro las calles deshabitadas...

     Parpadeo, y miro debajo: no hay autos, ni personas a la vista. Me sostengo del barandal, y  observo con precisión las casas que se alzan desde donde estoy. A esta altura.

     «Es lo mejor... para todos». Pienso en Simón, en Ethan, en Ezra, James, Logan, Mica... Mica... va a esperar mi llamada. Se me humedecen los ojos. Y en mis padres.

     No se oye nada, sólo el zumbido. Acaricio mi oreja desnuda, sin los auriculares.

     El silencio me había sumido en una falsa felicidad, y el ruido me hizo añicos. Pero... pero al menos quisiera sentir esa felicidad, esa paz, por última vez, ahora.

     «Va a terminar. », escucho la voz de Mica. «Y así será... y espero que lo comprendas. Gracias ».

     Suelto mis dedos de la barandilla.

17.

Mica Scott.

Reviso nuevamente el celular, volviendo a convencerme de que Noah pronto me llamará, o, en otro aspecto, nos veremos en el colegio.

     Mis cosas ya están listas, sólo me falta bajar para el desayuno; aún es temprano.

     Unos pasos que, sólo puedo conferir a los de mi padre, resaltan no muy lejos de mi cuarto, donde me encuentro. Para mi sorpresa, es él.

     –Papá, ¿no te habías ido a trabajar?

     Tiene aspecto enfermizo, como si no se terminara de recuperar de algo. Frunce los labios y parpadea a un ritmo poco común.

     –Encontraron a Noah –titubea–... se ha suicidado, Mica.

...

Notas finales:

¡Hola de nuevo!

No creo poder poner algo que sirva para amortiguar este duro golpe.

Ahora en adelente los siguientes capítulos estarán relatados desde el punto de vista de Mica. No serán muchos, puesto que ya está por finalizar.

¡Nos leemos!


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