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Queen of Peace por otsfatimad

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola!

¿Cómo han estado? Espero que muy bien. ♥

Me tardé un poco en actualizar, pero finalmente he traido con ustedes actualización de Queen of Peace.

Me emocioné mucho escribiendo este capítulo, así que no pude aguantar más para traerlo.

Así que espero que les guste.

¡A leer!

 

 

Necesitas de un Dios lo suficientemente grande para contener tu amor.

Necesitas de un Dios lo suficientemente grande para llenar tu vacío.

Florence + the Machine, Big God

 

Reina Grace

***

Habían transcurrido ocho meses desde que el Conejo Oscuro comenzó su entrenamiento con el Lobo Azul. Durante ese tiempo, ambos hombres se enfrentaban en batallas que aumentaron en complejidad conforme el Conejo Oscuro aprendía con las técnicas de Aoi. El joven conejo era bueno para observar y copiar los movimientos de su maestro, así que en poco tiempo se volvió un oponente de gran resistencia incluso para Aoi.

Luego de largas semanas, la noticia del nacimiento del primogénito de los reyes llegó a oídos del reino entero, trayendo gran regocijo entre los pobladores. Por las calles y tabernas se escuchaba decir que el niño nacido era una creatura hermosa, con la piel morena como la de su padre y los ojos color avellana de su madre. Según lo que había escuchado Aoi de la boca de las damas y sirvientes que estuvieron cerca de aquel bebé, éste definitivamente había heredado algo mágico de su madre, ya que la paz que la reina Grace transmitía se sentía con la misma fuerza desde la sonrisa de su hijo.

El pequeño príncipe sería presentado ante el reino en aquella celebración que meses atrás había comenzado a prepararse. En éste habría una pequeña justa organizada para darle la oportunidad a jóvenes guerreros de entrar al ejército. Tanto el Rey como la Reina estarían presentes en dichas batallas, para dar ahí mismo su bendición a los nuevos caballeros.

El Conejo Oscuro, tan nervioso como nunca antes, practicó durante largas horas la semana antes del torneo. Definitivamente tenía lo necesario para entrar al ejército. Aoi confiaba que lograría su cometido y obtendría su armadura blanca.

El tiempo llegó con rapidez. Cuando menos lo notaron, el día del campeonato estaba en puerta. Cientos de jóvenes prodigios con la espada estaban reunidos a las afueras de la plaza principal esperando a que llegara su turno de inscribir su nombre para el torneo. Con sus armaduras brillantes y yelmos impresionante, avanzaban entre las largas filas para anotar el nombre bajo el cual querían ser nombrados. Dicho nombre, en caso de ganar, sería el cual bendecirían los Reyes. Olvidarían así su apellido y vieja casa, para dedicar del todo su vida al reino.

A cada caballero se le concedía una cinta color azul o blanco. Esta debía colocarse en una zona que fuera visible, de tal manera que, mientras sucedía el combate, los Reyes pudieran observarla e identificar a los contrincantes.

El Conejo Oscuro, que había avanzado en aquella larga fila usando una vieja armadura que Aoi le había prestado, firmó la lista donde debía anotarse como “sin nombre”, tal cual Aoi le indicó debía hacer. Recibió una cinta color blanco, la cual amarró a uno de sus guardabrazos.

Lleno de nerviosismo, Aoi llegó a las gradas colocadas especialmente para los caballeros. A pesar de no estar en servicio aquella tarde, asistió al evento usando su brillante armadura azul. Amarrada a la cintura, llevaba enfundada la espada con colmillos de lobo que su aprendiz había hecho para él.

Estando en las gradas del gran coliseo, notó la llegada de alguien a su lado. Los cabellos rojizos del general Sugizo resaltaron a través de la luz del ardiente sol de aquella mañana.

—Aoi, qué alegría verte por aquí.

—Lo mismo digo, general —mencionó Aoi, sonriendo ampliamente.

—Supe que tenías un aprendiz —Sugizo recargó los codos sobre la grada, mirando la arena—. ¿Se presentará hoy?

—Así es. Se trata de un joven con mucho talento, estoy seguro que ganará su lugar.

—Ya lo veremos —respondió Sugizo con una sonrisa atenta.

Pronto, las campanas de la iglesia en el castillo sonaron con fuerza. Un par de trompetas entonaron una canción que anunciaba la llegada de los reyes. El alboroto entre los asistentes no se hizo esperar: se levantaron de sus asientos y entre gritos joviales se prepararon para la entrada de los regentes y su primogénito.

La caravana de los reyes entró por la arena del coliseo. Aoi se levantó del asiento y observó a lo lejos una carrosa blanca con dorado, sobre ella se hallaban sentados el Rey y la Reina. Ambos agitaban sus brazos saludando a los asistentes al evento. Sentado detrás de ellos, la dama favorita de la reina cargaba en brazos al pequeño hijo de los reyes.

Aquella mañana, la Reina vestía un largo vestido blanco con encajes dorados e incrustaciones de diamantes negros. Llevaba el rostro y la cabeza cubiertas con un velo dorado. Sus dedos, ocultos bajo guantes blancos se movían despacio saludando a la aglomeración que la veneraba después de largos meses sin que ella hiciera apariciones en público.

Al llegar a sus asientos, el Rey Kai ayudó a la Reina Grace a bajar de la carrosa que los había transportado, caminando con ella del brazo hasta la silla que les esperaba en un balcón lo suficientemente alto para que alcanzara ver la justa que se llevaría a cabo. El Rey, aún sosteniendo el brazo de la Reina Grace, hizo un ademán para que el pueblo quedara en silencio.

En segundos el bullicio ocasionado ante su llegada quedo callado. El Rey, sonriendo, levantó ambos brazos.

—Sean bienvenidos a este festejo —pronunció con voz fuerte—. El día de hoy, hemos venido gozosos a compartir con ustedes lo más sagrado en nuestra vida: el nacimiento de nuestro primogénito.

La multitud volvió a explotar en gritos de alabanza. Aoi se unió con poco ímpetu a los aplausos en las gradas, mientras mantenía la mirada fija en el Rey y la Reina.

—Dicho esto —interrumpió el Rey Kai—, presentamos ante ustedes a nuestro hijo: el Príncipe Menjo.

La Reina Grace dio un paso al frente, cargando con ella a su hijo en brazos. El pequeño niño estaba despierto, viendo a la multitud con los ojos grandes idénticos a los de la reina. Los aplausos y gritos de felicidad no tardaron en aparecer. La Reina dio una ligera reverencia aún con el niño en brazos y, dando un paso hacia atrás, entregó nuevamente su hijo a una de sus damas.

—Sin más que agregar —volvió a hablar el Rey, con una resplandeciente sonrisa—, daremos inicio a la justa del día de hoy. Qué la Reina y los siete Dioses bendigan a los contendientes.

Los aplausos volvieron con ímpetu. El Rey y la Reina tomaron asiento en sus tronos y las trompetas comenzaron a entonar una tonada que indicaba el inicio de la contienda.

Aoi tomó asiento, mientras mantenía los ojos puestos sobre cada uno de los participantes que se presentaban ante los reyes. Ninguno exhibía su nombre, sino que se identificaban con el color del lazo que se les había concedido. De esta forma, los reyes eran capaces de identificarlos durante el combate y juzgarlos con total imparcialidad.

Los jóvenes interesados en entrar al ejército de plata combatieron bajo los rayos del sol. En algún punto, los reyes detenían la justa y escogían un hombre ganador, mientras que el perdedor se retiraba del campo de batalla con el casco puesto. El proclamado vencedor descubría su rostro, arrodillándose y dando a conocer el nombre bajo el que quería recibir la bendición de la Reina Grace.

Aoi permanecía atento, tratando de identificar a su aprendiz entre los jóvenes que combatían en la arena. Los rayos del medio día caían ardientes sobre su nuca, pero él apenas y lo notaba con la emoción del momento.

Fue entonces cuando lo vio aparecer. Reconoció de inmediato su vieja armadura y el caminar del Conejo Oscuro mientras andaba hasta la arena, con una vieja espada y una cinta blanca amarrada a uno de sus guardabrazos.

Al verlo, se inclinó hacia adelante y sin darse cuenta aferró una de sus manos a la empuñadora de su espada.

El general Sugizo notó el interés que Aoi mostraba, así que supo que estaba a punto de presenciar las grandes hazañas que el joven aprendiz del Lobo Azul había aprendido.

En la arena, ambos contrincantes se arrodillaron ante los reyes. Escucharon las reglas que el mediador de la batalla daba a cada uno de los prospectos de caballeros y posteriormente se dieron la mano como un saludo de honor.

El Conejo Oscuro sentía que el corazón se le aceleraba. Alcanzaba mirar los ojos claros de su contendiente debajo del yelmo, estos brillaban con total seguridad. El conejo levantó el rostro, buscando entre la multitud. No le costó demasiado encontrarse con la inconfundible armadura azul de Aoi, que lo miraba atentamente. Él lo había reconocido y estaba ansioso por verlo demostrar todo de lo que era capaz.

El sonido de la trompeta se escuchó y entonces la batalla comenzó.

El Conejo desenvainó su espada, al igual que su contrincante. El caballero a su frente fue quien se mostró decidido a atacar primero. El joven albino logró detener el golpe de la espada con facilidad, pero bastó con ello para reconocer la fuerza que el otro hombre poseía. Rápidamente su oponente alejó su espada, dando tiempo a que el conejo aprovechara para atacar y golpear con fuerza. El otro joven detuvo el arma con facilidad, como si el golpe que el conejo dio hubiera sido nada. Movió hábilmente su espada, cambiándola de mano y sorprendiendo al joven albino con un ataque que apenas alcanzó a detener.

Sin duda, era un oponente de gran resistencia.

Así, ambos hombres se mantuvieron golpeando sus espadas sin ceder ante el vigor del otro. El público en el coliseo se emocionaba al observar cómo la batalla se extendía y volvía más intensa conforme los segundos pasaban.

El conejo apuntaba con fuerza, atestando ataques que Aoi le había mostrado. Se esforzaba en mantener la mirada fría para impedir que su oponente leyera sus movimientos. El otro hombre era fuerte y muy rápido, pero el Conejo mantenía técnicas pulcras que lo ayudaban a defenderse y moverse con destreza.

De pronto, el Conejo Oscuro fue consciente del sonido acalorado a su alrededor, así como una luz en los ojos de su contrincante. Supo entonces leer su pensamiento, tal como Aoi le enseñó. El joven intentaba golpearle con la espada sobre su pierna derecha para hacerlo caer. El conejo colocó la punta de la espada sobre el suelo, evitando que el golpe de su oponente llegara a lastimarlo. Sin embargo, el equilibrio del otro hombre se perdió, provocándole una caída. El grito del mediador se escuchó por todo el coliseo.

El público estalló en gritos de emoción y Aoi se levantó de su asiento para mirar la situación con preocupación.

Sugizo se levantó a su lado y lo tocó en el hombro.

—Tienes razón, es bastante bueno —le dijo con una sonrisa.

El corazón de Aoi latió con más fuerza, mientras sentía cómo sus sientes palpitaban ante la emoción.

Pasaron algunos segundos hasta que finalmente el hombre que llevaba la cinta azul se levantó del suelo, empuñando su arma y dando a entender que seguiría en la batalla. Nuevamente la trompeta rompió el sonido del público y ambos hombres volvieron a chocar sus espadas.

Aoi miró hacia el palco en que los reyes se encontraban. La Rey Kai estaba inclinado escuchando las palabras que la Reina Grace profería detrás del velo dorado que cubría su rostro. Entonces el Rey Kai alzó una de sus manos, deteniendo de esa manera la batalla. Ya tenían un ganador.

Una trompeta sonó e hizo a los competidores y espectadores prestar atención a sus regentes.

Los jóvenes en la arena guardaron sus espadas en las fundas que llevaban amarradas a su cintura y giraron juntos para escuchar el veredicto de los reyes.

Aoi tragó saliva, aún mantenía una de sus manos empuñando el arma que su aprendiz le había regalado.

—Es un honor poder decir que ambos lo han hecho bastante bien —dijo el rey Kai, sin levantarse de su asiento y mostrando una animada sonrisa—. Sin lugar a duda esta ha sido la batalla más emocionante que hemos presenciado este día. Los dos han demostrado grandes habilidades. Y es por ello, que hemos tomado una importante decisión.

El público quedó en completo silencio.

—Ambos caballeros han ganado esta batalla —espetó el rey—. Ambos serán bendecidos por la Reina.

De inmediato, el público estalló en júbilo. El corazón de Aoi dejó de latir con fuerza, permitiéndole suspirar tranquilo mientras observa a su aprendiz llenó de orgullo ante la noticia.

El Conejo Oscuro y su contrincante fueron llamados para acercarse hacia los reyes para recibir la bendición de la Reina Grace. El hombre con la cinta azul fue el primero en quitarse el yelmo, dejando al descubierto su cabello negro sujetado en una coleta. Hizo una leve inclinación de cabeza ante los soberanos y posteriormente a su contrincante, mostrándole una resplandeciente sonrisa.

Fue el turno del conejo para quitarse el casco. Lo hizo despacio, dejando que sus cabellos plateados cayeran ante la vista de todos los presentes. Hubo un corto período de silencio y desconcierto, pero fueron sustituidas de inmediato por gritos de felicitación cuando el joven albino se inclinó ante los reyes y el hombre que había sido su oponente en la arena.

—Ahora, los ganadores se presentarán ante los reyes —informó la voz de uno de los caballeros de armadura blanca.

Ambos hombres se arrodillaron ante los reyes. El primero en hablar, fue el joven pelinegro:

—Mi nombre es Miyavi —dijo—. He venido desde la Ciudad del Mar. Es un honor para mí estar ante ustedes.

El Conejo oscuro se aclaró la garganta, sintiéndose algo abrumado ante la situación.

—Yo he venido desde la tierra de los esclavos —pronunció, dejando una pequeña pausa en la cual escuchó murmullos en las gradas—. No tengo un nombre, y debido a esto es que me atrevo a hacer una petición a la Reina —levantó la cabeza y, con toda la seguridad que reunió, miró directamente a los ojos de Grace—. Deseo que sea usted quien elija un nombre para mí.

El desconcierto entre la gente se volvió a hacer presente.

El Conejo Oscuro mantuvo la mirada firme. El Rey Kai sonrió al darse cuenta del alboroto y miró a Grace para escuchar cuál era su decisión, sin embargo, ella permanecía con los ojos clavados sobre los ojos plateados del hombre albino frente a ella.

Grace, sin apartar en ningún instante los ojos del chico, levantó una de sus enguantadas manos, provocando que todo quedara en pulcro silencio.

La Reina asintió ligeramente con la cabeza y el Rey Kai, sonriente, habló:

—Muy bien —le dijo al joven conejo—, puedes subir aquí.

El Conejo Oscuro, sintiendo una oleada de calidez y emoción en su pecho, se levantó del suelo y suspiró con fuerza. Con el yelmo aún guardado entre el hueco de su brazo y sintiendo las piernas temblorosas, avanzó hasta el palco de los reyes. Todo a su alrededor se mantenía en completo silencio mientras él sentía que flotaba entre la nube de calma mágica que se desprendía de la Reina Grace.

Cuando estuvo frente a ellos, se arrodilló ante Grace, quien se mantuvo sentada sobre su asiento de oro todo el tiempo. Ella lo tocó en el hombro con sus alargados dedos aterciopelados, haciendo que el joven de la mirada plateada la viera directamente a los ojos. Estos eran profundos y brillaban de una forma singular.

La Reina tenía oro y plata en el rostro cuando susurró un nombre.

Aoi se mantuvo atento observando a su aprendiz en el balcón. Lo vio levantarse, dar una reverencia más ante los reyes y bajar para posicionarse donde se encontraba anteriormente. Antes de volver a arrodillarse, volteó a mirar a Aoi entre el público, dedicándole una hermosa sonrisa a la que Aoi respondió con otra igual de brillante.

—He venido desde la Ciudad de los Esclavos a presentarme ante ustedes —dijo—. Mi nombre es Uruha, y es para mí el más grande honor servirles.

Nuevamente los aplausos llenaron el coliseo, gritos de aprobación y palabras de satisfacción se esparcieron por el aire, mientras Aoi permaneció atento a la felicidad de su aprendiz, sintiendo una calidez en el pecho.

La Reina Grace levantó una de sus manos y dibujó en el aire un símbolo que significaba su bendición.

—Miyavi, Uruha —habló el Rey Kai—, sean bienvenidos al Ejército de Plata. Tienen la bendición de la Reina Grace y los siete Dioses.

 

 

***

El aire fresco de la mañana se colaba por los ventanales del edificio principal en el Castillo de Plata mientras el consejero Uruha los recorría. Con la mirada alta, caminaba dirigiéndose hacia la cámara donde el Rey recibía a sus visitantes. Habían sido informados que aquella tarde el hermano del Rey, Sir Toshiya, arribaría junto con su caravana.

Esa mañana, sin embargo, el consejero Uruha fue llamado ante el rey para arreglar asuntos muy distintos a los de aquella llegada.

Mientras caminaba solemnemente entre ajetreados sirvientes y damas, su mirada chocó justo sobre los ojos oscuros de un hombre frente a él. Llevaba su ondulado cabello rubio suelto cuan largo era, así como una sonrisa en sus gruesos labios. Lucía con orgullo su brillante armadura en color rojo; en el pecho, la silueta de un lobo rojo aullando.

—Consejero Uruha —mencionó aquel hombre estando a escasos centímetros de él y dio una larga reverencia—. Un placer verlo.

—El placer es mío, general Die —respondió Uruha apenas haciendo una leve inclinación con la cabeza.

—El Rey Kai me ha citado esta mañana ante él —continuó hablando el hombre del traje rojo—. ¿Acaso usted sabe algo al respecto?

—Será mejor que el mismo Rey sea quien le informe —contestó Uruha y extendió una de sus manos indicando el paso al general.

—Por favor, pase usted primero —dijo Die, inclinándose nuevamente.

Uruha, con ojos fríos, levantó el rostro e indicó a los guardianes que cuidaban la cámara del rey que abrieran para permitirles el paso. Los hombres, con los escarpes de sus blancas armaduras golpearon en el suelo para que el sirviente al otro lado de la puerta anunciara su llegada. Hecho esto, las puertas de la cámara se abrieron de par en par, dejando al descubierto la pálida habitación donde el trono de los reyes se alzaba.

Los sirvientes, alineados a ambos lados de la puerta, le dieron la bienvenida al consejero y al general. Al fondo del recinto, sentado en su trono, el Rey Kai ya esperaba por ellos. Llevaba una capa roja sobre los hombros y la corona de plata puesta sobre la cabeza.

Uruha caminó dentro de la cámara y detrás suyo el general Die. Ambos se acercaron hasta el trono del Rey Kai y, al mismo tiempo, se arrodillaron ante él.

—Pueden retirarse —dijo el Rey Kai a los sirvientes. Estos se inclinaron ante él y desaparecieron por la puerta por donde instantes atrás habían entrado los invitados del Rey.

Uruha dio un par de pasos hacia el trono, ocupando su lugar a un lado del asiento del Rey Kai. Desde ahí, observó al general Die sonriendo.

—Majestad —dijo el lobo de armadura roja y volvió a inclinarse, colocándose una mano sobre el pecho—. Gracias por haberme llamado. Dígame, ¿en qué le puedo servir?

—General Die —dijo Kai y recargó la espalda sobre su respaldo plateado—, como bien sabe, en últimos días el Gobernador de la Ciudad de los Osos ha registrado avistamientos sospechosos en la frontera con los Salvajes. Lo he llamado ante mí porque requiero que organice y movilice a un grupo en dirección a la frontera para investigar qué sucede.

Die abrió los ojos con clara sorpresa.

—¿Es que acaso estamos en peligro de enfrentarnos en una nueva guerra? —Inquirió, con intranquilidad.

—No estamos seguros aún —respondió el Rey—, es por eso que hemos decidido mandar nuestras tropas y, si es que hay alguna amenaza, terminar con ella antes de que se extienda.

Uruha miró con preocupación al Rey.

—Entiendo —dijo Die, recuperando la seguridad de antes—. Dígame entonces, ¿cuál es el número de hombres que me es permitido llevar para realizar esta tarea?

—Dejaré eso en su criterio, general —respondió el Rey.

—Majestad —interrumpió Uruha—, permítame reiterar que en este momento una movilización grande puede provocar malos entendidos con los Salvajes. Si ellos consideran esto una violación al acuerdo de paz que tenemos con ellos, iniciaremos con una guerra para la que el reino no está preparado.

El Rey miró a Uruha con seriedad. El consejero, sin embargo, continuó sin inmutarse:

—Permítame ir con ellos y tratar de solucionar esto de una forma pacífica. Mándeme a mí como su representación ante el jefe de los Salvajes.

El silencio en la sala continuó. Uruha se mantuvo con la mirada firme ante el Rey.

—Consejero —dijo Kai—, me parece que ya habíamos mantenido una conversación similar hace unos días. Le he dicho que usted no partirá con las tropas y no se presentará ante ningún salvaje. Será el general Die el encargado de solucionar esto de la manera que mejor le parezca.

—Majestad… —intentó decir Uruha.

—He tomado una decisión, ¿entendió? —Interrumpió Kai, alzando un poco la voz.

El consejero Uruha entonces agachó la cabeza y asintió en silencio.

—Muy bien, general —dijo Kai y se dirigió nuevamente al caballero de armadura roja—. Quiero que los hombres estén listos esta misma noche para que puedan partir mañana en la mañana.

—Por supuesto, majestad —respondió Die e hizo una reverencia.

Se oyó entonces el golpe de los escarpes de un soldado al otro lado de la puerta. Los tres hombres presentes en la sala levantaron el rostro y observaron hacia la puerta, que se abría lentamente. Un sirviente de traje blanco se inclinó y habló.

—Ante ustedes se presenta su Majestad, La Reina Grace.

Un particular aroma a rosas se hizo presente en el instante en el que una mujer de largo vestido blanco entró a la sala. Al caminar, sus tacones provocaron un sonido hueco sobre la madera mientras ella arrastraba su falda adornada con flores doradas y negras. Una larga capa blanca cubría sus hombros, en su espalda resplandecía la figura de un corazón dorado. La mujer tenía las manos enguantadas en seda plateada, donde lucía anillos con piedras preciosas. Llevaba un turbante blanco, y sobre este, alta e imponente, había una enorme y pesada corona de plata.

Y su rostro, el rostro más hermoso sobre la faz de la tierra, cubierto siempre detrás de una máscara blanca adornada con trazos de flores negras, solo dejando ver sus brillantes ojos avellana.

El consejero Uruha y el general Die de inmediato se arrodillaron ante la gloriosa Reina de la Paz, permaneciendo en tal posición hasta que la reina se plantó frente al trono de Kai.

—Mi Reina —dijo Kai, levantándose de su trono y caminando a tomar una de las enguantadas manos de Grace, depositando un beso sobre esta—. Hace mucho tiempo no la veía venir a esta cámara. Estoy lleno en gozo de tenerla nuevamente conmigo.

Los brillantes ojos de la reina permanecieron puestos justos sobre los ojos claros de su amado rey.

—La Reina Grace ha venido esta mañana a solicitar un favor, majestad —habló una suave voz.

Kai desvió un poco la mirada, igual que el consejero y el general, para observar a la dama favorita de la reina.

Era joven, tenía la piel blanca como nieve y los cabellos más oscuros que la noche; sus ojos eran un par de esmeraldas relucientes. En la cabeza llevaba una cadena que caía justo sobre su frente, mostrando un dije en color oro que simbolizaba una espada con un mango de flores. La dama llevaba un delgado vestido rosa con mangas traslucidas y un talle largo adornado con flores bordadas. Su nombre era Hikaru, era la única nieta de la gobernadora Yuki e hija del difunto gobernado Amano. Dese que era tan solo una bebé de brazos fue criada en la corte y, a la muerte de la anterior dama principal de Grace, ella ocupó su lugar, convirtiéndose en la mujer más allegada a la Reina.

—Ya veo —respondió el Rey, volviendo la vista a su Reina—. Pídame lo que sea, sus deseos son órdenes.

—La Reina ha solicitado que se envíe a alguien de confianza al Santuario Sanme, donde residen los Monjes de tres ojos —volvió a hablar Hikaru—. Quiere que alguien entre a la cascada sagrada oculta bajo la montaña y traiga para ella un poco de aquellas aguas sagradas.

El Rey Kai dio la media vuelta y caminó de vuelta al trono, dispuesto a sentarse.

—Es una suerte, mi Reina —dijo y miró a Grace de nuevo—. Justo ahora hemos acordado mandar una tropa con el general Die en dirección a la frontera, harán una parada en la Ciudad de los Osos, así que no será problema alguno que uno de nuestros caballeros se desvíe y vaya al Santuario Sanme en busca de lo que ha pedido.

—Majestad, la Reina Grace ha sido clara en la persona que desea mandar —dijo Hikaru con voz delicada—. La Reina quiere que sea el consejero Uruha quien realice esta tarea.

Uruha levantó la cabeza y dirigió su mirar directamente a la Reina. Ella le devolvía una mirada altiva desde sus intensos ojos brillantes asomándose en aquella máscara blanca que cubría su rostro, haciendo que el corazón de Uruha se acelerara. Recordó entonces la primera vez que la vio, cuando el tiempo se detuvo y ella le concedió un nombre, tal cual había querido siempre.

—Eso es imposible —habló el Rey, atrayendo la mirada de la reina Grace ante él—. El consejero Uruha ya no cumple un rol como caballero del reino, no podemos mandar a uno de nuestros hombres más importantes a cumplir con una tarea tan peligrosa.

—La Reina está consciente de eso —dijo Hikaru, sin inmutarse—. Pero como he dicho antes, ha sido muy precisa al pedir que esta tarea quede a cargo del consejero Uruha. Es el único hombre en quien confiaría algo tan importante.

—El general Die es uno de nuestros hombres de mayor confianza —dijo Kai. Para este punto, su rostro se había vuelto rojo ante una cólera que trataba de disimular—, él puede hacerse cargo.

La Reina Grace resopló con fuerza y el Rey la miró por un instante, azorado. Luego de unos segundos, simplemente agachó la cabeza.

—Considero un honor que me elija a mí para esta tarea —interrumpió Uruha y llamó la atención de todos los presentes—. Mi Reina, le prometo que traeré conmigo su deseo.

La Reina asintió, concedió una breve mirada al Rey Kai y dio la media vuelta, caminando hacia la puerta de salida, yéndose tan silenciosa y pulcra como cuando entró. Hikaru, detrás de ella, hizo una breve reverencia al rey Kai y acompañó a la Reina Grace.

La respiración de rey Kai entonces se volvió agitada. Uruha lo miró y descubrió que, entre sus ojos brillaba la rabia.

—Salgan de aquí —espetó con voz áspera.

Uruha asintió en automático. Hizo una reverencia ante el rey y, junto al general Die, caminó hacia la salida. Los guardias cerraron la puerta tras de ellos, dejando al Rey Kai completamente solo.

—Fue una situación un tanto desagradable, ¿no lo cree? —Dijo Die a Uruha, caminando a su lado por el pasillo del gran corredor.

El consejero detuvo su andar, mirando con furia al hombre que le acompañaba.

—Usted no tiene posición alguna para comentar absolutamente lo que acaba de presenciar, ¿entendido?

—Por supuesto, consejero —dijo Die, con una cínica sonrisa—. Usted sabe que yo sería incapaz de comentar algo al respecto.

Uruha se mantuvo en silencio y notó las intenciones del general.

—Pero incluso si yo guardo silencio —continuó Die—, en el palacio correrán susurros hablando del porqué la Reina insistió tanto en que usted se aleje del castillo por unos días.

—¿Qué está tratando de insinuar? —Inquirió Uruha, encolerizado.

—No trato de insinuar nada, solo le recuerdo que hay un rumor por todo el reino y con eso las habladurías aumentarán. —Die amplió la sonrisa—. Pero mencionarlo ante usted ahora sería algo bastante vergonzoso.

Uruha dio un paso adelante, enfrentando a Die.

—Recuerde bien su lugar, general —espetó—. Con una sola palabra mía puedo hacer no solo que le destituyan de su cargo, sino también que lo arrojen por el acantilado con una flecha clavada en la garganta.

Die también dio un paso más para acercarse a Uruha, mirándolo retadoramente.

—Eso no lo dudo ni un poco, consejero —dijo, manteniendo la sonrisa desafiante de antes.

De pronto, algo llamó la atención del general desde el patio principal, haciendo desaparecer su sonrisa.

—Parece ser que han llegado —mencionó.

Uruha desvió los ojos hacia el mismo punto que Die veía. Observó entonces una carrosa de oro detenida en el patio. El carrero abría la puerta, ayudando a descender a una joven pelinegra con un vestido gris de anchas mangas blancas. Junto a ella, un hombre alto y de cabellos negros largos hasta el hombro apareció. Descendió de la carrosa, mirando en derredor con una sonrisa en los labios.

—Al rey Kai le alegrara saber que su hermano Toshiya ha llegado —habló el general Die, llamando la atención de Uruha—. Consejero, me retiro para organizar mis tropas. Recuerde que partiremos por la mañana.

Uruha no reaccionó ante las palabras del general.

—Yo también estoy interesado en saber qué ha traído Sir Toshiya consigo —dijo Die acercándose a su oído—. Con su permiso.

Uruha observó al general Die alejarse, ondeando su largo cabello rubio. Una punzada de rabia volvió a él al mirarlo marchar, así que giró la vista al ventanal y se concentró en la carrosa y los recién llegados.

Vio entonces al tercer invitado del Rey: era un hombre de corta estatura, con túnica roja y la cabeza calva. En la frente, un símbolo rojo lo identificaba como un monje de tres ojos.

Qué ha traído Sir Toshiya consigo.

La mirada de Sir Toshiya se alzó y, viéndole desde el patio, una sonrisa se dibujó en su rostro, seguida de una leve inclinación de cabeza dedicada al consejero.

Uruha se alejó de la ventana, sintiendo un estremecimiento que no podía explicar.

Tenía un mal presentimiento.

 

 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado.

Como vieron aparecieron personajes muy interesantes. Ojalá no les caíga mal Die, porque es uno de mis favs aunque parezca un poco odiosito ahorita. (?)

Bueno, solo quería compartir algo con ustedes, y es que como notaron al inicio del capítulo cité "Big God", que es una canción de Florence and the Machine que amo mucho(?). Una de mis más grandes fuentes de inspiración en este fanfic fue justamente el vídeo de Big God. Las ideas de las armaduras de diferentes colores vino de aquí, al igual que algunos detalles de la Reina. Quería nada más mencionarlo y si les interesa o no lo conocen, aquí esta el vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=_kIrRooQwuk

En fin, muchísimas gracias por leer este capítulo. Ojalá puedan apoyarme con algún bonito review.

Como sea, ¡hasta la próxima!


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