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Longines Watch por Yoshita

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Notas del capitulo:

No es realmente necesario aclarar la situación en la que se encuentra Tony, pero me gusta la manera en que lo hice. Todos sabemos lo que haría el hombre en una situación como esta, espero no decepcionar.

Gracias por leer.

-¿Señor?

-¿Qué quieres, Jarvis?

-Su celular no ha parado de recibir llamadas y mensajes desde anoche. Creo que debería…

-¿Qué hora es, Jarvis?

-¿Señor?

-La hora, Jarvis.

-Las 10 de la mañana, señor.

-¡¿Me levantas a las 10 por un montón de mensajes?! Ignóralos, Jarvis.

-Como ordene, señor.

Tony se revolvió entre sus sábanas. Había llorado hasta caer dormido y eso le había generado una insoportable migraña. Lo más lógico era buscar un analgésico para calmarlo, pero eso traducía en que debía levantarse de su cómoda cama y buscar en algún lugar de su desordenado apartamento una pastilla que, probablemente, no existiera. Y si eso no daba resultado, que era lo más seguro, habría desperdiciado su tiempo.

-¡Tony!- escuchó a lo lejos, probablemente alguien en la puerta. Podía ser Banner o Rhodes, pero no quería abrirle a ninguno de los dos. Igual, era tan lejos y el sonido llegaba tan apagado que no podía distinguir la voz. -¡Tony!- llamaron de nuevo, esta vez añadiendo un golpe a la puerta.

Gruñó. No quería hablar ni ver a nadie, estaba destruido sentimentalmente, quería quedarse en su departamento, solo, triste, abandonado. Y así estaría mejor. Quizá con más alcohol.

-Señor, su teléfono vuelve a sonar. Tiene muchas llamadas no contestadas y mensajes…

-Jarvis, graba lo siguiente y envíaselo a todos los que me han estado llamando, ¿quieres?

-Como diga, Señor.

-No entiendo por qué les es tan complicado entender que no quiero hablar con nadie. Quiero quedarme encerrado y llorando, solo. – Suspiró - ¿lo grabaste?

-Sí, Señor.

-Bien, envíalo como respuesta a todos los que llamen.

-¿Qué hago con quien está en la puerta?

-Dale el mismo mensaje.

-Sí, Señor.

Suspiró de nuevo.

-Creo que debería comer algo.

Se puso de pie, aun con el traje puesto y caminó hasta la cocina. En el trayecto fue dejando sus zapatos y sus medias. Al alcanzar la nevera, la abrió.

-Está llena, pero no quiero nada. Jarvis, pon a hacer café. Al menos un litro. Y no dejes que se enfríe.

-Sí, Señor.

De entre todo lo que había, se decidió por un paquete de galletas integrales y mantequilla de maní. Se sentó en el suelo, abrió el paquete, abrió el tarro de mantequilla y comenzó a comer de manera lenta, en cada mordisco sentía que se le iba la vida, pero su estómago le agradeció. La última comida había sido con Steve, hacía ya unas 12 horas.

Cuando se acabó el paquete, se decidió por uno de tostadas y cuando se puso de pie para tomarlas, la cafetera dio aviso de haber terminado su tarea. Tony sirvió café suficiente para no tener que levantarse en un buen rato y volvió al suelo a comer.

-¿Por qué?- murmuraba. No estaba en el mejor estado mental, un corazón roto como el de Tony Stark era un mar de misterios y tristezas, cualquier cosa podía suceder. –Lo hice y deshice todo contigo, ¿así me pagas? ¡¿Así me pagas!?

-¡¿Tony?!- la voz persistente de la entrada lo llamó de nuevo. ¿Qué no había sido muy claro en su mensaje?

Cerró los ojos, se recostó en el suelo y se hizo un ovillo. Estaba cansado, le dolía la cabeza y lo último que quería era que alguien viniera a interrumpir su tristeza, era suya y de nadie más, así que no necesitaba de la compasión de ninguna persona, él era Tony Stark y era más poderoso que cualquiera. Él solo podría con todo.

 

Cuando se levantó, estaba lleno de moronas de galletas, café y mantequilla.

-Jarvis- llamó. Su vaso de café estaba vacío y su contenido se encontraba esparcido por todo el suelo de la cocina- ¿hay más café?

-Sí, Señor.

-Bien- se levantó a buscar más café, para su fortuna, aún estaba caliente.

Tomó uno, dos, tres sorbos y caminó hasta el ventanal que daba a la ciudad, abajo, la gente seguía con sus íres y venires, abajo la gente parecía tranquila, abajo la gente no sufría. O al menos no lo demostraba. ¿Qué se sentiría estar abajo? Allá, donde la gente solo camina y va, de un lado a otro, sin importarle nada más que el semáforo cambiando, los carros pasando, la acera por donde caminan.

-¿Qué se sentirá estar abajo?- musitó.

Se acercó al ascensor privado de su apartamento y lo pidió. Subió y marcó el último piso. La azotea lo recibió con brisa fría y sol tenue, debían ser al menos las 6 de la tarde. ¿Tanto había dormido?

-El tiempo realmente pasa rápido si uno no lo nota.

Se acercó al borde de la terraza. Allí, hacia abajo, estaba la gente que no parecía preocuparse por nada, la gente tranquila, la gente que no tenía problemas.

-¿Qué se sentirá ser parte de esa gente?

No saltó.

 

 

Cuando despertó de nuevo, estaba en su taller, dos pisos más debajo de la terraza, acostado entre herramientas y planos. No recordaba cómo había llegado allí, solo tenía conciencia de no haber saltado al vacío.

-Café. Jarvis, haz café en el taller.

-Sí, Señor.

Mientras oía la cafetera funcionar, comenzó a revisar uno por uno sus inventos, detallándolos a fondo, arreglando lo que parecían defectuosos y mejorando imperfecciones. Reorganizó su escritorio una y otra y otra y otra vez, esperando encontrar al menos un poco de calma entre su desordenada documentación, pero salían planos, hojas, herramientas, partes vencidas, dañadas u oxidadas y allí, en el fondo, estaba la foto que se había tomado con Pepper cuando comenzaron a salir. Allí estaba la inocente foto que desencadenó el llanto en el hombre.

-El café está listo, Señor.

Sin molestarse en buscar un vaso, bebió directamente de la taza de la cafetera. El café estaba caliente, al igual que el recipiente, pero ni eso lograba que dentro de su cuerpo se sintiera calidez alguna.

-Señor, están tocando a su puerta.

-¿De nuevo?- sacudió su cabeza- ¿quién es?

-Un desconocido, Señor.

Si era un desconocido para Jarvis, lo era para él.

-Reproduce el mensaje que grabé y déjalo así.

-Sí, Señor.

-Jarvis, reproduce titanium steel.

-Sí, Señor.

La música comenzó a sonar de manera estridente por todo el taller. Los vidrios de las estanterías temblaban cuando sonaba el bajo.

Para intentar distraer su mente, Tony comenzó a revisar los planos de los próximos proyectos de Stark Industries, uno por uno. Leyó los más pequeños detalles, arregló ecuaciones, medidas y criterios, mejoró diseños, añadió detalles y terminó de definir materiales para cada una de las piezas de cada uno de los planos. Cuando se fijó, amanecía.

-Jarvis. Más café.

-Señor, sugiero que coma algo, la alimentación…

-Jarvis- dijo cortante.

-Sí, Señor.

Se sobó el puente de la nariz y respiró profundo. Jarvis tenía razón.

 

 

Le tomó unos 15 minutos hacer una olla de Mac ´n cheese. No se le antojaba nada, pero tampoco podía dejarse morir de hambre por una pena moral. Nadie se muere de amor. Bueno, sí. Sí se muere un poco.

El reloj de la encimera marcaba las 8:30 cuando terminó toda la taza de pasta. Estaba completamente repleto de comida, untado de salsa y deprimido hasta los huesos.

-Aun quiero a esa mujer con una fuerza absurdamente grande. ¿Qué procede ahí?

-Señor, recomendaría llamar a…

-No llames a nadie.

-Pero Señor, para estas ocasiones, lo mejor es…

-No.

Suspiró derrotado, de nuevo Jarvis tenía la razón, sin embargo, no quería nada ni a nadie.

-Cada notificación de llamada espero que sea ella, pero sé que no será así. ¿Por qué no soy un poco menos ingenuo?

Duró una hora lavando los platos que había usado, otra hora limpiando el suelo lleno de café y migajas y otra hora sentado en medio de la cocina decidiendo qué hacer. Podía dormir, hace mucho no disfrutaba de ese placer, podía tomar un baño, aun llevaba su traje de boda lleno de café y galletas, podía también intentar salir y dar una vuelta por la ciudad para que se despejara su mente, pero su decisión fue volver al taller y comenzar a trabajar en nuevos inventos. Tantas ideas que tenía en la cabeza debían ser llevadas a planos y tenía el tiempo y la disposición adecuados para desarrollarlo.

-Manos a la obra. Jarvis, más café.

Ya en el taller, despejó la mesa y comenzó a dibujar trazos, a hacer cálculos, a relacionar propiedades y a definir funciones de mil y un cosas inimaginables. Tenía un flujo de ideas en su mente que se desbordaba cada vez que tocaba un plano con un lápiz. El tiempo fluía, mientras más hacía, más café bebía y más desquiciado se tornaba, sus pensamientos fluían tan rápido hasta que, de un momento a otro, pararon. Miró su reloj: la 1:30.

-¿Por qué cuando yo más te quería, tú más me dejaste de querer?

Las lágrimas cayeron de nuevo, se estaba perdiendo otra vez.

-Nunca quise que desaparecieras de mi vida, pero tú solita te fuiste.

Recordó como Pepper había llegado a su empresa, a su vida. Recordó la alegre y entusiasta pelirroja que brillaba incluso en los días más lluviosos, que lograba solucionarlo todo con una sonrisa y que le decía “estará bien, Tony” cuando nada parecía estarlo. Y ella siempre tenía la razón. Todo, al final todo, todo salía bien. Recordó su primera cita, su vestido color oliva y el olor del perfume molesto que ella llevaba. Recordó la alergia que soportaba solo por darle un abrazo, un beso. Estaba allí también esa bonita memoria de un día de verano, en una cafetería cerca al centro, donde, por accidente, terminaron cantando juntos una canción. Había sido una velada simple e improvisada, pero tan perfecta como ninguna. Él la amaba. Él aún estaba pensando en Virginia Potts como el amor de su vida. Recordó su voz, sus caricias, su risa, sus besos, su dulzura…

-Repite conmigo Tony: no puedes vivir de los recuerdos, no puedes vivir de los recuerdos.

Se levantó de su silla, ya no podía estar más tiempo en ese lugar. No soportaba saber que el sitio estaba tan lleno de recuerdos para él; lo único que lograba era empeorar su humor y sentir que se hundía de nuevo en las aguas de la melancolía. Y él allí no sabía nadar.

Tomó el ascensor y bajó hasta su primer piso de parqueaderos. Allí, en orden cronológico, estaban ubicados todos los autos que Tony había ido coleccionando con el pasar de los años. No era una colección pequeña, por eso contaba con dos pisos de aparcamiento exclusivos para él.

Se subió en el primero auto, un Chevrolet Corvette del ´58 en rojo encendido, descapotable y elegante. Era el auto favorito de Howard cuando estaba con vida. Recordaba a su padre limpiando y cuidando el modelo a escala que tenía del auto clásico y le decía “algún día tendré uno de estos en mi garaje”.

-El día es este, padre- murmuró- el auto está aquí, en tu garaje.

Tony no había llorado tanto la muerte de sus padres como hubiese querido. El hecho de que la compañía quedara en el limbo lo hizo pasar su luto en menos de un día para poder comenzar a manejar la empresa. Tony había hecho de tripas corazón y se había bebido con el desayuno las lágrimas a sus padres. Pero ya no estaba en ese punto.

Cayó al suelo de rodillas murmurando el nombre de su padre y de su madre.

 

 

Recuperó la conciencia cuando se golpeó con la llanta del carro. A juzgar por la luz externa, debían ser las 8 o 9 de la noche. Estaba teniendo esa manía de quedarse dormido en cualquier lado y como fuera y eso no estaba bien, perdía la noción del tiempo y terminaba desubicado por completo. Ya ni recordaba cuanto había pasado desde aquél fatídico día.

Se puso de pie y caminó hacia el elevador. Estando dentro, se cuestionó a donde ir. ¿Subiría de nuevo a su departamento? ¿Iría al taller? ¿Observaría la calle desde el borde de la azotea de nuevo? No parecía muy convencido. Presionó el número cinco, aun pensando en la razón de tal acción.

La puerta del ascensor se abrió en su sala de música. Las luces de la calle alcanzaban a iluminar pequeñas porciones del salón, apenas y se podían ver los detalles.

-No- dijo seguro- yo no ensuciaré nunca este lugar, lo juro por mi madre. Este lugar nunca va a verme llorar.

Presionó el 10 y volvió al departamento. Comer algo le haría bien, también tomar algo de agua y quizá dormir en un lugar decente.

El elevador se abrió y entró a su departamento. No tenía idea de qué comería o qué haría realmente, pero al menos estaba lejos de la sala de música y era un alivio.

-Café, café, café… -murmuraba- ¿aún hay café, Jarvis?

-Sí, Señor. Hay café en todas las cafeteras de la casa, Señor.

-Bien, mantenlo así.

-Sí, Señor.

Se sirvió casi toda la cafetera completa en la taza que había sacado. La bebió casi toda de un solo trago.

-Yo debería dormir al menos un poco.

-Es una muy buena idea, Señor.

Como pudo, Tony se arrastró hasta su habitación, le pesaban los párpados, los pies y la cabeza. ¿Qué diría su madre del deplorable estado en el que se había dejado caer por culpa de una mujer? ¿Pensaría que tal mujer lo valía? Tal vez no, su madre no apreciaría a la mujer que abandonó a su hijo de una manera vil y deshonesta, así que quizá estaría pateándole el trasero hacia adelante, para que siguiera avanzando.

Tan pronto vio su cama, sintió la imperiosa necesidad de lanzarse a la comodidad y dejarse atrapar por el sueño, pero ese tipo de movimientos seguro le dejarían la cabeza bailando de un lado a otro y no era que realmente necesitara otro malestar más. Se acostó con tanta delicadeza como fue capaz y se cubrió hasta las orejas con una enorme colcha negra.

-Jarvis, baja el termostato lo que más puedas.

-¿Señor?

-Que todo se sienta frío, Jarvis, muy frío.

-Sí, Señor.

La temperatura comenzó a descender de manera lenta pero constante. Poco a poco, la colcha se hizo más y más acogedora.

-Mantenlo así, Jarvis.

-Sí, Señor.

Se abrazó a una de sus almohadas y lloró de nuevo, desconsoladamente.

Notas finales:

Gracias por leer.

Y


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