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Condenado por Nicole Prince

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Nash y Kuroko apenas habían tenido una o dos oportunidades más para verse. Era mejor así, era necesario y por encima de todo, era plan de Tetsuya, quizá esta era la única razón por la que Nash obedecía. Pero eso no quería decir que fuera fácil. Tres meses atrás, Nash fue apresado y Kuroko tardó uno más en conseguir entrar en la cárcel, y ahora los días pasaban y ellos tenían que permanecer separados. Como dice esa estúpida canción, tan cerca y a la vez tan lejos. Como consecuencia, Nash desfogaba su frustración pegando una paliza a cada preso que lo mirase durante más de un segundo y Tetsuya tenía que esforzarse aún más en pasar desapercibido. Al menos hasta que comenzará la segunda parte de su plan.


La primera parte, por supuesto, había sido hacer algo tan terrible y trágico que lo llevaran hasta allí. Aunque eso había resultado agradablemente satisfactorio y sencillo, y por supuesto, cuando llegó la policía él no se resistió.


Nash, su grupo y él se dedicaban un poco a todo. Intentando resumirlo, hacían favores, conseguían lo que nadie podía conseguir, mataban a quien nadie podía encontrar y también, defendían a quien todos querían matar. Eran los mejores en la rama, tenían muchos enemigos pero también algún aliado. Cuatro meses atrás, uno de sus “amigos” los traicionó. Uno de sus colaboradores más antiguos les tendió una trampa, y a cambio de total inmunidad para él y su familia los entregó a los federales en bandeja de plata. No obstante, en el último momento Nash consiguió salvar a Kuroko, una vez más.


Kuroko no culpaba al líder que había decidido que su familia y banda valían más que su amistad. Se culpaba a él. Porque Nash era la cabeza pública, era todo luz y escudo, pero él era el que vigilaba en las sombras. Debía de haberlo visto venir.


Y juró que sacaría a Gold de la prisión.


Desde un principio fue muy consciente de que era imposible hacerlo desde fuera, por lo que tendría que entrar ¿pero cómo conseguir que te metan en Hanya, el agujero más negro de la sociedad? Cometiendo un crimen tan terrible, que nos les quedase más opción. De forma que, aunque no le guardaba rencor alguno a aquel que los había traicionado, una noche Kuroko se coló en el piso de protección federal y los mató a todos. Entrar fue sencillo, apenas lo vieron, y uno a uno fue cortándoles la garganta a todos mientras dormían, hombres, mujeres y niños, no vaciló ni un solo segundo. Por último, espero sentado mientras venían a por él. Al entrar, todo lo que la policía vio, fueron numerosos cuerpos sin vida y a un joven serio y tranquilo mirándolos sin vacilar.


— Te veo mal, Kuro-chan. — Tetsuya levantó la vista que hasta ese momento había mantenido fija en el plato del desayuno. — ¿Echas de menos a tu hombre?~


— Shu. — Lo mandó callar. — Este lugar es demasiado monótono, no hay nada que hacer más que esperar.


— Bueno, venía a decirte dos cosas... — Comentó, mientras levantaba dos dedos de su mano. — Primero, la carga está a punto de aterrizar, guiñoguiño. Y segundo, y mucho menos interesante, acabo de escuchar como dos presos pretendían venir a “reclutarte”.


— Takao-kun, no tiene sentido que utilices nombres en clave si luego haces todos esos gestos… Así que ya vienen ¿eh? Quizá podamos salir de aquí antes de lo previsto.


— Eres tan aburrido… ¿Y lo otro?


— ¿El qué? Ah… Que vengan si quieren. — Musitó, haciendo un gesto de indiferencia con los hombros.


— No entiendo por qué no te unes a Shin-chan y a mí, yo te protegería Kuro-chan~ — Kuroko se lo planteó por un momento, si hiciera eso probablemente Nash enloquecería en celos…—


— Está bien.


— ¿¡¡Quéeeeeeee!!? — Se sorprendió el pelinegro, saltando en su asiento.


— ¿Por qué demonios te sorprendes si eres tu el que preguntaste?


— Ya… Pero nunca pensé que dirías que sí. Nash va a estar furioso, aunque de todas formas siempre lo está ¡Nos vemos en el patio entonces! — Canturreó contento, mientras comenzaba a levantarse, pero Kuroko lo sujetó de una manga.


— ¿Sabe él a quien perteneces realmente, Kazunari? — Le preguntó con la mirada repentinamente seria.


— No. — Respondió el otro, sonriendo con amargura. Quería a Midorima, pero su pasado era un tema que prefería no sacar a relucir. — Ya llegaremos a ese momento. — Kuroko sacudió la cabeza, en forma de asentimiento.


«¿Qué debería hacer contigo, Takao Kazunari?»


Esa pregunta anduvo rondando la cabeza de Tetsuya durante el resto del día. Takao Kazunari, no siempre se había llamado así. Era el hijo primogénito y único superviviente de una rama de la Yakuza masacrada muchos años atrás. Cuando esto ocurrió, el joven, quien no debía de tener más de 14 años acudió a ellos en busca de un deseo: Quería venganza y a cambio les ofrecía lo único que le quedaba, su vida. Por una vez, fue Kuroko quien había accedido a la petición. A Nash le gustaba echarle en cara que fue porque se sentía identificado con el niño, él no tenía muy clara la razón, ni tampoco le importaba.


Una vez acabaron con aquel clan, Takao le ofreció sus servicios, su vida, pero él se negó. No necesitaba un esclavo, sin embargo, él día en que Kuroko lo buscase para pedirle un favor, el chico debía cumplirlo o él  tomaría con sus propias manos lo que Kazunari les había ofrecido: Su vida.


Partieron por caminos diferentes, libres y con sus propios problemas que resolver. De forma que, hasta un mes atrás, Takao solo sabía del peli azul de vez en cuando, hablaban por teléfono o alguna vez habían coincidido en el país. Por eso, cuando los guardas le informaron de que había recibido la visita de Kuroko Tetsuya su corazón se había acelerado; por fin iba a poder pagar su deuda. Pero bueno, esa es otra historia.


 


«Creo que esto cierra un capítulo.» Pensaba Kuroko, reclinado en uno de los bancos del patio.


Estaba aburrido. Una de las desventajas de ese lugar es que había muy pocas cosas que hacer y se aburría, sobre todo los días en los que no tenía que acudir a su puesto de trabajo ¿Pesas? Ni hablar ¿Estudiar? El ya había terminado su carrera…


— Kuro-chaaaaaaaaan— Escuchó como lo llamaba la persona que anteriormente había ocupado sus pensamientos. — ¡Ven! ¡Ya voy! — Curiosamente, Kazunari era una de las pocas personas que podía encontrarlo sin mucho esfuerzo.


— ¡Mira Shin-chan! — El pelinegro caminaba hacia él mientras arrastraba a Midorima Shintarou. El resto de presos, acostumbrados a situaciones similares, los observaban divertidos.


Esos dos llevaban allí aproximadamente medio año y a nadie le había pasado desapercibido como Takao era la más obvia —sino única— debilidad de Midorima. Algunos habían intentado utilizar eso a su favor, saliendo bastante malparados, Kazunari podía parecer inofensivo pero sabía cuidar de si mismo.


— Midorima Shintarou, alias Shin-chan, te presento a mi amigo Kuroko Tetsuya, estaría interesado en entrar, ya sabes, en el grupo.


— Takao, calla. — Midorima observó meticulosamente el joven. —Te he observado… — Comenzó, tapando la boca del pelinegro para que no interrumpiese. — No necesitas a nadie que te proteja ¿qué buscas de nosotros? Me gusta vivir tranquilo.


Kuroko sonrió de medio lado.


— No, ciertamente no es protección lo que busco. Y normalmente me gusta estar solo, trabajo mejor. Pero hay veces en las que hay que saber lo que más te conviene ¿No? No causaré problemas… Al menos ninguno que tú vayas a tener que solucionar.


Midorima lo observó durante unos segundos más, había algo en ese chico que no le gustaba nada. No sabía si era su actitud tranquila pero desafiante o su apariencia opaca, algo le decía que no era de fiar. Sin embargo, ninguno de los que estaban ahí dentro era de fiar y era Kazunari quien le había pedido esto.


— Bien. — Masculló antes de irse arrastrando a Takao tras de si.


Mientras se veía remolcado, Kazunari se giró brevemente mientras le hacía a Kuroko un gesto de victoria con los dedos. Por su parte, Tetsuya los observó durante un breve momento. Ah, esos dos hacían una pareja de lo más interesante y hasta cierto punto les tenía un poco de envidia.


— ¡¡¡¡Atención todos!!!! — Gritó una voz desconocida.


— «Gah…» — Pensó Kuroko. — «Yo conozco esa voz.»


— Mi nombre es Aomine Daiki y ¡¡he venido para reinar!!— Gritó esa persona de nuevo mientras se subía en uno de los bancos del patio.


— Aominecchi estás haciendo el ridículo, baja de ahí. —


— ¡Kise cállate! Estropeas mi imagen. —


«Bueno… al menos ya estamos todos.» — Pensó Kuroko mientras sonreía, esta vez genuinamente.


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