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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo doce: De cuando Draco (y Harry) se sigue metiendo en problemas (con criaturas mágicas)

Harry se percató del momento exacto en que la respiración de Draco se cortó con una brusca inhalación, y se estremeció encima de él. Se aferró a sus brazos, jalándolo con suavidad.

—Draco —su amigo emitió un débil sonido que indicaba que lo oía, aunque todavía tenía los ojos puestos en el espejo—, ¿dónde estamos?

—No...estoy seguro —susurró despacio, a la vez que se impulsaba hacia arriba para quedar sentado. Harry intentó imitarlo, pero un mareo lo invadió. Cayó de espaldas con un sonido estridente y un quejido por el golpe en la parte de atrás de la cabeza—. ¿Estás bien?

Asintió a la cabellera rubia que se inclinó sobre él por un momento, y apretó los párpados, en un intento de distraerse del dolor. Escuchó el crujido de papel, un roce de telas. Al abrirlos de nuevo, vio que el otro niño acababa de sacar los pergaminos y el Apuntador.

—¿Y bien? —dobló los brazos, se apoyó en los codos; esa vez, pudo sostener el lado superior del cuerpo sin sentir que el mundo le daba vueltas.

Draco apretó los labios, alternó la mirada entre el mapa original y el objeto mágico, con un ceño que se profundizó más después de unos segundos.

—No estoy seguro —repitió, en voz tan queda, que no lo habría escuchado de no ser por el silencio absoluto del lugar.

—¿Cómo que no? El mapa tendría que...

Un ladrido en la distancia sacudió las paredes. Harry se encogió y levantó la vista, en dirección al sonido. En lo alto, desde un agujero en lo que debía constituir un techo cóncavo de diseños complicados, se podía divisar uno de los hocicos de la bestia de tres cabezas, gruñéndoles.

Un bufido de Draco devolvió su atención a él. Cuando el niño se dio cuenta de que lo observaba, le tendió el mapa. Harry hizo el esfuerzo por sentarse, a pesar de que el mundo volvió a girar a su alrededor, y revisó el área donde aparecían los trazos intermitentes. Sus viñetas no estaban ahí.

Recorrió los lados del mapa, los pasillos de aulas, los sectores de las distintas Salas Comunes, las escaleras móviles.

Nada.

Sus nombres no estaban en ninguna parte del Mapa del Merodeador.

—¿Cómo...? ¿Qué...? —se trabó con las palabras, resopló, y se dejó caer hacia atrás, para recostarse de nuevo en la superficie extraña del suelo. Se pasó ambas manos por la cabeza en un gesto desesperado, que le dejó el cabello peor de lo que estaba, luego dijo lo que le preocupaba aún más que la criatura multicabezas:—. Mi mamá no se tiene que enterar de esto.

—Madre tampoco.

—No vamos a decir nada. A nadie.

—Nada de nada —aceptó Draco, en un murmullo.

—Bien.

—Bien.

Harry soltó una larga exhalación.

—¿Qué acaba de pasar? —lloriqueó— ¿qué hicimos?

Por unos instantes, lo único que se oyó en la habitación fue el "hm" de su amigo, el gruñido lejano de la bestia, la respiración errática de Harry. Cuando el niño habló, casi dio un salto.

—Tal vez es una sala encantada —mencionó, lento, dubitativo. Al ladear la cabeza, lo vio darle una revisión más al mapa y el Apuntador—, Nym me contó que hay varias en Hogwarts, y tienen diferentes usos. No se encuentran por medios normales. Padre llevó a madre a una, una vez, cuando estudiaban aquí, que les mostró una proyección de sí mismos años después, de adultos; nunca la volvieron a encontrar.

—¿Cómo es eso posible?

—Creo que algunas vienen y se van, o sólo se abren en algunos momentos, para ciertas personas, o por ciertas razones. Necesitan algo para funcionar, supongo —se encogió de hombros y golpeteó un borde del mapa con la varita—. Sería lógico...pensar que esas salas especiales no salen aquí, apareceremos como si no estuviésemos, pero deberíamos seguir dentro de Hogwarts.

—¿Deberíamos?

Como toda respuesta, señaló hacia arriba con la varita. El perro gigante, como si se hubiese percatado de que ambos lo vieron por un segundo, volvió a soltar un ladrido aturdidor.

—Nos empujó hacia una trampilla bajo su pata.

—No podía sólo- no sé, empujarnos hacia la salida y mandarnos a la cama con una advertencia ladrando, ¿cierto? —hizo un gesto vago con la mano. Draco rodó los ojos.

—Pudo ser peor —cuando se limitó a observarlo con incredulidad, él bufó—. Pudo mordernos. No creo que lo hubiese hecho sólo para dejarnos una marquita en el brazo.

Tragó en seco por el escalofrío que lo recorrió ante la idea. Tuvo que asentir a regañadientes.

—Así que estamos bajo un perro de tres cabezas y de mal humor.

—Sí.

—Genial.

—Nada mejor para un sábado por la noche, ¿verdad? —le respondió en el mismo tono venenoso que él, sin querer, utilizó. Harry levantó un poco la cabeza para observarlo, y de pronto, comenzaron a reírse.

Se cubrió los ojos con las manos y ejerció una débil presión. Para su mala suerte, le sirvió para recordar que no soñaba.

—¿En qué nos metimos?

—Problemas interesantes, Potty…—lo vio encogerse de nuevo, para luego trastabillar al ponerse de pie.

Draco se acomodó el mapa contra el antebrazo, el Apuntador apoyado en uno de sus bordes, y empezó a caminar despacio, tanteando cada punto antes de pisar, con la varita en la mano libre. Después de un momento, Harry alzó la cabeza para volver a fijarse en la trampilla que los llevó hasta ahí. Frunció el ceño.

—¿Y Lep?

El niño frenó en seco, a mitad de un paso. Terminó de bajar el pie y le dedicó una mirada vacía por encima del hombro, mas no lo engañaba; al oírlo, los hombros se le pusieron tensos.

Apuntó hacia arriba con la varita, otra vez.

—Leporis se...quedó con eso —la voz se le quebró en la tercera palabra, él decidió no hacer comentario alguno. Draco se volvió hacia adelante, se aferró a los objetos que cargaba, y continuó alejándose.

Algo se retorció en el pecho de Harry al intentar levantarse. Habría jurado que el suelo se ondulaba, y le costó mantener el equilibrio, pero una vez que lo consiguió, pudo comenzar a caminar también.

Se abrazó a sí mismo, sin saber qué hacer. Siguió con la mirada los movimientos de Draco, que le daba vistazos a las exhibiciones, tocaba los límites de la sala con la varita, revisaba el mapa y el Apuntador, en un frío silencio.

—¿Qué haces?

—Busco una salida que no necesite pasar por el perro de tres cabezas que se- se comió a mi estúpida rata fea, Potter, ¿qué más crees que estoy haciendo? ¿Jugando? A veces eres tan-

Las palabras se le cortaron con una brusca inhalación, que se combinó con un ruido lastimero. Draco se quedó quieto, de espaldas a él. Se puso aún más rígido cuando lo escuchó arrastrar los pies en su dirección.

—No te acerques, Potter —masculló entre dientes, sin verlo.

—Pero...

—No te me vayas a acercar —recalcó, la firmeza de vuelta en su voz suave—. Si quieres ayudar, que sea buscando una estúpida salida de este estúpido lugar en el que nos metimos por...

—¿Por ser estúpidos? —ofreció. Aunque la risa ahogada que le respondió sonaba a llanto en el fondo, Harry se quedó donde estaba, con una sensación incómoda.

No estaba seguro de qué tan buena idea era, cuando los impulsos y la experiencia —al menos, su experiencia de cuando se oía así y su madre lo notaba—, le exigían acercarse y calmarlo. Pero era Draco.

Pensase lo que pensase, Draco siempre le resultó un poco extraño.

El niño-que-brillaba completó una vuelta y media al lugar, después avanzó por el pasillo del medio, el que daba directo al espejo, mientras leía un trozo de pergamino, sacado de algún bolsillo escondido de la capa. Harry intentó detallar la sala y dejar de mirar todo lo que hacía, para no alterarlo más.

El sitio era amplio, de una forma casi cuadrada. Más allá de donde cayeron, que como pensó, estaba cubierto de un material similar a la paja, sobre el piso de roca, había un tramo de dos escalones, que separaba un borde de la sala, con columnas cada pocos pasos, de los corredores que se creaban entre las cajas de cristal y sus exposiciones. La luz provenía de antorchas, colocadas en las paredes, en medio de cada par de columnas.

A simple vista, no existía más salida que la trampilla que estaba por encima de sus cabezas. Él procuró no pensarlo demasiado, confiado en que, si podían irse de otro modo, Draco era el adecuado para descubrirlo; habría apostado lo que fuera por esa certeza.

Las exhibiciones constaban de piedras de diferentes colores, siluetas y tamaños, manuscritos abiertos, que reposaban en encuadernados desgatados, artefactos de metales que no conocía, como unas esferas diminutas que flotaban dentro de su respectivo contenedor.

Otro gruñido del perro de tres cabezas hizo temblar el suelo y a los niños. Draco levantó la mirada a la trampilla, sus manos se convirtieron en puños que apretaron el mapa. Harry deseó poder asegurarle que su conejo estaba mejor de lo que pensaba, pero no supo cómo.

—Lo que hiciste arriba —murmuró tras un rato, en el que se dedicó a caminar entre las exposiciones y darle vistazos de reojo a lo que su compañero realizaba—, ese sonido, ¿fue un hechizo?

—Qué listo, Potter, reconoces mi voz —le replicó con un deje de amargura, que lo hizo arrugar el entrecejo.

No le gustaba cuando Draco actuaba así. Cuando no era el Draco que conocía, sino el desagradable, horrible, que los demás esperaban que fuese. Harry, que sabía que no era en realidad de ese modo, no podía explicarse por qué tenía que reaccionar como tal. Ni evitar que le preocupase un poco.

—Sonó feo y fuerte, por eso lo supe —fue lo único que se le ocurrió contestar. Indiferente a él, su amigo continuaba moviéndose alrededor del espejo, como si esperase encontrar una puerta escondida detrás—. ¿Es otro de los que te enseñó Jacint?

—Sí.

—¿Sirve para confun…?

—Sirve para romperle la cabeza desde adentro a alguien más fuerte que yo, en caso de emergencia.

Harry sintió que la boca se le secaba. Por un instante, se le olvidó dónde estaban y la razón de la molestia del niño.

—¿Qué?

Lo escuchó bufar.

—Romperles la cabeza, Potter. Explotar, si te gusta más.

—Pero eso...eso es...—horrible, iba a balbucear, pero se mordió el labio y se calló.

—Es magia oscura intermedia —concretó, monótono, como si no fuese consciente de que aún le contestaba mientras revisaba el mapa de nuevo—. Estoy seguro de que ya te habías enterado de que en Durmstrang se practica.

Tú no vas a Durmstrang, estuvo a punto de decir; no pudo. Sentía las palabras atoradas en la garganta, frente a la imagen de Draco, su Draco, que contaba historias, veía las estrellas y lo peinaba, a pesar de que le tomase horas dejarlo presentable, usando ese hechizo contra otra persona.

—No me rompiste la cabeza —mencionó. El otro niño se giró, con una ceja arqueada, en una cuestión silenciosa que prefirió no interpretar.

—Creo que es un poco obvio que no quiero romperte la cabeza. Me enseñó a controlar la intensidad para aturdir, pero ya que lo dices…

Se calló de forma tan abrupta que Harry temió los peores escenarios. Como si hubiese captado un movimiento próximo, Draco se volvió a dar la vuelta. Quedó de cara al espejo, ojos grises y enormes observaron el cristal, antes de que emitiese un jadeo.

Se echó hacia atrás tan rápido que trastabilló, los objetos que cargaba se resbalaron. El mapa se agitó en el aire, como la hoja de un árbol en otoño, la varita rodó por el suelo.

Dio un paso lejos, y otro, otro, otro. Cuando Harry iba a correr hacia él para ver qué le pasaba, un manchón gris atravesó su campo de visión, y se estrelló contra su amigo.

Draco gritó, se tambaleó, cayó. Terminó sentado en el suelo con un ruido sordo y un quejido. Lep estaba sobre su cabeza, agitado, olisqueando, las orejas todavía sacudiéndose por el vuelo que lo llevó de regreso a su dueño.

Al dar un vistazo hacia arriba, se percató de que la trampilla ya no estaba obstaculizada. Intentó imaginarse al conejo esperando una oportunidad para pasar por debajo del perro de tres cabezas, y buscar al niño. Hubiese sonreído, si un sollozo no hubiese cortado el silencio.

—¡Estúpida rata fea! —el reclamo resonó contra las piedras de la sala, al mismo tiempo que Draco sujetaba al conejo con ambas manos y lo ponía frente a su rostro; ceño fruncido, ojos cristalizados, un rictus de desprecio deformado por un puchero, incluidos— ¡te crees que puedes ir por ahí, haciendo lo que se te dé la gana! ¡¿Para qué te estoy entrenando, perdiendo mi tiempo contigo, si vas y te subes sobre un monstruo como ese?! ¡Pudiste haberte muerto, por estúpido! ¡Pudiste habernos matado a los tres! ¡¿Qué no tienes cere...?! Oh, no, ¡quieto, qui- quieto!

Otro sollozo llenó la sala cuando giró la cabeza, en un intento de evitar que el conejo le volviese a lamer la mejilla. Se quejó un par de veces; en cada una, Lep movió las orejas, le tocó la cara con la nariz, y le pasó la lengua rasposa.

Cuando se cansó de la lucha sin sentido, lo apretó contra su pecho con ambos brazos, y agachó la cabeza para ocultarla en el espeso pelaje de la criatura. Harry notó que no tenía las mejillas manchadas de lágrimas, pero sí con un leve tono rosa.

Seguro de que era lo único que su amigo necesitaba para recuperar la calma, se acercó tan lento como pudo, y al alcanzarlo, se puso de cuclillas junto a él. Draco se estremeció, en señal de que era consciente de su presencia, mas no hizo ademán alguno de enderezarse.

Acababa de poner una mano en su hombro y abrir la boca para decirle que estaba bien, que todo estaba bien, cuando un sonido de aleteo y una voz que no pertenecía a ninguno de los dos, se le adelantó.

—Señor Malfoy, señor Potter —Harry ahogó un jadeo cuando el Augurey de la profesora voló por encima de ellos y se posó en la parte más alta del espejo de Oesed. Sintió que, bajo su tacto, Draco se volvía a tensar, y le dio un suave apretón en respuesta—, creo que entienden que necesitamos hablar.

Dio un vistazo alrededor, en busca de la mujer, sin resultados. Al parecer, el pájaro descendió por la trampilla sin ella.

No sabía si era una buena o mala señal.

Despacio, el niño-que-brillaba levantó la cabeza. Sus ojos grises, más claros y serenos, se detuvieron un momento extra en la superficie del cristal, antes de fijarse en el ave; Harry se preguntó si otra vez hallaba a Lucius Malfoy en el espejo.

Saber que podía volver a perder la única visión de su padre que tenía, y haría esa expresión triste de nuevo, le produjo un retortijón en el pecho. No lo pensó cuando le rodeó los hombros con un brazo. Draco le dirigió una breve mirada, extrañada, luego volvió a concentrarse en el pájaro; notó que se le pegaba a un costado, y le sostenía un lado del pijama con una mano, sin embargo.

—Profesora —la voz no le tembló al saludar al ave con un gesto de cabeza, aunque él no podía saber si era por una extraordinaria habilidad para conservar la calma, para simular que lo hacía, o sólo porque no era la mujer a quien enfrentaban en sí.

Necesitamos hablar —insistió el pájaro, ladeando la cabeza hacia un lado y después al otro.

Draco asintió. Se impulsó hacia arriba para ponerse de pie, aferrado a su ropa y al conejo. Harry, que se percató de que apretaba los labios al ver sus cosas dispersas, rodó los ojos y las recogió por él, acomodándose los pergaminos bajo el brazo, igual que lo había visto hacer en un par de ocasiones.

—No tienes que mirarlo —murmuró, al darse cuenta de que observaba el espejo. Le pareció que tragaba en seco, para después volver a asentir.

—No lo hago —respondió en el mismo tono bajo. Ahí sintió que entendía mucho más de lo que esa simple frase decía. Más aun de lo que podría haberle explicado.

El Augurey emitió ese cántico melancólico, tétrico, que lo caracterizaba. Echó a volar, trazando círculos por encima de ellos.

—Necesitamos hablar, necesitamos hablar —repetía.

Draco se dio la vuelta y avanzó primero. Debido al agarre que mantenía el otro niño en su ropa, sintió un tirón y lo siguió.

Por el rabillo del ojo, creyó ver un resplandor. Giró la cabeza al pasar junto a una exhibición, en la que yacía una almohadilla de terciopelo azul, con una piedra de un reluciente color plateado, cubierta de manchas.

—¿Potter? —no notó que se detuvo hasta que Draco lo llamó; al verlo, él también se había parado. El pájaro todavía daba vueltas sobre los dos—. ¿Estás bien?

Harry le dio un vistazo más a la exhibición, sólo para descubrir que la piedra tenía otra forma y tono. Parpadeó varias veces.

—Yo debería preguntarte eso —espetó, en voz baja. Draco se encogió de hombros y lo hizo seguir andando.

Cuando llegaron a la zona de paja, que estaba debajo de la trampilla, el Augurey descendió hasta quedar un poco por encima de sus cabezas y graznó.

—De una pata cada uno —intercambiaron una breve mirada, sin entender a qué se refería, por lo que el ave volvió a hacer ese sonido agudo y movió las patas. Harry cerró los dedos alrededor de una—, sí, así.

El niño-que-brillaba tardó un momento en envolver la otra.

—¡Sujétense!

Sin más aviso que ese y otro ruido desagradable, el pájaro empezó a subir. Al comienzo, no hubo diferencia; tras unos segundos, cuando sus pies abandonaron el suelo y tuvieron que ahogar un grito, los hizo regresar, a través de la trampilla.

Sabía lo que Draco esperaba ver al llegar arriba, porque él pensó lo mismo, las caras de espanto los delataban: el enorme perro de tres cabezas, listo para morderlos.

Pero los depositó en el suelo con cuidado, se zafó de su agarre, y echó a volar en dirección a la silueta que estaba junto a la única puerta. La profesora Ioannidis estaba en medio de una flauta y un arpa flotantes, que tocaban una melodía débil por sí mismas. El perro estaba echado; por lo que vio, dormía.

Aun así, no tentaron a la suerte. Harry se movió de la forma más sigilosa que era capaz, para recoger la capa de invisibilidad del suelo, doblarla, y metérsela entre la franela y el pantalón del pijama. Draco mantuvo los ojos sobre la criatura hasta que llegaron a un lado de la profesora y la puerta se abrió por su cuenta.

El Augurey se posó en un hombro de la mujer, que envuelta en telas oscuras y sombras antinaturales, apenas era visible por el lumos de su varita.

—Fluffy —dijo el ave, con una sacudida de las alas y cola. Sólo el vistazo que le dio al perro, les aclaró qué era "Fluffy"—. No se supone que los estudiantes lo conozcan.

Hubo un movimiento a su lado, en la oscuridad. Como si se tratase de un acuerdo tácito, Harry dio un paso adelante y se posicionó de manera que cubría casi por completo a su amigo, quien borraba el contenido del mapa en un susurro y lo escondía en su pijama también.

—Debería haber una advertencia de un perro enorme de tres cabezas, para evitarlo —mencionó a la ligera. No se relajó hasta que percibió que Draco volvía a quedarse quieto.

—Entonces los Gryffindor vendrían cada semana —sentenció el pájaro. Un instante más tarde, la mujer se dio la vuelta para caminar de vuelta al pasillo.

El niño miró por encima del hombro al otro, que asintió. Ambos le dieron un vistazo más al perro dormido y los instrumentos que se tocaban solos, para después seguir a la profesora. En el pasillo, Draco le sujetó una mano, del modo en que hacía cuando estaban bajo la capa. No lo soltó en el trayecto que hicieron por las escaleras móviles ni en los otros corredores; él tampoco se lo pidió, ni consideró hacerlo.

La mujer avanzaba unos pasos por delante de ellos, con las manos unidas al frente. El ave se había girado y tenía los ojos puestos en los dos, por lo que no hicieron ningún intento de comunicarse.

Al girar en la próxima esquina, Peeves apareció con una de sus canciones escandalosas. Se detuvo en seco al fijarse en la profesora. Regresó por donde llegó, sin que tuviesen que decírselo. El niño pensó en lo mucho que deseaba tener la misma opción de apartarse.

Llegaron al área del castillo que estaba apartada en un conjunto confuso de pasillos, que daban cabida a dormitorios del personal, algunas oficinas de maestros y aulas vacías. Una de las puertas se abrió cuando la profesora se detuvo frente a esta, extendió un brazo para pedirles que entrasen. El pájaro ladeó la cabeza y los siguió con grandes ojos oscuros, mientras pasaban.

Un aroma denso los golpeó, aún en el pasillo.

Draco entró primero. Le sujetaba más fuerte la mano de lo que lo hacía en medio del corredor, pero fue quien lo arrastró dentro de lo que, a simple vista, era una oficina desordenada.

—Tomen asiento —el Augurey voló por encima de ellos. Se posó en una percha, detrás del escritorio cubierto de pergaminos y libros, al tiempo que un par de sillas levitaban frente de la mesa, para ellos dos.

Se sentaron de forma simultánea. Fue el turno de Harry de apretarle un poco la mano, gesto que su amigo le correspondió.

El lugar debía ser más amplio de lo que parecía; los estantes que abarcaban las paredes, del suelo al techo, repletos de ejemplares, eran responsables de la impresión de que estaban comprimidos en un espacio muy reducido. Algunas mesas redondas y pequeñas estaban dispersas por aquí y por allá, con objetos de metal o las bases que sostenían los inciensos que aromatizaban la estancia, pilas de libros se amontonaban en diferentes puntos del suelo. Detrás de la percha de Dárdano, colgaba un tapiz de aspecto antiguo de un país diferente en otra época, un mapa de la Gran Bretaña actual, y un dibujo detallado de la anatomía del cuerpo humano, que tapaban casi por completo una puerta. No tenía idea de hacia dónde redirigiría.

La profesora rodeó el escritorio para tomar asiento del otro lado; con un simple giro de la muñeca con que sostenía la varita, invocó una tetera y un par de tazas de porcelana en platitos, de esos que hacían que Harry tuviese miedo de ensuciarlos o romperlos. El líquido que se vertió por sí mismo, en el aire ante sus ojos, humeaba y tenía un aroma dulzón.

—Para pasar el susto que tuvieron que sentir al ver a Fluffy —explicó el ave, sacudiendo las alas desde su cómodo puesto. La mujer unió las manos por encima de la mesa y se reclinó en el asiento; sólo se podían adivinar el contorno de sus ojos y nariz con el vestuario de ese día—. Es de mis favoritos. Tranquiliza bastante.

Los niños intercambiaron una mirada. Después de un momento, Draco aflojó el agarre que tenía en torno a su conejo, para que se acurrucase en su regazo, y se guardó la varita en ese movimiento fluido que le conocía. Lo soltó para sostener el plato del juego de té, la taza con la otra mano, y dio un sorbo.

Harry intentó no quejarse porque se sentía desprotegido sin sostenerlo. Extendió las manos temblorosas hacia el juego de té y ahogó un grito al quemarse con el primer trago. Decidió dejarlo sobre el borde del escritorio, en un espacio de sólo unos centímetros que no estaba ocupado por un pedazo de papel.

—Sabe bien —admitió el heredero de los Malfoy, en un susurro contenido, que advertía que diría más que eso. Dio otro sorbo, antes de continuar—. Profesora Ioannidis, sobre lo que cree...

—Lo que creo no importa mucho —replicó el ave, removiéndose sobre el palo de la percha—; es algo que se aprende con el arte que practico. Lo que , por otra parte, es que el procedimiento de este colegio me dicta que les quite puntos, por haber sido encontrados fuera de la cama, y llame al Jefe de su Casa, para que vea qué castigo es más apropiado para ustedes.

Sintió a su amigo ponerse rígido a su lado; quiso decir algo, lo que fuese, pero ninguna palabra le salió. Lep comenzó a moverse en busca de una mejor posición y a olisquear el aire.

—No hay que molestar al profesor Snape por esto —Draco intentó ese tono suave con que contestaba cuando su madre lo reprendía. El Augurey ladeó la cabeza y emitió un cántico que pudo haber sonado a risa, si fuese humano.

—No, claro que no, en eso estamos de acuerdo. Severus se acaba de ir a la cama, después de un castigo particularmente largo a los estudiantes de séptimo. Estaría de muy mal humor si lo llamo justo ahora, señores.

—Entonces no habría que llamarlo, profesora.

El pájaro volvió a emitir ese ruido extraño. Harry lo miró por un instante y se concentró después en su taza caliente, de la que todavía no podía beber.

—Bien, bien, soy partidaria de la idea de no llamarlo. Pero —interrumpió lo que fuese que el niño iba a decir al abrir la boca— esto se tiene que hablar. No puedo dejar que se vayan, así como así, por lo que hicieron.

—¿Qué hicimos exactamente, profesora?

Harry observó de reojo a su amigo, que lucía una expresión tan serena e inocente, que de no ser porque sabía bien qué hicieron, no se creería que estaba siendo regañado. Tuvo que disimular una sonrisa en el borde de la taza, de la que intentó beber otra vez.

—Dígame usted qué hizo exactamente, señor Malfoy.

—Estuvimos fuera de la cama después el toque de queda —reconoció él, despacio, cada palabra medida antes de ser pronunciada—, y nos disculpamos por eso. Somos inquietos, estamos en esa edad. Mi padrino dice que la curiosidad va a darme problemas graves un día.

—Igual que con todos los niños del colegio, y no he encontrado a más que ustedes vagando por ahí. Tan lejos de su Sala Común, además. ¿Me diría qué pretendían, señor Malfoy?

Draco bajó con cuidado la taza vacía y la dejó justo donde estuvo la suya antes. Se reclinó en el asiento para acariciar, de forma distraída, el pelaje de Lep, que cambió de gris a rubio platinado y luego al negro de la túnica.

—Tengo una prima que estudiaba aquí hasta hace poco, me contó en vacaciones de un retrato mágico interesante en el último piso, que sólo hacía algo de noche. Debimos perdernos en las escaleras, ya sabe, no subimos tanto porque nos quedamos en las mazmorras.

Es bueno para mentir, añadió al registro imaginario. O quizás no era una mentira en sí, no podía saber si Nymphadora le había dicho algo semejante. Harry pensó que inventarse una excusa no podía ser tan diferente a crear un cuento de la nada, y en aquello, también se destacaba.

—Y vieron a Fluffy.

—Y vimos a...¿Fluffy, dice? —él asintió.

—Y se asustaron, así que entraron a la parte de abajo. Que estaba resguardada.

—Bueno, él nos empujó abajo prácticamente. Con una pata.

—¿No pudo pensar en darse la vuelta apenas lo vio?

—Lo hubiese hecho, si no se hubiese despertado, profesora.

—Y cuando se despertó, ¿lo mejor que se le ocurrió fue quedarse ahí?

Veía de uno al otro, como si fuese una contienda o un partido de tenis. Decidió seguir concentrado en su taza.

—Es un poco difícil escapar de un perro de tres cabezas.

—Sí, me imagino —la mujer ladeó la cabeza, de un modo que lo hizo lucir idéntico al gesto que realizaba el Augurey en ese preciso momento—. ¿Está usted de acuerdo con lo que dice su compañero, señor Potter?

Harry dio un brinco en la silla al sentir el disimulado codazo del otro niño. Apretó los labios por unos segundos, antes de asentir con ganas.

—Use palabras, señor Potter, por favor.

—Sí lo estoy —espetó de inmediato, en un tono más duro del que pretendía, y recibió un codazo más. Emitió un débil quejido, que intentó enmascarar con una falsa tos.

Hubo un largo rato de silencio por parte de estudiantes y profesora. Después la mujer asintió, se echó hacia atrás, de manera tal que la silla se movió también y giró, hasta dejarla de perfil. El Augurey saltó hacia lo más alto del respaldo de su silla.

—Haré como que les creo, por esta vez —indicó. Harry hubiese suspirado de alivio, si no estuviese seguro de que merecería un tercer codazo por ser tan obvio—. Incluso así, vieron algo que no debían, y me parece que esto merece algún tipo de sanción.

—Podría...restarnos veinte puntos —sugirió Draco, en voz baja. Al ver que el pájaro lo observaba sin moverse, añadió:—. A cada uno, si cree que fuimos muy malos. Eso estará bien, los Slytherin somos cuidadosos con nuestros puntos, y nuestros compañeros se van a molestar.

Veinte puntos no es nada, pensó el niño con un deje de diversión. A veces, su amigo podía ser un poco ingenuo con las cosas más absurdas. Fue un detalle que también agregó al registro imaginario.

—Me parece poco —continuó Dárdano, en función de altavoz de la mujer.

—Potter y yo creemos que sería bastante —otro codazo. Harry se encontró asintiendo con ganas, y devolviéndole el último para que se detuviese. Draco le siseaba lo que sonaba a un "ayúdame con esto", sin mover los labios.

Otro momento de silencio. La mujer dio una vuelta completa en su silla, quedó de frente a ellos, y cruzó las piernas por debajo de capa tras capa de tela negra.

—Tengo dos propuestas, los dejaré elegir —el pájaro voló hacia el escritorio y se paró en medio de ambos niños, que se fijaron en él enseguida—. Primero, podemos esperar hasta el día de mañana, para que pregunte a la subdirectora qué se hace en caso de esta fracción en específico, y dejar el resto a cargo de su Jefe de Casa, que ya estará levantado, y quizás no de tan mal humor.

—¡Merlín, no! —Harry se dio cuenta muy tarde de que acababa de soltar una estupidez, porque su amigo carraspeó. Agachó la cabeza—. Perdón.

—La segunda opción —prosiguió, haciendo caso omiso de la repentina y grosera interrupción—, es que me hagan la promesa de que no hablarán de lo que encontraron esta noche con nadie, no intentarán buscarlo de nuevo, y lo resolveremos con una pequeña charla y ayudándome en las muestras de las siguientes clases de Defensa, por lo que resta de año escolar.

Los dos intercambiaron otra mirada. Harry asintió a la silenciosa cuestión que notaba en el rostro del niño, que habló por ambos.

—La segunda suena muchísimo mejor, profesora.

—Eso pensé —el ave emitió un cántico chillón y echó a volar, para ir de regreso a la percha, que se balanceó bajo su peso—. Nada de mencionarlo, a nadie, ¿de acuerdo? Es la primera y única condición. No querrán romperla.

—Sí —respondieron al unísono, Draco en voz alta, Harry en un murmullo.

—La próxima semana será la primera clase en que me ayuden. Haremos un duelo; piensen en qué hechizos que hemos visto usarán, lo pueden tener practicado o improvisar. Sin herirse.

Otra respuesta simultánea. Harry estaba por ponerse de pie, cuando su amigo estiró la mano hacia la suya y lo detuvo con un apretón débil. Se quedó donde estaba.

—Profesora —Draco llamó en tono dócil, con la cabeza inclinada. Él notó que buscaba una expresión adecuada para convencerla de lo que estaba por pedir—, si puede, ¿nos diría qué es todo eso que estaba abajo de Fluffy?

—Es un secreto del colegio, en especial del profesor Dumbledore, ¿por qué tendría que hacerlo?

—Porque lo descubrimos, y si tenemos mucha, mucha, curiosidad, todavía podríamos intentar averiguar.

—Entonces nuestro trato se cancelaría y los dejaría en manos de su Jefe de Casa, señor Malfoy.

—Podríamos averiguar sin decirle a nadie. Esa es la condición que usted acaba de decir.

La mujer se reclinó contra el respaldar de su silla, de nuevo. Los bordes del vestido y la túnica le ondeaban, se levantaban, se enroscaban en el aire, aun cuando permanecía quieta. Igual que le sucedía a las capas y el cabello de Pansy.

—No es más que una colección de tesoros —contestó después de un rato, que para Harry, pudo haber sido eterno—, cosas que los directores de Hogwarts han ido aportando a lo largo de los años, cosas que necesitan ser protegidas, o que brindan más seguridad a la escuela. El espejo de Oesed, la única exhibición que no está en vitrina, es el de Dumbledore.

—¿Por qué no está disponible al público, profesora?

—Cada uno tiene sus razones, imagino. En caso del espejo, Dumbledore se preocupa por lo que pueda ocurrir con aquellos que se pierden en él —hubo algo en la manera en que el pájaro giró el cuello y se fijó en el niño-que-brillaba, que hizo a Harry estremecerse contra su voluntad—. Los que desean tanto y podrían preferir no volver a su realidad. Pero sé que también hay algunos que podrían gastar la magia de quien lo toque y convertirlo en menos que un squib, quemar el Bosque Prohibido, incluso derribar Hogwarts completo desde sus cimientos; ese tipo de cosas que es mejor no dejar al alcance de cualquier demente, aun si es un estudiante de esta institución. ¿Algo más que necesite ser respondido para calmar sus miedos, señor Malfoy?

—No tengo miedo —masculló entre dientes. Debió percatarse de que se trataba de una reacción involuntaria, porque luego apartó la mirada, y observó los estantes, como si sus libros fuesen lo más interesante que tenía el universo. Se aclaró la garganta—. No, nada, profesora; puede preguntarle a Potter. Pero si yo fuese un director importante, de un colegio donde los niños más pequeños tienen once años, habría puesto encantamientos fuertes, indetectables, no un perro gigante de tres cabezas, para cuidar unos tesoros.

—Yo también lo haría así, pero no soy la directora —incluso si era a través del pájaro, Harry tuvo la impresión de que su voz se suavizaba—. ¿Usted también está asustado y tiene preguntas, señor Potter?

El niño tragó en seco.

—No, profesora, sólo me quiero ir a la cama ya, si puedo.

—Una idea excelente —la silla giró y la mujer quedó de espaldas a ellos, escondida por el asiento, a excepción de los bordes de la túnica que aún se sacudían—. Dárdano verán que lleguen a salvo, y les evitará problemas con Filch y Peeves, si se les acercan. Buenas noches, señor Malfoy, señor Potter.

El pájaro remontó el vuelo nada más terminar de decirlo. Trazó un círculo por encima de ellos, para apremiarlos a moverse, y se dirigió hacia la puerta.

Los niños murmuraron un "buenas noches", se levantaron y caminaron detrás del ave. Harry, de nuevo, se aferraba a la mano de su amigo cuando llegaron al pasillo y bostezó de forma ruidosa, sacudiendo la cabeza.

—No seas animal, Potter —lo reprendió el otro, con un ceño apenas fruncido y abrazado a su conejo, que se transformaba, poco a poco, en un trozo de la tela de su pijama.

Avanzaron en silencio después de eso, el pájaro por delante de ellos, en dirección a las mazmorras. Por suerte, el profesor Snape tendría que seguir dormido, tal y como ella les mencionó, porque no hubo un hombre enfurecido que los recibiese antes de alcanzar la entrada a la Sala Común.

El ave mantuvo una distancia prudente, de modo que no fuese a escuchar la contraseña que tocaba para esa semana, pero no echó a volar lejos hasta que los vio entrar y el muro se cerró detrás de ellos. Sólo entonces, Harry soltó el suspiro de alivio que contenía desde que estuvieron en la oficina de Ioannidis, y Draco lo liberó de su agarre, para dirigirse hacia la chimenea que casi no crepitaba, refunfuñando acerca del frío ahí abajo.

—Vamos a dormir, Draco —pidió, en voz baja. Aunque sabía que sólo tenía que ir hacia los dormitorios para meterse bajo las mantas, y la tentación ir a un lugar cálido era bastante fuerte, no quería dejarlo solo ahí—, ¿no tienes sueño?

El heredero Malfoy balbuceó una respuesta, a la vez que se tallaba uno de los ojos y abrazaba más a Lep. Luego mantuvo la vista fija en la chimenea por un rato.

—Padre no se veía igual que la última vez en el espejo —explicó, seguido de un breve vistazo en dirección a las escaleras y pasillos que daban hacia los dormitorios, como si tuviese que comprobar que permanecían solos en la Sala Común—, estaba demasiado cerca. Parecía que iba a agarrar una de las piedras, la plateada rara, ¿la viste?

—Sí —Harry susurró, aproximándose a duras penas al sillón y dejándose caer sobre este. Ahora que la adrenalina de la aventura se disipaba, sentía los párpados más pesados que nunca.

—Creo que sé lo que era.

Draco se sentó a su lado con más gracia y cruzó las piernas.

—¿Qué cosa?

—Voy a averiguarlo mañana —comentó y apretó los labios por unos segundos—, quiero estar seguro.

—¿Así que nos podemos ir a dormir ya?

—¿Estás cansado?

Asintió. El movimiento sólo aumentó la sensación de pesadez de su cuerpo, por lo que se deslizó hacia un lado y apoyó la cabeza en uno de los hombros de su amigo. Casi ronroneó al sentir los dedos que se enredaron en su cabello y le dejaron algunas caricias.

—Muchísimo —volvió a bostezar.

—No te duermas ahí, Potter.

—No me estoy durmiendo...

Pero, a pesar de lo que dijo, se pegó más a uno de sus costados, cerró los párpados y se arrastró a un mundo de inconsciencia.

Por la mañana, los Slytherin de último año que bajaron a primera hora, encontraron a Draco recostado contra uno de los extremos del sofá, a Harry sobre él, rodeándolo con los brazos, Lep acurrucado en un espacio junto a ambos. Ni siquiera Pansy hizo un comentario al respecto.

0—

Si creyó que la cuestión de Fluffy y los tesoros terminaría ahí, era sólo porque todavía no había visto ni una fracción de lo testarudo que podía llegar a ser su Draco. En retrospectiva, Harry debió darse cuenta por aquella época de la clase de problemas que le traería esa actitud con el paso de los años. Si lo hubiese hecho, no sería el Harry que conocemos.

Entonces ahí estaba. A mediados de enero, en la biblioteca. Era uno de esos días en los que pasaba por el tormento de hacer las tareas que se le acumulaban a lo largo de la semana, dado que no había hecho ni una desde que volvieron de las vacaciones.

Draco estaba sumergido en la lectura de un libro que necesitaba sus dos brazos para ser alzado; sólo respondía o le daba vistazos cuando le pedía ayuda con algo específico, así que no tenía opción de tomarse un descanso y distraerse un poco.

Pansy se encontraba al otro lado de la mesa, practicando encantamientos sencillos, apoyada por una guía de instrucciones; cada giro de varita, generaba una explosión estridente que la derribaba de la silla, una humarada gris, o un rayo, que rebotaba y se consumía en una barrera que la envolvía, cortesía de varias horas de explicación vía flu de su hermano, para evitar más accidentes. De cualquier modo, a veces algún hechizo mal ejecutado se le escapaba, así que Harry comenzaba a considerarse un experto en los improvisados protegos y en sacar la varita rápido, después de que en una ocasión le hubiese roto los lentes, y en otra, casi lo dejase calvo.

Ya que sólo le quedaba concentrarse en los apuntes —de Pansy, por cierto, con una caligrafía cursiva, pomposa, frases subrayadas y delineados de colores, porque él no tenía suficiente información en los suyos—, tenía un codo apoyado en la superficie de la mesa, la cabeza en la palma. Si cabeceaba y le pesaban los párpados, bueno, esperaba que no se notase tanto como creía que lo hacía.

Él intentaba, en verdad intentaba, pero haber pasado la noche deambulando por el castillo con Draco, y dormir en el sillón de la Sala Común, en lugar de su cómoda cama con mantas a las que su madre les ponía un amuleto para mayor calidez —desde que se enteró de que estaba en las mazmorras, al menos—, no ayudaba.

Un ruido sordo lo hizo dar un brinco en la silla. Se sacó la varita de la manga y trazó una figura vaga en el aire.

Protego.

Protego.

Dos voces diferentes alzaron un escudo para ese lado de la mesa, que retuvo otra explosión. Más allá del humo, la figura de Pansy se sacudió con una tos. Harry se guardó la varita, renovado y más alerta que unos segundos atrás. Vio a su amigo disipar el humo con otra floritura y levantar la cabeza del libro, con una expresión aburrida.

—¿Sigues bien por ahí?

—¡Bien! —aseguró ella, seguido de otra tos. Luego de un encantamiento más de Draco y algunos manotazos de su parte, Pansy quedó a la vista de nuevo. Tenía las mejillas recubiertas de hollín y el cabello despeinado, pero sonreía—. Este casi me sale, chicos, lo siento tan cerca.

—¿Qué hechizo es? —preguntó Harry, quien no podía desaprovechar la oportunidad de pausar su supuesta investigación acerca de las guerras civiles de los goblins del siglo pasado.

Wingardium leviosa.

Ella sonrió más, se balanceó en la silla y se preparó para un —vigésimo, creía— intento. El niño intercambió una mirada angustiada con su amigo, que acababa de abandonar el libro que tenía al frente. Aquello no se parecía en nada a la reacción que tendría que darse por el encantamiento de levitación.

—¿Qué intentas levitar, Pansy? —Draco colocó un marcador mágico al libro, con forma de un dragón que se enroscaba en las esquinas de la página, y lo cerró despacio. Por reflejo, Harry hizo lo mismo con el suyo. Agradeció conseguir un descanso de Historia y Transformaciones.

—Esta tacita —Pansy tocó la pieza, que estaba sobre la mesa desde que Lía les llevó té en secreto, con la punta de su varita. Estaba intacta, por pura suerte, pensaba él.

—¿Necesitas ayuda?

—No, yo puedo solita. Miren, ya sé hacer el accio, como Jacint me dijo.

Ambos abrieron la boca para decirle que no tenía que mostrárselo, que le creían si decía que podía hacerlo, pero fue demasiado tarde. La niña se puso de pie, hizo una floritura en el aire, y pronunció el encantamiento.

Sólo necesitó de un segundo para que las luces de la biblioteca titilaran. Los estantes se sacudieron de forma violenta, uno cayó con un ruido estridente. Cuando los libros que lo ocupaban levitaron en su dirección, la varita echó chispas rojas y más humo la envolvió.

Se escuchaba la voz histérica de la bibliotecaria a la distancia, como cada media hora desde que se instalaron allí. Cuando la mujer se apareció detrás del desastre, con las manos en la cadera y la cara roja de rabia, bastó una mirada para darse cuenta de que eran ellos, otra vez, y arregló el caos sin más regaños. Los profesores hablaron con ella acerca de la niña después de que estuviesen por sacarlos tras sus primeras prácticas.

Pansy se retorció las manos y la siguió mientras limpiaba, disculpándose al menos una docena de veces, con voz más temblorosa en cada una. Harry sabía que era su tono de "estoy por llorar, pero no quiero hacerlo".

Cuando su amiga se volvió a sentar, ya no sonreía. Dejó la varita en un lado de la mesa, para dedicarse a rehacer su trenza, al mismo tiempo que daba una ojeada a sus instrucciones.

—Esto es inútil, ¿verdad? —preguntó en un susurro, cuando la bibliotecaria se había alejado lo suficiente para no escuchar vestigios de la conversación, y el desorden volvía a dejarle lugar a la perfecta biblioteca que conocían. No los miró—. Snape dice que necesito tiempo, que mi padre también tuvo problemas, pero él practicaba magia oscura, claro que iba a tenerlos, no es fácil; Jacint nunca los tuvo, ni siquiera para lo más difícil de Durmstrang. Y McGonagall está hablando con los otros maestros para que mantengan mis calificaciones por la parte teórica, porque cree que no me puedo forzar o lo haré peor. ¿Y no es eso que ser inútil?

—No seas tonta —Draco no dudó en espetarle, cruzándose de brazos. El gesto movió a Lep, que estaba acurrucado sobre uno de sus hombros, convertido en un pedazo de la túnica—. Todos tienen hechizos que no les salen.

—A mí no me sale ninguno, eso...

—Piensa así y nunca te van a salir —la cortó, elevando la barbilla en un gesto desafiante—. Padre siempre decía que la magia te llama. Nosotros no hacemos magia, la magia nos hace; tú sólo tienes que dejar que te llame a lo que eres buena. Si esto no es, ya habrá algo, igual que habrá lo que no te salga nunca, porque esas cosas pasan.

Pansy se echó hacia atrás y se reclinó en el respaldar del asiento, en cuanto terminó de trenzarse el cabello. Tenía esa mirada de nuevo. Harry sentía que algo en el pecho se le retorcía al verla así, pero por una vez, Draco no cedió ante sus ojos apagados.

—¿Y tú en qué no eres bueno?

—Yo no cuento en eso, soy perfecto —replicó en tono altanero, para después de dar un vistazo alrededor, relajar la postura y elevar un brazo, acariciándole el hueco entre las orejas a su conejo—. Pero no hago protegos buenos —admitió, con suavidad—, no digo que me salen mal, porque no lo hacen; eso es. No me salen, y punto. No podría protegerme de alguien que intente matarme, y estaré en más peligro si se llegan a enterar. Por eso combino mi protego al de Potter sin que se dé cuenta, cuando estamos en Defensa.

—¿Qué? —el mencionado abrió la boca y parpadeó, sin saber qué responder. Draco tuvo la decencia de lucir avergonzado, aunque conociéndolo, bien pudo ser fingido.

—Es un truco que aprendí de niño, combinaba mis hechizos a los de Jacint cuando practicaba. Casi todo lo aprendí así.

—¿A mi hermano? —fue el turno de Pansy de mostrarse consternada—. Él no...él nunca me dijo...

—Jacint nunca supo que lo hacía, fue en el año que no pudo seguir estudiando. Le gustaba practicar en el Vivero, había mucho sitio para esconderse cerca de él. Cree que sólo me da los encantamientos con una explicación del movimiento de varita y yo he hecho el resto todos estos años.

—Pero...

—Tampoco me sale el aguamenti —agregó, ladeando la cabeza con una expresión de genuina concentración—. Es- quiero decir, que el agua sale de la varita, pero sale hirviendo; sólo podría usarla para atacar. Casi nos quemamos Leporis y yo cuando intenté bañarlo así.

Harry notó que la niña permanecía boquiabierta, se imaginó que él no tendría una reacción mucho mejor. Draco los observó de forma alternativa, como si esperase una comprobación. Después de un instante, se deshizo de una tensión que él no sabía que tenía acumulada.

—Igual es porque tengo más práctica que la mayoría que me salen tan bien. No todo me sale en un día, y me lastimé varias veces, sobre todo cuando empecé con la magia oscura; se lo puedes preguntar a Lía, que me curaba sin decirle a madre —prosiguió—. No es algo de lo que haya hablado con nadie, pero supongo que es normal. A Potter se le escapan las cosas que llama por accio y sus leviosa todavía tiemblan en el aire. Y para que lo sepas, a Jacint se le daban muy mal las pociones.

—¿Pociones?

—¿Cómo sabes que esos no me salen bien?

Los dos hablaron al mismo tiempo, arrancándole una débil sonrisa al niño, que dobló los brazos por encima del borde de la mesa y se inclinó hacia adelante.

—Sí, pociones. Le tuve que conseguir lecciones con mi padrino, y cuando eso no funcionó, le anotaba trucos para las recetas, que sacaba del laboratorio de Severus, a cambio de más encantamientos que conociese para aprenderlos —se encogió de hombros y desvió su atención a Harry—. Casi me golpeas en la cabeza y rompes tus lentes con el accio de esta mañana, no hablemos de los leviosa cuando intentas recoger tus zapatos sin que te vea. Sí, Potter, ya sé que eres  quien los deja tirados por el cuarto cuando llegamos cansados, y no necesite que Nott me lo contase, ¿cuándo pensabas decirme, o mejor, dejar de hacerlo, para que no tenga que tropezar con ellos?

—Eh, estaba, yo...—balbuceó, encogiéndose. Luego frunció el ceño—. Estábamos hablando de Pansy.

—¡No me metas cuando te están regañando por desordenado! —chilló ella. Observó a uno, después al otro, y se echó a reír. Draco apretó los labios; tras un segundo, hizo lo mismo. Harry se les unió, sacudiendo la cabeza.

Aún se oían los resoplidos de risa de los tres cuando unos pasos apresurados avanzaron desde alguna parte cercana de la biblioteca. No le dieron importancia, hasta que una niña agitada frenó junto a su mesa. Llevaba la corbata de Slytherin, y se dirigió a Pansy, jadeante.

—Los Prefectos están llamándonos, rápido, rápido.

—¿Qué? ¿Por qué? —los tres se vieron, asintieron de forma apenas perceptible, y comenzaron a recoger sus cosas, mientras la niña los miraba con hastío.

—Dicen que hay centauros entrando a Hogwarts.

—¿Cen...tauros?

—¡Sí! —se cubrió la boca al alzar la voz y ganarse un sonoro "¡shh!" de la bibliotecaria, desde la distancia. Puso ambas manos en la mesa y se inclinó sobre esta, para agregar en tono confidencial—. Oí que quieren invadir el colegio, pero suena muy exagerado para mí. Otros dicen que están cansados del Bosque y quieren un trato con Dumbledore. Lo que sea, nos están mandando a reunirnos en el Gran Comedor, es obvio que no quieren estudiantes cerca de esos...esos híbridos horribles —fingió un estremecimiento y los apremió a moverse.

Harry guardó su pluma, pergaminos, y se resignó a otra jornada de tareas incompletas, para seguirla con un ceño fruncido. No le gustaba el deje desagradable que tenía en su voz, le hacía pensar en la manera de hablar del Draco malo.

—Leí que los centauros tienen un arte parecido a la Adivinación, que se mezcla con la Astronomía —comentaba Pansy, ya en el corredor, mientras sujetaba su maletín con ambas manos y Draco metía los libros de Encantamientos por ella, sin dejar de caminar—. ¿Te imaginas saber qué va a pasar viendo tu constelación, Draco? Sería lo más divertido del mundo, tal vez hasta tenga algo sobre las personas que llevan los nombres de las estrellas, entonces todos los Black tendrían que estudiar eso y ver qué dice el cielo sobre ellos.

—No dirá nada importante —replicó la otra niña, que iba unos pasos por delante, sin girarse para encararlos—, las criaturas mágicas no son seres pensantes, mis padres siempre lo dicen.

—Son medio-humanos, Bulstrode, al menos más que  deben pensar —Draco utilizó un tono desinteresado para contestar, lo que bastó para callarla y sacarle una sonrisita de suficiencia a Pansy.

Estaba a punto de acercarse cuando doblaron en una esquina y se vieron rodeados por un tumulto de estudiantes, que iban en dirección al Gran Comedor. Draco le sujetó la muñeca, justo a tiempo para que la marea no lo arrastrase o se perdiese, y dejó a su amiga caminar por delante de ellos, donde podía verla.

Atravesaron el resto del trayecto entre ligeros empujones de los que tenían más prisa que ellos, murmullos confidenciales entre grupos más pequeños, la agitación colectiva de los estudiantes menores, que aún no tenían la oportunidad de ver a un centauro de la manada que vivía en el Bosque Prohibido.

Cerca del pasillo que hacía de recibidor, precediendo al comedor, divisó una cabellera roja en un conjunto de niños que usaban corbatas amarillas y negras. Ron agitó un brazo en su dirección, pero se desapareció entre la multitud, antes de que pudiese aproximarse. Draco aún lo guiaba por espacios donde el aire era respirable y no sería aplastado por los demás.

Las puertas principales estaban abiertas, notó. La marea de estudiantes se arremolinaba en torno al Gran Comedor, para entrar y encontrar un lugar que los mantuviese en una relativa seguridad, pero ellos tres se escabulleron fuera del grupo.

Pansy susurró algo acerca del calor y que no le gustaba estar en un pasillo con tanta gente. Harry debió estar de acuerdo, porque se recordaba emitiendo un vago sonido afirmativo.

Draco no les prestaba atención. Ahora abrazaba a Lep con un brazo, le sostenía la muñeca con el otro, y tenía los ojos puestos en el final del corredor. Con el entrecejo arrugado, el niño siguió la dirección de la mirada de su amigo, hasta que se fijó en que la silueta del director se adivinaba contra el patio, la túnica brillante y holgada identificándolo. Estaba parado bajo el marco de la puerta, flaqueado por dos profesores, que creyó reconocer como McGonagall y Snape.

—¿Draco? —lo llamó en voz baja. Pansy cesó sus intentos de llevarlos hacia el comedor cuando se percató también de la reacción del niño.

—¿Qué pasa, Draco? —añadió ella, acercándose. Él reaccionó al parpadear y hacer un gesto con la barbilla, hacia la puerta.

—La manada de centauros está ahí.

—Sí, eso era justo lo que...

—¿Dónde? —Pansy dio un salto y avanzó algunos pasos, poniéndose de puntillas, estirando el cuello, porque el niño acababa de dar un estirón semanas atrás y ella comenzaba a ser la más baja del grupo. Ahogó un grito de repente. Luego regresó junto a ellos, dando más saltos—. ¡Sí están ahí! Son un montón, ¿los viste, Harry? —el aludido negó y ella le atrapó un brazo, para empezar a tirar de él hacia la puerta. Pensó en protestar, pero Draco también fue con ellos; sostenido por uno a cada lado, sólo pudo sacudirse un poco y emitir un quejido mal disimulado.

Se pegaron a una de las paredes a medida que se acercaban, para pasar desapercibidos. Más o menos. Los murmullos de las voces de los profesores se hacían más claros con cada segundo que transcurría.

—...lo que sea que quieran, Albus, ellos saben bien que no se les tiene permitido acercarse a las áreas del colegio, así como nosotros no nos adentramos a su colonia, ¡y en época de clases, con los niños aquí, nada menos! Si supieran lo que...—decía la profesora en un tono severo.

—...puede que esté bien escucharlos, como lo que son: centauros. Criaturas peligrosas, si tengo que decirlo...—Snape usaba su usual voz profunda y hablaba bajo.

—Los escucharemos —sentenció el viejo director, dando una ojeada por encima del hombro. Harry se congeló, al igual que sus amigos, ya que sólo lo veían durante las comidas, en la mesa de profesores; no tenía idea de qué podía hacer para castigarlos si lo enojaban. Dumbledore no tendía a relacionarse con los Slytherin.

Pero el anciano mostró una sonrisa afable, les guiñó y se volvió. Harry sintió la incomprensión de Draco como suya, cuando intercambiaron una breve mirada y siguieron a Pansy, que estaba ocultándose detrás de una columna, desde la que tenía una buena vista al punto que convertía el castillo en una extensión de césped.

Los centauros formaban una línea horizontal en el patio. Desde esa distancia, podrían haber pasado por jinetes sobre sus monturas, sino fuese porque dieron un pisotón al suelo sincronizado, y uno de ellos, con el aspecto de un hombre joven en la parte superior del cuerpo, avanzó.

—¡Mago Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore! —Harry ahogó una risa al escuchar el nombre completo del anciano, lo que le ganó un siseo de su amigo—. La manada de centauros de este Bosque ha sido traída hasta aquí por la guía divina de las estrellas, que nos ha hablado de un acontecimiento que datará de este año, desde hace más de una década.

—¿Y qué acontecimiento es ese? —el mago utilizó un sonorus, que amplificó su voz por encima de los golpeteos de los cascos de las criaturas en el suelo, y él supuso, llevó sus palabras a los que estaban reunidos en el comedor. Si pretendía ser tranquilizador, a Harry no se lo pareció.

—La devolución de nuestra piedra de la luna, el único y oficial fragmento de nuestro astro celeste, que unió al pueblo de los centauros hace milenios —más chasquidos de cascos siguieron a la declaración. Antes de que el director continuase, el centauro que hacía de voz del resto, elevó un brazo, con la mano cerrada, en dirección al cielo azul grisáceo de la mañana. Los ruidos se detuvieron de golpe—. No uses la mentira contra nosotros, mago Albus Dumbledore, porque lo hemos visto todo. El día de ayer, la magia de la piedra fue activada y sentimos su poder desde el Bosque, por eso supimos que era la señal para venir aquí hoy.

Hubo una breve pausa, en la que la profesora McGonagall se inclinó hacia el anciano y susurró. Dumbledore asintió.

—¿Y para qué vinieron exactamente? —hizo un gesto con el brazo, que lo abarcó por completo—. Es que, como notaran, no porto ninguna piedra mágica, ni tengo rastros de ese poder ancestral del que hablan. Temo que no podré ayudarlos.

—Las estrellas han dictado que no serás tú, mago, y podemos sentir el poder impregnado en dos de las criaturas que resguardas entre esas frías paredes de piedra.

—Si quieren a un profesor o estudiante...

—No —el centauro cortó la protesta contenida de McGonagall, que lucía tensa a simple vista—. Las estrellas tampoco lo han indicado así; ellos han de venir por cuenta propia, en busca del conocimiento que nos ha sido permitido regalarles, a cambio de nuestra piedra de la luna. Así que, por primera vez en dos mil años, esta manada de centauros ofrece su hogar para recibir a los portadores del poder. Ambos. Y nadie más que ellos.

Harry habría jurado que el corazón se le saltó un latido. Tenía la boca abierta y seca, pero poco le importaba, comparado a lo que estaba pasando por su cabeza.

Una mano se deslizó por debajo de la suya, dedos lo envolvieron y apretaron. Parpadeó y recuperó parte del sentido, a pesar de que Draco tenía una expresión de conmoción similar mientras lo sostenía.

Porque no podía ser verdad, ¿cierto?

Los centauros hicieron sonar sus cascos, a un ritmo acelerado, y se alinearon para marcharse al galope en una fila, de vuelta al Bosque Prohibido. El que hizo de interlocutor se quedó atrás y dejó caer los brazos a sus costados, en una postura erguida, solemne.

—Los estaremos esperando. Bienaventurados sean aquellos que persigan a las estrellas, recuérdalo, mago Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.

Y se unió al final de la columna de la procesión que se alejaba.

—Qué locura —musitó Pansy, todavía asomada por uno de los costados del pilar.

—Sí, una locura —sentenció Draco, en un susurro. Harry tiró de su mano para captar su atención.

—¿Crees que...?

Pero sus palabras se quedaron en el aire cuando se dieron la vuelta para encaminarse hacia el comedor, porque estuvieron a punto de chocar con Snape, que los miró de uno en uno, antes de guiar a Pansy por delante de él, sujetarle un brazo a Draco y tomar a Harry de la parte de atrás del cuello de la túnica, casi levantándolo al empezar a moverse.

—Esto amerita una buena explicación.

—¡Sólo queríamos ver a los centauros! —se apresuró a decir la niña, con un puchero. Por su bien, los dos enseguida demostraron su acuerdo ante la mirada evaluadora y desconfiada del hombre.

¿Y ahora en qué se habrían metido?


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